Darwin y Prado del Ganso, la gran batalla

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Alberto N. Manfredi (h)
DARWIN/PRADO DEL GANSO
LA GRAN BATALLA
El teniente coronel Italo Ángel Piaggi era un militar de carrera cuando estalló el conflicto
del Atlántico Sur. De fuerte contextura física, su cráneo rapado le daba cierto aire de
general prusiano, sensación que incrementaba su buen porte. Había nacido en San
Fernando, una de las localidades más antiguas del Gran Buenos Aires, el 17 de marzo de
1935 y pertenecía a una conocida familia del vecindario de Victoria, donde sus
antepasados itálicos se habían establecido en la segunda mitad del siglo XIX.
Al momento de estallar la guerra, Piaggi se desempeñaba como jefe del Regimiento de
Infantería 12 “General Arenales”, con asiento en la ciudad de Mercedes, provincia de
Corrientes y gozaba de un excelente concepto de parte de sus superiores. La unidad que
comandaba, formaba parte de la III Brigada de Infantería con asiento en Curuzú Cuatiá
que hasta el 2 de abril aplicaba el sistema de incorporación trimestral de conscriptos. De
los que cumplían el servicio militar entonces, el 75% pertenecía a la clase 62 y había
finalizado el período de instrucción. El 25% restante, terminado su entrenamiento, había
sido dado de baja para comenzar con la incorporación de la primera cuarta parte de la
clase 63 y había iniciado recientemente su etapa de adiestramiento. Como dato curioso, el
45% de ellos eran analfabetos.
A partir de este punto, conviene seguir atentamente el diario de guerra del teniente coronel
Piaggi, reproducido años después en su libro Ganso Verde (mala traducción de Prado del
Ganso), por constituir una incuestionable fuente de información. Conoceremos así, la
verdadera odisea del valeroso regimiento correntino y su jefe, denostado injustamente tras
la derrota, acusado de ineptitud, sancionado con 120 días de arresto y pasado a situación
de retiro obligatorio “por inepto” para las funciones de su cargo, además de cargar con
toda la responsabilidad como responsable directo de la derrota. Por esos cargos se lo
procesó ante la Corte Suprema de las Fuerzas Armadas y se lo condenó. Sin embargo,
después de la exposición de los hechos, saque el lector sus propias conclusiones.
La odisea del teniente coronel Piaggi
Conocida la noticia de la toma de las islas, el jefe del Regimiento de Infantería 12 (RI12)
convocó a una concentración cívico-militar en el centro de la ciudad de Mercedes donde,
en su carácter de comandante de la guarnición, hizo uso de la palabra, destacando
especialmente la importancia de aquella gesta y remarcando el hecho de que Gran Bretaña
sería fiel a sus principios de política internacional, los que en el pasado le habían
permitido fundar un imperio de dudoso origen y que, por esa razón, no iba a permitir la
mengua gratuita de su rol de potencia mundial. Según sus expresiones, era seguro que
lejos de permanecer quieta, iba a vengar lo que para ella era una afrenta a su soberanía y
su imagen exterior.
Tal vez hayan sido esas las primeras palabras sensatas por parte de un representante de las
fuerzas armadas argentinas en lo que iba del conflicto.
Ante la multitud que, entusiasta, se había congregado en el lugar para exteriorizar su júbilo
(vale recordar el fervor inicial de la totalidad del pueblo argentino y su apoyo a la gesta),
Piaggi agregó: “Si ha llegado la hora del argentino tronar de los clarines llamando a la
guerra, el Regimiento 12 de Infantería estará dispuesto a empeñar la sangre de sus
hombres en cumplimiento de su sagrado deber militar”.
¡Y vaya que el “General Arenales” cumpliría fielmente ese deber!
Aquel día, por la noche, el Rotary Club de Mercedes (Corrientes), ofreció un banquete en
honor de la recuperación del archipiélago. Piaggi, especialmente invitado, agasajado por
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Malvinas. Guerra en el Atlántico Sur
la concurrencia no solo como jefe de la unidad sino por ser el oficial más antiguo del
lugar, volvió a hacer uso de la palabra.
Al agradecer la demostración, el militar hizo hincapié en el negativo tenor de sus
presentimientos y en el hecho de que el paso se había dado un podía acarrear graves
dificultades para la Argentina. No olvidaría más el silencio sombrío que siguió antes del
brindis. Piaggi había advertido, con prudencia, cual sería el desenlace de la contienda,
cosa que ninguno de los presentes pareció percibir.
El 4 de abril el regimiento recibió órdenes de la Brigada. Debía comenzar el alistamiento y
movilización de los soldados clase 62 que habían sido dados de baja y preparar el equipo
correspondiente. Se puso especial énfasis en la preparación de una subunidad destinada a
integrar, con elementos de los regimientos 4 y 5, la denominada Fuerza de Tareas
“Litoral” a cuya plana mayor fue asignado el mayor Ernesto Moore, oficial de operaciones
de Piaggi, bajo cuyo mando estaría el jefe del Regimiento de Infantería 5 (RI5).
El 6 de abril se ordenó desde el comando, completar la compañía con soldados clase 63,
debido a cierta demora en presentarse de algunos componentes de la 62.
En plena tarea se hallaba la unidad cuando a las 23.00 de ese mismo día se recibieron
nuevas directivas en el sentido de disolver la Fuerza de Tareas “Litoral” ya que el
Regimiento de Infantería 12 completo sería movilizado hacia la zona del V Cuerpo de
Ejército en el litoral patagónico.
Tres días después se presentaron en la jefatura del regimiento, oficiales y suboficiales
procedentes del Comando de Institutos Militares designados para completar los cuadros
superiores y subalternos. Piaggi quiso dar mayor realce y significación al suceso y por esa
razón los recibió en la Sala Histórica de la unidad, pronunciando palabras de bienvenida
que fueron agradecidas por cada uno de ellos. Inmediatamente después, se los despachó
hacia sus destinos internos a efectos de que se interiorizasen y aclimatasen lo más
rápidamente posible.
El 11 por la mañana llegó desde la Brigada la orden especial Nº 11/82 que disponía que un
destacamento de vigilancia se hiciese cargo del cuartel. Al día siguiente, Piaggi recibió
nuevas instrucciones en las que se le ordenaba presentarse junto a su plana mayor en
Comodoro Rivadavia antes de las 12.00 del 13 de abril, a efectos de acelerar el traslado de
toda la unidad y dejar a cargo del regimiento en Mercedes a su segundo jefe, el mayor
Alberto Frontera. Era la orden de movilización.
Para concretar la misma, se resolvió efectuar el desplazamiento en dos escalones; el
primero, por vía aérea, en el que se trasladaría el personal por rol de combate con todo su
equipo, municiones y armamentos individuales y el segundo por vía terrestre, en el que las
tropas viajarían con todas sus vituallas, pertrechos y armamento pesado junto al personal
de apoyo, al mando del jefe de la Compañía de Comandos, capitán Arnoldo Raúl
Buompadre.
El traslado se hizo en dos etapas, la primera hasta Paraná, por vía férrea y desde allí en
avión hasta su destino.
El segundo escalón lo hizo en dos columnas de marcha en tanto el resto procedió a
desplazarse por ferrocarril hacia San Antonio Oeste, provincia de Río Negro y desde ese
punto, en camiones del ejército hasta Comodoro Rivadavia.
Eran las 15.30 del 13 de abril cuando el teniente coronel Piaggi recibió la orden de
trasladarse con su plana mayor a la ciudad de Corrientes, de donde partirían en avión con
destino a Buenos Aires. Así lo hicieron a bordo de dos jeeps pertenecientes al Escuadrón
de Caballería Blindada 3, abordando el avión a las 20.30 horas.
Llegaron a Comodoro Rivadavia a las 11.30 del día siguiente, después de una prolongada
escala en la Capital Federal, trasladándose todos, de manera inmediata, al puesto de
comando de la Brigada III ubicado en el Liceo Militar “General Roca”, el mismo que días
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Alberto N. Manfredi (h)
después sería atacado por elementos desconocidos. Allí se les asignó una habitación como
sala de trabajo y se les dijo que aguardaran.
Una hora después tuvo lugar una reunión con el jefe de la División de Operaciones del
Comando, teniente coronel Luis María Gil, quien los puso al tanto del operativo de
protección del litoral marítimo aclarándoles que no había todavía una decisión definitiva al
respecto.
El sector asignado al RI12 era un área de 80 kilómetros que cubría el Golfo de San Jorge,
desde Comodoro Rivadavia hasta Caleta Olivia, el mismo sobre el que iban a operar
comandos y fuerzas especiales del enemigo a fines del mes de abril. En vista de ello,
Piaggi y sus subalternos dedicaron el resto del día a reunir información y mientras lo
hacían, el capitán Pedro Horacio Lavaysse, oficial de Personal, procedió a efectuar junto al
mayor Moore, una amplia recorrida de reconocimiento por la costa, escogiendo la
localidad de Rada Tilly como base para llevar a cabo el control del sector.
El 14 de abril el comando no había resuelto el destino definitivo del regimiento. En vista
de ello, Piaggi propuso a sus superiores incluir en el área bajo su mando la localidad de
Cañadón Seco, importante centro petrolero, por el simple hecho de que corría el riesgo de
quedar aislado del dispositivo de protección y defensa costera. Conjuntamente con ello,
procedió a establecer contacto con las autoridades civiles y las fuerzas vivas de la región,
muy útiles a la hora de solicitar su colaboración, a las que halló bien predispuestas y
preparadas, tanto moral como materialmente.
La propuesta del teniente coronel Piaggi fue aceptada por lo que, después del 15 de abril,
procedió a coordinar los detalles del límite norte sobre la costa, junto con el coronel Juan
Ramón Mabragaña, jefe del Regimiento de Infantería 5.
Para entonces, el comando de la Brigada había dispuesto segregar a la Compañía B del
RI12 a efectos de constituir, con otros elementos, una reserva a las órdenes del segundo
comandante de la misma, coronel Horacio Chimeno. Más o menos por la misma época,
llegó la noticia de que el puente sobre el río Colorado se había roto debido a la frecuencia
inusual y la excesiva carga de los convoyes que pasaban por allí y que eso demoraría el
traslado de la unidad.
Mientras tanto, en Rada Tilly, el mayor Ernesto Moore y el capitán Lavaysse tomaban las
medidas pertinentes para la ubicación de los soldados. Se asignaron para ello escuelas,
edificios públicos y otras instalaciones y hasta se llegaron a utilizar las barracas cedidas
por YPF para montar provisoriamente, la sede del comando.
Al otro día, 16 de abril, llegó el escalón aéreo del regimiento que fue a alojarse en las
instalaciones del Regimiento de Infantería 8 (RI8). Por entonces, el segundo escalón se
encontraba en marcha motorizada, que fue incrementada a 150 kilómetros de acuerdo a lo
previsto inicialmente, sin apoyo de mantenimiento y librada a su propia suerte.
A las 07.00 horas del 17 de abril, el teniente coronel Piaggi se dirigió a la localidad de
Caleta Olivia para coordinar con las autoridades comunales la recepción del regimiento.
El primer escalón llegó alrededor de las 10.00 en camiones del Ejército y ómnibus
especialmente contratados, conducidos por personal militar y de Defensa Civil y el
segundo lo hizo a las 12.30 del mismo día.
En horas de la tarde el teniente coronel Piaggi dispuso una reunión con los integrantes de
su plana mayor y los jefes de las diferentes compañías a efectos de impartir las primeras
órdenes operacionales. Aunque resulte difícil de creer, aún no se habían recibido directivas
precisas de la Brigada respecto al destino que se le daría a la unidad cuyo equipo y
material, imprescindible para la misión que se le había encomendado (la defensa de 80
kilómetros de litoral marítimo), todavía se encontraba en viaje.
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Malvinas. Guerra en el Atlántico Sur
Al día siguiente, el regimiento procedió a ocupar sus posiciones emprendiendo la marcha a
pie y luego en vehículos de la unidad y de diversa procedencia, provistos por Defensa
Civil que volvió a demostrar su buena predisposición y operatividad.
A las 12.00 del 19 de abril, el coronel Horacio Chimeno, segundo comandante de la
Brigada III, llegó acompañado por el mayor Juan Groppo Vilar para entregar a Piaggi la
esperada orden de operaciones. Acto seguido, el recién llegado procedió a llevar a cabo
una inspección de los trabajos que hasta el momento habían llevado a cabo y después de
formular algunas críticas, se retiró. El resto de la jornada fue dedicada a tareas de
planeamiento.
El despliegue de la unidad se completó entre el 19 y el 20 de abril. La Compañía C
(reforzada) se desplazó hacia el norte y ocupó las instalaciones de la estancia San Jorge; la
B pasó a constituir la reserva que junto a otros elementos fue puesta a las órdenes del
coronel Chimeno, en tanto la A (también reforzada) tomaría posiciones hacia el sur, sobre
Caleta Olivia y Cañadón Seco. De esa manera, quedaron disminuidas las compañías de
Servicios y Comando mientras se instalaban patrullas fijas y se llevaban a cabo rondas a
cargo de efectivos provistos de armas automáticas que se movilizaban a pie y en
automotores jeep.
A las 10.00 del 20 de abril el teniente coronel Piaggi recibió la orden de trasladarse a Río
Gallegos en el primer vuelo que partiese hacia ese destino, a efectos de realizar un
reconocimiento de la región fronteriza con Chile, entre las localidades de El Zurdo y El
Turbio.
El jefe del RI12 llegó al lugar a las 13.45 y quedó impresionado por los progresos que
había experimentado la ciudad desde la última vez que había estado allí, entre 1957 y
1959, a poco de haber egresado del Colegio Militar (debía prestar servicios en el
Regimiento de Infantería Motorizada 24, su primer destino como oficial de esa rama).
Ni bien llegó, se presentó en el comando de la Brigada XI y junto a personal de la
División de Operaciones de la unidad, voló hacia el área mencionada en una avioneta civil
que tuvo problemas al aterrizar debido al intenso viento que azotaba la región.
De regreso, por la noche, decidió pernoctar en el lugar y fue entonces que, a poco de
instalarse, salió a recorrer el pueblo, efectuando una larga caminata por sus calles, sumido
en profundos pensamientos. De vuelta en la jefatura, disfrutó de una agradable cena en
compañía de sus camaradas, entre quienes se encontraba el teniente coronel Gil, algo que
lo ayudó a distenderse un poco.
El 20 de abril llegó a Caleta Olivia el escalón terrestre de la unidad, al mando del capitán
Buompadre. Los automotores en los que viajaba la tropa se encontraban en un estado
verdaderamente deplorable, con el 50% de ellos fuera de servicio después de tan larga y
agotadora jornada, pero habían cumplido el cometido. Tras descargar a los efectivos se
condujo a los transportes hasta los talleres para ser sometidos a intensos trabajos de
reparación y reacondicionamiento al tiempo que Piaggi volaba a Río Turbio donde volvió
a padecer problemas durante el aterrizaje, debido al viento que cruzaba la pista. Lo
acompañaba el capitán Arnaldo Luis Sánchez, que lo acompañó durante el contacto que
mantuvo con los jefes del Regimiento de Infantería 37 (RI37), pernoctando en
instalaciones del mismo.
Su regreso a Caleta Olivia coincidió con la llegada la segunda columna del escalón
terrestre a las órdenes del teniente primero Atilio Juan Perazzo.
Para entonces, el comando de la Brigada había impartido nuevas directivas al segundo jefe
del regimiento, notificando un nuevo cambio de planes: debían iniciar la marcha hacia la
frontera con Chile en tres etapas, Caleta Olivia-Tres Cerros, Tres Cerros-Comandante
Piedrabuena y Comandante Piadrabuena-El Zurdo.
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La nueva disposición obligó a una rápida modificación del programa de recuperación del
material motorizado dado que era imperioso para la movilización, sin embargo, debido a
la falta total de apoyo por parte de la Brigada, debieron contratarse ómnibus de empresas
de transporte particulares en Caleta Olivia.
La Compañía B del RI12, la misma que había sido segregada como reserva, arribó a la
localidad a las 22.00 de aquel mismo día con una sección de la Compañía de Ingenieros 3,
debiendo apresurarse todas las medidas para recibir de golpe a un personal que no se
esperaba.
El teniente coronel Piaggi procedió a efectuar un reconocimiento del terreno en compañía
de algunos oficiales, recorriendo el área comprendida entre Caleta Olivia, Río Turbio, Río
Gallegos y la primera localidad. Efectuada la misma, de regreso en Caleta, encontró a su
regimiento preparado para iniciar la marcha a través de la Patagonia por lo que, pasadas
las 14.30, se apresuró a completar el repliegue de los elementos estacionados en Cañadón
Seco y San Jorge. Para poner en marcha operativo tan complicado tuvieron que recurrir,
nuevamente, a medios civiles. No se habían cumplido 48 horas de su desplazamiento
desde Corrientes cuando se le ordenaba cambiar la misión y ponerse en marcha para otra,
completamente diferente.
Eran las 12.30 del 21 de abril cuando llegaron al puesto de comando el coronel Arévalo y
el teniente coronel Fernández Suárez para asumir las correspondientes jefaturas en el
sector, de acuerdo a órdenes impartidas por el Comando del Teatro de Operaciones. Dos
horas después, a las 14.30, Piaggi aprobó las disposiciones adoptadas por su segundo, el
mayor Frontera y pasada media hora, despachó al capitán Lavaysse como adelantado, para
que efectuase el reconocimiento del camino y los alojamientos dispuestos para la tropa en
Tres Cerros.
El Regimiento de Infantería 12 inició la marcha entre las 19.30 y las 20.00. Una hora
después, cuando la unidad se hallaba a 80 kilómetros de su destino (21.00) fue detenida
inesperadamente en un solitario puesto policial caminero. Era noche cerrada y el frío
calaba los huesos. Muchos de los efectivos dormían cuando el teniente coronel Piaggi se
enteró que a través de la red radioeléctrica, que había llegado al mencionado puesto una
nueva disposición. Se le ordenaba detener la marcha y regresar de inmediato a la zona de
acción inicial (Caleta Olivia) para presentarse, antes de veinticuatro horas, al comando de
la Brigada a efectos de recibir nuevas instrucciones. Era de no creer.
En medio de la noche, la columna entera giró y volvió sobre sus pasos.
Los últimos elementos del regimiento llegaron a Caleta Olivia a las 23.00 del 23 de abril,
disponiéndose enseguida su alojamiento y quince minutos después, Piaggi convocó a su
plana mayor para comunicarle la novedad que acababa de recibir: toda la unidad a su
mando iba a pasar a las islas. La noticia lo había tomado por sorpresa, lo mismo a su
personal, pero no había tiempo para cavilaciones y quejas, había que disponer de
inmediato todas las medidas para iniciar el desplazamiento.
A las 08.00 del 24 de abril, todavía sorprendido por la noticia que había recibido durante
la noche, Piaggi designó una comisión para que se encargase de contratar contenedores y
carretones donde almacenar el material y el equipo que se iba a embarcar con destino a
Malvinas. El mismo debía ser cargado en el ELMA “Córdoba”, surto en las radas de
Puerto Deseado, localidad distante a 200 kilómetros de Caleta y transportado en sus
bodegas hasta Puerto Argentino, a partir de las 14.00 horas del día siguiente.
Así se hizo mientras desde Comodoro Rivadavia, las tropas comenzaban a ser trasladadas
por vía aérea junto a su armamento, equipo liviano y raciones individuales. Un nuevo
desplazamiento y una nueva movilización, con el agregado de que la retaguardia debería
permanecer en la localidad a disposición del comandante del Teatro de Operaciones. Era
evidente que el Estado Mayor argentino no sabía bien lo que quería hacer.
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Malvinas. Guerra en el Atlántico Sur
Los elementos embarcados en el “Córdoba” jamás llegarían a destino pues, como se
recordará, la nave abortó su misión a mitad de camino.
Eran las 09.00 cuando Piaggi ordenó a los jefes de compañías iniciar el cruce. Una hora
después, se enteró que los contenedores y carretones no habían podido contratarse y que
de los diez que se necesitaban, solo se había conseguido uno. Fue una situación en la que
debió haber intervenido directamente el Alto Mando porque las existencias locales habían
sido agotadas por otras unidades, pero aquel no dio señales de percatarse del asunto y la
unidad debería embarcar sin ellos. El 24 de abril, ante la imposibilidad de conseguirlos,
Piaggi notificó al comando de su brigada que, por carecer de contenedores, no podría
transportar el material hasta Puerto Deseado para su embarque, exigiendo al jefe de turno
arbitrar las medidas necesarias para solucionar el problema.
A las 06.00, el mayor Moore voló a Puerto Argentino para efectuar el reconocimiento de
la zona de reunión asignada al escalón aéreo y a las 12.00 comenzó el desplazamiento
hacia Comodoro Rivadavia de todo el regimiento, inclusive su retaguardia que debería
permanecer en el continente como reserva. En Caleta Olivia, en tanto, quedó el escalón
marítimo en espera de los contenedores.
Mientras eso sucedía, Piaggi mantuvo una reunión con su superior a efectos de requerir
información sobre la futura misión de su regimiento. Se le comunicó entonces que el total
de la III Brigada iba a pasar a las islas y que se iba a establecer en la Gran Malvina. Por
esa razón, se lo autorizaba a embarcar y trasladar al archipiélago el tipo y número de
vehículos que creyera conveniente y que arbitrara las medidas del caso.
