– MANIFIESTO DE LA HABANA –

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– MANIFIESTO DE LA HABANA –
LA CARTA SOCIOLABORAL LATINO AMERICANA COMO RESPUESTA
A LA GLOBALIZACIÓN Y A LA CRISIS CAPITALISTA
El 23 de octubre del ano 2009, la Asociación Latinoamericana de
Abogados Laboralistas (ALAL), aprobó la llamada “Declaración de México”,
proponiendo al movimiento obrero organizado y a los gobiernos de la región, la
sanción de una “Carta sociolaboral Latinoamericana”.
En ese documento se describe con crudeza la crisis del sistema
capitalista, no por el intento de salvataje de bancos y empresas mediante la
transferencia de billones de dólares de las arcas estatales a los grupos
financieros, sino, entre otras cosas por los más de mil millones de seres
humanos que padecen hambre y desnutrición en el mundo, según la FAO.
Decíamos en esa oportunidad que la verdadera crisis del actual orden
social y económico mundial es la tremenda desigualdad social que ha
generado, empujando a la pobreza y a la marginación a enormes sectores
sociales, e incluso a países y regiones enteras del planeta, situación que se ve
agravada por la impúdica ostentación de riqueza que hacen las minorías
privilegiadas. Conforme a las pautas de una sociedad materialista, consumista
e insolidaria.
Efectivamente la humanidad está pasando por una crisis planetaria, pero
no como consecuencia de hechos inevitables de la naturaleza, sino como
resultado de una situación catastrófica provocada por la ciencia al servicio del
capitalismo, en un camino que nos está llevando a un callejón sin salida. A la
degradación humana de la dominación y a la explotación, hay que agregarle la
degradación ecológica del planeta.
Por eso esta crisis no es otra crisis cíclica del capitalismo. No, es una
crisis de civilización que pone en cuestión los pilares mismos del sistema.
Mientras los sectores sociales dominantes pretenden avanzar por el mismo
camino, con la misma lógica y la misma racionalidad, los laboralistas proponen
pensar lo alternativo.
Esta cruda descripción de la realidad no es producto del pesimismo, o de
la desesperanza de los excluidos, ni de la tristeza de los dominados, sino el
punto de partida para plantear a nuestros pueblos la imperiosa necesidad de
construir un proyecto emancipador.
El reconocimiento de la existencia de un proceso globalizador sin
precedentes, que provoca profundas tensiones en el mundo del trabajo, es la
base necesaria para poder elaborar una respuesta desde los intereses
populares. Ya que es evidente que a un capitalismo global sólo se lo puede
enfrentar con una lucha a escala también global. El internacionalismo que
planteaba en sus albores el movimiento sindical, deja de ser una consigna
solidaria para transformarse en una dramática necesidad estratégica de esta
coyuntura histórica, donde reviste especial importancia mantener la memoria
histórica como instrumento de combate de la sociedad civilizada a favor de los
derechos humanos y en rechazo a la impunidad y la criminalización de las
luchas sociales y sindicales.
Desde su lugar, la Asociación Latinoamericana de Abogados Laboralistas
(A.L.A.L.) propuso en la Declaración de México pasar del plano de la retórica y
la declamación, al de la adopción de los cursos de acción necesarios para
alcanzar una efectiva integración latinoamericana, apoyada en dos pilares
fundamentales: a) los trabajadores y su absoluta identidad de intereses, y b)
una región del planeta que presenta características únicas para concretarla.
América Latina tiene:
• Un común origen ibérico;
• Lenguas idénticas o semejantes;
• Predominio de una misma religión;
• Idénticas corrientes migratorias; y
• Una historia política similar.
A ello debe sumarse, en la coyuntura, un escenario político que
difícilmente pueda repetirse, con la presencia de gobiernos populares y
progresistas en muchos de los países de la región.
La integración no se puede reducir a la creación de un bloque económico
regional, sino debe ser tal integración que logre superar esa visión mercantilista
que se limita a discutir aranceles o la eliminación de barreras aduaneras.
