“Un paseo arqueológico por los yacimientos medievales de Villalba de los Alcores” Descargas “Un paseo arqueológico por los yacimientos medievales de Villalba de los Alcores” Conferencia pronunciada el 8 de agosto de 2012, Casa de Cultura de Villalba de los Alcores Iván García Vázquez 1 Arqueólogo e Historiador Arbotante Patrimonio e Innovación SL [email protected] RESUMEN Villalba de los Alcores es un pueblo de raíces altomedievales que cuenta con una gran riqueza arqueológica. De todo este tesoro destacan sus yacimientos medievales, que dan buena cuenta de la Reconquista desde el punto de vista de la ordenación del territorio, destacandose la red de aldeas formada por Fuenteungrillo, Mataplana y Villalba del Alcor. Palabras clave: Aldeas altomedievales, cister, Órdenes militares, despoblados, necrópolis, Edad Media, ABSTRACT Villalba de los Alcores is a town that has an early medieval archaeological wealth. From all this treasure emphasize its medieval sites, which give a good account of the Reconquest from the point of view of planning, villages standing out network formed by Fuenteungrillo, Mataplana and Villalba del Alcor. Key words: Early Medieval Villages, Cistercian, Military Orders, deserted villages, necropolis, middle ages. 1 http://www.linkedin.com/pub/iv%C3%A1ngarc%C3%ADa-v%C3%A1zquez/49/818/221 Iván García Vázquez Reconquistados dos tercios de la meseta norte a los musulmanes, la frontera con los reinos cristianos quedó establecida en el río Duero. Algo más al norte, en la zona de Torozos, se había comenzado a repoblar entre los siglos IX y X, momento en el que es muy probable que ya existiesen las aldeas de Fuenteungrillo y 2 Mataplana . 1 Villalba y la Orden Templaria (S. X-XII) En muchos lugares de Castilla y de León, fueron los caballeros templarios los iniciadores de los núcleos de población, mediante la fundación de una ermita, en torno al cual crecerían las villas. Éste parece ser el caso del caserío de Villalba del Alcor, que se desarrolló en torno a la iglesia de Santa María del Templo, cuya advocación en estas tierras parece ser exclusivamente templaria (Castán, 1982: 202). Esta orden militar, llamada oficialmente Orden de los Pobres Caballeros de Cristo y del Templo de Salomón, había sido fundada en 1119 en Jerusalén, y pudieron arribar al páramo hacia 1128, cuando el caballero templario Raimundo Bernardo acompañó a Alfonso VII y su hermana doña Sancha en la Comitiva Real que volvía desde Portugal. Los problemas para entender la llegada y entidad de los templarios a Villalba son varios debido a la pérdida de documentación medieval. Pero el hecho de que en aquella época ya hubieran fundado la iglesia de Santa María del Templo, contrasta con la certeza de que la primera donación castellana de que se tiene noticia es Villaseca (Soria), en 1146, no siendo hasta más de 20 años después, cuando los templarios reciban la donación de Ceinos de Campos. Entre uno y otro hecho, los hospitalarios ya habían tomado posesión del castillo, como se verá a continuación. Finalmente no existen noticias sobre la salida de los templarios de 2 Aunque no existe documentación tan remota, Reglero afirma que las dataciones radiocarbónicas remiten al menos al siglo IX en el caso de Fuenteungrillo, en tanto que los niveles medievales mas antiguos asociados a Mataplana datarían de en torno al s. X. 1 “Un paseo arqueológico por los yacimientos medievales de Villalba de los Alcores” Villalba, aunque parece ser que se unieron a otras órdenes para luchar contra los almorávides. De su presencia no hay duda, por la existencia de la iglesia advocada a Santa María del Templo, que además posee la sobriedad, austeridad y formas cistercienses que denotan el influjo de esta orden, pues la regla templaria estaba adherida a la del cister (Ibid.: 202). Por otro lado, el cronista de Alfonso XI recoge “Porque Don Pedro Fernández de Castro avía puesto con el Rey que faría a Don Joan Alfonso, Señor de Alburquerque et de Medellín… et por asosegar en su servicio, diole por heredat lo que avia la Orden del temple en el logar de Villalba del Alcor, que es en Campos…” lo que indica que a pesar de la llegada de los hospitalarios, pudieron mantenerse las propiedades de los templarios. De lo que no hay duda es que en aquellos tiempos, presentes templarios y hospitalarios, debían estar ya funcionando las aldeas de Fuenteungrillo y Mataplana que, unidas a Villalba del Alcor, forman el escenario arqueológico en el que se va a centrar esta conferencia. 2 La importancia de la omnipresente Orden Hospitalaria de San Juan de Jerusalén (1120-1180) Los hospitalarios se asentaron en Torozos tras la donación de propiedades que hizo Doña Sancha, hermana del rey Alfonso VII, a la Orden Hospitalaria de San Juan de Jerusalén que volvía de la primera Cruzada. Existen pocos ejemplos donde la orden Hospitalaria haya tenido tanto protagonismo en el origen y devenir histórico de un territorio como es el caso de Villalba del Alcor. Esta importancia está motivada por su posición intermedia entre el reino leonés y el condado de Castilla, lo que le convierte en lugar de frontera, y por ello en un interesante punto estratégico. La Orden Hospitalaria tomó conciencia de esta posición de privilegio y se hizo con varios dominios que le permitieron afianzar su jurisdicción frente a la Monarquía, y extender una