El Estado, las mujeres y la lucha por la ciudadanía en América Latina Notas para entender la exclusión y la desigualdad de género El presente documento ha sido elaborado a solicitud de CARE a fin de comprender mejor las causas de la inequidad de género en América Latina, desde la perspectiva del movimiento de mujeres. Se propone mostrar las tendencias generales en la región y los cambios observados en el tiempo desde una lectura crítica y en clave feminista. El documento esta dividido en cuatro capítulos. El primer capítulo aborda de manera general las características del Estado en la región en una perspectiva histórica, hasta el presente y el tipo de contradicciones en que se encuentra atrapada la democracia y los ciudadanos de América Latina. El segundo capítulo explica la exclusión de las mujeres desde un enfoque de ciudadanía para restablecer el nexo entre la historia de los grupos sociales y la historia política-institucional, a fin de entender el grado de evolución de los regímenes a la luz de su capacidad para transformar las condiciones de vida de los más desfavorecidos y en particular, de las mujeres. El tercer capítulo analiza los resultados actuales de las relaciones de poder históricamente establecidas y la necesidad de refundar la política y el Estado a partir de una nueva racionalidad basada en la democracia y la justicia paritaria. El cuarto capítulo analiza el comportamiento de la cooperación en la región y sus estrategias de intervención en relación a las mujeres y plantea a CARE una serie de sugerencias y la posibilidad de variar sus enfoques a fin de incidir de manera más estratégica en la lucha contra la pobreza y la desigualdad. Sofía Montenegro Managua, agosto 2008 1 Contenido Un preámbulo necesario 3 I. Crisis máxima y propuesta minimista 1.1 El binomio pobreza-desarrollo 1.2. Del Estado nacional-desarrollista al Estado neoliberal 1.2.1. Una democracia sin desarrollo 1.3. La dimensión cultural y política del problema 1.3.1. La matriz cultural premoderna 1.3.2. Modernidad formal vs premodernidad cultural 1.3.3. Racionalidad instrumental vs racionalidad sustantiva 1.4. Mercado vs Democracia: cuatro contradicciones 1.4.1. El vaciamiento de la política y la ciudadanía 3 5 5 7 8 9 10 12 12 15 II. Ciudadanía y mujeres: excluidas por principio 2.1. La ciudadanía de las mujeres en América Latina 2.2. Las reformas políticas 2.3. Mercado de trabajo y “contrato sexual” 2.3.1. Maternidad y organización familiar 2.4. Efectos de una economía ciega al género 17 18 21 26 28 31 III. Apostar por la racionalidad sustantiva: democracia y justicia paritaria 3.1. Estado de Derecho vs. Señorío de hacienda 3.2. Ciudadanía plena vs. ciudadanía maternalista 3.3. Refundar la política y el Estado 3.4. Por una nueva transición democrática 33 34 36 37 40 CARE: intereses prácticos e intereses estratégicos de las Mujeres 42 Bibliografía 48 IV. 2 Un preámbulo necesario El Informe del 2007 de Naciones Unidas sobre el progreso hacia los Objetivos de Desarrollo del Milenio (ODM) señala que se han dado avances significativos en el camino hacia el objetivo fijado de reducir a la mitad la pobreza extrema, destacando que la proporción de personas en el mundo que viven con el equivalente de un dólar al día ha bajado de 32 por ciento (1,250 millones en 1990) a 19 por ciento (980 millones en 2004). Naciones Unidas afirma que ha habido un “claro progreso” en los compromisos globales para sacar a millones de personas de la pobreza, pero también reconoce que su éxito total “sigue todavía en la incertidumbre”, pese a que ya se ha recorrido la mitad del camino hacia el plazo límite del año 2015. En el caso de América Latina, las estimaciones de la CEPAL para el 2006 indicaban que en ese año un 36,5% de la población de la región se encontraba en situación de pobreza. Por su parte, la extrema pobreza o indigencia abarcaba a un 13,4% de la población. Así, el total de pobres alcanzaba los 194 millones de personas, de las cuales 71 millones eran indigentes. Con respecto a 2005, el porcentaje de población pobre disminuyó 3,3 puntos porcentuales, mientras que la tasa de indigencia descendió 2,0 puntos porcentuales. De acuerdo con estas estimaciones, en el último año habrían salido de la pobreza 15 millones de personas y 10 millones habrían dejado de ser indigentes.1 La región, dice la CEPAL, parece encontrarse bien encaminada en su compromiso de disminuir a la mitad en el año 2015 la pobreza extrema vigente en 1990. Sin embargo, estos magros avances bien podrían ser efímeros de cara al actual incremento desmesurado de los precios del petróleo a nivel mundial que conlleva a una crisis alimentaria generalizada que según advierte el Banco Mundial requiere de medidas urgentes y un plan de choque para reforzar la agricultura en los 40 países en riesgo de desestabilización por el alza de precios2. Esta crisis, según el Banco Mundial, generará 100 millones de nuevos pobres de un sólo plumazo, mientras que un informe de la FA0/OCDE advierte que los precios de los alimentos se mantendrán muy altos en la próxima década, entre un 20 y un 80% más caros que en el periodo 1998-2007 y serán los habitantes de los países menos desarrollados quienes pagarán la factura3. Con ello, se estarán desplomando las metas y plazos de los Objetivos de Desarrollo del Milenio. I. Crisis máxima y propuesta “minimista” Poniendo a un lado la crisis energética, alimentaria y ambiental y el preocupante panorama enunciado anteriormente, cuando se leen estos informes sobre la lucha contra la pobreza y las señales de su avance (incremento del porcentaje de niños inscritos en educación primaria, descenso de la mortalidad infantil, acceso a servicios de saneamientos básicos, etc.) uno no puede menos que concordar con Sonia Álvarez cuando afirma que estamos ante una “semántica minimista”, un sistema discursivo que no sólo reproduce la desigualdad sino que la polariza y estratifica aún más. Se trataría de una nueva utopía: “aquella que promueve una sociedad donde el creciente número de 1 CEPAL. Panorama Social de América Latina 2007. Santiago de Chile. Declaraciones de Robert Zoellick, Presidente del Banco Mundial. “El Banco Mundial lanza un plan de choque de 770 millones”. El País, España, 30/05/2008. 3 “La ONU prevé 10 años de alimentos caros”. El País, España, 30/05/2008 2 3 pobres y excluidos deben tender sólo a mínimos”, en tanto se apunta a cubrir sólo necesidades básicas, mínimos biológicos y umbrales de ciudadanía.4 Para esta autora estas representaciones sobre las posibilidades de desarrollo de las personas tanto desde el punto de vista social y material como en su condición de ciudadanos, constituyen una suerte de nuevo “humanitarismo”, entendido como una posición ideológica que si bien deplora y lamenta la pobreza, y más aún la indigencia o la miseria, buscando por ello aliviar el sufrimiento que estas provocan “nunca se cuestiona la justicia del sistema de desigualdad en su conjunto” ni los mecanismos que las provocan. Concordamos con Álvarez en que la propuesta minimista en general plantea la inevitabilidad de la desigualdad en la distribución de la riqueza y responde en forma pesimista a la posibilidad de resolver el problema de una manera que favorezca el aumento del bienestar, por cuanto “desmerecen las luchas sociales y la dialéctica entre los intereses del capital y el trabajo, junto al debilitamiento de la política como ámbito para disminuir las desigualdades sociales. Proponen desvincular la protección social de los derechos, llevando la satisfacción de las necesidades a un piso mínimo para los pobres”. En esta línea, la antropología de la Modernidad apunta que la pobreza a escala global fue descubierta en el período de la post guerra. Antes de 1940 las concepciones y tratamientos de la pobreza eran diferentes. La pobreza masiva en el sentido moderno apareció solamente cuando la expansión de la economía de mercado quebró los lazos de la comunidad y privó a millones de personas del acceso a la tierra, el agua y otros recursos. Con la consolidación del capitalismo, la pauperización sistemática era inevitable. La ruptura que ocurrió en las concepciones y el manejo de la pobreza se dio con el establecimiento de la asistencia ofrecida por instituciones impersonales. La filantropía ocupó un importante lugar en esta transición: la transformación de los pobres en “asistidos” tuvo profundas consecuencias, pues significó no sólo la ruptura de relaciones vernáculas sino también la ubicación de nuevos mecanismos de control. Los pobres aparecían cada vez más como un problema social que requería nuevas formas de intervención en la sociedad. Según los antropólogos, es de esta manera, en relación a la pobreza, que las formas modernas de pensamiento acerca del significado de la vida, la economía, los derechos y el manejo social tomaron lugar. La segunda ruptura fue la globalización de la pobreza, comprendida por la construcción de dos tercios del mundo como pobre después de 1945. Al respecto Arturo Escobar (1996) señala que si dentro de las sociedades de mercado los pobres fueron definidos como privados de lo que tenían los ricos en términos de dinero y posesiones materiales, los países pobres fueron similarmente definidos en relación a los estándares de riqueza de las naciones más aventajadas. Esta concepción económica encontró su medida ideal en el ingreso anual per cápita. “La percepción de la pobreza a escala global fue nada más que el resultado de una operación de comparación estadística, la primera de la cual fue realizada en 1940. Casi por arte de magia, dos tercios de los pueblos del mundo se transformaron en sujetos pobres en 1948 cuando el Banco Mundial definió como pobres 4 Álvarez Leguizamón., Sonia. Los discursos minimistas sobre las necesidades básicas y los umbrales de ciudadanía como reproductores de la pobreza. En publicación: Trabajo y producción de la pobreza en Latinoamérica y el Caribe: estructuras, discursos y actores. Sonia Álvarez Leguizamón CLACSO, Consejo Latinoamericano de Ciencias Sociales, Ciudad Autónoma de Buenos Aires, Argentina. Acceso al texto completo: http://bibliotecavirtual.clacso.org.ar/ar/libros/crop/Trabprod.pdf 4 aquellos países con un ingreso anual per cápita debajo de los cien dólares. Y si el problema era uno de ingreso insuficiente, la solución claramente era el crecimiento económico”.5 1.1 El binomio pobreza/desarrollo De esta manera, la pobreza se volvió un concepto organizador y el objeto de una nueva problematización, que le dio vida a nuevos discursos y prácticas que conformaron la realidad a la que se referían: dado que el rasgo esencial del Tercer Mundo era su pobreza, la solución era el crecimiento económico y el desarrollo. Ambas cosas se volvieron verdades evidentes, necesarias y universales, con lo cual se preparó el terreno para la institución del desarrollo como una estrategia para rehacer el mundo colonial. Escobar apunta que el discurso de la economía del desarrollo dio sucesivas promesas de afluencia al Tercer Mundo a través de la intervención activa en la economía en 1950 y 1960, planificando la era del desarrollo, estabilización y políticas de ajuste en los 80 y el anti-intervencionismo estatal del “desarrollo amigable al mercado” en los 90. El autor impugna tal noción del desarrollo por mecanicista y fragmentaria, porque se basa en la presunción teórica que el desarrollo es en efecto inducido por ciertas innovaciones tecnológicas y por ciertos mecanismos que aceleran la ecuación ahorro/inversión. Sostiene que es compartimentada porque está construida sobre una visión de la vida social como la suma aritmética de compartimientos (económicos, políticos, culturales, éticos) que pueden ser aislados a voluntad y ser tratados en consecuencia. Escobar señala que al construirse la economía subdesarrollada caracterizándola como un círculo vicioso de baja productividad, falta de capital e industrialización inadecuada, los economistas del desarrollo contribuyeron a una visión de la realidad en la cual las únicas cosas que contaban eran los ahorros incrementados, los promedios de crecimiento, atraer capitales extranjeros, desarrollar capacidad industrial, etc. Esto excluye la posibilidad de articular una visión de cambio social como un proyecto que podía ser concebido no sólo en términos económicos sino como todo un proyecto de vida, en el cual los aspectos materiales no serían la meta y el límite sino un espacio de posibilidades para propósitos más amplios individuales y colectivos, culturalmente definidos. 1.2. Del Estado nacional-desarrollista al Estado neoliberal A fines del siglo XX tras la caída del socialismo y la crítica al Estado benefactor, se consolidó el paradigma neoliberal de desarrollo centrado en el mercado, sintetizado por el Consenso de Washington y auspiciado por los organismos multilaterales. Para el caso de América Latina ello representó una serie de reformas y medidas que tenían que implementar los gobiernos de la región para retomar la senda del desarrollo, ante el agotamiento del modelo de sustitución de importaciones y las críticas al Estado intervencionista. Este Estado (“nacional-desarrollista”) había surgido como una respuesta a la crisis de los años 30, que derrumbó los mercados internacionales de exportación de productos primarios que habían sido la base de las economías de los países de la región 5 Ver: Escobar,Arturo. Encountering Development. The Making and Unmaking of the Third World. (New Jersey: Princenton University Press, 1996). 5 desde la época colonial.6 Fue sometido en una primera fase a una operación “quirúrgica” según la expresión de Oscar Oszlak, con el objetivo de desregular y reducir el gasto, el tamaño y la intervención del Estado en la economía. Por otro lado, para abrir las economías al comercio, liberalizar los sistemas financieros y privatizar empresas estatales con el propósito de acelerar el crecimiento económico. A mediados de los 90 sin embargo, se constató el bajo desempeño del aparato productivo en la región a raíz del nuevo paradigma, lo que provocó que se comenzara a plantear la necesidad de reconstruir el Estado y reformular su inserción en la sociedad, para fortalecer la economía de mercado. Es así como el Banco Mundial en su informe de 1997 titulado “El Estado en un mundo en transformación”, planteó la reforma del Estado como un tema clave en la nueva agenda del desarrollo, que dio lugar a una segunda reforma para reforzar la capacidad estatal y las instituciones y que corresponderían, según el símil de Oszlak a una etapa de “rehabilitación” post-operatoria. Ambas fases reformistas y su contenido se pueden apreciar en el cuadro siguiente. Consenso de Washington y Consenso de Washington ampliado Consenso de Washington ampliado -Disciplina fiscal -Reorientación de los gastos del Estado -Reforma tributaria -Tipo de cambio unificado y libre -Liberalización del mercado financiero financieros -Apertura a la inversión extranjera directa (IED) -Privatizaciones -Desregulación -Fortalecimiento del derecho de propiedad Consenso de Washington -Gobernanza corporativa -Lucha contra la corrupción -Flexibilización del mercado laboral -Acuerdos OMC -Mantenimiento de estándares -Apertura “prudente” al capital -No intervención en el régimen cambiario -Banco Central independiente/objetivos inflacionarios - Políticas focalizadas de reducción de la pobreza Fuente: D. Rodrik (2006), citado por Zurbriggen (2007) Como sea, estas reformas provocaron dramáticos cambios en la importancia relativa del Estado, cuya esfera se vio disminuida con las primeras reformas, mientras las segundas, orientadas a mejorar la eficacia y la eficiencia, no dieron los resultados esperados: la dispersión, la descoordinación, la ausencia de control y la falta de evaluación de la gestión pública impactaron negativamente en la calidad de las políticas públicas. 6 Jarquín, Edmundo y Echebarría, Koldo. El papel del Estado y la política en el desarrollo de América Latina (1950-2005). En: La política importa: democracia y desarrollo en América Latina. Mark Payne, (et al) BID, Washington, 2006. 6 Es por ello que al realizar un balance de los 10 años transcurridos desde la publicación del informe del BM,Cristina Zurbriggen7 sostiene que el Banco Mundial cayó en una “falacia tecnocrática” al proponer una reforma centrada en los aspectos administrativos y gerenciales, orientada solo a lograr mayor eficiencia, sin tener en cuenta la dimensión política, los procesos históricos y las características particulares de cada país. Los resultados, dice, fueron pobres, puesto que las reformas no integraron un todo coherente de políticas que permitiera generar las condiciones mínimas para articular crecimiento económico con equidad social y estabilidad política. La autora señala que de hecho en 2005 el ingreso promedio de la población latinoamericana se ubicaba más lejos del de los habitantes de los países industrializados y de otras economías emergentes que en 1990, al inicio de las reformas neoliberales y que la situación social en América Latina también estaba lejos de los objetivos planteados.8 Zurbriggen se pregunta ¿por qué no se concretó una reforma profunda del Estado, necesaria para retomar las sendas del desarrollo? Y se responde con la siguiente hipótesis: “las recomendaciones de reformas no pusieron el énfasis en la dimensión política, es decir, en las reglas del juego del régimen político vigente, ni tampoco en la debilidad del marco político-institucional democrático, que limitó el proceso de transformación y no contribuyó a generar reformas consistentes, coherentes y articuladas en el largo plazo”.9 1.2.1. Una democracia sin desarrollo De forma paralela a las reformas económicas, la región inició en 1978 el periodo de transición a la democracia, que supuso, en términos generales, una redistribución del poder político, progresos significativos en términos de derechos civiles y políticos, pero con graves debilidades y carencias institucionales, por medio del cual persiste el “déficit democrático” y al cual se debe la inestabilidad política, la precariedad de los gobiernos electos, el recurso del populismo, la sobrevivencia de viejas estructuras políticas y redes clientelares, así como las asonadas populares. A la inadecuada relación entre el Estado y los ciudadanos puede atribuirse la crónica inestabilidad política y las redistribuciones radicales del poder y de las reglas del juego, que han afectado tanto el desarrollo económico como a la democracia en las últimas décadas. Así las cosas, y pese a lo desalentadores que resultan los datos sobre la pobreza en nuestra región y el mundo, un dato importante es que de acuerdo con Naciones Unidas, hoy el mundo tiene los recursos para erradicar la pobreza, sosteniendo que la pobreza extrema puede ser eliminada en el globo. Al respecto, un reciente trabajo (Cimadamore 2005) se pregunta entonces, ¿Por qué es que el problema económico, social y ético más urgente de la humanidad no puede ser resuelto a pesar del hecho de que hay recursos suficientes para hacerlo? A fin de responder a tal pregunta, los autores plantean que hay que comenzar a hacerse preguntas (de nuevo) sobre el Estado y su rol en la lucha contra la pobreza, puesto que la erradicación de la pobreza requiere acciones decisivas que la mayoría de los gobiernos aparentemente no están preparados a tomar, pese al hecho que el Estado todavía tiene la responsabilidad y los principales instrumentos para definir estrategias contra la pobreza en el mundo contemporáneo. Zubriggen, Cristina. La “falacia tecnocrática” y la reforma del Estado. A 10 años del Informe del Banco Mundial. Nueva Sociedad No.210, julio-agosto, 2007 8 Op. Cit. Pág. 162-163 9 Ibidem. 