HAGA UNA PREGUNTA ESTÚPIDA ROBERT SHECKLEY Respondedor fue construido para que durara todo el tiempo necesario..., lo cual significa mucho tiempo, según el concepto que algunas razas tienen del tiempo, y muy poco tiempo, según el concepto de otras. Pero, para Respondedor, era un período de tiempo justo. En lo que se refiere a tamaño, Respondedor era mayor que algunos, y menor que otros. Podía ser considerado como complicado, aunque algunos opinaban que, en realidad, era muy sencillo. Respondedor sabía que era como tenía que ser. Por encima de todo, era El Respondedor. Lo sabía. Con referencia a la raza que lo había construido, cuanto menos se diga, mejor. Ellos también Sabían, y nunca expresaban si encontraban agradable el conocimiento. Habían construido a Respondedor como un servicio a una raza menos desarrollada, y habían desaparecido misteriosamente. Únicamente Respondedor sabía adónde habían ido. Porque Respondedor lo sabía todo. Sobre su planeta, girando alrededor de su sol, estaba sentado Respondedor. Su existencia continuaba, larga, según el criterio que algunos tienen de la existencia, corta, según el criterio de otros. Pero tal como debía ser, para Respondedor. Dentro de él estaban las respuestas. Conocía la naturaleza de las cosas, y sabía por qué las cosas son como son, y qué son, y qué significan. Respondedor podía contestar cualquier pregunta, en el supuesto que ésta fuese una pregunta lícita. ¡Y deseaba contestarlas! ¡Estaba ansioso por contestarlas! ¿Cómo podía ser de otro modo, tratándose de un Respondedor? ¿Qué otra cosa podía hacer un Respondedor? De modo que esperó que las criaturas llegaran y preguntaran. ¿Cómo se encuentra, señor? preguntó Morran, flotando amablemente sobre el anciano. Mejor dijo Lingman, tratando de sonreír. Ningún peso era alivio suficiente. A pesar del hecho que Morran había consumido una enorme cantidad de combustible, a fin de hacer mínima la aceleración, el débil corazón de Lingman no la había digerido. El corazón de Lingman había protestado, golpeando furiosamente la caja torácica donde estaba encerrado, deteniéndose para volver a golpear con más fuerza. Morran no tenía aquellos problemas. Su robusto cuerpo podía soportarlo todo. En cuanto a Lingman... Voy a vivir murmuró Lingman, como respondiendo a la pregunta que no había sido formulada. Voy a vivir el tiempo suficiente para encontrarlo. Morran manipuló en los mandos, y la nave se deslizó por el subespacio como una anguila por el aceite. Lo encontraremos murmuró Morran. ¡Encontraremos al Respondedor! Lingman asintió a su joven compañero. Habían estado convenciéndose mutuamente durante años. El proyecto había surgido de Lingman. Luego, Morran se había unido a él. Juntos habían rastreado los rumores a través del Sistema Solar. Las leyendas acerca de una antigua raza humanoide que había conocido la respuesta a todas las cosas y había construido el Respondedor, desapareciendo después misteriosamente. ¡Imagínese! dijo Morran. ¡La respuesta a todas las cosas! Morran era físico y tenía muchas preguntas que formular a Respondedor. El universo en expansión; la fuerza aglutinante de los núcleos atómicos; formaciones planetarias; relatividad... Sí dijo Lingman. Era un biólogo y un anciano. Tenía dos preguntas que formular. ¿Qué es la vida? ¿Qué es la muerte? Después de un largo período dedicado a la caza de púrpura, Lek y sus amigos se reunieron para hablar. La púrpura escaseaba siempre en las proximidades de los racimos múltiples de estrellas aunque nadie sabía por qué de modo que podían permitirse aquella conversación. ¿Saben una cosa? dijo Lek. Creo que voy a ir a cazar a ese Respondedor. Lek hablaba el lenguaje Ollgrat, el lenguaje de la decisión inminente. ¿Por qué? le preguntó Ilm, en la lengua Hvest de la burla ligera. ¿Por qué quieres saber cosas? ¿No te basta con el trabajo de reunir púrpura? No dijo Lek, hablando todavía el lenguaje de la inminente decisión. No me basta. El gran trabajo de Lek y los suyos era reunir púrpura. Encontraban púrpura incrustada en muchas partes de la tela del espacio, en minúsculas cantidades. Lentamente, estaban levantando un enorme montículo con ella. Nadie sabía para qué iba a servir el montículo de púrpura. Supongo que le preguntarás qué es la púrpura dijo Ilm, apartando una estrella y tendiéndose cuan largo era. Desde luego dijo Lek. Hemos vivido en la ignorancia demasiado tiempo. Tenemos que conocer la verdadera naturaleza de la púrpura, y su significado en el esquema de las cosas. Tenemos que saber por qué rige nuestras vidas. Para este parlamento, Lek utilizó el Ilgret, el lenguaje del conocimiento incipiente. Ilm y los otros no trataron de discutir, ni siquiera en el lenguaje de las discusiones. Sabían que el conocimiento era importante. Siempre, desde el amanecer del tiempo, Lek, Ilm y los otros habían reunido púrpura. Ahora era el momento de conocer las respuestas del universo: qué era la púrpura, y para qué iba a servir el montículo. Y, desde luego, allí estaba el Respondedor para decírselo. Todos habían oído hablar