Entrevistas inolvidables: CASSIUS CLAY

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_________Entrevistas inolvidables
1976 es otro año de las luces en mi peregrinar como reportero.
Intenso y efectivo. Primero por la serie titulada "El fútbol del
petróleo" en Arabia Saudí y Kuwait, países cuyo fútbol se había
puesto de moda porque pagaban grandes sumas a técnicos
extranjeros. En Arabia Saudí estaban como seleccionadores Ferenc
Puskas y Héctor Rial, mientras que el seleccionador de Kuwait era
Mario "Lobo" Zagalo y su ayudante Carlos Alberto Parreira.
Puskas me arregló el papeleo burocrático con la Embajada. Al final
del tedioso trámite, que duró casi tres meses, en mi pasaporte
escribieron a mano "invitado especial del príncipe heredero Fahd
Ben Saud Ben Abdul Aziz", entonces ministro de deportes y luego
sucesor del asesinado Rey Feisal como monarca de Arabia Saudí.
El día que me marchaba, Puskas y Rial me acompañaron al
aeropuerto de Riyadh y se pusieron a llorar. "Lloramos de
envidia", me dijeron a dúo. El ganar mucho dinero no les
compensaba el hecho de que sus mujeres apenas pudieran salir de
casa, y cuando lo hacían se arriesgaban a que los niños las
apedrearan porque no se cubrían la cara con un velo. Ni tampoco
se sentian muy motivados por su labor. "Hará falta la lámpara de
Aladino para que salgan buenos futbolistas", me comentó Puskas,
admirado sin embargo por la ilusión y entrega que ponían aquellos
jugadores que sufrían concentraciones de hasta seis meses, y que
sembraron la simiente de un poderio que les llevaría, no a ellos,
sino a sus sucesores, a la fase final de los campeonatos del mundo
de Estados Unidos, en 1994, y de Francia, en 1998. "Cuando me
llamaron para contratarme me citaron en un hotel de Viena, donde
estaba el equipo alojado para jugar unos amistosos con conjuntos
austriacos. Cuando llegué al hotel me los encontré a todos llorando
porque querían regresar a casa. Pensé para mí, si a estos no les
gusta Viena es que Riyadh debe ser la leche. Y claro que es la
leche, pero la leche en vinagre", contaba Puskas, cuya mayor
diversión cuando no entrenaba consistia en estar debajo del aparato
de aire acondicionado, ahogado por el calor, o contando desde la
ventana de su apartamento los coches que se paraban delante de
una farmacia vecina. Puskas me contó el secreto: "Esta farmacia es
de un libanés casado con una madrileña, a la que tiene encerrada
en casa la pobre y apenas la deja salir, ni siquiera para estar con
nosotros, que somos sus vecinos de portal, y toda la noche es un
desfile constante de coches cuyos conductores se paran a comprar
aspirinas, que luego se toman con Coca Cola, ya que el alcohol
está prohibido. Es lo que llaman la droga sueca. Vende aspirinas
por sacos". O viendo desde el interior de su coche, y a prudente
distancia, las ejecuciones coránicas de los viernes en la Plaza de la
Mezquita. Me llevó a ver uno de esos "espectáculos", un día en que
cortaron la mano a un ladrón acusado de reincidente y el pie a un
atracador. "Vámonos. No aguanto esto", le dije a Pancho.
En realidad la emoción periodística empezó en mayo, con un viaje
de la selección española de fútbol a Munich para medirse a
Alemania dentro del marco de la quinta Eurocopa de Naciones,
partido que por cierto perdieron por dos a cero --Pirri fue el capitán
de la selección española--y quedaron eliminados.
Al llegar al hotel Bayerischen Hoff de la capital bávara nos
encontramos con que dos plantas del mismo estaban reservadas
para un mito viviente del deporte Mundial y su séquito, Cassius
Clay o Muhammad Alí, que unos días después iba a defender el
titulo de los grandes pesos ante un poco conocido aspirante inglés
llamado Richard Dunn.
El reto estaba claro. Si el catón del periodismo es preguntar a un
aspirante a reportero que haría si se encontrara a Di Stéfano en una
esquina, intentar entrevistarle o huir, allí no había más cáscaras que
intentar entrevistar al universalmente famoso boxeador, máxime
teniendolo entre las mismas cuatro paredes. Es decir: no se podía
huir.
