La Ilíada: Canto I; Homero

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La Ilíada Canto I (La peste y la querella entre Agamenón y Aquiles)
Tema 1
(dios) Febo=Apolo=Flechador Pelida=Aquiles (aqueo)
(aqueo) Agamenón=Atrida Palas=Atenea (diosa)
Calcas=Testórida
El canto I se basa en dos escenas, ellas son en la tierra y en el Olimpo. Cada parte o bloque tiene un núcleo, en
el primero es el conflicto de Aquiles y Agamenón, la querella que deriva en cólera. Lo que plantea antes
Homero son antecedentes que tenemos que saber para introducirnos y entender lo que sucederá
posteriormente. La participación de los hombres no impide la intervención divina, ya que siempre los dioses
están presentes en lo humano marcando la dirección de los acontecimientos.
En el segundo hay dos partes igualmente importantes: el ruego de Tetis; y la categorización que le da Homero
como parte literaria de la obra.
Homero no va a escribir sobre la guerra ni sobre una parte de ella, sino sobre el asunto que con tanta lucidez
expone en los primeros versos. Lo que determina el poema, no es nada exterior como el conflicto, si no la
trágica concesión de que la pelea entre los hombres provocara dolor, muerte y destrucción a muchos.
Canta, oh diosa, la cólera del Pelida Aquiles; cólera funesta que causó infinitos males a los aqueos y precipitó
al Hades muchas almas valerosas de héroes... −cumplíase la voluntad de Zeus−....
Estos primeros versos, que conforman la invocación, nos muestran la presencia todopoderosa de los dioses a
través de la inspiración poética.
Comienza a esbozarse ya aquí la concepción homérica del mundo: la coexistencia de los hombres y los dioses,
la importancia de lo divino en cuanto partícipe aventura humana. La diosa invocada es Mnemosine, madre de
las musas (ellas inspiraban a los aedos en sus cantos) diosa de la memoria.
Aparece la cólera de Aquiles que es el tema de toda la Ilíada, con sus consecuencias, y luego se indica que
cumplíase la voluntad de Zeus, lo que nos indica que todo es parte de un plan universal trazado por el destino.
EL canto I funciona como la introducción a la Ilíada. Homero toma en cuenta, además de la invocación, el
episodio de Crises para no introducirnos súbitamente en la querella. La querella ocurre en medio de la
Asamblea, y a ella nos internamos advirtiendo un microclima que justifica la conducta de Aquiles y
Agamenón. Es el episodio de Crises lo que desencadena la Asamblea, es un episodio breve donde se da el
ritmo narrativo épico, se intercalan discursos breves y extensos. Hay un último momento que es el de Apolo y
la peste. Se pasa de lo humano a lo divino, cada acción desencadena otra, por ejemplo es la peste el motivo
para convocar al ágora.
En la escena de Crises se presenta al personaje rápidamente como suele hacer Homero. Pocas veces describe a
sus personajes, suele trabajarlos indirectamente definiéndolos a través de sus actos o por sus acciones con
otros personajes, inclusive aparecen a través de n discursos que ellos realizan.
En general no hay dialogo entre los personajes, sus intervenciones son discursos. Eso sucede con Crises, no lo
describe físicamente sino que lo relaciona con Apolo y su hija Criseida. Es un hombre desesperado que viene
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a ofrecer todas sus riquezas para rescatar a su hija. Lo presenta en dos aspectos: padre y sacerdote. Se dirige a
un Atrida en especial, pero la presencia de los aqueos se torna relevante ante sus súplicas, contraponiéndose la
conducta de éstos a la que tomará Agamenón.
El discurso de Crises comienza con una invocación y un ruego a los Atridas y su buen deseo con ellos,
menciona a Apolo lo que podríamos interpretar como una posible amenaza ante la respuesta de Agamenón.
El elemento discursivo es muy utilizado por Homero quien logra así despegarse de la visión realista,
concretando la tendencia a idealizar este mundo heroico. Une además dos cosas que parecen incompatibles: la
carga emotiva y la forma estructural del discurso.