A las 14.00 del 24 de abril el total del regimiento se hallaba listo para abordar los
transportes en el aeropuerto de Comodoro Rivadavia. Allí fue donde se produjo un primer
inconveniente debido a una demora imprevista, ocasionada por el Regimiento de
Infantería 5, que no había completado aún su salto a las islas.
El primer embarque se llevó a cabo a las 15.00 cuando equipo, tropa y plana mayor, con
su jefe a la cabeza, abordaron un avión de la Fuerza Aérea Argentina y partieron hacia el
archipiélago. Con ellos viajaban también el comandante de la brigada, general Omar
Parada y su ayudante, el mayor José Tadeo Luis Bettolli.
El vuelo se efectuó sin ningún tipo de inconveniente y al cabo de tres horas, la visión de
las primeras islas generó gran expectativa en la tropa. Piaggi sintió en esos momentos que
estaban haciendo historia. ¡Y vaya que lo hacían! El mundo enero estaba pendiente de lo
que sucedía en el lejano sur y él era uno de los principales actores del drama.
Al echar un vistazo al interior del avión, el jefe del regimiento vio a los jóvenes
conscriptos apretujándose contra las ventanillas para contemplar el panorama y no pudo
evitar una reflexión. Eran casi todos correntinos aunque había también chaqueños y
formoseños, ninguno de los cuales, había volado en su vida. Piaggi se preguntó muchas
cosas y se lamentó de otras. ¿Se estaría forjando una nueva generación de hombres?
¿Deberían madurar en el fragor del combate? ¿Regresarían vivos? ¿Regresaría él mismo?
El repentino grito de un suboficial lo volvió a la realidad.
-¡Viva la Patria!
-¡¡Viva!! – respondieron todos a una voz.
La aeronave comenzó a descender y a las 17.30 horas aterrizó, iniciando de inmediato el
desembarco de la tropa. El mayor Moore los esperaba en el aeropuerto para presentar el
informe de sus observaciones señalándoles a los oficiales el terreno de playa que debían
ocupar a un kilómetro y medio al sur de la pista de aterrizaje y al oeste del camino que
conducía a la capital insular.
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Alberto N. Manfredi (h)
Tras escuchar las palabras de su subalterno, Piaggi se volvió hacia sus subalternos y les
ordenó tomar posiciones; en esos momentos, soplaban vientos de 110 a 130 kilómetros,
lloviznaba y hacía frío.
Como primera medida, se decidió establecer el puesto de comando provisoriamente en el
aeropuerto, con el objeto de recibir los vuelos, impartir instrucciones y guiar a las
fracciones hasta sus emplazamientos.
Piaggi no pudo creer lo que le decían cuando alguien le manifestó que el racionamiento en
caliente no estaba previsto y que no se habían tomado medidas respecto a donde debían
alojarse los hombres. Aquella primera noche, la unidad a su mando pernoctó casi a la
intemperie, en medio de un clima inhóspito, sin raciones y con varios grados de
temperatura bajo cero.
El Regimiento de Infantería 12 en las Malvinas
El regimiento amaneció empapado y entumecido. A mediodía el teniente coronel Piaggi
intentó conseguir raciones pero su pedido cayó en saco roto, por lo que, muy a su pesar,
nadie merendó esa mañana.
Fue entonces que se le ordenó presentarse en el puesto de mando de la Brigada ante el
general Parada y una vez allí (14.30) se le informó que a partir de las 20.00 horas debía
ocupar el establecimiento de Puerto Darwin y el poblado de Prado del Ganso, en el istmo
que unía la parte norte de la isla con la península de Lafonia. Se resolvió movilizar a los
hombres en dos escalones a pie, en horas de la noche y se le indicó que su misión
consistiría en la defensa de la Base Aérea Militar “Cóndor” y los dos caseríos
mencionados ya que, a esa altura, el paso a la Gran Malvina había sido descartado.
Para entonces, la tropa se hallaba bastante desmoralizada, no solo por el esfuerzo realizado
y la mala alimentación sino por los constantes cambios de órdenes y destinos.
Reforzado con la sección de Ingenieros que le había sido agregada en el continente, el
regimiento se puso en marcha, después de 24 horas a la intemperie, bajo un constante
temporal.
Un estudio del terreno efectuado por los jefes de las compañías permitió determinar que el
camino hasta el istmo de Darwin se extendía hasta 17 kilómetros al oeste de Puerto
Argentino y que, a partir de allí el suelo se tornaba blando y extremadamente húmedo, con
cursos de agua, tanto temporales como permanentes, algunos de los cuales debían ser
vadeados. El relieve era montañoso y el camino (apenas una huella) se veía de tanto en
tanto interrumpido por grandes acarreos de piedra que hacían variar su ancho en varios
tramos.
Algo que llama poderosamente la atención es que, en lo que respecta a los isleños y sus
propiedades, Piaggi no recibió ninguna instrucción.
La tropa se puso en marcha a las 17.00 horas, bajo una intensa lluvia, con vientos de 70 a
100 kilómetros, niebla, escarcha y heladas, cargando su equipo y prácticamente en ayunas.
Para colmo de males, la plana mayor del regimiento carecía de la cartografía necesaria
para el desplazamiento, situación que se agravaba por la falta de mochilas. En lugar de
ellas, los hombres debían cargar el equipo en incómodos y poco adecuados bolsos con
manija cuya capacidad no superaba los 30 kilogramos. Pero la falta de previsión del Alto
Mando quedó aún más en evidencia con las escasas dos bolsas de curaciones de la sección
Sanidad, que no alcanzaban a cubrir las necesidades.
Piaggi expuso ante las máximas autoridades de la brigada y el Comando Logístico todos
aquellos inconvenientes y explicó que la unidad a su mando sería muy vulnerable a los
ataques aéreos y el cañoneo naval, lo mismo a las emboscadas y los golpes de tipo
comando. Pese al énfasis que puso, a sus palabras, como dice el refrán, se las llevó el
viento.
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Con el Comando Logístico se resolvió que el escalón que debía marchar a pie lo hiciera en
vehículos automotores (a las órdenes del mismo Piaggi), hasta el final del camino
pavimentado y que a partir de ahí siguiera a pie hasta sus posiciones en el istmo y que el
equipo pesado y el armamento se trasladarían hasta las posiciones en helicópteros y
embarcaciones.
La tropa abordó los camiones y poco después la unidad echó a andar.
A las 18.30 se hizo un alto en el camino y se aprovechó para racionar, algo que los
soldados necesitaban imperiosamente. Así se hizo, en medio de vientos huracanados que
se tornaban cada vez más intensos y un frío que cortaba la piel y una vez consumida la
ración, se procedió a levantar el campamento y reanudar el avance. De esa manera dio
comienzo la marcha a través de la turba, penosa jornada que se prolongó hasta la llegada
del crepúsculo cuando, por consejo del capitán Lavaysse, se volvió a ordenar un alto; era
imposible seguir a pie en horas de la noche.
Mientras Lavaysse le explicaba la situación al teniente coronel Piaggi, se apersonó el
teniente coronel Higler, integrante del Comando Logístico, para interiorizarse de la
situación. Eso dio paso a un intercambio de opiniones que terminó cuando el recién
llegado estableció contacto telefónico con sus superiores y tras un breve diálogo,
transmitió a Piaggi la orden de suspender la marcha con la expresa indicación de que al
amanecer del siguiente día debería establecerse una zona de reunión. Fue entonces que el
jefe del RI12 preguntó sobre la nueva misión asignada a lo que Higler respondió que no
sabía nada. Como medida, el oficial del Comando de Sanidad propuso que la tropa
procediese a hacer allí mismo una posición de defensa ya que, según sus palabras, no
había efectivos propios a lo largo del camino.
Entre las 20.30 y las 21.00 llegó al lugar la columna motorizada integrada por vehículos
Bedford, Dodge, MB-1114, MB-1124, Unimog 415 y 421 y tractores con acoplados, todos
al mando del capitán Requejado.
Cuando los relojes marcaban las 22.00, la columna se puso en marcha en tres escalones,
con la jefatura y su plana mayor en primer término, seguida inmediatamente después por
la tropa y el equipo, enviando a los tractores a encabezar el avance para regular la
velocidad. Así cruzaron Puerto Argentino en dirección sudoeste, a través de un camino
estrecho que dificultaba el desplazamiento.
Pasadas las 23.00, cuando el regimiento atravesaba Town Hall, donde la III Brigada había
instalado el comando, el mayor Bettolli, ayudante del comandante, detuvo la marcha para
informar que cruzar el puente de Fitz Roy (2 kilómetros al oeste del punto donde
finalizaba el camino) era peligroso porque la Infantería de Marina había montado una
emboscada y no había manera de comunicarse con ella.
Cuando llegó el mayor Carlos Rodolfo Doglioli, jefe del Estado Mayor del general
Menéndez, confirmó que lo que Bettolli había dicho era cierto y que era necesario esperar
ya que los batallones de Infantería de Marina 5 y 3 se encontraban apostados a lo largo del
camino y de no ser advertidos, abrirían fuego. Una pregunta pasó entonces, por la cabeza
de Piaggi: “¿no era que no había tropas propias en el camino a Darwin?”.
Por fortuna una orden emanada desde la gobernación de las islas, es decir, desde el puesto
de mando del general Menéndez, trajo un poco de alivio a la situación: se ordenaba
detener la marcha y reiniciarla al amanecer del día siguiente.
Piaggi mandó hacer alto y acampar, en el preciso momento en que paraba de llover. De
esa manera, el vapuleado Regimiento “General Arenales” se aprestó a racionar e iniciar un
nuevo descanso a la intemperie, el segundo desde su llegada a Malvinas, 48 horas atrás.
La unidad llegó al final del camino y comenzó a transitar una huella apenas perceptible.
Lo bueno de todo aquello era que el cielo se hallaba totalmente despejado y el sol brillaba
intensamente, aligerando levemente el frío.
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Eran las 10.15 cuando, después de descargar el armamento y el equipo, los camiones
giraron en redondo (con cierta dificultad) y regresaron a Puerto Argentino; quince minutos
después, guiándose a través de los mapas y ayudados por una brújula, la plana mayor de
Piaggi pudo establecer donde se encontraba realmente.
Se hallaban sobre la falda sur del monte Challenger, una ruta que, según el jefe del
regimiento, podía llegar a ser utilizada como avenida de aproximación por el enemigo en
su avance hacia la capital. Por esa razón, ordenó adoptar un dispositivo de defensa
conformado en primera línea por tres subunidades de tiradores, apoyando el límite de la
retaguardia sobre la mencionada elevación y desplegando el resto hacia el oeste.
A las 15.00 y las 16.30 se racionó en caliente una sopa y una manzana y poco después, se
llevó a cabo el despliegue de las correspondientes compañías, a efectos de reconocer y
comenzar a ocupar los emplazamientos asignados, todo antes del anochecer.
Recién a las 20.00 llegó el tercer escalón, con mucho frío y niebla. El equipo se distribuyó
en plena obscuridad y comenzó a desplegar el armamento sobre el terreno en tanto el
teniente coronel Piaggi se hacía una nueva pregunta, desconcertado por la tardanza: “¡más
de veinticuatro horas para recorrer 17 kilómetros!; ¿Qué hubiera ocurrido si en ese
momento el enemigo atacaba?, ¿qué, si hubieran tenido que trasladar todo el equipo del
regimiento?”. Algo estaba funcionando mal en el dispositivo militar argentino, pero lo que
más fastidio le ocasionaba a Piaggi era que todos esos problemas eran ajenos a su unidad.
Fue durante aquella tercera jornada que aparecieron los primeros problemas de
congelamiento en los pies. Varios soldados debieron ser evacuados, uno de ellos
directamente al hospital de Puerto Argentino.
Ese mismo día Piaggi fue notificado de que se estaba formando una agrupación de reserva
que se pondría al mando directo del jefe de la Brigada y que de ella formaría parte su
regimiento para ocupar la región de Darwin y Prado del Ganso
El 27 de abril amaneció con fuertes lluvias y mucho frío. La tropa, helada, fue sometida a
trabajos de organización en las posiciones para no entumecerse mientras se aguardaba el
grueso de los componentes del equipo pesado que ya debía estar cruzando a bordo del
“Córdoba”.
A las 12.15 se recibió información desde la Brigada en el sentido de que se estaba
organizando una agrupación denominada “Capitán Giachino” que actuaría como reserva
del Comando de las Fuerzas Terrestres al mando del capitán Horacio Osvaldo Chimeno,
que fue quien transmitió la novedad.
Entre las directivas que recibió Piaggi ese día, la principal establecía iniciar la ocupación
del istmo de Darwin a partir del día 28, ejecutando movimientos helitransportados a bordo
de aparatos Chinook de la Fuerza Aérea Argentina. Para ello debía segregar la Compañía
B de la unidad con el propósito de afectarla a la seguridad de los medios aéreos del
Batallón de Aviación de Ejército 601 en el monte Dos Hermanas.
A las 12.30, en ausencia de Piaggi, se produjo un hecho curioso. El jefe del Regimiento de
Infantería 4 (RI4), teniente coronel Diego Alejandro Soria, se apersonó en el puesto de
mando del RI12 para informarle al capitán Frontera que su unidad se hallaba en la zona
reconociendo las posiciones que debía ocupar pero que las mismas no le habían sido
precisadas con exactitud (¡¿?!).
Frontera, demostrando mucho sentido común, se atrevió a proponer que la unidad se
ubicase en la falda sur del monte Wall para cubrir el sector de costas y el camino hasta el
puente de Fitz Roy, entre las posiciones del Regimiento de Infantería 12 y el aguerrido
Batallón de Infantería de Marina 5 (BIM5). Soria vio aceptable el plan y accedió.
El desplazamiento del RI4 se llevó a cabo entre las 14.30 y las 15.00, después que sus
tropas cubrieron el trayecto a pie desde Puerto Argentino, bajo una lluvia torrencial,
transportando su equipo a través de un terreno fangoso y anegado, muy difícil de transitar.
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Malvinas. Guerra en el Atlántico Sur
El RI12 hizo apoyo con racionamiento en caliente y eso alivió en buena medida la
situación de los recién llegados.
En medio del aguacero, los soldados procedieron a cavar trincheras y preparar sus
posiciones. El trabajo fue extremadamente agotador y se vio entorpecido por la lluvia y los
vientos feroces que sumados al frío, provocaron nuevos casos de congelamiento.
A las 15.00 el teniente coronel Piaggi se trasladó a la capital de las islas para exponer a sus
superiores el plan de transporte hacia la zona asignada del resto de la unidad. A las 16.15
se encontraba de regreso en su puesto de mando cuando llegaron en helicóptero el jefe de
la Brigada y su ayudante. Cuarenta y cinco minutos después hizo lo propio el general
Menéndez a quien Piaggi expuso sus inquietudes. El alto oficial explicó que la flota
enemiga se hallaba a 50 millas de la costa y que era muy probable que en breve iniciase
acciones que incluían operaciones de desembarco. Por esa misma razón, según sus
palabras, había que estar preparados.
Cuando los generales se retiraron, el teniente coronel Piaggi ordenó un alerta general y
alistamiento máximo para el caso de que se originase un ataque.
Esa noche tuvo lugar el primer incidente serio con bajas en el personal. El cabo Héctor
Colobardas de la Compañía B, ubicada al oeste del dispositivo, creyó ver algo extraño
moviéndose en la obscuridad y armado con su fusil automático FAL, decidió ir a explorar,
sin percatarse de que el soldado clase 63 Vicente Pérez lo seguía a cierta distancia.
En la obscuridad, Colobardas sintió ruido a sus espaldas y sin pensarlo dos veces, giró
sobre sí mismo y disparó, hiriendo de gravedad a Pérez, que cayó sangrando sobre la
turba, al sargento Francisco Bazán, que fue alcanzado en su mano derecha y a un tercer
hombre que se encontraba en su trinchera. Los tres fueron evacuados al hospital de Puerto
Argentino, el primero en grave estado.
El 28 de abril amaneció, al igual que casi todos los días, lloviendo intensamente y a las
08.00 se sirvió una primera ración mientras la Compañía A se alistaba para ser
helitransportada.
Con las condiciones climáticas mejorando lentamente, los soldados aguardaban a las
máquinas de la Fuerza Aérea a lo largo del camino, una espera que resultó una eternidad
porque los helicópteros aparecieron a las 18.00 para cargar a la primera sección.
Piaggi recorrió el dispositivo e inmediatamente después solicitó al Comando un equipo
radioeléctrico Thompson, para establecer su puesto de comunicación con la Brigada y en
ese sentido, despachó hacia la capital al teniente primero López Cazo, quien debía
presentar la solicitud y regresar con el aparato a la mayor brevedad posible.
Casi al mismo tiempo, llegó al puesto de mando una noticia que cayó como balde de agua
fría: forzado por el bloqueo, el “Córdoba”, que transportaba el equipo pesado del
regimiento en sus bodegas, había tenido que regresar al continente. Por resolución del
Comando del TOAS, habría que esperar que el mismo fuera desembarcado en Puerto
Deseado y posteriormente transportado a Comodoro Rivadavia para ser acondicionado y
despachado hacia las islas en aviones Hércules de la Fuerza Aérea. Nuevas demoras,
nuevos inconvenientes.
El jefe del RI12 no podía creer lo que escuchaba; no se habían tomado las previsiones
correspondientes y era evidente que las falencias en materia de logística se estaban
tornando en algo realmente preocupante. Se estaba improvisando y, lo que era peor, se
improvisaba mal.
Para olvidar su indignación, Piaggi decidió efectuar una nueva recorrida por el dispositivo,
a efectos de “masticar” más fácilmente la furia que sentía.
Solo y en silencio caminó toda la noche y mientras lo hacía, pensaba que apenas disponía
de dos piezas sin retroceso de 105 mm y de igual número de jeeps, poco, por no decir
nada, para lo que se avecinaba.
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Alberto N. Manfredi (h)
Llovía furiosamente pero poco le importaba. Todo su regimiento estaba empapado y
semienterrado en el fango y él nada podía hacer. La situación se tornaba intolerable y
presagiaba un futuro angustiante. Todavía no lo sabía pero estaba a punto de comenzar
una verdadera odisea.
El 29 de abril, mientras continuaba lloviendo, comenzaron a embarcar las otras dos
secciones que aún permanecían en el camino. Hacia el mediodía comenzó a aclarar
lentamente y eso alivió un poco las cosas.
A las 17.00 llegó un jeep con el segundo comandante de la Brigada. Piaggi le expuso la
situación poniendo especial énfasis en la falta de coordinación que entorpecía la
movilización. El recién llegado explicó que el soldado Pérez, herido en el incidente la
noche del 27 al 28 de abril, había fallecido y que al sargento Bazán hubo que amputarle
tres dedos de su mano herida, razón por la cual, se lo iba a evacuar al continente. Por otra
parte, el teniente primero López Cazo, a quien Piaggi había enviado a Puerto Argentino
para traer el equipo radioeléctrico, había sido segregado de la unidad y afectado a la
flamante Agrupación “Capitán Giachino” y por consiguiente, no iba a regresar. Fue algo
desconcertante que dio que pensar a su jefe. Era evidente que no había otro aparato en
todo el archipiélago ya que se retiraba de su unidad a uno de los tres hombres especialista
en la materia, para reforzar una sección de flamante creación. ¿No era función de la
Brigada proveer de los medios necesarios a los regimientos?
A las 17.30 el alto oficial se retiró dejando a Piaggi más inseguro que nunca.
El 30 por la mañana llovía intensamente y así siguió hasta las 11.25 cuando llegó un
helicóptero Chinook para embarcar a la sección de tiradores de la Compañía A. Con ellos
abordaron también Piaggi, el capitán Lavaysse y el mayor Moore, quienes llegaron al
istmo de Darwin media hora después, para recorrer el área y hacer la correspondiente
evaluación.
Hemos dicho que Prado del Ganso, mal llamada Ganso Verde, es la segunda población del
archipiélago, con algo más de un centenar de habitantes. El caserío contaba con un
precario embarcadero, una pista de aterrizaje, un hipódromo y una importante escuela
rural (en esos momentos en desuso), cuyo edificio de dos pisos, en forma de hélice tripala,
había llegado a albergar a estudiantes pupilos provenientes del interior de las islas. Puerto
Darwin era un poblado mucho más pequeño, un establecimiento rural sería más adecuado
decir, cuya importancia radicaba en que era la residencia del administrador de la Falklands
Island Company.
Cuando Piaggi y sus oficiales descendieron del helicóptero, lloviznaba ligeramente. Se
encontraban a 2 kilómetros de Prado del Ganso, muy cerca del aeródromo de la localidad
por lo que, de manera inmediata, iniciaron la recorrida comprobando que el lugar era un
típico sector de potreros, protegido por campos minados sembrados por la Compañía C del
Regimiento de Infantería 25 cuando ocupó el sector el 5 de abril, a las órdenes del teniente
primero Esteban.
Durante la inspección pudieron comprobar que la BAM “Cóndor” estaba defendida por
una compañía de defensa compuesta por dos secciones de tiradores, una sección de apoyo
que contaba con dos morteros de 81 mm, una sección de artillería de defensa antiaérea que
disponía de seis cañones de 20 mm, un escuadrón de servicios, uno de aviones Pucará IA58 y otro de helicópteros.
Por boca del vicecomodoro Pedrozo y el propio teniente primero Esteban, los recién
llegados supieron todo lo necesario sobre el dispositivo de defensa, por lo que, a
continuación, el teniente coronel Piaggi procedió a detallar la misión que se le había
asignado.