Yo lo intenté al menos y lo conseguí. Primero tuve que
"conquistarme" a su manager de ascendencia italiana, Angelo
Dundee, que afortunadamente era amigo de Fernando Vadillo y
por ahí, hablándole de Fernando, pude entrarle en la barra del bar
del hotel. "Si no consigo la entrevista, Vadillo me echa del
periódico", le dije. Sé que la simplona triquiñuela no le impresionó
lo más mínimo, y pienso que ni siquiera le hizo gracia, pero
funcionó. Me dio las instrucciones concisas: "Vais al
entrenamiento del circo Kroner, y cuando Muhammad comience el
asalto número catorce de entrenamiento os colocáis tras una cuerda
que veréis en el escenario. Allí os buscaré yo".
Dicho y hecho. Agustin Vega y yo pedimos un taxi, mientras el
resto de colegas tomaban tranquilamente asiento en el comedor,
porque era la hora del amuerzo. Llegamos al circo Kroner,
colocado en un teatro en pleno centro de Munich, pagamos los tres
marcos cada uno que costaba la localidad para ver a Cassius Clay o
Muhammad Alí entrenar, Agustin hizo fotos de la sesión, que fue
todo un espectáculo, y seguimos al pie de la letra las instrucciones
de Dundee.
Cada asalto de entrenamiento duraba tres minutos, como en un
combate, y en efecto, al finalizar el décimocuarto fue una suerte
encontrarnos tras la cuerda del escenario, porque entre nosotros y
el ring como por ensalmo se habían colocado una docena de
fornidos guardaespaldas. Angelo Dundee me dio una palmadita en
la espalda y me dijo. "Ahora viene lo difícil: que Muhammad
quiera recibiros. Depende de como le dé, porque es muy raro que
conceda entrevistas individuales. Pero yo se lo voy a pedir,
tranquilos. No os mováis de aquí".
El boxeador pasó por nuestro lado como un obús, sin mirar ni a
derecha ni a izquierda, y se encerró en su vestuario. Había que
esperar. Poco después vino de nuevo Dundee con una sonrisa en el
rostro. "Venid, que os espera", dijo.
Y allí estaba el gran Muhammad Alí, enfundado en una bata blanca
y reposando sobre un sofá negro. Tenía el rostro serio, como de
pocos amigos. "Te doy cinco minutos", espetó. Decidí aprovechar
el tiempo al máximo y fui al grano. "¿Cómo proclamándose
pacifista se dedica usted al deporte más violento que existe?". Me
miró de arriba abajo varias veces, hasta el punto de que yo no sabía
donde colocarme, para finalmente decirme arrastrando bien las
palabras: "That is a clever question. You need a clever answer", o
sea, "esta es una pregunta inteligente, que necesita una respuesta
inteligente". Aquello parecía divertirle. Tardó más de diez minutos
en volver a abrir la boca, finalmente dijo "Okay" y a partir de ahí
mantuvimos un diálogo sin premuras de tiempo que el diario AS
ofreció en exclusiva a sus lectores, mientras en otros medios se le
atacaba diciendo que había sido imposible hablar con él "porque
Muhammad Alí se creía Dios". No era así. Conmigo fue
sencillamente humano. Me costó simplemente el quedarme sin
almuerzo aquél día para intentar la entrevista en el lugar dónde
podía darla el personaje en cuestión: el circo Kroner.
A Muhammad Alí le interesaba que se diera publicidad a una visita
relámpago que iba a hacer a Madrid una semana después para
promocionar en El Corte Inglés su libro "Yo, el más grande". Por
eso sin duda decidió conceder la entrevista. El negocio es el
negocio.
Incluso cuando llegué al hotel y se lo conté a José María García
este lo puso en duda. Se creía que Agustin Vega y yo, que
llegamos francamente derrengados y hambrientos, íbamos de
farol. "Me juego tres mil duros a que no le habéis entrevistado",
arriesgó el más popular de los periodistas españoles. "Hecho", le
contesté yo. Cuando José María vio el periódico no hizo ningún
comentario y de los tres mil duros no volvimos a hablar. A quien
tanto me había ayudado en un momento delicado de mi vida no era
cuestión de reclamarle deudas de boquilla.
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Cassius Clay o Muhammad Alí recostado en un sofá responde a mis
preguntas, con su manager Angelo Dundee de testigo (Foto: AGUSTÍN
VEGA)
MUHAMMAD ALI, EL MÁS GRANDE
*"Soy boxeador por la voluntad de Dios"
*"El mundo está dominado por los blancos. Jesucristo es blanco.
La Virgen María es blanca. Los ángeles son blancos. Por no tener
los negros no tenemos ni nombre propio, por lo que decidí cambiar
mi nombre de esclavo, Cassius Clay, por mi nuevo nombre de
hombre libre, Muhammad Alí".
