Sancionado por indecoroso, señoría

Anuncio
16/04/2014
377.603
Tirada:
304.241
Difusión:
Audiencia: 912.723
AREA (cm2): 884,0
Categoría: Inf General
Edición:
Página:
30
OCUPACIÓN: 82%
V.PUB.: 60.611
JUSTICIA Y TRIBUNALES
Sancionado por
indecoroso, señoría
A Gallardón irrita a funcionarios y secretarios
judiciales al exigirles por ley corrección en el vestir
A Los códigos laborales han evolucionado del
traje y corbata a la diversidad en función del sector
LUZ SÁNCHEZ-MELLADO
Dicen que una buena capa todo lo
tapa. Y si es una buena toga negra
de alpaca, con sus mangas abullonadas, sus solapas satinadas y sus
faldones hasta los tobillos, ya puede ir uno de trapillo debajo, que
por fuera transmite el empaque y
la solemnidad que se les supone a
los profesionales de la Justicia. O
no. Al ministro Alberto Ruiz-Gallardón parece que no le basta. Al
menos, no en el caso de los secretarios judiciales.
Estos altos empleados públicos, pertenecientes al grupo A1,
con rango de autoridad, tratamiento de “señoría” y el deber del
uso de la toga en sala estarán obligados, como el resto de funcionarios de la Administración de Justicia, a “vestir y comportarse con el
decoro adecuado a la función que
desempeñan”. Así lo estipula el
anteproyecto de Ley Orgánica del
Poder Judicial, aprobado el pasado 4 de abril por el Consejo de
Ministros, y que establece también la correspondiente sanción
—desde el apercibimiento a una
multa de hasta 600 euros— por
falta leve para aquellos que los incumplan. El texto, sin embargo,
no estipula nada respecto al vestuario de jueces y fiscales. A lo
que se ve, a ellos el decoro en el
vestir se les supone.
La novedad —hasta ahora no
había nada escrito al respecto—
ha provocado primero la incredulidad, y después la indignación de
los colectivos afectados. Tanto los
secretarios judiciales como los
funcionarios de Justicia se declaran “ofendidos”. Profesional y hasta personalmente.
“Nos están faltando al respeto”, estima Carlos Arcal, de 50
años, secretario del juzgado de
primera instancia número 17 de
Zaragoza y portavoz de la Unión
Progresista de Secretarios Judiciales. “Presidimos subastas, señalamos vistas, dirigimos oficinas judiciales. Tenemos un prestigio ganado a pulso, y esta ocurrencia lo
tira por tierra. Nos obliga a vestir
con decoro, como si necesitáramos que nos lo recordaran y como si a alguien se le ocurriera venir a trabajar en traje de baño. Lo
que se trasluce es la visión trasnochada, rancia, decimonónica de
la Justicia que tiene este ministro. El mismo concepto decoro es
de otra época. Parece como si Gallardón viviera en una realidad paralela. Además, resulta doblemen-
te ofensivo cuando no le pide lo
mismo a jueces y fiscales, como
si, ellos sí, estuvieran por encima
del bien y del mal”.
Los funcionarios rasos de Justicia, aquellos que atienden a los
ciudadanos en los juzgados y gestionan las oficinas judiciales, no
están menos indignados. “Esos artículos son injustos, innecesarios
y destilan cierta mala leche del
Ejecutivo con los empleados públicos”, corrobora Francisco Lama, funcionario del Cuerpo Gene-
“El problema es
quién decide lo que
está bien o no”, dice
el filósofo Gomá
No hay quejas
de ciudadanos
por la indumentaria
de los trabajadores
ral y portavoz de Justicia del sindicato CSIF. “Se pone en tela de juicio el decoro de todos los funcionarios, menos de jueces y fiscales.
Yo he estado sentado al lado de
Gallardón en una mesa y voy
igual de decoroso que él, o más.
¿O es que ahora el decoro reside
en llevar corbata?”, espeta este
profesional de mediana edad que
acude a su trabajo “cómoda, correcta y decorosamente” vestido
con vaqueros, camisas, jerséis y
chaquetas más o menos formales,
dependiendo de la agenda, del
tiempo y de su gusto personal.
