La institución literaria

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LA INSTITUCIÓN LITERARIA.
EL OBJETO LITERARIO.
Es difícil definir, de forma no intuitiva, el significado del término literatura y su función como aglutinadora de
textos. Sin embargo, parece que un considerable número de textos (libros) han sido incluidos dentro del
mismo y que gozan de un valor universal e intemporal. De este modo, y sabiendo que el propio término puede
despreciar a cierto tipo de escritos en su inclusión, se puede afirmar que al igual que la ciencia queda
constituida como un conjunto de teorías que se dividen en formulas, teoremas primarios y comprobaciones
científicas, la literatura es un conjunto (corpus) de textos. Dentro de este corpus existen obras de dudosa
inclusión, pero también existen objetos que, por su valor y aceptación (uso repetido) constituyen piezas clave
en el proceso y definición del término (Divina Comedia, El Quijote), que al verse destruidos, privarían a la
literatura de una parte de sí misma. Su importancia y valor no solo sirven para formar parte de la definición de
literatura sino que estas obras en sí mismas aportan con sus características posibles modos de definición,
siendo al igual que otros textos el principal predicado de literatura.
El mejor modo para distinguir la naturaleza literaria de los textos es el de definir y separar los rasgos comunes
que los caracterizan, estableciendo así criterios de distinción basados en ciertas normas. Las principales
condiciones que permiten considerar al texto como objeto literario son de dos tipos: simbólicas (análisis de la
ejemplificación y denotación de las palabras) y pragmáticas. La primera aporta, con el plano de la
ejemplificación, un carácter insustituible de la obra, motivando así la conservación de la identidad de un texto.
La segunda, ofrece un mayor número de criterios para la consecución de la definición, aislando el concepto
obra a partir de los siguientes factores: asimetría entre interlocutores, uso repetido por una comunidad, y
dominio equivalente en el texto a la experiencia a la que aquél da forma a nuestra lectura.
Aunque estos parámetros sirven para establecer un prototipo de obra literaria, no se debe olvidar que es la
historia y la sociedad quienes sirven como verdadero modulador a la hora de incluir ciertas obras en el vasto
campo de la literatura, ya que, aunque podemos dividir hasta el infinito las partes constituyentes de la obra
literaria y sus posibles consideraciones, son lector y escritor quienes han dado sentido a este suceso histórico.
EL AUTOR.
Es pieza fundamental en el proceso literario. Es a él a quien se confía el papel de la creación, quien produce
las obras que leeremos y quien crea los paradigmas de estilo y sensibilidad que toman, de un modo u otro,
cuerpo en la historia. También es, en una primera instancia, quien decide el destino literario y las modalidades
de lectura, en su bautizo con la locución novela, poesía o tragedia. Por supuesto, el es quien,
intencionadamente, ha hilvanado y trazado el texto a su voluntad, pero influido por factores importantes,
como el contexto histórico que ha vivido, las influencias que ha recogido con la lectura de otros autores etc.,
por lo que se deben tener en cuenta este tipo de hechos a la hora de estructurar un análisis pormenorizado de
una obra, sin olvidarnos de que un autor es persona, y como tal, esta sujeto a cambios e influido de un modo u
otro por su entorno (crítica psicológica y antropológica).
Por lo que respecta a la figura profesional del escritor, existe una tipología bastante variada. Con el paso del
tiempo, el escritor ha visto como su reconocimiento sufría altibajos, se consideraba su obra dentro de las artes
liberales o el oficio de escribir le reportaba precarios beneficios. La figura de la imprenta supuso, sin duda, un
nuevo alborear en la transmisión literaria y el abandono del anonimato del autor, una consideración hasta el
momento prácticamente inexistente. La creación de editoriales y la crítica de obras han sido los últimos pasos
hasta la constitución de una verdadera institución literaria. Actualmente, la existencia de un gran número de
editoriales y de un amplio abanico de receptores garantizan al escritor la posibilidad de ver como sus obras no
se convierten en objetos minoritarios, dando paso a un nuevo modo de recepción y consideración del escritor.
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EL TEXTO EN EL TIEMPO.