7 7 Señalan que la tarea social y política es enorme, puesto que en casos como el de los países latinoamericanos, el Estado tiene que encarar no sólo el enorme déficit acumulado (la “vieja” pobreza), sino también la “nueva pobreza” creada por el experimento neoliberal, la reestructuración y el ajuste de las economías nacionales. De todas maneras, afirman, la tarea es imperativa y factible porque los recursos para enfrentar la pobreza y sus consecuencias, están disponibles, existiendo además un considerable consenso dentro de los estudios de pobreza, de que el Estado es central para reducirla y para crear mejores condiciones para la inclusión social y la equidad.10 1.3. La dimensión cultural y política del problema Esta vuelta al Estado desde nuestro punto de vista, efectivamente resulta imprescindible, pero hace falta pensarla desde una perspectiva de su refundación y de un cambio en la matriz cultural y en la cultura política, que den posibilidades efectivas para transformar la situación y darle sostenibilidad a la democracia y la equidad, en tanto el Estado no sólo es la representación jurídica de la nación o un conjunto de estructuras administrativas, sino, fundamentalmente, su máxima representación política. El Estado es un modo histórico de organizar la actividad política que se caracteriza por una fuerte tendencia a la institucionalización, es decir, a una serie de conductas que se ajustan a unas pautas o reglas permanentes, que definen qué posiciones ocupa cada uno de los actores en sus relaciones recíprocas, cómo se accede a dichas posiciones, qué recursos y actividades están disponibles y cuáles no. La cultura política hace referencia a las actitudes que son compartidas por los miembros de una comunidad política. Por ello, para nuestro análisis del Estado partimos de la premisa que la historia está condicionada por relaciones, prácticas y procesos sociales estructurados y asumimos que son los actores sociales quienes constituyen y reproducen esas estructuras , de ahí que sea preciso comprenderlos para poder propiciar alternativas para el cambio. De acuerdo con diversos estudiosos latinoamericanos, la formación del Estado nacional visto en términos históricos, es un fenómeno institucional nuevo. En la mayor parte de la región, tiene alrededor de un siglo y medio de existencia. De apenas 36 Estados creados en el siglo XIX, una gran mayoría correspondió a América Latina. Aún así, las fechas de declaración formal de independencia de una nación no siempre implica la simultánea creación de Estados Nacionales y en el caso de América Latina, tal experiencia es muy diversa, aunque con rasgos comunes (Oszlak, 2007). En el caso de nuestra región, surgieron en sociedades aún coloniales, que todavía no habían construido las instituciones básicas que conforman una sociedad nacional (relaciones de producción, sentimientos de nacionalidad, estructura de clases cristalizadas, bases jurídicas, circuitos comerciales).11 10 Cimadamore, Alberto; Dean, Hartley; Siqueira, Jorge. Introduction. En publicación: The poverty of the state. Reconsidering the role of the state in the struggle against global poverty. Cimadamore, Alberto; Dean, Hartley; Siqueira, Jorge. CLACSO, Buenos Aires, Argentina. Acceso al texto completo: http://bibliotecavirtual.clacso.org.ar/ar/libros/crop/poverty/poverty.pdf 11 Los líderes de la Independencia portadores de la ruptura del Estado colonial no asumieron la dirección de las nuevas repúblicas, sino que al final fueron las oligarquías conservadoras quienes la asumieron. Estas lo que hicieron fue remozar los Estados coloniales por lo que en realidad, no se fundaron verdaderos Estados nacionales. 8 Los Estados latinoamericanos nacieron con una naturaleza oligárquica, donde la agenda que privaba hasta fines del siglo XIX, era una de “orden y progreso”, que reflejaban los problemas de organización nacional y de promoción del crecimiento económico, donde el carácter represivo del “orden” alentó a su vez el surgimiento de movimientos obreros y campesinos, rebeliones, huelgas y partidos. El surgimiento de nuevos partidos en las primeras décadas del siglo XX (socialistas, comunistas, democracia cristiana), completarían poco a poco, el andamiaje institucional de la democracia representativa y la construcción de una escena pública. De acuerdo con Oszlak, sin embargo, no fueron pocos los casos en que se entronizaron regímenes patrimonialistas cuya subsistencia se extendió durante la mayor parte del siglo pasado, mientras que por otro lado, la temprana irrupción de los ejércitos en la política interrumpió la continuidad democrática.12 De acuerdo con los datos proporcionados por este autor, desde 1902 y hasta comienzos del siglo XXI, el total de pronunciamientos militares documentados en 27 países de América Latina y el Caribe, suman 327 golpes de Estado, contando los que se estabilizaron como dictaduras por meses o años y aquellos que duraron pocos días. “En siete países las sociedades pasaron varias décadas del siglo XX bajo regímenes militares (Venezuela, Paraguay, Guatemala, Nicaragua, Brasil, Argentina y Bolivia). Los únicos casos en que los ejércitos fueron derrotados y sustituidos por milicias revolucionarias u otras formas irregulares de organización militar son los de México (1910), Bolivia (1952), Cuba (1958) y Nicaragua (1979). Algunos países, como Paraguay, Guatemala o Haití, sólo conocieron en los últimos 15 años del siglo XX –o redescubrieron después de décadas- el voto y la libertad de expresión. Los países donde las democracias han durado más en este siglo son Chile, Uruguay, Colombia, Venezuela (segunda mitad) y Costa Rica, suponiendo que México pueda ser exceptuado de la lista por la llamada “dictadura” del Partido Revolucionario Institucional (PRI), que desde 1930 hasta 1946 no permitió que un solo civil ocupara la silla presidencial. En casi 30% de los casos los golpes resultaron de la intervención directa de tropas de Estados Unidos. Si solo registramos el Caribe, Centroamérica y Panamá, la proporción se acercaría a 70%.” (Oszlak, 2007:49) 1.3.1. La matriz cultural premoderna Estos resultados son la consecuencia de la matriz cultural premoderna existente en la región, pues si bien la Independencia cambió el régimen político, no cambió a las sociedades, que se mantuvieron instaladas en la herencia medieval del absolutismo, la economía señorial y servil y el predominio del dogma religioso. Para algunos autores, el fracaso de América Latina como una región que no entró en la Modernidad, tiene que ver con la fulminante condena que contra ella pronunció reiteradamente la iglesia católica, una de las instituciones que más contribuyó a conformar la cultura latinoamericana. En América Latina, el reconocimiento del Estado laico tiene una historia muy reciente, con pocas excepciones, como México y Uruguay. Todas las constituciones latinoamericanas reconocen la libertad de cultos, sin embargo, varias de ellas establecen un estatus privilegiado para la Iglesia Católica. Dentro del conjunto, las Constituciones que mantienen preceptos que subrayan el laicismo y la separación entre el Estado y la Iglesia son las de México, Nicaragua, Cuba y Uruguay. Las demás Constituciones, expresan una variedad de relaciones con el clero que van desde el reconocimiento del privilegio de la 12 Oslak, Oscar. “El Estado democrático en América Latina”. Nueva Sociedad 210, julio-agosto, 2007. 9 Iglesia Católica y su sustento (Bolivia); hasta el establecimiento de relaciones orgánicas (Argentina y Costa Rica); la invocación a Dios en el preámbulo (Guatemala, El Salvador, Perú, Panamá, Paraguay, Costa Rica, Colombia, Ecuador, Honduras, Brasil, Argentina y Venezuela); un trato preferencial en el reconocimiento de su personería jurídica (Guatemala y El Salvador); la mención de su importancia en la formación histórica y cultural de la nación (Paraguay y Perú); y el apoyo a las vicarías castrenses (Ecuador y República Dominicana).13 Al respecto, Javier Rey Morató (2007) señala que una institución tan poderosa que forma a las personas en esa matriz cultural premoderna, que mantiene hasta hoy grupos hostiles al Estado laico, que cuestionan la legitimidad de los parlamentos democráticos para legislar sobre el matrimonio, la eutanasia o el aborto, no ayuda a que se consolide una sociedad abierta: “¿Es casual, entonces, que aquellos países formados en enunciados tan irresponsables como autoritarios no hayan ingresado en la modernidad? ¿Es casual que se debatan entre dictaduras y torpes remedos de democracia, pronunciamientos y nuevas constituciones, sin alcanzar nunca la orilla de una democracia creíble y de una economía saneada?”, pregunta. El hecho constatado es que en América Latina coexisten dos realidades incongruentes: la modernidad formal del Estado expresada en las Constituciones, y la cultura religiosa y política premoderna dominante en la región, siendo el poder discursivo e influencia cultural de la iglesia en la estructuración de las visiones sociales, el que ha condicionado tanto el desarrollo del Estado como la conducta política. De esta incongruencia es la que surgiría el “nominalismo” latinoamericano (Uslar Pietri): creer que el nombre de la cosa es la cosa y que proclamar la República, es la República. 1.3.2. Modernidad formal vs premodernidad cultural Andrés Pérez-Baltodano de su parte advierte que los estudios del Estado y el desarrollo político latinoamericano han hecho caso omiso de esta contradicción entre modernidad formal del Estado y premodernidad cultural, asumiendo que el desarrollo en la región ocurre dentro de un espacio secular separado del espacio de lo sagrado, divino, religioso o sobrenatural. Señala que cuando prestan atención a la dimensión religiosa de la sociedad, lo hacen desde una perspectiva formal-institucional y que la misma tendencia muestran los estudios estadísticos y las encuestas sobre cultura latinoamericana, que no toman en cuenta los valores religiosos. Alega que esta omisión de la cultura religiosa en los estudios del Estado, la democracia y la cultura política latinoamericana es indefendible, puesto que no es necesario creer en la existencia de Dios para reconocer la palpable existencia de ideas de Dios en el imaginario que condiciona la vida social de un enorme porcentaje de los habitantes de la región: “En Guatemala, 80% de los entrevistados en un estudio realizado en 2004 por el Pew Global Attitudes Project en 44 países del mundo reconoció que Dios jugaba un papel “muy importante” en sus vidas. La misma respuesta fue ofrecida por 77% de las personas entrevistadas en Brasil, 72% en Honduras, 69% en Perú, 66% en Bolivia, 61% en Venezuela, 59% en México y 39% en Argentina. En Estados Unidos, 59% de las personas entrevistadas ofreció la misma respuesta, comparado con 30% en Canadá, 33% en Gran Cfr. Dobreé, Patricio y Bareiro, Line. “Estado laico, base del pluralismo”. En: La trampa de la moral única. Argumentos para una democracia laica. Campaña 28 de septiembre por la despenalización del aborto, Campaña por una Convención Interamericana por los derechos sexuales y los derechos reproductivos, Lima, 2005. 13 10 Bretaña, 27% en Italia, 21% en Alemania y 11% en Francia. Solamente los países africanos incluidos en el estudio registraron mayores niveles de religiosidad que los latinoamericanos”.14 Al respecto señala que las diferencias estadísticas entre América Latina y Europa no revelan todo el trasfondo político y social de la cultura religiosa de la región puesto que en la religiosidad europea predomina una visión “moderna” de Dios: la idea de Dios como una fuerza que no interfiere en la determinación del destino de la humanidad. Por el contrario, en América Latina prevalece una visión “providencialista meticulosa” de Dios y de la historia, un modelo teológico que ofrece una visión de Dios como una fuerza que determina todos y cada uno de los aspectos de la historia de los individuos, las sociedades y el mundo. Pérez-Baltodano ha acuñado el término “pragmatismo resignado” para designar la cultura generada por la visión providencialista que reproducen las iglesias y que inducen a los latinoamericanos a aceptar que sus destinos individuales y sociales están determinados por fuerzas ajenas a su voluntad, y en esta perspectiva “lo políticamente deseable debe subordinarse siempre a lo circunstancialmente posible”. 15 La política se concibe entonces como la capacidad para ajustarse a la realidad del poder, no para cambiarla. Ello explicaría la “tolerancia” de las élites y el fatalismo de las masas latinoamericanas, que expresarían así un sentido de irresponsabilidad ante la historia y tal actitud se reflejaría a su vez en el Estado, en tanto condensación de la cultura y de los valores sobre los cuales se organiza la vida social. Recuerda que la definición de un plano intermedio entre el Estado y Dios –el plano de la razón- constituyó el punto de partida para el surgimiento y el desarrollo de historias sociales reguladas desde el Estado y que como parte de este proceso, la filosofía desplazó gradualmente a la teología, en tanto que la idea del “Dios omnipotente” fue reemplazada por la del “Legislador omnipotente”. Esa misma visión moderna se expresó en el desarrollo de la sociedad civil y de los derechos ciudadanos, que en Europa han servido para contrarrestar el poder del Estado y las desigualdades generadas por el mercado. Por el contrario, la permanencia y el peso del Dios omnipotente y providencial en la cultura latinoamericana se expresa institucionalmente en la debilidad de los Estados y en la existencia de estructuras de derechos ciudadanos frágiles y parciales. Esta debilidad del Estado latinoamericano puede verse en su limitada capacidad de regulación social, en sus bajos niveles de legitimidad y, en términos más generales, en su pobre capacidad de gestión para promover el desarrollo. Apunta que algunos Estados ni siquiera han logrado alcanzar el monopolio del uso legítimo de la fuerza. En el estudio comparativo realizado por Guillermo O’Donnell sobre la efectividad del Estado de Derecho, el autor propone colorear un mapa donde cada color indica el alcance de la efectividad o inefectividad del Estado de Derecho. 16 Así, las zonas de color azul, Pérez Baltodano, Andrés.”Dios y el Estado. Dimensiones culturales del desarrollo político e institucional de América Latina”. En: Nueva Sociedad No.210, julio-agosto 2007. 15 Cfr. Pérez Baltodano, Andrés. Entre el Estado Conquistador y el Estado Nación: Providencialismo, pensamiento político y estructuras de poder en el desarrollo histórico de Nicaragua. (IHN/ UCA, Managua, 2003) 16 Ver O’Donnell, Guillermo. Acerca del Estado, la democratización y algunos problemas conceptuales. Una perspectiva latinoamericana con referencia a países poscomunistas, Desarrollo Económico, Vol. 33, N. 130 (Julio/ Septiembre, l993) y Acerca del Estado en América Latina Contemporánea. Diez tesis para discusión. http://www.centroedelstein.org.br/acercadelestado.pdf#search=%22Guillermo%20O'Donnell%22 14 11 indican una alta presencia del Estado, tanto en el aspecto funcional como territorial (es decir, un conjunto de burocracias razonablemente eficaces) y la existencia de una legalidad efectiva, siendo Noruega un ejemplo de este color. Las zonas verdes señalan un elevado grado de penetración territorial con una presencia mucho menor en términos funcionales. Los Estados Unidos serían ejemplo de una combinación de azul y verde con importantes manchas marrones en el sur. Las manchas marrones indicarían una escasa o nula presencia del Estado. En el caso de América Latina abundan las manchas marrones y hay países y zonas dentro de ellos, donde sus sociedades no se rigen por el Derecho estatal y donde el Estado no tiene la capacidad de garantizar homogéneamente la vigencia de sus normas. 1.3.3. Racionalidad instrumental vs racionalidad sustantiva Es en este sentido que no es posible hablar de la existencia del pleno reconocimiento del principio de ciudadanía puesto que esta precariedad permite a los Estados de la región “flotar” sobre sociedades que no cuentan con la capacidad para determinar las prioridades de los gobiernos, situación que ha empeorado con la institucionalización del modelo neoliberal de Estado. El neoliberalismo constituye así un “punto de ruptura” con el pensamiento político democrático occidental que desde el siglo XVII, ha intentado integrar y balancear la racionalidad instrumental capitalista, que está en función de resultados en el mercado, con la racionalidad sustantiva que está en función de los principios liberales de justicia, solidaridad e igualdad social, por lo cual la democracia debe verse entonces, como una relación tensa y a menudo contradictoria entre esas dos racionalidades (PérezBaltodano, 2007). Dentro del marco de una racionalidad instrumental, la posibilidad de una vida digna y segura depende de la capacidad del individuo para operar con éxito dentro del mercado, mientras que los valores sustantivos de la democracia establecen que la dignidad de las personas es la variable independiente a la cual debe adaptarse la organización de la economía y la sociedad. El Estado de Derecho sería la principal expresión institucional del balance que las sociedades democráticas y capitalistas avanzadas tratan de alcanzar entre las dos racionalidades, en tanto el Estado de Derecho protege el mercado, limita el poder del Estado y contrarresta los efectos sociales más nocivos de la lógica del capital. 