Ramón Álvarez, responsable
de la sección de Justicia de Comisiones Obreras y funcionario con
décadas de servicio, no conoce un
solo caso de quejas de ciudadanos
acerca del aspecto o la indumentaria de las personas que les atienden en los juzgados. “Con esta medida, el ministro Gallardón demuestra su clasismo y sus prejuicios”, opina. “Que defina lo que es
ir indecoroso dentro y fuera de la
sala de vistas. Porque, además, en
la sala, los actores del acto de justicia llevan toga. Hay hasta un escalón, la tarima, un protocolo y
una escenografía que establece
claramente quién es quién. Lo demás son ganas de remarcar las
clases en los juzgados y de establecer unas etiquetas ya superadas
por la realidad”, añade.
En el Ministerio de Justicia se
muestran sorprendidos por la
reacción a este artículo del anteproyecto que, según señala un
portavoz, ya estaba previsto en el
informe que presentó la Comisión de Expertos reunida por el
ministerio el 25 de febrero de
2013, y que lleva colgado en su
web desde entonces. “Se han celebrado muchos debates y nadie había planteado ninguna alegación”, señalan. “En cualquier caso”, añaden, “lo único que se pretendía con esta norma es no salirse de los usos sociales”.
Ocurre, sin embargo, que los
usos sociales han cambiado. ¿Es
hoy el decoro lo mismo que en el
siglo pasado, por no ir muy lejos?
¿Quién establece lo que es decoroso y lo que no a la hora de vestir
en el trabajo? El filósofo y letrado
del Consejo de Estado Javier
Gomá, autor de La ejemplaridad
Los jueces y fiscales, que
están obligados a llevar toga,
no están incluidos en el
artículo de la nueva ley que
exige decoro. / uly martín
pública (Taurus), recuerda que el
concepto decoro viene del latín decorum, utilizado por Cicerón ya
en el siglo I antes de Cristo.
“Era la premisa por la cual los
personajes de una obra de teatro
tenían que vestir y actuar según
las características de su personaje. Si se trataba de un caballero,
tenía que actuar y vestir como tal.
Y si era un labrador, lo mismo.
Después, la palabra derivó hacia
connotaciones de índole sexual.
Pero, aplicado a hoy, el decoro sería algo así como el saber estar.
Lo que es correcto en cada mo-
Elegancia
La escena es divertida. Sucede
cada vez que el presidente del
Gobierno acude al Congreso. A
su entrada, y a su salida, un
enjambre de periodistas se abalanza sobre él para sacarle alguna declaración. El contraste
entre el empaque de los ternos
y corbatas del presidente —y
de su séquito de asesores y
guardaespaldas— y la informalidad de algún profesional de la
información que enseña ropa
interior bajo los vaqueros es espectacular.
Se supone que todos ellos,
el presidente y los periodistas,
han pasado el corte del “decoro exigible” que desde agosto
de 2011 rige en los controles de
acceso a la Cámara. La iniciativa, aprobada por la Mesa, fue
consecuencia de la obsesión
del entonces presidente del
Congreso, José Bono, por preservar “el decoro” en la sede
de la soberanía popular, y que
le llevó a expulsar a algún periodista por llevar pantalón
corto.
Fueron legendarios sus rifirrafes con Miguel Sebastián, entonces ministro de Industria,
cuando este acudía sin corbata
al hemiciclo en verano. Más de
una vez, Bono le ofreció a su
compañero de partido una de
las corbatas corporativas del
Congreso sin que él las aceptara. Hoy, cuando hasta en la bancada popular se ven cuellos
abiertos, habría sido curioso ver
la cara de Bono si hubiera visto
a las activistas de Femen a pecho descubierto en la tribuna.
mento”, señala Gomá. “El problema es si eso se puede establecer
por ley, y quién es el juez para
decidir qué es decoroso y qué no”,
añade. Según el filósofo, “intentar
apresar en la ley la diversidad de
los estilos y los roles de las personas es imposible. Es mejor establecer unos principios generales
y confiar en la discreción de quienes los tienen que observar”.
