Francisco de Quevedo y Villegas (1580

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Francisco de Quevedo y Villegas (1580-1645)
Biografía de Quevedo
Nace en Madrid el 17 de septiembre de 1580. Su familia estaba relacionada con
la corte real. Estudia con los jesuitasm después de lo cual estudia en Alcalá (hasta 1600).
Parece haber debutado en los preliminares de los Conceptos de divina poesía (1599),
pero es en la corte de Valladolid donde su nombre cobra cierta fama por sus opúsculos
festivos que anuncian su vena satírica todavía no es tan mordaz. No llega a finalizar sus
cursos de teología, en cambio se le publican nada menos de 18 poesías en la antología de
Perdo Espinosa Flores de poetas ilustres (1603). En 1605 la corte vuelve a Madrid y
Quevedo con ella. Hasta 1613, cuando ya se documenta su presencia en Italia al servicio
del duque de Osuna, transcurren para Quevedo años llenos de quehaceres literarios y una
vida cortesana tumultuosa. En 1609 vive una crisis religiosa. Durante este período
escribe los primeros Sueños, entre ellos El sueño del infierno, El mundo por dentro.
Traduce a Anacreonte y Focílide, cristianizándolos, pues su doctrina neoestoica intenta
fundir el estoicismo y el cristianismo. Nombre, origen, recomendación y descendencia
de la doctrina estoica, publicado en 1635, fue escrita por estos años. También en este
período parece haber sido escritos las dos colecciones poéticas Heráclito cristiano y
Lágrimas de Hieremías castellanas (1613). El período italiano de Quevedo empieza en
1613, y se va allí como secretario del duque de Osuna, virrey en Italia. En este momento
Quevedo todavía no había publicado nada, aunque sus obras circulaban en manuscrito.
Va a publicar un poco más tarde sus ensayos Grandes anales de quince días (hacia
1620), Mundo caduco y desvaríos de la edad (hacia 1621), Lince de Italia y zahorí
español (1628). Quevedo, a diferencia de muchos autores de este siglo, nutre ambiciones
políticas y su modelo es el duque de Osuna, visto como el héroe redentor de la
decadencia de España. En 1617 consigue el hábito de Santiago y una pensión (que no
llegó a cobrar) por sus servicios en Italia. Por los mismos años que su señor y amigo, el
duque de Osuna, declinaba en el favor real. Quevedo se retira a tiempo, pero sigue un
camino erróneo, demostrando su poca pericia diplomática (por ejemplo, comparece
como testigo en los procesos contre el duque de Osuna y el duque de Lerma).
En 1621 toma el trono Felipe IV. El período de entre 1620 y 1639, durante el cual
Quevedo conoce tanto ciertos períodos más felices en la corte como el encarcelamiento y
la confinación en la Torre de San Juan (cuyo señorío había adquirido), es el más
fructífero desde el punto de vista literario. Escribe la primera parte de Política de Dios,
tratado de denso contenido político y moral, muy leído en la época por la flagrante
actualida. También publica en este período la primera edición de Juguetes de la niñez y
travesuras de ingenio (1631), en que embute los Sueños, censurados, muchas obras
festivas y otras obras escritas ad hoc: La culta latiniparla y El libro de todas las cosas
otras muchas más. Su fama ya empezaba a crecer, pero muchas veces se trataba de una
celebridad bastante negativa, por lo cual Quevedo intentaba defenderse: negaba, por
ejemplo, que fuese el autor del Buscón (1626) y de otras obras festivas que le eran
atribuídas, para salvar su imagen, muy prejuciada. Esto no se debía sólo a los obras
mentadas sino también a su carácter agresivo e irascible que le valió enzarzarse por
entonces en varias polémicas, algunas muy sonadas. Una de las más importantes
polémicas surgió respecto al copatronazgo de Santa Teresa de Jesús, que lo llevó a
escribir Memorial para el patronato de Santiago (1628) en que se nota el
coservadurismo, belicismo y misoginía etc. Este escándalo le vale el destierro, levantado
tras una nueva redacción suya, Lince de Italia y zahorí español en que alardea sus
conocimientos dimplómaticos y se ofrece como fiel servidor de la corona. Recién vuelto
a Madrid, se empecina en la polémica contra los culteranos, reaviva antiguas
enemistades… Publica bajo seudónimos o anónimamente obras en contra del poder
central. Sin embargo, del mismo período tenemos la redacción de Doctrina moral del
conocimiento propio y del desengaño de cosas ajenas, germen de La cuna y la sepultura
y la expresión más acabada del neoestoicismo quevediano.