Esta escena prepara para la segunda, por eso están unidas. En ella Homero trabaja el paralelismo en dos
instancias sucesivas: se da primero la presentación de Crises y su discurso y luego la de Agamenón y sus
discursos. Pasamos de una escena donde predomina la voz a otra donde predomina el silencio: del Crises casi
humillado por los hombres, al que camina solo por la orilla del mar.
En la segunda aparición de Crises podría hablarse de un discurso, pero tiene estructura de oración, de ruego,
que ya no es de hombre a hombre y que nos hace sentir aún más la falta convertida por Agamenón.
Tomando los sucesos anteriores de la cólera de Aquiles, vemos una graduación planteando el tema a través de
los hechos que nos cuentan lo sucedido.
Este episodio breve cumple la única función de no introducirnos súbitamente en la querella, tenemos que tener
en cuenta que lo contado ya era conocido por todos.
Oyóla Febo Apolo, e irritado en su corazón..., el poeta relata la ira del dios como una acción pronta y
decidida.
Las imágenes que utiliza (parecido a la noche) estableciendo un juego entre imágenes visuales y luego
acústicas.
Apolo lanza sus flechas.
Al cabo de 10 días de soportar la peste, Aquiles congrega al ágora para averiguar por medio del arte del
adivino Calcas, el motivo de la ira de Apolo. Y es Hera, esposa de Zeus, la que pone en el corazón de Aquiles
el deseo de convocar a la junta.
La misma solo podía ser convocada por Agamenón. Aquiles no quiso faltar a la jerarquía si no obedecer a la
diosa, cuya intervención es un ejemplo de la contribución de lo maravilloso para explicar el carácter y actos
de un héroe.
Todo el episodio está construido sobre una sucesión de grandes discursos. En el centro, por supuesto, está el
enfrentamiento de Aquiles y Agamenón pero se dispone que el altercado sea contado por la intervención de
terceros personajes: Calcas, Palas Atenea, Néstor. Cada una de dichas intervenciones marca un momento de la
querella: primero la iniciación del ágora e intervención de Calcas, luego la querella propiamente dicha, que en
su momento culminante suscita la intervención de Atenea y llega hasta la decisión y amenaza de Aquiles y por
último intervención de Néstor y Aquiles acepta entregar a Criseida.
Ya dijimos que es importante que Aquiles convoque al ágora porque esto predispone a Agamenón quien
puede llegar a sospechar un acuerdo entre Aquiles y Calcas contribuye también a enfrentarlos, pues obliga
Aquiles a extenderle una garantía contra Agamenón, confirmando el clima de la querella.
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Ante la declaración del adivino surge la cólera de Agamenón que es tan viva como la que luego aparecerá en
Aquiles. El poeta nos da detalles descriptivos y de comportamiento: afligido, con las negras entrañas.... En la
alusión de Calcas al rey que si en un día refrena su ira, guarda luego rencor hasta que logra ejecutarlo, hay
preludio de conflicto. El adivino había predicho que los aqueos no podrían llegar a Troya a causa de los
vientos contrarios, si Agamenón no sacrificaba en el altar de los dioses a su hija Ifigenia, por esto el rey de
hombres sentía odio contra el adivino.
