La familia de Pascual Duarte La familia de Pascual Duarte

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El indivíduo y sus consecuencias: retrato de Pascual Duarte, protagonista de La familia de Pascual
Duarte de Camilio José Cela
Cuando Camilo José Cela en el año 1942 escribe La familia de Pascual Duarte en la literatura española hay
una enorme dispersión de sentidos. Unos escritores tratan de continuar la novela vanguardista, otros escriben
novelas del régimen. La aparición de la obra de Cela supone una reanudación de la literatura después de la
Guerra Civil. Es el punto de arranque de la nueva narrativa española, cuyos autores empiezan a ser
conscientes de la existencia del "hombre español contemporáneo", cuyo humanismo ponen a prueba las
condiciones y la sociedad en que vive. Pascual Duarte es un ejemplo de la angustiada criatura humana, un
individuo perdido, es el representante máximo de este realismo existencial, al que Cela dio el primer paso.
La familia de Pascual Duarte son memorias de un condenado a muerte. Al relato lo antecede una "Nota del
transcriptor", donde el autor nos informa sobre el hallazgo del manuscrito de Pascual Duarte en una farmacia
de Almendralejo. Justifica así la publicación del relato para presentar en Pascual un modelo de mala conducta,
un modelo ante el cual "toda actitud de duda sobra". A continuación viene la "Carta anunciando el envío del
original", que manda Pascual desde su celda a un amigo de don Jesús González de la Riva, de quien fue
asesino. Explica que quiere descargar su conciencia con esta "confesión pública". Aparece luego la "Cláusula
del testamento" del señor Barrera, a quien estaba dirigido el manuscrito, en el que éste ordena quemar las
memorias, aunque, si se salvan de las llamas durante dieciocho meses, da permiso al que las encuentre para
hacer con ellas lo que creerá justo. Por fin viene el mismo relato que Pascual dedica a la memoria del "insigne
patricio" don Jesús González de la Riva, Conde de Torremejía, quien al irlo a rematar aquél "lo llamó
Pascualillo sonriendo".
Ya antes de leer el mismo manuscrito el lector queda escandalizado por la dedicación que hace su autor, e
intrigado por lo que escribió de él el señor Barrera, que ordenó quemar el relato como si careciera de valor
alguno. El transcriptor lo publica juzgando la conducta de Duarte como inequívoca, que habla por sí misma.
No hace ningún comentario adicional, deja al protagonista hablar, dar una relación directa de su vida. El
manuscrito es un retrato que el condenado a muerte hace a sí mismo. Es una narración de los hechos que le
han conducido a la condena y una reflexión sobre la vida por él llevada hasta ahora y, por fin, es una
confesión que hace Pascual ante el amigo de su víctima y ante todo el mundo.
Para ahondar en la psicología del protagonista, analizar sus crímenes y examinar los motivos de sus hechos,
tendremos que retirarnos a su infancia, como lo hace él mismo en su manuscrito, y desde aquí empezar
nuestra meditación. Pascual Duarte afirma que no guarda de ella buenos recuerdos. Vivía a las afueras de un
pequeño pueblo extremeño en una casa chiquita y mísera. Su padre era áspero, brusco y autoritario. Cuando se
enfurecía pegaba al pequeño Pascual y a su madre. La madre era desabrida y violenta, adúltera, borracha,
pendenciera, entrometida, sucia y descuidada. Se llevaban mal sus padres y "a su poca educación se unía su
escasez de virtudes y su falta de conformidad con lo que Dios les mandaba". Pascual confiesa que para
aumentar su desgracia heredó de ellos todos esos defectos y añade: "la verdad es que la vida en mi familia
poco tenía de placentera, pero como no nos es dado escoger, sino que ya − y aun antes de nacer − estamos
destinados unos a un lado y otros a otro, procuraba conformarme con lo que me había tocado, que era la única
manera de no desesperar." Por primera vez aparece la convicción sobre el triste destino que marca la vida del
protagonista, que sabe reconocer los defectos de sus padres y los condena, sin embargo, es impotente ante los
suyos.
La educación escolar de Pascualito duró poco, ya que su madre que creía que para "no salir en la vida de
pobre no valía la pena aprender nada" contribuyó notablemente a que su hijo dejara la escuela a corta edad.
