VIGILIA DE PENTECOSTÉS CON LOS MOVIMIENTOS ECLESIALES

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VIGILIA DE PENTECOSTÉS CON LOS MOVIMIENTOS ECLESIALES
VIGILIA DE PENTECOSTÉS CON LOS MOVIMIENTOS ECLESIALES
PALABRAS DEL SANTO PADRE FRANCISCO
PLAZA DE SAN PEDRO
SÁBADO 18 DE MAYO DE 2013
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Pregunta 1:
«La verdad cri sti ana es atrayente y per sua siva porque responde a la necesidad profun d a
de la existen cia humana, al anunciar de manera convincente que Cristo es el ún ico
Salvador de todo el hombre y de todos lo s hombres». Santo Padre, estas palabras su yas
nos han impre sionado profundamente: e xpr esan de manera directa y radical la experiencia
que cada uno de nosotros desea vivir sobr e t odo en el Año de la fe y en esta peregrinació n
que esta tarde nos ha traído aquí. Est am os ante usted para renovar nuestra fe, pa ra
confirmarla, para reforzarla. Sabemos que la fe no puede ser de una vez por todas. Co mo
decía Benedicto X VI en Porta fidei: «La f e n o es un presupuesto obvio». Esta afirmació n n o
se refier e sólo al mundo, a los demás, a la t ra dición de la que venimos: esta afirmación se
refiere ante todo a cada uno de nosotros. De masiadas veces nos damos cuenta de cómo la
fe es un germen de novedad, un inicio de cambio, pero a duras penas abarca la totalid a d
de la vida. No se convierte en el origen de t od o nuestro conocer y hacer. Santidad, u sted
¿cómo pudo en su vida llegar a la ce rt eza d e la fe? Y ¿qué camino nos indica para que
cada uno de nosot ros venza la fragilid ad de la fe?
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Pregunta 2:
Padr e Santo, la mí a es una experiencia de vid a cotidiana, como tantas. Busco vivir la fe
en el am biente de trabajo, en contact o con los demás, como testimonio sincero del bien
recibido en el encuentro con el Señor. Soy, so mos «pensamientos de Dios», colmados por
un A mor mist erioso que nos ha dado la vid a. Enseño en una escuela y esta concien cia
me da el motivo para apasionar a mis chavales y también a los colegas. Comprueb o a
menudo que muchos buscan la felicid ad e n muchos caminos individuales en los que la
vida y sus grandes int errogantes frecuent em ente se reducen al materialismo de qu ie n
quiere tener t odo y se queda perennem en te insatisfecho, o al nihilismo según el cual nad a
tiene sentido. Me pregunto cómo pue de llegar la propuesta de la fe —que es la de un
encuentro pe rsonal, l a de una comun idad, un pueblo— al corazón del hombre y de la
mujer de nuestro t iempo. Estamos hecho s par a el infinito —«¡Apostad la vida por las cosas
grandes!», nos di jo ust ed recientemen te—, p er o todo en torno a nosotros y a nuestros
jóvenes parece deci r que hay que con form arse con respuestas mediocres, inmediat as, y
que el hombre debe entregarse a lo finito sin buscar otra cosa. A veces nos sentimos
amedrentados, como los discípulos e n la vig ilia de Pentecostés. La Iglesia nos invita a
la Nueva Evangelización. Creo que to do s los aquí presentes sentimos fuertemente e ste
desafío, que est á en el corazón de nuestr as experiencias. Por esto desearía pedirle ,
Padr e Santo, que nos ayude, a mí y a to do s, a entender cómo vivir este desafío e n
nuestro tiempo. ¿Para usted qué es lo má s importante que todos nosotros, movimien tos,
asociaciones y comunidades, debemo s conte mplar para llevar a cabo la tarea a la qu e
estamos llam ados? ¿Cómo podemos com un icar de modo eficaz la fe hoy?