1.4. Mercado vs Democracia: cuatro contradicciones Lo que ha ocurrido es que, aparte de la radical reestructuración económica y social precipitada por el modelo neoliberal y de la creciente globalización de los mercados, también se ha producido una inédita mercantilización de la vida social. Ello dio origen a un notable desequilibrio en la relación entre mercado, Estado y sociedad, por medio del cual el crecimiento desorbitado del primero se hizo a expensas y en detrimento de los otros dos, provocando así un vaciamiento y crisis de las instituciones. Producto de lo anterior, señala Atilio Borón, es el ostensible achicamiento de los espacios públicos en las sociedades latinoamericanas, progresivamente asfixiadas por el súbito corrimiento de las fronteras entre lo público y lo privado en beneficio de este último. Pero además por un tan acelerado cuanto reaccionario proceso de “reconversión” en función de una lógica puramente mercantil de antiguos derechos ciudadanos, tales como la 12 educación, la salud, la justicia, la seguridad ciudadana, la previsión social, la recreación y la preservación del medio ambiente, en remozados “bienes” y “servicios”. Borón argumenta que hay cuatro contradicciones17 – que presentamos resumidas abajoque ponen de relieve la incompatibilidad entre democracia y mercado, puesto que sólo por excepción esta relación ha sido armoniosa. 1. Lógica ascendente o lógica descendente Más allá de sus múltiples variantes, una democracia por elemental que sea remite a un modelo ascendente de organización del poder social, que se construye, de abajo hacia arriba, sobre la del reconocimiento de la absoluta igualdad jurídica y la plena autonomía de los sujetos constitutivos del “demos”. El mercado por el contrario, obedece a una lógica descendente: son los grupos beneficiados por su funcionamiento –principalmente los oligopolios- quienes tienen capacidad de “construirlo”, organizarlos y modificarlo, haciéndolo de arriba hacia abajo con criterios diametralmente opuestos a los que presiden la constitución de un orden democrático. El mercado requiere de compradores y vendedores, los que en ningún caso son iguales. 2. Participación o exclusión La democracia esta animada por una lógica incluyente, abarcativa y participativa, tendencialmente orientada hacia la creación de un orden político fundado en la soberanía popular. Si la democracia es gobierno “del pueblo, por el pueblo y para el pueblo”, la participación del pueblo no puede ser sino irrestricta, como inapelable su plena inclusividad. Sin embargo, en las distintas fases de la evolución del capitalismo democrático esta identidad estuvo muy lejos de satisfacerse: hasta fechas bastante recientes, exclusiones de diversa naturaleza impidieron la participación de las mujeres, los trabajadores, los analfabetos, los inmigrantes internos y ciertas etnias, que conformaban la mayoría de la población. Si bien en los últimos tiempos el capitalismo democrático toleró a regañadientes las iniciativas populares y democráticas tendientes a hacer coincidir al pueblo con la ciudadanía poniendo fin a viejas exclusiones y proscripciones, el proceso dista mucho de ser completado. En cuanto a la política, si la oferta electoral esta viciada porque en realidad no presenta alternativas reales, pero además se induce la apatía política, la persistente desvalorización de la política o de la esfera pública, lo que se logra es el retraimiento de los ciudadanos y la abstención electoral. “El neoliberalismo ha sido un maestro consumado en el arte de desacreditar la política y el espacio público: la primera es satanizada como el reino de los charlatanes, los holgazanes, irresponsables, mentirosos y corruptos; lo público como una esfera dominada por la ineficiencia, la irracionalidad, la corrupción…” observa Borón. 3. Justicia o ganancia Una tercera contradicción es que la democracia está animada por un sentido de justicia. Sacando la consecuencia lógica de la afirmación de John Rawls de que “la justicia es la primera virtud de las instituciones sociales”, por extensión dice Borón, es posible afirmar Ver: Borón, Atilio. . “Los nuevos Leviatanes y la Polis Democrática”. En: Tras el Buho de Minerva, CLACSO, Buenos Aires, 2000. 17 13 que “la justicia debe ser también el objetivo final de la democracia, dado que en cuanto forma política específica de organización de la ciudad sería incongruente que la primera pudiera tener como valor supremo el logro de fines incompatibles con los de esta”. De acuerdo con lo anterior, hace una advertencia ominosa: “Es muy improbable y más que problemática la sobrevivencia de la democracia en una sociedad desgarrada por la injusticia, con sus desestabilizadores extremos de pobreza y riqueza y con su extraordinaria vulnerabilidad a la prédica destructiva de los demagogos”. 4. Colonización de la política por la economía La cuarta contradicción es que la democracia posee una lógica expansiva que parte de la igualdad establecida en la esfera de la política, que impulsa a la ciudadanía a tratar de “transportar” su dinámica igualitaria hacia los más diversos terrenos de la sociedad y la economía, a partir de la fuerza y capacidad movilizadora de sindicatos, partidos de izquierda y organizaciones representativas de las clases y capas populares que produjo una progresiva conquista de derechos sociales y económicos, que de privados pasaron a ser bienes colectivos cuya provisión pasó a depender de los Estados nacionales. Mediante este proceso se produjo con la fórmula keynesiana, un gran avance en el proceso de ciudadanización, lo cual cristalizó en una inédita democratización de la sociedad y el Estado en el capitalismo desarrollado. En la periferia el fenómeno adquirió menor intensidad, pero sus efectos sociales, económicos y políticos tuvieron de todas formas una honda repercusión. Sin embargo, desde la contraofensiva neoliberal, lo que se verifica es un proceso diametralmente opuesto de privatización o mercantilización de los viejos derechos ciudadanos. Se trataría de la “desciudadanización” , en algunos países de manera acelerada, de grandes sectores sociales víctimas del predominio de criterios económicos o contables en esferas antaño estructuradas en función de categorías éticas, normativas, o al menos, extramercantiles. Si antes la salud, la educación o el más elemental acceso al agua potable eran derechos consustanciales a la definición de la ciudadanía, la colonización de la política por la economía los convirtió en otras tantas mercancías a ser adquiridas en el mercado por aquellos que puedan pagarlas. A la luz de estas cuatro contradicciones, Borón advierte que el tema de la compatibilidad entre mercado y democracia es, a largo plazo, imposible y en el corto y mediano plazo, bastante problemática. Señala que la posibilidad de armonizarlos entre 1948-1973 fue porque se hallaban sujetos a un estricto control político mediante una densa red de regulaciones e intervenciones de todo tipo y que fue éste control el que abrió el espacio a un profundo proceso de democratización, habida cuenta la debilidad relativa de la fuerza del mercado. Por ello, señala, ante un proceso como el que caracteriza la reestructuración neoliberal es muy difícil sostener el funcionamiento de un régimen democrático, puesto que uno de los requisitos más importantes de la democracia es la existencia de un grado bastante avanzado de igualdad social. Estamos pues ante una “dualidad de poderes” donde el sufragio universal se vuelve un simulacro democrático al permitir que todos voten bajo la ilusión de la igualdad ciudadana pero carentes de resultados concretos a nivel de las políticas estatales, mientras el mercado instituye un segundo y muy privilegiado mecanismo decisorio: un sistema de voto calificado, esencialmente antidemocrático y aislado por completo de los influjos y demandas que pudieran proceder del ciudadano común y corriente. El resultado es que ni somos ciudadanos, ni somos consumidores. Estamos, según la expresión del autor, “en el 14 peor de los mundos: democracias sin soberanía popular y mercados sin soberanía del consumidor”. Algunas conclusiones del análisis de Borón son básicas para el abordaje sobre la desigualdad y la inequidad de género que se vive en América Latina siendo pertinentes para el análisis desde una perspectiva feminista. En este sentido, es importante asumir que: La soberanía popular que se expresa en un régimen democrático debe necesariamente encarnarse en un Estado nacional ya que mientras no haya un sucedáneo, la sede de la democracia continuará siendo el Estado-Nación. En la actualidad la fenomenal desproporción entre estados y mega-corporaciones constituye una amenaza formidable al futuro de América Latina y para enfrentarla es preciso: a) construir nuevas alianzas sociales que permitan una drástica reorientación de las políticas gubernamentales y, b) diseñar y poner en marcha esquemas de cooperación e integración supranacional que hagan posible contraponer una renovada fortaleza de los espacios públicos democráticamente constituidos al poderío de las transnacionales. Es necesario abandonar y revertir las políticas que pusieron en práctica los gobiernos neoliberales de la región, lo que significa que en algún momento habrá que encarar el tema de la reconstrucción del Estado, visto como un Estado fuerte en sentido financiero y organizacional, dotado de persuasivas capacidades de intervención y regulación en la vida económica y social. Rechazar enérgicamente los argumentos de los economistas ortodoxos que reducen la evaluación de la marcha de una sociedad al desempeño de un conjunto estandarizado de variables cuantitativas: “Llegó la hora de hacer callar a la economía y volver a escuchar la teoría política y la filosofía moral”. 1.4.1. El vaciamiento de la política y de la ciudadanía De acuerdo con Borón, estaríamos al borde de la desaparición de las condiciones mínimas para que exista ciudadanía en un Estado latinoamericano cuya relación con la sociedad se ha distinguido por el patrimonialismo, el autoritarismo y la exclusión.18 En estas tres características, que se potencian unas a otras, se encuentran las raíces de la crisis estructural del Estado, manteniéndose tanto en periodos de regimenes democráticos, populistas o autoritarios, como en periodos de ascenso o descenso económico. El patrimonialismo, entendido como el uso privado de la cosa pública, indica que se carece de una condición esencial de la constitución del Estado moderno: la separación entre el patrimonio público y el patrimonio privado de los gobernantes, lo que da como resultado un Estado incompleto en la dimensión republicana (Fleury, 1999). Ello le resta legitimidad al poder público por un lado, e inviabilidad a la constitución del mercado competitivo por el otro, ya que la competencia es sustituida por la regla de "proximidad" o acceso diferencial al Estado para la obtención de privilegios y resultados. Según Fleury, la irracionalidad de las políticas estatales y la incapacidad de planificar el desarrollo 18 Fleury, Sonia. Política social, exclusión y equidad en América Latina en los años noventa. Buenos Aires, 1999. Ver: http://estatico.buenosaires.gov.ar/areas/des_social/documentos/documentos/15.pdf 15 nacional surgen como consecuencias inexorables de esta falta de distinción entre los intereses públicos y los privados. Por otra parte, la predominante relación autoritaria entre el Estado y la sociedad implica que la dimensión democrática (reglas legítimas de competencia política para la participación del mayor número y no discriminación) está ausente, lo que compromete el desarrollo de instituciones sólidas y legítimas y se expresa en la debilidad del sistema de representación, tanto por el distanciamiento de los partidos políticos en relación a las demandas sociales, como por la inoperancia del poder legislativo así como por la inexistencia de una justicia accesible e imparcial. La expresión administrativa del autoritarismo es la preponderancia de un poder ejecutivo sin transparencia, con una burocracia que se auto-considera soberana y que no rinde cuentas de sus actos. Para Fleury, la existencia de los “Estados sin ciudadanos” (sin derechos civiles, políticos y sociales) “tiene por efecto la presencia de un poder intervencionista y despótico, cuya fuerza aparente es negada por la ausencia de legitimidad en el ejercicio del poder político, dando lugar a un Estado fragilizado y subordinado a los intereses privados ahí instalados, de los cuales depende su sustentación.” La exclusión, como tercera gran característica del Estado latinoamericano, entendida como la no incorporación de una parte significativa de la población a la comunidad social y política, negándole sus derechos de ciudadanía, impide la constitución de la dimensión nacional, puesto que la exclusión implica la construcción de una normatividad que separa a los individuos dentro la nación, con lo cual la constitución plena de la nación se imposibilita. “La cuestión central para la comprensión de la exclusión” dice Fleury, “ es entenderla como un proceso que atenta contra la dignidad humana y priva a los individuos de su estatus de ciudadanos, impidiéndoles que se vuelvan sujetos de su proceso social. Es decir, además de los derechos de ciudadanía, lo que está negado a los excluidos es su propia condición humana, y la posibilidad de realizar su potencial como sujetos.” Si bien esto es verdad para todos los grupos excluidos, es particularmente cierto para el caso de las mujeres por lo cual es necesario además entender cómo se ha estructurado la exclusión de género y cómo se mantiene. Aún en Estados liberal democráticos consolidados, la ciudadanía de las mujeres una vez reconocida, no la han realizado totalmente, de modo que las mujeres siguen siendo ciudadanos de segunda clase. Así, aún cuando las mujeres accedieron al voto no han llegado a estar adecuadamente representadas en los órganos legislativos y de gobierno. La paridad en la ciudadanía civil aún en aquellos casos en que ha logrado instituirse de modo formal no ha resuelto las discriminaciones existentes. Por otra parte, en cuanto a los derechos sociales en tanto éstos se han desarrollado como derechos del trabajo para el mercado y no se reconoce a las mujeres el trabajo de cuidados como fuente de derechos y status de ciudadanía, han servido para reproducir la dependencia de sus maridos o del Estado. 16 II. Ciudadanía y mujeres: excluidas por principio “El contrato social es una historia de libertad, el contrato sexual es una historia de sujeción”. Carole Pateman, El Contrato Sexual El género es un factor de carácter estructural que determina la ya de por sí compleja red de relaciones sociales que expulsa a las mujeres de todos aquellos espacios relacionados de una u otra manera con el poder. La consideración de la ciudadanía desde una perspectiva de género permite entender los límites y peculiaridades de los regímenes democráticos contemporáneos y la evolución de las instituciones a la luz de su capacidad para transformar la vida de las personas y el bienestar general, que depende de poder disfrutar o no de las reglas públicas que gobiernan la convivencia, en particular del conjunto de derechos civiles, políticos y sociales que los Estados reconocen a los individuos en tanto ciudadanos. Frente a la exclusión de las mujeres de la ciudadanía, el feminismo ha exigido la concreción de las promesas de libertad, igualdad y solidaridad contenidas en la acepción universal de la ciudadanía. De ahí que rechace el concepto de ciudadanía clásica en tanto la exclusión de las mujeres de la ciudadanía y de la democracia moderna no es tanto un déficit cuanto un elemento constitutivo del pacto social que funda la Modernidad y de la propia definición del concepto de ciudadanía. Como ha dicho María Fernández Estrada, “la historia de la ciudadanía es a priori un fracaso porque el concepto de ciudadanía se trenza explícitamente sobre una exclusión: la exclusión de las mujeres”. El hecho de que el ciudadano en la constitución de la democracia moderna fuese un varón ha marcado poderosamente la noción de ciudadanía, estando impregnada de fuertes sesgos patriarcales que obstaculizan la ciudadanía de las mujeres y ponen en cuestión la legitimidad de la democracia y la igualdad de derecho. Los límites actuales de la ciudadanía femenina están íntimamente vinculados a su origen y es en las teorías de Hobbes, Locke y Rousseau donde deben buscarse los orígenes del patriarcado contemporáneo y de la exclusión de las mujeres de la democracia. 19 Hobbes, Locke y Rousseau, como defensores de la idea moderna de que todos nacemos libres e iguales, no podían excluir a las mujeres de esos conceptos políticos sin justificarlos adecuadamente y recurrieron a la ontología para hacerlo: decidieron que la constitución de la naturaleza femenina colocaba a las mujeres en una posición de subordinación en todas las relaciones sociales en que participaban. Todos conceptualizaron al varón como un ciudadano y a la mujer como una súbdita. Rosa Cobo sostiene que el surgimiento del contractualismo moderno no sólo responde a una crisis de legitimación del esquema político medieval sino también a una crisis de legitimación patriarcal y que cada teoría del Contrato lleva implícito un pacto patriarcal específico. Sostiene que Jean Jacques Rousseau es uno de los más importantes fundadores del patriarcado moderno al definir el contrato social en forma de grupo juramentado: compromiso fraternal de los varones como genérico y exclusión absoluta de las mujeres, donde se necesita de su subordinación como condición de posibilidad de la Cobo Bedía, Rosa. “La democracia moderna y la exclusión de las mujeres”. Revista Mientras Tanto, No.62, 1995. Véase también Fundamentos del patriarcado moderno: Jean Jacques Rousseau, Col. Feminismos, Universitat de Valencia, 1995. 