Permanecer en la precariedad. Las sugerencias de Charles

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Permanecer en la precariedad. Las sugerencias de Charles Péguy
R. P. Agostino Molteni
Doctor en Literatura Italiana, U. De Trieste, Italia
Cuando hay alguna tragedia, como fue el terremoto, el hombre vuelve a vivir una experiencia
existencial originaria, que llamaría antimoderna, la de la “precariedad”. Por eso, en esta ponencia
quiero proponer la reflexión de Péguy (el gran poeta francés muerto en 1914) sobre la
“precariedad” como postura humana (y cristiana) fundamental en la cual permanecer siempre.
I. Premisa
La gran intuición de Péguy es haber reconocido que la filosofía moderna (el uso moderno de la
razón) es en el fondo una filosofía del “no-acontecimiento”. En la modernidad, la realidad ha sido
reducida a la toma de conciencia (gnóstica) de un “ser” y de un “devenir” que en el fondo no tienen
ninguna novedad, pues son sólo abstracciones y que por eso no interesan a nadie. Todo esto es
sintetizado en la famosa frase de Hegel (en el prefacio de sus Lineamentos de la filosofía del
derecho): “Lo que es real es racional y lo que es racional es real”. De este modo el misterio de la
realidad ha sido reducido a ideas y explicaciones estáticas, abstractas, idealistas, eternas, pero
que jamás suceden en la realidad.
II. El descubrimiento-reconocimiento del acontecimiento del ser
Péguy reacciona a esta reducción del ser. Para él no existen sólo las categorías del “ser” y del
“devenir” en las cuales siempre se había entrampado la filosofía; existe ante todo el
“acontecimiento”, el adesse del ser, el acontecimiento del ser: ser es acontecer y por eso la
realidad es acontecimiento imprevisto e imprevisible, no deducible de factores anteriores. Escribirá
en Notre jeunesse: “Lo más imprevisto es siempre el acontecimiento”.
En efecto, el “ser” se puede reconocer y por eso conocer sólo en cuanto acontece en un encuentro.
No se conoce al ser “antes” de su acontecimiento, a priori como pretendía Kant, ni “después” como
la lechuza hegeliana que llega sólo cuando los hechos han acontecido para explicarlos en un
sistema. Se conoce algo sólo cuando algo acontece; ni antes ni después. El “acontecimiento” es
así el método y el contenido del conocimiento y el mismo conocimiento es “acontecimiento”. Es
decir, se conoce al ser sólo cuando se re-conoce su acontecimiento en el tiempo, en el presente,
en la “contemporaneidad” (Kierkegaard).
A esta altura, se injerta la reflexión de Péguy sobre el presente (contenida sobre todo en su Nota
sobre Descartes y la filosofía cartesiana de la que son sacadas todas las citas de nuestra
ponencia, menos las que se indican como de otra obra). Para Péguy (siguiendo en esto a su
maestro Bergson), la filosofía ha caído en el error de pensar que el presente pertenece sólo al
tiempo y no al misterio del ser. Por eso se ha considerado el presente como un punto fijo, la
cristalización del tiempo en una fecha, algo homogéneo al tiempo y por eso a una medida.
El presente, al contrario, tiene un ser y una naturaleza propia, imprevisible, imprevista, no
deducible de factores anteriores, no es ya predeterminado, no es algo inerte, es decir
(etimológicamente), algo impotente, inactivo, inmóvil, paralizado, sin vida; al contrario, es algo
nuevo, es un acontecimiento imprevisto, es algo nuevo por el pensamiento que no lo puede pensar
ni a priori ni a posteriori pues es de una cualidad distinta, no es de una cantidad distinta.
Para Péguy, Bergson (por primera vez en la historia del mundo y de la filosofía), ha dicho que el
presente es el “preciso punto donde residía la batalla” contra el mecanicismo, el determinismo, el
materialismo, el espiritualismo gnóstico. En este sentido, la batalla para Péguy consiste en no
considerar el presente como el fruto del pasado. Al contrario, el presente es un nuevo inicio, no
está “ya hecho” y carcomido por el pasado, es el “ser aún no comprometido”, es un ser nuevo,
inicial, es lo que aún no ha sido adquirido, y por eso es una riqueza imprevista.
III. La gnosis intelectualista: más allá del presente
Para Péguy, los grandes enemigos del acontecimiento del presente son los “intelectuales de la
felicidad” que pretenden ir más allá del acontecimiento del presente, para así poder considerarlo
como un pasado ya aprisionado y catalogado en una idea “ya hecha”, en una “voluntad ya hecha”,
acostumbrada. De esta forma, el presente es percibido sin misterio, sin algo cualitativamente nuevo
para desvelar, para revelar, para donar.
Esta dinámica, para Péguy, es una tentación intelectual, yo diría gnóstica, es una dinámica llena de
la pretensión de poseer el acontecimiento del presente en una red de “ideas ya hechas”. Pero, dice
Péguy, “el bicho conservado en el frasco ya no es bicho. Para conocer la realidad no se requiere
estar tranquilo, sino ser capaz de conocerla”.