Finalizada la exposición, el jefe del RI12 y su plana mayor pasaron a reconocer el sector
norte del istmo que estaría a cargo de la Compañía A del RI12 y e inmediatamente
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Malvinas. Guerra en el Atlántico Sur
después, el personal desplegado comenzó a ocupar la región bajo una lluvia torrencial
mientras se producían nuevos casos de pie de trinchera.
Ese mismo día, en horas de la tarde, se completó el traslado del regimiento, más
precisamente las compañías A y C, la primera de las cuales fue ubicada en el sector norte
del istmo la primera y la segunda algo más al sur.
Mientas eso ocurría, Piaggi se encaminó al puesto de mando del Regimiento de Infantería
25, anexo al establecimiento escolar, donde el teniente primero Esteban le expuso algunos
detalles, uno de ellos, que la compañía a su cargo sería organizada como grupo comando
(vale recordar que aún no se había producido el desembarco); que se disponía de cuatro
secciones de tiradores, tres de ellas orgánicas y una perteneciente a la Compañía C del
Regimiento de Infantería 8 (RI8) y que se carecía de una sección de apoyo porque la
misma había sido segregada y retenida en Puerto Argentino. Además, había 114 kelpers en
el lugar (el total de los habitantes de Prado del Ganso) a quienes se les había restringido
sus movimientos al límite perimetral de la población, prohibiéndoseles terminantemente
salir de la misma.
Así fue como las tropas del RI12 procedieron a ocupar la región. En algunos de los
domicilios particulares se dispuso almacenar reservas de alimentos para diez días en caso
de ataque y se decidió emplazar el puesto de comando en una edificación de piedra
ubicada al norte del pueblo, sobre la rada, después de confiscar el equipo de
radioaficionado de su propietario.
Bajo fuego
Al día siguiente, 1 de mayo, se desató una tormenta mucho peor.
A las 04.30 horas el regimiento tuvo su primera alerta roja transmitida desde la capital de
las islas. Los británicos habían iniciado el bombardeo.
De manera inmediata, el teniente coronel Piaggi ordenó a la tropa estacionada en el límite
norte de la pista de aterrizaje recoger equipos y armamentos y desplazarse unos 2
kilómetros al norte, hacia una zona explorada por la Compañía A. Los conscriptos
tomaron sus pertenencias y salieron inmediatamente, salvando sus vidas gracias a la
oportuna medida adoptada por el jefe del regimiento.
A las 06.00, el alerta cesó por lo que Piaggi, en compañía de su estado mayor, se
encaminó hacia el puesto de comando de la base aérea donde el vicecomodoro Pedrozo lo
puso al tanto de lo que había ocurrido en Puerto Argentino. Al llegar, notó que había
mucho nerviosismo en el personal y bastante incertidumbre, sobre todo cuando se dispuso
el despliegue del escuadrón de aviones Pucará en previsión del inminente ataque.
A las 08.25 tuvo lugar el bombardeo aéreo sobre las instalaciones de la BAM “Cóndor” en
el que fallecieron el teniente Jukic y todo su personal técnico, una experiencia traumática
que impresionó pero no amilanó a la guarnición. Otra bomba pegó en la banquina este del
camino que une Prado del Ganso con Puerto Darwin estallando muy cerca de un vehículo
que acababa de ser despachado en comisión y que por un verdadero milagro no sufrió
averías.
Los Sea Harrier batieron la zona con mucha eficacia, barriéndola con el fuego de sus
cañones y con los impactos de sus cargas. Dañaron instalaciones de la base, un sector del
camino y el extremo norte de la pista, alcanzando las carpas de los hombres que Piaggi,
oportunamente había hecho desplazar. Hubieran sido muchas las bajas en ese sector si el
jefe del regimiento no hubiera adoptado esa disposición.
A las 15.20 horas tuvo lugar un nuevo alerta roja, que llegó desde Puerto Argentino
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Alberto N. Manfredi (h)
Junto con la novedad de que tres buques enemigos se dirigían hacia el seno Choiseul, al
este del istmo. En vista de ello, Piaggi y Pedrozo se apresuraron a tomar las medidas
necesarias para la defensa del sector, una de ellas, alistar los morteros de 81 mm y ordenar
a la Compañía A suspender la organización de su zona para ocupar posiciones en las
elevaciones que dominaban el extremo norte de la rada.
Los helicópteros de la Fuerza Aérea comenzaron a desembarcar tropas en un sector que no
era el estipulado por Piaggi y eso demoró el operativo al obligar a los efectivos a realizar
una nueva marcha a pie. Advertidos los aparatos, regresaron y corrigieron el error.
Por la noche, el teniente primero Esteban informó que el personal de la FAA en Darwin
creía que alguien había guiado desde ese punto los ataques aéreos de la jornada, por lo que
se inició de inmediato una búsqueda con las correspondientes requisas.
El 2 de mayo amaneció con mal tiempo. Ese día fueron reubicados los cañones de 20 mm
que se habían desplegado sobre la costa, en prevención de un ataque desde el mar en tanto
la sección de 35 mm permanecería emplazada en el extremo oeste de la península, a 1
kilómetro y medio del aeródromo.
La malvinense June McMullen, nacida y criada en Prado del Ganso, casada con un pastor
del lugar y madre de dos niños, cuenta en Hablando Claro que se asustaron mucho el día
de la invasión y que cuando los argentinos llegaron a la región, no fue tan malo al
principio pero que la cosa fue empeorando a medida que pasaba el tiempo. Una cosa que
la puso furiosa fue cuando los invasores comenzaron a tomar medidas y a dar directivas
arbitrarias que nadie, y mucho menos ella, se atrevieron a refutar. La gente vio con
verdadero temor como se colocaban los helicópteros entre las casas a efectos de evitar el
bombardeo sobre sus posiciones y la destrucción de sus máquinas y como, .después del
primer ataque, los pobladores eran sacados de sus viviendas a punta de fusil para ser
concentrados en el centro administrativo del lugar (el edificio del ayuntamiento), donde
los tuvieron encerrados hasta la llegada de los británicos. June salió de su casa con su hijo
Mattew de tres meses y medio en sus brazos y Lucille, de 4 años, tomada de la mano.
Junto a ella caminaban su esposo, Tony así como también, familiares y vecinos.
Al llegar a la edificación comprobaron que allí no había nada, solo lo que tenían puesto y
algún mobiliario y por esa razón, la primera noche, pasaron mucho frío. Afortunadamente,
al día siguiente, sus captores permitieron que algunos de ellos fuesen en busca de
alimentos, mantas, colchones y demás provisiones, algo que alivió en parte la situación.
Solo había dos baños en el lugar, con un inodoro y un lavatorio cada uno (en Malvinas no
se conoce el bidet), lo que significó un verdadero inconveniente además del hecho de que
los menos afortunados tuvieron que dormir en el suelo, sin colchones.
Durante los días de cautiverio, los malvinenses rezaban todas las noches, comenzando por
el Padrenuestro que dirigía Brook Hardcastle, administrador de la FIC local. Se llevaban
todos muy bien, el humor era bueno y no hubo disputas. En días posteriores, algunos de
los muchachos encontraron un viejo aparato de radio que procedieron a armar en secreto
para sintonizar la BBC. Y así fue como se enteraron de lo que ocurría en el exterior, entre
otras cosas, el hundimiento del “General Belgrano” y la destrucción del “Sheffield”.
El 4 de mayo las baterías antiaéreas abatieron al primer Sea Harrier. Su piloto, Nicholas
Taylor, pereció cuando su avión se precipitó a tierra, cerca de la costa, a 150 metros de la
pista de aterrizaje. Los argentinos celebraron la victoria lanzando sonoros vivas, que
llegaron hasta los kelpers a través de las explosiones. En pleno duelo de artillería, el
sacerdote italiano Santiago Mora, capellán del regimiento, bendijo las posiciones a riesgo
de su propia vida y fue él quien tuvo a su cargo el responso del infortunado piloto, una vez
rescatado su cuerpo. La ceremonia se llevó a cabo el 6 de mayo a las 17.30, muy cerca de
un tambo, a solo 300 metros de donde cayó el avión y fue documentada gráficamente.
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Malvinas. Guerra en el Atlántico Sur
Al día siguiente llegó al lugar el periodista Nicolás Kasanzew junto a su camarógrafo,
después que aviones enemigos sobrevolaran la región a gran altura. El corresponsal de
guerra intentaba realizar una nota sobre las bombas sin estallar que arrojaron los británicos
y el mismo Piaggi se ofreció a guiarlos en una caminata que duró 45 minutos. Kasanzew
notó que no se veía armamento pesado por ningún lado y por esa razón, le preguntó al
oficial donde se encontraba. La respuesta que recibió fue el más absoluto silencio.
En la mañana del 8 de mayo llegó un helicóptero transportando la primera sección de
tiradores de la Compañía C, al mando del subteniente César Álvarez Berro pero ninguna
señal de los víveres solicitados.
Ese mismo día Piaggi fue llamado a Puerto Argentino para recibir nuevas directivas. Voló
en un helicóptero Bell cuyos pilotos le informaron que las alertas rojas eran cada vez más
frecuentes en la capital por lo que la incertidumbre fue aumentando a medida que se iban
acercando.
Al llegar al comando, una vez en presencia del general Menéndez, le fue comunicada la
decisión de constituir con su unidad y la sección del Regimiento de Infantería 25, al
Fuerza de Tareas “Mercedes”, así bautizada en honor de la ciudad asiento del 12 de
Infantería en la lejana Corrientes.
Piaggi pernoctó en Puerto Argentino y regresó a las 19.00 del día siguiente sin haber
recibido la orden de operaciones completa ni las instrucciones para la fuerza de tareas
recientemente creada. Lo único que consiguió fue la confirmación del envío de dos
cañones Otto Melara de 105 mm pertenecientes a la dotación del Grupo de Artillería
Aerotransportada 4 y la correspondiente munición.
Una vez de regreso, el jefe del RI12 impuso a su plana mayor sobre lo conversado en la
capital de las islas mientras los capellanes Sessa y Mora oficiaban misa por sectores.
El día siguiente fue una jornada extremadamente fría, con varias alertas rojas durante la
mañana y largas esperas del material solicitado. Los mismos (en realidad una reducida
cantidad de víveres), llegaron pasado el mediodía junto con doce hombres de la Compañía
de Comando que traían correspondencia para la tropa.
Ante la preocupante falta de raciones, el teniente coronel Piaggi dispuso faenar una docena
de ovejas ya que el debilitamiento de los hombres y su insatisfacción comenzaban a
hacerse notar.
El 11 a las 23.30 atracó en Prado del Ganso el “Monsunen”, al mando del teniente de
navío Jorge Gopcevich Canevari, con 100 tambores de 200 litros de combustible para
helicópteros, 97 de nafta súper y 100 cajones de municiones calibre 105 mm para los Otto
Melara1.
El 12 de mayo cuatro Sea Harrier cruzaron el espacio aéreo a gran altura siendo repelidos
por las baterías antiaéreas, provocando la consabida alegría de la tropa que desde sus
posiciones observaba la acción. Esos vuelos evidenciaban cautela por parte de los pilotos
enemigos debido al derribo de Nick Taylor y la avería de un segundo aparato el mismo 4
de mayo.
A todo esto, Piaggi se encontraba muy preocupado por la escasa cantidad (y no muy buena
calidad) de raciones disponibles, hecho que incidía notablemente en la moral de los
soldados. Por esa razón, solicitó una visita al Estado Mayor pero la misma no se concretó.
El 13 de mayo el Equipo de Combate “Güemes”, que como se dijo al hablar de la batalla
de San Carlos, fue organizado con los efectivos del RI25 y una sección del RI12, se
trasladó en dos helicópteros a la parte norte del estrecho, para cumplir la misión de
patrulla y alerta que se le había encomendado, a efectos de informar sobre posibles
desembarcos en la zona. Al conocer la noticia, Piaggi se trasladó inmediatamente a Puerto
Argentino dispuesto a manifestar su desacuerdo porque la medida debilitaba el dispositivo
de defensa del istmo. De nada sirvieron sus argumentos y eso lo volvió a enfurecer. Todo
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eran problemas e inconvenientes generados por la constante improvisación y nada se hacía
por resolver nada, ni siquiera las cuestiones más sencillas.
Mascullando gruesos epítetos Piaggi abandonó el puesto de comando mientras hombres de
menor jerarquía se hacían a un lado para dejarlo pasar.
De regreso en Prado del Ganso, solicitó que se agilizara el traslado de lo que quedaba de
su regimiento y reiteró el pedido de armamento pesado junto con los indispensables
medios de combate. Desde el Estado Mayor se le respondió que conocían perfectamente
su situación y que se enviaría a la brevedad un equipo de Asuntos Civiles para hacerse
cargo de la localidad y facilitar la atención de todos los problemas operacionales (¡!).
Al escuchar eso, Piaggi quedó un momento en silencio, absorto, sin dar crédito a lo que
acababa de oír. Estaba solicitando armamento y equipo para combatir a un enemigo que
iniciaría el avance sobre su posición de un momento a otro y le contestaban que le
mandaban gente para atender a los civiles. La ineptitud de Menéndez y su entorno se
tornaba en exasperante imbecilismo. Pese a que hizo un esfuerzo supremo para contenerse,
no pudo evitar responder con dureza.
-¡¡Métanse los asuntos civiles en el c… y envíenme el equipo pesado de una vez, gran
Dios!!
Un silencio hermético llegó del otro lado de la línea. Esa misma noche zarpó el
“Monsunen” sin novedad.
Al otro día, las lluvias y el frío atormentaron a la tropa como nunca, lo mismo las alertas
rojas que, para su fortuna, no tuvieron consecuencias. Las PAC seguían sobrevolando a
gran altura sin efectuar ataques y los inconvenientes continuaban.
El desplazamiento de los efectivos que esperaban en el monte Challenger fue suspendido
hasta nueva orden y la noticia del hundimiento del “Isla de los Estados” durante la noche
dejó a los oficiales altamente preocupados.
El 15 de mayo a las 12.15 llegó a las posiciones del regimiento un helicóptero que
transportaba a la Compañía de Servicios y un nuevo cañón de 105 mm sin retroceso, fuera
de servicio en Puerto Argentino.
A las 17.00 sobrevolaron la región los dos helicópteros que habían transportado al Equipo
de Combate “Güemes” hacia San Carlos y conducían de regreso a la capital a efectivos de
la valerosa Compañía de Comandos 601.
Una repentina alerta roja obligó a las aeronaves a posarse en tierra sin que detuviesen sus
rotores. En ese mismo momento, el capellán Mora oficiaba una misa para los integrantes
de la Compañía A del Regimiento de Infantería 12 que debió ser suspendida
momentáneamente.
A las 09.00 del 16 de mayo dos Sea Harrier atacaron con bombas beluga las posiciones
ubicadas al noroeste de la pista de aterrizaje y las de la Compañía C, en el sector sur. El
ataque no tuvo consecuencias y el resto del día transcurrió sin mayores novedades. El día
18, el puesto de mando del teniente coronel Piaggi volvió a efectuar un nuevo pedido de
armamento, recibiendo la siguiente respuesta:
-No se pongan exquisitos porque sino, les bajamos la persiana.
El 19 de mayo el capitán Sánchez efectuó una recorrida por las posiciones para supervisar
la distribución del racionamiento, en cumplimiento de directivas de Piaggi. De esa
manera, el oficial pudo comprobar las diferencias surgidas por la falta de efectos
necesarios para la elaboración y distribución, un nuevo problema para el atribulado jefe
del 12.
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Malvinas. Guerra en el Atlántico Sur
Desde monte Challenger se realizaron sucesivos vuelos de helicópteros con los que se
completó el traslado del personal de la sección Comunicaciones, aunque sin su equipo.
Pese a que la misma no era de mucha importancia y utilidad, su jefe, el teniente primero
Ernesto Kishimoto, se abocó a la tarea de acondicionar el sistema utilizando elementos
descartados pertenecientes a antiguas instalaciones de los kelpers.
Entre las 09.00 y las 11.00 del 21 de mayo, las posiciones recibieron intenso fuego naval
desde una fragata que había tomado ubicación en Bahía Ruiz Puente, a 17 kilómetros al
oeste de Prado del Ganso2. Por los lugares donde hicieron impacto los proyectiles, era
evidente que los británicos buscaban las posiciones de la artillería antiaérea y que tenían
ciertas nociones de sus emplazamientos.
Con el objeto de insuflar ánimo de la tropa, Piaggi y su plana mayor permanecieron de pie,
al descubierto, cerca del puesto de mando, bebiendo té a riesgo de sus vidas.
Según informes de la Compañía A, el fuego estaba siendo reglado por un helicóptero
situado al norte de la sección y si bien no se produjeron bajas, fue destruido un cañón de
20 mm del dispositivo de defensa. Siguieron a continuación dos alertas rojas sin
consecuencias, que se repitieron constantemente durante la noche, mientras llovía
intensamente.
Al día siguiente, entre las 09.00 y las 09.35, los Sea Harrier atacaron en dos oportunidades
en dirección norte-sur, arrojando sus bombas cerca de la pista. Pese a que las mismas
estallaban cerca suyo, Piaggi permaneció imperturbable, bebiendo su té frente a la tropa.
Como contrapartida, uno de los aviones fue alcanzado y en esas condiciones se retiró
hacia el este.
A las 11.00 un A4B atacó por error las posiciones del regimiento resultando más que
oportuna la intervención del puesto de mando que evitó que el mismo fuera derribado por
fuego propio. El piloto regresaba de una incursión sobre San Carlos cuando confundió a la
tropa con el enemigo y le disparó.
Desde Puerto Argentino se despacharon a bordo de la lancha patrullera “Río Iguazú” dos
Otto Melara de la dotación del Grupo Aerotransportado 4, con sus respectivos servicios y
municiones.
Ese día despegaron los Pucará de la sección “Tigre” para atacar posiciones británicas
próximas a San Carlos (como se recordará, Brest no pudo despegar y tanto Tomba como
Benítez fueron derribados) y poco después, la Agrupación “Litoral” dispuso adelantar
patrullas al monte Alberdi a efectos de explorar y establecer contacto con el enemigo. Por
falta de helicópteros, los efectivos debieron ser transportados en vehículos de la dotación
hasta un punto intermedio y luego seguir a pie. A todo esto, doce soldados se encontraban
internados en estado de desnutrición.
El 22 de mayo la aviación británica localizó a la patrullera “Río Iguazú” en la entrada del
seno Choiseul y la atacó con sus cañones provocando la rotura de su timón y otros daños.
Fuera de eso, las patrullas desplegadas a lo largo de aquella jornada informaron que no
había novedad en sus posiciones.
El 24 fue el día en que el teniente primero Esteban llamó desde Douglas Paddock (30
kilómetros al este de San Carlos), solicitando el rescate de su sección que dos días antes se
había batido heroicamente en San Carlos. De la gente del subteniente Reyes, nada se
sabía.
A las 08.45 la “Río Iguazú” encalló sobre la margen oeste de la entrada del seno Choiseul.
Helicópteros argentinos acudieron en su rescate para evacuar en primer lugar a sus quince
tripulantes, incluyendo tres heridos. En sus bodegas quedaron los dos cañones con su
munición y como la lancha se hallaba semisumergida, se necesitó la presencia de un buzo
para desarmar las piezas y descargarlas parte por parte para su posterior rearme.
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El subteniente Juan José Gómez Centurión, valeroso integrante de la Compañía C del
Regimiento de Infantería 25, fue el encargado de llevar a cabo tan delicada operación,
sumergiéndose en las inundadas bodegas, con un traje de neoprene y mascarilla. Así se
logró su desmantelamiento y posterior desembarco mientras patrullas terrestres
proporcionaban seguridad.
Personal del RI12 fue quien llevó las piezas a tierra firme, para entregarlas a los
encargados de su reacondicionamiento y ensamble. El personal debió lubricar cada parte
aplicando aceite Castrol de fabricación nacional y una sustancia especial elaborada en
Prado del Ganso con grasa animal.
Cuando todo estuvo listo, los artilleros pudieron comprobar, con profunda decepción, que
uno de los cañones estaba severamente dañado y por consiguiente, no funcionaba, por lo
que no quedó más remedio que darlo de baja y retirarlo de servicio. Dos piezas más
aguardaban en Puerto Argentino para ser trasladadas al istmo pero, por falta de
helicópteros, debieron esperar algunos días.
Mientras Gómez Centurión procedía a recuperar los cañones, los heridos eran atendidos en
el puesto sanitario del regimiento. Allí fue donde falleció el cabo segundo Benítez, abatido
cuando accionaba la ametralladora 12,7 de la embarcación y el soldado Salvador
Riquelme de la Compañía A, como consecuencia de un paro cardíaco provocado por la
desnutrición.
Conversando con Piaggi, la gente de Prefectura refirió la valerosa actitud del soldado clase
62 Rodolfo Sulín quien secundó a sus superiores con arrojo durante el incendio que se
desató a bordo de la lancha, después del ataque.
Benítez y Riquelme fueron sepultados en las elevaciones que se extienden al noroeste de
la pista de aterrizaje, en una ceremonia que tuvo lugar alrededor de las 18.00 horas. En la
oportunidad, el teniente coronel Piaggi hizo uso de la palabra haciéndose responsable de
aquella muerte inútil (la de Riquelme) pero adjudicándosela también a sus superiores
inmediatos
Durante la noche, mientras llovía intensamente, cayó sobre las posiciones del RI12, una
bengala de iluminación de alto poder que hizo cundir la alarma entre la tropa. Poco
después, se recibió una de las órdenes más ridículas impartidas desde la Brigada; la de
alejar a los efectivos de los caseríos y mantenerlos lo más lejos posible de los isleños,
disposición que implicaba un esfuerzo innecesario y una considerable pérdida de tiempo.