Pregunta 3:
Padr e Santo, he oído con emoción las p alabr as que dijo en la audiencia a los period istas
tras su elección: «Cómo querría una I glesia pobre y para los pobres». Muchos de noso tros
estamos comprometi dos con obras de car ida d y justicia: somos parte activa de la arraig ada
presencia de la I glesi a allí donde el ho mbr e sufre. Soy una empleada, tengo familia, y
en la medida en que puedo me compro meto personalmente con la cercanía y la ayud a
a l os pobres. Pero no por esto me sient o sat isfecha. Desearía poder decir con la Mad re
Teresa: Todo es por Cri sto. La gran ayuda p ar a vivir esta experiencia son los herman o s
y las herm ana s de mi comunidad, que se comp rometen por un mismo objetivo. Y en este
compromiso nos sosti ene la fe y la oración . L a necesidad es grande. Nos lo ha record ado
usted: «¡ Cuánt os pobres hay todavía en el mundo! Y ¡cuánto sufrimiento afrontan e stas
personas!». Y la crisi s lo ha agrava do t odo. Pienso en la pobreza que aflige a tan to s
países y que se asoma también al mundo del bienestar, en la falta de trabajo, en los
movimientos de emi gración masiva, en las nuevas esclavitudes, en el abandono y en
la soledad de muchas familias, de mu cho s ancianos y de tantas personas que care ce n
de casa o de trabajo. D esearía preg un tarle, Padre Santo, ¿cómo podemos vivir, todo s
nosotros, una Iglesia pobre y para los po br es? ¿De qué forma el hombre que sufre es u n
interrogante p ara nuestra fe? Todos nosotr os, como movimientos y asociaciones laica les,
¿qué contr ibuci ón concreta y eficaz po de mos d ar a la Iglesia y a la sociedad para afron tar
esta gr ave crisis que toca la ética pública, el m odelo de desarrollo, la política, en resume n,
un nuevo modo de ser hombres y muje res?
Pregunta 4:
Caminar, const ruir, confesar. Este «pro gr ama » suyo para una Iglesia-movimiento, a sí
al menos lo h e entendido al oír una de su s homilías al comienzo del Pontificado, nos
ha confortado y estimulado. Confortado, p or que nos hemos encontrado en una unid ad
profunda con los amigos de la com un idad cristiana y con toda la Iglesia universal.
Estimulado, p orque en cierto sentido ust ed nos ha obligado a sacudir el polvo del tie mpo
y de la superficialidad de nuestra ad he sión a Cristo. Pero debo decir que no consigo
superar la sensación de turbación que me p roduce una de estas palabras: conf esar.
Confesar, esto es, testimoniar la fe. Pen sem os en tantos hermanos nuestros que sufre n
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a causa de ell a, como oímos hace poco tiem po. A quien el domingo por la mañana tien e
que decidir si ir a Misa porque sabe q ue , al h acerlo, peligra su vida. A quien se sien te
cercado y discri minado por la fe cristiana en t antas, demasiadas, partes de este mun d o
nuestro. Fr en te a estas situaciones p ar ece qu e mi confesar, nuestro testimonio, es tímido
y amedr entad o. D esearíamos hacer más, p er o ¿qué? Y ¿cómo aliviar su sufrimiento a l n o
poder hacer nada, o muy poco, para ca mbiar su contexto político y social?
Respuestas del Santo Padre Francis co
¡Buenas tardes a t odos!
Estoy contento de encontraros y de q ue to do s nosotros nos encontremos en esta pla za
para orar, para estar uni dos y para esper ar e l don del Espíritu. Conocía vuestras pregun ta s
y he pensado en ellas —¡así que esto no e s sin conocimiento! Ante todo, ¡la verdad! La s
tengo aquí, escritas.
La pr imer a —«Usted ¿cómo pudo en su vida llegar a la certeza de la fe? Y ¿qué camin o
nos indica para que cada uno de nosotr os venza la fragilidad de la fe?»— es una pregun ta
histórica, porque se ref iere a mi histor ia, ¡la historia de mi vida!