Para Péguy, la razón misma se ha enjaulado en la pretensión de un conocimiento que consistiría
sólo en la posesión del ser en categorías estáticas, históricas: “Esa confusión del presente con el
pasado, esa reducción del presente a pasado, es el engrudo que mantiene en pié al determinismo,
al materialismo y al intelectualismo”.
IV. El afán de tranquilidad de la modernidad
En el fondo, este miedo del presente es sólo la máscara de un afán de tranquilidad: “Estar en paz,
palabra predilecta, lema de todas las cobardías cívicas e intelectuales. Mientras el presente se
llama presente, mientras la libertad es libre, es también muy fastidiosa, busca guerra. (…) Pero en
cuanto el presente se convierte en pasado, todo se resuelve”.
Para Péguy este afán de tranquilidad domina de la misma suerte a laicos y eclesiásticos. Es el
triunfo de Benjamín Franklin y de su máxima no dejes para mañana lo que puedas hacer hoy, que
en la modernidad es considerada “la máxima de la sabiduría, de la prudencia y del buen gobierno
de sí mismo”. Es el triunfo, para Péguy, de la libreta de la caja de ahorros, el “libro modelo” de la
modernidad, el “diploma de tranquilidad del mundo entero”: “Así como el Evangelio es un
compendio del pensamiento cristiano, así también la libreta de la caja de ahorros es el compendio
del pensamiento moderno. Es lo único capaz de hacer frente a los Evangelios, porque es el libro
del dinero, y el dinero es el anticristo. (…) Los libros licenciosos sólo han producido pecadores. La
libreta de caja de ahorros produce lo moderno”.
Esta perspectiva del ahorro es la misma perspectiva de los “seguros”: es decir, la pretensión de
asegurarse contra el acontecimiento imprevisto. Para Péguy es lo más opuesto al Evangelio y a su
máxima: Cada día trae su afán, cuique diei malitia sua. (Mt 6,34): “Si cada día trae su afán, ¿por
qué asumir hoy los afanes de mañana, el trabajo de mañana?”.
Así, el hombre no debe asegurarse de antemano contra el mañana, contra el acontecimiento que
aún debe acontecer: “No debemos pensar en el mañana. Esa misma pereza (intelectual), esa
misma prudencia, anticipación (y ese mismo apego al ahorro) fue lo que selló el determinismo, el
materialismo y el intelectualismo”.
V. Los “seguros intelectuales” frente al acontecimiento
Péguy dice que el origen de esta perspectiva de ahorro y de “seguros” contra el acontecimiento
imprevisto del presente nace de una pereza de la razón que no quiere ser desbarajustada, puesta
en movimiento de su sedentarismo por el acontecimiento del ser: “Esa imperiosa necesidad de fijar
el espíritu no es sino un ansia de pereza y la expresión misma de la pereza intelectual. Ante todo,
los modernos, quieren estar tranquilos; ser, ante todo, sedentarios”.
Para Péguy, esta mentalidad que produce sólo funcionarios que ya están asegurados contra los
riesgos del mañana y del acontecer, es la misma tentación de la filosofía, de la razón que pretende
ser docente, sentada en las cátedras universitarias, con la única preocupación de estabilizar su
carrera: “Esa misma tentación de pereza, esa misma fatiga y ansia de tranquilidad que los hace a
todos funcionarios, es la misma que hace intelectuales. Así como todos corren tras las cátedras, no
para enseñar, sino para estar sentados, así también desean ante todo una filosofía, un sistema de
pensamiento, un sistema de conocimiento donde se puede estar sentado. (…) En verdad son
funcionarios, son gente tranquila y sedentaria, y tienen una filosofía fija, una filosofía de
sedentarios, de funcionarios”.
VI. La seguridad estatal-hegeliana
Esta mentalidad se podría definir estatal-hegeliana.
Recodamos las escalofriantes afirmaciones de Hegel en su Filosofía del espíritu: “Todo lo que el
hombres es, lo debe al Estado; sólo en el Estado el hombre tiene su esencia. (...) El estado no
existe para los ciudadanos; se podría decir que el estado es el fin y los ciudadanos son los
medios”.
Escribe Péguy: “Los modernos sólo piensan en su jubilación, es decir, en la pensión que recibirán
del Estado, no ya para hacer, sino por haber hecho. Su ideal, si se nos puede permitir llamarlo así,
es un ideal de Estado, un ideal de asilo de ancianos. Así como el cristiano se prepara para la
muerte, el hombre moderno se prepara para la jubilación”. De este modo, todos, laicos o
eclesiásticos, quieren asegurarse frente “a la gloriosa inseguridad del presente”.
Para Péguy esta “ansia monstruosa de tranquilidad”, esta filosofía de sedentarios tiene
consecuencias metafísicas, morales, económicas: “En metafísica, sacrificamos el verdadero
presente al instante siguiente [explicado], y reducimos así el verdadero presente, el ser real, al
estado de pasado [a una “idea ya hecha”]. En moral sacrificamos hoy a mañana. En economía
sacrificamos toda una raza a nuestra tranquilidad de mañana”.
