Recopilación de datos del tema La Globalización.

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Recopilación de datos del tema La Globalización.
¿ Qué es la Globalización?
La globalización tiene significados diferentes para diversas personas. Pude ser definida, sencillamente, como
la expansión de las actividades económicas a través de las fronteras políticas de los estados nacionales. Tal
vez más importante aún es que se refiere a un proceso de creciente apertura económica, mayor
interdependencia económica y profunda integración económica entre los países de la economía mundial. Está
asociada no sólo con la propagación y el aumento en volumen de las transacciones económicas
transfronterizas, sino también con una forma de organización de las actividades económicas que excede los
límites nacionales. El móvil de este proceso es el afán de lucro y la amenaza de competencia en el mercado.
La palabra globalización se emplea de dos maneras, lo cual es fuente de confusión y causa de controversias.
Se utiliza con un sentido positivo para describir un proceso de creciente integración de la economía mundial
−la caracterización de este proceso no es en modo alguno uniforme. Se utiliza con un sentido normativo para
prescribir una estrategia de desarrollo basada en una rápida integración de la economía mundial −algunos ven
en esto una bendición y otros una maldición.
Existe la noción generalizada de que la coyuntura actual es totalmente nueva y representa un distanciamiento
fundamental del pasado.
Pero esta presunción no es correcta. La globalización no es nueva. En diversos aspectos, la economía mundial
de fines del siglo XX se parece a la economía mundial de fines del siglo XIX. Y hay mucho para aprender de
la historia, ya que es el pasado en nuestro presente.
El objeto de este ensayo es bosquejar un retrato de la globalización, de entonces y de ahora, concentrándonos
en el juego, los jugadores y las reglas, y analizar las consecuencias para el mundo en desarrollo. La estructura
del ensayo es la siguiente: el Capítulo I hace referencia a los rasgos del proceso de globalización de nuestra
época y lo sitúa en una perspectiva histórica estableciendo una comparación con la situación a fines del siglo
XIX. El Capítulo II explora las similitudes y diferencias entre estas dos fases de globalización, analizando los
factores subyacentes. El Capítulo III examina las desigualdades y asimetrías en un mundo de socios
desiguales −un rasgo común a ambas etapas− para indicar que el juego es similar pero los jugadores son
nuevos y las reglas del juego diferentes. El Capítulo IV discute las consecuencias reales en el pasado y las
posibles consecuencias en el futuro, para argumentar que en aquel entonces la globalización llevó a un
desarrollo desigual y que, sin correcciones, ahora también llevaría a un desarrollo desparejo.
• UNA COMPARACIÓN CON FINALES DEL SIGLO XIX.
Desde 1950, la economía mundial ha experimentado una progresiva integración económica internacional. No
obstante, hubo una pronunciada aceleración de este proceso de globalización en los últimos veinticinco años
del siglo XX. Pocas veces se reconoce que hubo una fase de globalización similar que comenzó un siglo antes,
alrededor de 1870, que fue en ascenso hasta 1914, cuando finalizó abruptamente con el estallido de la Primera
Guerra Mundial. Este reconocimiento es esencial para tener una comprensión del proceso.
El atributo fundamental de la globalización, entonces y ahora, es el creciente grado de apertura en la mayoría
de los países. Este fenómeno tiene tres dimensiones: el comercio internacional, la inversión internacional y las
finanzas internacionales. Es necesario señalar que la apertura no está confinada simplemente a las corrientes
de comercio, las corrientes de inversión y las corrientes financieras. También se extiende a las corrientes de
servicios, tecnología, información e ideas, a través de las fronteras nacionales. Pero el movimiento
transfronterizo de personas está estrechamente regulado y altamente restringido. No hay dudas de que el
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comercio, la inversión y las finanzas son el fuerte de la globalización, y esto surge claramente al comparar el
proceso de fines del siglo XX con el de fines del siglo XIX.
En la segunda mitad del siglo XX hemos presenciado una expansión formidable de las corrientes comerciales
internacionales. Las exportaciones mundiales aumentaron de 61.000 millones de dólares en 1950 a 315.000
millones de dólares en 1970 y 3,5 billones en 1990. En este período, el crecimiento del comercio mundial fue
significativamente mayor que el crecimiento de la producción mundial, si bien la diferencia se estrechó
después de comienzos de los 70. Por consiguiente, una parte cada vez mayor de la producción mundial
ingresó al comercio mundial. El porcentage de exportaciones mundiales del Producto Interno Bruto (PIB)
mundial aumentó de un 6 por ciento en 1950 a un 12 por ciento en 1973 y un 16 por ciento en 1992. Para los
países industrializados, esa proporción aumentó de un 12 por ciento en 1973 a un 17 por ciento en 1992. Esto
no es nuevo para la economía mundial. En el período que va desde 1870 a 1913 se experimentó una expansión
similar de las corrientes de comercio internacional .Para los 16 principales países industrializados, ahora en la
OCDE, la participación de las exportaciones en el PIB aumentó del 18,2 por ciento en 1900 al 21,2 por ciento
en 1913 .
El paralelismo entre ambos períodos resulta más claro si consideramos las evidencias de determinados países
industrializados. En el Reino Unido, la participación de las exportaciones en el PIB aumentó del 14,4 por
ciento en 1950 al 16,4 por ciento en 1973 y al 18,2 por ciento en 1992, comparado con el 14,9 por ciento en
1900 y el 20,9 por ciento en 1913. En Francia, la participación de las exportaciones en el PIB aumentó del
10,6 por ciento en 1950 al 14,4 por ciento en 1973 y 17,5 por ciento en 1992, comparado con el 12,5 por
ciento en 1900 y 13,9 por ciento en 1913. En Alemania, la participación de las exportaciones en el PIB
aumentó del 8,5 por ciento en 1950 al 19,7 por ciento en 1973 y 24 por ciento en 1992, comparado con el 13,5
por ciento en 1900 y el 17,5 por ciento en 1913. En Japón, la participación de las exportaciones en el PIB
aumentó del 4,7 por ciento en 1950 al 8,9 por ciento en 1973 y al 9 por ciento en 1992, comparado con el 8,3
por ciento en 1900 y el 12,3 por ciento en 1913. En Estados Unidos, la participación de las exportaciones en el
PIB aumentó del 3,6 por ciento en 1950 al 5% en 1973 y al 7,1 por ciento en 1992, comparado con el 7,5 por
ciento en 1900 y el 6,1% en 1913.