Gabriela Bravo, hoy fiscal de la
Secretaría Técnica de la Fiscalía
General del Estado y exvocal del
Consejo General del Poder Judicial (CGPJ), es poco sospechosa
de indecorosa. En sus primeros
tiempos como portavoz del CGPJ
cuidaba escrupulosamente su vestuario, incluso su gesto en las fotografías, para evitar “proyectar
una imagen frívola” de su persona y de su cargo. Bravo, sin embargo, considera “un exceso” el artículo que obliga a observar decoro. “Se trata de que los funcionarios atiendan a los ciudadanos
con educación y eficacia. Se les
supone sentido común y sensatez. Jamás, en veintitantos años
en la fiscalía, me he sentido incómoda con el aspecto de ningún
funcionario. Sin embargo, más de
una vez he asistido a juicios de
faltas con el denunciante y el acusado en bañador, en mi época de
fiscal en Gandía”, bromea.
Los propios tribunales han
emitido sentencias que contradicen ese “exceso de celo”. Así, la
sala de gobierno del Tribunal Superior de Justicia de Madrid acordó por unanimidad el 25 de mayo
de 2012 estimar el recurso de alzada interpuesto por un abogado
16/04/2014
377.603
Tirada:
304.241
Difusión:
Audiencia: 912.723
AREA (cm2): 897,5
contra la decisión de una magistrada de un juzgado de Madrid
que, al inicio de una vista oral, le
prohibió sentarse en los estrados
sin corbata. El tribunal se basaba
en un reglamento de 2005 que recoge que lo único que se exige en
la celebración de actos jurisdiccionales en los estrados es que el letrado “use toga y traje o vestimenta acorde con la solemnidad del
acto”. En el Estatuto General de la
Abogacía, de 2001, se expresa la
obligatoriedad de adecuar “la indumentaria a la dignidad y prestigio de la toga y al respeto a la
Justicia”. Y la corbata, concluía la
sala, no es imprescindible.
Las imágenes cotidianas del
juez José Castro, instructor del caso Urdangarin, llegando a su juzgado indistintamente en traje y
corbata o en vaqueros y mangas
de camisa, o las de Mercedes Alaya, juez de los ERE, entrando y
saliendo del suyo con minifalda y
escote, son ejemplos de cómo visten en su día a día algunos magistrados, más allá de la hiperformalidad de ciertos miembros del Tribunal Supremo o la Audiencia Nacional. La pregunta es si consideraría o no decorosos a Castro y a
Alaya la nueva ley si incluyera a
los jueces en sus exigencias.
Más allá de la Justicia, los códigos de indumentaria en el ámbito
laboral se han diversificado y flexibilizado paralelamente a la diversificación y fragmentación de los
sectores productivos. El antes y el
después coincidió con el cambio
de milenio, en opinión de Ceferí
Soler, de 70 años, profesor del Departamento de Personas y Organi-
Categoría: Inf General
Edición:
Página:
31
OCUPACIÓN: 83,2%
zación de la escuela de negocios
ESADE. En los primeros años noventa, Soler tuvo que confeccionar, “con cierta mala conciencia”,
el código de vestuario de Price
Waterhouse, una multinacional
de consultoría angloamericana.
“Los hombres con traje y corbata,
y las mujeres con falda a la rodilla”, recuerda. “Para los presidentes de entonces, cualquier otra cosa no era ajustada a la moral del
momento”, recuerda. “Pero es
que recordemos que los médicos
o los profesores iban con corbata
o pajarita, y hoy van en pijama y
bata, o tan mimetizados con los
alumnos que se confunden”.
Porque todo ese protocolo, sostiene Soler, “saltó un poco por los
aires” con la irrupción de la tecnología y la incorporación masiva
de las mujeres al mundo laboral.
“Las empresas tecnológicas rompen los esquemas, dando importancia al talento, el conocimiento
y la creatividad sobre el formalismo. Y el talento, el conocimiento
y la creatividad no resisten ninguna ley jurídica”, opina. En ese sentido, la exigencia de decoro “te está hablando de un concepto de autoridad antiguo. Los líderes influyen, no imponen. La autoridad se
gana. En la empresa no se trata
de mandar, sino de influir. Y el
vestir de una determinada manera no va a significar mejores o
peores decisiones”.
En cualquier caso, según Soler, la importancia de la imagen
sigue siendo fundamental. Y depende muchísimo de los sectores.