Tuve la gr acia de crecer en una familia en la qu e la fe se vivía de modo sencillo y concre to;
pero fue sobre todo mi abuela, la mamá d e mi p adre, quien marcó mi camino de fe. Era u na
mujer que no s explicaba, nos hablab a d e Je sús, nos enseñaba el Catecismo. Recue rdo
siempre que el Vi ernes Santo nos llevaba, po r la tarde, a la procesión de las antorcha s, y
al final de est a procesión llegaba el «Crist o yacente», y la abuela nos hacía —a nosotros,
niños— arrodillarnos y nos decía: «Mir ad, e stá muerto, pero mañana resucita». Rec ibí e l
primer anuncio cristiano precisament e d e e sta mujer, ¡de mi abuela! ¡Esto es bellísimo !
El prim er anu ncio en casa, ¡con la fa milia! Y esto me hace pensar en el amor de ta ntas
mamás y de t antas abuelas en la transmisión de la fe. Son quienes transmiten la fe. E sto
sucedía también en los primeros tiem po s, porque san Pablo decía a Timoteo: «Evoco e l
recuerdo de l a f e de tu abuela y de tu madre » ( cf. 2 Tm 1,5). Todas las mamás que e stán
aquí, todas la s abuelas, ¡pensad en esto ! Tra nsmitir la fe. Porque Dios nos pone al lad o
personas que ayudan nuestro camino de fe . Nosotros no encontramos la fe en lo abstra cto,
¡no! Es siempre una persona que predica, q ue nos dice quién es Jesús, que nos transmite
la fe, nos da el primer anuncio. Y así fue la pr imera experiencia de fe que tuve.
Pero hay un d ía muy importante para m í: el 21 de septiembre del ‘53. Tenía casi 17 añ os.
Era el «Día del estudiante», para nosotr os el d ía de primavera —para vosotros aquí es el
día de otoño. A ntes de acudir a la fiest a, pasé por la parroquia a la que iba, encontré a un
sacerdote a quien no conocía, y sentí la n ece sidad de confesarme. Ésta fue para mí u n a
experiencia de encuentro: encontré a alg uien que me esperaba. Pero no sé qué pasó, no
lo recuer do, no sé por qué estaba aquel sa cer dote allí, a quien no conocía, por qué ha bía
sentido ese deseo de confesarme, per o la ver dad es que alguien me esperaba. Me estaba
esperando desde hacía tiempo. Después d e la confesión sentí que algo había cambia do.
Yo no er a el mismo. Había oído justam en te como una voz, una llamada: estaba convencid o
de que tenía que ser sacerdote. Esta exp er ien cia en la fe es importante. Nosotros decimo s
que debemos buscar a D ios, ir a Él a pedir perdón, pero cuando vamos Él nos espera, ¡É l
está pr imer o! Nosotros, en español, tenemo s una palabra que expresa bien esto: «El S eño r
siempre nos pri merea», está primero, ¡nos está esperando! Y ésta es precisamente u n a
gracia grande: encontrar a alguien que t e e stá esperando. Tú vas pecador, pero Él te e stá
esperando para perdonarte. Ésta es la exp er iencia que los profetas de Israel descr ibían
diciendo que el S eñor es como la flor del almendro, la primera flor de primavera (cf.
