Agradezco esta oportunidad en primer lugar el Señor en estos años

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1 de septiembre, 2008
CHARLA DE FR. JOSÉ RODRÍGUEZ CARVALLO
MINISTRO GENERAL OFM.
(Trascripción de la grabación)
Agradezco la oportunidad, en primer lugar al Señor, de que en estos años de servicio como Ministro
general he podido experimentar la riqueza y la belleza de tener hermanos y hermanas, y entre esas
hermanas no os oculto que las FMM, “las Blancas”, como las conocía en mis años de joven, ocupáis
un lugar importante. Me siento muy cercano a vosotras y esto no es mérito mío, es simplemente acoger el don de las hermanas y vuestro afecto hacia mi Orden y hacia mi persona, en concreto. Os conocí en España pero poco, porque en Galicia la presencia es muy reducida, pero sobre todo os conocí en Jerusalén. En mi mente quedará para siempre el recuerdo de la acogida que, en vuestra casa
cerca de la puerta de Damasco, me habéis ofrecido. Allí celebré mi primera Misa y en ausencia de
mis Padres las hermanas hicieron de padre y madre. Después, allí, Sister Ive, que ya murió, acompañó mis primeros pasos en la lengua inglesa, y Sor Ángela Aguirre me ayudó tanto en pequeñas y
grandes cosas, por eso el afecto viene de lejos, pero se incrementó en estos años, porque entre
vuestro Consejo general y nuestro definitorio se crearon lazos de verdadera comunión y fraternidad.
Por eso hoy me alegro mucho de estar aquí y agradeceros todas vuestras atenciones que, cuando
visito las provincias de los hermanos menores en todo el mundo, siempre, siempre, siempre están
presentes las hermanas fmm. Y es una gran alegría cuando las veo y cuando las encuentro.
Me hubiera gustado preparar con mucho más tiempo estos pequeños apuntes, pero la verdad es que
ha sido un verano muy ajetreado; el Papa nos dijo en el Sínodo sobre la Eucaristía, “me hubiera gustado preparar un discurso adecuado a las circunstancias, pero tuve problemas de tiempo”, pues
bueno, el Ministro general también tiene problemas de tiempo; por eso os voy a hablar más con el
corazón que a nivel de razonamientos. Habéis escogido como tema capitular “Franciscanas llamadas
a vivir la kénosis de Cristo en fidelidad creativa y solidaridad con el mundo sufriente”. Me gustaría,
dado que en el título de vuestro tema capitular se hace referencia al himno cristológico de Fil 2,5-11,
comenzar leyendo este texto, dice así: “tened los mismos sentimientos que tuvo Cristo Jesús, quien
existiendo en forma de Dios no reputó como botín ser igual a Dios, antes se anonadó tomando la forma de siervo y haciéndose semejante a los hombres, y en la condición de hombre se humilló hecho
obediente hasta la muerte y muerte de Cruz. Por lo cual, Dios lo exaltó y le otorgó un nombre sobre
todo nombre, para que al nombre de Jesús, doble rodilla todo cuanto hay en los cielos, en la tierra y
en las regiones subterráneas, y toda lengua confiese que Jesucristo es Señor para gloria de Dios Padre.” Los autores suelen dividir este himno en tres partes: la preexistencia, la humillación y la exaltación. Para el objetivo de nuestra reflexión, quiero simplemente hacer unas consideraciones sobre la
segunda parte, la humillación, la kénosis, recordando antes que lo que el himno pretende, es decirnos
que el humillado y solamente el que se humilla, es aquel a quien Dios ensalza, como lo afirma un dicho sinóptico que encontramos en el Evangelio de Lucas “el que se humilla será ensalzado y el que
se ensalza será humillado”. El abajamiento, la kénosis se convierte de este modo en el presupuesto
de la exaltación. Por otra parte, el himno que sirve de iluminación a vuestro tema capitular, es la epifanía de Jesús siervo y obediente. De la condición de Dios, Jesús pasa a la condición de hombre,
mejor dicho a la condición de esclavo. Por la Encarnación Jesús se vacía de sí mismo y, en libertad
total, asume totalmente la condición de hombre, es decir se solidariza totalmente con el hombre. Esta
solidaridad es la que lo llevará a dar su vida por la humanidad. Por tanto el himno cristológico de filipenses describe el camino de Cristo desde lo más elevado del cielo hasta lo más profundo del abismo. El camino ha iniciado vaciándose de sí mismo, es decir, abandonando su condición de Dios y
llega a su plenitud a través de la Encarnación, de su hacerse hombre y de su humillación hasta la
muerte. Estando a la exégesis del himno -que no haremos aquí-, hemos de decir y subrayar que
“condición de hombre, de siervo, de esclavo”, no es un papel que desempeña Jesús, es un ser que
asume Cristo. La Encarnación, la Pasión, la Muerte no es un teatro, es algo que forma parte de la
nueva identidad de Jesús, sin perder la otra. Dicho esto sobre el himno, digamos alguna palabra sobre el Dios que contempla Francisco. Para él, Dios se nos ha revelado de forma totalmente novedosa,
diríamos escandalosa, en la persona del Hijo. Nuestro Dios exige del Hijo, por amor de los hombres,
que siendo rico se haga pobre, siendo el primero se haga el último, que asuma la condición de siervo
y acepte morir por la salvación de la humanidad. Y Jesús acepta libremente ese proyecto del Padre.