Lo que subyace de esta triste imagen de la infancia del protagonista es la enorme soledad y abandono. Pascual
no recibe amor ni cariño de parte de sus padres. El extremo de este abandono e indiferencia que reina en su
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casa es el incidente con el cerdo que come las orejas al pequeño Mario que luego permanece horas tirado en el
suelo boca abajo. El protagonista debía sentirse muy sólo ya siendo muy joven: afueras del pueblo, sin
contacto con sus padres y hermanos (Mario se muere, Rosita se va de casa), incluso privado de otros contactos
sociales que ofrecía el pueblo, como la escuela o la iglesia. No es de extrañar entonces que tal niño se volviera
salvaje o incluso adquiriese instintos animales. Hay que decir que la soledad acompañó a Pascual no sólo en la
época de su infancia, sino a lo largo de toda su vida.
Gonzalo Sobejano en sus Reflexiones sobre La familia de Pascual Duarte señala las grandes semejanzas que
tiene Pascual con el Buscón de Quevedo, el Lazarillo y Guzmán de Alfarache de Alemán, sobre todo en los
cinco primeros capítulos del libro. Como otros pícaros, Pascual viene de una familia mala y pobre, y tanto
como sus antecedentes reconoce la falta de virtudes de sus padres. Igual que Pablos sale pronto de la escuela y
después de la muerte de su hijo, como él, quiere huir a las Américas. Durante su estancia en La Coruña
practica diversos oficios: mozo de estación, cargador en un muelle, sereno y guarda de una mancebía. Otro
rasgo parecido es la psicología básicamente bondadosa del protagonista, a pesar de los brutales hechos que
luego va a cometer. Hasta el mismo modo de narración es similar. Pablos comienza su relación con "Yo,
señor, soy de Segovia", Pascual comenta "Yo, señor, no soy malo". Las reflexiones que interrumpen los
relatos de ambos, aunque tienen otra forma, son de carácter moral, están provocados por la lamentación y
reconocimiento tardío de errores. No obstante, Pascual es más sencillo que los pícaros, menos perspicaz y
calculador, menos cínico.
El primer incidente que muestra la impetuosidad del protagonista es su riña con el Estirao. Se encuentran en el
camino y el Estirao le ofende con sus palabras sobre su hermana. Pascual con dificultad retiene una reacción
brusca:
A mí me ganaba por la palabra, pero si hubiéramos acabado por llegar a las manos le juro a usted por mis
muertos que lo mataba antes de que me tocase un pelo. Yo me quise enfriar porque me conocía la carácter(...).
Bien sabe Dios que el callarme aquel día me costó la salud (...)
Reconoce su carácter violento e impulsivo y confiesa que soportar una ofensa supone para él una gran lucha
interna. Al terminar de describir la pelea dice una frase de significado simbólico: "Aquel día se me clavó una
espina en un costado que todavía la tengo clavada" y añade: "Por qué no la arranqué en aquel momento es
cosa que aún hoy no sé." Aquella espina es como rencor que adquiere hacia la gente, como la rabia que desde
entonces va a habitar en él provocando otras desgracias.
El incidente con Lola en el cementerio demuestra muy bien el salvajismo de Pascual. Actúa como un macho
ansioso que ve a la hembra, y como un animal la cubre a la fuerza mordiéndola hasta la sangre. Sin embargo,
hay que recordar que este hecho fue provocado de cierta forma por la misma Lola que le insinuó que no era un
hombre verdadero. La "masculinidad" para el protagonista es una noción que entiende de manera muy
primitiva, estereotípica, así que no es de extrañar que reaccione frente a tal insulto, lo que Lola, después de
todo, admira. Le gusta subrayar su virilidad. Muchas veces a lo largo del relato nos enteramos de su boca de
lo que es y lo que no es "cosa de hombres". Peleándose con el Estirao exclamó: "¡Qué soy muy hombre y que
no me ando por las palabras!", cuando su mujer le dijo que parecía marica besando la mano al cura, lo
comenta así: "bien sabe Dios que ganas me entraron de ahogarlo en aquel momento".