Pese a la sugerencia del capitán Frontera de no llevarla a cabo, Piaggi procedió a
cumplirla, muy a su pesar, pues aún a costa del esfuerzo, era imperioso mantener la
disciplina. Era indignante ver como al alto mando argentino más parecían importarle los
kelpers que la propia tropa.
El 25 de mayo, día de la patria, llegó a Prado del Ganso el “Monsunen”, a remolque del
“Forrest”. Eran las 01.00 horas cuando los buques atracaron en el pequeño muelle del
poblado, el primero con varios heridos a bordo, producto del ataque que había sufrido de
la aviación enemiga. Junto a ellos, venían dos soldados del Regimiento 4 de Artillería que
viajaban a las órdenes del sargento primero Marquetti, que se había destacado durante las
acciones, al rescatar del agua a uno de los tripulantes. Al presentarse en el puesto de
mando del regimiento, el comandante de la embarcación, teniente de navío Gopcevich
Canevari, refirió el hecho a Piaggi, quien se apresuró a apuntarlo en su diario.
Aquel día había amanecido fresco y despejado pero a causa de las continuas alertas rojas,
Piaggi decidió suspender la ceremonia patria y mantener a sus hombres a cubierto, una
excelente medida precautoria ya que cerca de las 09.00, dos Skyhawk A4B atacaron por
error las posiciones, aunque sin consecuencias. Una vez más, el jefe del regimiento los
reconoció a tiempo y evitó que las antiaéreas abriesen fuego.
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Malvinas. Guerra en el Atlántico Sur
Cuando los alertas hubieron cesado, personal del regimiento y la Prefectura Naval
procedieron a descargar el “Monsunen” bajando a tierra una ametralladora de 12,7 mm
para la Compañía A, una MAG de 7,62 para la Compañía C del RI12 y sus respectivas
municiones.
Eran las 11.00 cuando los helicópteros trajeron a la sección de Seguridad. Por la noche,
más precisamente a las 20.00, se estableció un nuevo contacto radial con el teniente
primero Esteban que desde hacía cinco días esperaba en Douglas Paddock para ser
evacuado. El valeroso oficial debió insistir con vehemencia ante la superioridad ya que al
momento, porque hacia cinco días que esperaba y no había indicios de que alguien fuera a
rescatarlos. Nadie mejor que él para confirmar que los ingleses se les venían encima y que
a cada minuto perdido el peligro aumentaba.
Esa noche se destacaron nuevas patrullas hacia diferentes puntos y la artillería procedió a
batir las tierras de Rams Gate y Monte Osborne, sin obtener respuesta aunque generando
el consabido pánico entre los malvinenses cautivos, que con creciente temor habían visto
aumentar el número de tropas invasoras. La angustia se apoderaba de ellos y el siniestro
sonido de los cañones parecía indicar que algo grave estaba por suceder.
El avance británico
Como dice el general Thompson en No Picnic, el hundimiento del “Atlantic Conveyor”
había dejado sin carpas a la 3ª Brigada de Comandos y al Grupo de Tareas Anfibio al
mando del comodoro Michael Clapp. La pérdida de los helicópteros, a bordo del enorme
portacontenedores también fue muy lamentada porque eso dificultaría notablemente los
planes que se habían elaborado junto a su plana mayor. De todas maneras, durante la
noche del 24 al 25 de mayo, el equipo de reconocimiento del Batallón D había llegado
hasta el monte Kent, no así el resto de la unidad y eso retrasó la consolidación las
posesiones.
En momentos en que las avanzadas del Batallón D alcanzaban la estratégica elevación, el
Escuadrón 6 del SBS desembarcaba botes de goma de una de las fragatas y se dirigía a
Puerto Salvador para infiltrase por allí y efectuar misiones de reconocimiento. Su
propósito era utilizar las instalaciones de Teal Inlet, población ubicada al sur del gran
brazo de mar que se adentra al norte de la isla Soledad, como etapa intermedia en la ruta
hacia Puerto Argentino.
El plan de Thompson consistía en lanzar a sus efectivos tras el Batallón D
Aerotransportado, con la totalidad del Comando 42 y una batería de cañones, en varios
vuelos nocturnos. La idea era ocupar las posiciones determinadas después de los
desembarcos, lo que constituía un proceso mucho más largo y complicado que el
calculado durante la planificación de la operación, operación sumamente arriesgada que
no dejaba otra alternativa que caminar. Y para ello era necesario aguardar a la 5ª Brigada
de Infantería además de los helicópteros.
En eso se hallaba abocado Thompson cuando fue llamado a la Central de Comunicaciones
Vía Satélite, recientemente instalada en Bahía Ajax, para recibir la orden de Northwood,
de montar nuevamente la operación de ataque sobre Darwin y Prado del Ganso
oportunamente desechada, exigiéndosele, al mismo tiempo, más acción y celeridad. Como
dice el militar inglés acertadamente, la gente en Gran Bretaña estaba muy nerviosa.
De regreso en su puesto de mando, Thompson mandó llamar al coronel Herbert Jones y le
comunicó que había que volver a planear el ataque al istmo y que la 3ª Brigada quedaba
liberada a su suerte y sus propios medios por lo que no recibiría apoyo ni ayuda de
ninguna índole. Los británicos sabían que los argentinos tenían destacadas dos compañías
de Regimiento de Infantería 12 en el lugar, más una sección del 25 y otra del 8 con el
posible aditivo de una anfibia, y que por esa razón, la pelea iba a ser dura. Además,
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Alberto N. Manfredi (h)
estaban casi seguros de la existencia de dos cañones Oto Melara de 105 mm y media
docena de antiaéreas de 35 mm pero no estaban muy convencidos de la presencia de una
compañía de ingenieros y helicópteros de apoyo.
“H” Jones se dirigió al “Intrepid” para dialogar con los integrantes de una sección del SAS
que el 2 de mayo había atacado el istmo al mando de Holroyd Smith y estos le aseguraron
que la zona estaba defendida por no más de una compañía.
Una vez de regreso, Jones dio cuenta de la inminente puesta en marcha de la operación,
detallando todo lo que había discutido con los referidos comandos. Por su parte, el teniente
coronel Andrew Whitehead recibió instrucciones de abandonar Bahía Ajax en las primeras
horas del 27 de mayo y abordar un LCU (lanchón de desembarco) para dirigirse a San
Carlos y avanzar desde allí hasta Douglas Paddock, siguiendo la ruta de New House. Al
mismo tiempo, se le ordenó a Hew Pike prepararse para marchar a pie hacia Teal Inlet con
la Compañía de Comandos 45.
Pike había hablado con uno de los pobladores de San Carlos y este le había dicho que el
mejor camino hacia aquel otro pueblo era el que pasaba al sur del cerro Bombilla y
tomaba luego hacia el este.
Cuando Thompson fue notificado de ello, aprobó el cambio de planes y dio libertad a su
subordinado para avanzar por esa ruta.
Los británicos iniciaron la marcha hacia lo que iba a ser una de las batallas terrestres más
duras de la guerra, con sus enemigos esperándolos aferrados a sus posiciones, dispuestos a
resistir y a disputar el terreno, plenamente convencidos de la causa que defendían. Tal vez
ambos bandos tuviesen razón o tal vez una de las partes; lo cierto es que quienes debieron
haber combatido por lo que incuestionablemente era suyo, los propios malvinenses,
prefirieron mantenerse en una actitud pasiva y dejar que otros lo hicieran por ellos.
La opinión pública internacional, atenta a lo que estaba sucediendo, podría estar dividida
en cuanto a si los residentes de las islas eran británicos (de hecho, lo eran y lo son) o si los
argentinos tenían derecho sobre el archipiélago; lo que no se dudaba era que los kelpers
eran los verdaderos pobladores y que por esa razón, debieron empuñar el fusil para
combatir junto a los soldados del Reino Unido en defensa de su tierra y sus hogares. Sin
embargo, salvo un tímido y prácticamente inexistente movimiento de resistencia y un
kelper que siguió a los ejércitos en su avance hacia Stanley, ninguno hizo nada pese a lo
rápidos que fueron a la hora de solicitar ayuda a la madre patria. Centenares de jóvenes
británicos iban a perecer o quedar mutilados por ellos, pero en lugar de unírseles, optaron
por observar a la distancia, como si se tratase de simples espectadores, ajenos a los hechos.
Thompson también retrasó el adelantamiento del Comando 42 al monte Kent porque no
deseaba helicópteros posados cuando podría necesitarlos para brindar apoyo al 2 de
Paracaidistas (Para 2). Por tal motivo, el referido batallón fue advertido de ello en tanto el
Comando 40 enviaba a una de sus compañías para que relevase a las anteriores en monte
Sussex.
En la noche del 26 de mayo Herbert Jones guió a su unidad hacia el sur de esa elevación y
continuó avanzando hasta Caleta Camila. Cuando amanecía (27 de mayo), el Comando 45,
que había desembarcado en San Carlos, se puso en movimiento cargando todos sus
equipos, seguido por el 3 de Paracaidistas (Para 3) que avanzaba en dos columnas hacia
Teal Inlet.
En ese instante, el Para 2 procedía a ocupar las instalaciones de Caleta Camila y allí
decidió permanecer oculto, temeroso de ser detectado por la aviación enemiga o, como
dice Thompson, por sus satélites, una aseveración disparatada ya que era bien sabido que
la Argentina no contaba con ellos.
A las 09.30 de la mañana dos Harrier GR3 atacaron las posiciones de Prado del Ganso. En
la tercera pasada el avión del teniente Robert Iveson fue abatido aunque sería rescatado
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Malvinas. Guerra en el Atlántico Sur
después, según se ha dicho. Por su parte, patrullas adelantadas de la Compañía C
informaron sobre posiciones enemigas en las colinas de Darwin, al sur de Boca House y
en los denominados Contornos 50, al noroeste del istmo. Informaban, además, que los
argentinos se hallaban alerta ya que habían abierto un nutrido fuego de cañones, que
obligó a los integrantes de la Compañía C a huir presurosamente en busca de cobertura. La
batalla de Prado del Ganso estaba comenzando.
Era le mediodía del 27 de mayo cuando el Servicio Mundial de la BBC informó que el
Para 2 avanzaba sobre Darwin mientras el Comando 45 lo hacía hacia Douglas Paddock y
el Para 3 hacia Teal Inlet.
Los soldados británicos se pusieron furiosos cuando supieron aquello porque la reconocida
cadena estaba dando a conocer el plan de ataque al enemigo, de ahí que, ni bien finalizó el
conflicto, el gobierno le iniciara juicio a la empresa.
Mascullando gruesas imprecaciones, el coronel Jones ordenó la dispersión y el
atrincheramiento de su batallón dado que era posible un ataque de la artillería enemiga,
pero los argentinos no respondieron porque en esos momentos estaban helitransportando a
sus reservas estratégicas de manera urgente, desde monte Kent hasta el istmo, a efectos de
reforzar sus posiciones. Poco después, su Compañía C comenzó a recibir el fuego de la
artillería británica y eso permitió a los hombres de Jones retirarse.
Cuando los comandos se retiraron, se toparon con un Land Rover azul que avanzaba por el
área en misión de exploración. Los ingleses lo detuvieron y a punta de fusil, obligaron a
sus ocupantes a descender. Se trataba de tres soldados argentinos que no habían tenido
tiempo de utilizar la radio y no estaban advertidos de la situación. Una vez reducidos,
fueron conducidos hasta el campamento de la brigada para ser sometidos a interrogatorio.
Una vez en el puesto el mando, el capitán Roderick Bell, que hablaba correctamente
español (había nacido en Costa Rica donde su padre había sido diplomático), los interrogó
y de ese modo, se pudo determinar que las posiciones argentinas se hallaban en alerta
total.
Por la tarde, se produjo el ataque de los Skyhawk del capitán Carballo sobre Bahía Ajax,
durante el cual, fue destruida la antena de la estación satelital y perecieron seis hombres
además de resultar heridos otros 27.
Al llegar la noche, el comando ya tenía preparado el plan de avance y el mismo le fue
transmitido a Jones para que lo pusiera en marcha de manera inmediata. El mismo
consistía en seis fases que establecían lo siguiente:
1- Patrullas de la Compañía C limpiarían el camino de minas, asegurando el paso hacia
Burntside Pond y Caleta Camila.
2- La Compañía A debía limpiar las instalaciones de Burntside Pond en tanto la B haría lo
mismo en los Contornos 50.
3- La Compañía A limpiaría Punta Coronación.
4- La Compañía B haría lo mismo con Boca House en tanto patrullas de la C procederían a
hacer lo propio con la pista de aterrizaje.
5- La Compañía A seguiría limpiando Darwin en tanto las B y D lo haría en Prado del
Ganso, reteniendo las posiciones.
6- Patrullas de la Compañía C se apoderarían de Caleta Brodie, procediendo luego a su
despeje.
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Alberto N. Manfredi (h)
Las unidades recibirían cobertura y apoyo de la fragata “Arrow”, de la Batería de
Comando Nº 8 y de la Artillería Real con sus cañones de 105 mm más dos morteros de 81
cuyos proyectiles transportaban los fusileros del batallón. A su vez, dos helicópteros Scout
al mando del capitán Jeff P. Niblett y otros dos Gazelles a las órdenes del capitán N.
Pounds, también brindarían soporte, lo mismo las dos secciones de Blowpipes del
Regimiento 32 de Proyectiles Dirigidos de la Real Artillería y su Destacamento Aéreo,
que debían cubrir la línea de cañones.
La compañía de apoyo del Para 2 tomó posiciones en los flancos de la formación,
acompañando a las compañías A y B en su avance. Thompson despachó a su vez al mayor
Gullan del Estado Mayor y al capitán David Constante, oficial de enlace de la Infantería
de Marina adscripto al Para 2, para ponerse a las órdenes de Jones y brindarle la
información necesaria a medida que se fueran desarrollando los acontecimientos.
Por su parte, la sección de reconocimientos del Escuadrón de Ingenieros 59 del Comando,
al mando del teniente Livingstone, debería limpiar los campos minados, desactivar
posibles trampas cazabobos y destruir el equipo capturado, especialmente en la entrada del
istmo.
Ese día, el “Alacrity” se aproximó al “Fearless” y traspasó al estado mayor del general
Jeremy Moore, incluyendo al coronel M. J. Anthony Wilson, paso previo a ser
desembarcado y por la noche, un Sea King de la Escuadrilla 846 transportó tres cañones
del Batallón 8 con sus 320 cargas (en un principio, de acuerdo a lo planificado, iban a ser
200).
“H” Jones solicitó también el apoyo de tanques livianos Scorpion y Scimitar pero
Thompson rechazó el pedido porque consideraba, acertadamente, que los blindados no
iban a poder maniobrar sobre la turba, el fango y los pantanos que se extendían entre
monte Sussex y Puerto Darwin.
Primeras acciones
A las 06.00 (09.00Z) la Compañía C del Para 2 inició su avance bajo una fuerte lluvia,
guiada por el Escuadrón 59 de Ingenieros, precedido a su vez por un batallón al mando del
mayor Dair Farrar-Hockley. Los soldados de ambos regimientos atravesaron varios
arroyos, hundiéndose en el agua hasta la cintura y envueltos por la niebla, se desplazaron
entre matorrales y pantanos.
Cuando el Para 2 se encontraba a 500 metros de Burntside Pond, los argentinos abrieron
fuego produciéndose, de ese modo, el primer contacto entre ambas fuerzas.
Al recibir los primeros disparos, los británicos se arrojaron al suelo en busca de cobertura
y respondieron disparando sus GPMG.
Sin dejar de tirar, los argentinos se replegaron hacia la cercana colina en tanto los
paracaidistas ametrallaban Burntside Pond creyendo que en su interior se habían
atrincherado soldados, pero al aproximarse, pudieron comprobar que en su interior solo se
encontraban cuatro civiles aterrados, entre ellos dos ancianas, que habían salvado sus
vidas al arrojarse al piso en busca de protección. El único herido en aquella casa fue el
perro, que resultó lastimado en el hocico.
Aquello enfureció a los británicos porque, según la información que les había
suministrado Inteligencia, la propiedad estaba ocupada por el enemigo y ningún poblador
se encontraba en el área. De todas maneras, no tuvieron demasiado tiempo para descargar
su ira porque en ese preciso instante, la artillería argentina reanudó el fuego y al cabo de
unos minutos, las balas trazadoras comenzaron a surcar el área, silbando
amenazadoramente, muy cerca de sus cabezas.
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Malvinas. Guerra en el Atlántico Sur
Aquí, en este punto, es donde comienzan a chocar las versiones ya que, según el libro La
batalla por las Malvinas de Hastings y Jenkins, en Burntside Pond los argentinos tuvieron
dos bajas fatales:
Los hombres de Dair Farrar-Hockley avanzaron rápida y silenciosamente hacia su primer
objetivo, Burntside House. Estaban a 500 metros cuando apareció el enemigo y abrió
fuego. Los paracaidistas replicaron con un diluvio de GPMG, se refugiaron enseguida al
pie de la colina para despejar la casa con fuego de armas livianas y granadas. Los
argentinos se habían retirado dejando dos muertos. Adentro de la casa, aterrorizados y
echados en el suelo, hallaron a cuatro civiles ingleses, dos de ellos mujeres de edad1.
Por su parte, Patrick Bishop del “Observer” y John Witerow del “The Times” sostienen en
La Guerra de Invierno, capítulo “Síganme”, ¡que los muertos fueron cuarenta y cuatro!:
Los argentinos resistieron duramente, pero la relación 3 a 1 en el número de sus oponentes
y el mayor poder de fuego de los paracaidistas los superó.
Y más adelante agregan:
La mayoría de los defensores argentinos fueron muertos o heridos en ese ataque. Media
hora después la Compañía B atacó al pelotón que retenía el montículo al oeste de
Burntside House, matando a 24 defensores. Los pocos que consiguieron escapar de ambos
encuentros fueron perseguidos por la Compañía C, la que consiguió matar a otros veinte2.
Se nota a las claras que estos reporteros manejaban las cifras a su antojo y que eso dio pie
a la versión de la enorme diferencia de bajas que, con el paso de los años, los mismos
británicos se encargaron de desmentir.
Mientras la Compañía B llevaba a cabo la segunda fase del plan, la A esperaba agazapada
que el fuego de artillería enemigo cesase para iniciar el avance. En ese momento (era de
noche), comenzó a llover con intensidad.
El combate por el Contorno 50 quedó decidido tras una serie de choques agresivos que se
sucedieron a partir de las 03.00, a cargo de la Compañía B. La D, por su parte, que actuaba
como reserva, comenzó a desplazarse entre aquella y la A, trabándose también en
combate. Ahí fue donde los argentinos, que se retiraban en la obscuridad, sufrieron
algunas bajas y si no tuvieron más fue porque los cañones de la fragata “Arrow”
evidenciaron fallas que la obligaron a suspender el fuego.
A las 04.00, la Compañía A comenzó a desplazarse hacia Punta Coronación pero el fuego
de la artillería argentina la obligó a detenerse, poniendo en peligro los plazos acordados
durante la planificación del ataque. Media hora después, la “Arrow” reparó sus
desperfectos y reinició el cañoneo casi en el momento en que la Compañía A retomaba la
marcha a toda carrera y alcanzaba sus objetivos.
Los argentinos habían tenido un agitado día 27 y comenzaban a evidenciar su desacertada
estrategia de mantenerse aferrados al terreno, pero combatían y estaban dispuestos a
resistir.
Entre las 11.30 y las 11.50 del 28 de mayo se produjo un nuevo ataque aéreo y a las 12.40,
las posiciones del RI12 comenzaron a escuchar ruido de combates muy intensos en el
sector ocupado por la sección de Exploración; sin embargo, por falta de radio, no se pudo
establecer contacto con ella y de esa manera, se perdió la posibilidad de prestar apoyo. Se
produjo, entonces, un segundo ataque aéreo sin consecuencia pero la sección desplegada
en Caleta Camila al mando del teniente Carlos Morales fue atacada por un pelotón de
tiradores que a las 14.30 la rodeó y terminó por reducirla. Sobre sus cabezas pasaron
varios helicópteros británicos en dirección a la retaguardia, para desembarcar tropas.
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Alberto N. Manfredi (h)
A las 21.00 se combatía intensamente al norte de la Laguna Legna, sobre el camino que
conduce a Creek House. Cincuenta minutos después, el comando superior ordenó al
teniente coronel Piaggi ejecutar un ataque en base a la directiva 507, es decir, al norte y al
sur, pero el mismo quedó sin efecto al iniciarse fuego de hostigamiento al este de monte
Sussex (22.30) con dos cañones de 105 mm adelantados.
Reiniciado el cañoneo naval sobre las posiciones de la Compañía A (22.40), se combatía
intensamente en la zona asignada a la sección de Exploración. En determinado momento,
el sector fue iluminado por bengalas de alto poder y eso permitió a los argentinos
concentrar el fuego sobre las avenidas de aproximación del enemigo y contener la presión
que ejercían las diferentes unidades que se habían lanzado por allí.
Mientras tanto, en Puerto Argentino, el Equipo de Combate “Güemes”, con el teniente
primero Esteban a la cabeza, se aprestaba a embarcar en el “Forrest” para trasladarse a la
zona de combate. Sin embargo, cuando estaban a punto de embarcar, una contraorden la
detuvo, informándosele al bravo oficial que la operación se posponía para las 10.00 del día
siguiente y que se haría por medio de helicópteros.