Es una integración que se haga cargo de todo lo que identifica y une a los
pueblos de Latinoamérica, cuyo destino común es indiscutible. Lo que está en
debate, en todo caso, es quienes diseñarán ese destino. Lo harán los intereses
vinculados al capital transnacional, como históricamente ha ocurrido, o
nosotros. Así de simple.
Se trata, entonces, de rechazar cualquier proyecto de una mera unidad
regional económica, que
seguramente nos llevará
a
un
capitalismo
dependiente, y proponer una auténtica integración social, política y cultural,
cuyo diseño y ejecución sea realizado con la participación de todos los sectores
sociales y, en particular, de los trabajadores.
En consecuencia, los abogados laboralistas latinoamericanos y demás
participantes en el XIV Congreso Centroamericano y del Caribe de Derecho del
Trabajo y Seguridad Social y IV Encuentro Internacional de Abogados
Laboralistas y del Movimiento Sindical postulamos que el primer paso de ese
proceso de integración sea la aprobación y promoción de una Carta
Sociolaboral Latinoamericana, que establezca un piso común e inderogable de
derechos laborales, el cual debería ser como una valla infranqueable para los
permanentes intentos del neoliberalismo de destruir los derechos y las
conquistas sociales de los trabajadores.
La
Carta
Sociolaboral
Latinoamericana
actuará
como
legislación
supranacional, a la que deberá ajustarse el derecho interno de cada país,
contendrá normas plenamente operativas y directamente aplicables, bajando a
la realidad muchos derechos y garantías que ya existen en nuestras
Constituciones, pero que carecen de efectividad. Además desalentará el
dumping social y la especulación de los capitales que buscan ventajas
competitivas, trasladándose a aquellos países que ofrecen una mano de obra
barata.
Pero no se trata solamente de establecer una trinchera defensiva. Los
abogados laboralistas plantean algo mucho más ambicioso: la construcción de
un nuevo paradigma de relaciones laborales de cara al siglo XXI. La integración
antes mencionada debe tener como objetivo evitar que el neoliberalismo
extremo que se ha impuesto en Chile, Perú, Colombia y otros países de la
región latinoamericana siga arrasando con el trabajo por lo que aunaremos
nuestros esfuerzos para orientar a los trabajadores de los estados con
gobiernos neoliberales en la ruta hacia la defensa del derecho del trabajo,
especialmente del derecho colectivo, única manera de hacer contención al
neoliberalismo que constituye la transición del estado al mercado.
La Declaración de México de la A.L.A.L. desarrolla en veinte puntos los
principales derechos y garantías que debería contener la Carta Sociolaboral
Latinoamericana, los que podríamos resumir en los siguientes principios
fundamentales:
• Libre circulación y radicación de los trabajadores en el espacio
comunitario, con igualdad de derechos y sin discriminación en razón de la
nacionalidad.
• Derecho a un trabajo decente considerado como jornada laboral
uniforme, derecho al descanso diario, semanal y anual, remuneración justa,
seguridad social y con estabilidad, o sea con efectiva protección contra el
despido sin justa causa.
• Democratización de las relaciones laborales, de forma tal que el
trabajador, ciudadano en la sociedad, también lo sea en la empresa.
• La Seguridad Social debe ser responsabilidad indelegable del Estado,
prohibiéndose la participación de operadores que actúen con fin de lucro.
• Derecho a la organización sindical libre y democrática.
• Derecho a la negociación colectiva y a la huelga, sin restricciones
reglamentarias.
• Derecho a una Justicia Laboral especializada que, con celeridad, permita
hacer efectivos los derechos de los trabajadores.
Siendo todos estos derechos y garantías muy importantes, debemos
destacar que consideramos el derecho al trabajo como el fundamental, porque
es un derecho sin el cual los demás pasan a ser letra muerta. Es uno de los
derechos que integran la base misma de una especie de Pacto Social, no
escrito pero claramente asumido por los actores sociales.