19 17 vida democrática. Como los contractualistas también sostienen que toda dominación para ser legítima debe ser voluntaria, trasladaron la noción de consentimiento propio del contrato social al matrimonio, por medio del cual las mujeres quedan sometidas “voluntariamente”. Al respecto Carole Pateman apunta que previo al “contrato social” con el cual los hombres libres e iguales van a construir un orden social nuevo, debe haberse firmado un “contrato sexual” a partir del cual los varones regulan el acceso sexual al cuerpo de las mujeres.20 Este contrato hace posible que el derecho “natural” de los varones sobre las mujeres se transforme en derecho civil patriarcal. Pateman concluye que así como el espacio público debe ser explicado a partir del contrato social, el origen del espacio privado debe ser interpretado desde el contrato sexual. Tanto la política como la familia se crean a partir de un contrato y ambas necesitan de la legitimidad que proporciona el consentimiento, aunque son profundamente asimétricos entre sí, puesto que como señala Cobo, “en el contrato social los varones consensuan su libertad y su igualdad ante la ley y en el contrato de matrimonio las mujeres ‘consensuan’ su sujeción a los varones y éstos su dominación sobre aquellas”.21 El casamiento vuelve a las mujeres dependientes del control de su marido en los planos de la sexualidad y el trabajo, en la esfera familiar y en el mercado de trabajo. Así, la opresión de las mujeres está ligada a la división sexual entre el espacio público y el privado. Es esto lo que explica que los derechos sociales y políticos en las democracias modernas sean insuficientes para el acceso de las mujeres a una ciudadanía plena. Como advierte Alicia Miyares, las mujeres viven una ciudadanía incompleta, defectiva y no activa porque no cumplen de forma satisfactoria ninguno de los cuatro rasgos característicos de una ciudadanía plena y activa: la capacidad de elección, la capacidad de participación, la distribución de la riqueza y el reconocimiento (autoritas).22 Para que opere sustantivamente, la ciudadanía debe estar presente y visible en el nivel político, el nivel económico, el nivel cultural de las normas y valores y el nivel personal de la familia, el hogar y las relaciones. Lo anterior obliga a repensar la división espacio público-espacio privado familiar. La gran cuestión a resolver es el cumplimiento efectivo de la ciudadanía para las mujeres y, en consecuencia, la ampliación de la democracia. En sociedades donde la ciudadanía, en tanto dimensión igualitaria y cívica, no está generalizada y, por ende, se convive con altos niveles de exclusión y desigualdad, el papel del Estado es crucial para inducir procesos sociales que promuevan condiciones de innovación e inclusión. Pero también es crucial la construcción, el desarrollo y el despliegue de los movimientos de mujeres, a fin de constituirse en sujetos políticos en lucha por el reconocimiento y la ampliación de sus derechos. El breve recuento histórico que sigue así lo demuestra. 2.1. La ciudadanía de las mujeres en América Latina En las primeras décadas del siglo XX, las mujeres en varios países de la región lucharon por el acceso a la educación, la participación política y el derecho al voto. En un significativo número de países (Argentina, Bolivia, Costa Rica, Cuba, Guatemala y Venezuela) el derecho a votar coincidió con la ampliación de la democracia, lo que ayudó 20 Pateman, Carole. The Sexual Contract, Polity Press, 1988 Cobo Badía, Rosa. La democracia moderna… 22 Miyares, Alicia. Democracia feminista, Madrid, Cátedra, Col. Feminismos, 2003 21 18 a las sufragistas a asegurar el cumplimiento a sus demandas. Sin embargo, en otros casos fueron los propios gobiernos autocráticos quienes concedieron a las mujeres el derecho al voto –Trujillo en República Dominicana, Somoza en Nicaragua, Stroessner en Paraguay–. Las luchas sufragistas coexistieron en algunos países –Argentina, Bolivia, Brasil, Chile, Cuba, México, Panamá, Paraguay, Perú, Uruguay y Venezuela– con la participación de las mujeres en el movimiento obrero (Bareiro, 2000). En dependencia del país, la segunda ola del movimiento de mujeres y feminista comenzó en la década de los 70 y los 80, restableciendo a las mujeres como sujetos sociales que en ese período demandaron el respeto a su diferencia y el derecho a la igualdad. Virginia Vargas describe este proceso señalando que “los orígenes izquierdistas de muchas de las que iniciaron la audacia movimientista, aunada a esta confrontación con dictaduras y autoritarismos, marcó durante los años 70 y parte de los 80 su forma de entendimiento y su escaso acercamiento al Estado. La consigna de las feministas chilenas en su lucha contra la dictadura “democracia en el país y en la casa” fue la consigna de la década del 80 para muchas feministas en todos los países de la región. Articulándose tempranamente con el creciente y masivo movimiento popular de mujeres, fue desplegándose y nutriéndose en la relación-confrontación con las sociedades civiles, visibilizándose como movimiento social irreverente y contestatario. Los feminismos de los años 80 se orientaron básicamente a recuperar la diferencia y develar el carácter político de la subordinación de las mujeres en el mundo privado y sus efectos en la presencia, visibilidad y participación en el mundo público. Su contribución más reconocida fue la de des-encapsular colectivamente la experiencia femenina para descubrir sus significados políticos. En esta concepción, lo público estatal era, para las expresiones feministas latinoamericanas, un blanco a remodelar, re-concebir, refundar, no simplemente un lugar para ocupar un despacho concreto.”23 El feminismo latinoamericano se desarrolló de múltiples formas, en estrecha vinculación internacional, a través de redes, seminarios, campañas conjuntas, siendo la expresión más masiva en el ámbito regional los Encuentros Feministas Latinoamericanos, que se han venido realizando desde 1981. En este período se dio también el surgimiento de las Organizaciones No Gubernamentales que a su vez dotaron al movimiento con nuevos recursos organizacionales y con el tiempo, llevaría a muchos grupos de mujeres a convertirse en ONGs. En la década del 90 el movimiento enfrentó cambios significativos en la dinámica política, económica, social y cultural, con la generalización de la democracia como sistema de gobierno en la región. En esta década, el movimiento incursionó en el ámbito global a través de su participación en las conferencias y cumbres mundiales impulsadas por Naciones Unidas, pero también a nivel nacional y regional, la densa red tejida entre diferentes organizaciones de mujeres provenientes de distintos sectores, tanto del campo como de la ciudad, permitieron cruzar las barreras de clase facilitando la penetración del movimiento en distintos espacios y territorios. En las dos últimas décadas del siglo pasado, con la democratización política hombres y mujeres recuperaron el derecho a elegir a sus representantes y a postularse para cargos Vargas, Virginia. “Institucionalidad democrática y estrategias feministas en los 90”. En Memoria del II Seminario Regional: De poderes y saberes. Debates sobre reestructura política y transformación social. DAWN-REPEM, Mayo, 2000. Montevideo, Uruguay. 23 19 de elección. En Centroamérica el fin de los conflictos bélicos y el establecimiento de acuerdos de paz permitieron la creación de nuevas instituciones. En su conjunto, los países se vieron presionados a reformar sus instituciones en un contexto de creciente globalización y de cambios del modelo económico. Al ponderar el aporte de las mujeres en este proceso la CEPAL señala que: “El movimiento de mujeres, incluidas las feministas, cumplió un papel fundamental en la recuperación de las democracias y en los procesos de construcción de la paz luego de los conflictos armados. Las relaciones establecidas entre las distintas expresiones del movimiento (grupos de derechos humanos, organizaciones de sobrevivencia en zonas de conflicto, organizaciones feministas) lo dotaron de visibilidad y permitieron su reconocimiento como parte de las fuerzas democráticas antidictatoriales y progresistas comprometidas con la democracia y la paz”.24 Desde la década de los 90 la creación de una institucionalidad de género en el Estado ha sido una demanda común de los movimientos de mujeres de la región, a la luz de las recomendaciones conquistadas en las diversas conferencias de Naciones Unidas sobre las mujeres y por los debates sobre la modernización del Estado y la redefinición de las relaciones Estado-sociedad. Algunos de estos importantes instrumentos internacionales son: la Convención para la Eliminación de Todas las Formas de Discriminación contra las Mujeres (1979), las Estrategias de Nairobi orientadas hacia el futuro para el adelanto de las mujeres (1985), la Plataforma de Acción de Beijing (1995) entre otras. Un resultado importante del periodo es que América Latina y el Caribe fue la región que más temprano y de manera unánime firmó y ratificó la Convención sobre la eliminación de todas las formas de discriminación contra la mujer, que es considerada la carta internacional de los derechos de las mujeres y que da expresión jurídica a la búsqueda de igualdad plena al reelaborar el concepto de discriminación, definiéndola como “cualquier distinción, exclusión o restricción basada en la diferencia sexual que tenga como efecto u objetivo anular el reconocimiento de los derechos humanos de las mujeres” (artículo 1). Sin embargo, el proceso de ratificación del Protocolo Facultativo, que entró en vigor en diciembre de 2000 ha sido más lento, pues para el 2007 sólo 20 países lo habían firmado y 17 lo habían ratificado.25 La adopción de la Convención por parte de los Estados de la región implica el reconocimiento de que los mecanismos y procedimientos tradicionales para garantizar los derechos humanos presentaban insuficiencias para asegurar la igualdad real de las mujeres con respecto a los hombres. La X Conferencia Regional sobre las Mujeres realizada por la CEPAL en Quito en el 2007 valoró que “los conceptos incluidos en la Convención han inspirado modificaciones constitucionales y legislativas y han servido de ejemplo para avanzar en el reconocimiento de los derechos de otros sectores sociales como los pueblos indígenas o grupos discriminados por su opción sexual.” En ese sentido, señala, los alcances de la Convención trascienden el ámbito específico de la igualdad de género y beneficia en forma universal a muchos grupos humanos. 24 El aporte de las Mujeres a la igualdad en América Latina y el Caribe. X Conferencia Regional sobre las Mujeres de América Latina y el Caribe. CEPAL, Quito, agosto 2007. Pág. 24 25 De acuerdo con el informe de la CEPAL, la mitad (17) de los 33 países de la región han ratificado el Protocolo Facultativo: Antigua y Barbuda, Argentina, Belice, Bolivia, Brasil, Colombia, Costa Rica, Ecuador, Guatemala, México, Panamá, Paraguay, Perú, Venezuela, Dominicana, Saint Kitts-Nevis y Uruguay. Chile, Cuba y el Salvador firmaron el Protocolo Facultativo entre 1990 y 2001, sin que hasta hoy lo hayan ratificado. Los 15 países restantes de la región no lo han firmado ni ratificado. 20 2.2. Las reformas políticas Un estudio reciente muestra que desde que comenzó el proceso de democratización en la región, todos los países de la región han introducido reformas políticas o reemplazado la Constitución, que en muchos casos consagraron principios y normas que constituyen la base argumental para la defensa del derecho de las mujeres a su inclusión en la política.26 Argentina, Bolivia, Brasil, Chile, Colombia, Cuba, Ecuador, Guatemala, Honduras, México, Nicaragua, Paraguay, Perú, Uruguay y Venezuela han confirmado el principio de igualdad entre hombres y mujeres y diez de esos países lo han explicitado. Así mismo, el principio de no discriminación integra la normativa constitucional de Argentina, Bolivia, Brasil, Colombia, Costa Rica, Cuba, Ecuador, Honduras, Nicaragua, Paraguay, Perú y Venezuela. En los 90 hubo también una ola de reformas de leyes electorales en toda la región, que incluyeron modificaciones destinadas a incluir a las mujeres en los espacios de poder político, por la vía de la instalación de cuotas. Las autoras del estudio (Bareiro et al, 2007) afirman que antes de las presentes reformas democratizadoras, ninguna forma estatal de la región concibió a las mujeres como sujetos de desarrollo y ciudadanas con derechos plenos; en todo caso, se las consideró como receptoras de programas de bienestar. A pesar de ello, prácticamente en todos los países de la región las mujeres conquistaron el voto, en la primera mitad del siglo XX. En la mayoría de los casos, transcurrió más de un siglo entre el establecimiento de la primera legislatura de los países como estados soberanos y el derecho de las mujeres a participar, sin restricciones, en la selección de quienes ocuparían escaños en las mismas. Posteriormente, las mujeres fueron accediendo a espacios de representación, pero en calidad de “muestra”, en medio de una absoluta mayoría masculina en los lugares de poder. Esta situación se mantiene hasta la actualidad, ya que solamente tres países tienen una presencia parlamentaria femenina superior al 20%. Se señala que el tránsito al derecho a ser electas ha sido lento, puesto que cinco países eligieron a sus primeras representantes en los años 40, nueve en la década de los 50, cuatro en la década de los 60 y uno, Nicaragua, hasta en 1972. En varios casos, la espera entre la obtención formal del derecho a ser electas y su uso efectivo fue una de década o más, como sucedió en Uruguay, Guatemala, Bolivia, Nicaragua, Chile y Ecuador. En estos dos últimos países, este derecho estuvo “latente” por 20 y 27 años, respectivamente (Unión Interparlamentaria, 1995). El acceso a las presidencias de los países fue aún más tardío y también en calidad de “muestra”: hasta en 1990 una mujer llegó al ejecutivo a través de elecciones democráticas: Violeta Chamorro en Nicaragua. Antes, otras tres mujeres habían llegado a la presidencia pero por vías no electorales: María Estela Martínez de Perón (Argentina, 1974-1976), Lidia Gueiler (Bolivia, 1979-80), Rosalía Arteaga (Ecuador, dos días en 1997). La siguiente mujer que llegó al poder por medio de elecciones fue Mireya Moscoso (Panamá, 1999-2004), seguidas por las recientemente electas Michelle Bachelet (Chile, 2006) y Cristina Kirchner (Argentina, 2007). 26 Barreiro, Line, Soto, Clyde y Soto, Lilian. La inclusión de las mujeres en los Procesos de Reforma Política en América Latina. BID, Washington, Abril 2007 21 Pero la exclusión no sólo ha sido la norma en los cargos electivos, sino en los cargos de designación directa o a través de mecanismos institucionales de nombramiento. Así, apenas en el año 2004 dos países de la región, Argentina y Paraguay, han nombrado por primera vez mujeres en los máximos tribunales de justicia, mientras en relación a la titularidad de los ministerios se ha seguido un curso desigual, habiendo un aumento del nombramiento de mujeres muy notable puesto que en el 2002 habían siete veces más mujeres que a mediados de la década de los 70 (Iturbe, 2003). Mujeres Ministras en Latinoamérica. 1940 -2002 45 40 35 30 25 20 15 10 5 0 AR BR BO CO CH CU CR EC ES GU HO ME NI PN PR PE RD UR VE Fuente: Woman leaders guide, en Iturbe, 2003. El cuadro siguiente también tomado del trabajo de Eglé Iturbe muestra la tendencia de crecimiento en la designación de mujeres ministras en un período de 57 años: Incremento en la designación de mujeres Ministras en la región 1944-2001 N ú m e r o 160 140 120 100 80 60 40 20 0 Antes 1960 1960-1974 1975-1984 1985-1994 1995-2001 El estudio de Bareiro, Soto y Soto, estima que en la década final del siglo XX se produjo un aumento sustantivo de la proporción de mujeres electas en los espacios de decisión públicos. El gráfico siguiente muestra la evolución de las cifras que se tenían a inicios de la década de los 90 con las verificadas en el año 2002. 22 Fuente: Htun, 2002, en Bareiro et al, 2007(cálculo para todos los países con excepción de Haití). Sin embargo, advierten que a pesar de que en algunos estados latinoamericanos el aumento de mujeres en estos espacios de decisión ha sido importante, los progresos pueden considerarse todavía modestos, al llegar cerca del 20% en un lapso de 70 años, aunque en los últimos quince, desde 1990 registran la mitad de ese aumento. Pese a ello nada garantiza que el crecimiento o el aceleramiento sean sostenidos, puesto que “si se mantuviera el ritmo de crecimiento señalado, de aproximadamente un 10% cada quince años, sin aceleramiento, faltarían aún 45 años para llegar a un acceso paritario de mujeres a los parlamentos en América Latina. Un cálculo similar hecho en Uruguay por Graciela Sapriza estima que la paridad se lograría en ese país en 2070, de seguirse con el efecto inercial de lenta incorporación femenina… mientras que en Paraguay se alcanzaría en 2063” (Barreiro et al, 2007:13) En cuanto al acceso de las mujeres en cargos de decisión a nivel local refleja un incremento importante de un 11% en 1996 a un 25% en 2006, lo que supone una duplicación en el número de concejalas en términos absolutos. Sin embargo, el porcentaje de mujeres alcaldesas de la región no ha experimentado cambios sustantivos en los últimos 10 años, manteniéndose constante en niveles mínimos de un 5% a un 6% de representación, según la CEPAL (ver gráfico). Señala que ello evidencia que el principio de proximidad que legitima específicamente al gobierno local no funciona como principio que favorezca la equidad de género. 23 Evolución regional (25 países) de la presencia de mujeres en el poder local (en porcentajes) Fuente: CEPAL, X Conferencia Regional sobre la Mujer, Quito 2007 Por otro lado, está comprobado que la falta de acceso a espacios de poder y representación de las mujeres no se debe a limitaciones cívicas de las mujeres, sino que son las estrategias segregacionistas de los partidos políticos los que impiden su inclusión, tales como el proceso de selección de candidaturas, las prácticas internas y la cultura política prevaleciente en los partidos y la ausencia de mecanismos que podrían garantizar la participación y competencia de las mujeres. Entre las demandas políticas que se han expandido en la región, esta la de las cuotas de participación por sexo como mecanismo para mejorar la inclusión, que se han venido adoptando progresivamente en la mayoría de los países a través de la legislación electoral. Al 2007 once países contaban con leyes de cuotas que obligan a los partidos a incluir entre el 20 y el 40% de mujeres en las listas de elección parlamentaria. Costa Rica es el único caso en que la norma es del 40%. En Ecuador, la ley indica que el porcentaje aumentará progresivamente en cada elección hasta llegar a la paridad. Sin embargo, los resultados de las cuotas han sido desiguales y si bien la presencia de mujeres aumentó en un promedio de 8% más a partir de la adopción de la medida por el conjunto de países, la igualdad en el derecho a gobernar está aún muy lejos. De ahí que se esté gestando la demanda más agresiva por parte del movimiento de mujeres de reclamar la paridad en la representación y en el gobierno: el 50% de participación en el poder político. 