Un texto es todo mensaje verbal que se transmite a través de la escritura.
Uno de los grandes problemas (de improbable solución) a los que se enfrenta la literatura es el de la
transmisión de sus textos. A lo largo del proceso de copia de un texto, es prácticamente imposible que el
copista no cometa errores, derivados de su competencia o condiciones materiales. En la actualidad, la
imprenta permite que este problema quede paliado, pero existen otros casos de difícil solución. En el caso de
la traducción de un texto, por ejemplo, es imposible que las ejemplificaciones a las que el autor se refiere en
su idioma mantengan el mismo significado al pasar a otra lengua, lo que hace que el texto comience a perder
partes de su naturaleza propia.
El otro gran problema es el de la recuperación de textos antiguos. Las diferentes ediciones de poemas épicos,
o de lírica castellana, por ejemplo, ofrecen distintas versiones de un mismo texto, y el original puede no
encontrarse en ninguna de las mismas. Diversos factores, como la posible copia errónea de un copista de la
época, o la utilización de fuentes inadecuadas pueden restar grandes dosis de fidelidad al texto restaurado
respecto al original. Aunque existen métodos para relacionar fuentes y dotar de una mayor verosimilitud a
testimonios, es imposible acabar con el problema. Nunca sabremos si el nuevo texto coincide con el original
y, aún en el caso de encontrarlo, nunca sería comprobable en su totalidad.
Otro de los problemas, orientado a los receptores de los textos, es el de su propia competencia. La aceptación
de un texto en una sociedad obedece, además de al contexto social en general, al nivel cultural de los
individuos en concreto, en especial a su dominio sobre la lengua. En este dominio no solo se incluye el
conocimiento del código sobre el que la obra esta escrita, sino también la capacidad de análisis de un texto en
cada uno de los componentes que lo forman (componentes retóricos, narrativos, genéricos...).
De este modo, es inherente considerar que es imposible leer un texto original de Virgilio si no se conoce el
latín, o traducir una obra medieval en castellano antiguo si éste no se conoce, y menos superar cada una de las
competencias que un texto exige sin una herramienta que las regule y las acerque del mejor modo posible al
lector. Este es el cometido de la filología.
El objetivo de la filología, por tanto, es el de conseguir acercar, mediante la reconstrucción de los factores
culturales y lingüísticos, al texto hacia nuestro tiempo del mejor modo posible, satisfaciendo cada una de las
competencias que el texto requiere.
EL ESTUDIO DE LA LITERATURA.
Dos son los principales componentes que se ocupan de su estudio: Crítica e Historia y Teoría de la literatura.
A pesar de que los dos términos comparten rasgos comunes y de que la crítica fundamenta parte de su trabajo
en cometidos de la segunda (el autor en su tiempo), queda justificada su separación, al haber adquirido la
historia y teoría de la literatura una función específica en sí misma. Mucho mas lejana, en su nacimiento, se
encuentra la crítica. Su evolución se ha producido a la par de la obra literaria y su aceptación ha adquirido su
grado máximo en la actualidad, superando en número críticos a escritores. Su función, por otra parte, consiste
en facilitar la labor del lector, orientando su lectura o añadiendo nuevas informaciones, que ha fundamentado
con su propio estudio (métodos intrínsecos, que analizan el texto como objeto, y extrínsecos, que estudian los
factores externos al texto).
La historia de la literatura, por otra parte, amplía la visión circunstancial de procesos literarios enmarcados en
contextos histórico−sociales. Su estudio se basa en el seguimiento de corrientes literarias, evolución literaria
de un país, etc.
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La labor del historiador de este campo, por otra parte, pone desde el plano descriptivo, una barrera separatoria
entre la actitud analítica y el seguimiento de hechos de un modo objetivo. Finalmente, la recurrencia del
crítico a estudios de este campo, o la visión global que puede aportar el estudio de las obras en su conjunto,
abre gracias a esta nuevo disciplina, un vasto camino de posible comprensión de la evolución de cada uno de
los componentes literarios.
ESTILÍSTICA Y RETÓRICA.
LENGUA Y LITERATURA.
