Caídas y edad avanzada, ¿un problema médico?

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EDITORIALES
EDITORIAL
Caídas y edad avanzada, ¿un problema médico?
61.662
José Manuel Ribera Casado
Catedrático de Geriatría. Universidad Complutense. Madrid. España.
La caída de una persona mayor venía considerándose hasta
hace no muchos años un accidente –hasta cabría hablar de
un incidente– poco menos que inevitable y, en todo caso,
algo que no era necesario estudiar. Textos clásicos de medicina como el Harrison o el Cecil no han incorporado un capítulo dedicado a esta materia hasta sus ediciones más recientes.
Ha sido desde la geriatría, y más concretamente de la mano
del extenso capítulo de los llamados «grandes síndromes
geriátricos» (los «gigantes de la geriatría» en la bibliografía
de habla inglesa), desde donde en el último cuarto de siglo
se ha hecho un hincapié especial en este problema y se ha
logrado un cambio de perspectiva mucho más razonable y
acorde con la realidad.
Hay muchas razones para entender que esto sea así. En
primer lugar, epidemiológicas. Un tercio de los mayores de
65 años que viven en la comunidad se caen al menos una
vez al año, con una incidencia creciente según se eleva la
edad de la población estudiada, la mitad de ellos más de
una vez. Las caídas son la primera causa por la que el anciano acude a una urgencia hospitalaria de traumatología, la
sexta causa de mortalidad global y la primera de mortalidad
por accidente en este segmento de edad1-3. Aproximadamente una cuarta parte de las caídas generan lesiones físicas que pueden afectar tanto a partes blandas como al hueso o a diversas estructuras viscerales, y dan lugar a
fracturas en un 5-6% de los casos4. Otro tipo de daños son
los derivados de manera indirecta de la propia caída. Entre
ellos, la rabdomiólisis como consecuencia de permanecer
un tiempo prolongado en el suelo, la eventual puesta en
marcha de un síndrome de inmovilidad o el muy habitual
«síndrome poscaída», basado en el miedo a volver a caerse,
con sus secuelas de autolimitación en la actividad física y el
consecuente deterioro en la capacidad funcional y en la calidad de vida de la víctima. Un segundo elemento que suscita el interés por las caídas, igualmente importante, es el
relacionado con la economía. Los costes directos derivados
de las lesiones producidas en la caída y los indirectos relacionados con sus consecuencias a medio y largo plazo, tanto médicas como sociales, son altísimos y de difícil evaluación. Cualquier intento por establecer sistemas eficaces que
permitan aminorar ese gasto evitando sus causas y paliando
sus consecuencias se justifica por sí solo5.
Llegamos en este punto al argumento más fuerte, que quiere ser el mensaje esencial de estos comentarios. Es el mensaje de la prevención. A día de hoy disponemos de información suficiente para saber que las caídas tienen sus propios
factores de riesgo, que esos factores de riesgo son aceptablemente bien conocidos y que pueden diferir según las cir-
Correspondencia: Prof. J.M. Ribera Casado.
Servicio de Geriatría. Hospital Clínico San Carlos.
Prof. Martín Lagos, s/n. 28040 Madrid. España.
Recibido el 9-10-2003; aceptado para su publicación el 15-10-2003.
180
Med Clin (Barc) 2004;122(5):180-1
cunstancias específicas de la persona que se cae o del medio en el que la caída tiene lugar (domicilio, calle, residencia, etc.).
Estamos hablando, por consiguiente, de un problema ante
el que cabe tomar medidas preventivas. Estas medidas, que
deben dirigirse a la población en riesgo y entran dentro del
capítulo de prevención primaria, son aplicables, igualmente,
en prevención secundaria limitando las complicaciones y
buscando evitar nuevas caídas, así como en prevención terciaria ayudando en la recuperación física y psicológica del
paciente6-8. Buscar cuáles son más eficaces entre las diferentes formas de prevención tanto de la propia caída como
de su complicación más temida –la fractura– supone uno
de los máximos retos actuales en este campo.
En definitiva, nos encontramos ante un problema que resulta apasionante desde muchas perspectivas. Así lo han entendido las sociedades científicas, como la Sociedad Española de Geriatría y Gerontología, que hace ya una década
puso en marcha un grupo de trabajo sobre estas materias y
ha elaborado una doctrina propia centrada esencialmente
en la prevención a través de un documento que ha cumplido
ya su segunda edición9. Lo mismo ocurre en otros países.