Su imagen preferida es la de sabio cristiano, desengañado por el ruido terrenal.
Quiere salvar su imagen pero al mismo tiempo, a ocultas, quiere integrarse en la
sociedad. Lo pone de manifiesto su tardío matrimonio: en 1634 se casa con una viuda
hidalga, doña Esperanza de Mendoza, para parar los escándalos provoados por su
soltería. Como era de esperar, el matrimonio se disolvió en seguida.
Publica en 1633 La cuna y la sepultura, en 1634 termina De los remedios de
cualquier fortuna, traduce Introducción a la vida devota de San Fracisco de Sales y su
ingenio caústico se manifiesta con menos frecuencia. Virtud miltante está escrita entre
1634 y 1636 y está dominada por el desengaño ante la vida y el sentimiento de vanidad
de todo lo terrenal, personalizando su senequismo en el declinar de su propia existencia.
Conoce el hastío amargo durante estos últimos años de su existencia, que los pasa cada
vez más retirado en La Torre, de donde avizora con inquietud la marcha de los
acontecimientos político. Redacta en cambio por lo menos tres de sus obras más
importantes: La hora de todos y la Fortuna con seso (publicada en 1650), la primera
parte de Marco Bruto (1644) y la segunda parte de Política de Dios (publicada en 1655).
Con la madurez, su prosa adquiere mayor profundidad. En 1639 fue preso y aprisionado
en el convento de San Marcon en León, por acusación de ser confidente de los franceses
por el duque del infantado. Allí pasó tres años y siete meses, durante los cuales escribió
Providencia de Dios, La constancia y paciencia del santo Job y La caída para
levantarse y Vida de san Pablo, que puede ser vista como la segunda parte de Marco
Bruto y su testamento espiritual.
En 1643 vuelve a la corte donde, ya enfermo y viejo, intenta aprender “a andar de
nuevo”. En noviembre de 1644 se retira definitivamente a La Torre, con la intención de
preparar una edición de sus obras en prosa y líricas y redactar la segunda parte de Marco
Bruto. Sostiene una vasta correspondencia que muestra que entre sus dos pasiones, la
literatura y la política, aquélla parece en ese momento más importante. En una celda del
convento de Satno Domingo en Villanueva de los Infantes muere el 8 de septiembre de
1645.
El contraste – el rasgo esencial de la literatura quevedesca
Como Góngora, Quevedo parece un esquizofrénico y lo único que lo distingue de
su célebre rival es la vehemencia que pone en sus hipérbolas ensalzadoras o degradantes.