En efecto, esta ansia de tranquilidad quiere sacrificar en economía, en moral, en metafísica “la
fecundidad, la libertad y el movimiento y la presencia y la inseguridad gloriosa del presente, a la
tranquilidad del instante que le ha de seguir. (…) Este mundo moderno e intelectual todo lo haría (y
todo lo hizo) para escapar a ese presente fecundo, libre, lleno de vida. Todo lo daría para escapar
al movimiento y a la presencia del presente, para asegurarse de antemano la tranquilidad”.
VII. El acontecimiento presente no es negociable
Para Péguy es Bergson quien “ha vuelto a encontrar el presente, ha reintegrado la presencia del
presente. Nos ha vuelto a decir que cada día trae su afán. Esto es la sabiduría misma y la vida. (…)
No pretender asegurar de antemano la tranquilidad. No anticipar el mañana. (…) No sacrificar el
día de hoy, la libertad y la fecundidad de hoy, a la tranquilidad de mañana. (…) No envejecer la
vida: bastante envejece ya. He aquí lo metafísico, lo moral, lo económico y lo cívico”.
El acontecimiento del presente es atacado por la modernidad justamente porque no entra en una
lógica de los “seguros” contra el mañana. Es un ataque juntamente económico e intelectual: “El
mundo del dinero y de la avaricia es el mismo mundo de los intelectuales del ser estático”. De este
modo la mentalidad moderna es una mentalidad del “acostumbramiento”, del hábito, de la
pretendida seguridad de la costumbre que, para Péguy, es como una “segunda naturaleza”.
Como hemos visto, lo que describe Péguy, el modo de tratar el acontecimiento del presente, no
tiene implicancias sólo filosóficas sino que también sociales: “Las economías, los civismos, las
morales, las metafísicas, todos dependen de cómo se trata el presente. Dime cómo tratas el
presente y te diré qué filosofía eres. Si esterilizamos el presente, todo es estéril, todo está vacío.”
VIII. La precariedad existencial necesaria
La “precariedad” es la novedad que la tradición hebreo-cristiana aporta a la visión del tiempo, y es
la consecuencia de la visión de la realidad y del presente como acontecimiento que no se puede
poseer de antemano. La precariedad es así el reconocimiento de la imposibilidad de una seguridad
que adelante o supere el acontecimiento de la realidad. Péguy con su insistencia sobre el
acontecimiento y la originalidad del presente, ha individuado el punto exacto para que no se caiga
en pensamientos y acciones “ya hechas”, “ya sabidas”, es decir, en una razón y libertad
acostumbradas.
Antes del adviento de la modernidad, las ciudades laicas y la civitas Dei temporal reconocían
como inevitable que siempre había que recomenzar “mediante nuevo inicios temporales,
mediante precarias reanudaciones temporales” (Verónica. Diálogo de la historia con el alma
carnal).
Sin embargo, para Péguy, en la modernidad la cristiandad ha olvidado esta precariedad, pues el
acontecimiento cristiano ha sido desvirtuado. Hablando de los cristianos modernos dice: “No son
cristianos, quiero decir que no lo son hasta la médula. Continuamente pierden de vista la
precariedad, que para el cristiano es la condición más profunda del hombre; pierden de vista esta
profunda miseria, y no tienen presente que siempre hay que volver a comenzar. Es una
precariedad eterna. Nada de lo adquirido es adquirido para siempre. Es la condición misma del
hombre. Y es la condición más profunda del cristiano. No hay nada más contrario al pensamiento
cristiano que la idea de una adquisición eterna, la idea de una adquisición definitiva que no
puede ponerse en tela de juicio”.
Para Péguy, dada esta situación de desvirtuación del acontecimiento cristiano, es al pueblo hebreo
al que todos tendrían que mirar para aprender la experiencia de la “precariedad” entendida como
dependencia permanente del Misterio. Así la describe: “Estar en otro lugar: esta es la gran virtud
secreta, la gran vocación del pueblo hebreo. Para ellos, toda travesía era la travesía del desierto.
Las casas más confortables, las mejor cimentadas, de grandes piedras talladas, gruesas como las
columnas del templo, las casas más inmobiliarias, los inmuebles más abrumadores no son para
ellos sino carpas en el desierto. Qué importan las piedras talladas más gruesas que columnas del
templo. Siguen igual sobre el lomo de los camellos” (Notre jeunesse).
Esta es la lección de Péguy: permanecer en la precariedad, es decir, recomenzar siempre, no
considerar nada como adquirido para siempre, vivir el presente como presente siempre imprevisto,
esperar el acontecimiento del ser (recordemos que la etimología de “precario” significa algo que no
se obtiene por derecho, sino sólo por preces, por súplicas).
Sólo de aquí puede nacer la fecundidad de un pueblo, su reconstrucción humana. Esto no es algo
que vale sólo después de un terremoto, pues la precariedad es la condición existencial humana
más real.
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