Jer 1, 11-12). Ant es de que salgan las dem ás flores, está él: él que espera. El Se ñ or
nos espera. Y cuando le buscamos, hallam os esta realidad: que es Él quien nos espera
para acogernos, para darnos su amo r. Y esto te lleva al corazón un estupor tal que n o
lo crees, y así va creci endo la fe. Con e l e ncuentro con una persona, con el encuen tro
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con el Señor. Al guno dirá: «No; yo pr ef ier o e studiar la fe en los libros». Es importa nte
estudiarla, pe ro mira: esto solo no bast a. Lo importante es el encuentro con Jesús, el
encuentro con É l; y esto te da la fe, po rque es precisamente Él quien te la da. Hablab a is
también de la f ragilidad de la fe, cóm o se h ace para vencerla. El mayor enemigo de la
fragilidad —curi oso, ¿eh?— es el miedo. ¡Per o no tengáis miedo! Somos frágiles, y lo
sabemos. Pero É l es más fuerte. Si tú est ás con Él, no hay problema. Un niño es fragilísimo
—he visto mu chos hoy—, pero estaba con su papá, con su mamá: está seguro. Co n e l
Señor estamos seguros. La fe crece con el Señor, precisamente de la mano del Señ or;
esto nos hace crecer y nos hace fuert es Per o si pensamos que podemos arreglárnosla s
solos... Pense mos en qué le sucedió a Pe dr o: « Señor, nunca te negaré» (cf. Mt 26, 33-3 5);
y después cantó el gallo y le había negado tr es veces (cf. vv. 69-75). Pensemos: cu and o
nos fiamos demasiado de nosotros mism os, somos más frágiles, más frágiles. ¡Siemp re
con el Señor! Y decir «con el Señor» sign if ica decir con la Eucaristía, con la Biblia , con
la oración... p ero también en familia, t am bié n con mamá, también con ella, porque ella e s
quien nos lleva al S eñor; es la madre, es quie n sabe todo. Así rezar también a la V irge n
y pedirle, como mamá, que me fortalezca. Est o es lo que pienso sobre la fragilidad ; a l
menos es mi experienci a. Algo que me ha ce f uerte todos los días es rezar el Rosario a la
Virgen. Siento una f uerza muy grande p or que acudo a Ella y me siento fuerte.
Pasem os a la segunda pregunta.
«Creo que todos los aquí presentes se nt im os fuertemente este desafío, el desafío d e
la evangelización, que está en el cor azó n d e nuestras experiencias. Por esto desearía
pedirle, Padre Sant o, que nos ayude, a mí y a t odos, a entender cómo vivir este desafío en
nuestro tiempo. ¿Para usted qué es lo má s importante que todos nosotros, movimien tos,
asociaciones y comunidades, debemo s conte mplar para llevar a cabo la tarea a la qu e
estamos llam ados? ¿Cómo podemos com un icar de modo eficaz la fe hoy?»
Diré sólo tres palabras.
La prim era: Jesús. ¿Qué es lo más import ante? Jesús. Si vamos adelante co n la
organización, con otras cosas, con cosas bellas, pero sin Jesús, no vamos adelante ; la
cosa no marcha. Jesús es más import ant e. Ah ora desearía hacer un pequeño repro che,
pero frater nal mente, entre nosotros. Todos habéis gritado en la plaza: «Francisco,
Francisco, Papa Francisco». Pero, ¿qué er a de Jesús? Habría querido que grita rais:
«Jesús, Jesús es el Señor, ¡y está en medio de nosotros!». De ahora en adelante nad a de
«Francisco», ¡sino Jesús!