La inherente relación entre lengua y literatura ha producido una continua evolución compartida en la que
todos los cambios producidos en la primera (espaciales y sociales) han afectado de un modo muy especial en
la segunda.
Teniendo esto en cuenta y al margen de la inevitable variabilidad lingüística dentro de una zona por su
evolución histórica y su ubicación (dialectos, idiomas), existen otros factores que condicionan el uso de la
lengua por parte de un individuo: entorno, estudios, condición social, etc. Además de estos elementos
generales de condicionamiento del lenguaje existen otros más concretos, en función de la situación en la que
el hablante se encuentre (diálogo con una persona de diferente edad, sexo etc.), que confirma la selección de
un registro verbal por parte del hablante, en función de las circunstancias a las que se exponga. De este modo,
el individuo crea un registro propio, al que se denominará estilo, que puede variar en función de las
circunstancias o puede formar parte de una voluntad premeditada (en la escritura, por ejemplo).
El uso de un determinado estilo u otro, junto con otros factores, influirá en la obra literaria, dando lugar a los
géneros o a una aproximación hacia estos.
Es difícil, determinar la inclusión de ciertos textos en géneros, a pesar del conocimiento de las variables que
afectan a unos y a otros.
En casos como el de la poesía, por ejemplo, el uso necesario de unos códigos estrictamente concretos y la
disposición encabalgada de los versos, facilita su distinción lírica. No ocurre sin embargo, lo mismo con el
uso narrativo, de estilo mucho más libre.
Para demostrar que existen una serie de propiedades intrínsecas del objeto literario, o lo que es lo mismo,
definir la literatura, se han de encontrar los rasgos específicamente literarios dentro de los textos y ver cuáles
de aquellos los comparten. Según Jakobson, la literalidad consistiría en el lenguaje que se refleja en sí mismo,
poniéndose el mensaje en evidencia mediante la repetición variada de una misma figura fónica. Al margen de
esta u otras teorías, la dotación de un carácter literario a un texto es responsabilidad del lector, que es con su
visión del texto, quien establece su naturaleza. Un texto toma únicamente una visión estética cuando somos
nosotros quienes se la atribuimos, en la toma de contacto lector−texto.
Llegados a este punto, el problema no estriba en distinguir lo que hace a un texto literario, ya que esto es
imposible por el carácter intuitivo que adquiere la definición, y las teorías contemporáneas no han hecho al
respecto mas que amontonar contradicción sobre contradicción. El verdadero estudio ha de establecerse desde
otro punto de vista, comprendiendo como funciona el texto literario y los factores que en ello inciden. Para
esto, se ha de tener en cuenta que:
− Es el lector quien coloca el mensaje en un primer plano, no el mensaje en sí mismo.
− Por géneros no habrá que entender aquellos que estén institucionalizados, sino toda clase de géneros y
subgéneros literarios individualizados por medio de las mismas técnicas empleadas para analizar el discurso
extraliterario (visión de contenidos, estilo, situación).
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− Ante textos indiscutiblemente literarios, pero juzgados por consenso por la comunidad de los lectores como
poco o nada atractivos estéticamente, no tendemos a plantearnos este tipo de problemas, si constituyen
documentos, por una u otra razón, venerables.
En suma, y teniendo en cuenta tanto los factores anteriores como muchos otros, el objetivo principal es el de
ver los textos literarios en relación con unos anteriores y otros posteriores, esto es, insertos en una tradición y
relacionados con un contexto histórico, social y cultural, para establecer de este modo las semejanzas que los
unen y las diferencias que los separan, y acercarnos de este modo a la verdadera esencia literaria.
LA RETÓRICA.
Sus orígenes se remontan hacia el siglo V, cuando nace en Grecia como una disciplina teórica. Se consideraba
un arte o ciencia de la persuasión, que hallaba sus aplicaciones principales en el ámbito judicial y político.
Con el paso del tiempo, el término ha perdido fuerza, excepto en el ámbito literario. Centrándonos ya en este
campo, la retórica distingue y examina:
− Géneros del discurso
− Fases o partes de su elaboración
− Virtudes del discurso
Sus partes, por otro lado, corresponden a las cinco fases de elaboración del discurso:
− Inventio (ideas procedentes de la memoria, donde se alojan las ideas).