"Float like a butterfly, sting like a bee". Vuela como una
mariposa y zumba como una abeja. Este es el lema que, junto
a una fotografía del púgil, llevan en el chándal los cuidadores
de Muhammad Alí.
Alí vive la parafernalia propia de su condición de monarca de
los grandes pesos. En la capital bávara el "Loco de
Louisville" tiene a toda su "troupe", en la que no faltan los
mafiosos de las apuestas, los guardaespaldas, relaciones
públicas y damas de compañía de su esposa. Necesita un
autocar para desplazarlos, mientras que él viaja en un
Mercedes de seis puertas con una efigie suya en cada
costado. Un Mercedes negro, que es el color que prefiere, a
juzgar por su vestimenta, también negra, como la propia piel.
Este vestir de negro de paisano y de blanco --chándal
incluido--en el ring es una paradoja más en este hombre que
ha conseguido llegar a la cumbre en una profesión tan difícil
como el boxeo.
Yo tenía frente a mi, tumbado en un sofá como si estuviera ante un
psicoanalista, al Muhammad Alí íntimo, accesible por no verse
rodeado de la coraza humana que le protege y le adula.
Desprovisto en suma de su aureola de campeonísimo.
Por eso pude darme cuenta que bajo la fachada de atleta y el oropel
de su gloria se esconde un hombre con un corazón mas grande que
sus puños. Un hombre que anda como desganado y con la
melancolía pintada en el rostro, como si quisiera hacer buenas
aquellas palabras de Cornissart: "Sólo los ignorantes creen que lo
que hacen está bien hecho".
Muhammad Alí es un surrealista. Se recubre con una máscara, a
veces esperpéntica, que nada tiene que ver con su personalidad. Es
la fachada que le ha dado, y le sigue dando, gloria deportiva y
dinero, pero lo que dice y escenifica en el ring dista mucho de ser
lo que piensa o hace fuera de él. De ahí que a este trabajo sobre su
compleja personalidad haya que dividirlo entre el Muhammad Alí
del impresionante "show" en el Circo Kroner y el Muhammad Alí,
serio, cordíal, sencillo y tremendamente humano que nos recibió al
final de su representación.
Porque Muhammad Alí se pasa la vida representando. A la llegada
a Munich montó un número importante en el viejo aeropuerto con
lindezas como que "retaba a toda la sala", "destrozaré al rival" o
"soy el mejor y el más guapo". Luego se deja fotografiar y
desaparece, por lo que la imágen risueña y vacía, excéntrica y
estudíada, es la que persiste.
Y lo que hizo en el aeropuerto muniqués lo repetiría en el montaje
de un entrenamiento a la americana --tres marcos, la entrada-- en el
Circo Kroner y al que asistieron un centenar largo de fotógrafos,
periodistas, comentaristas de televisión y más de un millar de
aficionados. ¿Qué hizo Muhammad Alí? Sencillamente: entrenarse
normalmente cambiando la tranquilidad de hacerlo en solitaRio por
unos dólares más en su nutrida cuenta corriente. ¿Cuál fue el
precio para el boxeador? Pues hacer el "numerito" de rigor --en
esta ocasión gestos de homosexual coreados a carcajada limpia por
los asistentes-- después de cuarenta y cinco minutos, o el
equivalente a quince asaltos de rigurosa y metódica preparación.
De vez en cuando el público prorrumpía en aplausos cuando
Muhammad Alí "cazaba" a un imaginario contrario o hacía
restallar la cuerda por la velocidad que le imprimía saltando a la
comba.
Luego, de improviso, desaparecería de la escena. Rodeado de sus
cuidadores, mientras sus guardaespaldas y empleados del local
montaban un inexpugnable cerco en la intimidad del ídolo.
Un cerco que, sin que todavía acierte a explicarme con exactitud
las causas, nosotros rompimos de la mano de su preparador
italoamericano Angelo Dundee. Nosotros somos Agustin Vega y
un servidor, que es como decir todos y cada uno de los lectores de
AS, para los que ponemos imagen y voz a un mito.
Un mito llamado Muhammad Alí que en su fuero interno desprecia
la herencia de "showman" que le dejó Cassius Clay, porque son un
mismo hombre con distinto espíritu.