La segunda palabra es: la oración. Mir ar el r ostro de Dios, pero sobre todo —y esto e stá
unido a lo que he dicho antes— sent ir se mir ado. El Señor nos mira: nos mira antes. Mi
vivencia es lo que experimento ante el sa gr ario cuando voy a orar, por la tarde, ante e l
Señor . Algunas veces me duermo un poquit o; e sto es verdad, porque un poco el cansancio
del día te adormece. P ero Él me en tien de . Y siento tanto consuelo cuando pienso q u e
Él me mira. Nosot ros pensamos que d eb em os rezar, hablar, hablar, hablar... ¡no! Dé jate
mirar por el S eñor. Cuando Él nos mir a, nos da la fuerza y nos ayuda a testimoniarle —
porque la pregunt a era sobre el testim onio de la fe, ¿no?—. Primero «Jesús»; desp u és
«oración» —sentimos que Dios nos lleva de la mano—. Así que subrayo la importancia
de dejar se guiar por Él . Esto es más im po rt an te que cualquier cálculo. Somos verdadero s
evangelizadores dejándonos guiar por Él. Pe nsemos en Pedro; tal vez estaba echánd ose
la siesta y tuvo una visión, la visión del lien zo con todos los animales, y oyó que Jesús
le decía algo, pero él no entendía. En ese m om ento llegaron algunos no-judíos a llamarle
para ir a una casa, y vio cómo el Espíritu Sant o estaba allí. Pedro se dejó guiar por Je sús
para llevar aquella primera evangeliza ción a los gentiles, quienes no eran judíos: a lg o
inimaginable en aquel t iempo (cf. Hch 10, 9-3 3) . Y así, toda la historia, ¡toda la historia !
Dejarse guiar por Jesús. Es precisam en te el leader, nuestro leader es Jesús.
Y la tercera: el testimonio. Jesús, ora ción —la oración, ese dejarse guiar por É l— y
después el testimoni o. Pero desearía añadir a lgo. Este dejarse guiar por Jesús te lleva
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a las sorpr esas de Jesús. Se puede p en sar que la evangelización debemos programarla
teóricam ente, pensando en las estrategia s, h aciendo planes. Pero estos son instrumen to s,
pequeños instrumentos. Lo important e es Je sús y dejarse guiar por Él. Después podemo s
trazar las estrat egias, pero esto es secu nd ar io.
Finalmente, el testimoni o: la comunicación de la fe se puede hacer sólo con el testimo n io,
y esto es el amor. No con nuestras ide as, sino con el Evangelio vivido en la p rop ia
existencia y que el E spíritu Santo hace vivir dentro de nosotros. Es como una sine rgia
entre nosotro s y el E spíritu Santo, y est o conduce al testimonio. A la Iglesia la ll evan
adelante los santos, que son precisam ente qu ienes dan este testimonio. Como dijo Ju a n
Pablo II y también B enedicto XVI, el m un do d e hoy tiene mucha necesidad de testig os.
No tanto de maestros, sino de testig os. No h ablar tanto, sino hablar con toda la vida: la
coherencia de vida, ¡precisamente la coh er encia de vida! Una coherencia de vida qu e es
vivir el cristi a nismo como un encuentr o con Jesús que me lleva a los demás y no como un
hecho social. Soci almente somos así, so mos cristianos, cerrados en nosotros. No, ¡esto
no! ¡El testimonio!
La tercera pregunt a: «Desearía pregunt ar le, Padre Santo, ¿cómo podemos vivir, tod o s
nosotros, una Iglesia pobre y para los po br es? ¿De qué forma el hombre que sufre es u n
interrogante p ara nuestra fe? Todos nosotr os, como movimientos y asociaciones laica les,
¿qué contr ibuci ón concreta y eficaz po de mos d ar a la Iglesia y a la sociedad para afron tar
esta grave c risis que toca la ética p úb lica » —¡esto es importante!—, «el modelo d e
desarr ollo, la política, en resumen, un nu evo m odo de ser hombres y mujeres?».