Otro acto violento que comete, también tiene que ver con el sentido de masculinidad de Pascual. Los
navajazos que da a Zacarías obedecen a la provocación. A altas horas de la noche, después de beber mucho
vino, Zacarías le ofende con un chiste que Pascual cree ser una insinuación. Al empezar la pelea Zacarías
desafía al protagonista diciendo: "poco hombre me pareces tú para lo mucho que amenazas". El honor de
Pascual ha sido herido, tiene que reaccionar de alguna forma para recuperarlo, igual que ante tal ofensa
reaccionaría Zacarías o cualquier otro hombre de la aldea.
La furia del protagonista se manifiesta de la misma forma cuando mata a la yegua que derribó a su esposa
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provocando su aborto. Es una reacción inmediata, mecánica. Pascual va a la cuadra y a ciegas clava
repetidamente la navaja en el animal. Sobejano compara a Pascual con un niño que golpea rabioso una puerta
porque no se abre.
La violencia que sigue consiste en los disparos contra la perra. Al principio no podemos comprender este
episodio, la muerte de la Chispa parece un acto totalmente irracional e injustificable. Sin embargo, sabemos
que el manuscrito de Pascual era un montón de papeles que necesitaba ser arreglado. La gran impresión que
causa la muerte de la perra se debe a que el transcriptor la sitúa al principio del relato, la saca del contexto.
Hay que tener en cuenta que en realidad sucede después de la muerte de su hijo, que conmovió mucho al
protagonista. Su mujer, loca de desesperación, culpa a su marido por haberle dado un hijo tan débil. Otra vez
está acusada la masculinidad de Pascual, su punto más sensible. Se repiten las palabras del cementerio: "Eres
como tu hermano". Demasiado respeto tiene el protagonista hacia su mujer como para descargar en ella la
indignación provocada por esa frase. Se va de casa a pescar. La perra lo mira fija, con la mirada de los
confesores, escrutadora y fría "como si fuese a culparme de algo", declara el protagonista, como añadiendo
más reproches. Sobejano dice: "Pascual, evitando atentar contra las enlutadas plañideras, traslada su
sentimiento a la perra, madre malograda también, símbolo femenino de ellas".
En cuanto al Estirao, es un canalla que depravó a su hermana, sedujo a su mujer y contribuyó a su muerte, y
que ahora vuelve descaradamente para llevarse a Rosario, alardea y provoca. A pesar de esto, Pascual es capaz
de perdonarle la vida, pero aún entablada la lucha su rival hace una alusión al amor de Lola hacia él, y esto
Duarte no se lo puede perdonar.
El crimen más drástico y más cruel descrito en el relato es el asesinato de la madre. Este no es el resultado del
temperamento demasiado violento de Pascual, sino el efecto de una acción cuidadosamente planeada. El odio
hacia la madre es progresivo y crece a medida del paso de los años. Duarte ve la degradación de su madre. Por
primera vez lo nota al verla reír después de la muerte de su padre y luego después del accidente del pequeño
Mario. Pascual no es un hombre duro de corazón, indiferente e insensible. A diferencia de su madre, él llora la
muerte de sus parientes y no es capaz de comprender y soportar la actitud llevada a cabo por ella. Su madre se
convierte en su enemigo "un enemigo rabioso, que no hay peor odio que el de la misma sangre", dice Pascual
y añade "en un enemigo que me gastó toda la bilis, porque a nada se odia con más intensos bríos que a aquello
a que uno se parece y uno llega a aborrecer el parecido". Sobejano considera el asesinato de la madre una
especie de "venganza metafísica contra el origen de su vida desastrada". Ya antes de matarla físicamente, la
mata en sus pensamientos y para no hacerlo en realidad huye de casa. El odio vuelve con su retorno y con una
intensidad aún mayor. El protagonista todavía vacila en matarla y el asesinato no le va a ser fácil, porque
reconoce en ella a su madre, pero llega a la conclusión de que no puede perdonarle la vida por el simple hecho
de haberlo parido.
