ADVERTENCIA Salvo Domingo Lourido, de cuyo itinerario vital se

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ADVERTENCIA
Salvo Domingo Lourido, de cuyo itinerario vital se ha dado en las
páginas consumidas una versión sesgada y obscena, omitiendo aquellos perfiles que hubieran permitido una aproximación más enjundiosa
a sus homéricas proezas, y algún que otro protagonista secundario, tal
como Ramón Acevedo, que es el único que en este instante de hartazgo me devuelve la memoria, ninguno de los personajes y episodios
que han jalonado la narración tiene vínculo alguno con la realidad, ni
con esa viscosa, lacerante melancolía que los intelectuales califican
como texto histórico. Es preciso subrayar al eventual lector, probablemente también hastiado como quien redacta estas líneas finales, que
los habitantes que pueblan la novela son ficticios, meros ángeles concebidos por la imaginación del demiurgo, y que nunca ocurrieron los
acontecimientos tan mal administrados por su pluma. Las opiniones
vertidas por el cronista, su cínico regodeo en menoscabo de los seres
que inventó, la penosa hipocresía con que aparenta deleitarse, y, en
fin, todo el húmedo discurso que su mente trazara sobre páginas en
principio inocentes, incluyendo cierta apatía en las descripciones, deben ser cargadas a su cuenta particular. En cuanto a la autoría puntual
de los párrafos, misterio que no logra develar la lente de los calígrafos,
habrá que resignarse al enigma de si fue el siniestro Frelopín quien
escribiera la historia, en cuyo caso reivindicaría la condición de autor
y personaje al mismo tiempo, o bien una ninfómana oportunista que
consiguió infiltrarse entre papeles abandonados –no necesariamente
Rosario Gárate, ser inmaterial del que no cabe deducir se distrajese en
un mar de palabras–, o tal vez, como simple hipótesis, que hayan sido
varios los escribientes que se turnaron en una lucha desigual y confusa
contra las oraciones. Da lo mismo. Las hojas ingresaron precipitadas a
través de un ventanal abierto al rumor ingrávido de la primavera, y
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GONZALO SEIBANE
fueron a posarse sobre mi escritorio como animales domésticos en
busca de comida. Lo escrito es una íntegra farsa; una secuencia de
criaturas artificiales, de pronto anodinas, de pronto esperpénticas, apresadas en un pantano de causas y efectos hacia el que vomitan con
énfasis sus respectivos fracasos. Al cabo, me atrevo íntimamente a
sugerirle, la vida quizá sólo sea una suma de ficciones que vendrá a
recoger la muerte. Como Narcisos enamorados de su imagen, hemos
de ver desvanecerse nuestros rasgos en el espejo del agua. Déjeme
entonces evocar a aquella hija del aire usurpadora del trono de Babilonia,
Calderón mediante, anunciándonos lo que somos: materia breve que
ha de llevarse en átomos el viento.
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