− Dispositio (ordenación de esas ideas).
− Elocutio (expresión apropiada de esas ideas).
− Memoria* (técnica de aprendizaje del discurso).
− Acto o Pronunciatao* (ejecución gestual y oral del discurso).
*(no usadas en la comunicación escrita)
Por medio del empleo de figuras y embellecimiento o propiedad del discurso, la retórica ha ampliado sus
campos político−legislativos (persuasión) hasta formar parte clave en el discurso literario. Como claro
ejemplo, la retórica, aunque queda históricamente separada de la poesía, juega en éste y en otros géneros un
importante papel, sirviendo como instrumento regulador de estilos en sus discursos o renovando su variedad,
y ofreciendo distintas posibilidades en la creación y adorno de sus contenidos.
GÉNEROS LITERARIOS.
El género literario se puede definir como una serie de relaciones establecidas por convención entre el plano de
la expresión y el contenido, y además entre los varios componentes que forman cada plano.
La noción de género, actualmente, conserva toda su utilidad para el estudio y teoría de la literatura. Sin
embargo, el encasillamiento general de obras en las categorías actuales (cuento, poesía, novela o teatro) resta
propiedad a la obra, ya que no define de un modo completo todas las características genéricas que contempla
el texto, a menos que se trate de una obra que mantenga la uniformidad de su género, cosa que no suele
ocurrir.
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Además de la clasificación de obras en un género u otro, existen categorías que aluden al objeto textual de un
modo mas concreto y subgéneros que amplían las posibilidades de clasificación. De un modo u otro, la labor
final será siempre del lector. Su visión aportará al texto una nueva categoría subjetiva, desdeñará significados
o valorará la obra en un mayor plano categórico−genérico o en otro, volviendo su figura a reincidir, como en
casos anteriores, en el verdadero juez de la naturaleza literaria de un texto y de su estética.
LA RECEPCIÓN LITERARIA.
En la actualidad, la pluralidad de lectores, y la relativa competencia adquirida por receptores en general es
fruto de un proceso evolutivo que ha dado cabida a distintos tipos de receptores, en función del periodo
cronológico en el que nos situemos. El paso por la Edad Media, de lectura casi exclusivamente clerical, la
aparición de subgéneros encaminados a clases bajas o el papel propagandístico de folletines y obras ilustradas
son ejemplos de la inclusión o exclusión de un determinado público. Aunque la lista o el estudio
sociolingüístico de este hecho podría constituir un nuevo e interesante trabajo, con esta breve simplificación
queda patente la idea de un receptor tipo ligado a una obra tipo.
En la actualidad, punto álgido en la equiparación lector−escritor, cabe destacar el triunfo novelesco,
especialmente con los best−sellers y la escalada del lector hacia la anteriormente considerada literatura de
elite. Este ascenso supone, a su vez, la escalada hacia el valor literario y hacia su estudio, y abre puertas hacia
la comprensión de este vasto campo, que únicamente puede ser cruzado por el camino de la argumentación.
MODOS DE LA NARRACIÓN
LA ESTRUCTURA DEL RELATO.
Toda narración postula un mundo cognoscible, regulado por leyes que le hacen ser lo que es.
El acto de relatar es un hecho espontáneo, presente en toda conversación oral, en la que interviene cualquier
individuo sin importar su condición cultural o su edad. Por lo general, esta narrativa natural incluye un
esquema común, tanto para el relato oral como escrito:
a) Introducción (mediante el epílogo)
b) orientación (hacia el plano imaginativo)
c)acción envolvente (para la captación del oyente)
d)valoración subjetiva del autor (respecto al hecho)
e)resolución (en la que puede tomar parte el sujeto)
f) coda o epílogo.
En este proceso se construye un suceso comunicativo que, centrado ya en el campo de la narración textual,
puede adquirir distintas formas, pudiendo llegar a incluirse, con la toma de pasos necesarios, en un género
narrativo.