Parecería que la integración de la economía mundial a través del comercio internacional en las postrimerías
del siglo pasado fue casi la misma que la de las postrimerías de este siglo. Lo que más llama la atención es
que la tasa arancelaria promedio sobre las importaciones de los productos manufacturados de esos países
industrializados −con la excepción del Reino Unido− fue del entorno del 20 al 40 por ciento, comparada con
la tasa arancelaria promedio de aproximadamente 5 por ciento en 1990 (Bairoch, 1993). Los aranceles eran
mucho más elevados en aquel entonces, pero los obstáculos no arancelarios son mucho más poderosos
actualmente.
Las corrientes de inversión internacional
La historia es casi la misma para las corrientes de inversión internacional. El volumen de inversión extranjera
directa en la economía mundial aumentó de 68.000 millones de dólares en 1960 a 502.000 millones en 1980 y
1,9 billones en 1992. Las corrientes de inversión extranjera directa en la economía mundial aumentaron de
menos de 5.000 millones de dólares en 1960 a 52.000 millones en 1980 y 171.000 millones en 1992. Por
consiguiente, el total de la inversión extranjera directa en el mundo como proporción de la producción
mundial aumentó del 4,4 por ciento en 1960 al 4,8 por ciento en 1980 y al 8,4 por ciento en 1992. En el
mismo período, las corrientes de inversión extranjera directa mundial como porcentaje de la formación bruta
de capital fijo mundial aumentaron del 1,1 por ciento en 1960 al 2 por ciento en 1980 y al 3,7 por ciento en
1992. En los países industrializados, esta proporción aumentó del 2,3 por ciento durante el período
1981−1985 al 4,4 por ciento en el período 1986−1990, pero cayó al 2,9 por ciento en 1992. No obstante, en
los países en desarrollo aumentó levemente del 2,4 por ciento durante el período 1981−1985 al 2,7 por ciento
durante el período 1986−1990, pero saltó al 7,8 por ciento en 1992.
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Cualquier comparación con el período 1870−1913 sería incompleta porque no tenemos datos similares. Una
estimación realizada por las Naciones Unidas sugiere que el total de inversión extranjera directa en la
economía mundial como proporción de la producción mundial fue del 9 por ciento en 1913. La masa total de
inversión extranjera mundial a largo plazo alcanzó los 44.000 millones de dólares en 1914, de los cuales
14.000 millones aproximadamente un tercio era inversión extranjera directa.
A precios de 1980, la inversión extranjera total en la economía mundial en 1914 fue de 347.000 millones de
dólares, comparada con la masa real de inversión extranjera directa de 1980, de 448.000 millones.
Aproximadamente la mitad de la inversión extranjera de esa época se dirigió a un pequeño grupo de países
recientemente industrializados de América del Norte y Europa, así como Australia. En algunos de esos países
llegó a conformar el 50 por ciento de la inversión interna bruta. La masa de inversión extranjera en los países
en desarrollo, tanto directa como en cartera, aumentó de 5.300 millones de dólares en 1870 a 11.400 millones
en 1900 y 22.700 millones en 1914. Esa inversión extranjera en el mundo en desarrollo fue de gran magnitud
tanto en términos relativos como absolutos. Por un lado, probablemente representó aproximadamente un
cuarto del PIB de los países en desarrollo a fines de siglo. Por otro lado, fue sustancial incluso para los
parámetros contemporáneos. En 1914, la masa de inversión extranjera que entró en los países en desarrollo, a
precios de 1980, fue de 179.000 millones de dólares, lo que equivalía a casi el doble de la masa de inversión
extranjera directa de los países en desarrollo, en 1980, de 96.000 millones de dólares.
Total de IED en la economía mundial como proporción de la producción mundial
(1913)−9,0%
(1960)−4,4%
(1980)−4,8%
(1992) − 8,4%
El aumento de la actividad financiera internacional
En los últimos veinte años se ha experimentado un aumento explosivo de la actividad financiera internacional.
El movimiento financiero transfronterizo es enorme, a tal grado que, en términos de magnitudes, el comercio
y la inversión han quedado disminuidos por las finanzas. Esta internacionalización de los mercados
financieros tiene cuatro dimensiones: divisas, préstamos bancarios, valores financieros y bonos del gobierno.
Consideraremos cada una de ellas por separado.
En los mercados de divisas, en 1973 el giro comercial alcanzaba un nivel modesto de 15.000 millones de
dólares diarios. Aumentó a 60.000 millones diarios en 1983, y se remontó a 900.000 millones diarios en 1992.
Por consiguiente, la relación entre las transacciones mundiales de divisas y el comercio mundial aumentó de 9
a 1 (9:1) en 1973, a 12 a 1 (12:1) en 1983 y a 90 a 1 (90:1) en 1992. Algunos números absolutos ayudarían a
situar estas magnitudes en perspectiva. En 1992, por ejemplo, el PIB mundial era de 64.000 millones de
dólares por día mientras que las exportaciones mundiales eran de 10.000 millones diarios, comparadas con las
transacciones mundiales de divisas, de 900.000 millones por día. También vale la pena señalar que las
transacciones diarias de divisas en la economía mundial fueron mayores que las reservas de divisas de todos
los bancos centrales juntos, que ascendieron a 693.000 millones de dólares en 1992.
La expansión de la banca internacional también ha sido espectacular. Como proporción de la producción
mundial, los préstamos netos de la banca internacional aumentaron del 0,7 por ciento en 1964 al 8,0 por ciento
en 1980 y al 16,3 por ciento en 1991. Como proporción del comercio mundial, los préstamos de la banca
internacional aumentaron del 7,5 por ciento en 1964 al 42,6 por ciento en 1980 y al 104,6 por ciento en 1991.
Como proporción de la inversión interna fija bruta mundial, los préstamos netos de la banca internacional
aumentaron de 6,2 por ciento en 1964 a 51,1 por ciento en 1980 y a 131,4 por ciento en 1991.
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Cabe destacar que el tamaño bruto del mercado de la banca internacional era aproximadamente el doble del de
los préstamos de la banca internacional. Las obligaciones interbancarias transfronterizas aumentaron de un
nivel modesto de 455.000 millones de dólares en 1970 a 5,5 billones en 1990.
El mercado internacional de valores financieros experimentó un crecimiento similar, si bien sus inicios fueron
algo más tardíos. Entre 1980 y 1993, las ventas brutas y compras de bonos y acciones entre residentes
extranjeros y nacionales aumentó de menos de un 10 por ciento del PIB en Estados Unidos, Alemania y
Japón, a 135 por ciento del PIB en Estados Unidos, 170 por ciento del PIB en Alemania y 80 por ciento del
PIB en Japón. En el Reino Unido, el valor de dichas transacciones fue mayor a diez veces el del PIB en 1993.