Podemos afirmar que un derecho de semejante importancia, que
constituye una de las bases del Contrato Social que sostiene al sistema
capitalista, debió ser reconocido con un marco de continuidad y seguridad. En
otras palabras, de estabilidad. La incorporación de este derecho en los textos
constitucionales sólo puede interpretarse como una respuesta a esa demanda.
Si la estabilidad laboral es, de hecho, una condición para el ejercicio de
los demás derechos laborales, ya que quien tiene una inserción precaria en la
empresa tiene escasas posibilidades de defenderlos, arribamos entonces a la
conclusión que aquel Contrato Social debió garantizar a los trabajadores, no
solo derecho a un empleo, sino derecho a un empleo estable.
En el orden social y económico vigente, la estabilidad laboral es una
exigencia de la naturaleza humana. Representa para el trabajador la única
posibilidad de tener un proyecto de vida, o sea poder pensar en el futuro a
partir de un piso estable, de manera tal que la satisfacción de necesidades aún
no cumplidas esté referida a un mañana sentido como esperanza.
Por ello el derecho al trabajo, reconocido por innumerables tratados
internacionales, es un derecho humano fundamental y debe ser intensamente
tutelado. Protección que debe funcionar tanto frente al Estado, como frente a
los particulares. Esta garantía significa que el Estado debe generar políticas
que permitan alcanzar el pleno empleo. Pero los empleadores, a su vez, deben
abstenerse de privar al trabajador de su empleo, si no existe causa justa.
Esta nueva crisis del sistema capitalista, que otra vez hace recaer sus
consecuencias sobre las espaldas de los trabajadores, con la destrucción
masiva de empleo y la eliminación de derechos, nos hace pensar que ha
llegado el momento de establecer en Latinoamérica una auténtica protección
contra el despido sin causa.
Hay que salir definitivamente de los sistemas vigentes en nuestros países
que sancionan el despido arbitrario con el pago de una indemnización. Esta
visión puramente mercantil del valor del trabajo, que mide el despido en
términos de costos, es incompatible con el reconocimiento de que el trabajo es,
en la sociedad moderna, condición de ciudadanía. Por lo tanto su pérdida
constituye una inadmisible degradación de la condición de ciudadano del
trabajador.
El derecho al trabajo está directamente vinculado con la subsistencia del
trabajador y su familia. En consecuencia, está emparentado con el derecho a la
vida, que es el primero de los derechos humanos fundamentales. Por lo tanto,
proteger este derecho implica, necesariamente, reconocer que el trabajador
tiene el derecho a no ser privado de él injustamente.
El reconocimiento de este derecho podría entrar en colisión con otros
derechos consagrados en nuestras Constituciones, como el derecho de
propiedad y el de libertad de contratación del empleador. Sin embargo, no hay
la menor duda que tienen diferente jerarquía, y que la contradicción entre
derechos de contenido patrimonial y derechos humanos fundamentales, debe
resolverse a favor de estos últimos.
Resumiendo: no podemos continuar denunciando las lacras y miserias del
sistema capitalista, sin ofrecerle a nuestros pueblos un proyecto alternativo. Un
paso en esa dirección es comenzar el proceso de integración latinoamericana,
que es un imperativo que emana de nuestras propias raíces. Es el mandato
incumplido de los próceres de las luchas por la Independencia.
Desde el mundo del trabajo un buen comienzo sería establecer para todos
los
trabajadores
latinoamericanos
un
cuerpo
de
derechos
laborales
fundamentales, plenamente operativo y directamente aplicable, como la Carta
Sociolaboral Latinoamericana que propone la A.L.A.L.
Parece una utopía, un sueño, pero bien ha dicho el Quijote de la Mancha
que “el sueño de uno es apenas un sueño. El sueño de muchos es el comienzo
de una realidad”.
La ALAL y demás organizaciones internacionales y nacionales reunidos
en la Ciudad de La Habana los días 16, 17 y 18 de marzo de 2010, invitan a
soñar con la construcción de la Patria Grande, a través de este Manifiesto que
se aprueba como culminación de los Congresos antes mencionados.
La Habana, 18 de marzo de 2010.
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