El discurso comienza con palabras duras para Calcas, pero parecen más bien un simple desahogo porque, en
definitiva, poco después está dispuesto a hacen lo que reclamaba el adivino. Y entonces es cuando
comenzamos a ver un hombre por debajo de la soberbia del rey de reyes. Aparece allí, un sentimiento personal
que lo une a Criseida, que se advierte no sólo en lo que dice sino aún en la manera directa y franca, sin pudor,
con que las propias circunstancias le obligaban a exteriorizar su sensibilidad privada: la joven Criseida a quien
anhelaba tener en mi casa: La prefiero ciertamente a Clitemnestra me legítima esposa.... Aunque en propio
planteo sin recato de Agamenón haya una implícita condena moral de parte del narrador, lo cierto es que el
personaje, con esto, se nos humaniza plenamente: debajo de la brutalidad e impiedad con que trató a Crises
había un sentimiento totalmente humano. Al final de este primer discurso, a este hombre, que ha franqueado
tanto de su intimidad en medio de sus aliados y sus subordinados, se le escapa como un suspiro: Ved todos
que se va a otra parte lo que me había correspondido. Pero antes de eso, ha podido demostrar que, además de
las debilidades propias de los hombres, tiene entereza y pasta de jefe, cuando resuelve entonces entregar a
Criseida: si esto es lo mejor, quiero que el pueblo se salve, no que perezca.
Cierto que enseguida, se ve que su sacrificio no es total ya que exige que se le dé otra recompensa. Aquiles
atribuirá enseguida a codiciar este reclamo, pero nada, antes o después, en la personalidad y conducta de
Agamenón lo justifica. Permite ver un rasgo que ya no es solo de Agamenón, sino de todos, y en particular lo
es de Aquiles: el cuidado por el reconocimiento externo, formal de las jerarquías. En efecto Agamenón, si
reclama algo es el formal reconocimiento de su condición de jefe principal, nada más.
Todo podría haber terminado aquí con este discurso. En cambio Agamenón solo pide una compensación por
tanto sacrificio, lo que no es tan disparatado ni fuera de lugar. Pero allí interviene el genio o carácter de
Aquiles y todo vuelve a comenzar, aún agravado.
Si antes vimos aflorar y luego retraerse la cólera de Agamenón, ahora le toca el turno a la de Aquiles. Y este
resulta más exaltado y violento que aquel. Las palabras que se ponen por delante son un insulto y
particularmente humillante para el jefe guerrero: la acusación de codicia. Pero el insulto promueve algo más
serio todavía: un enfrentamiento entre Agamenón y los demás aqueos. Así, enseguida de llamarlo el más
codicioso a Agamenón trata de magnánimos a los aqueos, e igual después cuando opone el pedido de
Agamenón a la conveniencia de todos los demás: no es conveniente obligar a los hombres.... El interés general
y el deseo de Agamenón se contradicen. Esto lleva a que la disputa se generalice, que ya no resulte un simple
choque personal con Aquiles, sino un enfrentamiento con todos, en plena soledad y cuestionada su condición
de jefe.
Agamenón ha captado bien la intención de aislarlo y enfrentarlo a los demás aqueos y frente a ello, la promesa
final, remitida a un tiempo indefinido le resulta irrelevante: los aqueos te pagaremos el triple o el cuádruple.
Por eso comienza su nuevo discurso diciendo: Aunque seas valiente, deforme Aquiles, no ocultes así tu
pensamiento, pues no podrás burlarme ni persuadirme. Frente al insulto explícito Aquiles se limita a
devolvérselo sin mayor convicción: ¿Acaso quieres par conservar tu recompensa, que me quedé sin la mía?.
Frente a la negativa de compensarle por la pérdida de Criseida, vuelve a insistir. La misma vehemencia de la
negativa de Aquiles le empuja a dar por sentado que no renuncia a la reparación, y que está dispuesto a todo:
Y si no me la dieren yo mismo me apoderaré de la tuya o de la de Ayax, o me llevaré la de Odiseo. Allí se
personaliza la amenaza. Pero de inmediato Agamenón procura suavizar la tensión que sus propias palabras
anteriores crearan y menciona a otros héroes.
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Una vez desahogado Agamenón, pasa a querer disponer de las cosas: 1) Agamenón pide otra recompensa; 2)
Aquiles la acepta para cuando caiga Troya; 3) ahora Agamenón, aunque ha insistido en mantener el reclamo
parece dispuesto a diferir la consideración: Mas sobre esto deliberaremos otro día. Enseguida pasa a disponer
los preparativos de la devolución de Criseida. Como se ve, ni Aquiles ni Agamenón quieren desencadenar un
conflicto entre ellos, pero se ven arrastrados por la fuerza de las circunstancias, por sus propios actos y
palabras a hacer que estalle.