Retomo desde el testimonio. Ante todo, vivir el Evangelio es la principal contribución que
podemos dar. La Iglesia no es un movim ien to político, ni una estructura bien organizad a :
no es esto. No somos una ONG, y cuando la Iglesia se convierte en una ONG pierd e
la sal, no tiene sabor, es sólo una o rganización vacía. Y en esto sed listos, porque e l
diablo nos engaña, porque existe el peligr o del eficientismo. Una cosa es predicar a Je sús,
otra cosa es la eficacia, ser eficaces. No; aquello es otro valor. El valor de la Igl esia,
fundamental mente, es vivir el Evangelio y dar testimonio de nuestra fe. La Iglesia es la sal
de la tierr a, es l uz del mundo, está llama da a hacer presente en la sociedad la levad u ra
del Reino de Dios y lo hace ante todo co n su t estimonio, el testimonio del amor fratern o,
de la solidaridad, del compartir. Cuando se oye a algunos decir que la solidaridad n o es
un valor, sino una «actitud primaria» q ue debe desaparecer... ¡esto no funciona! Se e stá
pensando en una eficacia sólo mundana. L os momentos de crisis, como los que estamos
viviendo —pero tú di ji ste antes que « est am os e n un mundo de mentiras»—, este momen to
de cr isis, prest emos atención, no consist e en una crisis sólo económica; no es una crisis
cultural. Es una crisis del hombre: ¡lo q ue está en crisis es el hombre! ¡Y lo que pue d e
resultar destruido es el hombre! ¡Pe ro el ho mbre es imagen de Dios! ¡Por esto es u na
crisis profunda! E n este momento de crisis no podemos preocuparnos sólo de noso tros
mismos, encerrarnos en la soledad, en el de saliento, en el sentimiento de impotencia
ante los problemas. No os encerréis, p or favor . Esto es un peligro: nos encerramos en la
parroquia, con los amigos, en el movim ien to, con quienes pensamos las mismas cosa s...
pero ¿sabéis qué ocurre? Cuando la Ig lesia se cierra, se enferma, se enferma. Pensa d e n
una habitació n cerrada durante un año; cuando vas huele a humedad, muchas cosas n o
marchan. Una Igl esia cerrada es lo mismo : es una Iglesia enferma. La Iglesia debe salir de
sí m isma. ¿ Adónde? Hacia las periferia s e xist enciales, cualesquiera que sean. Pero salir.
Jesús nos dice: «Id por todo el mundo. I d. Pr edicad. Dad testimonio del Evangelio» (cf.
Mc 16, 15) . Pero ¿qué ocurre si uno sa le de sí mismo? Puede suceder lo que le pue d e
pasar a cualquiera que salga de casa y va ya por la calle: un accidente. Pero yo os d igo:
prefiero m il ve ces una Iglesia accidenta da , q ue haya tenido un accidente, que una Igle sia
enferm a por e ncerrarse. Salid fuera, ¡salid! Pe nsad en lo que dice el Apocalipsis. Dice a lg o
bello: que Jesús está a la puerta y lla ma, llam a para entrar a nuestro corazón (cf. Ap 3,
20). Este es el sent ido del Apocalipsis. Pero haceos esta pregunta: ¿cuántas veces Jesús
está dentro y llama a l a puerta para salir , par a salir fuera, y no le dejamos salir sólo p or
nuestras seguridades, porque muchas ve ces e stamos encerrados en estructuras caducas,
que sir ven sólo para hacernos esclavos y no hijos de Dios libres? En esta «salida » es
importante ir al encuentro; esta palab ra par a m í es muy importante: el encuentro co n los
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demás. ¿ Por qué? Porque la fe es un en cue nt ro con Jesús, y nosotros debemos hacer lo
mismo que ha ce Jesús: encontrar a los demá s. Vivimos una cultura del desencuentro, un a
cultura de la fragmentación, una cultur a e n la que lo que no me sirve lo tiro, la cultu ra
del descarte. Pero sobre este punto os in vit o a pensar —y es parte de la crisis— en
los ancianos, que son la sabiduría de un pu eb lo, en los niños... ¡la cultura del descarte !
Pero nosotr os debemos ir al encuen tr o y de bemos crear con nuestra fe una «cultu ra
del encuentr o», una cultura de la amista d, una cultura donde hallamos hermanos, do n de
podemos hab lar t ambién con quienes no pie nsan como nosotros, también con qui ene s
tienen otr a fe , que no tienen la mism a fe. Todos tienen algo en común con nosotro s:
son imágenes de D ios, son hijos de Dios. Ir al encuentro con todos, sin negociar nuestra
pertenencia. Y otro punto es importante : co n los pobres. Si salimos de nosotros mismos,
hallamos la pobreza. H oy —duele el co razón al decirlo—, hoy, hallar a un vagabun d o
muerto de frí o no es noticia. Hoy es noticia, t al vez, un escándalo. Un escándalo: ¡a h!