24 Fuente: Barreiro et al 2007 De otro lado, es un hecho que las mujeres que más han accedido al ejercicio pleno de sus derechos y a cargos de poder, son las mujeres adultas de clase media y alta. No obstante, el despliegue de organizaciones y la diversificación del movimiento de mujeres (negras, indígenas, jóvenes, lesbianas, rurales, etc.) han llevado a revisar la intersección de género con la clase, la etnia, la raza, la procedencia, la opción sexual y la edad, para la integración de la diferencia en el acceso de las mujeres a la participación política en el marco de un futuro Estado democrático, laico, pluralista y paritario. De acuerdo con la CEPAL el acceso de las mujeres al parlamento es el resultado de distintos factores que se combinan de diferente manera. Entre estos se destacan una historia previa de activismo social, haber ocupado cargos de representación local, el desarrollo de exitosas carreras profesionales (abogadas, economistas), la cultura política de la familia de origen y el apoyo de la familia actual. Es reconocido que el Estado en América Latina –pese a todas las características señaladas- ha sido en diversos momentos de su historia, productor de sociedad, siendo el 25 espacio político en el cual la ciudadanía ha sido tradicionalmente consagrada y fortalecida, tanto de manera simbólica como real. Sin embargo, la colonización de la democracia por la economía neoliberal, ha hecho realmente difícil que el Estado cumpla con ese rol. De manera que el desafío fundamental que enfrentan los movimientos de aspiración democrática es, como apunta Virginia Vargas, cómo lograr en tales condiciones, impulsar procesos de reestructuración política con trasformación social. En este marco es que se han batido los movimientos de mujeres en su relación con el Estado, por lo cual ha sido un terreno de lucha ambivalente y contradictorio, que ha producido ciertos resultados en el ámbito de la institucionalidad para poner en marcha mecanismos de género que promuevan la igualdad y la equidad. La institucionalidad dirigida a las mujeres fue una tendencia que se generalizó a partir de los 90, tanto por la presión interna de los movimientos feministas como por la presión externa de las conferencias mundiales, los organismos multilaterales y bilaterales, estando principalmente focalizados en tres aspectos: el esfuerzo por redistribuir recursos entre hombres y mujeres; el reconocimiento de las mujeres y el aumento del poder político de éstas. Sin embargo, al interior de los Estados alrededor del tema de la equidad de género existen diversos abordajes y discursos, incluso incongruentes con ese objetivo. En el balance, se puede afirmar que estos mecanismos institucionales han tenido un desarrollo desigual y no han gozado de las mismas oportunidades políticas en cuanto a su jerarquización dentro del Estado. No han sido dotados de suficientes recursos económicos, falta capacidad técnica y escaso poder político para llevar a cabo los planes de igualdad y las políticas de género, además de estar marcados fuertemente por la voluntad de los gobiernos y por la presencia individual o grupal -usualmente coyunturalde mujeres comprometidas con una agenda de género más progresista. Al respecto Vargas señala que existen algunas constantes: “estas maquinarias estatales no cuentan con presupuesto propio, compiten por fondos con la sociedad civil, no tienen ni posibilidades ni vocación de transversalidad en su impacto, ni coordinación en el Estado: no generan claros canales de negociación e interlocución democrática con la sociedad civil y los feminismos. Incluso, en aquellas instancias que sí han logrado una ubicación y un reconocimiento al interior del Estado…”27 El informe de la X Conferencia Regional sobre la Mujer (2007) advierte que si bien las mujeres han pasado a ocupar espacios cada vez más importantes en la toma de decisiones y son un factor clave en el mercado de trabajo, las mujeres siguen sobrerepresentadas entre los pobres y subrepresentadas en la política. Reconoce que la clave de esta postergación y el tratamiento de las mujeres como minoría vulnerable por parte de las políticas públicas se explica, en gran medida por la imposibilidad de las mujeres de romper el mandato cultural que las obliga a realizar las labores domésticas, así como por la ausencia de los hombres en las actividades del cuidado. 2.3. Mercado de trabajo y “contrato sexual” La participación de las mujeres en la población económicamente activa se ha venido incrementado en América Latina, puesto que en 1980 las mujeres constituían algo más de un cuarto de la mano de obra y pasaron a conformar en 1997 un tercio en Centroamérica y casi dos quintos en Sudamérica (UNIFEM, 2005). Los datos de la CEPAL indican que entre 1990 y 2002 la tasa de participación laboral femenina en las 27 Vargas, Virginia. Op. Cit. 26 zonas urbanas de la región aumentó del 39% al 50%. Los estudios de este organismo muestran reiteradamente que la discriminación de las mujeres en el ámbito laboral se observa en las remuneraciones, independientemente del nivel educativo. En el año 2005, la relación entre los ingresos laborales (es decir, todos los ingresos obtenidos por el trabajo) de mujeres y hombres alcanzaba un 70% en promedio en America Latina, mientras que el ingreso salarial de las mujeres representaba el 87% del de los varones. A partir del análisis de la tendencia histórica de reducción de esta brecha desde 1990, se puede proyectar que la igualdad de las remuneraciones de hombres y mujeres se alcanzaría idealmente en el año 2015 (salario) y que ese mismo año las mujeres percibirían el equivalente al 75% del ingreso de los hombres. El acceso al mundo laboral por parte de las mujeres se ve condicionado por el denominado “impuesto reproductivo”, que se deriva del trabajo no remunerado que las mujeres realizan en los hogares, producto del “pacto sexual” por el que se consagró al varón como proveedor económico universal de las familias y a las mujeres como cuidadoras. La brecha de ingresos entre los sexos revela hasta que punto sigue siendo importante la división sexual del trabajo, que ha sido y aún es funcional para los sistemas económicos puesto que garantiza la oferta de mano de obra subsidiada por el trabajo de las mujeres que se hacen cargo sin costo de la producción de bienes y servicios que de otro modo tendrían que ser provistos por el mercado y por el Estado. Los beneficios de las políticas de bienestar se han centrado en aquellos que participan en el mercado e inciden en forma diferencial en hombres y mujeres, puesto que todos los subsidios, como las jubilaciones, atención en salud, etc., están ligados al trabajo asalariado. Por lo tanto, aquellos que no cotizan a través de su trabajo, no están cubiertos. Las mujeres que cuidan de los miembros de su familia no tienen acceso directo a las prestaciones y servicios, aunque puedan gozar de pensiones a la muerte de los maridos. En 1995, en el Informe sobre desarrollo humano del Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo, se mostró que el tiempo de trabajo de las mujeres equivale a más de la mitad del tiempo de trabajo en el mundo y que, en términos de unidades físicas de tiempo, supera el total del trabajo de los hombres. A su vez, se subrayó que del total de tiempo de trabajo masculino, las tres cuartas partes corresponden a actividades remuneradas, mientras que del total de tiempo de trabajo femenino solamente se remunera un tercio. En otras palabras, las mujeres trabajan más que los hombres, pero el actual sistema económico y político no lo registra, lo valora o retribuye. Es así que las mujeres –inclusive las más educadas- aunque trabajan más ganan menos y registran mayor desempleo, mientras que la segmentación horizontal y vertical del mercado de trabajo no ha sufrido modificaciones significativas. Los estudios sobre los ingresos de los hogares, y sobre todo los estudios sobre la pobreza, consideran de forma explícita la contribución de los miembros de la familia a la renta, pero continúan ignorando la contribución del trabajo de reproducción social (CEPAL, 2007). Así mismo, muestran que las mujeres, además de trabajar en el ámbito privado, han cumplido el papel de intermediarias entre las políticas de salud primaria y los ministerios de salud, el cuidado infantil y los servicios de cuidado infantil, la recepción de transferencias monetarias para el mejoramiento familiar y los programas de lucha contra la pobreza, la producción y organización del consumo de alimentos donados y otros programas que se han desarrollado en la región para la disminución de la pobreza (Serrano, 2005). 27 Sin embargo, en casi todos esos estudios, el tiempo de las mujeres es una variable inexistente por lo que no se contabiliza su valor económico. La evidencia recogida por los estudios de la CEPAL, por ejemplo en Bolivia, Guatemala y Nicaragua, que vincula los datos correspondientes al mercado y los datos correspondientes al trabajo doméstico, muestra las marcadas interrelaciones entre ambos y la carga de trabajo total diferente entre hombres y mujeres: En América Latina el trabajo no remunerado de cuidado humano se asume como el destino propio de las mujeres, por lo cual la maternidad y los cuidados del hogar se constituyen en una barrera para la incorporación al mercado laboral o se vuelven una doble carga de trabajo. Por otro lado, al interior de los hogares gran parte de las mujeres viven en lo que representa “la caja negra familiar”: la maternidad no suele ser opción sino un hecho forzado, donde la violencia doméstica se encuentra en todas sus formas (física, sexual, psicológica) entrañando graves riesgos para la salud y bienestar de mujeres y niños. 2.3.1 Maternidad y organización familiar Si bien los indicadores de fecundidad han disminuido en todos los países de América Latina, la maternidad temprana en la región se mantiene en los estratos pobres siendo un determinante de exclusión, discriminación y violencia hacia las mujeres. A los 22 años, entre el 20% y el 35% de las latinoamericanas urbanas son madres, en tanto en las zonas rurales se llega al 60% y en ciertos países al 80% (CEPAL, 2006). Si bien el índice de fecundidad en la mayoría de los países de la región se encuentra por debajo de tres hijos por mujer, en aquellas donde hay más población indígena ese índice es más alto (Bolivia, Paraguay, Guatemala). Para tener la oportunidad de cruzar el umbral de la pobreza y la 28 exclusión, es preciso que las mujeres no sólo reduzcan el número de hijos, sino que pospongan la edad de su primer embarazo. Pero en América Latina se vive una maternidad forzada en la medida en que el aborto está prohibido en la mayoría de los países28, en donde se practican unos 3 millones 800 mil abortos anualmente en condiciones de riesgo (IPPF, 2006). A pesar de que desde inicios del siglo XX varios países actualizaron sus códigos penales, permitiendo el aborto terapéutico para salvar la vida y el aborto compasivo en caso de violación, el Vaticano y los gobiernos conservadores de Estados Unidos, han logrado hacer retroceder los procesos y en algunos casos revertirlos completamente. Tal es el caso reciente de Nicaragua, que desde 1893 permitía el aborto terapéutico, que fue derogado en 2006. Igualmente sucedió en el caso de El Salvador y Honduras (1997). Incluso en una sociedad tan laica como la de Uruguay, una iniciativa de ley de despenalización del aborto, fue frenada por el senado y posteriormente por el actual presidente socialista Tabaré Vázquez. Por otra parte, un estudio realizado por Irma Arriagada29 comprueba que en la región se asiste a cambios centrales en la organización y en la estructura de hogares y familias, entre los que destaca el aumento de hogares y familias con doble ingreso, con jefatura femenina y el crecimiento de hogares unipersonales. Entre los cambios más notables se encuentra la incorporación masiva de las mujeres al mercado laboral, en etapas del ciclo de vida familiar de formación y consolidación, con hijos menores, situación que demanda un nuevo enfoque social sobre el cuidado de hijos, adultos mayores y discapacitados. Por otra parte, indica que en ciertos tipos de familia y etapas del ciclo de vida familiar se encuentra una relación más estrecha con la pobreza y la indigencia, que en general corresponden a las etapas del ciclo de vida familiar donde hay hijos pequeños y dependientes económicamente. Señala que tradicionalmente la mayoría de las políticas gubernamentales se han construido a partir de un concepto de familia “funcional” donde hay presencia de padre y madre vinculados por matrimonio con perspectiva de convivencia de larga duración, hijos e hijas propios y en donde los roles de género está perfectamente definidos: las mujeres responsabilizadas de los trabajos domésticos y los hombres de los extradomésticos. Este modelo de familia presupone derechos y obligaciones tácitamente definidos y una interacción constante entre los miembros del grupo familiar, donde subyace un modelo de responsabilidades asimétricas y con relaciones poco democráticas. Las dificultades que enfrentan las mujeres para acceder y permanecer en el trabajo remunerado están vinculadas a los trabajos domésticos y de cuidado. De ahí que quienes no pueden delegarlo en otras mujeres por medio del servicio doméstico, redes familiares o comunales, o no tienen la necesidad imperiosa de una remuneración se dediquen únicamente a los quehaceres del hogar y permanezcan sin ingresos propios. El promedio de la tasa de actividad doméstica de las mujeres de la región es mucho mayor entre las cónyuges (52,2%) y entre las mujeres del área rural (42.1%), donde la delegación del 28 La OPS indica que el aborto es la causa principal de muerte materna en Argentina, Chile, Guatemala, Panamá, Paraguay y Perú; la segunda causa de muerte en Costa Rica y la tercera en Bolivia, Brasil, Colombia, Ecuador, El Salvador, Honduras, México y Nicaragua. 29 Arriagada, Irma. “Estructuras familiares, trabajo y bienestar en América Latina”. Conferencia Magistral, Conferencia Iberoamericana sobre familia, (La Habana, 2005). 29 trabajo reproductivo es más difícil y los sistemas de apoyo mucho más escasos (CEPAL, 2007). Por ello, advierte Arriagada, la nueva configuración de los hogares y las familias latinoamericanas sugiere la necesidad de nuevas políticas dirigidas tanto a hombres como mujeres en tanto padres, y a instituciones sociales que deben apoyar a las familias en la cobertura de sus necesidades en una doble perspectiva: políticas orientadas a reconciliar la familia y el trabajo, por un lado, y dar el necesario apoyo para el cuidado de los hijos y de los adultos mayores, por el otro. Al respecto señala que: “El enfoque y las diversas combinaciones posibles que puedan tener estas políticas es materia de debate actual en políticas sociales: orientadas a un enfoque más individualista, más “familista” (orientado a las familias), o a uno que incorpore el trabajo doméstico y reproductivo como una responsabilidad del conjunto de la sociedad. Considerar el tiempo de cuidado, el tiempo laboral y de traslado de hombres y mujeres y organizar la producción y reproducción de una manera más equitativa entre los géneros serían premisas básicas en un nuevo sistema del bienestar social que proporcione mejores oportunidades de vida para la población. Este tipo de políticas requiere un rediseño del Estado y por tanto un nuevo pacto social, político y económico.” (Arriagada, 2005:23) La creciente preocupación por el trabajo de cuidado está asociada a la expansión de ciertos fenómenos entre los que se destacan: 1) la sostenida incorporación de las mujeres al mercado laboral; ii) el desempleo y la marginación de colectivos de personas que incrementan la dependencia del trabajo no remunerado; iii) las crisis, los ciclos económicos y las nuevas formas de ocupación en el marco informal que acentúan la conexión entre las actividades que se desarrollan fuera y dentro del mercado y iv) los desafíos derivados de las nuevas estructuras demográficas y los cambios en las familias (Benería, 2006). En América Latina, sólo dos países en la actualidad tienen una referencia específica al valor del trabajo de reproducción social en sus Constituciones: Ecuador y Venezuela. En otros países se están llevando a cambo esfuerzos legislativos con el objeto de reconocer el aporte realizado por las mujeres al desarrollo y la economía mediante el trabajo no remunerado y, en consecuencia, otorgarles algunos beneficios vinculados con este, tales como Jamaica, Belice, Trinidad y Tobago y Brasil. Sin embargo, tales medidas se restringen al ámbito legislativo y en general no se han traducido en programas de amplia cobertura y duración. De hecho, indica la CEPAL, no hay suficientes estudios disponibles en la región en los que se pueda ver con claridad la diferencia entre políticas que favorecen a las mujeres, políticas que favorecen las responsabilidades compartidas entre mujeres y hombres y políticas que proponen abiertamente la participación masculina en la vida reproductiva y la modificación de la estructura laboral femenina principalmente asociada a los servicios y actividades de cuidado. 30 2.4. Efectos de una economía ciega al género Sobre estos resultados, economistas feministas latinoamericanas30 señalan que la mayor lección que deja no sólo el Consenso de Washington sino también el Consenso Keynesiano en América Latina, es que no se puede entender y menos aún impulsar correctamente el desarrollo si se continúa ignorando el análisis de género. La diferencia entre uno y otro consenso, es que mientras el Keynesiano conllevaba la posibilidad de aplicar políticas macroeconómicas basadas en condiciones históricas, sociales y políticas específicas de cada país, el de Washington propuso una sola receta para todos los países independientemente de las circunstancias de cada economía. La adopción en la región de programas de ajuste estructural al agotarse las políticas proteccionistas, tuvo efectos adversos inmediatos sobre los pobres y las mujeres, que ponen en evidencia las limitaciones de los análisis económicos que ignoran la existencia de la división sexual del trabajo que está en la base de las actividades productivas y reproductivas. El hecho más relevante en esta etapa en que se acelera el proceso de globalización y se aplica la receta neoliberal, es la feminización del mercado de trabajo, con los siguientes efectos: Las mujeres tuvieron que entrar masivamente al mercado laboral y terminaron casi siempre en trabajos precarios e incrementaron su trabajo doméstico no remunerado debido a la caída de ingresos. No se produjo un crecimiento sostenido ni la inserción positiva en el mundo global de todos los países de la región. La conducción económica abierta y competitiva, acompañada por restricciones fiscales, tuvo el efecto de trasladar los costos del Estado a las mujeres, quienes tuvieron que sustituir con su propio esfuerzo el déficit de los servicios estatales. La precarización laboral se caracterizó por la creación de 7 de cada 10 empleos en el sector informal, lo que amplió la brecha salarial entre calificados y no calificados, aumentó el número de trabajadores sin contrato, sin seguridad social (más del 50%) y sin organización sindical. Nuevamente son las mujeres quienes sufren condiciones laborales más precarias, dado que a los factores anteriores se les suma la discriminación, evidenciada en el desempleo, en el tipo de ocupaciones, en su mayor participación en la informalidad y en las desigualdades salariales. De acuerdo con las citadas economistas de la Iniciativa Feminista de Cartagena, las posibles explicaciones de este proceso de feminización del mercado de trabajo se resumen de la siguiente manera: a. Gran demanda de trabajo femenino de bajos salarios, debido al crecimiento del comercio internacional de bienes y servicios y a las inversiones de las multinacionales en la mayoría de los países. b. El comercio y las inversiones se han dirigido a las economías donde los costos laborales son bajos. Las mujeres cumplen con ese requisito. 