Lorea Canales Capítulo 19. LA PUTA Los pechos nunca habían sido lo suyo. Pedro prefería por mucho las nalgas, los tobillos o hasta unos ojos bonitos. Sin duda su mayor fantasía sexual, la que tenía desde niño, y la primera que había ejecutado, había sido una mamadita. Así se lo pidió a la puta del Rouge, un prostíbulo de la Zona Rosa que frecuentaban sus primos. Quería, cierto, guardarse virgen para Martita, que ya era, aunque él tuviera dieciocho años, y ella dieciséis, su prometida. Claro, no era su prometida oficial, no lo sería hasta que él se graduara de administración de empresas, pero para todos efectos prácticos él ya estaba tomado. Martita y él habían platicado largamente sobre el sexo, su conversación básicamente se reducía a esto: 1. No tendrían sexo hasta el matrimonio. 2. Cuando se casaran, tendrían mucho sexo. La verdad es que la puta le había dado miedo, no tenía ningunas ganas de metérsela por ahí, pero cuando le sugirió una mamadita el plan le pareció perfecto y el acto delicioso. Al sentir que se venía se envalentonó. -¡Traga, puta, traga! La puta lo miró, hincada como estaba con ojos de éxtasis o de súplica. Pedro no pudo descifrar la mirada, sólo la tomó por los cabellos y se la acercó más. No se reconocía. Estaba fuera de sí. Tenía ganas de que siguiera, de darle nalgadas en esos glúteos redondos enmarcados por la tanga y por las ligas. Quería arrancarle la tanga y metérsela más. No hizo nada. Su corazón recuperó la cadencia y la puta paró, se limpió la boca. -Te va a salir caro tu chistecito. - ¡Cállate, puta! Lo que me sobra es dinero. Durante seis meses no dejó de pensar en esa mamada, se masturbaba pensando en ella, daba vueltas afuera del Rouge pensando en ella. Empezó a correr largas distancias para no pensar en ella. La quería, la deseaba tanto… pero no volvió, le daban miedo sus impulsos. Finalmente se confesó con el Padre Miguel. El Padre Miguel era también el entrenador de fútbol y entre los muchachos del Instituto el más respetado para consultar en cuestiones de sexo. A más de uno lo había conectado con una edecán, pues era de la sabía opinión que si el pecado no se podía contener, era mejor optar por el menor de ellos. Y si los alumnos del Instituto, futuros líderes del país tenían que coger, mejor que lo hicieran con señoritas de calidad dedicadas discretamente a eso –no putas de prostíbulo- y sobre todo no con sus novias, niñas decentísimas del Instituto hermano y futuras madres de los líderes del país. Así fue, el padre los llevó un día al fútbol y les presentó a Marisol. Pedro tenía instrucciones de pedirle a Marisol su teléfono e invitarla a cenar. -No es una puta -le había advertido el Padre Miguel, -pero tampoco es una señorita. Invítala a cenar, coquetéale, y a cambio de otra invitación, un paseo, o alguna cosita que le compres, ella estará contenta. Invitó a cenar a Marisol, le sorprendió la facilidad con la que de pronto la ciudad se dividió para él en dos colores. Zona de gente bien, la zona de la gente decente –donde Martita frecuentaba- y la otra ciudad... No eran demarcaciones sencillas, podía haber un restaurante donde citar a Marisol justo a lado de uno para ir con Martita o con sus papás, pero la ciudad estaba hecha para que no se cruzaran esas dos zonas. Antes no había tenido uso de esos mapas o códigos, pero ahora que se proponía vivir una doble vida, el mapa se le aparecía clarísimo, como si hubiera encontrado la piedra mágica que descifraba todo un universo de códigos que tenía dentro de él mismo y había aprendido desde la infancia.