El conde de Villamediana lo describe como “desigualísima bestia: golpes en las nubes y
porrazos en los sótanos”. Otra diferencia para con Góngora es el cariz personal que
parece infundir en todas sus creaciones, desde las más graves hasta las más difamantes:
no es un ser libresco, frío, desapegado sino uno atormentado, angustiado por las
“zahúrdas de Plutón” y los cielos inalcanzables. Lo más interesante es que su ideal moral
(y la impresión que tiene sobre sí mismo) es la de un digno discípulo de Séneca (el de
sus libros, no el de su vida atormentada y agitada); en cambio su vida y su obra no tienen
nada que ver con la ataraxia estoica. Es un ser escindido, malhumorado, agresivo; su
reacción ante el mundo externo es de desengaño y hastío. No faltaron quien achacaron
esta amargura y la misoginia a las compensaciones típicas de un ser contrahecho, miope,
de pies torcidos. Este sentimiento de hastío también podría proceder de una incapacidad
de soportar la situación desastrosa de España, la corrupción y la falta de inteligencia de
los gobernantes. Góngora, al contrario, se alejaba de este tumulto: “Traten otros del
gobierno del mundo...”, en cambio Quevedo es un ser íntimamente político y
comprometido con su tiempo. Claro, en Quevedo se da también un placer enorme en
“blandir la inanidad de cada cosa” (Américo Castro). De hecho, su escepticismo y su
gusto por la sátira se mancomunan. Con todo esto, no se puede negar que hay en él una
angustia existencial tremenda: el tema de la muerte ubicua, que está en el centro de la
vida misma, es fundamental en Quevedo. A pesar de su estoicismo y su fe cristiana
sincera (paradigmas que de todas formas se rechazan), Quevedo es un “desconsolado”
nihilista: la muerte tampoco es un alivio.
Desde el punto de vista político, Quevedo se deduce ser un “conservador”
utopista: la nobleza, los tiempos heroicos, las armas antes que las letras, el español frente
al militar son sus valores. Añora un estado utópico, regido por un rey consciente de sus
deberes, se pone al lado de los “renovadores” (Osuna). En cambio, está obvio que el
poeta mejor supo detectar los males que proponer remedios, pues todos sus proyectos
quedan reducidos a su utopía medievalizante. El político, el teólogo, el filósofo Quevedo
fue menos convincente que el poeta: Borges observa que es un escritor para literatos,
pues su grandeza reside en el poderío verbal, en el dominio sin límites del lenguaje.
Según el escritor argentino, su falta de “humanidad” le habría impedido escribir el
Quijote, así que Quevedo es “menos que un hombre, es una dilatada y compleja
literatura”.
El corpus poético quevedesco llama la atención, por su magnitud y por la
variedad de asuntos abordados. Para analizarlo, se subdividen en cuatro grandes núcleos:
religioso, moral-metafísico, satírico-burlesco y amoroso. Se trata de núcleos muy
generales, cuyo ámbito es preciso segmentar atendiendo a sus motivos específicos. Por
otra parte, los diferentes temas aparecen entrelazados en numerosos poemas. Fue
Antonio González de Salas quien, después de la muerte de Quevedo, publica los poemas
de éste en El Parnaso español (1648), libro que incluye los poemas pertenecientes a las
seis primeras partes o «Musas», clasificación temática en que, por su contenido, se
asignó cada poema a una de las nueve musas de la mitología. Pero la labor filológica de
Salas es deficiente: enmienda poemas, termina otros inconclusos y suprime bastantes.
Además la mayoría de los títulos de los poemas es suya. La edición moderna más leída
es la de José Manuel Blecua (1963).
Vínculo:
http://www.cervantesvirtual.com/servlet/SirveObras/01937296873476277450035/p0000
001.htm
La prosa quevedesca aborda los tonos más variados, desde lo burlesco y elevado,
festivo y grave, hasta lo filosófico y doctrinal. Astrana Marín, el primer editor de la obra
completa de Quevedo, la clasifica en:
- obras festivas
- novela picaresca
- obras satíricas
- fantasías morales
- obras políticas
- obras crítico-literarias
- obras filosóficas
- obras ascéticas
- traducciones en prosa
1. Las obras festivas tienen una intención cómica y abundan en chistes procaces.
No se conservó todo, mucho se perdió, en cambió le proporcionaron mucha fama en
vida. En 1631 publica una colección de sus obras festivas – Juguetes de la niñez y
travesuras del ingenio (el tono es muchas veces suavizado). Sobre la descripción
costumbrista predomina el comentario satírico. (El Caballero de la Tenaza, El siglo del
cuerno, El ojo del culo). Las premáticas son una suerte de Bouvard et Pécuchet avant la
leerte, donde Quevedo da una lista de perogrulladas, de frases huecas (por ejemplo, los
vicios lingüísticos de los poetas en quienes “hay mucho que reformar, y lo mejor fuera quitarlos
del todo”)
2. Las obras ascéticas: La misma virulencia crítica se empareja con el tono grave
y la visión pesimista, que lleva a la desvaloración moral de la vida (La cuna y la
sepultura). En estas obras se nota un profundo cristianismo con fuertes acentos estóicos:
Vida de san Pablo apóstol, Vida de Santo Tomás de Villanueva.
3. Las obras histórico-políticas brotan de la conciencia de la decadencia española,
contienen ataques contra las malas costumbres de su tiempo y lamentan la pérdida de los
ideales heróicos de otras épocas, poniendo como contraejemplo la austeridad romana y la
virtud de los antepasados: Política de Dios, gobierno de Cristo, tiranía de satanás. Los
ataques anticlericales se agudizan en Grandes anales de 15 días: historia de muchos
siglos que pasaron en un mes. España defendida continúa este tipo de “loas” (laus
hispanie) que se basan en la descripción geográfica, las costumbres peninsulares y la
defensa de España contra los extranjeros.
4. La producción satírica es el sector más valioso de su prosa, escrito con
anterioridad a la obra ascética y política. Quevedo es el mayor representante de la sátira
española, ingeniosa y cruel, sin simpatía hacia lo criticado. La invectiva atroz y el
sarcasmo llegan a deformar la realidad, a desrealizarla, convirtiéndola en espectáculo
grotesco y repulsivo.
Los Sueños de Quevedo, aunque de difícil lectura hoy en día, son unas obras
maestras de creatividad lingüística. El ciclo está formado por El sueño del Juicio final
(El sueño de las calaveras), - El sueño del Infierno, - El mundo por dentro (Las zahurdas
de Plutón), - El alguacil endemoniado, - El sueño de la Muerte. El viejo recurso del
“sueño” para pasar revista a los tipos y las costumbres de su época es una tradición
antigua, que va desde Luciano de Samosata, Las Danzas de la muerte, Divina Comedia,
Diálogo de Mercurio y Carón de Alfonso Valdés. Se trata de un mundo digno del Bosco
(cuya obra conocía Quevedo, quien habría suscrito a la célebre aseveración de José de
Sigüenza: “los demás pintan al hombre cual parece por fuera; éste sólo se atrevió a
pintarlo cual es de dentro”). Hay algo de superrealismo, o al menos de onirismo en estas
obras, tal vez porque en ellas se despliegue el propio mundo del subconsciente.
En Infierno se ponen en tela de juicio conceptos como la nobleza, la honra, la
valentía. La nobleza, según Quevedo, es importante si se manifiesta en los actos, no en la
sangre. La honra, por otra parte, es considerada un falso valor, porque no hace sino crear
falsos problemas: “La honra es necesidad del cuerpo y del alma, pues al uno le quita los
gustos y al otro el descanso”. El Alguacil es el cuento de un diablo que había poseído un
cuerpo que describe el infierno y los tipos sociales como ávaros, médicos, poetas, damas
honestas y deshonestas, comerciantes, cornudos, amantes de monjas etc. El elemento
cómico, sobre todo en el lenguaje, es destacado. Por ejemplo, el demonio que habla
desde dentro del alguacil se cree desafortunado por haber parado en tal cuerpo, dice que
mejor se debería hablar de un “demonio enalguacilado” que de un “alguacil
endemoniado”; entre los castigos del infierno es gracioso el de los poetas: “uno se
atormenta oyendo los versos de otro”. En el más allá hay muchos cornudos que “aun en
el infierno no pierden la paciencia” y multitud de mujeres que, “a no haber tantas allá, no
era muy mala habitación el infierno”. El mundo por dentro es más alegórico y describe el
viaje del narrador, guiado por un viejo que es el Desengaño, por la calle principal del
mundo que es la de hipocresía; allí está la decadencia, la maldad, la hermosura. En La
muerte el guía es la Muerte que le hace descubriri figuras simbólicas o tipos populares
que encarnan frases o refranes (el rey que rabió, Perogrullo). Los Sueños tienen una
estructura similar: presentación del escenario, desfile de personajes, conclusión.
