EL HOMBRE PÁJARO

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EL HOMBRE PÁJARO
EL HOMBRE PÁJARO
Érase una vez un hombre que no quería tener huesos. Desde hacía mucho, mucho tiempo, había
soñado que sus huesos se convertían en plumas, y que eso le permitía cumplir su sueño: volar.
Pero, por supuesto, aquello era imposible, una necedad. Aquellas estructuras se mantenían
fuertes y pesadas, arrastrándole hacia el suelo con una fuerza imposible de vencer. Y él veía
alzarse a las aves, y no podía hacer más que maldecirlas a la vez que las admiraba cuando las
observaba desplegar sus alas.
Admiraba sus plumas y sus huesecillos soldados y llenos de aire que les permitía internarse en las
alturas que no conocía nadie. Admiraba su vista, que les permitía saber lo que pasaba debajo y
admiraba su porte majestuoso y lejano.
Aquel hombre era más pájaro que humano.
Un día, caminando sin rumbo, inmerso en sus pensamientos, se perdió. Las luces de la ciudad
quedaron lejos. Se había internado, sin saberlo, en el bosque, donde su única compañía consistía
en la oscuridad de la noche. Los ruidos de los animales salvajes le rodeaban; susurros y ecos
inquietantes en aquella calma de apariencia irreal.
Cuando el hombre logró salir de sus pensamientos y se dio cuenta de la situación, sintió miedo.
Notó sus piernas temblar, al igual que sus manos. Sus labios quisieron murmurar palabras mudas
de ánimo, pero no supieron hacerlo.
Estaba perdido, solo, hambriento. La desolación se adueñó de su alma, haciendo que su
pensamiento fuera más oscuro que la negrura que le rodeaba.
En vista de que no podía hacer otra cosa, alzó su mirada al cielo buscando consuelo. Y, por primera
vez en mucho tiempo, vio las estrellas brillar.
De hecho, el hombre casi había olvidado su existencia; escondidas tras el manto de luces de la
ciudad se habían acabado convirtiendo en seres invisibles. Por eso no pudo evitar emocionarse al
verlas, tan serenas, haciendo del cielo un paraíso lejano.
Sus ojos se posaron en una, la más grande y brillante de todas. Su abuelo le había explicado hacía
años que esa estrella era especial. Según sus palabras, concedía deseos a aquellos que tenían un
EL HOMBRE PÁJARO
alma pura y bondadosa, pero se encarga igualmente de castigar a los que mostraban
pensamientos malvados.
El hombre la miró intensamente, con la súplica pintada en sus iris.
-Quiero ser pájaro-susurró, tímido-. Quiero ser pájaro. Y alcanzar las nubes con mi vuelo. Y ver el
mundo como ellos. Y tener plumas y pico y ser libre. Quiero ser pájaro. Yo ya no quiero ser
hombre, no quiero ser humano. Quiero ser ave y huir del mundo.
No se había dado cuenta de que, durante su ruego había alzado la voz, terminándolo casi en un
grito desesperado que retumbó en el silencio que reinaba. Cuando acabó, esperó alguna señal de
que la estrella le hubiera escuchado.
Pero su espera fue en vano.
De pronto, se escuchó una risita. Era una risa extraña, casi más parecida a un graznido
desvencijado. El hombre que quería ser pájaro la buscó, pero no logró ver nada.
-¿Hola? ¿Quién hay ahí?
Se volvió a oír la risa. Y, entonces, una voz apareció.
-Solo soy un pobre pájaro atrapado, humano. Uno de tantos que ya no podrá ser libre, ni volar… al
menos que me ayudes. Pero, ¿quién querría ayudar a un pobre cuervo atrapado? ¿Quién se
atrevería a buscar la negrura de mi plumaje en la oscuridad? Son muchos los que lo han intentado
y fracasaron. ¿Quién lo logrará?
-Yo, yo lo lograré. No te preocupes, amigo, yo conseguiré ayudarte. Puede que no vea, pero tengo
buen oído. Sigue hablando, amigo. Así me guiarás.
El pájaro siguió hablando.
-Ah, ya ni me acuerdo de cómo quedé aquí atrapado. Si es que solo soy un ave torpe porque,
¿quién no sabe bajar de un árbol? Solo yo, que soy descuidado y me he hecho daño en un ala…
Además, tengo sed y hambre y frío. Si no hubiera sido por ti, humano, seguramente hubiera
acabado en el suelo y de ahí en el estómago de algún carroñero.
El hombre que quería ser pájaro se esforzó al máximo. Tal y como le había asegurado al cuervo,
tenía un oído excelente, y se valió de él para llegar al árbol donde estaba atrapado el pobre
animal. Le pareció ver una sombra negra en una de las ramas más altas.
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-¡Habla, amigo, habla! Guíame. Creo que te veo, pero no sé si es tu sombra o algún juego de la
noche.
-Debo de ser yo, humano. También me parece verte. ¡Sube, por favor, sube! No sé cuánto más
podré aguantar aquí.
Y el hombre se encaramó al árbol. Sin embargo, su cuerpo era pesado y tiró de él hacia el suelo.
Cayó con estrépito.
-¡Humano! ¿Estás bien, humano? ¿Estás herido?
-Estoy bien-le aseguró el hombre al cuervo.
Y volvió a intentarlo.
Tras muchas caídas, tras muchas heridas y tras muchos momentos de desesperación, logró
alcanzar la rama en la que estaba el pájaro. Con mucho mimo y cuidado, lo cogió y después bajó
muy lentamente. Por suerte, no hubo contratiempos, y ambos llegaron al suelo sanos y salvos.
-Muchas gracias, humano-le dijo el cuervo-. Sin tu ayuda, jamás hubiera vuelto a pisar vivo el
suelo.
-Deja que vende el ala. Está herida, y nunca se curará si no hacemos algo.
Y el hombre, sin dudarlo, rompió su camisa e hizo un vendaje al cuervo, bajo la atenta mirada del
animal.
-Jamás pensé que nadie haría tanto por mí…Por eso, te ayudaré con tu ruego, humano. La estrella
es vieja y está algo sorda, por eso no te ha escuchado. Pero cuando yo me recupere, alzaré el
vuelo y le diré tu deseo: eso haré yo por ti.
El humano que quería ser pájaro abrazó con ternura al cuervo.
Graciassusurró a las plumas.
-Vete, humano. Yo me hago cargo.
Y, con esa promesa en el aire, el hombre que quería ser pájaro siguió los consejos del animal y
logró volver a la ciudad.
Pasaron los días, los meses, y con ellos los años. No había día en el que el hombre no mirara al
cielo. Acabó maldiciendo al ruin cuervo que le había engañado.
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Pero un día notó algo extraño. Se sentía ligero, aliviado. Comprobó con sorpresa que sus pies no
tocaban el suelo y que las plumas nacían de todo su cuerpo.
Cuando fue pájaro, alzó el vuelo y pio gozoso.
Al fin su sueño había pasado a ser realidad.
FIRMADO: MILA
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