De manera similar, entre 1980 y 1993 la proporción de bonos y aciones extranjeras en los fondos de pensión
aumentó del 10 al 20 por ciento en el Reino Unido, del 0,7 al 6 por ciento en Estados Unidos y del 0,5 al 9 por
ciento en Japón. Las estimaciones del FMI indican que la propiedad transfronteriza total de los valores
comercializables fue de 2,5 billones de dólares en 1992.
La deuda pública.
La deuda pública también se ha convertido en objeto de comercialización en el mercado mundial de valores
financieros. Existe un mercado internacional en alza para los bonos públicos. Entre 1980 y 1992, la
proporción de bonos públicos en poder de extranjeros aumentó de menos del 1 por ciento al 43 por ciento en
Francia, del 9 al 17 por ciento en el Reino Unido, del 10 al 27 por ciento en Alemania, si bien permaneció
constante en aproximadamente el 20 por ciento en los Estados Unidos. Estos números son pasmosos, pero
incluso la globalización de las finanzas no es nada nuevo. Hubo una integración importante de los mercados
financieros internacionales a fines del siglo XIX y principios del XX. La única dimensión que no estaba
presente fue la transacción internacional de divisas, que estuvo determinada enteramente por corrientes
comerciales y corrientes de capital, dado el régimen de tipos cambiarios fijos bajo el patrón oro. La propiedad
transfronteriza de títulos, incluidos los bonos públicos, alcanzó niveles muy altos durante ese período. En
1913, por ejemplo, los títulos extranjeros constituían el 59 por ciento de todos los títulos comerciados en
Londres. De igual forma, en 1908 la proporción correspondiente fue del 53 por ciento en París. Cabe destacar
que durante esa fase hubo una correlación entre las tasas de interés, los tipos cambiarios y los precios de las
acciones en los principales mercados. También había un mercado firme para los bonos públicos. En 1920, por
ejemplo, Moody's identificó los bonos emitidos por 50 gobiernos. En 1985, sólo 15 gobiernos habían
contraído préstamos en el mercado de capitales de los Estados Unidos (La cifra volvió a llegar a 50 recién en
la década de 1990.) Los préstamos de la banca internacional fueron sustanciales. Tanto los inversionistas
públicos como los privados emitieron bonos de largo plazo directamente en los mercados financieros de
Londres, París y Nueva York.
Los bancos mercantiles o los bancos de inversión fueron los intermediarios para facilitar estas corrientes de
capital entre las instituciones individuales y financieras privadas de estos países industrializados en busca de
inversiones a largo plazo, por un lado, y las empresas o gobiernos, en su mayoría de los países recientemente
industrializados o los países subdesarrollados, que emitieron obligaciones a largo plazo, por el otro. En
términos relativos, las corrientes netas de capital internacional de ese entonces fueron mayores que las de
ahora. En el período que va desde 1880 a 1913, el promedio del excedente de las cuentas corrientes de la
balanza de pagos de Gran Bretaña fue equivalente al 5 por ciento de su PIB y en algunos años la equivalencia
llegó al 8 por ciento. En contraste, con posterioridad a 1950, el excedente de las cuentas corrientes de Estados
Unidos, Alemania y Japón no excedió el 3 por ciento del PIB.
• SIMILITUDES Y DIFERENCIAS
Es claro que la internacionalización del comercio, la inversión y las finanzas en el último cuarto de este siglo
no es algo nuevo. En el último cuarto del siglo pasado también hubo un proceso de internacionalización del
comercio, la inversión y las finanzas que continuó hasta fines de la Primera Guerra Mundial. En las dos fases
de globalización de la economía mundial pueden detectarse similitudes y diferencias. Las similitudes se
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encuentran en los factores subyacentes que hicieron posible la globalización de entonces y de ahora. Las
diferencias son en la forma, la naturaleza y la profundidad de la globalización durante las dos etapas.
Hay cuatro similitudes que me gustaría resaltar: la ausencia o el desmantelamiento de los obstáculos a las
transacciones económicas internacionales, el desarrollo de tecnologías de aplicación, nuevas formas de
organización industrial y hegemonía o predominio político.
Los 40 años que van desde 1870 a 1913 fueron la época del laissez faire. No había prácticamente ninguna
restricción al movimiento de bienes, capital y mano de otra a través de las fronteras nacionales. La
intervención estatal en la actividad económica era mínima. El patrón oro, al cual la mayoría de los países
adherían estrictamente, impartía estabilidad al sistema. Keynes (1921) creía que un círculo virtuoso de rápido
crecimiento económico e integración económica internacional en esa época sentaba las bases de una economía
global. A esta etapa le siguieron treinta años de conflictos y autarquía. Las dos guerras mundiales y la Gran
Depresión fueron jalones de esos tiempos complicados. La víctima fue el crecimiento económico.
Las transacciones económicas internacionales fueron progresivamente limitadas por reglamentaciones y
obstáculos erigidos durante ese período, que luego fueron gradualmente desmantelados en la segunda mitad
del siglo XX. La globalización siguió la secuencia de la desreglamentación. La liberalización comercial vino
primero y provocó una expansión sin precedentes del comercio internacional entre 1950 y 1970. Acto seguido
le tocó el turno a la liberalización de los regímenes para la inversión extranjera, la cual había comenzado a
florecer a fines de los 60. Por último se produjo la liberalización financiera, que comenzó a principios de los
80 y tuvo dos aspectos: la desreglamentación del sector financiero interno de los países industrializados y la
introducción de la convertibilidad de las cuentas de capital en las balanzas de pago. Este último proceso no
fue simultáneo. Estados Unidos, Canadá, Alemania y Suiza eliminaron las restricciones a los movimientos de
capital en 1973, Gran Bretaña en 1979, Japón en 1980, mientras que Francia e Italia hicieron la transición
recién en 1990. La globalización de las finanzas, con un ritmo vertiginoso desde mediados de la década del
80, no está relacionada con el desmantelamiento de las reglamentaciones y controles.
Ambas etapas de globalización coincidieron con una revolución tecnológica del transporte y las
comunicaciones, que trajo aparejado una reducción enorme del tiempo −y también de los costos− en las
comunicaciones entre lugares distantes. En la segunda mitad del siglo XIX hizo su aparición el buque de
vapor, el tren y el telégrafo. La sustitución de las velas por el vapor y de los cascos de hierro por los de
madera en los buques, redujo los costos del flete oceánico en dos tercios entre 1870 y 1900 (Lewis, 1977). La
expansión de la vía férrea integró las regiones recónditas de los países a la economía mundial. El
advenimiento del telégrafo revolucionó las comunicaciones y achicó al mundo. En la segunda mitad del siglo
veinte irrumpieron el avión a chorro, las computadoras y los satélites.