Se intensifican los combates
Con las primeras luces del 29 de mayo el Para 2 lanzó su ataque masivo. Los británicos
confiaban en una batalla rápida y de pocas bajas, basándose, posiblemente, en la
suposición de que los argentinos no pelearían pero, lejos de lo que suponían, se
encontraron con fuerte oposición.
El batallón se disponía a encarar una difícil batalla, tal vez la más crítica de la guerra y
según Hastings y Jenkins, la de mayor magnitud que enfrentaban los británicos desde la
guerra de Corea.
Con los primeros intercambios de disparos, tanto de artillería como de armas livianas, la
balanza comenzó a inclinarse bruscamente contra los británicos debido a que, mientras
estos avanzaban, los argentinos, aferrados al terreno, los batían con fuego de artillería para
evitar su ingreso al istmo.
La Compañía A del Para 2 inició el avance dispuesta a iniciar el asalto a Puerto Darwin.
Su comandante dejó una sección en Punta Coronación para que hostigara desde allí con
fuego de protección en tanto el resto de la unidad se desplazaba hacia el oeste, motivada
por la expectativa y la confianza, pero se encontrarían con fuerte oposición.
Desde las 01.00 (04.00Z) los británicos disparaban sus morteros y la artillería naval batía
las posiciones enemigas en el sector norte, apuntando preferentemente al Punto 402 y
Grantham Hound. En vista de ello, el teniente coronel Piaggi ordenó suspender
momentáneamente el fuego y replegar la artillería con la Compañía A para atacar el monte
Cantera.
Una hora y media después, la infantería británica y la Compañía A del Regimiento de
Infantería 12, al mando del teniente primero Jorge A. Manresa, se trababan en combate.
Esta última se replegó combatiendo mientras recibía fuego de morteros y armas
automáticas, proveniente de monte Sussex y Camila Creek, pero se detuvo a los pocos
metros, media hora después metros al encontrar un terreno propicio en las elevaciones
ubicadas al norte del istmo.
Para sorpresa de los británicos, la batalla se tornaba cada vez más dura. Al fuego enemigo,
la artillería argentina respondió con disparos de mortero de 81 y 120 mm, especialmente
sobre la retaguardia británica, sin poder precisar sus resultados por falta de visores
nocturnos. De todas formas, hacia las 03.00 (06.00Z), la compañía combatía estoicamente
con la intensión de no ceder terreno, mientras recibía apoyo de la artillería. La falta de
comunicación impedía precisar los blancos en aquella noche cerrada, solo quebrada por
los resplandores de los obuses y morteros y las balas trazadoras.
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Malvinas. Guerra en el Atlántico Sur
Los británicos se encontraron con una fuerte resistencia, sobre todo en las ruinas de Boca
House, donde una sección del RI8 combatía tenazmente intentando mantener la posición.
De esa manera, se vieron atrapados en terreno abierto, lejos de los refugios y con fuego
frontal que los mantenía a raya. Para colmo, contra lo que se suponía, los argentinos
habían construido sólidas trincheras con techos fuertes y eso los protegía, no solamente del
fuego frontal sino también, del ataque de los Sea Harrier. Como aseguran Hasting y
Jenkins en La batalla de las Malvinas, los ingleses pudieron comprobar que aquellas
versiones de un ejército argentino desganado y desmoralizado, carecían de fundamento.
“Tantas mentiras que nos dijeron acerca de que no querían pelear y estaban peleando
como leones”3.
El fuego de artillería de ambos bandos era realmente impresionante y las unidades
británicas no tardarían en sentir sus efectos.
Antes del amanecer, el teniente coronel Piaggi intentó una maniobra destinada a
contrarrestar la presión enemiga mediante un contraataque tendiente a recuperar el límite
anterior del principal campo de combate. El jefe del RI12 había conversado con el
capellán de su regimiento, el padre Santiago Mora, quien conociendo la capacidad
combativa de algunos de los hombres, le dijo:
-Señor Teniente Coronel, basado en mi propia experiencia, durante la Segunda Guerra
Mundial en Italia, estimo que, por el potente fuego de artillería enemiga que se recibe más
el cansancio de los soldados, será muy difícil sostener las líneas defensivas. Si Ud. me
permite, creo que sería conveniente utilizar la Sección de Tiradores Especiales, del
teniente Roberto Estévez, a la que le reconozco un excelente espíritu para el combate.
Estévez era un valeroso joven de 25 años, oriundo de la provincia de Misiones,
profundamente católico y nacionalista que, según el decir de Isidoro Ruiz Moreno, estaba
dotado de una mística militar fuera de lo común y era sumamente apreciado y respetado
por la tropa, pese a lo exigente que solía mostrarse con ella y consigo mismo.
Para tener una idea de su personalidad, cuando su batallón fue notificado de que debía
prepararse para tomar parte en la invasión del archipiélago, comenzó a alistarse con un
entusiasmo fuera de lo común y a manifestarle a sus compañeros, entre ellos, el
subteniente Juan José Gómez Centurión, que no regresaría con vida de las islas. Antes de
abandonar los cuarteles de Sarmiento, provincia de Chubut, escribió una carta a su padre
que es un ejemplo de patriotismo y del orgullo propio de un valiente.
Piaggi escuchó el consejo y respondió:
-Gracias, padre, lo pensaré; mis asesores también me dieron el mismo consejo; esta
reserva es lo último de lo que disponemos.
Fue después de un rápido análisis con los oficiales de su plana mayor, en pleno fragor de
la batalla, que el jefe del RI12 dispuso el contraataque, llamando a su presencia al
mencionado oficial.
-Teniente Estévez, como último esfuerzo posible, para evitar la caída de la posición
Darwin-Goose Green, su sección contraatacará en dirección noroeste, para aliviar la
presión del enemigo sobre la Compañía A de nuestro regimiento. Tratará de recomponer, a
toda costa, la primera línea. Sé que la misión que le imparto sobrepasa sus posibilidades,
pero no me queda otro camino4.
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Alberto N. Manfredi (h)
-¡A la orden, mi teniente coronel! – respondió Estévez decidido mientras se cuadraba y
hacía la venia.
Piaggi, que era un excelente oficial, estrechó en un fuerte abrazo a su subordinado y le
ordenó partir de inmediato.
Una vez de regreso, Estévez pronunció una breve aunque emotiva arenga.
-Soldados, en nuestras capacidades están las posibilidades para ejecutar este esfuerzo
final, y tratar de recomponer esta difícil situación. Estoy seguro de que el desempeño de
todos será acorde a la calidad humana de cada uno de ustedes y a la preparación militar de
que disponen.
Y a continuación, lanzó la orden que aún hoy, todos los que sobrevivieron, llevan grabada
en sus mentes, la misma que pronunciaría “H” Jones unas horas después, antes de caer
abatido:
-¡¡Síganme!!
Eran las 07.30 cuando la compañía de tiradores de la primera sección del RI25 al mando
del teniente Roberto Néstor Estévez, inició el contraataque.
Tras recibir la orden de su jefe, Estévez y sus hombres emprendieron el avance hacia el
noroeste, rumbo a Boca House, donde resistía heroicamente el Regimiento de Infantería 8.
Estévez llegó acosado por el fuego enemigo y rápidamente entró en combate, logrando
frenar el avance británico. Lo primero que hizo fue solicitar apoyo de fuego al teniente
primero Kishimoto, ya que tenía numerosos heridos y debido al cañoneo y la metralla, no
podían sacar sus cabezas de los pozos.
-Para la Sección, sobre las fracciones enemigas que se encuentran detrás del montículo,
¡fuego! Artilleros, sobre el lugar, deriva 20 grados, alza 400 metros, ¡fuego! Esté atento
cabo Castro, en dirección a su flanco derecho, puede surgir alguna nueva amenaza.
El combate se tornó extremadamente duro, con los británicos disparando desde la costa y
los argentinos resistiendo con tanta firmeza que, finalmente, lograron bloquear el avance,
y aliviar en parte la presión.
En ese momento, Estévez recibió un balazo en la pierna derecha
-¡¡Cabo Castro, me hirieron en la pierna, pero no se preocupe, continuaré reglando el tiro
de la artillería!!
Desoyendo la indicación de no preocuparse, el cabo Castro solicitó asistencia médica.
-¡¡Enfermero, atienda al teniente!! – gritó.
En ese mismo momento, otro disparo le dio a Estévez en el hombro izquierdo.
-¡¡Me dieron de nuevo, esta vez en el hombro. Cabo Castro no abandone el equipo de
comunicaciones y continúe dirigiendo el fuego de artillería!!
Una explosión detrás de su pozo de zorro hizo vibrar la tierra a su alrededor y casi en el
mismo momento comenzaron a llegar espeluznantes gritos de dolor. Cuando el oficial se
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Malvinas. Guerra en el Atlántico Sur
volteó para ver que ocurría vio a un suboficial envuelto en llamas ( lo habían alcanzado
por proyectiles incendiarios) que pedía desesperadamente que alguien lo matara. Minutos
después, se lo dejó de escuchar.
Con las bombas silbando y cayendo a su alrededor, el soldado Rodríguez pensó que la
muerte había sido lo mejor para aquel pobre hombre.
A través de la radio, Estévez volvió a insistir sobre el pedido de fuego, al comprobar con
preocupación que este no se concretaba. Cuando terminó de hablar, una bala le perforó el
pómulo derecho, arrojándolo de espaldas al barro. Al verlo caer, el cabo Castro corrió a su
lado:
-¡Teniente Estévez! – gritó zamarreándolo - ¡¡Teniente Estévez!!
Pero el oficial no respondía y por eso Castro aulló a la tropa.
-¡¡Soldados, el teniente está muerto, me hago cargo!! – y en momentos en que tomaba la
radio para insistir con el pedido, fue alcanzado por otro disparo que lo mató en el acto.
Fue el soldado Fabricio Carrascul el que tomó el mando.
-¡¡Camaradas, me hago cargo de la sección, nadie se mueve de su puesto, economicen la
munición y apunten bien a los blancos que aparezcan!!
El puesto de mando del teniente coronel Piaggi recibió el angustioso pedido de Carrascul
solicitando apoyo e informando sobre lo ocurrido, además de dar cuenta que su posición
se hallaba sometida a un fuego infernal.
-¡¡Me hago cargo de la sección; necesito órdenes!! – volvió a gritar el soldado a través del
aparato.
Casi enseguida, los británicos iniciaron movimientos que evidenciaban un repliegue y
entonces Carrascul informó:
-¡¡¡Los ingleses se repliegan, los hemos detenido y los obligamos a retirarse!!! ¡Viva la
Patria!
Lamentablemente las órdenes no llegarían a ser oídas. Una ráfaga de metralla acabó con
su vida, dejándolo tendido en el fondo de la trinchera.
El soldado Rodríguez se hallaba agazapado al lado suyo cuando Carrascul fue abatido.
Incorporándose levemente, se acercó hasta su cuerpo y al hacerlo, vio que un hilo de
sangre corría por su rostro. Fue entonces que una inesperada voz llegó hasta sus oídos en
medio del fragor del combate.
-Póngase el casco, soldado.
Era Estévez, a quien creía muerto. Cuando Rodríguez se volvió hacia él sobresaltado, vio
que el oficial agonizaba inerme sobre la turba y poco después murió. Había caído como un
héroe, defendiendo su posición y con el último aliento de vida que le quedaba,
manifestaba preocupación por la suerte de su subordinado.
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Alberto N. Manfredi (h)
El fuego de artillería solicitado por Estévez y la firme determinación de su sección de
tiradores habían logrado detener el avance enemigo. La misión se había cumplido y sus
efectivos pudieron replegarse para ponerse a cubierto.
A eso de las 08.30 la Compañía A del RI12 se encontraba disminuida en un 50%. Sus
bajas eran numerosas e incluso había personal extraviado y otro en repliegue desordenado
hacia Prado del Ganso. Su jefe intentó reorganizarla por todos los medios, en tanto la
sección de apoyo de artillería se replegaba a las órdenes del subteniente Marcelo
Colombo, ocupando las posiciones abandonadas recientemente por efectivos de la base
aérea, desde donde se abrió fuego con los morteros de 81 mm apuntando hacia el norte.
A todo esto, los tenientes médicos Mendoza y Adgigogovich del RI12 recorrían
permanentemente las posiciones atendiendo al personal herido. Demostrando mucho
valor, el dragoneante Claudio García del RI8 evacuaba en un Land Rover a los heridos,
exponiéndose peligrosamente al fuego. Algo más allá, hacía lo propio el teniente de
Intendencia Colugnatti, transportando víveres y municiones.
A las 09.00, tres Pucará de la escuadrilla “Nahuel”, al mando del capitán Roberto Arturo
Vila (avión matrícula A-537) e integrada por los tenientes Hugo Eduardo Argañaráz
(avión matrícula A-533) y Roberto Címbaro (avión matrícula A-532), atacaron posiciones
británicas, recibiendo múltiples impactos. Así relató el ataque el teniente Argañaráz que el
día anterior, bajo el indicativo “Pampa”, había cruzado desde el continente junto al alférez
Luis Eugenio Blanchet, guiado por el Mitsubishi civil, que contaba con un navegador tipo:
Nos reunimos en el puesto de comando: cumplía tales funciones un pozo techado
con planchas de aluminio de la pista y cubierto de tierra. Allí por primera vez,
escuché los pedidos de ayuda enviados por la Base “Cóndor” (Puerto Darwin). Se
encontraban rodeados y solicitaban auxilio de cualquier tipo.
Organizamos enseguida una escuadrilla que saldría a hacer apoyo de fuego directo.
El jefe era el capitán Vila (Nahuel) el número dos teniente Címbaro (Chino) y el
tres, yo (Gaucho). (...)
En vuelo nos comunicamos con "Cóndor" (vicecomodoro Pedrozo), y supimos que
la situación había empeorado; acorralados por el enemigo, habían abandonado
Darwin, refugiándose en Pradera del Ganso. Desde allí nos informaban donde
debíamos atacar.
El blanco se encontraba atrás de una humareda, pasando una loma. A partir de ese
momento todo llegó muy rápido. Vi al guía pasar la loma y descargar todos sus
cohetes produciendo una gran explosión.
Luego el numeral 2 hizo el mismo procedimiento y salió con un viraje muy cerrado
a la izquierda.
Al cruzar yo la loma, se me presentó en la mira una casa y un grupo de hombres que
convergían en ella desde varias direcciones. Desde allí vi salir una pequeña
llamarada que ascendía velozmente hacia el avión Nº 2, y le grité por radio:
— ¡Dos, le tiraron un misil, cierre viraje!
En segundos, la explosión a escasos metros de la panza. El “Chino” Címbaro los
había eludido. (...)
Disparé todos mis cohetes sobre la casa que tenía en la mira. En se instante todo se
tornó rojo delante de mí; un fogonazo me hizo cerrar los ojos y sentí la frenada
brusca del avión. Tenía gusto a sangre en la boca, como si me hubieran golpeado la
nariz. El avión se invirtió y quedé cabeza abajo. Entonces comprendí que de la casa
me habían lanzado un misil […] y este había impactado contra los cohetes que yo
descargué; en ese momento, conciente de lo ocurrido, informé a mi guía que me
eyectaba, pero me di cuenta que estaba invertido, a escasos metros del suelo, lo que
equivalía a una muerte segura.
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Malvinas. Guerra en el Atlántico Sur
Probé enderezar el avión para mi eyección y al comprobar que los comandos me
respondían normalmente, puse rumbo hacia donde se había ido el resto de la
escuadrilla.
Sentí una gran alegría cuando, a los tres minutos de vuelo, los divisé, pero ellos no
me habían visto e informaban que volvían dos. Podía escucharlos pero no
comunicarme. El radar les decía que tenían tres aviones en la pantalla de
observación.
Por fin, logré salir al aire.
-¡Claro que son tres! ¡El Gaucho también vuelve!
A continuación llegó la sección “Bagre” integrada por el capitán Ricardo Antonio Grunert
(avión matrícula A-533) y el teniente Alcides Tadeo Russo (avión matrícula A-532), el
primero de los cuales quedó fuera de servicio tras recibir cincuenta y ocho impactos en el
fuselaje y cuatro en el motor izquierdo.
Diez minutos después, helicópteros argentinos desembarcaron a 3 kilómetros al este de
Prado del Ganso a los efectivos del Equipo de Combate “Güemes” quienes, después de
pernoctar en Puerto Argentino, se disponían a entrar nuevamente en combate. Bajo intenso
fuego los efectivos, encabezados por el teniente primero Esteban, se dirigieron a toda prisa
en dirección al poblado mientras los aparatos en los que habían llegado levantaban vuelo y
regresaban a la capital llevando heridos a bordo.
En vista de la mencionada retirada británica en Boca House, Piaggi creyó que podía
revertir la situación si despachaba una sección para tomar las alturas del frente norte. Para
ello habló personalmente con Esteban solicitándole que su compañía constituyese una
primera línea en el sector central de las posiciones originales de la Compañía A,
explicando que en 3000 metros al frente no había enemigos y que los ingleses se estaban
replegando batidos por la artillería.
Esteban alistó a su gente y la formó en dos columnas poniendo una a su mando y la otra al
del subteniente Juan José Gómez Centurión, pronunciando luego una breve arenga e
impartiendo algunas directivas.
Los hombres de Seineldín se pusieron en marcha con la sección de Gómez Centurión
bordeando la costa. Lloviznaba y la bruma dificultaba la visión pero los efectivos
siguieron avanzando, con el sonido de la batalla atronando los alrededores.
Gómez Centurión despachó una partida de avanzada al mando del cabo Oviedo con
órdenes patrullar el área que se extendía delante. El subteniente, oriundo de San Juan, hijo
de un general de la nación, estaba más que ansioso por conocer la suerte de su amigo, el
teniente Estévez, pues se negaba a pensar que le pudiese haber pasado algo y, mucho
menos, que pudiese estar muerto.
La sección terminaba de pasar el edificio del gran colegio de Prado del Ganso cuando
regresó a todo correr la gente de Oviedo informando que el enemigo avanzaba por el
camino.
La muerte de “H” Jones
El teniente coronel Herbert Jones decidió reiniciar el ataque lanzándose al asalto en Boca
House. Cuando la Compañía A se puso en marcha cubierta por el Pelotón 3, comenzó a
moverse una vez más sobre terreno descubierto, lo que fue advertido por Dair FarrarHockley, que se hallaba ubicado frente a las colinas, tal como después informó.
Lo que en realidad ocurría, era que la columna avanzaba dividida en dos, en forma
paralela al camino costero, junto a los alambrados que se extendían allí y eso la puso al a
la vista de Gómez Centurión cuyos hombres habían tomado ubicación en las
inmediaciones y aguardaban cuerpo a tierra observando atentamente a los efectivos que se
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Alberto N. Manfredi (h)
aproximaban. Ignoraban de qué clase de soldados se trataba pero podían percibir que se
movían sobre el terreno con plena seguridad, al tanto, sin ninguna duda, de los campos
minados.
Cuando la columna británica se encontraba a menos de 150 metros de distancia, los
argentinos abrieron fuego y varios hombres cayeron mientras el resto se arrojaba al suelo
buscando protección.
Los británicos dispararon a su vez pero, evidentemente, reinaba la confusión en sus filas
porque disparaban al azahar. Los argentinos estaban ubicados en una posición ventajosa y
pese a la poca visibilidad, efectuaban un fuego violento y certero que los inmovilizó. Los
hombres de Jones estaban atrapados en un verdadero cuello de botella que les impedía
todo tipo de movimiento y para colmo, sus morteros no podían disparar porque corrían el
riesgo de abatir a su propia gente.
Los argentinos accionaban sus armas de repetición, proyectiles de fósforo blanco (tres en
total) a través de un lanzador Instalaza y los cohetes descartables capturados a los ingleses
en los cuarteles de Moody Brook después de la toma de Puerto Argentino.
Fue al cabo de veinte minutos de intensa lucha, que el fuego cesó repentinamente y el
silencio se apoderó de los alrededores.
Por sobre la bruma, Gómez Centurión alcanzó a ver las siluetas de tres hombres que
parecían agitar sus cascos. Evidentemente, les estaban haciendo señales.
Los soldados se incorporaron con mucha cautela y comenzaron a avanzar alzando sus
fusiles con el brazo derecho y sus cascos con el izquierdo. Gómez Centurión ordenó a su
gente no disparar en tanto los británicos seguían avanzando, muy lentamente. A mitad de
camino, se detuvieron y solo uno de ellos siguió caminando, era “H” Jones.
El británico se desvió un poco de su ruta para atravesar el ángulo del alambrado que daba
acceso al potrero que separaba a ambas fuerzas, dejando en evidencia, una vez más, que el
enemigo conocía de sobra la ubicación de las minas.
Gómez Centurión se incorporó y esperó. El sargento García y uno de sus soldados
hicieron lo mismo y al cabo de unos segundos, echaron a andar los tres, también
cautelosamente, en dirección al inglés. En un punto, a mitad del camino, el subteniente les
ordenó detenerse ahí mismo y continuó solo.
-A partir de aquí sigo yo – dijo.
Estaba seguro de que el inglés venía a rendir a su pelotón o a pedir la evacuación, cosa que
no permitiría bajo ningún punto de vista, pero su asombro no tuvo límites cuando una vez
frente a frente, el anglosajón comenzó a hablar.
-Soy el jefe de los paracaidistas – dijo mientras se colocaba el casco – exijo la rendición
de su unidad. Tiene todas las garantías de que serán tratados de acuerdo a la Convención
de Ginebra.
Al percatarse de la treta, Gómez Centurión estalló indignado, presa de la furia.