Muhammad Alí, cuando todavía se llamaba Cassius Clay, comenzó
arañando la fama universal en la Olimpiada de Roma, allá por
1960, y es casi un milagro que tantos años más tarde siga al pie del
cañón sin que, curiosamente, su rostro registre huella alguna de los
combates que ha librado. Algunos terribles, como el que en 1966,
en Toronto (Canadá), le enfrentó a George Chuvalo; el de Houston,
con Ernie Terrell, en 1967, o los dos de sus únicas derrotas, a los
puntos, en Nueva York frente a Joe Frazier, en 1971, y en San
Diego con Keith Norton, en 1973. Muhammad Alí nació
triunfador.
--Cincuenta y tres combates como profesional y sólo dos derrotas.
¿No está aburrido del boxeo?
--Sí, terriblemente aburrido.
--¿Y por qué sigue?
--No tengo todo el dinero del mundo, le podría responder. Pero no
es esta la razón. La razón de que siga en el boxeo es para tener el
récord más grande que haya existido.
Muhammad se queda pensativo unos momentos y antes de que
medie otra pregunta compone un rictus de dolor --a mi me pareció
un profundo quejido-- para decir:
--Además, trabajo para mi religión. Me siento orgulloso de ser
musulmán negro. Lo triste es que este trabajo sea bailando sobre
un ring por falta de buenos adversaRios, que es lo que tengo que
hacer.
--¿Para cuándo la retirada?
--Dentro de un año me retiro. Algunos combates más, algunos
"shows" más...
--Y la liberación, ¿no?
--Sí. Fuera del boxeo soy un servidor de Dios y podré dedicarme a
ello con más fuerza.
Muhammad Alí fue el nombre que adoptó Cassius Clay cuando
decidió ingresar en la secta de los musulmanes negros. Y no se fue
por las ramas a la hora de elegir: se quedó con los nombres del
profeta y del dios de los musulmanes, como si de la composición
resultara una divinidad nueva. Y en realidad, algo de esto hay,
porque hoy por hoy el boxeo es su principal estandarte en su labor
de proselitismo. Cassius Clay quedó definitivamente "enterrado"
cuando su ilustre propietaRio se negó a hacer el servicio militar y
alistarse para Vietnam, alegando objeción de conciencia. Fue un
"boom" que le mantuvo alejado de los cuadriláteros desde el 23 de
marzo de 1967 al 26 de octubre de 1970 en que reapareció, más
poderoso que nunca, en Atlanta, derrotando por k.o. en el tercer
asalto a Jerry Quarry.
--¿Cuántos millones ha ganado?..
--¡Dinero!, ¡dinero!... He ganado treinta y un millones de dólares
hasta ahora.
Traducido en pesetas salen más de dos mil millones. Una suma
increíble en un boxeador.
--¿Cuántas personas dependen de usted?
--Treinta.
--Tiene tres hijas y un hijo. ¿Le gustaría que éste fuera boxeador,
como usted?
--En absoluto. Para mi hijo quiero una vida diferente a la de su
padre. Quiero que mi hijo estudie y triunfe por su inteligencia, no
por su fuerza.
--Usted, de no haber sido boxeador, ¿qué habría sido?
--También un triunfador.
--¿En qué?
--Triunfaría como sacerdote. Predicar la paz es un triunfo.
--Usted predica la paz y, sin embargo, practica la violencia. ¿No es
esto un contrasentido?
Muhammad Alí coge aire. Es como si la pregunta le hubiera
pillado desprevenido y necesitara el break para poner en orden sus
ideas. Me dice que hay que matizar la respuesta y hasta tengo la
impresión de que se siente incómodo. Habla despacio,
asegurándose para mayor fidelidad que Angelo Dundee me ayude
en la traducción de sus palabras:
--Yo predico y busco la paz, no persigo la acción. Si cojo un
hombre con mi mujer, lo mataría en un arrebato. Pero nunca
mataría a nadie sin tener una buena razón para hacerlo. Con el
boxeo ocurre igual: lo practico por una razón. Esta razón es que es
mi medio de vida y la voluntad de Dios. Yo soy boxeador por la
voluntad de Dios.
Muhammad Alí, con un gesto, da por terminada la entrevista.
Como si hubiera sonado una imperceptible campana y el púgil
buscara afanosamente refugiarse de nuevo en su rincón de mito.
Ataviado de blanco en todo lo que rodea su profesión y vestido de
negro en la vida cotidiana, en un evidente cambio de los papeles
que asignamos a los colores: blanco es paz y negro es dolor, luto.
Para Muhammad Alí es al revés: blanco de boxeador es dolor y
tragedia, negro en lo personal es paz y bienestar interior. Todo un
gran hombre.
Un gran hombre lleno de contradicciones, como todo aquél que
busca algo, aunque no sepa bien qué.