La síntesis de la tecnología de las comunicaciones, centrada en la transmisión de la información, y la
tecnología de la computación, centrada en el procesamiento de la información, creó una tecnología de la
información descollante tanto por su alcance como por su velocidad. Estos avances tecnológicos tuvieron un
impacto aún más drástico en materia de allanar las barreras geográficas. Ahora el tiempo necesario es
infinitamente menor al de antes y los costos se redujeron abruptamente. Obviamente, las tecnologías aplicadas
facilitaron mucho la globalización de las actividades económicas en ambas etapas.
Las nuevas formas de organización industrial.
En ambas etapas, las nuevas formas de organización industrial cumplieron una función para posibilitar la
globalización. A fines del siglo XIX fue el advenimiento de la producción en gran escala, que estuvo
caracterizada por una rígida división de las funciones y un alto grado de mecanización (Lewis, 1978). La
producción de partes perfectamente intercambiables, la introducción del montaje móvil desarrollado por Ford,
y los métodos de administración concebidos por Taylor ofrecieron las bases para esta nueva forma de
organización industrial. La producción en gran escala hizo posible las economías de escala y posibilitó
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enormes reducciones de costos, comparados con los de la fabricación artesanal. La acumulación y
concentración de capital reforzó el proceso de globalización.
A fines del siglo XX, el nuevo sistema de producción flexible , forjado por la naturaleza del avance técnico, la
cambiante mezcla de producción y las características organizativas (basadas en los sistemas de gestión
japoneses)− está forzando constantemente a las empresas a escoger entre comercio e inversión en su afán por
expandir las actividades fuera de fronteras. La proporción cada vez menor de los salarios en los costos de
producción, la creciente importancia de la proximidad entre productores y consumidores y la progresiva
externalización de los servicios son factores que inciden en las estrategias y comportamientos de las empresas
en el proceso de globalización (Oman, 1994).
La hegemonía o el predominio político es propicio para la economía de la globalización. La primera fase de la
globalización, desde 1870 a 1913, coincidió con lo que Hobsbawn (1987) describió como "la época del
imperio", cuando Gran Bretaña más o menos regía el mundo. La segunda fase de la globalización, iniciada a
comienzos de los 70, coincidió con el predominio político de Estados Unidos como superpotencia. Este
predominio político se consolidó con la caída del régimen comunista y el triunfo del capitalismo, que ha sido
descrito por otro historiador contemporáneo, ,como "el fin de la historia". Aparte del predominio en el reino
de la política, existe otra similitud en la esfera de la economía entre la Pax británica y la Pax estadounidense.
Se trata de la existencia de una moneda de reserva que adquiere características de moneda internacional: como
unidad de contabilidad, medio de intercambio y valor de reserva. A fines del siglo XIX y principios del XX
ese papel lo desempeñó la libra esterlina. A fines del siglo XX ese papel lo desempeña el dólar
estadounidense, irónicamente, después de la crisis del sistema de Bretton Woods, cuando culminó su función
estatutaria como moneda de reserva. Parecería que, en ambas etapas, la globalización requiere un poder
económico dominante con una moneda nacional que fue y es aceptada como moneda internacional.
Existen, también, diferencias importantes entre ambas etapas de globalización. Me gustaría destacar cuatro de
esas diferencias: en las corrientes comerciales, en las corrientes de inversión, en las corrientes financieras y,
tal vez la más importante, en las corrientes de mano de obra, a través de las fronteras nacionales.
DIFERENCIAS: Las corrientes comerciales
Comenzaré con las corrientes comerciales, donde hay diferencias en la composición del comercio y los
canales de comercialización. Durante el período que va de 1870 a 1913, la mayor parte del comercio
internacional estaba constituido por comercio intersectorial, en el que se intercambiaban materias primas por
productos manufacturados. Este comercio se basaba, en gran medida, en una ventaja absoluta derivada de los
recursos naturales o las condiciones climáticas. Es posible discernir dos etapas a partir de 1950. Durante el
período de 1950 a 1970, el comercio entre industrias de manufacturas, basado en las diferencias resultantes de
las cualidades naturales, la productividad laboral o los avances o retrocesos tecnológicos, constituyó una parte
cada vez mayor del comercio internacional .
Durante el período que va de 1970 a 1990, el comercio entre industrias de manufacturas, basado en las
economías de escala y la diferenciación de los productos, constituyó una proporción cada vez mayor del
comercio internacional. A primera vista parecería que las corrientes comerciales estuvieron entonces dentro
del ámbito de las grandes empresas internacionales tanto como ahora. No obstante, hay dos diferencias
importantes. Primero, las grandes empresas comerciales del siglo XIX, como la East India Company o la
Royal African Company, "eran como dinosaurios, grandes de tamaño pero con un cerebro pequeño,
alimentándose de la exuberante vegetación del nuevo mundo" .Los precursores de lo que ahora se define
como empresas trasnacionales no fueron esas gigantescas empresas comerciales sino los pequeños talleres y
firmas contratistas de fines del siglo XIX. Segundo, en la etapa actual de globalización una proporción cada
vez mayor del comercio internacional es comercio entre empresas, fuera de los límites nacionales pero entre
subsidiarias de la misma firma. A comienzos de los 70, ese comercio entre firmas representó alrededor de un
quinto del comercio mundial, pero a principios de los 90 la proporción alcanzaba un tercio.
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Tal vez de mayor importancia es el cambio en la composición del comercio entre firmas. En la segunda mitad
del siglo XX se ha experimentado una disminución constante de la importancia de los productos básicos, y un
marcado aumento de la importancia de los bienes manufacturados y los productos intermedios en el comercio
entre empresas.
Corrientes de inversión
A continuación consideraremos las corrientes de inversión, en las que hay diferencias en cuanto al destino
geográfico, la distribución sectorial y la forma de riesgo de la inversión. En 1914, el total de inversiones
extranjeras a largo plazo en la economía mundial se distribuían de la manera siguiente: 55 por ciento en el
mundo industrializado (30 por ciento en Europa, 25 por ciento en Estados Unidos) y 45 por ciento en el
mundo subdesarrollado (20 por ciento en América Latina y 25 por ciento en Asia y África). En 1992, el total
de inversión extranjera directa en la economía mundial estaba distribuida de manera mucho más despareja: 78
por ciento en los países industrializados y 22 por ciento en los países en desarrollo. No tenemos datos
comparables de las corrientes de inversión durante los dos períodos. No obstante, durante la década del 80, los
países industrializados absorbieron el 80 por ciento de los ingresos de inversión extranjera directa de la
economía mundial, mientras que los países en desarrollo recibieron sólo el 20 por ciento. Resulta claro que los
países en desarrollo son ahora mucho menos centrales para el proceso.