30 Cecilia López Montaño (Colombia), Alma Espino (Uruguay), Rosalba Todaro (Chile), Norma Sanchís (Argentina). En: América Latina, un debate pendiente. Incidencia en la Economía y en la Política desde una visión de género. REPEM/DAWN/ Iniciativa Feminista de Cartagena, Uruguay, 2007. 31 c. Posibilidad de evadir los costos de los derechos laborales, debido a la incipiente industrialización de muchos países en desarrollo. Las mujeres son quienes menos demandan estos derechos. d. Surgen nuevas alternativas de arreglos laborales debido a la revolución tecnológica, que las mujeres aceptan. e. Las políticas de ajuste generaron cambios radicales en los mercados laborales, erosionando la acción laboral colectiva, a la cual en general los hombres no renuncian. f. Se han deslegitimado los sistemas de bienestar y se ha privatizado la protección social, la que nunca cubrió a grandes sectores de mujeres trabajadoras. Concluyen que en el período las mujeres entran masivamente al mercado de trabajo en la región por su capacidad de ajustarse –más que los hombres- a las malas condiciones laborales imperantes. Las autoras plantean que el gran reto de las mujeres de América Latina y el Caribe es lograr que la dimensión de género sea una variable analítica clave en los nuevos desarrollos teóricos que comienzan a plantearse en los ámbitos académicos y en los organismos multilaterales. Las críticas feministas a la economía neoliberal postulan que: 1. Por un lado esta política ignora el costo que significa para las mujeres la economía del cuidado y por otro sobrestima la eficiencia de las políticas económicas, tal como se aprecia en evaluaciones de los procesos de ajuste estructural. 2. La transferencia de los costos del mercado al hogar convirtió a la economía no remunerada en el factor equilibrante, debido fundamentalmente a las actividades de las mujeres pobres. 3. La teoría y la política económica no son neutrales con respecto al género y otras variables sociales. Por ejemplo, si para reducir el déficit fiscal, se limitan los gastos de atención a los niños, las mujeres ven limitadas sus posibilidades en entrar al mercado laboral remunerado. En conclusión, los sectores medios y especialmente las mujeres pobres, no vieron compensado su esfuerzo productivo con mejores ingresos y mayores niveles de poder, tanto dentro de la familia como en la sociedad. Lo anterior, señalan, trasciende el problema de la situación actual de la mujer latinoamericana, para tocar la esencia misma del modelo de desarrollo de la región. Para introducir grandes cambios en la política económica, es necesario partir de nuevos enfoques con contenido de género que deben surgir de tres grandes propuestas: Las instituciones trasmiten sesgos de género y al ser el mercado una institución construida socialmente, éste también refleja y refuerza las desigualdades de género. El costo de reproducción y mantenimiento de la fuerza de trabajo en una sociedad seguirá siendo invisible mientras la gama de la actividad económica no incluya el trabajo reproductivo no remunerado. Las relaciones de género desempeñan un papel importante en la división y distribución del trabajo, ingreso, riqueza e insumos productivos, con significativas implicaciones macroeconómicas. La Iniciativa Feminista de Cartagena señala que la gran limitación de la región nace de la carencia de un verdadero debate sobre las características del desarrollo latinoamericano. Afirman que las mujeres, especialmente las economistas feministas, deben enfrentar el 32 reto de hacer uso de la ventana de oportunidad que se ha abierto en la búsqueda de nuevas fórmulas de desarrollo para la región frente a la insatisfacción derivada de recetas que se consideraron salvadoras y que no cumplieron con sus promesas de crecimiento y equidad. “Las mujeres no pueden quedar fuera de la transformación productiva y de la transformación social que debe desarrollarse en la región. La dimensión de género en las nuevas políticas de desarrollo puede aportar elementos muy positivos para resolver los problemas más críticos de estos países, como son la pobreza, la injusticia, la desigualdad, la corrupción y la violencia”.31 III. Apostar por la racionalidad sustantiva: democracia y justicia paritaria A la luz de todo lo expuesto en los capítulos precedentes, podemos sacar algunas hipótesis de trabajo para reflexionar y debatir sobre las rutas del cambio: La desigualdad y exclusión en América Latina se encuentra entreverada en tres procesos de larga duración como son la pervivencia de imaginarios barrocos religiosos, una ciudadanización imaginaria y la centralización burocrática, que son los que han configurado un ethos cultural autoritario y centralista en nuestros países y por ende, una cultura política autoritaria o bien, “pragmático resignada”, a través del proceso de producción y reproducción de prácticas sociales. El núcleo constitutivo para el funcionamiento racional y eficaz de la política en los sistemas democráticos, es la modernidad. De manera que la incapacidad de los actores políticos para adoptar una identidad moderna impide que ajusten sus prácticas a las reglas del juego democrático. La democracia moderna se fundamenta sobre los principios de la igualdad y la libertad que dan origen al Estado de Derecho. La democracia es inseparable de la noción de ciudadanía, que implica el reconocimiento de los individuos como seres racionales, libres e iguales ante la ley, que conforman el sujeto por excelencia de la política y de la legitimación del poder. En teoría y en principio, un Estado y una sociedad democrática requieren del desarrollo de los siguientes componentes de una cultura correspondiente: 1. La existencia de una visión secular del mundo compartida; no determinada por presupuestos religiosos. Una cultura secularizada es una donde las personas se ven como sujetos conscientes, con libre albedrío y no sujetos a una voluntad ajena y divina (de “providencialismo meticuloso” como lo llama Pérez-Baltodano). Esta visión secular se define también en función de metas y valores compartidos específicamente políticos, que no se confunden con otro tipo de valores que comparte un grupo social. 2. La existencia de un espacio público como arena para la constitución de actores que, basados en la libertad de expresión y asociación, pueden expresar su individualidad y diferencia, a fin de desarrollar sociedades civiles fuertes. Es decir, actores que cumplen con los siguientes rasgos: autonomía, autoorganización, ejercicio de una ciudadanía activa, y capacidad para controlar y contener el poder del Estado. 31 América Latina un debate pendiente… pág.50. 33 3. La existencia de sujetos republicanos, que no son súbditos obedientes de los dictados del poder, sino sujetos que participan directa o indirectamente en el diseño de dichos dictados y en la fundamentación misma del poder, en tanto la voluntad de los ciudadanos es la fuente del poder y la soberanía. De ahí que una creencia básica compartida debe ser la de tener cierto control sobre las élites políticas y sobre las decisiones que éstas toman. 4. La existencia de un orden jurídico objetivo que sea universalmente obligatorio y se aplique a todos por igual. 5. El reconocimiento efectivo de la pluralidad y la competencia, donde todos tienen el mismo derecho a ejercer todas las libertades individuales y a coexistir. Implica el reconocimiento del “otro”, del derecho a ser diferente y al disenso. 6. La demanda por una autoridad racional y responsable, que detente legal y legítimamente el poder y que esté sujeta a reglas, a procedimientos y a la fiscalización de las instituciones y los gobernados. De estos componentes la mayoría están ausentes o bien, escasamente desarrollados en la región. Una lectura en clave de género de la cultura política latinoamericana, nos indica que la dificultad de la construcción democrática tiene que ver con la fallida diferenciación entre lo público y lo privado, puesto que desde la Colonia las actividades públicas de los hombres libres, tomaba lugar en los espacios privados de las haciendas. 3.1. Estado de Derecho vs. Señorío de Hacienda El gobierno como señorío de hacienda ha tenido profundas consecuencias políticas, en tanto estableció las relaciones personales entre individuos como un contrapunto a los preceptos universales modernos de equidad y ciudadanía. Esta forma relacional es el tutelaje.32 El término viene de una figura del derecho de familia, que se aplica cuando una persona está incapacitada para la representación de sus intereses y se requiere de alguna otra instancia que se encargue de su adecuada representación. El ejercicio de la tutela genera las figuras del tutor y del tutelado. Esta figura se aplicó tradicionalmente a mujeres, huérfanos, niños o enfermos mentales, pero en nuestro caso tipifica las relaciones establecidas hasta el día de hoy entre gobernantes y gobernados. Los factores centrales para la formación del orden tutelar se encuentran en la servidumbre y en la persistencia de la hacienda y tanto el caudillaje militar como la hegemonía cultural católica difícilmente pueden explicarse al margen de este modelo. La figura central en este proceso es el hacendado, algo muy próximo al pater familias romano, que condensaba la personificación de la autoridad y ejercía un poder basado en la violencia con los que se encontraban al margen de la hacienda y de paternalismo al interior de la misma. La hacienda, en la Colonia, además de proporcionar peones, daba amantes al patrón y sus hijos, así como una prole bastarda, como fuerza de trabajo y base social, que es el origen del mestizaje. Se consolidó así un modelo de autoridad como una suerte de ampliación de la esfera doméstica, donde no era imaginable una separación o distinción entre la persona y el cargo de autoridad. 32 Cfr. Guillermo Nugent. El Orden Tutelar. Para entender el conflicto entre sexualidad y políticas públicas en América Latina. (Lima, julio 2002). 34 Un factor importante en el lento desarrollo de la sociedad civil y el carácter embrionario que aún manifiesta en algunos países de la región está en esta pervivencia de la “sociedad doméstica” aludida, puesto que la sociedad civil se articula con la aparición de la individualidad y la diferenciación de intereses y toma lugar cuando el orden basado en la familia es rebasado. La familia, por el contrario, es un espacio jerárquico donde la autoridad del padre es indiscutible y no está sujeta a ningún debate o consenso. En este modelo, madres, hijos y servidumbre, están bajo la “tutela” del padre, articulándose así la subordinación y la desigualdad de género, generacional y de clase, constituyéndose en el modelo de autoridad para el conjunto de la vida social, de manera que terminó equiparándose el concepto de ciudadanía con el cumplimiento de los deberes filiales y con la obediencia sumisa. Del tutelaje se derivan dos consecuencias importantes: la primera es una sostenida forma de pesimismo cultural, que señala a un determinado pueblo como básicamente incapaz de hacerse cargo de sí mismo, lo cual a su vez justifica la emergencia de una forma de gran tutor, como es el caudillo. La segunda consecuencia ha sido el abandono tendencial de cualquier tipo de ideal de excelencia moral, con lo que los que debían gobernar no tenían que ser los mejores, sino que bastaba con afirmar la condición tutelada de los gobernados. En otra parte he señalado que en nuestra genealogía de mestizos, tanto a nivel síquico como histórico, hemos sido prácticamente una emergente nación huérfana de padre. En el inconsciente colectivo ha estado ausente la imagen arquetípica de un progenitor concebido como una figura protectora, benevolente y nutricia, tal vez porque en términos histórico-concretos la única referencia paterna de nuestro origen se remonta a la figura del Conquistador: un padre infame, que se afirmó por el poder arbitrario, la violación de mujeres y el rechazo de su propia prole.33 Tal vez por ello es que los apologistas de las dictaduras patriarcales han estimado que el caudillismo es una “fatalidad étnica”, con lo cual la construcción efectiva de la república no puede prescindir del “hombre fuerte”, o para el caso, como diría Nugent, del Gran Tutor. Simón Bolívar, reconocido como “Libertador” y hoy gran inspirador del llamado “Socialismo del Siglo XXI” de la República Bolivariana de Venezuela, llegó a afirmar que “las instituciones representativas no se adecuan a nuestro carácter, nuestras costumbres, a nuestras luces actuales... Los Estados americanos necesitan gobiernos paternales...” (Carta Profética, 1815). El orden tutelar y el patrimonialismo secular surgen del poder oligárquico de los propietarios, el poder de los hombres como genitores y el poder religioso de los sacerdotes, constituyendo en América Latina la histórica trinidad patriarcal del poder, siendo el poder de la iglesia el que le ha dado cohesión, en tanto ésta ha tenido el monopolio indiscutido de la producción de sentido. El carácter patrimonialista del Estado que se conformó en la región ha traspasado hasta nuestros días, porque durante el siglo XIX cuando comenzaba a desplegarse el liberalismo en América Latina y se iniciaba la secularización del Estado, la iglesia, aliada de las oligarquías conservadoras mantuvo su poder sobre la familia y la educación. Sofía Montenegro. “La `Herótica´ nacional masculina”. En: Debate Feminista. Ley, cuerpo y sujeto. Año 10, Vol. 19, (México: abril, 1999) 33 35 3.2. Ciudadanía plena vs. Ciudadanía maternalista El status femenino confinado a la reproducción biológica, social y material, se mantuvo y se reelaboró a partir de la modernización orientada por los gobiernos populistas desde los años 30, que hizo la relación con las mujeres más funcional al reconocerles la condición de ciudadanas y concederles el voto, más por el interés de legitimarse que por el reconocimiento de los argumentos políticos de las sufragistas. Una ciudadanía otorgada por su condición de “madres al servicio de la patria” y como transmisoras de “buenas costumbres”. El discurso “maternalista” como lo define la historiadora Lola Luna34, fue utilizado por Juan Domingo Perón en Argentina, Getulio Vargas en Brasil, Rojas Pinilla en Colombia, entre otros. Un ejemplo típico de este discurso es el de Eva Perón a las mujeres sobre su función política como madres de la nación, antes que trabajadoras. El maternalismo se profundizó después a través de las políticas de desarrollo de los sesenta, setenta y ochenta y en ellas se instrumentalizó a las mujeres especialmente con la crisis económica. “En estas políticas”, apunta Luna, “se las identificó como agentes sociales para el desarrollo de la comunidad y como agentes económicos domésticos. Esto trajo la intensificación de los deberes de género que funcionaban como reproducción social y económica, al tiempo que se aplicaban políticas de control de reproducción biológica, sin reconocer a las mujeres derechos reproductivos de ningún tipo. Estos mecanismos fueron el motor de los clubes de madres que conformaron muchos de los movimientos por la supervivencia, compuestos por mujeres de los barrios populares, convocadas a organizarse como madres responsables. Esta es una de las caras de los efectos del desarrollo.” El maternalismo también funcionó en el origen de otras acciones femeninas, denunciantes de los desaparecidos por las dictaduras u otras violencias, que se han ido construyendo como movimientos de madres contra la violencia, movimientos feministas y movimientos por la supervivencia, que son las categorías de análisis con las que la citada historiadora explica la construcción de movimientos sociales de mujeres, plurales y diversos, que se han dado a lo largo del siglo XX en América Latina, en diferentes contextos históricos y a través de variadas prácticas discursivas. Todos ellos tienen un elemento común de constitución: el género y la diferencia sexual operando en el seno de todos los contextos. Las críticas que han ido desarrollándose desde estos movimientos hacia las obligaciones femeninas, que antes se asumían sin cuestionar, confirman la tesis del aprendizaje de los géneros y su posible transformación, apuntando a partir de los 90 hacia un proceso de confluencia entre los movimientos de supervivencia y los movimientos feministas. A estos se añaden ahora en el espacio público nuevas actores emergentes: movimientos de mujeres negras, movimientos de mujeres indígenas y movimientos lésbicos, que representan una crítica a las prácticas y discursos racistas y homofóbicos presentes en la sociedad. En este sentido, es importante notar que adquirir una conciencia de ciudadanía se relaciona directamente con la politización de la persona y el propio proceso que implica salir a la esfera pública forma parte del proceso de construcción de una dimensión de la ciudadanía. Significa, como diría Elizabeth Jelin, el derecho a reclamar y por lo tanto, salir Cfr. Luna, Lola. “Contextos históricos discursivos de género y movimiento de mujeres en América Latina”. Conferencia en el curso Mujeres y Asociacionismo, Hojas de Warmi, No.12, Albacete, 2001. 