¿Qué le conviene producir a la Argentina?

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Publicado en El Argentino.com (www.elargentino.com)
Domingo 19 de abril de 2009.-
¿Qué le conviene producir a la
Argentina?
Por Aldo Ferrer
16/04/2009
Para las personas y los países, los tiempos de cambio son propicios
para repensar los temas fundamentales. Porque, en tales momentos,
es cuando surge la evidencia de nuevos escenarios y la incertidumbre
del rumbo a adoptar para navegar en aguas más tranquilas y hacia
un destino seguro. Es lo que sucede actualmente en la Argentina. El
derrumbe de la estrategia neoliberal culminó con la fenomenal crisis
del 2001/2002. A partir de allí, la política económica adoptó un nuevo
rumbo que permitió la notable recuperación de la producción y del
empleo y un cierto alivio de las condiciones sociales. En la actualidad,
el impacto de la crisis mundial y los conflictos de fronteras para
adentro, dan lugar a un escenario distinto y a nuevos desafíos. Es
comprensible entonces que se haya reabierto el debate sobre las
cuestiones económicas fundamentales. Sobre algunas de ellas, se ha
alcanzado un consenso relativo.
Por ejemplo, hoy se está de acuerdo en que el desarrollo del país
depende de la aplicación del conocimiento y la tecnología a la
producción. En efecto, el aumento de la productividad, del
empleo y del bienestar social requiere, como condición
necesaria, la incorporación permanente de innovaciones en los
procesos productivos y en la calidad y versatilidad de los
bienes y servicios que abastecen la demanda de consumo e
inversión y las exportaciones.
También existe acuerdo en que el país tiene que vincularse con el
sistema internacional, ampliando los mercados externos de la
producción exportable y fortaleciendo la presencia argentina en los
diversos escenarios de la globalización del orden mundial
contemporáneo. Acerca de que tenemos que estar en el mundo no
hay duda, la cuestión en la cual subsisten posiciones encontradas es
en cómo estamos en el mundo O, dicho, en otros términos, ¿qué nos
conviene producir?
Esta pregunta se vincula con la certeza anterior acerca de la
importancia del conocimiento y la tecnología. Porque la forma en que
el país se vincula con el resto del mundo a través de lo que produce,
exporta e importa, determina que pueda, o no, difundir la tecnología
y poner en marcha los procesos de largo plazo de acumulación de
capital, conocimientos, gestión, organización de recursos, educación,
que constituyen la esencia misma del desarrollo económico y social.
El extraordinario dinamismo actual de la producción rural y de la
cadena agroindustrial introduce un protagonista importante en la
resolución de estas cuestiones. La ampliación de los mercados
mundiales como destino de las exportaciones agroindustriales,
coincide con la aptitud del empresariado de aplicar las tecnologías
avanzadas (siembra directa, semillas transgénicas, agroquímicos,
etcétera). Buena parte de la actividad agropecuaria en la actualidad
opera en la frontera del conocimiento, a tal punto, que se habla de la
agricultura de precisión, en la cual se despliegan las tecnologías de
punta, desde la biotecnología a la microelectrónica y la informática.
Esto ha provocado un aumento notable de la producción y las
exportaciones e incorporado un importante factor dinámico favorable
para el desarrollo del país.
La cadena agroindustrial cumple así con dos de los criterios sobre los
cuales existe consenso. Por un lado, la importancia de la ciencia y la
tecnología para el desarrollo. Por el otro, la ampliación de los vínculos
del país con la economía mundial. A partir de aquí se abren
interrogantes que deben resolverse.
La pregunta inmediata es si la cadena agroindustrial alcanza para
ocupar los recursos humanos disponibles a remuneraciones crecientes
y si el desarrollo tecnológico puede sostenerse en la sofisticación
técnica y capacidad competitiva de un solo sector. La respuesta es
no. Por tres razones principales.
Primero, porque el sector agroindustrial emplea, directa e
indirectamente, una parte importante, del orden del 35% de la
población económicamente activa. Por lo tanto, el pleno empleo de
2/3 de los recursos humanos requiere de otras fuentes de trabajo,
para lo cual es necesaria una estructura económica de amplia base
industrial y servicios portadores del conocimiento y las formas
modernas de organización.
Segundo, porque la ciencia y la tecnología se vinculan con la
existencia de una base productiva integrada y compleja que abarque
a los sectores impulsores de las innovaciones en las áreas de frontera
como la biotecnología, la microlectrónica, la informática, los nuevos
materiales y su estrecha asociación con las ciencias básicas. El pleno
desarrollo de un sistema nacional de ciencia y tecnología y la
producción de máquinas y equipos portadores de las innovaciones, no
puede sustentarse en el dinamismo de un solo sector, por avanzada
que sea la tecnología que emplea, como sucede actualmente con la
agroindustria.
Tercero, la demanda de bienes y servicios cambia de composición y
la tecnología genera nuevos productos y servicios, lo cual transforma,
permanentemente, la producción y la asignación del capital y del
trabajo. La única forma de responder a los cambios es contar con una
estructura diversificada, compleja y flexible. Si la producción esta
concentrada, en uno o pocos sectores, no tiene capacidad de
respuesta a los cambios incesantes de la economía moderna.
Suele afirmarse que, como las computadoras y los productos
electrónicos bajan de precio mientras suben los de los granos, los
términos de intercambio son ahora favorables a estos últimos. Sin
embargo, los términos de intercambio de unos y otros no dependen
de los precios relativos sino de la remuneración del capital y el
trabajo en cada actividad. Las ganancias y los salarios pagados en los
productos derivados de la microelectrónica, pueden crecer, aunque
bajen los precios de los productos finales, porque su productividad
aumenta y sus costos bajan más que los precios. En definitiva, lo
importante es si la inserción del país en la división internacional del
trabajo favorece, o no, la formación de una estructura productiva
moderna, eficiente y competitiva, capaz de abrir espacios de
rentabilidad y pagar salarios reales crecientes, en todo el sistema
productivo.
En relación con el ejemplo de la microelectrónica, su incorporación,
en un sistema productivo, es esencial para ampliar las fuentes de
innovación y acceder a las producciones de mayor dinamismo. Si la
Argentina no hubiera desmantelado gran parte de su industria
electrónica después de 1976, hoy estaríamos produciendo y
exportando millones de celulares en vez de sólo importarlos,
gastando centenares de millones de dólares y desperdiciando una
fuente importante de innovaciones, empleo y rentabilidad.
En resumen, las ventajas competitivas surgen de muchas fuentes
pero, en primer lugar, del conocimiento y las innovaciones. A la
Argentina le conviene producir aprovechando las derivadas de
nuestros recursos naturales y del talento para explotarlos pero,
también, de las múltiples innovaciones que sólo pueden surgir de una
estructura productiva diversificada, compleja y flexible.
Si logramos generar consenso sobre estas cuestiones, podríamos
también ponernos de acuerdo en cómo lograr que el país desarrolle
todo su agro, toda su industria y todas las regiones, tomando nota de
las condiciones particulares de cada actividad y de cada región. Sin
este acuerdo es imposible, por ejemplo, acordar cuál es el tipo de
cambio real que permite que sea rentable producir soja, agro
alimentos, textiles, celulares, computadoras y tractores. E
intercambiar los bienes y servicios más complejos, a nivel de
productos no de ramas, con el resto del mundo, aprovechando las
ventajas del comercio internacional y de la transformación productiva
interna.
Aldo Ferrer
Director Editorial
Buenos Aires Económico
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