estructura asistencial a lo largo del Camino de Santiago. Hasta tal cota alcanzó su poder, Iván García Vázquez que al reanudarse las hostilidades entre León y Castilla en la última década del XII, el propio Pontífice debe ordenar a los hospitalarios que se abstengan de tomar partido por uno u otro bando. Por aquel entonces, la orden de San Juan mantenía un papel ambiguo, pues su potencial militar se encontraba a caballo de los dos reinos. Por ello era necesario delimitar su jurisdicción, y neutralizar esta posición ambivalente. Firmada la paz con León, Alfonso VIII recobra su dominio en Matallana en 1181, a cambio de Alcubiella, en el valle de Esgueva (Ayala, 1999: 13-14). El Hospital de Juan Bernaldo La llegada de los caballeros sanjuanistas parece coincidir con la existencia de un hospital en el actual término de Villalba, sin que pueda probarse documentalmente que sea de su autoría, si bien es cierto que en no pocas ocasiones la fundación de una alberguería era el desencadenante de la creación de una villa, como en el caso de Atapuerca (Ayala, 1999:19). Lo cierto es que cuando en 1140 la orden recibe el monasterio de Wamba y sus pertenencias, incluye el “Hospital del Monte” que había pertenecido a Juan Bernaldo (Ayala, 1999: 15). En cualquier caso, existen numerosas noticias que remiten de una u otra manera a la existencia del establecimiento hospitalario junto a un camino. El Fuero de Torremormojón (1144) delimita el alfoz de este núcleo por el "Hospital de Juan Verdugo" (sic, Bernaldo); en 1156 se delimita el Monte del Alcor, que es donado a Valladolid por el "Hospital de la carrera de Villalba"; en 1158, la infanta doña Sancha dona a Santervás "la alberguería que hizo Juan Bernaldo entre Villalba y Mucientes" y en 1338, al partir los términos de Valladolid y Mucientes, se habla del "monte que está hacia San Mamés y el hospital" (Reglero, 1999: 363). Sobre el terreno no queda estructura vertical que permita aventurar que allí existió, en tiempos, un hospital. Pero no es menos cierto que, examinando el entorno, se aprecian trazas de microrrelieve que dibujan el contorno de un edificio rectangular, del que asoman los arranques de los muros de 2 “Un paseo arqueológico por los yacimientos medievales de Villalba de los Alcores” Iván García Vázquez mampostería. Otras trazas de microrrelieve, situadas en el extremo occidental del área, indican la presencia de profundas depresiones excavadas en el suelo y revestidas de piedra caliza que se podrían corresponder tanto a pozos como a silos, como bien indica Mañanes (1983: 3839) y Palol (1974: 214). Su singularidad radica en que se adapta al avance de las técnicas bélicas. A medida que evoluciona la tecnología militar se hacía necesario cambiar la forma de los castillos para protegerse de las nuevas armas de artillería. También el paso de un uso militar a uno palaciego modificaron sustancialmente sus formas. En las inmediaciones se aprecia una coloración diferencial, en la que se han recuperado algunas cerámicas a torno y tejas que pueden estar señalando la existencia de alguna construcción auxiliar sin función conocida. En Castilla es común encontrar como resultado de estos dos factores los llamados castillos de la Escuela de Valladolid, muy bien conservados en su mayoría, pero casi todos iguales. Se componen de un recinto cuadrado de muros y una torre del homenaje el doble de altura que los muros. Siempre siguen el mismo modelo, que se basa en el Alcázar de Segovia y, dependiendo del poder económico del propietario, tienen mayor o menor tamaño. El castillo de Villalba de los Alcores Aunque su origen es oscuro, parece que fue fundado en el año 1149 por los caballeros hospitalarios y después pasó a propiedad de la casa de Alburquerque por donación del rey Alfonso XI a don Juan Alonso de Alburquerque. El investigador Edward Cooper sostiene que debió ser en el S. XIII, cuando los caballeros hospitalarios reforzaron el edificio duplicando el grosor de las paredes y colocando las torres macizas a modo de contrafuertes para sostener la nueva estructura. Además añadieron las dos torres, la del homenaje y la del rastrillo, que es por donde se entraba originariamente a la fortaleza (Cooper, 1991). Del primitivo edificio templario no parece quedar nada a simple vista, ya que las estructuras más antiguas parecen ser las asociadas a las bóvedas góticas, del siglo XIII. Más evidentes son los restos de fortificación de época hospitalaria, como las torres y la muralla, y más aún las últimas reformas de los siglos XV y XVI del cantero Juan de Liérganes, que remodeló el maltrecho castillo eliminando la panda norte y reconstruyendo las plantas superiores con bóveda de cañón. Sería extremadamente productivo realizar un estudio arqueológico completo para determinar todas las fases constructivas así como para datar las primeras fases de utilización, con lo que se resolverían muchos misterios que encierra el monumento. Pero, ¿por qué es tan especial? El caso de Villalba es especial. Pocos castillos góticos han llegado hasta nosotros con tantos elementos intactos. Este tipo de fortificación, aunque de época y funciones muy similares al cercano recinto de Montealegre, tiene muchas diferencias. Sólo se conocen algunos paralelos en el Languedoc francés. Los muros del castillo son más gruesos y sólidos en la primera planta, lo que