Porque de momento lo único que ha encontrado ha sido la gloria
en el ring. En 1960 siendo amateur se proclamaba campeón
olímpico. En 1964, ya como profesional, se proclamaba campeón
del mundo de los grandes pesos en Miami Beach (Florida) y nadie,
por muchos que lo hayan intentado --Sonny Liston y Floyd
Patterson, en 1965; George Chuvalo, Henry Cooper, Brian
London, Karl Mildenberger y Cleveland Williams, en 1966; Ernie
Terrell y Zora Folley, en 1967--pudieron arrebatarle el titulo antes
de su ausencia por sus problemas con el servicio militar por un
peRiodo de tres años. A su vuelta, con sólo dos derrotas --las
únicas de su historial, ante Joe Frazier y Keith Norton, aunque
luego se vengaría-- Muhammad Alí seguía siendo el mejor. A
Richard Dunn en Munich lo puso de vuelta y medía en un abrir y
cerrar de ojos.
Esta entrevista tendría una segunda parte, cuando tres años más
tarde Muhammad Alí, ya retirado oficialmente del ring, aunque
dedicado a dar exhibiciones, vino a Mallorca invitado a la
inauguración oficial del Casino de Cala Figuera. Hasta allí fui a
verle para que me hablara a corazón abierto de su nueva vida de
vieja gloria. Le llevé un ejemplar de AS donde se había publicado
la entrevista de Munich y me dijo que ya lo había visto: le hicieron
llegar un ejemplar el mismo día que se publicó. En este nuevo
encuentro empezó por explicarme los motivos del cambio de
nombre en 1967:
--Un día, paseando por una calle de Nueva York, le oí a un hombre
unas palabras que de repente dieron significado a mi vida. Entendí
ese día que el mundo está dominado por los blancos y que los
negros no tenemos nada. Jesucristo es blanco. La Virgen María es
blanca. Los ángeles son blancos. Por no tener, no tenemos ni
nombre propio, dijo aquél hombre. Decidí unirme a su fe y
comencé cambiando mi nombre de esclavo, Cassius Clay, por mi
nuevo nombre de hombre libre, Muhammad Alí. Me hice
musulman negro y desafié el poder de los blancos negándome a ir
a la guerra del Vietnam, que no era mi guerra. Yo desafié a toda
una nación de blancos y vencí. Soy un símbolo para los oprimidos
de mi raza.
--Para usted comienza ahora el combate de la vida. Dígame, en
cuatro asaltos, cuales van a ser sus ideas básicas. Primer asalto...
--Lucharé para que el hombre no tenga su fortuna en un banco,
sino en su conocimiento. La riqueza del hombre está en el
conocimiento. Yo me he ganado la vida pegando puñetazos y el
conocimiento lo he recibido de Dios. Algunas personas, entre las
que me cuento, nacen con sentido común. Pero no soy profeta ni
reclamo serlo. Ningún Dios beneficiaría personalmente a nadie.
Hay personas que son sabias como yo, pero no profetas. Aprenden
de lo bueno y lo malo que les ocurre. Por ejemplo, para mí, de
todas las mujeres con que me he casado, la última siempre ha sido
la mejor.
--Segundo asalto...
--América está controlada por siete familias. Y esto hay que
pararlo. Yo dedicaré mi vida a ello, porque mi mayor combate es
con la libertad.
--Tercer asalto...
--Quero cambiar la mentalidad de la gente, de los que van por mal
camino, de los que no tienen cultura... Pero solo no puedo hacer
nada. Si de mi dinero diera un centavo a cada necesitado hasta que
no me quedara nada, yo me arruinaría y el resultado sería nulo.
--Cuarto asalto...
--Mentalizar a la gente que con el dinero que se gasta en guerras se
podría dar comida a los que pasan hambre, una casa a quien no la
tiene, hacer hospitales, escuelas, residencias para ancianos y
recoger a los que carecen de familia. La vida es corta, pero la
gloria y el infierno son infinitos. Es mejor ir al paraíso y para
lograrlo es necesario pasar los años que tengamos de existencia
haciendo el bien a todas las personas.
Antes de despedirse, Muhammad Alí quiso asestar un k.o. técnico
al diálogo que manteníamos. Con estas palabras:
--El personaje que más admiro en el mundo es el ayatollah
Jomeini. Es mi héroe. Soy creyente y, como él, creo
profundamente en Dios. Su misión es liberar a su país, Irán, de
toda clase de pecado. Yo quiero hacer lo mismo en todos los
países. Mi enemigo es Satanás.
Esta fué la llamada en Portada del Diario AS anunciando la
exclusiva.
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