-¡¡Hijo de puta!! – respondió en inglés - ¡¡Te doy dos minutos para volver con tu gente
antes de ordenar abrir fuego!!
-¡Tranquilo, tranquilo! – respondió Jones intentando serenar a su oponente en tanto subía y
bajaba la mano izquierda pidiendo calma.
-¡¡Solo dos minutos – volvió a decir el argentino – Fuera de aquí!!
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Malvinas. Guerra en el Atlántico Sur
Sin decir más, dieron ambos media vuelta y se retiraron hacia sus respectivas líneas
decididos a reanudar el combate. Los británicos habían aprovechado el alto el fuego para
efectuar deliberadamente una serie de desplazamientos (algo deshonroso en términos
militares) y al ver que las conversaciones fracasaban, abrieron fuego cuando Gómez
Centurión se hallaba a unos diez metros de su gente.
Maldiciendo y lanzando imprecaciones, el oficial argentino giró y disparó, reiniciándose el
enfrentamiento con más violencia que antes.
Jones corrió hasta el alambrado y cuando intentaba arrojar una granada fue alcanzado por
una bala del conscripto Jorge Oscar Ledesma, que le disparó desde una distancia de 50
metros con suma precisión. El oficial británico cayó al suelo y allí quedó tendido,
sangrando abundantemente.
Al ver caer a su jefe, Dair Farrar-Hockley corrió para socorrerlo mientras el fuego de las
ametralladoras argentinas se hacía cada vez más intenso. Jones recibió una nueva descarga
cuando el cabo Melia, del Batallón de Ingenieros Reales caía mortalmente herido sobre la
turba.
Mientras Jones agonizaba enredado en los alambres, el soldado Tuffen, de 17 años, recibió
un impacto en la cabeza que lo mató en el acto. Sus compañeros corrieron
desesperadamente para intentar mantenerlo despierto y evitar que entre en coma cuando
uno de ellos, el soldado Worrall, recibió al menos dos impactos que lo dejaron gravemente
herido. Los cabos Prior y Albols intentaron socorrerlo, exponiéndose valerosamente al
fuego pero el primero fue abatido y el segundo fue forzado a arrojarse al suelo. Al verlo
caer, su amigo, el cabo Hardman, se desesperó y corrió hacia él pero una bala le destrozó
la cabeza, matándolo instantáneamente.
Mientras tanto, la batalla crecía en intensidad. La sección de Gómez Centurión ya tenía
cinco muertos y varios heridos en tanto los británicos cuatro y dos heridos graves, uno de
ellos, prácticamente agonizante.
Gómez Centurión ordenó al sargento García escoger a dos soldados para efectuar un rodeo
de las posiciones enemigas y batirlas desde la retaguardia y aquel seleccionó a los
soldados Austin y Allende, al frente de los cuales, partió a cumplir la orden.
Alcanzaron juntos la posición pero al llegar al lugar fueron tiroteados y cayeron heridos.
El cambio de posición efectuado durante el alto el fuego había beneficiado a los ingleses
porque eso les permitió superar el cuello de botella y tomar ubicación en un sector más
apto del terreno. La situación de los argentinos se comenzó a complicar, acosados desde el
campo sin minas próximo a las elevaciones, de ahí la necesidad de efectuar un
desplazamiento hacia una posición menos ventajosa, en busca de cobertura.
Por el lado británico, el capitán Chris Dent, en cumplimiento de una orden de FarraHockley, intentó abrirse paso hacia las colinas cercanas pero murió al recibir fuego de
metralla durante el avance. Casi al mismo tiempo, pereció el capitán D. A. Word, hecho
que movió al cabo Todd a solicitar autorización para evacuar la posición y retroceder hasta
el punto de partida.
La versión que durante años sostuvieron los británicos de un Jones pereciendo cuando
avanzaba contra un nido de ametralladoras, al frente de su pelotón, es inexacta y a sido
desmentida por estudios posteriores efectuados en el mismo Reino Unido. Incluso se ha
debatido su actuación hasta tal punto que su condecoración póstuma fue cuestionada por
varios integrantes de las fuerzas armadas británicas, uno de ellos el oficial del Para 2 y
teórico militar Spencer Fitz-Gibbon quien escribió en 1995 que, a pesar de su indudable
valor, Herbert Jones hizo más para impedir la victoria de la unidad a su mando que para
obtenerla. Según su análisis, el aludido oficial perdió de vista el panorama general de la
batalla e impidió a los jefes de sus subunidades ejercer la misión de comandos a causa de
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Alberto N. Manfredi (h)
su impaciencia y su dramática pretensión de intentar llevar adelante “su propia hazaña”, de
superar la posición en la que había quedado atascado.
La Compañía A del RI25 comenzó a ser atacada con cohetes de 66 mm y armas
automáticas. Para entonces, el puesto de “H” había sido ocupado por el mayor Chris
Keeble, que procedió a cumplir el pedido que le hizo por radio, solicitándole que se
hiciera cargo del pelotón lo antes posible, temeroso de que, al ver a su jefe muerto,
cundiera el desánimo entre sus integrantes.
Un cohete disparado por el cabo Abols impactó dentro de una casamata ocupada por gente
del RI8, silenciándola en el acto y de ese modo, una a una, las trincheras comenzaron a
caer en poder del Para 2 en tanto el número de heridos crecía de manera alarmante.
Pese a la inyección de morfina que se le había aplicado, Jones agonizaba, razón por la cual
se solicitó a San Carlos un helicóptero para evacuarlo de manera inmediata. A través de la
radio, se informó que el pedido no iba a poder ser satisfecho pero ante la insistencia por
parte de Farrar-Hockley, se despacharon dos Scouts, el matrícula XP902 piloteado por el
capitán Jeff P. Niblett y el sargento J. W. Glaze y el XT629 tripulado por el teniente
Richard Nunn y el sargento Bill A. Belcher como artillero.
Mientras el combate se desarrollaba en tierra, a las 11.30 (14.30Z) llegó desde Puerto
Argentino la sección “Sombra” integrada por dos Pucará de los tenientes Miguel Ángel
Giménez (avión matrícula A-537) y Roberto Címbaro (avión matrícula A-532), con la
misión de atacar Camila Creek.
Los aparatos volaban a baja altura, después de bordear las islas y una vez sobre los
objetivos, detectaron a los helicópteros que se desplazaban con rumbo 020 en dirección a
Darwin. Giménez consultó a la BAM “Cóndor” si había aeronaves propias en la zona y el
operador de radio le dijo que no.
-¡Negativo! ¡Negativo! ¡¡Derríbenlos!!
Giménez impartió instrucciones y ambos se lanzaron al ataque. Durante la corrida de
aproximación, los helicópteros se percataron de la presencia enemiga e iniciaron
maniobras de evasión, uno hacia el este y otro hacia el oeste.
Címbaro se abalanzó sobre el XP902 que escapaba en la última dirección en tanto
Giménez, comenzó a perseguir al XT629, que volaba bajo en dirección a Puerto
Argentino. El Scout del capitán Niblett efectuó maniobras para evadirlo pero no pudo
evitar ser alcanzado por Címbaro. Sin embargo, sus movimientos bruscos complicaron el
ángulo de tiro de su perseguidor y el Scout logró zafar.
Giménez, mientras tanto, seguía al teniente Nunn y cuando lo tuvo en la mira, abrió fuego.
Aquí se produce un cruce de versiones que pone en duda cual de los dos pilotos abatió al
helicóptero. Mientras algunas atribuyen el derribo a Giménez, otras, incluyendo al mismo
piloto, se lo adjudican a su numeral.
Según refieren los autores de Malvinas. La Guerra Aérea (Falklands. The Air War), el
sargento Belcher fue alcanzado por un proyectil de 20 mm que prácticamente le arrancó la
pierna derecha y por balas 7,62 que le dieron en la espinilla izquierda. Su compañero
Nunn recibió un disparo directo en el pecho que lo hirió de muerte. El aparato comenzó a
caer y se estrelló una milla al sudeste de Camila Creek envuelto en llamas.
Nunn intentó por todos los medios, dominar su aparato pero no lo logró.
El teniente Címbaro alcanzó a ver a Belcher saliendo de entre la masa de hierros
retorcidos cuando pasó sobre los restos del helicóptero y supuso que la máquina abatida
era el XP902, contra la que había disparado, pero la misma volaba prácticamente indemne
hacia San Carlos, solicitando auxilio radial para sus malogrados compañeros.
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Malvinas. Guerra en el Atlántico Sur
Belcher logró arrastrarse por la turba y con mucha dificultad se alejó de las llamas. Tenía
una pierna prácticamente arrancada, doblada en un ángulo imposible y la otra gravemente
lastimada por lo que fue un milagro que saliese vivo de entre los hierros retorcidos de su
Scout. Haciendo un esfuerzo supremo extrajo una jeringa con una dosis de morfina y se la
aplicó en la pierna izquierda (pues a la otra la daba por perdida) y aunque sintió algo de
alivio, los dolores siguieron siendo tremendos.
Iba a ser el Gazelle XX413, piloteado por el capitán N. Pounds y el cabo J. S. Woods el
que lo localizaría horas después5.
Cuando Keeble tomó el mando, la Compañía A del Para 2 se encontraba en sus
posiciones, no así la B que se batía en dura batalla.
Los paracaidistas británicos seguían avanzando trinchera por trinchera, disparando sus
mortales cohetes antitanque, sin dejar de recibir fuego y sufrir bajas. Donde caía uno de
esos proyectiles, nadie sobrevivía.
Por entonces, Gómez Centurión se hallaba en una situación extremadamente
comprometida, que no le dejaba otra opción que ordenar el repliegue hasta el edificio del
colegio, situado 2 kilómetros detrás de su posición. Iniciado el mismo, cayó herido el cabo
Fernández a quien sus compañeros intentaron llevar a la rastra, sin conseguirlo.
Gómez Centurión evaluó la situación y viendo que el traslado de Fernández ponía en
peligro a su gente, decidió dejarlo allí, sobre el terreno, lo más a cubierto posible y seguir
adelante, no sin antes asegurarle que volvería por él. El bravo sanjuanino cumpliría su
promesa al pie de la letra.
En ese momento, el fuego de la artillería argentina logró detener a los británicos,
facilitando la retirada de los hombres del RI25 hacia Bahía Carcass. Dejaban siete muertos
sobre el terreno y cargaban una docena de heridos, muchos de ellos graves.
Las tropas británicas que avanzaban a través de las trincheras eran testigo de verdaderas
escenas de horror. El sargento Ian Aird vio a un soldado argentino que le faltaba media
cabeza; en otros pozos, espantosos cuadros de cuerpos sin extremidades o con las entrañas
al descubierto, daban cuenta de lo duro que se estaba combatiendo y de que los defensores
del istmo no se habían movido de sus posiciones.
Cuando descendían por las lomas, los británicos quedaron al descubierto y las balas
argentinas alcanzaron al soldado James Street que se desplomó gravemente herido. Su
compañero Hull, comenzó a aullar cuando la metralla le perforó los riñones y mientras se
revolcaba desesperadamente sobre la turba, corrieron a socorrerlo el cabo Leonard Stanish
y los soldados Stephen Illingsworth y Andy Brook. El primero cayó muerto al recibir un
disparo en la garganta y los dos restantes buscaron cobertura en los alrededores
presurosamente. El reportero Robert Fox de la BBC lloraba por la tensión en tanto, los
helicópteros sobrevolaban la zona llevando heridos de ambos bandos a Bahía Ajax, donde
eran atendidos por el cuerpo médico de Rick Jolly.
Llovía intensamente sobre el istmo cuando el capitán David Word fue abatido por las
ametralladoras que la Compañía A del RI12 disparaba desde Boca House.
Dada la intensidad del fuego, los británicos intentaban mantenerse permanentemente en
movimiento, evitando detenerse en un mismo lugar. Los soldados estaban cubiertos de
barro y sus uniformes se hallaban empapados, aumentando el peso del equipo que
transportaban.
En la retaguardia, helicópteros livianos Scout, Gazelle y Wasp depositaban municiones
que traían desde San Carlos en tanto la Compañía B al mando de Cross Land, seguía
debatiéndose en dura batalla al oeste. La unidad intentaba alcanzar las ametralladoras que
el RI8 había montado en las ruinas de Boca House para rechazar cualquier intento de
desembarco por ese sector y que vueltas hacia tierra firme constituían un arma
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Alberto N. Manfredi (h)
tremendamente letal. Según Hastings y Jenkins, los argentinos lucharon encarnizadamente
hasta que no les quedó más remedio que enarbolar banderas blancas.
Puerto Darwin había sido capturado pero la lucha seguía.
En momentos en que las compañías iniciaron su avance hacia Prado del Ganso por el sur,
siempre bajo una lluvia de proyectiles, el capitán Crossland ordenó al Pelotón 5 abrir
fuego de apoyo desde las elevaciones que ocupaba. Los impactos de morteros y cañones
de 105 mm ocasionaron numerosas bajas.
En el edificio del colegio, el combate se tornó más encarnizado a causa de la férrea
resistencia de los nidos de ametralladoras. El fuego era extremadamente preciso y
concentrado pero los ingleses comenzaron a neutralizarlo utilizando sus mortíferos misiles
antitanque.
En el fragor del combate, comenzó a agitarse una bandera blanca y los británicos
suspendieron el tiroteo. Decidido a parlamentar, el teniente Jim Barry se incorporó y
acompañado por dos soldados, comenzó a avanzar en aquella dirección. En el momento en
que hacían señales de que todo estaba OK, desde el edificio escolar alguien abrió fuego y
los tres hombres fueron muertos. “Nunca te fíes de un argie” publicaría con grandes
titulares el sensacionalista “The Sun” al conocer la noticia en Londres. Sin embargo, los
autores británicos, entre ellos el general Thompson, no han creído que aquello fuera un
acto deliberado, atribuyéndolo a la enorme tensión y confusión imperante y a la densa
niebla que en esos momentos cubría el área, dificultando la visión. Lo más probable es que
no todas las posiciones argentinas hubieran sido alertadas a tiempo sobre el alto el fuego y
que desde alguna de ellas se hubiera disparado sobre Barry y su gente6. Lo cierto es que
aquello enfureció a los británicos que, en esos momentos, después de diez horas de
combate, no estaban de humor para reflexionar sobre lo que había ocurrido. El edificio fue
arrasado con granadas de fósforo y M79 que lo convirtieron en una inmensa hoguera de la
que nadie salió vivo: Cuando los paracaidistas ingresaron en su interior, se encontraron
con una masa de cuerpos informes, completamente calcinados y como era imposible
evacuarlos, allí quedaron hasta el fin de la batalla.
A las 11.10 horas, la colina Darwin fue totalmente ocupada por el Para 2, que avanzaba
cubierto por las GPMG y las LAW de 66 mm de su sección de apoyo. Muchos de sus
efectivos lo hacían armados con fusiles FAL tomados a los argentinos en los combates
anteriores, después de arrojar a un lado sus poco efectivas ametralladoras Sterling.
Las compañías C y D se reorganizaban bajo el fuego de la artillería enemiga y los
helicópteros recogían heridos en Puerto Darwin cuando aparecieron dos Skyhawk por el
oeste, para atacar a la Compañía D.
Uno de ellos, piloteado por el capitán Guillermo Donadille, reparó en el Sea King
matrícula ZA292 del teniente Nigel North. Cuando lo tuvo en la mira oprimió el
obturador, perforando su fuselaje en varios puntos aunque errando por poco la caja de
engranajes y el sistema hidráulico que lo hubiera abatido.
Para alejarse del peligro, North se dirigió hacia San Carlos en tanto los atacantes lo hacían
hacia el continente, pasando cerca de otros tres Sea King que volaban hacia Douglas
Paddock con una carga de mochilas Bergen para el Comando 45.
Cuando los Skyhawk atacaban, despegaba de Puerto Argentino una nueva sección de
Pucará (indicativo “Fénix”), tripulada por el primer teniente Juan Micheloud (avión
matrícula A-536) y el teniente Miguel Ángel Cruzado (avión matrícula A-555), armados
con bombas, cohetes, cañones y napalm.
Veamos como relata el primero las incidencias de su vuelo:
No se apagaba la luz de “prohibido decolar” con ninguno de los procedimientos normales,
pero como el funcionamiento era aparentemente correcto, decidí salir igual. [...] estaba
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Malvinas. Guerra en el Atlántico Sur
completamente cubierto y el viento era de moderado a fuerte aunque bien orientado. No
habría más de 150 metros de techo. [...] Íbamos, con unos 10 metros, sobre el ondulado
terreno, lo que hacía un poco dificultosa la orientación.
Era una navegación prácticamente de memoria ya que lo característico y reducido del
terreno hacía fácil su reconocimiento pero, el no poder ver la Cordillera de Rivadavia, nos
restaba lo valioso de esta magnífica referencia rocosa. Contribuyó también a
desorientarme un poco, una ventana abierta en el horizonte por donde se colaba el rojo
resplandor de la puesta del sol y se la atribuí al incendio de la escuela de Darwin que
había escuchado antes de la salida.
[...] no tardaría en darme cuenta del desacierto cuando, a unos diez grados a la derecha, se
notaba claramente el caserío de Goose Green y la agonizante columna de humo un poco
más atrás. Nos abrimos hacia la izquierda para entrar sobre la línea de avance enemiga, en
forma transversal, dejando a la escuela a la derecha.
Llegaron al istmo desde el noreste, inmediatamente después que los Skyhawk, volando
bajo un techo de nubes grises que no superaba los 15 metros. Cuando los ingleses los
vieron venir se arrojaron al suelo casi en el mismo momento en que los Pucará disparaban
sus cohetes y arrojaban sus cargas de napalm. Provocaron un incendio espeluznante, muy
cerca de donde los paracaidistas se hallaban agazapados, dejándolos literalmente “cagados
de miedo” según lo que manifestó uno de ellos después de la guerra.
Cuando efectuamos la corrida final esperaba encontrarme con el grueso de las
tropas, pero eran esporádicos grupos de cinco a diez hombres, y muy aislados. Me
di cuenta, enseguida, que estábamos pasando por la retaguardia enemiga.
Continuamos con la trayectoria que llevábamos al frente para, en un nuevo ataque,
separado del primero por unos minutos, entrar sobre las posiciones que por VHF
nos estaban indicando. Estas estaban referidas a una depresión, en forma de valle,
entre Goose Green y la escuela.
Efectuamos una entrada, desde el noroeste, sobre el agua y muy bajos. A pesar de la
falta de obstáculos, confiaba en tener algo de sorpresa por la escasa luz y el viento
en contra que no delataba nuestros ruidos. Próximo a la costa, levanté más para ver
algo, sólo unas figuras que se recortaban sobre el terreno, nada más. Puse rumbo
hacia ellas buscando otro blanco más significativo y, una vez en distancia de tiro,
abrí fuego con cañones. Se acabaron las siluetas y pese a la proximidad nada más se
podía apreciar, sí en cambio, que comenzaban a venir hacia mí, desde el frente y
muy lentamente al principio, un enjambre de trazantes.
La ráfaga de cañones cesó indicando que se habían trabado. El tiempo para llegar
hasta el blanco parecía una eternidad sin el propio fuego protector. Fue imposible
ver algo. Esto ya me había ocurrido en San Carlos, cuando la tropa se inmoviliza y
aferra al terreno resulta muy difícil de ver, aún más teniendo en cuenta la hora.
En momentos en que el teniente Micheloud abría fuego, el teniente Cruzado enfilaba
directamente al objetivo. Durante la corrida, alcanzó a ver algo que se movía sobre la
superficie por lo que, elevándose unos cuantos metros, hizo una ráfaga de cohetes y
siguió.
-¡¡Siga tirando, siga tirando que están ahí!! – gritaba alguien a través de la radio.
Cruzado accionaba sus cañones cuando numerosos impactos acribillaron su avión.
Agradeció a Dios el increíble poder de absorción de los Pucará porque, de la manera que
le estaban pegando, parecía que en cualquier momento se iba a desintegrar.
Como el grueso de los disparos venía del lado derecho, viró hacia la izquierda e inició
maniobras de evasión pero enseguida notó que los mandos no le respondían y que
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comenzaba a caer en picada. Sin esperar más, accionó su asiento eyector y salió disparado
como un bólido, cuando se encontraba a solamente 10 metros del suelo.
Cinco segundos después sintió que pendía de su paracaídas y que caía rápidamente a
tierra. En su retina llevaba todavía la imagen del Pucará pasando debajo suyo mientras
desprendía humo y el agujero de la cúpula, por donde había salido despedido.
Los ingleses seguían disparándole al avión cuando el piloto golpeó contra la turba.
El envión lo hizo rodar unos metros enredándolo en las correas del paracaídas pero
sabiendo que el enemigo estaba cerca, se levantó e intentó correr. Al hacerlo, se enredó
aún más y volvió a caer y cuando alzó la vista, vio tenía junto a él a dos ingleses que le
daban órdenes a los gritos mientras le apuntaban con sus armas. Varios más venían en su
misma dirección.
Ignorando la suerte de su compañero, el primer teniente Micheloud batía las posiciones
enemigas con sus bombas y cañones.
Sobre el punto que había visto movimientos en la entrada final, comencé a apretar
el pulsador de bombas, una y otra vez, muchas más que las necesarias, pero me
quería asegurar que saldrían. Sentí varios impactos en mi avión, me agaché un poco
más y con la potencia a pleno que traía, seguí al frente unos segundos más donde
puse un suave viraje por izquierda para ver si habían explotado las bombas, a la vez
que escucho por VHF: ‘¡muy buenas bombas!’. No atiné a otra cosa que llamar a mi
numeral para saber cómo salió pero no tuve respuesta. Sólo al repetirlo varias veces
me contesta un operador de la base Cóndor para decirme que se había eyectado.