En este juego en que las consecuencias se autonomizan con respecto a las causas juega un papel de primera
importancia la circunstancia externa, es decir el hecho de que estemos en medio de un ágora o reunión de
todos los jefes y de que por lo tanto, esté en juego el respeto social de cada uno. Y esto es fundamentalmente
para los héroes homéricos por que ellos son eminentemente seres sociales. Hasta la propia concepción central
de este mundo de la Ilíada, la del honor o areté, tiene una clara denotación social: si bien es atributo del héroe,
no existe plenamente si no está sancionado por el respeto de los demás. Por eso la presencia muda de los
demás jefes es tan importante como caja de resonancia de los insultos y desafíos que Atrida y el Pelida se
intercambian. Agamenón pretende cortar la discusión en el momento, pero su anterior amenaza de que si no le
dan recompensa el mismo se apoderará de ella, subleva del todo a Aquiles, en especial porque las palabras de
Agamenón parecía suponer una relación jerárquica que él rechaza: no es un inferior o subalterno sino un
aliado. Agamenón elige el lugar menos protegido para herir allí al enemigo: escoge las palabras que más
puedan herir a Aquiles, al tacharlo de cobarde: huye. Y luego del insulto, al final, la amenaza de llevarse el
mismo a Criseida para que sepa bien cuanto más poderoso es él y otro tema es decir que es su igual.
Agamenón reconoce la calidad de Aquiles como guerrero, aunque este es un llamado a la capacidad reflexiva
de su parte: Si es grande tu fuerza, un dios te la dio.
Aquiles se decide por la acción; o más bien lo veremos en el momento en que su espíritu se encamina hacia la
acción. El tiempo sociológico irrumpe así, intercalándose en la influencia del tiempo cronológico de los
hechos y sucesos.
La aparición de Atenea no solo detiene la mano de Aquiles sino también a Agamenón y a los demás, que ni
siquiera ven a la diosa, como tampoco oyen nada de lo que conversa con Aquiles. Comienza a ocurrir lo
maravilloso: aparición súbita de la diosa, mientras todo el entorno queda como petrificado en un gesto que
luego se reasumirá y continuará, una vez cerrado el pasaje de lo fantástico.
La obediencia de Aquiles al mando de la diosa: Preciso es, oh diosa hacer lo que mandáis, aunque el corazón
esté muy irritado. No se extingue o desaparece la pasión, sino que se la domina o contiene. Cuando apreció
Atenea veíamos la mano de Aquiles que comenzaba a sacar la gran espada de la vaina, como si su mano de
guerrero se adelantara al propio pensamiento. Al cerrarse la escena de Palas lo primero que vemos es esa
misma mano, robusta mano envainando la enorme espada que no llegó a extraer del todo.
Sigue enseguida el último discurso de Aquiles en el episodio. Culmina esta primera parte del discurso con las
palabras que, de nuevo, enfrentan a Agamenón con todos los demás: Rey devorador de tu pueblo porque
mandas a hombres abyectos, en otro caso, Atrida éste fuera tu último ultraje.
A continuación el solemne juramento−amenaza de Aquiles, que Algún día los aquivos todos echarán de
menos a Aquiles, y tú, aunque te aflijas, no podrás socorrerles cuando muchos sucumban y perezcan a manos
de Héctor, matador de hombres. Entonces desgarrarás tu corazón, pesaroso por no haber honrado al mejor de
los aqueos.
Enseguida de este discurso de Aquiles que marca el final del clima y viene el larga discurso de Néstor, y los
dos breves de Agamenón y Aquiles en los que si bien se mantiene la cólera en plena temperatura, el influjo de
las exhortaciones de Néstor atempera el lenguaje, a la vez que Aquiles aclara que se resigna a perder a
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Criseida sin luchar.
Enseguida de esto se disuelve el ágora.
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