Esto es noticia. Hoy, pensar en que muchos niños no tienen qué comer no es noticia. Esto
es gr ave, ¡est o es grave! No podemos quedar nos tranquilos. En fin... las cosas son así.
No podemos volvernos cristianos alm idonados, esos cristianos demasiado educados, que
hablan de cosas teológicas mientras se t om an el té, tranquilos. ¡No! Nosotros debemo s
ser cr istianos valientes e ir a buscar a qu ienes son precisamente la carne de Cristo,
¡los que son la carne de Cristo! Cuando voy a confesar —ahora no puedo, porque salir
a confesar... De aquí no se puede sa lir , pero este es otro problema—, cuando yo iba
confesar en la diócesi s precedente, ven ían algunos y siempre hacía esta pregunta: «P ero
¿usted da limosna?». —«Sí, padre». «Ah, bie n, bien». Y hacía dos más: «Dígame, cua ndo
usted da limosna, ¿mira a los ojos de aquél a quien da limosna?». —«Ah, no sé, no me
he dado cuen ta». S egunda pregunta: « Y cua ndo usted da la limosna, ¿toca la mano d e
aquel a quien l e da la limosna, o le ech a la moneda?». Este es el problema: la ca rne
de Cristo, tocar la carne de Cristo, to mar so br e nosotros este dolor por los pobres. La
pobreza, para nosotros cristianos, no es una categoría sociológica o filosófica y cultura l:
no; es una categoría teologal. Diría, t al ve z la primera categoría, porque aquel Dio s, e l
Hijo de Dios, se abajó, se hizo pobre para caminar con nosotros por el camino. Y esta e s
nuestra pobreza: la pobreza de la carne de Cr isto, la pobreza que nos ha traído el Hijo d e
Dios con su Encarnación. Una Iglesia pobr e par a los pobres empieza con ir hacia la ca rne
de Cristo. Si vamos hacia la carne de Cristo , co menzamos a entender algo, a entender qué
es esta pobreza, la pobreza del Señor . Y est o no es fácil. Pero existe un problema que
no hace bien a los cristianos: el espír it u de l m undo, el espíritu mundano, la mundan idad
espiritual. Est o nos l leva a una sufici en cia, a vivir el espíritu del mundo y no el de Je sús.
La pr egunta que hacíai s vosotros: có mo se debe vivir para afrontar esta crisis que toca
la ética pública, el modelo de desarrollo, la polí tica. Como ésta es una crisis del homb re,
una cr isis que dest ruye al hombre, es una cr isis que despoja al hombre de la ética. En la
vida pública, en la política, si no existe é tica, una ética de referencia, todo es posib le y
todo se puede hacer. Y vemos, cuando leem os el periódico, cómo la falta de ética en la
vida pública hace mucho mal a toda la h um anidad.
Desearía con taros una historia. Ya lo he hecho dos veces esta semana, pero lo haré u na
tercera vez con vosotros. Es la histor ia q ue cuenta un midrash bíblico de un rabino de l
siglo XII. Él narra l a historia de la const rucción de la Torre de Babel y dice que, p a ra
construir la Torre de Babel, era necesar io ha cer los ladrillos. ¿Qué significa esto ? Ir,
amasar el barro, l levar l a paja, hacer t odo.. . después, al horno. Y cuando el ladrillo esta b a
hecho había que l levarlo a lo alto, par a la construcción de la Torre de Babel. Un ladrillo
era un tesoro, por todo el trabajo que se necesitaba para hacerlo. Cuando caía un ladrillo,
era una tragedia naci onal y el obrero cu lpable era castigado; era tan precioso un ladrillo
que si caía era un drama. Pero si caí a un o br ero no ocurría nada, era otra cosa. Esto
pasa hoy: si las inversi ones en las ba nca s caen un poco... tragedia... ¿qué hacer? Pe ro
si m ueren de hambre las personas, si no tien en qué comer, si no tienen salud, ¡no p asa
nada! ¡É sta e s nuestra crisis de hoy! Y el test imonio de una Iglesia pobre para los pob res
va contra esta mental idad.