Pero la red espacial de inversión extranjera directa sin lugar a dudas es más amplia de lo que era a principios
de este siglo. Los receptores principales fueron entonces China, India e Indonesia en Asia, y Argentina, Brasil
y México en América Latina. La cantidad de receptores es ahora mucho mayor y la Distribución sectorial es
también considerablemente diferente. En 1913, el sector primario representaba el 55 por ciento de la inversión
extranjera mundial a largo plazo, mientras que el transporte, el comercio y la distribución representaban otro
30 por ciento, el sector manufacturero representaba sólo el 10 por ciento y gran parte de este volumen se
concentraba en América del Norte o Europa En 1992, el sector primario representaba menos del 10 por ciento
del volumen mundial de inversión extranjera directa, mientras que el sector manufacturero representaba
alrededor del 40 por ciento y el sector servicios el restante 50 por ciento.
La naturaleza del riesgo que corrían los inversionistas extranjeros fue diferente en ambas etapas. A principios
del siglo XX la inversión fue sólo a largo plazo: dos tercios fue inversión de cartera y un tercio fue inversión
directa. A fines del siglo XX, gran parte de esa inversión a largo plazo es directa, si bien la inversión en
cartera aumentó abruptamente en la década del 90.
Corrientes financieras
Volvamos a las corrientes financieras. La diferencia más notable es la dimensión de los mercados financieros
internacionales en términos absolutos. No obstante, hay diferencias importantes en cuanto al destino, el
objeto, los intermediarios y los instrumentos. En los últimos 25 años del siglo XIX, las corrientes de capital
fueron un medio para transferir recursos invertibles a los países subdesarrollados o a los países recientemente
industrializados con las oportunidades de crecimiento más atractivas. En los últimos 25 años del siglo XX,
esas corrientes de capital están destinadas mayoritariamente a los países industrializados, con altos déficits y
tasas de interés elevadas, para financiar el consumo público y los pagos de transferencia, más que como
inversión productiva.
En la primera fase de la globalización −de 1870 a 1913−, el objetivo de las corrientes financieras era encontrar
vías para la inversión a largo plazo en busca de utilidades. En la segunda fase −desde principios de los 70− las
corrientes financieras están constituidas en gran medida por movimientos de capital a corto plazo, sensibles a
los tipos cambiarios y a las tasas de interés, en busca de ganancias de capital. Los intermediarios también son
diferentes. A fines del siglo XIX los bancos fueron los únicos intermediarios entre los prestatarios y los
prestamistas, bajo la forma de bonos con vencimientos a muy largo plazo. A fines del siglo XX, los
inversionistas institucionales, tales como los fondos de pensión y los fondos mutuos, son más importantes que
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los bancos, que siguen actuando como intermediarios pero que ahora piden prestado a corto plazo para prestar
a largo plazo, lo que da como resultado un desfasaje de los vencimientos. Por consiguiente, los instrumentos
financieros son ahora mucho más sofisticados y diversificados que antes. A fines del siglo XIX había
mayoritariamente bonos a largo plazo con garantías soberanas concedidas por las potencias imperiales o los
gobiernos de los países prestatarios. A fines del siglo XX hubo una cantidad enorme de innovación financiera
a través de la introducción de derivados (futuros, swaps y opciones). Estos derivados (que tampoco son
enteramente nuevos para el mundo y se sabe que existieron en los siglos XVII y XVIII: opciones en la bolsa
de valores de Amsterdam y futuros en el mercado de arroz de Osaka), son una forma de administrar los
riesgos financieros asociados con la inversión internacional. Esto es esencial ahora porque, a diferencia de la
fase de globalización anterior, existe un desfasaje en los vencimientos y los estados nacionales no ofrecen una
seguridad efectiva.
Los mercados financieros internacionales simplemente desarrollaron los instrumentos para cubrir las
necesidades de la época. Es paradójico que esos derivados, que fueron introducidos para contrarrestar los
riesgos, puedan, de hecho, aumentar el riesgo asociado con las corrientes financieras internacionales
aumentando la volatilidad de los movimientos de capital a corto plazo.
Las corrientes de mano de obra
La diferencia fundamental entre las dos etapas de la globalización es en el ámbito de las corrientes de mano de
obra. A fines del siglo XIX no hubo restricciones a la movilidad de personas a través de las fronteras
nacionales. Rara vez se exigía el pasaporte y los inmigrantes obtenían la ciudadanía con facilidad. Entre 1870
y 1914, la migración internacional de mano de obra fue enorme. Durante ese período, alrededor de 50
millones de personas abandonaron Europa, dos tercios de las cuales fueron a Estados Unidos, mientras que el
tercio restante fue a Canadá, Australia, Nueva Zelanda, Sudáfrica, Argentina y Brasil .Esta emigración masiva
de Europa representó un octavo (1/8) de su población en 1900. Para algunos países como el Reino Unido,
Italia, España y Portugal, la migración constituyó el 20 y hasta el 40 por ciento de su población. Pero eso no
fue todo. Un poco antes, luego de la abolición de la esclavitud en el Imperio Británico, aproximadamente 50
millones de personas abandonaron India y China para trabajar como mano de obra contratada en las minas,
plantaciones y obras de construcción de América Latina, el Caribe, América del Sur, el sudeste asiático y otras
tierras distantes. Los destinos fueron principalmente colonias británicas, holandesas, francesas y alemanas.
En la segunda mitad del siglo XX, durante el período 1950−1970, la emigración internacional de mano de
obra desde los países en desarrollo hacia el mundo industrializado fue bastante reducida, en gran medida
debido a la falta de trabajo en la Europa de la posguerra. Pero desde entonces la migración internacional se ha
reducido enormemente debido a leyes de inmigración draconianas y prácticas consulares restrictivas. La única
prueba significativa de la movilidad laboral durante el último cuarto de este siglo es la emigración temporaria
de trabajadores a Europa, Medio Oriente y el este de Asia. La actual fase de globalización encontró sustitutos
a la movilidad laboral en la forma de corrientes comerciales y corrientes de inversión. Por un lado, los países
industrializados importan actualmente bienes manufacturados que implican escasa mano de obra: la cuota de
los países en desarrollo en las exportaciones manufacturadas mundiales aumentó del 5,5 por ciento en 1970 al
15,9 por ciento en 1990, mientras que la cuota de exportaciones manufacturadas en el total de exportaciones
de los países en desarrollo aumentó de 18,7 por ciento en 1970 a 54,7 por ciento en 1990. Por otro lado, los
países industrializados exportan capital, que en el exterior emplea escasa mano de obra. En 1992, por ejemplo,
el empleo total ofrecido por las trasnacionales fue de 73 millones, de los cuales 44 eran empleos en los países
sede, mientras que 17 millones eran empleos en filiales en países industrializados y 12 millones en filiales en
países en desarrollo. La participación de los países en desarrollo en ese tipo de empleo aumentó de un décimo
en 1985 a un sexto en 1992.