hace que los pilares de las bóvedas de la segunda planta descansen directamente sobre el muro. Las bóvedas son de crucería, recordando más a un monasterio que a un castillo, muy propio de aquellas órdenes de monjes-soldados. La entrada actual al recinto no es la original, sino que se abrió en el lienzo norte en algún momento del S. XIV o XV, seguramente tras la refriega entre Enrique IV y el Conde de Benavente, Rodrigo Alonso de Pimentel, en 1469. La entrada original se encuentra en el lienzo oriental, bajo la segunda torre hueca en la que se ubicaba el rastrillo. Hay múltiples reseñas históricas sobre las familias a las que perteneció la fortaleza, pero cabe destacar, por su antigüedad, a los Téllez de Meneses, cuyo blasón decora las claves de las bóvedas de crucería de la planta baja. Entre los siglos XIII y XV sufrió importantes obras, pasando por diferentes propietarios a lo largo de los siglos. 3 “Un paseo arqueológico por los yacimientos medievales de Villalba de los Alcores” Iván García Vázquez El cinturón defensivo de la villa Cuando el rey Alfonso VIII cede la villa a Don Alfonso Téllez de Meneses (o de Albuquerque), en premio por sus servicios en la conquista de Cuenca, el noble comenzó a edificar el perímetro defensivo, si bien hasta fines del siglo XV no adquiere su fisonomía final. Su perímetro poligonal alcanza 1200 m de desarrollo, y en tiempos, estuvo guarnecido por 36 cubos, de los que hoy quedan en pie siete, cuatro de ellos rehabilitados, junto a un amplio foso que circunda el caserío de la villa. El acceso se realizaba a través de al menos dos puertas, que aún se conservan, pasando por diferentes episodios bélicos. Las Iglesias de San Salvador y de San Martín de Matallana De estas dos iglesias poco se sabe. Situadas en el paraje de Matallana al decir de su advocación, aparecen citadas por primera vez en 1140, cuando la infanta doña Sancha dona a la orden del Hospital de San Juan de Jerusalén, el monasterio de Santa María de Wamba con todas sus propiedades, entre las que cita las iglesias de San Martín de Mataplana y San Salvador de Mataplana (Ayala, 1995: 187190). Estos dos templos darían asistencia espiritual a los habitantes de la aldea de Mataplana, perteneciendo todo ello a la Orden del Hospital de San Juan de Jerusalén. Arqueológicamente tan sólo se ha podido localizar la planta de una de ellas, si bien no ha sido posible identificar su advocación, no pudiendo discernir de cual de las dos se trata, aunque lo cierto es que la iglesia abacial posee una capilla bajo la advocación de San Martín, quizá como reparación por la iglesia homónima derruida. Este primitivo templo, habría sido levantado por los caballeros hospitalarios en fecha desconocida, aunque también es probable que hubieran puesto en uso un edificio ya existente. En ese sentido, los datos cronológicos más fiables, aunque imprecisos, sobre su origen vienen de la mano de las excavaciones, cuyas conclusiones sitúan la creación de los cimientos de la iglesia entre los siglos X y XII, en consonancia con las fechas de repoblación del lugar. El templo tiene planta basilical y la cabecera está precedida por un crucero que no está señalado en planta. Las dimensiones de 36 m en su eje este-oeste y de 18 m en su línea norte-sur, dan buena cuenta de su importancia. Sus muros son de mampostería con alma de cascajo, y a los pies de cada una de las naves laterales se dibujan dos dependencias que flanquean el pórtico de entrada, sin una función conocida (Ara Gil, 2008: 10). En su cabecera posee tres capillas de las que sobresale la central, La falta de contrafuertes en los restos de los muros hallados, hacen suponer que la iglesia tuviera cercha de madera y cubierta de tejas, sin descartar una bóveda central, al decir de los cimientos centrales (Crespo, 2009: 380-381). Parece que la sobriedad marca las líneas generales de la estructura, pues no se han encontrado restos ornamentales que pudieran indicar su adscripción estilística, si bien por algunas apreciaciones como su planta prerrománica, debió de tener un aspecto muy parecido a la iglesia de Wamba o a las iglesias asturianas de los siglos IX y X (Íbidem). Pasado el tiempo, hacia 1180, y tras la reconquista de La Rioja, el rey Alfonso VIII recompensó a Don Tello Téllez de Meneses con el Infantado de Matallana por sus méritos en guerra. Junto con su esposa Doña Gontrodo, atrajeron a una comunidad de monjes cistercienses del monasterio de La Crète, en Lyon (Francia), y fundaron la abadía en 1181, siendo su primer abad San Roberto de Matallana (Salcedo, 1985: 109-111). A la llegada de los monjes franceses a Mataplana, mantuvieron en uso esta iglesia, hasta que fue construída la abacial en 1228 y el monasterio. La información copiada al Libro Tumbo de la Hacienda del Monasterio de Matallana, escrito en 1630 probablemente por el padre Basilio Duarte, y en los Anales Cistercienses redactados por Ángel Manrique a mediados del siglo XVII, permiten conocer los pormenores de la fundación del monasterio cisterciense. 