Podemos encontrar guías elaboradas por las sociedades británica y americana de geriatría10 o, más recientemente, recomendaciones de la sección correspondiente dentro de la
propia sociedad británica11. También lo entienden así las
agencias oficiales de investigación en el campo de la salud
al primar este tipo de estudios tanto en España (FIS) como
en Europa (programas marcos cuatrienales) o en EE.UU.
(Instituto Nacional del Envejecimiento).
Es significativo al respecto el número creciente de trabajos
relativos a las caídas, desde cualquiera de sus múltiples ángulos, presentados en congresos de geriatría o publicados
en revistas especializadas. Como ejemplo cabe decir que,
en una revisión de los 564 artículos originales publicados en
la revista oficial de la Sociedad Americana de Geriatría
(American Journal of Geriatric Society) durante los años
1997, 1998 y 1999, las caídas y cuestiones afines ocuparon
el cuarto lugar en cuanto a frecuencia por temas, con algo
más de un 8% del total de artículos12. Proporciones similares se encuentran al cuantificar las comunicaciones presentadas al último congreso europeo de la especialidad celebrado en Barcelona este mismo año13.
En este contexto hay que situar el trabajo de Salvá et al que
aparece en este número de MEDICINA CLÍNICA14. Se trata de
un estudio epidemiológico ambicioso, de carácter prospectivo, bien diseñado y realizado sobre una amplia muestra de
población. Sus resultados aportan una información muy interesante sobre la realidad española al respecto. Una realidad que, a la luz de los datos que se nos ofrecen, es, como
cabía prever, bastante similar a la existente en los países de
nuestro entorno.
Todo lo anterior ha dado base para que en los últimos años
estén apareciendo en nuestros hospitales unidades específicas focalizadas en el tema. Son las llamadas «unidades de
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RIBERA CASADO JM. CAÍDAS Y EDAD AVANZADA, ¿UN PROBLEMA MÉDICO?
caídas», que evalúan a la población en riesgo, participan en
programas educativos de carácter preventivo dirigidos a ancianos, familiares y cuidadores, tienen un carácter interdisciplinario y contribuyen de manera decisiva a las tareas de
prevención y recuperación. Es algo que existe hace tiempo
en diversos países15 y cuya generalización se propugna desde el Reino Unido11. Se trata de unidades constituidas por
diversos profesionales –médicos, enfermeros, terapeutas
ocupacionales, trabajadores sociales, entre otros– que suelen estar ubicadas en servicios de geriatría, pero en las que
colaboran activamente otros especialistas como otorrinolaringólogos, neurólogos, traumatólogos o rehabilitadores.
La conclusión más obvia de todo lo anterior es que nos encontramos ante un problema epidemiológico de primer orden del que se derivan secuelas de gran alcance tanto en
términos de salud y calidad de vida –lo más importante–
como en relación con los costes económicos generados.
Ello obliga a incorporar definitivamente esta cuestión en el
currículum del pregrado de medicina de manera inexcusable y universal. Se trata de algo que, aunque pueda resultar
sorprendente, todavía no está generalizado en nuestro país
y que, paradójicamente, está mucho más extendido entre
los programas de las escuelas universitarias de enfermería o
de terapia ocupacional.
La segunda conclusión tiene que ver con la necesidad de
continuar investigando desde cualquier perspectiva: cuantificar mejor el tema, identificar nuevos factores de riesgo,
aproximarnos lo más posible al perfil de la persona con tendencia a las caídas, poner en marcha ensayos clínicos que
permitan demostrar la superioridad de unas medidas sobre
otras, etc. Toda aportación en este sentido, como la que
aquí se ofrece, será bienvenida, contribuirá a perfilar mejor
el problema y, en consecuencia, a poder afrontarlo con mayores garantías de éxito.
En tercer lugar parece razonable que siempre que sea posible se intente poner en marcha «unidades de caídas». Su
papel en el terreno de la prevención y recuperación, así
como en el de la educación sanitaria a la población mayor y
a su entorno más inmediato, está suficientemente contrastado. Su ubicación ideal son los hospitales de tercer nivel,
especialmente los que tienen carácter universitario y disponen de algún tipo de infraestructura geriátrica. También, en
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algunos casos, pueden serlo determinados centros sociosanitarios o residencias de gran tamaño, con una dotación
profesional experta en estas cuestiones.
Con todo ello cabe esperar para los próximos años una mayor sensibilización social ante esta cuestión y una mejora
significativa de esta gran epidemia social que representan
las caídas en nuestra población de más edad.
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