La primera etapa de la globalización a fines del siglo XX estuvo caracterizada por una integración de los
mercados a través de un intercambio de bienes que fue facilitado por el movimiento de capital y mano de obra
a través de las fronteras nacionales. Esto se asoció con una división vertical simple de la mano de obra entre
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los países de la economía mundial. La segunda etapa de la globalización, a fines del siglo XX, está
caracterizada por una integración de la producción con vínculos más profundos y amplios −salvo que
prácticamente no existe movilidad laboral−. Esa integración se refleja no solamente en el movimiento de
bienes, servicios, capital, tecnología, información e ideas, sino también en la organización de las actividades
económicas a través de las fronteras nacionales. Esto está asociado con una división del trabajo más compleja
−en parte horizontal y en parte vertical− entre los países industrializados y un pequeño grupo de países en
desarrollo de la economía mundial.
• DESIGUALDADES Y ASIMETRÍAS
Una comparación de la globalización de fines del siglo XX con la globalización de fines del siglo XIX indica
que el juego es similar, aunque no el mismo, y que los jugadores son nuevos y las reglas del juego muy
diferentes.
El proceso de globalización estuvo dominado en aquel entonces por los estados nacionales imperiales no sólo
en el reino de la política sino también en la esfera de la economía. No hay dudas de que esos estados
nacionales imperiales fueron los actores claves del juego. El proceso de globalización tiene ahora actores
nuevos. Hay dos grupos principales en este juego: las trasnacionales, que dominan la inversión, la producción
y el comercio de la economía mundial, y la banca internacional o intermediarios financieros, que controlan el
mundo de las finanzas. Parecería que la coyuntura actual representa la frontera final de las posibilidades del
capitalismo para organizar la producción, el comercio, la inversión y las finanzas a escala mundial sin trabas,
salvo, por supuesto, controles estrictos en la movilidad laboral .
No es de extrañar que el advenimiento del capital internacional haya implicado ajustes políticos importantes
en el mundo contemporáneo. Indujo un retiro estratégico de parte de los estados nacionales en algunas esferas
importantes. En tal sentido, los estados nacionales no cumplen, como jugadores, el papel clave que
cumplieron a fines del siglo XIX, durante la primera expresión de la globalización. Siguen siendo los
principales actores políticos pero ya no son los principales actores económicos. Vivimos en una época en que
la autonomía del estado nacional es menoscabada por el capital industrial internacional y el capital financiero
internacional, tanto en el mundo industrializado como en el mundo en desarrollo.
No obstante, cabe señalar que existe una diferencia cualitativa en la relación entre el capital internacional y el
estado nacional cuando se compara el mundo industrializado con el mundo en desarrollo. En aquél, el estado
nacional tiene mucho más margen de maniobra que el estado nacional del mundo en desarrollo. En los países
industrializados, los intereses políticos del estado nacional a menudo coinciden con los intereses económicos
del capital internacional. No ocurre lo mismo en los países en desarrollo, sede de muy pocas trasnacionales o
bancos internacionales. A pesar de los profundos cambios provocados por la etapa actual de la globalización,
sería ingenuo ignorar al estado nacional, ya que sigue siendo un actor crucial en términos políticos y
estratégicos. Aún hoy, sólo los estados nacionales tienen la autoridad para fijar las reglas del juego. Los
estados nacionales del mundo industrializado proporcionan al capital internacional los medios para fijar
nuevas reglas para el juego de la globalización. Los estados nacionales del mundo en desarrollo proporcionan
a estos países y sus pueblos los medios para encontrar grados de libertad con respecto al capital internacional
en la búsqueda del desarrollo.
El proceso de globalización, tanto entonces como ahora, se ha caracterizado por la desigualdad y asimetrías
−económicas y políticas− entre los países. Estas desigualdades y asimetrías estuvieron −y están− implícitas en
las reglas del juego.
Las postrimerías del siglo XIX fueron la era del imperio. Había pocos estados nacionales imperiales de un
lado, y muchas colonias (de jure o de facto) del otro. El poder político desigual significó el dominio de unos
pocos y el yugo de muchos. Las reglas del juego las fijaba el poderío militar de las potencias imperiales. La
relación desigual estaba sostenida, por así decirlo, por la diplomacia de las cañoneras. Y los riesgos asociados
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con el comercio, la inversión y las finanzas a través de las fronteras nacionales estaban suscritos por los
estados nacionales imperiales.
El panorama de fines del siglo XX es diferente. No es que el uso del poderío militar haya desaparecido. En
situaciones excepcionales, como en el caso de Irak, puede utilizarse pero sólo en la medida que haya intereses
geopolíticos estratégicos de por medio. Como norma, en la etapa actual de globalización, no es algo deseable,
en parte porque los estados nacionales no tienen la misma fuerza y en parte porque el capital internacional
prefiere normas que puedan ser invocadas sin recurrir a la fuerza. Es con este fin que las trasnacionales y los
bancos internacionales o los intermediarios financieros quieren establecer nuevas normas del juego que les
permitan administrar los riesgos asociados a la globalización. En esta tarea, los estados nacionales del mundo
industrializado proporcionan el poder político y el apoyo necesario. El marco multilateral de la OMC, el FMI
y el Banco Mundial, es, quizás, el medio más importante.
El régimen de disciplina internacional
El régimen de disciplina internacional que se está creando es asimétrico en casi todas las dimensiones. La
liberalización del comercio internacional de bienes es selectiva, ya que la disciplina sobre los obstáculos no
arancelarios no es tan obligatoria en la medida que existen exclusiones importantes. En el sector de los
textiles, el desmantelamiento del Acuerdo Multifibras sigue siendo una promesa distante, y en términos
sustantivos la liberalización del comercio comenzaría sólo después de los inicios del siglo XXI.