4 “Un paseo arqueológico por los yacimientos medievales de Villalba de los Alcores” Ermita de Santa Marina y el Teso de la Horca En el pago denominado Teso de la Horca, existió coetáneamente a la aldea de Mataplana una ermita bajo la advocación de Santa Marina, que estuvo en uso hasta el año 1600, cuando los monjes la mandaron derribar consagrándole a la santa, una de las capillas de la iglesia abacial. Perdido el topónimo, su existencia se conoce gracias a algunos testimonios orales que, recogidos en Villalba de los Alcores, remiten a la tradición existente en el pueblo de que en el pasado allí hubo una horca que tenían “levantada en un castillo” los monjes de Matallana, y otras que relacionan el hallazgo de restos humanos “arando con mulas este teso”, por lo que cabe la posibilidad de que se trate de una necrópolis asociada a la ermita. Las prospecciones arqueológicas han permitido comprobar la existencia de restos de materiales pétreos y algunas tejas, que pudieran indicar la pervivencia de materiales constructivos procedentes de la estructura original en este mismo lugar, y algunas cerámicas medievales muy imprecisas, pero que al tratarse de facturaciones a torno y pastas anaranjadas de aspecto medieval, recuerdan a otras piezas recuperadas durante la excavación de estratos precistercienses en el interior del monasterio (Crespo, Herrán et alii, 2003: 80). Señalan además, que las noticias referidas al hallazgo de inhumaciones en el teso son bastante acordes con las fuentes documentales (Crespo, Herrán y Puente, 2003: 79). La desconocida aldea de Mataplana La aldea de Mataplana aparece citada en varios documentos. El primero de ellos es la lista de bienes donados por la infanta Doña Sancha a la orden hospitalaria (Ayala, 1999:309-311). En el segundo documento se trata un intercambio de propiedades, por el cual Alfonso VIII recobra su dominio en Matallana en 1181, a cambio de Alcubiella, en el valle de Esgueva (Ayala, s/a: 13-14), de manera que alejaba a la orden de San Juan de la frontera del reino de León, acotando el poder de la orden. Mataplana quedaba, de este modo, bajo gobierno del rey Alfonso VIII como señor natural suyo, hasta que en 1181 lo entrega a Tello Téllez de Meneses. Iván García Vázquez Su ubicación se estima en la zona existente entre el convento y el palomar, arqueológicamente denominado “El Casetón de la Era I”. El poblado se dispersa en tres zonas funcionales diferenciadas: un lugar destinado a habitar, un espacio de transformación de materiales, o lugar de trabajo, y una ciudad mortuoria, relacionada con los lugares de culto como las iglesias de San Salvador o San Martín, y la ermita de Santa Marina. La zona habitacional: “El Casetón de la Era I” Mataplana es una de las grandes desconocidas del complejo arqueológico de Matallana, lo que obliga a contrastar la información disponible con la procedente del entorno arqueológico de la época. Aunque Quirós afirma que es una perduración de época visigótica (Quirós, 2011:245), lo cierto es que su origen es poco claro, y debe encuadrarse en las repoblaciones castellanas del siglo X. Por ello no se debe considerar el espacio atribuido al caserío como único referente, sino ampliarse la visión de manera que se puedan discernir algunas incógnitas que acompañan a la investigación sobre su localización exacta, sus áreas funcionales y su pervivencia en el tiempo. El yacimiento arqueológico al que dio lugar la antigua aldea se conoce actualmente como “El Casetón de la Era I”, y se sitúa entre el monasterio y el palomar. Fue descubierto porque en superficie, aunque no se aprecian muros o estructuras medievales -el terreno es llano- se observan en cambio una gran cantidad de materiales arqueológicos dispersos (tejas curvas y cerámicas a torno, algunos ladrillos macizos y pequeños bloques de caliza), con mayor concentración en la zona más elevada, coincidiendo con un ligero escalón de terreno que atraviesa la parcela. Crespo, Herrán y Puente (2003: 84) señalan que de los restos aparecidos bajo el monasterio, los más expresivos por su cercanía a este enclave y por la similitud de los materiales arqueológicos, son los documentados en el patio del compás del monasterio, situado a unos 75 m del yacimiento, donde se detectaron en torno a una docena de basureros rellenos con desechos domésticos entre los que destaca un conjunto de fragmentos cerámicos de 5 “Un paseo arqueológico por los yacimientos medievales de Villalba de los Alcores” época medieval que se interpretaron como asociados a la aldea de Mataplana. Realizando un pequeño ejercicio de imaginación, se puede aventurar la existencia de un pequeño número de cabañas, de planta rectangular marcada por un zócalo de piedra caliza puesta de mampostería, y un alzado de paredes de madera y tapial. Estas viviendas estarían asistidas por pequeñas construcciones auxiliares destinadas a guardar paja, grano o animales. Su techumbre estaría soportada por unas vigas de madera, con cubierta de tejas curvas. Aunque el número de cabañas aun es desconocido, debieron existir al menos más de cuatro o cinco casas habitadas, pudiendo recibir entonces el calificativo de aldea. Existiría una zona de basureros y muladares al oeste de la aldea, que carecería por otro lado de un urbanismo definido, dispersándose aleatoriamente por el territorio, aunque sin romper la unidad. A día de hoy, la investigación arqueológica ha proporcionado una interesante información sobre el despoblado, ya que han sido descubiertas concentraciones de teja curva y cerámica, dispersas sobre una superficie de planta más o menos ovalada, de 8,5 has de extensión. Los materiales cerámicos recuperados arrojan una