Con fallas en un motor y varias luces de alarmas encendidas, emprendí el regreso.
Un helicóptero propio que estaba en vuelo, próximo al lugar, me alertó y prometió
cubrir mi regreso por si lo necesitaba.
Aterricé bajo alerta roja, me aguardaba el mayor Argente y el jefe del escuadrón,
quienes me dieron un abrazo. [...] No tuvimos respuesta al principal interrogante
sobre la suerte corrida por el teniente Cruzado.
El que también se había perdido era el teniente Miguel Ángel Giménez, que volaba con
fallas en su instrumental guiado por la BAM “Cóndor”.
El piloto oriundo de Paraná regresaba después de abatir a un helicóptero enemigo cuando
la torre de control perdió contacto con él.
Al aterrizar en Puerto Argentino, el “Chino” Címbaro esperaba ver a su líder y al no
hallarlo, preguntó por él. Nadie sabía nada salvo que se había cortado la comunicación
mientras la torre lo guiaba. Ignoraban todos que debido al mal tiempo y la escasa
visibilidad, Giménez se había estrellado contra el Cerro Azul (Blue Mountains),
pereciendo instantáneamente. Su cuerpo sería hallados cuatro años después, entre los
restos retorcidos de su avión7.
Loa ingleses ayudaron a Cruzado a incorporarse, lo revisaron minuciosamente y después
de despojarlo de su equipo de supervivencia, su cuchillo y su revolver, lo condujeron hasta
las posiciones enemigas, para someterlo a interrogatorio. Cuando caminaban (sus captores
no dejaban de apuntarle), un cañonazo de la artillería argentina pegó cerca obligándolos a
arrojarse al suelo. Un soldado le cubrió la cabeza con un casco y así aguardaron un tiempo
hasta que pudieron incorporarse y seguir. Minutos después llegaron a la retaguardia donde
el piloto quedó alojado junto a un grupo de prisioneros, algunos de ellos heridos.
Pasó la noche a la intemperie, apenas protegido por su camiseta, su buzo de vuelo, la
campera y una delgada bufanda que le habían enviado desde el continente.
Los prisioneros y él la pasaron muy mal, lo mismo varios soldados británicos que
descansaban cerca, con el frío y la lluvia helada calándoles los huesos.
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Malvinas. Guerra en el Atlántico Sur
Fue la noche más larga de su vida y tanto fue lo que tembló, que por un momento llegó a
creer que se le iban a partir los dientes.
Cruzado recordaría años después que uno de los heridos se lamentaba lastimosamente y
que le pidió al soldado que intentaba dormir a su lado, que se recostara sobre sus piernas
porque se le estaban congelando y le dolían espantosamente.
Meditó mucho y durmió poco esa noche, aterido por el frío bajo el cielo estrellado,
angustiado por la incertidumbre y preocupado por los suyos.
A la mañana siguiente los soldados preguntaron quien estaba en condiciones de caminar.
Cruzado alzó la mano y pese a la torcedura de una de sus piernas, se puso de pie pero sus
guardias le ordenaron sentase porque, según le explicaron, un helicóptero iba a venir por
él.
Hacía más de 24 horas que no comía pero las vicisitudes de su vuelo, el derribo, su captura
y el frío le hicieron olvidar el hambre.
Cuando el helicóptero llegó, los británicos señalaron a Cruzado y le ordenaron ponerse de
pie. Evidentemente temían algún ataque aéreo porque el aparato mantuvo siempre el rotor
en marcha y sus captores lo condujeron hasta él dándole fuertes empujones. Cuando estaba
por subir, un soldado enemigo lo detuvo y le quitó la bufanda. El aviador argentino se
ubicó junto a la puerta y con un inglés apuntándole permanentemente con el arma,
levantaron vuelo y se alejaron.
Se estaba congelando tirado junto a la puerta cuando, repentinamente, el piloto se volvió
hacia él y después de arrojarle un paquete de caramelos, le hizo señas para que se acercase
a la cabina, donde estaría más protegido de la helada. Cruzado obedeció gustoso y en su
nueva posición, se quedó profundamente dormido.
Al llegar a San Carlos lo despertaron y antes de descender le envolvieron la cabeza con
una capucha negra.
Lo llevaron a una tienda de campaña y ahí lo dejaron hasta que apareció el oficial Nick
Van Der Bijl junto a un individuo de apellido García, para someterlo a interrogatorio.
Con García oficiando de traductor (se tomaron fotografías de la escena), le preguntaron
que cantidad de tropas había acantonadas en el sector, cuantos aviones quedaban, de que
armamentos disponían y si iban a recibir refuerzos del continente. Cruzado no dijo nada y
en verdad, no fue necesario ya que, como bien relata el capitán Carballo en Halcones de
Malvinas, sus captores estaban al tanto de todo.
Pese a que sus interlocutores le dieron bueno trato, no iba a tener tanta suerte como otros
prisioneros.
El tal García se mostró correcto y hasta lo llamaba por su nombre, incluso lo cubrió con su
casco durante un bombardeo, pero cuando se retiró del lugar, la cosa cambió. Fue obligado
a sentarse con las piernas cruzadas, las manos en la nuca, el torso erguido y la cabeza
cubierta mientras un guardia lo apuntaba amenazadoramente.
Permaneció así varias horas hasta que, débil y agotado, cayó hacia atrás y al hacerlo,
golpeó fuertemente su cráneo. Aquello pareció preocupar a sus guardias porque enseguida
llegaron corriendo dos médicos y uno de ellos, al verlo tan desmejorado, le preguntó quien
le habían hecho eso.
-No lo se – respondió el argentino - ¿Cómo quiere que vea con esta capucha?
El médico británico fue todo un caballero y de tanto en tanto, cuando pasaba a su lado, le
daba ánimos.
-¿Cómo estás, Miguel? – le preguntaba mientras le palmeaba la espalda.
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Alberto N. Manfredi (h)
El aviador fue llevado junto a otros oficiales prisioneros al RFA “Sir Geraint” (L3027),
buque de desembarco gemelo del “Sir Galahad” y el “Sir Tristam” y allí permaneció
varios días, en mucha mejor situación.
En determinado momento, la nave se desplazó hacia el centro de la flota para recargar
combustible y eso les permitió apreciar a la armada británica en todo su potencial; tiempo
después, regresaron a San Carlos y allí permanecieron hasta el 11 de junio.
Mientras cavilaba y se angustiaba pensando en su familia, un oficial inglés se presentó en
el salón en el que los prisioneros se hallaban alojados, para decirles que al día siguiente
serían entregados en un puerto neutral (Montevideo). Fueron las palabras más hermosas
que Cruzado escuchó en varios días, sin embargo, las que siguieron a continuación
trocaron ese sentimiento en orgullo: “Eso si la Fuerza Aérea Argentina lo permite”,
agregó el inglés mirándolo con una sonrisa.
Dos días después, Cruzado descendía en la capital uruguaya y lo primero que hizo fue
correr hasta el primer teléfono público que encontró para avisarle a su esposa que estaba
vivo y que al día siguiente regresaba. Faltaban horas para la finalización de la guerra.
El que regresó ileso a la base, según se ha dicho, fue el teniente Címbaro, seguido a los
pocos minutos por el primer teniente Micheloud que acababa de ametrallar a la infantería
británica que se desplazaba a campo abierto, después de lanzar sus cohetes y bombas
incendiarias.
El piloto descendió rápidamente, movido por la curiosidad y una vez en tierra pudo
corroborar sus dudas: el intenso fuego de armas automáticas que había recibido durante su
última corrida de ataque le había perforado el fuselaje en varios puntos.
Thompson deja en claro la contundencia del Pucará cuando dice en No Picnic:
Los Pucara caían desde todas las direcciones concebidas, en todas las alturas y con
distintas velocidades, haciendo fuego con una combinación de su mortífero armamento:
cohetes, cañones y ametralladoras. Desafiaron todas las tácticas esperadas de parte de
aviones de alas fijas que, si bien son temidas por los helicópteros, por lo menos han sido
anticipadas y hay adiestramiento para hacerle frente pero los Pucara podían reducir su
velocidad y convertirse en un reflejo de las maniobras de los helicópteros, eran un
enemigo letal.
En pleno duelo de artillería, aparecieron tres Sea Harrier para bombardear las piezas que
batían a la infantería que ingresaba por el noroeste. En esos momentos salía el sol y los
ingleses comenzaban a percibir el triunfo.
Una versión no confirmada que circuló en aquellos días, dio cuenta que una de las bombas
arrojadas por la aviación británica había caído en una vivienda matando a doce civiles
pero la misma fue desmentida por ambas partes.
A las 17.30 horas llegaron volando dos Chinook y seis Huey argentinos con el evidente
propósito de desembarcar tropas de refuerzo a 5 kilómetros al sudeste de Prado del Ganso.
Se trataba del Equipo de Combate “Solari”, proveniente del monte Kent, sobre el que cayó
una verdadera lluvia de fuego que lo forzó a dispersarse en dirección a las colinas
cercanas, batidas por la Compañía B del Para 2, ubicada en posiciones de bloqueo en el
Contorno 100.
En esos momentos, Keeble se preguntaba en su puesto, a 2 kilómetros al sur de Puerto
Darwin, que diablos tenía que hacer para tomar Prado de Ganso. A través de la radio
solicitó refuerzos a Thompson y este despachó a la Compañía J del Comando 42. Cuando
aquel (Keeble) lo sondeó sobre si debía destruir la población en caso de ser necesario, éste
le respondió que sí.
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Malvinas. Guerra en el Atlántico Sur
Mientras tanto, los Pucará seguían incursionando sobre las fuerzas enemigas, lo mismo los
Aermacchi MB-339 de la 1ª Escuadrilla de Caza y Ataque.
A las 15.15 (18.15Z) los aparatos tripulados por el teniente de fragata Daniel Miguel
(avión matrícula 0765/4-A-114) y el jefe de la sección, capitán de corbeta Carlos Alberto
Molteni (matrícula 0763/4-A-114), despegaron de Puerto Argentino rumbo al frente para
concretar una misión de apoyo aéreo cercano.
Los aparatos sobrevolaron Fitz Roy y al llegar a las inmediaciones de Prado del Ganso el
comando de la Fuerza Aérea les ordenó abortar debido al mal tiempo y la escasa
visibilidad. Las dos máquinas regresaron y esperaron hasta las 16.45 (19.45Z), cuando
volvieron a despegar detrás de los Pucará de Micheloud y Cruzado, con fuertes vientos
cruzados y volando a muy baja altura.
Al ingresar al área de combate, los Aermacchi atacaron a las fuerzas británicas en torno al
Colegio de Prado del Ganso disparando sus cohetes y batiéndolas con fuego de cañones,
sin embargo la reacción del enemigo fue rápida y tuvo consecuencias catastróficas. El
marine Strange, de la sección Defensa Antiaérea, se incorporó, colocó su disparador
Blowpipe sobre su hombro derecho, apuntó y disparó, alcanzando al avión de Miguel.
Según versiones británicas, no fue el misil el que abatió al aparato sino el fuego reunido de
armas livianas.
Al parecer, el piloto de 24 años nacido en Punta Alta pereció en su cabina alcanzado por
los disparos porque su aeronave inició una trayectoria descendente y se estrelló cerca de la
base aérea, convirtiéndose en una gigantesca bola de fuego.
Molteni siguió adelante, sin percatarse de lo que le había sucedido y así llegó a Puerto
Argentino, volando bajo y en zigzag. Recién cuando aterrizó supo por boca del personal
de la base que su compañero había perecido8.
Los cañones de la Compañía 601 de Artillería seguían disparando ferozmente,
manteniendo a raya a la infantería enemiga en tanto la Batería 4 Aerotransportada
empleaba sus piezas en posición de tiro vertical contra efectivos ubicado a 700/800 metros
de distancia.
A las 18.00 horas, con las últimas luces del día, el fuego británico se concentró sobre el
puesto de comando, recibiendo como respuesta el de las baterías de la Compañía 601 de
Artillería.
El teniente coronel Piaggi se encontraba muy próximo a las ametralladoras de la
Compañía C del RI25 cuando reparó en lo dantesco de la batalla nocturna, con sus
estallidos, resplandores y fogonazos. Eso lo dejó sumamente impresionado y lo sumió en
profundas reflexiones sobre la naturaleza humana9.
La situación se iba complicando a medida que pasaba el tiempo. A las 18.25 (21.25Z) el
subteniente Aldao, de la Sección C, quedó cercado y poco después, cayó prisionero
después de batirse heroicamente. Por otra parte, el teniente primero Carlos Alberto
Chanampa, jefe de la Batería 4, solicitó la suspensión del fuego sobre la primera línea
enemiga por temor a batir a la propia tropa. Junto a sus oficiales y suboficiales, había
estado atendiendo personalmente las piezas y casi todos presentaban quemaduras en sus
brazos. Tanto la Compañía A como la C del RI25 habían consumido más del 60% de su
munición y tenían varios heridos.
Ante el requerimiento de Chanampa, Piaggi ordenó concentrar el fuego sobre las avenidas
de aproximación enemigas en profundidad de su dispositivo de ataque casi al mismo
tiempo en que varios helicópteros ingleses evolucionaban al oeste de la posición norte,
sobre la costa. Se los atacó con fuego intenso aunque, por falta de comunicación y de
visores nocturnos, no se pudo precisar la eficacia del tiro.
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Alberto N. Manfredi (h)
A las 19.00 (22.00Z) se perdió contacto con Puerto Argentino en tanto los británicos
interferían las líneas haciendo colapsar las comunicaciones. La batalla, poco a poco, iba
bajando su intensidad.
Quince minutos después, el puesto de mando argentino efectuó un análisis de la situación,
oportunidad en la que Piaggi resolvió dejar sin efecto algunas órdenes que había recibido
de la Brigada. A las 19.25 (22.25Z) se restableció el contacto con la capital y a las 19.40
(22.40Z) llegó a Prado del Ganso el subteniente Aldao, que había logrado evadirse de sus
captores. Fue él quien informó que los británicos se estaban replegando para reorganizarse
y que mientras lo hacían, iban minando el terreno.
A las 19.45 (22.45Z) comenzó el fuego de reglaje naval sobre las posiciones apostadas en
la población y sus alrededores mientras el puesto de socorro argentino atendía a
numerosos heridos aún con las alertas máximas ante una posible operación de desembarco
enemigo en el seno Choiseul.
La noche cayó cerrada y con mucha niebla sobre la zona de combate, mientras el sonido
de los cañones comenzaba a hacerse más espaciado.
El vicecomodoro Pedrozo propuso, entonces utilizar a la Compañía C del RI12 o la B del
recientemente helitransportado Equipo de Combate “Solari”, para reforzar los sectores
norte y oeste del dispositivo pero el teniente coronel Piaggi se negó por considerarlo
imprudente. La Compañía C tenía la misión de repeler todo ataque procedente del sur,
desde Yeguada Rincón Saladero hasta las posiciones próximas al comando y su flanco
derecho se encontraba trabado en combate en tanto otra sección había sido cercada y
capturada. Utilizarla en el norte y el oeste dejaría desprotegido el sector sur, facilitando
cualquier ataque procedente de Lafonia. Por su parte, el Equipo de Combate “Solari” se
hallaba trabado en lucha y se desconocía su verdadera situación.
A esa altura había una carencia casi total de municiones y los depósitos de combustible
(100 tambores) corrían cada vez más peligro de ser alcanzados por la artillería enemiga y
provocar una verdadera catástrofe.
Comprendiendo la situación, Piaggi comenzó a evaluar la posibilidad de continuar
combatiendo o no ya que seguir haciéndolo en esas condiciones llevaría a su gente a una
verdadera masacre y a un sacrificio de vidas estéril. Por el contrario, deponer las armas
provocaría serios cuestionamientos por parte del Estado Mayor Conjunto, una vez
finalizada la guerra. En vista de ello, llamó a sus oficiales a una reunión y se dispuso a
tratar el asunto.
Esa misma noche, el subteniente Gómez Centurión procedió a cumplir su palabra y junto a
dos hombres de su sección, armado con un fusil FAL, partió en busca del cabo Fernández
dispuesto a atravesar las líneas enemigas.
Echaron a caminar con mucha cautela, atentos a cualquier movimiento y al pasar junto al
edificio del colegio vieron a un helicóptero inglés que en esos momentos disparaba sobre
Prado del Ganso al tiempo que recibía fuego de las defensas allí acantonadas.
Cuando el helicóptero se retiró, Gómez Centurión siguió avanzando hasta dar con el
infortunado cabo que esperaba semicongelado sobre la turba. El suboficial no podía creer
lo que veía cuando sus compañeros corrieron hasta él; una patrulla británica había pasado
por allí hacía unos minutos y no lo había visto.
Los soldados cargaron a Fernández y cubiertos por Gómez Centurión, comenzaron a
retroceder. Después de mucho andar, atravesando terrenos cenagosos en medio de la
batalla, llegaron al puesto de socorro donde lo primero que le hicieron fue una transfusión
de sangre que le salvó la vida.
Contra todo lo que se había pronosticado con respecto a la actitud de los argentinos, sobre
todo en los días posteriores al 2 de abril, la lucha continuaba en el istmo de Darwin.
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Malvinas. Guerra en el Atlántico Sur
En esos momentos la situación seguía siendo crítica para buena arte de las avanzadas
británicas, en especial para el segundo jefe de la Compañía B, que corría serio riesgo de
quedar rodeado y no ser evacuado, lo mismo el puesto de ayuda del regimiento al mando
de Steve Hughes. Había que lanzar un ataque frontal sobre Prado del Ganso a más tardar
en la mañana del día siguiente si lo que se quería era revertir las difíciles circunstancias en
las que se encontraban.
Al caer la noche el comando procedió a reorganizar las compañías. La tropa racionó y
descansó con las armas en la mano, soportando el intenso frío mientras varios de sus
hombres se dedicaban a recoger a los muertos y los heridos.
La Compañía J del Comando 42 llegó al puesto del mayor Keeble trayendo consigo tres
cañones con su munición completa (2000 disparos), sietes morteros (uno de ellos un
Cymbeline con radar) y bombas. Con todo ese equipo procedió a ocupar los accesos del
sector sur de Prado del Ganso bloqueando posibles vías de escape y mientras lo hacía, un
Wessex procedente de San Carlos intentó aproximarse para recoger a los heridos y
evacuarlos hacia el hospital de Bahía Ajax. El aparato no logró acercarse porque antes de
llegar fue atacado y obligado a retroceder.
Cuando Chris Keeble planeaba el asalto a la población, sabía que su gente se hallaba
exhausta, pero el enemigo lo estaba aún más y eso había que aprovecharlo. Y para hacerlo,
lo mejor era demostrar su poder de fuego y con ello, lo que les esperaba en caso de
persistir en su actitud. Para reforzar esa acción, estableció contacto con el puesto de
mando y sugirió el empleo de aviones Harrier.
Para entonces la tropa dormía a la intemperie y los prisioneros argentinos rezaban junto a
un matorral incendiado adrede por los ingleses para mantenerlos calientes. Bell los
observaba fascinado, con sus rosarios en las manos, de pie algunos, arrodillados otros,
sobre el piso los heridos, todos ellos dirigidos por el teniente Peluffo que presentaba varias
lesiones en el cuerpo, en especial en uno de sus ojos y su pierna derecha.
Según Hastings y Jenkins, ambos bandos eran concientes de haber sobrevivido a una
experiencia terrible y los argentinos lo agradecían de esa manera.
Los británicos tenían la esperanza de hacer entrar en razones a sus oponentes y por esa
razón, seleccionaron a dos de los prisioneros para que llevasen un mensaje en español al
teniente coronel Piaggi. Se los proveyó de banderas blancas y se les dio un plazo de una
hora para regresar con una respuesta. Debían comunicar a sus superiores que sus fuerzas
estaban rodeadas, que se les garantizaría la vida a todos los prisioneros y que se los
responsabilizaría por la suerte de los 114 civiles cautivos en el edificio del ayuntamiento.
Los argentinos vieron avanzar con cierto recelo a los dos soldados y cuando comprobaron
que se trataba de efectivos propios los condujeron ante el estado mayor, donde entregaron
la nota.
El jefe del Regimiento de Infantería 12 tenía ante sí una gran responsabilidad. Puerto
Argentino le había dado vía libre al respecto y cuando todavía no habían pasado diez horas
desde que recibiera el mensaje de la Brigada, felicitando a la guarnición por su brillante
desempeño en batalla, él y solo él debía decidir.
Después de pensarlo bien, envió a los prisioneros de regreso llevando como respuesta que
accedía a una entrevista. Inmediatamente después, reunió a su plana mayor, incluyendo a
los oficiales de la Fuerza Aérea que se encontraban allí, les expuso los términos
planteados por los ingleses y una vez que terminó, sometió la decisión a una votación. Las
fuerzas argentinas estaban realmente exhaustas, carentes de municiones y escasas e
víveres, razón por la cual, a efectos de no someterlas a una masacre, planteó la
capitulación. El vicecomodoro Pedrozo y el mayor Carlos Tomba manifestando su total
desacuerdo por considerar eso una afrenta a los combatientes caídos. Querían seguir
peleando, hasta las últimas consecuencias si era necesario, y así lo hicieron saber.