Fábula e intriga
Se remonta a los formalistas rusos la distinción entre fábula e intriga (o trama), fundamental para el análisis
del relato. Se entiende por fábula los elementos constitutivos del relato, esto es, los materiales fundamentales
para la construcción de la intriga. Ésta, a su vez consiste en la ordenación del texto en los elementos de la
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fábula. En suma, la fábula constituye la serie de eventos desarrollada cronológicamente y conectada
casualmente; en la intriga, por otra parte, el contenido no sigue por fuerza una lógica causal−temporal, que
resulta excepcional en los textos narrativos de cualquier época y tradición literaria.
La intriga, además, se incluye dentro del fenómeno más general del desajuste que se da entre unidades
formales y unidades de contenido (ejemplo del encabalgamiento).
Para el mantenimiento del orden y la naturaleza de las conexiones literarias en la narración, Segre incluye un
tercer elemento, al que denomina modelo narrativo. La importancia de este último término radica en que,
junto a la fábula, permite la comparación a distintos niveles de diferentes textos narrativos.
La comparación y la tipología han de servir, tomando como referencias estos elementos anteriormente
descritos, para enfocar todo lo que los textos particulares poseen de específico y característico y confirmar la
validez de estos distintos niveles en la comprensión y el estudio textual.
Tipologías del personaje
Homo Fictus es el término con que denomina Forster a aquella especie que habita en novelas y cuentos en
general. Su papel es fundamental en la construcción del relato y constituye una verdadera humanización
dentro del mismo. En su visión de conjunto, el personaje narrativo se origina en el interior del texto, en las
funciones y en los papeles arquetípicos del relato; cobra forma concreta en el texto mediante las palabras que
pronuncia y que lo describen, y puede servir como vehículo de identificación para el lector.
En todo relato, el homo fictus sigue un esquema repetido, especialmente cuando posee el protagonismo de la
obra. Se distinguen, según Propp, tres temas constantes que constituyen la esfera de acción del personaje:
− Un sujeto desea un objeto.
− Un destinador ha destinado un objeto a un destinatario.
− El sujeto es ayudado por unos adyuvantes y obstaculizado por unos oponentes.
Implícito en todo relato, este modelo actancial se encarna en actores que eventualmente acumulan varios
papeles (con frecuencia el destinador coincide con el sujeto); o bien un mismo papel se desdobla entre varios
actores. Los diferentes papeles, finalmente, pueden ser asumidos por entidades abstractas más que seres
animados, estableciendo así un abanico de posibilidades infinitas en la creación de la obra.
Las técnicas narrativas
Cuatro son los métodos de narración por los que puede optar un autor para la creación de su obra:
−Autodiagético (El héroe cuenta su historia)
−Alodiagético (Un testigo cuenta la historia del héroe)
−Heterodiegético (El autor analista u omnisciente cuenta la historia o, en el otro caso, el autor cuenta la
historia desde el exterior).
La elección en el texto de una u otra función depende, por lo general, del matiz narrativo que el autor desee
dar al texto, y de su grado de intencionalidad a la hora de aparecer, implícitamente, en el relato.
LA NOVELA.
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La novela es un género complejo que acoge dentro de sí las formas de otros géneros, haciéndolos reaccionar
entre sí: alterna la prosa lírica y la descriptiva, la reflexión analítica y la narración explicada, la verdad
documental y la verosimilitud fantástica. Lenguajes y visiones de la vida se influyen mutuamente, se
enfrentan y se relativizan recíprocamente, con el trasfondo de un mundo que se vive como historia, ya no
como sucesión de acontecimientos que repiten un molde inmutable. Su singularización queda patente con su
dinamismo, su continua deformación y su parodia de sí misma. A pesar de su juventud, sólo ella esta adaptada
a las nuevas formas de recepción muda (lectura), y su libertad creativa plantea grandes posibilidades de
expresión.
En la actualidad, la novela ha supuesto una nueva visión comercial del ámbito literario. Su desarrollo y
aceptación ha supuesto la creación de una nueva industria literaria que corre el peligro de convertir las obras
en productos, dada la amplia recepción del público en la actualidad. De un modo u otro, este boom de la
novela no se produce únicamente por el nuevo desarrollo moderno (económico y social), sino por su propia
naturaleza, que atrae, con su variabilidad, a la gran mayoría de sus lectores.