Este es el Jesús que contempla Francisco, no otro. Nos dice en la primera carta a los fieles: “Este
Verbo del Padre, tan digno, tan santo y glorioso, fue enviado al seno de la santa y gloriosa Virgen María y en él recibió la verdadera carne de nuestra humanidad y fragilidad. Y siendo Él sobremanera rico
quiso, junto con la bienaventurada Virgen, su Madre, escoger en el mundo la pobreza”. Ese es el Cristo que contempla Francisco, el que vivió, dirá en la Adm. 6, “la tribulación, la persecución y la ignominia, el hambre y la sed, la enfermedad y la tentación”. El realismo de la Encarnación del Verbo eterno
aparece bien claro para Francisco cuando afirma en la 2ª carta a los fieles: “Él recibió la carne de
nuestra frágil humanidad”. Para Francisco, la Encarnación, que forma un todo con la Pasión y la
Muerte, significa: vivir para otros, dar la vida por los otros, no reservarse nada para sí mismo. Y Francisco en sus escritos hace referencia a la kénosis de Cristo, haciendo referencia no sólo a la Encarnación, a la pasión y muerte, como ya hemos visto, sino también a momentos bien concretos de la
vida de Jesús, por ejemplo la kénosis de Cristo se manifiesta en el lavatorio de los pies. Esto lo vemos claramente en la Adm. 4ª, y por supuesto, en toda la vida de comunión y solidaridad con el mundo del sufrimiento.
Visto esto ¿Qué podemos decir de cara a nosotros? Un Dios, revelado así en la persona del Hijo sólo
puede ser acogido por quien se hace servidor de los leprosos, nos dice San Buenaventura en la Leyenda Mayor, cap. 2. Esto es fuerte, pero así es; un Dios que se revela en la kénosis de Cristo sólo
puede ser acogido por quien se hace servidor de los leprosos, de quien se olvida completamente de
sí mismo y vive totalmente para Dios y para los demás. Nada, nada pues, retengáis, escribe Francisco, para vosotros mismo, para que os acoja a todos el que se ha dado todo. La Encarnación y si cabe
mucho más aún la Pasión y la muerte son, para Francisco, una llamada a vivir la radicalidad del amor
hacia los demás, ha hacerse entrega, solidaridad.
Este convencimiento es tan fuerte en Francisco que, para él, la secuela de Cristo sólo es posible desde el anonadamiento total. Citando la 1ª carta de Pedro, Francisco insiste en más de una ocasión: “Él
nos ha dado ejemplo para que sigamos sus huellas”. Y Francisco es coherente con esta convicción, y
por eso Buenaventura, en la Leyenda Mayor, nos dice “quedó desnudo el siervo del Rey altísimo para
poder seguir al Señor desnudo en la cruz, al que tanto amaba”. Y este anonadamiento de Francisco
va creciendo en la medida en que contempla el anonadamiento de Cristo humillado y crucificado por
amor a los hombres. La 1ª de Celano nos dice de Francisco: “Todo anonadado, permanecía largo
tiempo en las llagas del Salvador, hasta el punto de transformarse, como reconocerá Buenaventura,
en imagen perfecta del amado”.