34 36 del plano subordinado.35 Por otro, se trata de ejercer “una práctica conflictiva vinculada al poder, que refleja las luchas acerca de quiénes podrían decir qué en el proceso de definir cuáles son los problemas sociales comunes y cómo serán abordados”. Desde distintas perspectivas se ha criticado la incapacidad de las democracias liberales para neutralizar las desigualdades económicas, pues entre más se aleja el capitalismo del control democrático, más sufre la democracia como régimen político. Por otro lado, se señala también la incapacidad de la democracia para responder adecuadamente a los intereses y necesidades de distintos grupos sociales y resolver las desigualdades culturales. Sin embargo, es la exclusión de las mujeres de una ciudadanía plena la que deslegitima la democracia, pues evidencia que se trata de una democracia que además de estar incapacitada en el neoliberalismo para regular la economía, está monopolizada por los hombres. En muchos países de América Latina los efectos del arribo de partidos de derecha y extrema derecha al poder, han sido la vulneración del Estado laico o el fortalecimiento de los estados confesionales donde la jerarquía católica incide directamente en las políticas públicas. En algunos países el ascenso de partidos de izquierda, sean de carácter pragmático o populista, tampoco ha representado un cambio significativo para las mujeres, puesto que buena parte de ellos ha renunciado a la ética y a la congruencia con un proyecto emancipador. Incluso, algunos como en el caso del gobernante Frente Sandinista de Liberación Nacional (FSLN) de Nicaragua, han depuesto sus propios principios y han convertido en políticas públicas las posiciones más obscurantistas de la iglesia católica, tales como la derogación del aborto terapéutico y la promoción de catecismos sobre la sexualidad. Algo similar sucede con el opositor Frente Farabundo Martí de Liberación Nacional (FMLN) de El Salvador, quien permitió desde la Asamblea Nacional que se legislara para impedir el aborto terapéutico y recientemente, a partir de la iniciativa de grupos fundamentalistas centroamericanos, firmó el denominado “Libro de la Vida” para impedir que esto se cambie. La vulneración de la frágil institucionalidad democrática conquistada pone en riesgo conquistas históricas de los movimientos feministas, puesto que la impunidad, la corrupción y el secuestro de las instituciones por poderes fácticos y religiosos, limitan la posibilidad de usar las leyes, las instituciones y los mecanismos existentes para hacer exigibles lo derechos de las mujeres y su acceso a la justicia. 3.3. Refundar la política y el Estado Encontrar una salida para el cambio de esta situación pasa por realizar una serie de rupturas. La ruptura con el pensamiento androcéntrico, es una de ellas. La otra es una resocialización política donde se asuma una Ética de la Igualdad como principio. Los principios revolucionarios de Libertad, Igualdad y Fraternidad, como gran promesa para la emancipación de la especie humana, de hombres y de mujeres, establecidos desde la revolución francesa, sólo es posible si se cumplen de manera integral. La igualdad es la gran asignatura pendiente desde el comienzo de la Modernidad, puesto que los dos sistemas políticos y económicos, capitalismo y socialismo, desarrollados desde entonces hasta nuestros días han fracasado en lograr sociedades libres, igualitarias y equitativas y han defraudado las esperanzas de la humanidad. Jelin, Elizabeth,: “Igualdad y diferencia: dilemas de la ciudadanía de las mujeres en América Latina”, en: Ágora. Cuadernos de estudios políticos, año 3, Nr. 7: Ciudadanía en el debate contemporáneo, 1997 35 37 Se trata por tanto, de hacer efectivo el principio universalista que asume que la igualdad y la libertad pertenecen a la humanidad en su conjunto y no sólo a los varones.36 La idea de universalidad es el pilar sobre el que reposan las nociones de democracia y ciudadanía, por lo que habrá que asumir verdaderamente a la democracia como el modo de organización social y política que defiende los mismos derechos formales para todos los individuos, que se basa en la igualdad de todos los sujetos ante la ley y en la imparcialidad de la misma con todos y cada uno de los ciudadanos y ciudadanas. Las pensadoras feministas por la igualdad, apuntan que los incumplimientos del universalismo y la ciudadanía deben neutralizarse a través de la discriminación positiva y las políticas de cuotas paritarias garantizadas jurídica y políticamente, señalando que quizá esta es la única vía hacia la ampliación de la participación democrática para las mujeres. Plantean que el problema de fondo es la reformulación de los conceptos de individuo y ciudadano como elementos nucleares de las sociedades que aspiren ética y políticamente a la libertad y la igualdad. Apuntan que la cuestión central es que la constitución o descubrimiento de un nuevo ciudadano no patriarcal requiere de la formación de genéricos emancipadores, puesto que todo movimiento que se plantee cambiar determinados rasgos de la realidad social y política ha de extraer un “nosotros” al que dotar de rasgos de legitimidad y excelencia.37 Esto implica, desde nuestro punto de vista, fortalecer, expandir e invertir en el desarrollo de un movimiento feminista latinoamericano que asuma el reto de articular la reflexión teórica con la construcción estratégica para posicionarse como un actor social ineludible en el espacio público y en el escenario político nacional y regional. En los últimos 29 años, el contexto latinoamericano se caracterizó por el paso de dictaduras, guerras y luchas revolucionarias a procesos de pacificación –caso de Centroamérica-, transición y apertura democrática. En ese contexto las mujeres participaron en la lucha política y social general, sin mayor diferenciación entre derechos e intereses generales, dado que los movimientos de mujeres y las feministas tendían a identificarse con proyectos revolucionarios o de izquierda. Es a partir de los 90 que se inicia el decantamiento de las mujeres de estos proyectos a partir de la creciente autonomización y articulación de las mujeres como movimiento de carácter feminista. La autonomía ha sido un proceso surgido a partir de las contradicciones con la izquierda y a partir de la lucha política pero no era un principio político establecido para los grupos de mujeres que iniciaron lo que Virginia Vargas llama “la audacia movimientista”. La lógica fue sin embargo, luchar por derechos y espacios específicos desde una perspectiva de negociación con el poder masculino o las instituciones ahí donde se dieran las condiciones políticas de oportunidad. El ingreso al espacio público se realizó más en función de agendas relacionadas con el rol de género asignado que de una verdadera apropiación del espacio público como tal y por derecho propio. 36 Ver Amorós, Celia. Tiempo de feminismo. Sobre feminismo, proyecto ilustrado y postmodernidad. Cátedra, col. Feminismos, Madrid, 1997. 37 Ver Valcárcel, Amelia. “Pongamos las agendas en hora”. En: Alicia Miyares (ed) Documento de Trabajo No.14, II Encuentro de Mujeres Líderes Iberoamericanas, Madrid, 2007 y Cobo, Rosa. “Ciudadanía recortada y democracia deficitaria”. En: Política y Sociedad, Madrid, No.32, 1999. 38 Como evidencia la experiencia centroamericana y la nicaragüense en particular, al desplomarse los proyectos revolucionarios seudo-emancipadores y autoritarios, las mujeres se quedaron sin vehículo y sin proyecto político al que integrarse. Hay que recordar que el feminismo es una teoría política del mismo rango que las otras dos teorías políticas que modelaron la democracia: el liberalismo y el socialismo. El aporte del feminismo al nuevo entendimiento de la democracia, es que coloca el cuerpo en el centro del discurso político, planteando un cuestionamiento a los arreglos entre los sexos, (el “contrato sexual”) implícito en el contrato social rousseauniano La contradicción fundamental con la perspectiva del socialismo –tal y como se ha experimentado- es que sólo se propuso cambiar las relaciones de producción y no las de reproducción de la vida. Se propuso cambiar el orden económico de clases, pero no el orden patriarcal de los géneros: las mujeres aportaron a cambiar el contrato social, pero no hubo un cambio en el contrato sexual, con lo cual el patriarcado moderno se regenera constantemente y con ello, la exclusión. Pero además, tampoco le dio mayor valor a la democracia, desdeñada por “burguesa”, ni reconoció la división sexual del trabajo, la organización de la intimidad y la organización de la ciudadanía como estructuras cruciales de la desigualdad. No habría que extrañarse entonces que los experimentos revolucionarios de cambio hayan fracasado. El fracaso y la derrota de las revoluciones, dejó a buena parte de las mujeres del movimiento en la orfandad teórica, política y organizativa, así como a la defensiva. A partir de ese momento el movimiento de mujeres se fragmenta y se “oegeniza” instalándose en los “temas” de género y en la micro y meso política. La “gran política” se abandona. La ausencia de pensamiento sistémico y de reflexión política dentro de los movimientos de mujeres, llevó a la exacerbación de identidades particulares, al pragmatismo, al activismo y al asistencialismo, lo que ha obstaculizado la generación de estrategias comunes y de organizaciones que federen los intereses de las mujeres. Ello propicia la instalación de una perspectiva cuasi-sindicalista, más que el desarrollo de una conciencia colectiva de pertenencia a un movimiento social y político emancipatorio. Por el proceso de “oenegización” vivido por el movimiento, se suple con “articulaciones” y redes temáticas, la falta de espacios de discusión y deliberación política feminista sobre las realidades nacionales. Por otro lado, ha llevado a una división del trabajo feminista entre grupos que velan por los intereses prácticos de género y las que velan por los intereses estratégicos de género. Como demuestra el breve recorrido histórico presentado aquí un importante factor de cambio para la ciudadanía de las mujeres ha sido el desarrollo de su propio movimiento afincado en un discurso de democracia genérica y de participación femenina, que ha impugnado las concepciones del poder y ha llevado al ámbito público temas “privados”. El estudio del caso del movimiento de mujeres de Nicaragua a lo largo de su historia y su relación con el Estado38, arroja algunas conclusiones que pueden servir para orientar mejor el quehacer político de las mujeres: 38 Véase. Santamaría, Gema. Alianza y Autonomía: Las estrategias políticas del Movimiento de Mujeres de Nicaragua (2005) y Documento Político del Movimiento Autónomo de Mujeres de Nicaragua (2006) 39 1. La autonomía del movimiento es un elemento necesario para mantener una agenda propia, pero no suficiente para que sea efectiva. 2. El paso de un movimiento de mujeres que operaba del interior del Estado (período revolucionario) a uno que actúa desde la sociedad civil no ha sido fácil, no sólo por la agenda neoconservadora en lo social y neoliberal en lo económico, sino porque el esquema organizativo de ONGs presentó nuevas debilidades y fortalezas: atomización del movimiento, dependencia del financiamiento internacional y participación popular limitada, aunque con autonomía frente a las élites gobernantes, horizontalidad organizativa e identidad basada en el género. 3. Un movimiento de mujeres autónomo bien puede cooperar con élites gobernantes y ganar con ello efectividad, pero dependerá de qué élites estén el poder y de las políticas de género que impulsen. 4. El modelo de oenegización presenta debilidades que no necesariamente están vinculadas a la dependencia de recursos, sino con los modos de operación. 5. Si bien la autonomía frente al Estado es necesaria porque las élites gobernantes apoyan al movimiento de mujeres sí y sólo si éste se ajusta a sus necesidades y objetivos; es un hecho que cuando existen coincidencias en las agendas puede darse una cooperación útil, no sólo para el Estado sino para el movimiento de mujeres. 6. Para que la cooperación y/o las alianzas entre el movimiento de mujeres y las élites gobernantes sean fructíferas, se requiere de la confluencia de dos factores: la autonomía organizacional y de recursos del movimiento de mujeres y una política de género progresista por parte de las élites gobernantes. En Nicaragua, en ninguno de los tres momentos históricos del movimiento (sufragismo, compañeras de la revolución, feministas mundializadas) han coincidido ambos factores. 7. En cuanto a la oenegización del movimiento, el feminismo deber ser crítico y ubicar las fallas, para recuperar su capacidad transformadora. Está demostrado también que el Estado puede actuar en sentido “negativo” (reproducción patriarcal) como en sentido “positivo” (facultad de transformación en leyes y programas). De lo que se deduce que para poder hacer los cambios es necesaria la existencia de movimientos de mujeres con autonomía e independencia política, pero que además, es necesario que lleguen fuerzas progresistas y democráticas al poder, a fin de poder establecer relaciones de alianza y promover los cambios e incorporar más mujeres comprometidas con la lucha, en niveles de decisión. 3.4. Por una nueva transición democrática En este sentido, si bien en el horizonte histórico se debe aspirar a la configuración de una democracia paritaria, este es un proceso que inevitablemente pasa por etapas y mediaciones, que podría pensarse como una nueva transición democrática dado el contexto político-económico latinoamericano: el paso de una democracia deficitaria a una “democracia amigable” a las mujeres. Un sugestivo trabajo de la cientista política canadiense Jill Vickers,39 titulado ¿Qué hace a algunas democracias más “amigables” a las mujeres? postula que las democracias 39 Jefa del proyecto de investigación Gender and Nation de la Universidad Carleton, Ottawa. El proyecto estudia una variedad de casos de todo el mundo a fin de mapear y teorizar sobre las intersecciones entre género y nación a fin de identificar las condiciones que promueven formas pacíficas de proyectos nacionales 40 “amigables” a las mujeres despliegan las siguientes características: i) una significativa `presencia´ de mujeres en instituciones decisoras claves, ii) una larga historia de tal involucramiento y iii) evidencia de la participación de las mujeres en la formación del Estado-Nación y/o en su reestructuración. Finlandia y Noruega, por ejemplo, encajan en este patrón. Esto advierte que el movimiento feminista no puede renunciar a la política ni a ocupar posiciones de poder en la esfera pública del Estado y mucho menos cuando se está hablando de la necesidad de su reestructuración. Implica que se debe continuar luchando por las políticas de integración de las mujeres y por el ejercicio de una ciudadanía activa, que no se agota en el ejercicio del voto o en el derecho a ser elegida, sino que implica el poder y la capacidad de formular las leyes bajo las cuales se está viviendo, que a su vez postula la posibilidad y la capacidad de participar en los debates sobre el bien común. Como práctica, la ciudadanía necesariamente exige un conjunto de competencias cívicas (identidad, cooperación, tolerancia, limitación del interés egoísta, respeto a las reglas, etc.), que incluyen también el conocimiento de los sistemas políticos, la habilidad de pensar de manera crítica sobre la vida política y saber como participar con éxito en el proceso del gobierno. Y esta es la tarea de “ciudadanización” y politización que le toca desarrollar al movimiento. Al igual que otros actores de la sociedad civil latinoamericana, el movimiento de mujeres tiene la necesidad de un reposicionamiento identitario, desde la ciudadanía, para intervenir en el espacio público y cumplir con la función política democrática de la sociedad civil que es: controlar el poder, asegurar derechos, fiscalizar la distribución de recursos públicos y fiscalizar la forma de gobierno. Estos puntos determinan quiénes se constituyen en actores sociales y quiénes no y es a partir del posicionamiento de los actores que se va a prefigurar la apuesta por un proyecto político democrático o por un proyecto político autoritario, dado que la sociedad civil no es un todo bueno a priori, sino que es un campo para dirimir intereses y valores. El nivel de respuesta del Estado y el gobierno sobre los cuatro puntos anteriores, es lo que determina la legitimidad y la democraticidad de un régimen. El retorno de las mujeres como ciudadanas a la política es pues, el paso indispensable para crear una nueva estructura política de oportunidad, promover una agenda de debate pertinente sobre democracia, desarrollo y equidad genérica, que posibilite las condiciones para una futura refundación del Estado en nuestras sociedades. Un gran paso en ese sentido lo representa el llamado Consenso de Quito, donde los gobiernos de América Latina y el Caribe participantes en la X Conferencia Regional de la Mujer (2007) reafirmaron el compromiso de cumplimiento y la vigencia de la Convención contra todas las formas de discriminación contra la mujer así como de diversos convenios, programas y planes surgidas de las diversas Conferencias mundiales, acordando 36 medidas que apuntan a la integración de las mujeres y la democratización política, económica y social de los Estados de la región (CEPAL, 2007). amigables a las mujeres. La meta es colectar 90 estudios de caso de unos 30 países. Ver: http://www.carleton.ca/genderandnation/ 41 En broma y en serio, algunas feministas latinoamericanas hemos hablado de convertir el Consenso de Quito en una Norma ISO, aplicable en todos los Estados de América Latina. El ISO-Quito tendría –de manera similar a la estandarización de normas de productos y seguridad para las empresas u organizaciones a nivel internacional- la finalidad de coordinar las normas nacionales de los Estados para facilitar la integración de la perspectiva de género en las políticas públicas, estatales y de gobierno y la integración de las mujeres mismas, a fin de convertirlas en democracias “amigables” a las mujeres y pavimentar el camino hacia una democracia sustantiva y paritaria. Otro gran paso, del lado del movimiento de mujeres podría estarse dando en marzo del 2009, cuando se reúna y delibere en México el XI Encuentro Feminista de América Latina y el Caribe, para hacer el balance político de los últimos 30 años. De este encuentro podría estar surgiendo la propuesta de relanzamiento del feminismo en concordancia con los desafíos del siglo XXI en la región más desigual del planeta. IV. CARE: Intereses prácticos e intereses estratégicos de las mujeres CARE es una organización no gubernamental que forma parte de una confederación mundial integrada por 11 países miembros que desarrollan proyectos en más de 60 países alrededor del mundo. En 1999 CARE decidió asumir como su visión organizacional la lucha contra la pobreza y sumarse al esfuerzo global establecido por la Organización para la Cooperación Económica y el Desarrollo de reducir la pobreza en el mundo en un 50% para el 2015. La estrategia de intervención de CARE ha venido cambiando con el tiempo en la medida que pasó de ser una organización de ayuda de emergencia a partir de la II Guerra Mundial a una intervención con programas orientados a salud, educación y transferencia de tecnología aplicada a la agricultura. Sobre la base de los esfuerzos comunitarios CARE facilita el cambio a través del mejoramiento de la educación básica, la prevención del VIH, incrementar el acceso al agua y a la sanidad, promover actividades generadoras de ingreso y la protección de los recursos naturales, así como aportar ayuda de emergencia en tiempos de crisis o desastre. En este marco se hace un énfasis especial en trabajar con las mujeres. De acuerdo con lo anterior, estaríamos ante un enfoque de atención a necesidades básicas y en el caso de la intervención dirigida hacia las mujeres ante un enfoque de Mujeres en el Desarrollo (MED) antipobreza, es decir, un enfoque en las que la lucha contra la exclusión de las mujeres, otorga importancia a las necesidades prácticas de género, a los roles productivos de las mujeres pero que mantiene la vigencia de sus roles reproductivos. Este enfoque es considerado hoy limitado y si bien CARE utiliza también el enfoque de empoderamiento, está limitado a desarrollar capacidades personales de las mujeres y maneras de influir en la vida de las comunidades, se trata de un enfoque de desarrollo personal sin alcances sociales, que no desafía las desigualdades y jerarquías del poder formal. Como han demostrado diversos estudios sobre las organizaciones de ayuda privada al desarrollo, sus decisiones suelen estar orientadas por una serie de variables, tales como sus propias orientaciones ideológicas, que como en el caso de CARE tiene sus raíces en valores humanitarios, como la compasión y el altruismo. 