La cuarta pre gunta: «Frente a estas sit ua ciones parece que mi confesar, mi testimo n io,
es tímido y amedrentado. Desearía hacer má s, pero ¿qué? Y ¿cómo ayudar a nuestro s
hermanos, cómo aliviar su sufrimiento a l n o poder hacer nada, o muy poco, para camb iar
su contexto p olí ti co-social?». Para an un ciar el Evangelio son necesarias dos virtude s: la
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valentía y la paci encia. Ellos [los crist ianos que sufren] están en la Iglesia de la pacien cia .
Ellos sufren y hay más mártires hoy qu e en los primeros siglos de la Iglesia; ¡más mártires!
Hermanos y hermanas nuestros. ¡Suf ren! Lle van la fe hasta el martirio. Pero el martirio
jamás es una derrota; el martirio es el g rado m ás alto del testimonio que debemos d a r.
Nosotros esta mos en camino hacia el m ar tir io, los pequeños martirios: renunciar a e sto,
hacer esto... p ero est amos en camino. Y ellos, pobrecillos, dan la vida, pero la dan —co mo
hemos oído d e l a si tuación en Pakistán— po r amor a Jesús, testimoniando a Jesús. Un
cristiano debe tener siempre esta actitu d d e m ansedumbre, de humildad, precisamente la
actitud que tie nen ellos, confiando en Je sús, encomendándose a Jesús. Hay que precisa r
que muchas veces estos conflictos n o t ie ne n un origen religioso; a menudo existen
otras causas, de tipo social y político, y de sgraciadamente las pertenencias religio sas
se utilizan como gasolina sobre el fuego. Un cristiano debe saber siempre respond er a l
mal con el bien, aunque a menudo es d if ícil. Nosotros buscamos hacerles sentir, a esto s
hermanos y hermanas, que estamos pr of un da mente unidos —¡profundamente unidos!— a
su situación, que sabemos que son cristianos «entrados en la paciencia». Cuando Je sús
va al encuentro de l a P asión, entra en la pa ciencia. Ellos han entrado en la pacie ncia:
hacérselo saber, pero también hacerlo saber al Señor. Os hago una pregunta: ¿orái s p o r
estos hermanos y estas hermanas? ¿Oráis p or ellos? ¿En la oración de todos los día s?
No pediré aho ra que levante la mano q uien re za: no. No lo pediré, ahora. Pero pensa d lo
bien. En la o ración de todos los días de cimo s a Jesús: «Señor, mira a este hermano ,
mira a esta hermana que sufre tanto, ¡que suf re tanto!». Ellos hacen la experiencia d el
límite, precisament e del límite entre la vida y la muerte. Y también para nosotros: esta
experiencia d ebe llevarnos a promover la lib er tad religiosa para todos, ¡para todos! Cad a
hombre y cada mujer deben ser libres en la p ropia confesión religiosa, cualquiera que é sta
sea. ¿Por qué? Porque ese hombre y esa m ujer son hijos de Dios.
Y así cr eo haber dicho algo acerca de vuestras preguntas; me disculpo si he sid o
demasiado largo. ¡Muchas gracias! Gra cias a vosotros, y no olvidéis: nada de una Igle sia
cerrada, sino una Igl esia que va fuer a, que va a las periferias de la existencia. Que el
Señor nos gu íe por ahí. Gracias.
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