datación para el yacimiento de entre los siglos X y XII, lo que permite relacionar la aldea con la iglesia hospitalaria. Además, en otoño de 2001 se efectuaron 3 sondeos en el espacio comprendido entre la necrópolis y el yacimiento medieval “Casetón de la Era I” (Crespo y Puente, 2002), obteniendo como resultado la documentación de una serie de depósitos de origen antrópico fechados en época medieval que sobreelevaban la cota natural del terreno algo más de 2 m. esto indica que se construyó un terraplén para evitar las crecidas del arroyo Mijares (Crespo y Puente, 2002; Crespo, Herrán y Puente, 2003: 98). La zona de trabajo: El Casetón de la Era III Junto a la aldea, aunque separadas por una distancia prudencial, se ha localizado un área artesanal. Los estudios magnetométricos han aportado una posible concentración de alfares, hornos y Iván García Vázquez barreros, verificados mediante excavación arqueológica. Llama la atención la abundancia de una concentración tan alta de estas estructuras de combustión. Manuel Crespo aporta una más que interesante interpretación. Cronológicamente esta zona artesanal estaría vinculada a la aldea o a los primeros momentos de formación del monasterio, que precisaría de grandes cantidades de materiales latericios para su construcción. Ante la escasez de datos fiables, mantiene una hipótesis en la que, basándose en el modelo británico corporate industries, y, más en concreto los destinados a la producción de autoconsumo (in-house production) de las grandes instituciones feudales monasterios, concejos urbanos, centros señoriales… (Stopford, 1992: 348). Esta caracterización se basaría en aspectos como la proximidad a un lugar de status elevado, como el caso de la abadía, la dedicación a un único tipo de producto (solamente se han recuperado tejas con defectos de cocción), aunque los pueden coexistir con otro tipo de estructuras como hornos ceramistas o metalúrgicos. Finalmente el monopolio en el consumo de los productos y una construcción muy similar, de alta calidad, serían el resto de rasgos identificativos que permiten clasificar este yacimiento (Crespo, 2010: 177-178). El conjunto excavado en 2009 permite encuadrarlo en los siglos XII y XIII, en sintonía con la existencia de la aldea y el inicio de la construcción del monasterio. La necrópolis, la sagrera y el cellarium de Prado Guadaña El cementerio de Prado Guadaña es un espacio funerario conocido desde antiguo. En sus primeros momentos, en torno al siglo VII, es necrópolis visigoda. Invadida la meseta por las tropas islámicas, se pierde el rastro de la existencia de los visigodos en Villalba, ni de su lugar habitacional. Transcurridos unos 300 años, este mismo lugar mantiene aún el recuerdo de ser tierra consagrada, y se reutiliza como necrópolis de la nueva aldea de Mataplana. Durante su excavación fueron exhumados 44 sepulcros y una veintena de hoyos. De ese total, y tras su estudio, nueve sepulturas se encuadran en el 6 “Un paseo arqueológico por los yacimientos medievales de Villalba de los Alcores” horizonte altomedieval, diferenciadas de las visigodas por encontrarse a menos profundidad. De estas tumbas cristianas medievales destaca su carácter es seglar, pues aparecen restos de mujeres y niños. (Crespo: 2009: 379). Por otro lado se ha constatado la existencia de un posible cellarium dentro de la necrópolis (Crespo: Ibid.). El cellarium, sacraria o sagreda, es una práctica que se lleva a cabo en el siglo XI, vinculada a la llamada Paz de Dios. Se trata de una ley eclesiástica procedente de Cluny, desde donde pasó a los reinos pirenaicos y, desde allí, al resto de la Península. En lo que afecta a Prado Guadaña, la Paz de Dios garantizaba el derecho de la sagrera establecido en la bula papal de 1059: un radio de treinta pasos alrededor de una iglesia que el obispo delimitaba solemnemente al consagrar un edificio de culto (Claramunt, 1985: 205-206). Dentro de este espacio no se podría producir ningún acto de violencia bajo pena de excomunión. Con esta práctica, se consiguió que los agricultores vieran a la Iglesia como una garantía contra la extorsión feudal, reafirmando ésta su poder frente al de los grandes señores y magnates (Azcarate, 2009: 134-135). Pero esta práctica se institucionalizó, evolucionando hacia formas diferentes. A partir de 1045 se encontrarían celleros en manos de particulares ubicados alrededor de los templos. Éste sería el caso de los primeros silos de Mataplana hallados en Prado Guadaña. A partir de 1060, se distinguen con claridad el sacrarius o cellero-almacén de carácter sacro y la sacraria o sagrera como espacio inmune en torno a los templos, y la sagrera, que se consolidará como espacio protegido que consigue centralizar los censos eclesiásticos y una parte de los excedentes campesinos, que sería el caso de los últimos silos asociados al monasterio. Una atalaya en el yacimiento de Cañada del señor Al oeste del monasterio, sobre la cima de un teso que se levanta sobre la horquilla formada por los arroyos Negrilla y Mijares se sitúan unos restos constructivos cuyos materiales arqueológicos aportan Iván García Vázquez cronologías altomedievales que recuerdan a estos tiempos en los que este valle era frontera entre el Reino de León y el Condado de Castilla. Su emplazamiento en altura, su difícil acceso, el excelente dominio visual del entorno y la aparición de materiales arqueológicos de cronología anterior a la redacción del Tumbo, parecen anunciar la posibilidad de que se trate de una pequeña atalaya fortificada, que una vez caída en desuso, habría podido ser sacralizada por los cistercienses como ermita. Queda pues, desdibujado su origen, quizá templario u hospitalario. 