“Con la fragmentación y diversificación de los sectores se han frag-
mentado y diversificado los códigos de vestuario. No hablemos de
decoro, hablemos de corrección.
De adaptarnos a los paradigmas
del sector. El Ministerio de Justicia es serio, y tiene que parecer
El cambio de milenio
y la irrupción de la
tecnología variaron
los usos de vestuario
En el mundo
anglosajón las
convenciones
están más claras
serio. Los comerciales o los recepcionistas de una empresa son su
imagen, y tendrán que dar la imagen que la empresa, privada, desee. Pero es que incluso las empresas más modernas de Palo Alto,
con todos sus empleados en bermudas y chanclas y toda su flexibilidad, también observan un código. Al final, todos llevamos un uniforme más o menos formal”.
Juan Hernando, director de
Compensación y Beneficio de la
empresa de trabajo temporal
Adecco, no impone ningún código de vestuario al personal de su
firma. “No hay normas escritas.
Es complicado, porque en España
no hay convención social al respecto. En el mundo anglosajón,
todo el mundo entiende lo que es
business, business casual o casual.
V.PUB.: 61.270
Aquí, no. Cada uno puede entender una cosa. Creo que una empresa debe exigir una indumentaria cuidada a sus empleados, porque ellos son su imagen. Pero no
soy partidario de códigos estrictos, no es de este tiempo. Es más
una cuestión de saber quién eres,
qué haces, a quién representas, y
de mucho sentido común”.
En ese sentido, apunta Hernando, hoy existe una división claramente sectorial. Los códigos
exigidos, y aceptados, dependen
de la actividad de la empresa y de
sus departamentos. “En los comerciales, financieros y los de cara al público sigue dominando lo
formal del traje y la corbata y la
chaqueta para las mujeres. En los
de informática, publicidad, moda
y tecnológicos hay teóricamente
más libertad, pero solo teórica.
Pueden ir en bermudas, sí, pero si
van a ver a un cliente, se ponen
algo más formal. Aquí, cuando
mandamos a gente a entrevistas
de trabajo, siempre recomendamos ofrecer una excelente imagen, aunque sea para una cadena
de montaje. La primera impresión es fundamental”, concluye.
Los expertos consultados coinciden en que la irrupción de las
mujeres en todos los sectores laborales ha añadido complejidad a
los códigos de vestuario. “El peligro de ser considerado sexista está siempre presente, y muchos
prefieren no meterse en ese jardín”, dicen, pidiendo anonimato.
En ese aspecto, conviven realidades distintas. En 2011, el Tribunal
Supremo declaró inconstitucional la obligación que establecía la
JUSTICIA Y TRIBUNALES
empresa Clínicas Pascual de que
sus enfermeras del hospital San
Rafael de Cádiz vistieran falda, cofia y medias, mientras permitía a
sus compañeras de quirófano y a
todo el personal masculino usar
pijamas sanitarios. Sin embargo,
cualquiera que visite hoy la cadena de hamburgueserías Mel’s verá a sus jóvenes camareras vestidas con una ceñida y corta bata
rosa como parte del supuesto encanto vintage de sus locales.
Y es que, según Luis Enrique
Alonso Benito, director del departamento de Sociología del Consumo de la Universidad Autónoma
de Madrid, el modo en que cada
uno acude a su trabajo “no tiene
mucho que ver con la libertad”.
“Los programadores o los creadores de videojuegos tan alternativos pueden estar tan explotados o
más que los chupatintas de traje y
corbata”. Al final, opina Alonso, el
hábito hace al monje. “Son códigos interiorizados del colectivo al
que se quiere pertenecer. El sociólogo francés Pierre Bordieu, en su
libro La distinción, hablaba del habitus. Aquello que hace que personas de un entorno social homogéneo tiendan a compartir gustos,
hábitos y estilos de vida parecidos. Lo del decoro de Gallardón
es otra cosa. Tiene un sustrato
más ideológico. Que quede claro
quién es quién por el vestido”.
Ya se lo dijo el otro día Ignacio
Cosidó, director general de la Policía, a los periodistas al recomendarles el uso de chalecos identificativos en las manifestaciones.
Tal y como van vestidos, se les
confunde con los antisistema.
Descargar