ARTE Y LITERATURA
EL VALOR.
Si resulta difícil el acercamiento a la verdadera esencia de la literatura desde el plano argumentativo, más
difícil será llegar al axioma que permita evaluar la obra artística en general. Para evitar un vacío en la
consideración de este hecho y poder establecer una separación cognoscible entre una probable obra de arte y
una improbable obra de arte, hablamos de la legitimidad de la misma, en nuestro intento de separación y
delimitación. De este modo, se considerará que una obra carece de legitimidad cuando se aleje de la
concepción intuitiva de arte en general, o cuando no se acerque en modo alguno con sus características a la
tradición de obras que vienen siendo consideradas artísticas hasta el momento.
Esta primera evaluación artística, que se inicia con la creación de las siete artes supone el punto de partida
para la diferenciación del valor de una obra respecto a otra, pero no mantiene actualmente la consideración
que tiempo atrás recibió. Aunque esto no descubra nada nuevo, indica que el verdadero factor de cambio en la
inclusión de una obra como artística o no artística es el tiempo, y las circunstancias que en él se producen y
alternan. En la Grecia Antigua, por ejemplo, la concepción artística no abarcaba el campo de la pintura ni de
la escultura, tan consideradas en la actualidad, sino que éstas constituían parte de un oficio, de consideración
mucho más tardía. Velázquez no fue inscrito en la orden de Santiago hasta su muerte por ejecutar el oficio de
la pintura, que distaba de encontrarse entre las siete artes, por ser aquélla un trabajo manual, no una creación
artística. Muchos pintores no fueron reconocidos en vida, y ahora su obra constituye un legado artístico
insustituible (Van Gogh), y actualmente nuevas corrientes artísticas desechan importantes elementos
constitutivos de obras precedentes (abstracción).
Con este pequeño repaso histórico, queda patente la inherencia circunstancial a la hora de englobar obras en
categorías artísticas o no artísticas. Resulta paradójica, por lo tanto, la espontánea valoración que a veces se
lleva a cabo en el arte, por lo menos si no incluye los condicionantes anteriormente citados, o muchos otros
que, inevitablemente, permanecen ligados a la relatividad propia de muchos otros fenómenos existenciales. La
respuesta, como siempre, sólo tiene cabida en un individuo propio, aunque esto no quiere decir que su actitud,
en la consideración de una obra como artística o no artística, deje de seguir ciertas pautas que facilitan su
acercamiento a la realidad del objeto. Existen por ejemplo, actitudes que colaboran en la consideración de una
obra como artística o no artística, como la visión estética. Existen también valores que, conocidos y aún
guiados por una tradición de consideraciones subjetivas, aportarán nuevamente un añadido plano de visión,
que abrirá nuevas consideraciones y posibilidades de reflexión para el sujeto, lo que dará lugar, además, a la
adquisición de una competencia por parte de éste.
Centrando la tarea de la legitimación de una obra respecto a otra en un nuevo punto de análisis, se puede
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afirmar que, ciertamente, algunas obras distan en la actualidad de considerarse como legítimas obras. Sin
olvidar que todo punto de vista referido ante esta situación no deja de centrarse en la valoración y
consideración que ha transcurrido ligada al tiempo, cabe incluir a ciertas obras, por sus especiales
características, en el terreno de la legitimidad. Se puede decir que la legitimación es un proceso a través del
cual se decide leer un texto, o contemplar un objeto artístico, transmitirlo y atribuirle un valor que justifique
su uso repetido. Por lo tanto, la labor no se enfocará hacia el análisis que automáticamente valore el objeto,
sino hacia la justificación, por su valor estético, innovador o técnico, que complete los peldaños evolutivos
que van desde la creación artística hasta nuestros días para poder comprender sus cambios y el valor que
comprenden inmersos en un contexto histórico. Con esta resolución y aportación, se abrirán nuevos caminos
para la evaluación personal de los objetos artísticos, y se ampliará el campo de visión del receptor, para que
éste se acerque, del mejor modo posible, a la verdadera esencia de los objetos artísticos y literarios.
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