42 Hay algunas organizaciones de ayuda privada más inclinadas que CARE a apoyar contrapartes que tienen raíces en los movimientos populares que luchan por un cambio social, guiadas por la convicción que el desarrollo local autosostenido, no es viable en ausencia de ambientes de apoyo nacional o regional, por lo que promueven cambios de políticas a niveles gubernamentales y buscan incrementar la coordinación entre organizaciones involucradas en el nivel micro y macro. Otra variable que orienta las estrategias de todas las agencias es la cultura organizacional de los países donantes. La cooperación de organizaciones no gubernamentales de los países del norte, suele denominarse “cooperación solidaria” para distinguirla de la Ayuda Oficial al Desarrollo (AOD) que esta dirigida al Estado, al gobierno y al nivel local, así como de la cooperación descentralizada (dirigida a gobiernos locales). Originalmente, la cooperación solidaria en buena parte de América Latina estuvo dirigida a los actores sociales, movimientos y ONGs nacionales-locales. Es decir, se encontraba vinculada al tema de las identidades, derechos humanos y conflictos, determinada por el contexto y el tiempo político. En la actualidad, el problema principal que enfrenta la cooperación solidaria es que terminó “alineándose” y “armonizándose” con la Ayuda Oficial al Desarrollo y con la cooperación horizontal o descentralizada: ahora apoyan a los gobiernos locales, proyectos institucionales y economías de sobrevivencia, en lugar de los sujetos sociales y sus procesos. En este tanto, sufre de una “crisis de identidad” en tanto está subsumida en la lógica de la AOD y sus agendas, como lo muestra CARE al sumarse a la agenda establecida por la OECD. Ahora bien, América Latina en el contexto global ha perdido importancia como región receptora de la AOD y en los últimos tres años ha registrado los niveles más bajos de la década. América Latina recibe, en términos per cápita, un tercio de lo que recibe Europa del este o el África subsahariana. Latina en el contexto global AOD para América Latina como porcentaje de la destinada a los países en desarrollo Años 1994-2003 mportancia a Latina como e AOD. 15% 10% 5% os años, la a región, e la AOD a arrollo, ha les más bajos 0% 1994 1995 35 31 31 29 30 recibe, en a, un tercio de pa del Este, ariana. 25 1997 1998 1999 2000 2001 2002 2003 AOD per cápita según región de destino Años 1994, 1999 y 2003 Dólares por habitante 37 40 1996 30 23 22 19 20 17 12 15 10 12 10 6 5 4 5 0 Europa del Es te África Subs ahariana Oriente Medio y Norte de África 1994 1999 Am érica Latina y As ia Central y del el Caribe Sur 2003 Fuente: Tendencias de la cooperación internacional en América Latina. Federico Negrón, Lima, Junio 2005. 43 Hay una mayor importancia de los países andinos frente a los centroamericanos y en el 2003, la AOD para Colombia llegó a igualar a la de Bolivia, el principal receptor de la AOD en América Latina en términos absolutos. Otro importante receptor es Perú. Por otro lado, un estudio de la asignación de fondos por ONGs europeas entre 1995 y 2004 (Biekart, 2006) muestra las tendencias y perspectivas de la cooperación solidaria: la existencia de un proceso de concentración geográfica hacia 10-12 países en América Latina, donde los nuevos priorizados son Colombia, Bolivia, Guatemala y Cuba. Registra una creciente atención a derechos políticos y socioeconómicos, pero una agenda más centrada en la incidencia en temas de migración, resolución de conflictos y mercado. Por otro lado, si bien constata que la asignación total de fondos no se ha reducido, sí ha decrecido desde el año 2000 el número total de contrapartes que apoyan. Se están concentrando en pocos países con pocas contrapartes para obtener resultados más visibles y tienden a apoyar a ONGs más especializadas como contrapartes. Por otra parte un reporte de AWID del 2006 señalaba que la AOD durante 2003 fue de US$ 69 mil millones. De estos, sólo un 0.6% (unos 400 millones) tuvo como principal objetivo la igualdad de género. La encuesta realizada por este organismo con organizaciones de mujeres de todo el mundo, reveló que casi el 50% de organizaciones de mujeres encuestadas dijo que estaban recibiendo menos financiamiento que hacía cinco años y más de la mitad dijeron que resulta más difícil recaudar fondos ahora que hace 10 años, mientras que la mayoría reportaron presupuestos anuales por debajo de US 100 mil en 2004. Entre las tendencias establecidas el informe registra que: Existe más disponibilidad para financiar trabajo sobre VIH/SIDA y violencia, que derechos sexuales y reproductivos. Los derechos de las mujeres ya no están de moda entre los donantes, sino que se inclinan por “temas seguros”: salud de las mujeres o derechos relacionados con la esfera pública. Han transferido apoyo de programas específicos a la “transversalización de género”; que sólo funciona si hay compromiso fuerte de los gobiernos, donde se ha despolitizado el tema de la igualdad y se creado además una confusión conceptual. Las agendas políticas de instituciones internacionales compiten por recursos: en la actualidad es por los Objetivos de Desarrollo del Milenio, donde casi no figura la desigualdad de género y es un paso atrás en relación a la Conferencia de Beijing. Se han trasladado modelos de gestión empresarial a la cooperación al desarrollo que ha sido puesta en manos de expertos administrativos, no de funcionarios con visión sobre el tema. Hay una tendencia a implementar sus propios programas, “subcontratando” a organizaciones locales para su implementación y a incluir hombres en los programas de género así como a preferir organizaciones locales de base. Las nuevas modalidades de asistencia son el Enfoque de Alcance Sectorial (SWAP), la “canasta de fondos” para la sociedad civil y el apoyo presupuestario para gobiernos receptores de ayuda, que usualmente no dan prioridad a los derechos de las mujeres. Los grupos y movimientos de mujeres latinoamericanos de su parte están trabajando más que otras regiones en una serie de temas claves como los derechos reproductivos, los 44 derechos sexuales, la participación política, los derechos laborales y en contra de la ofensiva fundamentalista cristiana. En el segundo reporte de AWID de junio de 2007, que busca promover la sostenibilidad de los movimientos de mujeres en el mundo entero, muestra la lista de los 20 principales donantes en la región latinoamericana al 2005, según la encuesta realizada con organizaciones de mujeres. En comparación con el 2000, es de notar el incremento del financiamiento de la iglesias en el 2005, que aparece en sexto lugar en la lista, algo que hay que considerar con precaución dependiendo de qué tipo de apoyo estas instituciones confesionales proporcionan a la igualdad de género y a los derechos de las mujeres. Las activistas por los derechos humanos de las mujeres en la región, describen el ambiente de financiamiento como extremadamente difícil, puesto que en las varias sub-regiones los donantes tienen prioridades e intereses muy diferentes de la agenda de los movimientos de mujeres en la región. De acuerdo con el reporte AWID, en 2005 World Vision International, la organización de desarrollo internacional cristiana más grande del mundo y que no tiene mandato para apoyar la contracepción de emergencia y el aborto, tuvo un ingreso de casi US$ 2 billones de dólares. En el mismo año, 729 de las organizaciones feministas líderes en derechos humanos de las mujeres en el mundo, tuvieron un ingreso colectivo de apenas US$ 76 millones de dólares, ni siquiera el 4% del presupuesto de World Vision. “¿Podemos imaginar un día cuando organizaciones feministas fuertes y con buenos recursos estén transformando las comunidades y dirigiendo el cambio político, económico y social? Ciertamente muchas de nosotras podemos, sin embargo, el mundo alrededor nuestro no ve el trabajo sobre los derechos de las mujeres como centrales para el desarrollo, el ambiente, la resolución de conflictos o poniéndole fin al VIH y al Sida, sino simplemente como una consideración más. Las actitudes patriarcales y los sistemas continúan reforzando tanto a mujeres como a niños como víctimas de los problemas globales, individuos que necesitan ser “salvados” o protegidos. El “género” es sólo un concepto abstracto a ser integrado en los sistemas existentes sin ningún cambio fundamental en las relaciones de poder, enfoques o recursos. Sin embargo, las organizaciones por los derechos de las mujeres juegan un rol indispensable en sus comunidades, naciones y regiones como agentes de cambio. Los movimientos de mujeres argumentadamente han estado dirigiendo la más exitosa revolución social que el mundo haya visto.” (The second Fundher Report, 2007:13) De cara a lo expuesto sobre la desigualdad de género en América Latina y la realidad de la cooperación oficial y la privada, es posible contrastar la tensión entre el imperativo institucional (lo que la agencia cree que tiene que hacer) y el imperativo del desarrollo tal como lo plantea la realidad que se quiere afectar (lo que debería de hacer para cumplir su misión). Es evidente que la estrategia seguida por CARE es insuficiente para cumplir su propia misión de contribuir a la reducción de la pobreza, ignorando que el problema de fondo del desarrollo es cambiar las relaciones de poder existentes. Tendría que moverse hacia una estrategia de fortalecimiento de la sociedad civil, puesto que la existencia de una sociedad civil, fuerte y autónoma es una condición para el desarrollo y el aseguramiento de la democracia. Dentro de la sociedad civil, un sujeto privilegiado en esta estrategia, como plantea AWID debe ser el movimiento feminista en sus diversas expresiones. 45 Entendemos como movimiento feminista, aquel que se reúne en función de desafiar el orden de dominación masculina y es portador de una propuesta de cambio social. Desde la perspectiva del movimiento feminista latinoamericano, el empoderamiento es un proceso de reflexión crítica y la toma de conciencia necesaria, con el fin de organizar la acción política y transformar las relaciones desiguales de poder. Para las mujeres implica la alteración radical de los procesos y estructuras que reproducen la subordinación de género. Los prospectos futuros de las ONGs internacionales que buscan promover cambios sociales, posiblemente dependerán de su capacidad para reposicionarse a sí mismos dentro de la comunidad donante de ayuda, enfocándose más en sus roles políticos, que en ser meros proveedores de recursos de asistencia. Los movimientos por los derechos de las mujeres deben ser fortalecidos a fin de actuar efectivamente sobre la cultura patriarcal en todas sus formas en tanto está relacionada con la pobreza, el VIH y el Sida, las agendas religiosas y conservadoras y el incremento del conflicto y la degradación ambiental. En este tanto, es importante no confundir ONGs con movimiento social. Un grupo de ONGs no hacen un movimiento. Un movimiento social se define como la acción de una colectividad que presenta la continuidad suficiente como para promover (u oponerse) a un cambio en la sociedad. Las ONGs son instituciones que pueden ser aliadas estratégicas de los movimientos y pueden apoyarlo desde fuera. La tarea de los movimientos sociales -a diferencia por ejemplo, de la asociaciones u ONGs- es la formación de una identidad colectiva (definición como grupo que ha desarrollado concepciones del mundo, metas y opiniones compartidas sobre el entorno social, posibilidades y límites de la acción colectiva), en tanto que “sin identidad colectiva, no hay acción colectiva”. Las asociaciones ciertamente pueden contribuir y de hecho contribuyen a la creación de movimiento social, pero en la medida en que limitan su objetivo de trabajo solamente a la asistencia social o proyectos de sobrevivencia, no están apuntando en la dirección del cambio social que se requiere, y tampoco están apuntando a establecer una agenda pública para el debate ni a la creación de una opinión pública informada. En resumen, podemos decir que el cambio social puede resultar cuando algunas ideas se vuelven predominantes en la sociedad: las ideas tienen consecuencias. Pero transformar una situación requiere tenacidad intelectual y planeación política. Porque cambiar un panorama económico, político y social, requiere primero cambiar el panorama sicológico e intelectual de la gente. Para que las ideas sean parte de la vida diaria de las personas y de la sociedad, deben ser propagadas a través de libros, periódicos, revistas, conferencias, talleres, etc. Requiere pues invertir en la construcción de infraestructura intelectual y en promover una visión del mundo democrática e incluyente, que es la función que juega el movimiento. De todo lo anterior, podemos deducir que una estrategia con posibilidades de éxito a favor del cambio social pasa por establecer comunicación con otros elementos de la sociedad civil y construir consensos sobre el tema para influir en el Estado y en las definiciones y regulaciones sobre la sociedad. Por todo lo expuesto a lo largo de este documento, sólo podemos hacer sugerencias para la consideración de CARE alrededor de cómo abordar a lo interno el problema de la 46 desigualdad de género en la búsqueda de una mayor eficacia de sus estrategias contra la pobreza: 1. Crear un espacio de discusión sobre los planteamientos de fondo del documento entre los gerentes de CARE y el personal de terreno, para crear una perspectiva común a fin de implementar cambios en las políticas institucionales de cara a las necesidades estratégicas de género en la región. Este proceso de deliberación interna debería ser acompañado por líderes feministas, en una alianza estratégica entre CARE y el movimiento de mujeres de la región. 2. Crear un espacio de intercambio con las contrapartes de CARE para darles elementos sobre la problemática de género en una perspectiva estratégica común a la región latinoamericana e incentivar acciones que vayan en ese sentido. 3. Intercambiar información y análisis con ciertos donantes de CARE proclives a buscar mayor trascendencia en el impacto del apoyo -más allá de la asistencia sobre necesidades básicas- y dispuestos a financiar programas de trascendencia política para la integración de las mujeres en la región. 4. Destinar fondos de manera proporcional para la cooperación solidaria a fin de cubrir las necesidades prácticas de las mujeres: aquellas que comparten con la familia y se dirigen a modificar la situación o calidad de vida de las mujeres a partir de sus requerimientos inmediatos en un contexto específico (acceso al agua, servicios sanitarios, educación, salud, vivienda, etc.). Estas necesidades son de corto plazo y su satisfacción no altera los roles y las relaciones tradicionales entre hombres y mujeres y no modifican su posición (estatus) en la sociedad. La otra parte de los fondos debería destinarse a las necesidades estratégicas de las mujeres que son todas aquellas que tienden a lograr un cambio en la posición o estatus social, en la división sexual del trabajo y en las relaciones entre los géneros, así como a facilitar su acceso o las oportunidades de empleo, capacitación, tenencia de la tierra y toma de decisiones. Están relacionadas con su posición de desventaja en la sociedad, son de largo plazo y consisten en igualar con equidad la posición de hombres y mujeres en la sociedad. 5. Identificar nuevas contrapartes, entre los movimientos de mujeres, que puedan ser protagonistas de cambios en los distintos países de la región. 6. Definir una posición política y una línea de financiamiento para el fortalecimiento de la democracia y el Estado de Derecho en la región. 47 Bibliografía Alvarez, Sonia, Evelina Dagnino y Arturo Escobar. Culture of Politics, Politics of Cultures. Revisioning Latin American social movements, Westview Press, 1998. Amorós, Celia, Tiempo de feminismo. Sobre feminismo, proyecto ilustrado y postmodernidad, Madrid, Cátedra, col. Feminismos, 1997; p. 63. Bareiro, Line: El Estado, las mujeres y la política a través de la historia latinoamericana. Memoria del II Seminario Regional. De Poderes y saberes. Debates sobre reestructura política y transformación social. 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