La presión de los países industrializados por introducir una "cláusula social" y una "cláusula ambiental" en la
agenda del sistema mundial de comercio es simplemente un pretexto para sortear las normas de la
liberalización del comercio toda vez que sea necesario. En el Acuerdo General sobre el Comercio de Servicios
no hay casi nada sobre la movilidad laboral, que permitiría a los países en desarrollo explotar su ventaja
comparativa en materia de servicios. En marcado contraste, sirve a los intereses de los países industrializados,
que tienen una ventaja comparativa ostensible en servicios de capital intensivo o tecnología intensiva, aún si
esto implica cambios en las leyes de inversión o las políticas tecnológicas de los países en desarrollo. La
Ronda Uruguay no dio resultados significativos en cuanto a medidas de inversión relacionadas con el
comercio, pero, desde entonces, los países industrializados aumentaron la presión para crear en la OMC un
régimen multilateral para la inversión internacional. Además de la norma de nación más favorecida (de no
discriminación), esta iniciativa busca el libre acceso y trato nacional para los inversionistas extranjeros, junto
con disposiciones para poner en práctica compromisos y obligaciones para con los inversionistas extranjeros.
Si bien se busca la liberalización y garantías para las corrientes de inversión, el régimen internacional de
disciplina para las corrientes de tecnología encarna la protección con garantías. El régimen de la OMC para la
protección de los derechos de propiedad intelectual, además de proteccionista es restrictivo. La desigualdad es
obvia. Busca proteger las ganancias monopólicas de las trasnacionales pero ignora las consecuencias para los
países en desarrollo (Nayyar, 1993). Es posible que éstos ya no puedan conseguir más las tecnologías
necesarias a precios accesibles, mientras que, por otro lado, se impide el desarrollo de capacidades
tecnológicas nacionales. Tal vez la transferencia de tecnología aminore y haya un aumento de la incidencia de
prácticas comerciales restrictivas por parte de las trasnacionales.
Parecería que el marco institucional para la globalización está caracterizado por una asimetría pronunciada.
Las fronteras nacionales no deberían importar para las corrientes comerciales y de capital, pero deberían estar
claramente demarcadas para las corrientes de tecnología y de mano de obra. De ahí sigue que los países en
desarrollo deberían brindar acceso a sus mercados sin un acceso correlativo a la tecnología y deberían aceptar
la movilidad de capital sin una disposición correspondiente para la movilidad de la mano de obra. Esta
asimetría −particularmente entre el movimiento libre de capital y el movimiento limitado de mano de obra a
través de las fronteras nacionales− está en el corazón de la desigualdad de las reglas del juego de la
globalización de fines del siglo XX. Estas nuevas reglas, que sirven a los intereses de las trasnacionales en el
proceso de globalización, son explícitas como parte integral de un régimen multilateral de disciplina.
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Las reglas del juego, que servirían a los intereses de la banca internacional o de los intermediarios financieros
en el proceso de globalización, son en parte implícitas y en parte no están escritas. Aun aquí hay una
asimetría, ya que hay reglas para unos pero no para otros. No hay reglas para los países excedentarios o
incluso deficitarios del mundo industrializado que no piden prestado a las instituciones financieras
multilaterales. Pero el FMI y el Banco Mundial fijan normas para los prestatarios del mundo en desarrollo y el
ex bloque socialista. El condicionamiento está pensando, en principio, para asegurar el reembolso del
préstamo, pero en la práctica impone condiciones o invoca normas en beneficio de la banca internacional que
presta a los mismos países. Las instituciones de Bretton Woods, pues, actúan como perros guardianes para los
prestamistas en los mercados internacionales de capital. Esto ha sido así durante algún tiempo. Pero ahora hay
más. Los programas de estabilización del FMI y los programas de ajuste estructural del Banco Mundial en los
países en desarrollo y los antiguos países comunistas imponen condiciones que estipulan una reforma
estructural de los regímenes políticos. El objetivo es aumentar el grado de apertura de estas economías y
reducir el papel del Estado, de manera que las fuerzas del mercado moldeen las decisiones económicas. De
esta manera, las instituciones de Bretton Woods buscan armonizar políticas e instituciones a través de los
países, lo que también cubre las necesidades de globalización.
Los mercados financieros internacionales son, tal vez, la excepción, en cuanto tienen un poder enorme incluso
frente a los gobiernos y bancos centrales de los países industrializados. La globalización de las finanzas
ciertamente ha erosionado la capacidad de los gobiernos en general de aplicar impuestos, imprimir moneda y
pedir prestado. La administración macroeconómica en la búsqueda de un equilibrio interno y externo es
mucho más difícil. Pero los mercados financieros son erráticos en su ejercicio de la disciplina.
Todavía no se han fijado las reglas del juego. No obstante, incluso aquí existe una asimetría en tanto las
finanzas internacionales no pueden ejercer ninguna disciplina sobre el poder económico dominante sin
arriesgar la estabilidad del sistema financiero internacional. En la medida en que el dólar estadounidense es la
única moneda nacional que puede servir como dinero internacional, es tan buena como el oro, y los mercados
financieros pensarían muy bien antes de patear la piedra en la que están parados.
• GLOBALIZACIÓN Y DESARROLLO DESIGUAL
Debería ser obvio que el proceso de globalización no reproducirá a Estados Unidos en todos lados, tal como
un siglo antes no reprodujo a Gran Bretaña en todos lados. En ese entonces estuvo asociado con un desarrollo
desigual, al igual que ahora, no sólo entre países sino también dentro de los países.