3 La implantación y esplendor del Cister (1180-1500) La reforma cisterciense y su implantación La reforma cisterciense surgió en pleno siglo XI como una vuelta a los preceptos de sencillez, oración, trabajo y hospitalidad de San Benito, que se habían visto relajados en el seno de la orden cluniacense. El primer monasterio cisterciense se funda en 1075 en Molesmes, en Francia, convirtiéndose en la casa madre del resto de monasterios, o casas hijas. Los cistercienses son también llamados bernardos, en recuerdo de San Bernardo de Claraval, y visten hábito blanco con escapulario negro, en tanto que los benedictinos cluniacenses visten hábito negro. Resulta ya suficientemente conocida la llegada de la orden del Císter a Matallana en 1173, cuando don Tello Pérez de Meneses y su esposa Doña Gontrodo, ceden los terrenos a los monjes de Cluny que se hacen cargo de la empresa, fundando la abadía. Se produjo entonces una gran transformación del espacio físico de Matapalana. La aldea cayó en desuso, pues el espacio fue ocupado por el monasterio, la necrópolis se convirtió en sagreda y la vieja atalaya se consagró como ermita. La Iglesia de Santa María de Matallana El proceso de construcción del monasterio es sencillo y sigue el patrón cisterciense: se comienza por la cabecera 7 “Un paseo arqueológico por los yacimientos medievales de Villalba de los Alcores” de la Iglesia. En el caso de Matallana se sabe que comienza en 1228, a instancias de la reina consorte doña Beatriz de Suavia, esposa de Fernnado III el Santo, sobre la supuesta Iglesia de San Martín, y que en 1254 ya se ha consagrado la capilla de San Juan. El templo está advocado a Santa María de Matallana, recibiendo el topónimo del lugar donde se encuentra, y capillas están dedicadas a San Martín, San Juan, San Bernardo, Santa María y Santa Marina. Iván García Vázquez de ultratumba de los patronos del monasterio. En Matallana, es la familia Téllez de Meneses, de la que se conservan varios sarcófagos que se encontraban en las capillas. En segundo lugar, los monjes cistercienses nunca se enterraban en el interior de la iglesia, ya que se inhumaban en el cementerio de la comunidad, que se encontraba por término preferente, en el exterior de la iglesia, alrededor de la cabecera. Existen seis sepulcros de la familia Téllez de Meneses, fechados entre los siglos XIII y XIV, que aparecieron entre los escombros de la iglesia en los años 50, de los que cuatro se encuentran en la actualidad en el Museo de Barcelona, y dos han perdido los relieves debido al maltrato de la restauración. Finalmente, son los abades, personajes relevantes de la comunidad, los únicos que se encuentran en disposición de enterrarse en el interior del claustro, o como ocurre en otros lugares, en la sala capitular u otros lugares destacados. Las dependencias monásticas medievales El monasterio de santa María de Matallana dispone de un amplio catálogo de elementos arquitectónicos e ingenios de los que no vamos a ocuparnos por ser de época moderna o contemporánea, pero procedentes de la Edad Media, se dispone de información sobre varias instalaciones auxiliares, destinadas a labores económicas o transformación de materias primas. Una vez edificada la iglesia, se construía el claustro reglar, que articulaba la vida de los monjes: desde allí se accedía a los dormitorios, las cocinas, el refectorio, que es donde comían, la sala capitular, donde se reunía el Capítulo de la comunidad y el calefactorio. De este primitivo claustro tan sólo ha quedado la basa de sus columnas, y una colección de sepulcros de los propios monjes del monasterio, que se enterraban en dicho jardín. Por desgracia se desconoce su aspecto original, pues desde el siglo XV se sometió a continuas reformas. Los monasterios cistercienses fueron muy importantes por su carácter asistencial en el Camino de Santiago. Por ello cuentan de un área muy grande destinado a hospedería, para alojamiento de peregrinos. La alberguería se organiza en torno al claustro de la hospedería, en torno al que se articulan los servicios que se ofrecen a los peregrinos: alojamiento, enfermería, botica, cocinas de peregrinos…En este caso, al ser edificado en 1590 y terminado en 1771, no vamos a detenernos en él. Las necrópolis monásticas Normalmente existen tres lugares funerarios estrictamente relacionados con el monasterio. Por un lado, el interior de la iglesia, que estaba destinado a ser morada De tejares, molinos, y otras construcciones El Prado de las Arcas: la traída de aguas del monasterio El sistema de traída de aguas aparece por primera vez en el Libro Tumbo en el siglo XV. El agua se captaba en el páramo, desde donde se aprovechaba la fuerza de su caída para irrigar los campos y las cañerías del cenobio. De esa primera acometida de aguas del monasterio medieval se han conservado algunos elementos, que han pervivido en la toponimia con el nombre de “Prado de las Arcas”, al sur del recinto monástico. Está compuesta por cinco arcas, cuatro en el prado y una