Concilio Vaticano II finirse busca al mundo, mira los anhelos que hay en el corazón de la sociedad, pues «el progreso de la civilización hace descubrir como una exigencia, como un nuevo deber, lo que Cristo nos enseñó ya en el evangelio, nunca perfectamente comprendido» (Pablo VI). 4. Pueblo de Dios en misión La Iglesia como misterio no admite definición conceptual. Sólo caben aproximaciones en imágenes. Evocando la tradición, el Concilio trae algunas más significativas: cuerpo de Cristo, templo del Espíritu y pueblo de Dios. Las tres apuntan a la misma y única realidad, pero el Concilio dio prioridad a la tercera. Esta opción no sólo destaca la dimensión histórica de la Iglesia y su solidaridad con el mundo. Sugiere también ante todo que finalmente la Iglesia es una comunidad fraterna. Según la mentalidad bastante generalizada, se reduce al clero; y fácilmente se le cataloga como una sociedad donde unos mandan y otros obedecen, unos enseñan y otros aprenden, unos celebran y otros asisten. Presentando al misterio de la Iglesia como pueblo de Dios, el Vaticano II corrigió esa deformación. La Iglesia es sociedad orgánicamente estructurada donde hay distintos ministerios. Pero en este pueblo de Dios, todo él animado por el único Espíritu, todos sus miembros tienen la común dignidad de regenerados en Cristo, entre ellos no hay ninguna desigualdad por razón de raza o nacionalidad, de la condición social o del sexo. Todos los bautizados tienen la palabra dentro de la comunidad cristiana, deben aportar a los demás su propia experiencia, y con el sujeto de la celebración litúrgica. Hay que pasar de la Iglesia como sociedad desigual a comunidad fraterna. Pero no es fácil seguir el camino abierto en el Concilio, evitando caer en una u otra orilla: que los llamados a ejercer el ministerio se consideren amos y no amor que sirve, mientras los demás bautizados abdiquen de su responsabilidad en la Iglesia según la vocación a que han sido llamados. Sí, por ejemplo, los laicos no tienen conciencia de que «gestionando los asuntos temporales u ordenándolos según Dios», ejercen en la Iglesia y en el mundo la misión de todo el pueblo cristiano en la parte que a ellos corresponde, no será posible la evangelización de una sociedad cada vez más secular y alejada. Una fe que no se reduce a creencias o verdades bien formuladas y aceptadas con la cabeza. La fe cristiana es «encuentro con un acontecimiento, con una Persona, que da un nuevo horizonte a la vida y con ello una orientación decisiva» (Benedicto XVI). 16 Signo de los Tiempos – febrero 2013 Ya Pío XI constató «la apostasía de las masas» y con la Acción Católica trató de responder a la necesidad de nueva evangelización. La ruptura entre mundo moderno y fe cristiana era más notoria cuando Juan XXIII convocó el Concilio «para difundir en las venas de la humanidad actual la virtud perenne, vital y divina del Evangelio». Después del Concilio, la nueva evangelización es imperativa, cada vez más prioritaria para la Iglesia. Pero no son suficientes ni las grandes manifestaciones externas ni la incorporación de todos los bautizados a la misión. Sencillamente porque la gente ya está cansada de palabras, incluso religiosas. Sólo son creíbles los testigos, es decir, los que tienen experiencia personal del acontecimiento. En nuestro caso los que viven la experiencia de la fe cristiana: «Hemos creído y por eso hablamos». Una fe que no se reduce a creencias o verdades bien formuladas y aceptadas con la cabeza. La fe cristiana es «encuentro con un acontecimiento, con una Persona, que da un nuevo horizonte a la vida y con ello una orientación decisiva» (Benedicto XVI). Madurar en este encuentro es requisito imprescindible para una nueva y buena evangelización. Sin la fe como experiencia personal y comunitaria, difícilmente podemos ser sal que aporta buen sabor. Sólo cuando vivimos lo que creemos, somos testigos de la verdad que no se impone de otra manera que «por la fuerza de la misma verdad que penetra suave y a la vez fuertemente en las almas». Para una nueva evangelización es buen punto de partida el Año de la Fe S * Dominico, escritor y profesor de teología. Fuente: Revista Ecclesia, Acción Católica Española, no. 3646 (2012), pp. 16-17.