Esta es la lección que nos da la historia. Las consecuencias económicas de la globalización de fines del siglo
XIX fueron, como mínimo, asimétricas. La mayoría de los beneficios de la integración económica
internacional de esta época fueron para los países imperiales que exportaron capital e importaron productos
básicos. Hubo unos pocos países, como Estados Unidos, Canadá y Australia −tierras nuevas con climas
templados y colonos blancos− que también obtuvieron algunos beneficios. En estos países se crearon las
precondiciones para la industrialización y la integración económica internacional fortaleció este proceso. La
inversión extranjera directa en las actividades de manufactura, estimulada por el aumento de los obstáculos
arancelarios y combinada con corrientes tecnológicas y de gestión, reforzó el proceso . El resultado fue
industrialización y desarrollo. Pero esto no ocurrió en todos lados. El desarrollo fue desparejo en el mundo
industrial. Gran parte del sur y este de Europa quedó a la zaga. Esto significó divergencia más que
convergencia en términos de industrialización y crecimiento. Países de Asia, África y América Latina, que
también fueron parte de este proceso de globalización, no fueron tan afortunados. En efecto, durante el mismo
período de rápida integración económica internacional, algunas de las economías más abiertas de esta etapa de
globalización −India, China e Indonesia− experimentaron desindustrialización y subdesarrollo. Es necesario
que recordemos que, en el período que va de 1870 a 1914, estos tres países practicaron el libre comercio tanto
como el Reino Unido y Holanda, donde los niveles arancelarios promedio fueron casi insignificantes (de 3 a 5
por ciento), en contraste con los de Alemania, Japón y Francia, algo más elevados (de 12 a 14 por ciento),
mientras que los niveles arancelarios de Estados Unidos fueron mucho más elevados (33 por ciento). Y más
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aún, estos tres países estuvieron también entre los mayores receptores de inversión extranjera . Pero su
globalización no condujo al desarrollo. El resultado fue similar en otros lados: en Asia, África y América
Latina. Tanto que entre 1860 y 1913 la participación de los países en desarrollo en la producción de
manufacturas disminuyó de más de un tercio a menos de un décimo . La producción orientada a la exportación
en minas, plantaciones y agricultura de cultivos comerciales creó enclaves en esas economías, que se
integraron a la economía mundial en una división vertical del trabajo. Los niveles de productividad fuera de
los enclaves de exportación se estancaron en índices muy bajos. Simplemente crearon estructuras económicas
duales donde los beneficios de la globalización fueron a parar en gran parte al mundo exterior y en muy
pequeña parte a las élites locales.
El proceso disparejo de la globalización
El proceso de la globalización fue desparejo entonces, y lo es ahora. Hay menos de una docena de países en
desarrollo que son parte integral de la globalización a fines del siglo XX: Argentina, Brasil y Méixco en
América Latina, y Corea, Hong Kong, Taiwán, Singapur, China, Indonesia, Malasia y Tailandia en Asia.
Estos once países representaron en el período de 1970 a 1980, aproximadamente el 30 por ciento del total de
exportaciones de los países en desarrollo. Esta cuota aumentó a 59 por ciento en 1990 y 66 por ciento en 1992.
Los mismos países, incluida Corea, fueron también los principales receptores de inversión extranjera directa
en el mundo en desarrollo, representando el 66 por ciento del promedio de corrientes anuales durante el
período 1981−1991. No hay datos firmes sobre la distribución de las inversiones en cartera, pero existe
bastante certeza de que los mismos países, descritos como "mercados emergentes", fueron los destinatarios de
una parte mayoritaria de las corrientes de inversión en cartera al mundo en desarrollo. Esta evidencia indica
que la globalización es más despareja en su apliación y que existe una exclusión en el proceso.
El África subsahariana, el occidente de Asia, Asia central y el sur de Asia simplemente no aparecen en el
escenario, aparte de varios países de América Latina, Asia y el Pacífico, que fueron dejados fuera.
Los beneficios de la integración a la economía mundial, a través de la globalización, serían sólo para los
países que sentaron los requisitos básicos para la industrialización y el desarrollo. Esto implica invertir en el
desarrollo de recursos humanos y la creación de una infraestructura física. Esto significa aumentar la
productividad del sector agrícola. Esto significa utilizar políticas industriales estratégicas para el desarrollo de
las capacidades en materia tecnológica y de gestión a micronivel. Esto significa crear instituciones que
regulen, gobiernen y faciliten el funcionamiento de los mercados. En cada una de estas búsquedas, las formas
estratégicas de la intervención estatal son esenciales. Los países que no han creado estas precondiciones
podrían terminar globalizando los precios sin globalizar los ingresos. En el proceso, un sector muy limitado de
su población podría integrarse a la economía mundial, en términos de modelos de consumo o de estilos de
vida, pero una gran parte de su población quedaría aún más marginada.
La globalización redujo la autonomía del estado nacional en materia económica, si no política, pero quedan
ciertos grados de libertad que deben ser explotados en la búsqueda de la industrialización y el desarrollo. El
objetivo de una estrategia de desarrollo sensible en el contexto de la globalización debería ser crear el espacio
económico para la búsqueda de intereses nacionales y objetivos de desarrollo. En esta tarea, al estado nacional
le cabe un papel estratégico. El éxito en el desarrollo económico se observa principalmente en los casos en los
que el Estado cumplió ese papel estratégico frente al capital internacional y también creó las precondiciones
para la industrialización. Esto resulta evidente si consideramos, por ejemplo, la experiencia de desarrollo del
capitalismo industrial en Japón después de la Restauración meiji en 1868 o el surgimiento del socialismo de
mercado en China después de la modernización y el programa de reformas lanzado en 1978. El papel
económico del Estado ha sido igualmente crucial en Corea del Sur, Taiwan e incluso Singapur (Amsden, 1989
y Wade, 1991).
El proceso de globalización ha sido desparejo a lo largo del tiempo y a través del espacio. Las desigualdades y
asimetrías implícitas en el proceso que llevaron a un desarrollo desigual a fines del siglo XIX, en gran medida
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por razones políticas, están destinadas a crear un desarrollo desigual a fines del siglo XX, en gran medida por
razones económicas. Existe el peligro real de que algunos países queden excluidos de este proceso de
globalización, al igual que muchas personas dentro de esos países quedarían excluidas de la prosperidad. Esa
exclusión del proceso de desarrollo aumentaría la distancia económica entre países y ampliría las disparidades
de ingreso entre los pueblos del mundo. Esto sería difícil de mantener en un mundo donde los efectos de la
exhibición son fuertes y están reforzados por la globalización, que crea fuertes aspiraciones de modelos de
consumo o estilos de vida. La privación económica podría acentuar las divisiones sociales y la alienación
política.
Los estados nacionales del mundo en desarrollo no pueden eludir estos problemas. Los entusiastas de la
globalización deben reconocer que no llegamos ni al final de la historia ni al final de la geografía. No
llegamos al final de la historia pues la economía de mercado tuvo su tope en Europa oriental, donde no mejoró
las condiciones de vida de la gente y el proceso electoral está haciendo retornar al poder a los partidos
comunistas reformados. No llegamos al final de la geografía pues los estados nacionales no pueden existir en
un vacío político y deben luchar por mejorar las condiciones económicas de sus pueblos. Por lo tanto, existe
una economía estratégica y un papel político para el Estado que es necesario reconocer. De lo contrario, la
historia se reiteraría y la globalización sólo reproduciría un desarrollo desigual.
Bibliografía:
Luis Pazos.
La Globalización, Riesgos y Ventajas.
Editorial Diana.
Períodico El Financiaero,
14 de noviembre de 1998.
15 de octubre de 1998.
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