ya dentro del recinto del cenobio. Están distribuidas a intervalos regulares a lo largo de un trayecto de unos 180 m. Están construidas con sillarejo de caliza aparejado a soga, en hiladas regulares trabadas con mortero de cal y arena, formando un macizo de planta cuadrada de unos 2 m de altura, rematado con un elemento piramidal decorativo, aunque posiblemente las arcas sean ya del siglo XVI, 8 “Un paseo arqueológico por los yacimientos medievales de Villalba de los Alcores” reemplazando a una estructura medieval anterior. El Tejar El yacimiento conocido como “El tejar II”, se ubica en el extremo meridional de la finca Matallana, entre la margen izquierda del arroyo Mijares y la linde occidental del Camino Bajo de Villalba. Se trata de los restos del antiguo tejar del monasterio de Matallana, que se localizaba en la parte baja de la ladera, incrustada en el interfluvio de los arroyos de La Moraleja y Mijares (Crespo, Herrán y Puente, 2003: 68-71). La zona donde se encuentra se halla cubierta de tupida vegetación herbácea pero en superficie “es posible reconocer una buena cantidad de tejas curvas, muchas de ellas quemadas, que se extienden por la superficie y la ladera occidental de un pequeño rellano formado por la cuesta de páramo. Este rellano posee un perfil caracterizado por presentar una pequeña plataforma llana y una corta ladera que cae sobre la inmediata margen derecha del Mijares” (Crespo, Herrán y Puente, 2003: 69). El tejar se situaba inmediatamente al sur de las tierras conocidas como Prado de las Arcas y tierra del Palomar, las cuales si bien hoy han perdido el topónimo, siguen conservando aún las estructuras que en su día dieron nombre a las parcelas, y al oeste del camino de Villalba. Por último, indican que el tejar siguió funcionando hasta el primer cuarto del siglo XX, ya que vecinos ancianos de Villalba lo recuerdan, e incluso aparece cartografiado en la edición de 1932 del Mapa Topográfico Nacional. Hitos del coto monástico Existen tres mojones cilíndricos de piedra, que no tienen ninguna inscripción, repartidos por varios puntos de las estribaciones de la finca Matallana. Se trata de los antiguos amojonamientos del coto, de los que no se sabe su número original, pero de los que quedan en pie tres, desafiando el paso del tiempo, y a los que se ha puesto nombre: - Mojón 1. Orejas de Liebre - Mojón 2. Cantones - Mojón 3. Cañada del Señor Iván García Vázquez La Casería: Se trata de un edificio medieval, del que se desconoce tanto su origen, aunque hay constancia documental desde el siglo XVI. Tampoco se conocen sus restos, si bien su ubicación se halla bajo la granja de corderos construida en 1985, lugar donde lo sitúa un plano del siglo XIX. Las noticias se remontan al siglo XVI. Pozo de Nieve Al igual que la casería, del pozo de nieve o nevero sólo se conoce su noticia escrita. Ubicado entre el palomar, al norte, el Prado de las Arcas, al oeste, el Camino Bajo de Villalba, al este y el Tejar, al sur. Quizá se corresponda con algunas manchas que se aprecian en fotografía aérea, de grandes dimensiones, que actualmente se hallan en estudio. La ermita de San Cristóbal Según el Libro Tumbo del monasterio, que data de 1630, al oeste del monasterio se encontraría la ermita de San Cristóbal. Este templo debió erigirse sobre las ruinas de la antigua atalaya de vigilancia, en la Cañada del señor. Esta hipótesis que se refuerza con la presencia, en el extremo norte de la plataforma, de un hito anepigráfico de piedra de forma cilíndrica y aproximadamente 1 m de altura, que quizás podría corresponder a un amojonamiento del antiguo Coto Redondo de Matallana ya que este cerro aparece citado como hito del Coto Redondo con Montealegre desde el siglo XIII (Hito de San Cristóbal) hasta el siglo XVIII. Un gran núcleo rural: los despoblados de Fuenteungrillo, Santa Coloma y San Pedro Al oeste de la localidad de Villalba se encuentra el tercer gran foco de población del actual municipio. Se trata del conjunto urbano formado por Fuenteungrillo, Santa Colomba y San Pedro. Fuenteungrillo La noticia escrita más antigua de Fuenteungrillo data de 1201, a pesar de que existen dataciones radiocarbónicas del siglo VIII, en un contexto secundario. Lo que parece seguro es que su origen y el de 9 “Un paseo arqueológico por los yacimientos medievales de Villalba de los Alcores” Mataplana vayan paralelos allá por el siglo X, aunque Fuenteungrillo entra en decadencia a inicios del siglo XV. Contaba con dos iglesias con necrópolis: la de Santa María y la de San Miguel, situadas intramuros, y mencionadas en la documentación del siglo XIV, aunque un siglo antes hay constancia de la presencia de clérigos en la villa. La iglesia de Santa María se identificaría con la moderna de la Virgen de las Fuentes, citada por Madoz (1984: 65), por lo que cabría buscar el cementerio de San Miguel. Las estructuras documentadas consisten en parte del trazado viario, que era articulado por tres calles principales, una serie de viviendas, alguna de ellas compuestas por varias habitaciones, una cerca que delimita el poblado y en la que se abren dos puertas, una al oeste y otra al sur. Iván García Vázquez En cualquier caso, el barrio se mencionaba hacia 1201 como poblado, y vacío ya a mediados del siglo XIV, si bien en su excavación se recuperó una moneda de Alfonso X que puede llevarlo a