Una clave de lectura, porque hay otras, de la kénosis de Cristo en categorías de la espiritualidad franciscana, es la del servicio, la minoridad, la solidaridad. Teniendo en cuenta los escritos de Francisco
bien podemos decir que la interiorización de la kénosis de Cristo se expresa en el servicio, en la minoridad y en la solidaridad, que forman parte, son signo de nuestra identidad. Servicio, minoridad, solidaridad, como también se recoge en vuestro tema capitular, son parte, repito, de lo que somos por
profesión. Ahora bien ¿de dónde nacen el servicio, la minoridad y la solidaridad? Personalmente
pienso que, como en el caso de Francisco, también en nosotros deben nacer de la contemplación de
la kénosis de Cristo. El paradigma de nuestra minoridad, de nuestro servicio, de nuestra solidaridad
no puede ser otro que el de Cristo que, como hemos escuchado en el himno cristológico de Filipenses, no consideró un tesoro celoso su filiación divina, sino que se despojó de su rango asumiendo la
condición de siervo. Esta contemplación es la que lleva a Francisco, y debería llevarnos a nosotros, a
tener los mismo sentimientos de Cristo, como hemos escuchado en el texto al inicio, y por tanto, a
sentirnos siervos y súbditos -son palabras de Francisco-, de cuantos habitan en el mundo entero. Y
sentirnos igualmente obligados a servir y administrar la Palabra de Dios, es decir, a llevar la Buena
Noticia a todos los hombres. Es la contemplación de la kénosis de Cristo lo que debería llevarnos a
ser como lo expresó nuestro último Capítulo general extraordinario, menores entre los menores de la
tierra. Y esto creo que es válido para cuantos y cuantas compartimos el carisma franciscano. Porque
la minoridad es uno de los valores determinantes de nuestro carisma común. ¿Por qué digo determinantes y no simplemente importante? porque la minoridad es la que da color y sabor a todos los demás valores que justamente consideramos franciscanos: al espíritu de oración y devoción, a la vida
comunitaria o vida fraterna, al trabajo de justicia, paz e integridad de la creación, a la misión, todos
estos valores, sin minoridad, no son franciscanos. Por eso insisto que es un valor determinante. La
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minoridad es lo que hace que todos estos valores sean realmente franciscanos. Y también hay que
decir e insistir, en que la minoridad, como la kénosis, toma la forma concreta de servicio, de humildad,
de cercanía, siempre como categorías existenciales, y no sólo como comportamiento puntuales. Es
decir que nosotros no podemos echar mano de la minoridad sólo en determinadas ocasiones, tiene
que ser una constante en nuestra vida. Tiene que ser una actitud, una categoría existencial. Y precisamente porque es una dimensión transversal de toda nuestra vida: la kénosis, el servicio, la minoridad, la solidaridad, porque es una dimensión transversal tienen muchas manifestaciones. Por ejemplo, asumir servicios que no comporten prestigio social, ya sé que esto es muy exigente, pero es una
exigencia de nuestra kénosis; asumir el no apropiarse de nada. Suelo decir que los franciscanos y las
Clarisas somos los únicos religiosos en la Iglesia -vosotras no formáis parte de esto, lo entenderéis
ahora-, que no hacemos voto de pobreza. Yo no he profesado vivir la pobreza, he profesado vivir sin
propio, y creo que esta categoría sería bueno hacerla más universal a todos los que compartimos el
carisma franciscano. No quiero cambiar vuestras Constituciones, no me toca, ni vuestra fórmula de la
profesión, pero creo que es un elemento importantísimo en la espiritualidad franciscana, vivir “sine
propio”. Por tanto, la kénosis comporta asumir el no apropiarse de nada, ni de los bienes espirituales,
ni de los materiales, comporta también sentirse siervos de Dios, siervos de los hermanos y siervos de
todos por Dios. La contemplación de la misericordia del Padre desborda sobre Francisco que se siente pequeño y pecador. La incomprensible donación de su Señor es la que da al Poverello la conciencia de su minoridad, de su anonadamiento. Francisco usará en latín una expresión que equivale a
kénosis, que es vaciarse totalmente, que después se traduce en la Regla como ese “sine propio”.