Predomina la “agresiva inconformidad” ante la realidad, la caricatura excesiva, la
fantasía tumultuosa, el desolado pesimismo.
5. Las fantasías morales: Son representativas Discurso de todos los diablos
(1628) y La hora de todos y la fortuna con seso (1635). Contienen elementos de sátira
política, bufonada, técnicas irónicas, parodia. En el Olimpo los mortales se quejan de la
arbietraridad de la fortuna y Jupiter da a cada uno lo que merece: el resultado es que la
situación se empeora. Junto a Sueño del infierno y El Buscón, La hora de todos
representaría según Astrana Marín la trinidad de obras en prosa ejemplares.
6. La novela picaresca: El Buscón es una obra juvenil que conoció varias
recopilaciones. Fue escrita por 1604-1605 y publicada en 1626 en Zaragoza. Marca un
hito importante en la línea de la picaresca amarga iniciada con la publicación, en 1599
de Guzmán de Alfarache de Mateo Alemán porque con El Buscón el pícaro se
tranforma en una figura repulsiva, en un cínico sin escrupulos que se desempeña en
un medio más agresivo. Ángel Valbuena Prat la considera obra “de las más
entretenidas y también más desprovistas de humanidad que registra la historia de la
humanidad”. Américo Castro considera que en el mundo forjado por Quevedo “no
queda el menor resqucio para el menor idealismo". El argumento respeta las pautas de
la picaresca tradicional: Pablos, hijo de padres delicuentes, es pronto cedido al
servicio de su primer amo. Tras padecer hambre y privación en casa del licenciado
Cabra, viaja a Alcalá como criado del joven Diego Coronel. La penuria de su vida lo
incita a robar, transformándolo en pícaro. Su tío, el verdugo de Segovia, le escribe
para comunicarle la muerte de su padre, ahorcado por la justicia. Pablos gana un
dinero como herencia; pero tendrá que valerle para librarse de la cárcel en Madrid,
donde trata con falsos mendigos y ladrones. En Sevilla vive del juego, haciendo
trampas y engaños. Los graves delitos de su descarriada vida le obligan a marchar a
América. Lo más admirable del Buscón sigue siendo la creatividad lingüística que su
autor pone al servicio de la exageración en lo feo y malo. En Pablos se da casi
simuláneamente el deseo de aventura y desengaño (Leo Spitzer) y a lo largo de toda la
obra alternan los temas de la ilusión y del desengaño. No faltan chistes macabros,
groserías, procacidades, abundan el doble sentido, las paradojas, las hipérboles, las
antítesis. Francisco Ayala se pronuncia así sobre el estilo de Quevedo en el Buscón:
“El poeta oprime y exprime los vocablos, los aprieta o, por el contrario, los dilata
hasta más allá del límite de su elasticidad, los deforma, los contrahace, los acopla, los
combina, los funde unos con otros, los retuerce y desmembra, les saca – pudiera
decirse – las tripas y con todo eso extrae del lenguaje significaciones inéditas que
apenas éramos capaces de sospechar que nos dejan fascinados”. Sobra decir que la
escritura quevedesca no se limita a ser puro juego verbal sino que surge de la visión
propia del autor, una visión deformada y caricaturesca: la realidad está sometida al
ácido disolvente de su estilo, a la terrible desvalorización. Quevedo lleva al extremo
el gusto barroco por la transformación de la realidad mediante la palabra, pero su
palabra transforma el mundo en inframundo y las pasiones humanas en escenas dignas
del más macabro guiñol.
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