inicios del XIV. En cuanto a su estructura urbana, se ha documentado una cerca, de la que sólo se aprecian restos en el lado oriental, vestigios de viviendas construidas con muros de doble paramento de piedra, cuyo interior se ha rellenado con piedras pequeñas y barro y, la necrópolis, correspondiente a la iglesia de Santa Catalina, situada al sur del despoblado. Posee además un descansadero de ganado situado al norte del arroyo de las Fuentes, por la cañada de Fuenteungrillo a Palencia. El barrio de San Pedro El castillo hospitalario se compone de dos recintos con varias divisiones internas destinadas a diferentes usos. Parece que la razón de ser de la fortificación es el establecimiento de la frontera castellano-leonesa en 1158 y 1230. Aquel año, la frontera desaparece y la población pierde su valor estratégico, y con el su importancia, iniciando un paulatino proceso de deterioro. De este pequeño barrio casi nada se sabe. Aparece documentalmente en papeles de época moderna, cuando ya todo el despoblado ha sido abandonado, en la “Memoria para el solicitador de la orden de Chancillería…” donde mencionan “un mojón junto al camino de Carra Mucientes, encima de la hermita que fue de San Pedro, se quite y se pase abajo en la lindera junto al Valle” (Reglero, 2001: 116). La propiedad del señorío en el siglo XIII se repartía entre la abadía de Matallana, los frailes hospitalarios, que venden sus propiedades al monasterio, y los Meneses y algunas señoras familiares de escuderos. Esta división de poder radica en la abundancia de recursos de Fuenteungrillo, pues sus campos estaban ocupados por viñas, huertos, molinos, montes y pastos, por lo que habría ganado ovino, volatería y pelaje. Había linares de los que se obtenía lino con los que fabricar paños (Reglero, 2001: 120-122) El actual palomar está edificado sobre los restos de tal ermita, y en torno a unos 35 m de radio se extiende la necrópolis asociada al templo. Debió ser anterior a Fuenteungrillo, o de sus primeros tiempos, puesto que la puerta occidental de acceso al poblado que mira hacia este barrio recibió el topónimo, del que hay constancia desde 1226. 4 El devenir histórico de las poblaciones de Villalba Santa Colomba La Iglesia de Santiago de Villalba El núcleo de Santa Coloma es arqueológicamente menos conocido que el de Fuenteungrillo. Barrio mucho menos poblado, se abandonó antes que el anterior. Las referencias a este vecindario son muy escasas, y conocidas a través de las pesquisas llevadas a cabo en varios litigios. La Iglesia data del siglo XII, aunque no ha sido muy estudiada. De su factura original tan solo queda el ábside, pues sufrió importantes reformas en los siglos XV, XVII y XVIII. En cualquier caso, la advocación al apóstol es indicativa del gran auge que tomó el Camino jacobeo como símbolo de cristianización. 10 “Un paseo arqueológico por los yacimientos medievales de Villalba de los Alcores” Iván García Vázquez En cualquier caso, es clara la proliferación de advocaciones al santo en los reinos de Castilla y León, así como en aquellos territorios donde pasa el camino o sus ramales principales. Bien por la crisis del milenarismo, bien por el contexto de reconquista o la presencia de las órdenes militares, lo cierto es que su advocación tuvo una gran profusión, a la que dio color el grito de ¡Santiago y Cierra España!. La crisis de la baja Edad Media En tiempos del reinado de Enrique I la villa peleó en contra de don Álvaro de Lara y a favor de la regente doña Berenguela, durante el señorío de don Alonso Téllez de Meneses. Reinando Alfonso XI, el matrimonio de doña Isabel de Meneses con don Juan Alonso de Alburquerque unió esta villa a las posesiones de este último, además de recibir en 1334 las antiguas posesiones que habían tenido los templarios. Durante la guerra civil de Castilla, fue tomada por Pedro I el Cruel en 1354. Tras pasar por varias manos, y ser sometida a continuos ataques, la llegada de los Reyes Católicos supuso un periodo de paz para Villalba. Por su parte Fuenteungrillo fue perdiendo importancia, y ya a inicio del siglo XV se encontraba desaparecido. El monasterio de Matallana mantendría su autonomía a lo largo de la Edad Moderna, hasta que el pueblo español se alza en armas contra la ocupación francesa. Es entonces cuando el cenobio se destina a Hospital de guerra, y sufre desmanes de los liberales franceses. Terminada la guerra, y en el contexto de las desamortizaciones, el monasterio es vendido y descuartizado, empleándose como cantera para las obras del ramal de campos del Canal de Castilla. Villalba de los alcores continuó empleando su muralla como cantera para construir el caserío y las bodegas, en un proceso reconstructivo que alcanza el siglo XX. A finales de esta centuria existe una concienciación del patrimonio, que ha permitido la restauración de parte del despoblado de Fuenteungrillo, de l monasterio de Matallana y de los cubos de Villalba. 11 “Un paseo arqueológico por los yacimientos medievales de Villalba de los Alcores” Bibliografía AYALA MARTÍNEZ, C. de (2011): “Libro de privilegios de la Orden de San Juan de Jerusalén en Castilla y León (siglos XII-XV)”, en Consuegra en la Historia, vol. 1, Madrid, pp. 345-360. AYALA MARTÍNEZ, C. de (1999): “La Orden Militar de San Juan en Castilla y León. 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