Francisco se pregunta constantemente ante ese Dios que se dona, que se entrega totalmente en la
persona del Hijo ¿por qué a mí… por qué a mí… por qué a mí…? Y eso le hace sentirse siervo ante
Dios, siervo de los hermanos. En la Regla bulada, hay una estrecha unión entre fraternidad y minoridad. No se puede ser hermano, no se puede ser hermana, cuando uno se sitúa por encima de los
demás. La prueba de la verdadera fraternidad es la obediencia recíproca, el servicio recíproco, el servicio humilde al estilo de Jesús que lavo los pies a sus discípulos. Y finalmente, siervos-siervas de
todos por Dios presentándonos comunitaria e individualmente como pequeños y servidores. Aquí habría que preguntarnos qué imagen damos los franciscanos, las franciscanas ante aquellos que nos
contemplan, presentándonos como personas a las que nadie teme porque buscan servir y no dominar
ni imponerse. Estamos hablando de la necesidad de tener el espíritu de infancia, pequeñez, optimismo ante la vida, simplicidad, aceptación de la inseguridad en el plano de instituciones e ideas, la incertidumbre ante el futuro, también esto forma parte de la kénosis, optar por un estilo de vida simple y
austero, tanto personal como comunitariamente, reconocer que somos débiles y vulnerables, siervos
inútiles -como dice el Evangelio- y que nadie es fuerte sino sólo Dios. De este modo contribuiremos,
por nuestra parte, a que resplandezca el rostro de Cristo que no vino a ser servido sino a servir.
Voy a terminar. Habiendo elegido, queridas hermanas, como tema de vuestro Capítulo la kénosis de
Jesús y la solidaridad con el mundo del sufrimiento, mi deseo es que el discernimiento sobre vuestra
vida y misión, que estáis llamadas a hacer durante estos dos meses de Capítulo, os lleve a opciones
concretas que muestren vuestra solidaridad existencial, no puntual simplemente, con aquellos que se
encuentran en una situación de mayor debilidad y, por tanto, de más grave necesidad. Como franciscanas, estáis llamadas a ser pobres y menores, en las múltiples dimensiones de la pobreza, con los
oprimidos, los marginados, los ancianos, los enfermos, los pequeños y cuántos son considerados y
tratados como los últimos en la sociedad. En fidelidad creativa, estáis llamadas a solidarizaros con
todos ellos. No desde fuera, que esto es el gran peligro de la vida religiosa y de la vida franciscana,
sino asumiendo su condición, a ejemplo de Jesús que siendo Dios no dudó en asumir la condición de
siervo y de esclavo. No me parece simple coincidencia, porque el Señor habla de muchos modos, el
que la liturgia de hoy -sobre esto volveremos en la Celebración Eucarística-, nos presente el discurso
inaugural de Jesús en la Sinagoga de Nazaret. Intentaremos seguir reflexionando sobre ello, pero
repito: no me parece una mera casualidad
Os deseo, queridas hermanas, que realmente este Capítulo os lleve a eso, a opciones concretas, a
no hacer simples reflexiones. Si os puedo dar un consejo, que este Capítulo no dé cómo resultado un
simple documento. De documentos ya estamos bien, aunque sean necesarios, pero ya estamos bien.
Que este Capítulo dé como fruto tal vez pocas, pero acciones y opciones bien concretas que os hagan sentir en profunda comunión con los últimos, los excluidos, los leprosos de nuestros días. Gracias
por vuestra paciencia.
Ahora podemos pasar un momentito a un breve diálogo; me extendí más de la cuenta, pero iba despacio para que las traductoras no sufriesen más de lo necesario. Hay que pensar en aquellas que
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están allá arriba, que las pobres no votan ni toman decisiones, pero os ayudarán a votar y a tomar
decisiones.
Preguntas:
Padre, quisiera mayor explicación en algo que me ha impactado profundamente, cuando usted ha
dicho que la Encarnación es la radicalidad del amor.