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Alberto N. Manfredi (h)
La reunión entre británicos y argentinos se llevó a cabo a mitad de camino de sus
respectivas líneas. Por parte del Reino Unido estuvieron presentes Chris Keeble, el oficial
de enlace de la Brigada, mayor H. Gullen y el mayor Ferry Rice, comandante de artillería,
quienes, previamente, se habían despojado de sus armas. Caminaron los tres hasta las
barracas ubicadas al costado de la pista de aterrizaje y allí se detuvieron. Eran las 08.30
del 29 de mayo.
Del lado argentino se encontraban el vicecomodoro Pedrozo, a quien, según Hastings y
Jenkins, tomaron como oficial naval, Piaggi y personal de ambas fuerzas (Ejército y
Fuerza Aérea).
Las conversaciones se llevaron a cabo en un tono profesional y respetuoso, en presencia
de los corresponsales Robert Fox y David Norris. Lo primer que se hizo fue llegar a un
acuerdo con respecto a los civiles y a continuación se pasó al tema de la capitulación, que
se haría con todos los honores.
Durante las conversaciones, Keeble hizo una aseveración que llenó de orgullo al oficial
argentino:
-Le expreso mis más sinceras felicitaciones por la resistencia de sus hombres; nos han
causado 250 bajas. Yo pensaba desayunar el 28 a la mañana en Goose Green, pero ustedes
nos obligaron a combatir 24 horas más de lo previsto.
Emocionado, Piaggi respondió:
-Realmente, agradezco esas palabras
A las 13.00 horas de aquel memorable 29 de mayo, los 150 efectivos de la Fuerza Aérea y
tropas del Ejército formaron junto a las instalaciones de la base para entonar el Himno
Nacional y escuchar las palabras del jefe del RI12:
La Fuerza de Tareas Mercedes ha combatido en defensa de la soberanía territorial
de la nación. Sus hombres han cumplido esa misión, más allá de lo que pudieron,
con los medios que las circunstancias y las contingencias que la guerra posibilitó
poner a su disposición. Ha sido batida por la superioridad de la fuerza y medios de
un enemigo profesional, entrenado y equipado para combatir en cualquier teatro de
operaciones de la Tierra. La derrota de las armas no puede ni debe significar la
quiebra moral del soldado ni del espíritu de cuerpo que anima al conjunto, como
tampoco de la sagrada vigencia de la justicia de nuestra causa; ella perdurará en el
tiempo, cualquiera fuere el resultado final de la guerra. Si la situación operacional
lo hubiese exigido, aún imposibilitada de continuar la lucha, la Fuerza de Tareas
habría seguido combatiendo hasta verter la sangre de su último hombre. Pongo a
Dios por testigo. Retengo para mí, sin delegarla ni compartirla con comando
alguno, la responsabilidad última de haber resuelto el cese del fuego y la rendición
de la guarnición, cualesquiera fuesen las consecuencias. No asumiré jamás la
resultante de las condiciones inverosímiles del poder de combate con que se debió
enfrentar al enemigo en el cumplimiento de la misión. Felicito a todos y a cada uno
por el espíritu de sacrificio, abnegación, valor y sentido del deber manifestados en
todo el curso de la campaña y en combate que, aún en caliente, no disipado el humo
de la batalla, permaneciendo aún los cuerpos de nuestros muertos y los del enemigo
en el campo, han merecido el reconocimiento de los mandos británicos. Un abrazo;
Dios os guarde.
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Malvinas. Guerra en el Atlántico Sur
Encabezados por el teniente coronel Piaggi, los 900 soldados del Ejército, incluyendo
oficiales y suboficiales, marcharon portando parte de su equipo y cargando a sus heridos.
La tropa arrojó las armas ante el enemigo y su jefe hizo entrega formal de la suya al
mismo Keeble quien, previamente, le hizo el saludo militar. Había triunfado la pericia, el
mejor armamento, el equipo de última generación y la información satelital sobre la
desorganización, la negligencia y una estrategia un tanto anticuada. Valor, según autores
de diferentes orígenes y nacionalidades, británicos especialmente, fue lo que sobró en
ambos lados, lo mismo el espíritu de sacrificio, la decisión y las acciones de arrojo y
heroísmo.
Keeble condujo a sus hombres hasta el cercano poblado donde los civiles los recibieron
como a verdaderos libertadores. Y no era para menos, después de haber soportado
penurias y apremios así como temores y encierro. La esposa del administrador regional
Eric Goss, ofreció té, cosa que los paracaidistas aceptaron de buena gana, tarea a la que se
abocaron las mujeres del pueblo en general.
La kelper June McMullen contaría tiempo después, que se vivieron días de mucha
angustia durante su reclusión en el ayuntamiento. Algunos hombres, jóvenes la mayoría,
hicieron pozos debajo del piso de madera (cosa que les vino muy bien durante la batalla
porque allí se refugiaron las mujeres con sus hijos) y poco después ubicaron y repararon el
viejo aparato de radio con el que, en plena batalla, escucharon que Prado del Ganso había
sido liberado.
Esa angustia e incertidumbre fueron aumentando a medida que transcurrían los días y se
potenciaron cuando los invasores concentraron sus fuerzas en el pueblo, especialmente sus
helicópteros, a los que ubicaron entre las casas para evitar los bombardeos aéreos.
Cuando la batalla comenzó, el sonido de la artillería y las armas livianas argentinas había
sido tremendo. Los niños lloraban aterrorizados y sus madres también, mientras intentaban
calmarlos, sobre todo porque muchos de los cañones estaban apostados muy cerca del
centro comunitario y con ellos se hacían disparos permanentemente. Realmente, debió ser
espantoso estar allí ya que si a ello sumamos el rugir de los aviones, la metralla y los
estallidos, ese fragor debe haber sido infernal.
Fueron días de pesadilla para June que temía mucho por sus hijos, en especial el pequeño
Mattew de solo seis meses, lo mismo para otras madres en situación similar.
Como se ha dicho, la llegada de los ingleses fue una suerte de bendición para los
pobladores, que no paraba de agasajar a “sus muchachos”, como comenzaron a llamar a
los soldados ingleses. En medio de gran euforia les preparaban té y les sacaba fotografía
mientras saludaban y entablaban diálogo con ellos. Un paracaidista le preguntó a June si
se podía retratar junto al pequeño Mattew, a lo que ella accedió encantada mientras otro le
regalaba las insignias de su boina.
Lo que fue realmente espantoso, fue el estado en el que los kelpers encontraron su pueblo.
Los argentinos habían saqueado el lugar, posiblemente en el momento en que Piaggi y
Keeble llevaban a cabo las negociaciones y habían hecho un desastre en todos lados. Eso
lo confirma, también, el soldado Barry Norman, sargento mayor del Para 2, quien llegó a
afirmar que las tropas de ocupación habían dejado el caserío hecho un chiquero y habían
dañado considerablemente las viviendas. Para él fue un error haber permitido a los
soldados enemigos circular por la aldea una vez finalizado el combate y aseguró que por
ello, sintió desprecio por los oficiales de un ejército al que consideraba bueno10.
Según June McMullen, el pueblo estaba realmente en ruinas a causa del saqueo. Los
argentinos habían entrado en las casas y destrozado todo. Habían robado placares,
armarios y cajoneras y todo estaba desecho, tirado por doquier. Para peor, habían
desparramado excremento en diferentes lugares, defecando, incluso, sobre las camas, los
sillones y los muebles en lugar de hacerlo en los baños. También lo habían echo en las
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Alberto N. Manfredi (h)
bañaderas y los pisos, lo que provocó la ira y el malestar de los malvinenses, sentimientos
que compartieron con sus libertadores.
Con la ayuda de los paracaidistas, los habitantes limpiaron todo, repararon los daños y
pusieron las cosas en su lugar, algo que les llevó varios días de trabajo.
Los británicos encontraron gran cantidad de cohetes quemados, armas y municiones, así
como también, tanques de combustible y depósitos de napalm que los argentinos no
habían tenido tiempo de utilizar.
Uno de los hechos más curiosos de aquella batalla tuvo lugar cuando los jefes de ambos
bandos se hallaban empeñados en las negociaciones. Un radio operador británico que
mantenían enlace con los mandos, informó que una patrulla argentina avanzaba desde el
sur, desplegada en cadena. La noticia movió a Keeble a ordenar a su artillería prepararse a
reabrir fuego y a la infantería estar lista para rechazar el contraataque, operando él mismo
el equipo de transmisión. Desde donde se encontraba ubicado, se podían ver claramente a
los efectivos que avanzaban, pero la intervención de Piaggi y Pedrozo explicando que se
trataba de los elementos rezagados del Equipo de Combate “Solari”, que intentaba
reunirse con su gente, hizo renacer la calma. Nunca imaginaron esos soldados, lo cerca
que estuvieron de ser masacrados.
La compañía entró en el poblado celosamente vigilada por los paracaidistas. Según el
teniente coronel Piaggi, habían caminado “en la cuerda floja” apuntada por un sinfín de
armas livianas, morteros y cañones,.
Tras los saludos de rigor y después de supervisar la entrega del armamento y los correajes,
Piaggi y Pedrozo fueron conducidos hasta dos helicópteros que se había posado en las
inmediaciones, y allí permanecieron hasta nueva orden. Comenzaba el lento traslado de
los prisioneros hasta los establos ubicados en las afueras del caseríos, donde serían
alojados, previa revisión y control por parte de los oficiales británicos y por el mismo
mayor Frontera. Allí quedaron alojados, en condiciones bastante precarias, aunque a
efectos de ser sinceros, eran las únicas que se podían ofrecer.
Por decisión únanmelos prisioneros designaron al subteniente Gómez Centurión para que
oficiase de intérprete y a su igual en el rango, Colombo, como oficial de órdenes.
Los británicos solicitaron al mayor Frontera la colaboración de personal argentino para
levantar las minas que se habían sembrado en los campos circundantes, algo que realmente
les preocupaba y tras un intercambio de opiniones, se decidió encomendar la tarea a un
grupo de Ingenieros, quienes partieron a cumplir la misión en medio de un frío tan intenso
que por momentos recordaba escenas del frente ruso en la Segunda Guerra Mundial.
Después de varias horas de espera, Piaggi y Pedrozo fueron trasladados a San Carlos con
los helicópteros volando a baja altura y en formación de combate por temor a un ataque
aéreo argentino. Después de aterrizar, fueron conducidos a una carpa donde se los obligó a
desprenderse de todo el equipo que llevaban y tras una cuidadosa revisión, se los sometió
a interrogatorio.
Los argentinos fueron separados y alojados en dos tiendas diferentes, de reducidas
dimensiones, de cara al fondo y con un centinela apostado en la puerta. El jefe del RI12
comenzó a notar que la escarcha se le empezaba a acumular en la ropa y que comenzaba a
tiritar.
Estuvieron catorce horas en esas condiciones, al cabo de las cuales, un oficial de
Inteligencia llamado Aldo, se apersonó para comenzar un nuevo interrogatorio.
El individuo, que hablaba correctamente el español, ingresó en la carpa de Piaggi y
procedió a hacerle una serie e preguntas referentes al armamento y ciertos componentes
del equipo pesado del regimiento, que parecía ser su principal interés. Lo que preocupaba
a los británicos era que nada de ese material se había visto durante la batalla.
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Malvinas. Guerra en el Atlántico Sur
El oficial argentino se limitó a describir el armamento y los componentes que había
quedado en el continente, cosa que el inglés no creyó, sin embargo, no hizo ningún tipo de
presión para que siguiese hablando y se retiró. Desde el interior de la tienda, Piaggi
percibió una suerte de cuchicheo, una especie de susurro leve que despertó su curiosidad
y, pese a que lo tenía prohibido, se dio vuelta para ver al kelper Hard Castle que
colaboraba con el interrogatorio, orientando al oficial de Inteligencia con las preguntas.
Piaggi comprendió perfectamente al malvinense, porque entender que estaba cumpliendo
con su deber de ciudadano británico y poblador de las islas, razón por la cual no abrigó
ningún tipo de resentimiento contra él. Con quienes sí estaba furioso era con sus
superiores en Puerto Argentino quienes, por medio de órdenes absurdas como la de dejar
en libertad a los civiles, habían facilitado la fuga de Hard Castle para que ahora estuviese
revelando detalles en cuanto a la ubicación de la tropa, tipo de armamento, distribución de
minas y cosas por el estilo. Y más aún los generales de escritorio en el continente eran los
mismos que mientras él combatía en la turba, bajo la lluvia helada y el fuego enemigo,
daban directivas desde confortables oficinas, utilizando a los jóvenes conscriptos como
choferes, almorzando, cenando, desayunando y merendando como en tiempos de paz, iban
a ser los principales críticos de su desempeño y quienes lo iban a llevar al banquillo de los
acusados para responsabilizarlo por la derrota y después degradarlo.
El 30 de mayo amaneció con un frío tremendo. Ese día los ingleses, encabezados por otro
oficial de Inteligencia del Para 2 y ayudado por varios kelpers, iniciaron los interrogatorios
a los oficiales de rango menor, el primero de ellos el subteniente Gómez Centurión a quien
se le requirió información sobre la combativa Compañía C del Regimiento de Infantería
25, sus posiciones y las posiciones del Regimiento de Infantería 6 (RI6) en el dispositivo
de defensa de Puerto Argentino. Incluso solicitaron detalles de la personalidad del general
Daher, pero amparándose en la Convención de Ginebra, el oficial se negó a responder por
lo que sus captores, no volvieron a insistir. Nadie fue presionado, ni psíquica ni
físicamente; el trato fue siempre correcto y en líneas generales, no hubo excesos de ningún
tipo. Sin embargo, en declaraciones formuladas al periodismo durante la conmemoración
de la gesta, en el año 2010, el corresponsal de guerra Nicolás Kasanzew aseguró que el
conscripto Ledesma, que había dado muerte al coronel “H” Jones durante los
enfrentamientos, fue sometido a una dura golpiza por parte de soldados ingleses furiosos
por la muerte de su jefe.
Mientras un grupo de oficiales británicos deliberaba con el mayor Ernesto Moore (querían
a toda costa ubicar los campos de minas), el capellán italiano Santiago Mora denunció la
desaparición de su cáliz. El mismo apareció tirado al cabo de varias horas de búsqueda,
ignorándose hasta hoy el nombre del arrepentido ladrón.
El padre Mora ofició una misa para todos los prisioneros y en su sermón, negó el perdón
de los pecados y prohibió la comunión a todos aquellos que, a conciencia, no habían
cumplido sus deberes militares durante la batalla.
Ese día, los ingleses procedieron a reunir los cuerpos de los soldados argentinos muertos y
los apilaron frente a uno de los galpones que ocupaba la tropa. A tal efecto, se autorizó la
realización de responsos al tiempo que un total de 350 prisioneros eran conducidos al
campo de prisioneros que se había montado en San Carlos. Allí se los sometió a un
riguroso control personal y se les secuestraron efectos particulares.
Esos soldados pasaron varios días a la intemperie y el 11 de junio, se los embarcó en el
“Norland” que al día siguiente los condujo a Montevideo.
Los oficiales y suboficiales argentinos permanecieron con sus soldados en forma
permanente, tirados sobre el barro y el excremento de las ovejas, pese a que el enemigo les
había permitido ocupar un salón especial con muchas mejores condiciones.
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Alberto N. Manfredi (h)
Cuando la Compañía C del RI25 fue revisada para contrarrestar los saqueos que habían
producido en la localidad, ningún soldado tuvo que bajar su cabeza ante el enemigo, por
portar objetos robados.
Los ingleses reconocieron en varias oportunidades, su determinación a la hora de luchar.
Algo que llamaría la atención en años posteriores es que en el total de los informes y tests
realizados a los soldados, los mismos manifestaron que si tuviesen que volver a la guerra,
aún sufriendo las mismas privaciones, lo harían nuevamente.
La situación era realmente precaria para las tropas prisioneras en los galpones de esquila y
por esa razón, el mayor Frontera elevó su queja a la oficialidad británica que, después de
someterla a análisis, prometió adoptar medidas.
A las 06.30 (09.30Z) Piaggi fue despertado, le dieron una ración en caliente consistente en
un guiso de carne y verduras (que volvería a repetirse doce horas después) e
inmediatamente después, se lo condujo a un edificio del pueblo para ser sometido a un
nuevo interrogatorio. Allí lo esperaba nuevamente Aldo quien al verlo entrar lo saludó
correctamente y le manifestó:
-Ustedes son locos; nosotros si no tenemos armas, no combatimos.
Ocurría que el británico no podía creer que el grueso del equipo pesado del regimiento
hubiese quedado en el continente.
Por la noche, Piaggi fue alojado en una carpa más amplia y confortable aunque el frío
siguió siendo espantoso. El riesgo de posibles incursiones de la aviación argentina
persistía, lo mismo el temor de algún contraataque terrestre por lo que helicópteros
Gazelle patrullaban el área las 24 horas en busca de posiciones enemigas.
El 1 de junio ocurrió algo terrible. Los británicos habían dispuesto que soldados argentinos
procediesen a retirar los explosivos que se hallaban acumulados cerca del poblado
(Establecimiento San Carlos) porque constituían un verdadero peligro para la población
civil e incluso, los mismos prisioneros.
En momentos en que un grupo de conscriptos acarreaba una caja de municiones, la
espoleta de una bomba se activó generando una terrible explosión que mató en el acto a
tres de ellos y provocó espantosas lesiones a un cuarto, que cayó tendido sin piernas,
gritando y agitándose desesperadamente. Un paracaidista británico que corrió hasta él, lo
remató con una ráfaga de metralla, acabando con su sufrimiento. Médicos ingleses
corrieron al lugar para socorrer a los heridos y ese mismo día se decidió no volver a
utilizar prisioneros en tareas de esas características. Aún así, el mayor Frontera llenó una
carta de la Cruz Roja en la que dejó asentada la denuncia.
El 11 de junio el “Norland” zarpó hacia Montevideo y dos días después atracó en su
puerto y desembarcó a los prisioneros.
En la capital uruguaya, los argentinos comieron y se higienizaron y en horas de la tarde
abordaron el “Piloto Alsina”, que los condujo a Río Santiago, punto final de su odisea.
Durante la gran batalla de Prado del Ganso, las fuerzas argentinas sufrieron 250 bajas, 47
de ellas fatales. Los británicos perdieron 18 hombres y un centenar resultaron heridos,
entre los primeros el legendario Herbert “H” Jones.
Durante muchos años se sostuvo con absoluta ligereza que la cifra de muertos argentinos
llegaba a 250 pero con el paso del tiempo, la misma fue rectificada. Por otra parte, es
probable que el número de decesos propios denunciados por Londres no se ajuste a la
realidad y haya sido minimizado a efectos de no alarmar a su severa opinión pública ya
que, en días posteriores, tuvieron más muertos como consecuencia de las lesiones.
Prado del Ganso significó una dura lección para las fuerzas argentinas, aferradas a tácticas
obsoletas y estrategias inadecuadas. La permanente movilidad de la infantería, la
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Malvinas. Guerra en el Atlántico Sur
coordinación a la hora de llevar a cabo los desplazamientos y el apoyo de fuego pesado
fueron las grandes estrellas del triunfo británico; la desorganización y la absurda idea de
mantener a las tropas aferradas al terreno, los causales principales del desgaste y las bajas
de sus oponentes.
“H” Jones y los 17 paracaidistas caídos fueron enterrados con honores en Prado del
Ganso, en el interior de bolsas plateadas, al tiempo que un oficial pronunciaba sus
nombres. Los kelpers también les rindieron tributo levantando en el mismo lugar un
monumento en el que, al son del clarín, se depositaron ofrendas florales.
Había finalizado la mayor batalla terrestre que los británicos habían librado desde la
guerra de Corea y se había hecho a costa e grandes sacrificios. Para los argentinos se
trataba de una experiencia que no vivían desde el 16 de septiembre de 1955 cuando en la
provincia de Córdoba se iniciaron las hostilidades para derrocar a Perón11.
Era el primer capítulo de la campaña terrestre que se iba a prolongar durante los próximos
de veinte días, en condiciones extremas y enfrentamiento total.
Referencias
1
Max Hastings y Simon Jenkins, La batalla de las Malvinas.
21
Ídem.
31
Ídem
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Alberto N. Manfredi (h)
4
Tte Cnel. Italo Ángel Piaggi, Ganso Verde.
Vale aclarar que el malogrado teniente Nunn era hermano de aquel oficial que tomó parte en la reconquista
de las Georgias y cuñado de David Constante del Para 2.
6
Nicolás Kasanzew ofrece una segunda versión según la cual, Barry habría perecido en combate a manos de
Gómez Centurión.
7
El día anterior a su muerte, 27 de mayo de 1982, había cumplido 28 años de edad.
8
Poco tiempo después, se produjo el referido ataque con bombas beluga que destruyó el generador eléctrico
del sistema de radar.
9
Italo Ángel Piaggi, op. cit.
10
Michael Bilton y Peter Kosminsky, Hablemos Claro. Testimonios inéditos sobre la guerra de Malvinas.
Emecé Editores, Bs. As. 1991.
11
Durante la segunda fase de la Revolución Libertadora, la Escuela de Artillería, junto a la de Aviación
Militar y la de Tropas Aerotransportadas al mando del general Eduardo Lonardi iniciaron el ataque contra la
Escuela e Infantería, que se mantenía leal a Perón. Fue el comienzo de una breve aunque cruenta guerra civil
que había comenzado con el bombardeo a Buenos Aires el 16 de junio y finalizó el 21 de septiembre, dos
días después de la renuncia del primer mandatario, después de numerosos combates por aire, mar y tierra.
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