Los motivos del último crimen de Pascual no se dan a conocer, pero los podemos deducir. A lo largo del
relato encontramos referencias sobre su última víctima: don Jesús. El conde de Torremejía se nos pinta como
un hombre que despierta el interés y respeto del pueblo gracias a su riqueza y posición. Cuándo Pascual va a
la iglesia para pedir su misa de boda, el cura que sabe que éste no sabe atender a la misa le aconseja
reproducir mecánicamente los movimientos de don Jesús. Hace también Duarte en su relato una observación,
que se refiere indirectamente al Conde y que puede ser clave de su muerte:
¡Los habitantes de las ciudades viven vueltos de espaldas a la verdad y muchas veces ni se dan cuenta siquiera
de que a dos leguas, en medio de la llanura, un hombre del campo se distrae pensando en ellos mientras dobla
la caña de pescar, mientras recoge del suelo el cestillo de mimbre con seis o siete anguilas dentro!
Para Pascual don Jesús encarna injusticia social, en él, como en un espejo deformante, Duarte ve su miseria,
su humillación, su sumisión.
"No soy malo", afirma el protagonista empezando sus memorias, y a pesar de todos sus crímenes no podemos
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decir que no tenga razón. Muchas veces comprobamos que detrás de la crueldad y bravura se esconde una
persona sensible y asustada por la vida. Parece que Pascual teme a la gente y no es de extrañar dado la soledad
que todo el tiempo le ha acompañado, soledad en su familia al lado de unos padres ignorantes y degenerados,
soledad después de la muerte de su hijo, soledad en La Coruña, soledad de viudo, soledad en la prisión,
soledad y aislamiento después de volver a casa. "Había allí una piedra redonda y achatada como una silla
baja", dice Pascual en sus memorias, "de la que guardo tan grato recuerdo como de cualquier persona; mejor,
seguramente, que el que guardo de muchas de ellas." A lo largo de la lectura obtenemos incluso la sensación
de que Duarte no es capaz de amar verdaderamente. El sentimiento por Lola es un tanto extraño, parece que
está con ella sólo para que le de un hijo. Se casa porque se entera de que está embarazada. Después del
accidente que sufre, se le ocurre que "el aborto de Lola pudiera habérsele ocurrido tenerlo de soltera". Cuando
se va del pueblo, al principio ni siquiera se acuerda de su mujer y la vida en Madrid le parece tan entretenida
que hasta reflexiona la posibilidad de quedarse allí. En su vida tampoco recibe cariño con excepción del que le
ofrece su hermana, la única persona que le quiere de verdad, y a la que Pascual también parece querer.
Describe emocionado a Rosario recién nacida y la acepta como es durante toda su vida.
La esperanza para Pascual de salir de su soledad es tener un hijo, es su gran ilusión, su obsesión. Muchas
frases dedica a la desmesurada alegría que acompañaba el nacimiento del hijo. Dice que lo que más le
impresionó en la vida es ver a Lola cuando le daba de mamar a la criatura. La maternidad y paternidad son dos
valores que parecen tener más importancia para Duarte. Masoliver Ródenas hace una observación muy
interesante, que los actos de violencia que comete Pascual contra los personajes masculinos (Zacárias, el
Estirao) están relacionados con el problema de virilidad, mientras los actos de violencia contra los personajes
femeninos (La Chispa, la yegua, la madre) ante problemas relacionados con la maternidad.
Duarte no es cruel en el sentido que goce en el sufrimiento ajeno. En ningún caso disfruta del sufrimiento de
sus víctimas, mata en un rapto de odio automático:
Se mata sin pensar, bien probado lo tengo; a veces sin querer. Se odia, se odia intensamente, ferozmente y se
abre la navaja, y con ella bien abierta se llega, descalzo, hasta la cama donde duerme el enemigo.
(...)
La conciencia no me remordería; no habría motivo. La conciencia sólo remuerde de las injusticias cometidas:
de apalear un niño, de derribar una golondrina...
Pascual está convencido de que mata en el nombre de la justicia, justicia brutal y bárbara, de la que habló
Marañón, pero inevitable y necesaria para el protagonista. Duarte es cruel en el sentido de que se detiene para
describir sus violencias, dar detalles, muchas veces escalofriantes de sus asesinatos.