No me resulta muy fácil concretar más pero bueno, esta es una idea propia de la teología franciscana,
donde la Encarnación no es el resultado de un accidente, el primer pecado del hombre, sino que la
Encarnación es el resultado del amor de Dios por el hombre. En la hipótesis de que el hombre no hubiese pecado, Cristo se hubiese encarnado lo mismo. Esto dice la escuela franciscana. Naturalmente
la Encarnación sería de otro modo. Habiendo pecado el hombre, la Encarnación comporta realmente
una kénosis absoluta, total, por eso el amor que se manifiesta en la Encarnación, tal como tuvo lugar,
es la manifestación de un amor loco, único y total por la humanidad. Creo que es eso que decía, que
Francisco, contemplando la donación de Dios en la persona del Hijo, se siente asombrado ¿por qué a
mí, por qué a mí…? En la Escritura se dice fijaos qué amor tuvo Jesús por nosotros, que apenas se
entiende que otro dé la vida por un amigo, pero lo escandaloso de la Encarnación, Pasión, Muerte y
Resurrección, es que Jesús dio la vida por un enemigo, cuando nosotros estábamos en pecado. Para
el mismo Apóstol esto es algo inconcebible. Por eso he iniciado diciendo que Dios, nuestro Dios, se
revela de un modo totalmente novedoso y diríamos escandaloso, según las categorías humanas, en
la persona del Hijo. Por eso, hay que tener cuidado, aunque no estamos en el tema, de no poner sobre el mismo nivel el Abba de Jesús, el Yahvé de Moisés y el Allah de Mahoma. Hay mucha diferencia, hay mucha diferencia. El modo en que se ha revelado Dios, nuestro Dios, es totalmente nuevo y
escandaloso. Pero quedaros con lo que dice la escuela franciscana, que la Encarnación no es fruto
del pecado, es fruto del amor de Dios.
No estoy segura de haber captado bien lo que usted ha dicho sobre la pobreza de los franciscanos y
de las Clarisas, que ustedes no hacen voto de pobreza, que no tienen nada en propio, no estoy muy
segura de haber comprendido bien.
Yo tampoco entiendo mucho porque no quiero. No, es broma. San Francisco en su Regla dice: La
Regla y vida de los hermanos menores es esta: vivir el Santo Evangelio en obediencia, sin propio y en
castidad, no dice pobreza, y Santa Clara en su regla dice lo mismo. Por eso nosotros, en la fórmula
de la profesión, no decimos “prometo vivir por el resto de mi vida en obediencia, en pobreza y en castidad”, no, nosotros decimos prometo vivir por el resto de mi vida en obediencia, sin propio y en castidad. Y para mí, la expresión sin propio es traducción, si no literal, porque literal no es, pero sí teológica, de kénosis, vivir en kénosis. Por eso decía que, a lo mejor, esto podría ser un poquito más universal en la vida franciscana. Pero bueno, vosotras seguís la terminología normal de la Iglesia que ha
codificado, digamos, la vida religiosa en torno a esos tres elementos obediencia, pobreza y castidad.
Pero para mí, el “sine propio” es realmente algo novedoso de Francisco, algo único de Francisco y
una realidad mucho más profunda que la pobreza. Porque cuando hablamos de pobreza, inmediatamente pensamos al bolsillo, o a la carta de crédito, o a la cuenta bancaria, y yo digo que esto no es la
pobreza evangélica, o mejor dicho, esto no es toda la pobreza evangélica. La pobreza evangélica, a
mi modo de ver, puedo equivocarme, toca los centros vitales de la persona; toca la mente, una persona que se siente absolutamente segura de sí misma, de sus ideas no es pobre evangélicamente. El
fundamentalismo se riñe absolutamente con el Evangelio. Sólo Él es la verdad y nosotros poseemos
parte de la verdad porque estamos unidos a Él, si no tampoco. Entonces, la pobreza toca a la mente,
toca el corazón. ¿Qué importa que hayamos renunciado a todo si después me apego a mi casa, o me
apego a las personas que tengo al lado y las hago dependientes? No, toca el corazón. Tengo que
permanecer libre, la pobreza tiene que ser vivida en libertad, permitiendo a los otros que sean libres,
si no no es pobreza evangélica, y tiene que tocar también el bolsillo, esto también es verdad. No podemos decir que todo queda en el corazón y en la cabeza, no. Pero entonces, cuando decimos vivir
sin propio, en el fondo estamos diciendo vivir totalmente disponibles, totalmente vaciados de uno
mismo, totalmente volcados hacia Él y, por Él, a todos los demás. Por ahí van mis reflexiones. Pero el
otro día dije esto a un obispo y quedó escandalizado de que no hacíamos voto de pobreza. Y yo, para
que siguiera más escandalizado, no expliqué lo que entendía por eso. Pero le dije, “por favor cuando
pueda, lea el primer capítulo de nuestra regla y así entenderá lo que yo quería decir.”
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