En vista de lo que dice Pascual describiendo el matricidio, me resulta difícil creer que los remordimientos de
los que habla en la cárcel sean sinceros:
(...) de aquellos actos a los que uno conduce el odio, a los que vamos como adormecidos por una idea que nos
obsesiona, no tenemos que arrepentirnos jamás, jamás nos remuerde la conciencia.
Duarte siente una pena, una congoja terrible, pero su resultado es la consciencia de que está condenado a
muerte y que pronto morirá. No hay que olvidar que Pascual es salvaje, se deja llevar fácilmente por los
impulsos, y este instinto animal de conservación es en él más fuerte que en cualquier otro hombre. De las
cartas incluidas al final de la novela sabemos que siendo conducido a muerte dice: "¡Hágase la voluntad del
señor!", pero cuando ésta se acerca, Pascual muestra su instinto animal, empieza a gritar que no quiere morir,
escupir y patalear y termina sus días "de la manera más ruin y más baja que un hombre puede terminar". No
dudo en que el protagonista quiera suscitar en sí los remordimientos; Duarte desea arrepentirse, pareciendo
tener hasta el último momento una profunda e infundada esperanza de que será indultado, de que no lo
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matarán. Sin embargo, en realidad no se culpa por lo que ha hecho, culpa a su destino, la fatalidad, la "mala
estrella", que, como dice, "parece como complacerse en acompañarme, torció y dispuso las cosas de forma tal
que la bondad no acabó para servir a mi alma para maldita la cosa".
Analizando la psicología del protagonista llegamos a la conclusión de que es la sociedad la que le ha hecho
malo. Masoliver Ródenas, que en su estudio dedicado a la lectura de la novela examina esta cuestión, deduce
que Pascual cuando comete su primer delito peleándose con Zacarías tiene ya más de 30 años y si no ha
cometido ningún delito hasta los 30 años se puede suponer que no ha nacido malo. Tiene razón el padre
Lureña que en su carta dice que Duarte, aunque a la mayoría se les figure como una hiena, al llegar al fondo
de su alma, parece ser un "manso cordero, acorralado y asustado por la vida". Su mismo nombre indica que es
un cordero pascual, una víctima de la sociedad que en vez de formarlo lo ha abandonado.
Marañón considera la historia de Pascual Duarte tan radicalmente humana como la de los héroes griegos o de
algunos protagonistas de la gran novela rusa, ya que es de un infeliz que casi no tiene más remedio que ser un
criminal. Lo que no cabe duda es que Pascual Duarte es una gran figura literaria, un individuo con
repercusiones trágicas y no menos universales que los de los grandes arquetipos de la humanidad.
BIBLIOGRAFÍA
• "Ínsula", Revistas de Letras y Ciencias Humanas, monográfico extraordinario dedicado al. Premio Nobel de
literatura 1989, febrero−marzo 1990:
• HERNÁNDEZ FERNÁNDEZ, Teresa, La condición femenina en la narrativa de Cela, pp 35−37
• MASOLIVER RÓDENAS, Juan, Las dos lecturas de La familia de Pascual Duarte, pp 51−52
• IGLESIS FEIJOO, Luis, Introducción a Camilo José Cela, pp 37−40
• MARAÑÓN, Gregorio, Prólogo a la familia de Pascual Duarte, "Ínsula", Mádrid,1946,
http://www.xtec.es/rsalvo/cela/dossier/1.htm
• SOBEJANO, Gonzalo, Reflexiones sobre La familia de pascual Duarte, "Papeles de Son Armands", Palma
de Mallorca, 1972, http:// www.xtec.es/
rsalvo/cela/dossier/1.htm
• VALBUENA PRAT, Ángel, Historia de la literatura española, vol. IV, Gustavo Gili. S.A., Barcelona,
1968, pág. 265
G. Sobejano, Reflexiones sobre la Familia de Pascual Duarte,http://www.xtec.es/rsalvo/cela/
dossier/1.htm
Ídem, íd.
Ídem.íd
Ídem.íd
G. Marañón, Prólogo a la Familia de Pascual Duarte, http://www.xtec.es/rsalvo/cela/
dossier/1.htm
J. A. Masoliver Ródenas, Las dos lecturas de la familia de Pascual Duarte, pág. 52
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Prólogo..., cit.
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