del Respondedor, construido por una raza semejante a la suya, desaparecida mucho tiempo atrás. ¿Vas a preguntarle otras cosas? inquirió Ilm. No lo sé dijo Lek. Tal vez le pregunte acerca de las estrellas. En realidad, no existe ninguna otra cosa importante. Dado que Lek y sus hermanos habían vivido desde el amanecer del tiempo, no se habían planteado nunca el problema de la muerte. Y dado que su número era siempre el mismo, no se habían planteado el problema de la vida. Pero, la púrpura... Y el montículo... ¡Iré! exclamó Lek, en el lenguaje de la decisión tomada. ¡Buena suerte! dijeron sus hermanos al unísono, en la jerga de la mayor amistad. Lek se puso en camino, saltando de estrella en estrella. Solo en su pequeño planeta, Respondedor permanecía sentado, esperando a los Interrogadores. De cuando en cuando, se murmuraba respuestas a sí mismo. Éste era su privilegio. Sabía. Pero esperaba, y el tiempo no era ni demasiado largo ni demasiado corto, a que cualquiera de las criaturas del espacio llegara y preguntara. Eran dieciocho, reunidos en una plaza. Invoco la regla de dieciocho gritó uno de ellos. Y apareció otro, que no había estado antes, nacido por la regla de dieciocho. Tenemos que ir en busca del Respondedor gritó uno. Nuestras vidas están regidas por la regla de dieciocho. Donde hay dieciocho, habrá diecinueve. ¿Por qué tiene que ser así? Nadie pudo contestar. ¿Dónde estoy? preguntó el recién nacido diecinueve. Y uno se lo llevó a un lado para instruirle. Quedaron diecisiete. Un número sólido. Y tenemos que descubrir gritó otro por qué todos los lugares son distintos, aunque no existe ninguna distancia. Ése era el problema. Uno está aquí. Luego, uno está allí. Así, sencillamente, sin movimiento, sin motivo. Y sin embargo, sin moverse, uno está en otro lugar. Las estrellas son frías gritó uno. ¿Por qué? Tenemos que ir en busca del Respondedor. Ya que habían oído las leyendas, conocían las historias. Una vez hubo una raza, muy semejante a la nuestra, que Sabía..., y se lo contaron todo al Respondedor. Luego se marcharon a donde no hay ningún lugar, pero hay mucha distancia. ¿Cómo llegaremos allí? gritó el recién nacido diecinueve, lleno ahora de conocimiento. Llegaremos. Y dieciocho de ellos se desvanecieron. Quedó uno. Contempló tristemente la enorme extensión de una estrella helada, y luego también él se desvaneció. Aquellas antiguas leyendas son ciertas murmuró Morran. Allí está. Habían surgido del subespacio en el lugar citado por las leyendas, y ante ellos había una estrella distinta a todas las demás estrellas. Morran trató de inventar una clasificación para ella, pero pensó que no valía la pena. No había otra estrella igual. Girando alrededor de la estrella había un planeta, y éste también era distinto a cualquier otro planeta. Morran trató de inventar motivos, pero pensó que no valía la pena. Este planeta era único. Sujétese bien, señor dijo Morran. Aterrizaré tan suavemente como pueda. Lek se acercó al Respondedor, saltando rápidamente de estrella en estrella. Levantó al Respondedor en la palma de su mano y le miró. De modo que tú eres el Respondedor dijo. Sí dijo el Respondedor. Entonces, dime lo que soy. Una parcialidad. Una indicación. Vamos murmuró Lek, herido en su orgullo, puedes hacerlo mejor que eso. Veamos. El objetivo de mi raza es reunir púrpura y construir un montículo con ella. ¿Puedes decirme el verdadero significado de eso? Tu pregunta carece de significado dijo el Respondedor. Sabía lo que era la púrpura, y para qué iba a servir el montículo. Pero la explicación estaba escondida dentro de otra explicación más amplia. Sin esta última, la pregunta de Lek era inexplicable, y Lek no había sabido formular la verdadera pregunta. Lek formuló otras preguntas, y el Respondedor fue incapaz de contestarlas. Lek veía las cosas a través de sus ojos particulares, extraía una parte de la verdad y se negaba a ver más. ¿Cómo podía explicársele a un hombre la sensación de verde? Respondedor no lo intentó siquiera. No era tarea suya. Finalmente, Lek soltó una risa burlona. Luego se marchó, saltando rápidamente de estrella en estrella. Respondedor sabía. Pero tenían que formularle la pregunta adecuada. Meditó acerca de esta limitación, contemplando las estrellas, las cuales no eran ni demasiado grandes, ni demasiado pequeñas, sino exactamente del tamaño adecuado. Las adecuadas preguntas. La raza que construyó a Respondedor debió tenerlo en cuenta, pensó Respondedor. Dieciocho criaturas se presentaron ante Respondedor, sin caminar ni volar, sino apareciendo, sencillamente. Temblando al frío resplandor de las estrellas, contemplaron la robustez de Respondedor. Si no hay ninguna distancia preguntó uno, ¿cómo puede haber cosas en otros lugares? Respondedor sabía lo que era la distancia, y lo que eran los lugares, pero no pudo contestar la pregunta. Existía la distancia, pero no como aquellas criaturas la veían. Y existían lugares, pero de un modo distinto del que aquellas criaturas imaginaban. Repite la pregunta dijo Respondedor amablemente. ¿Por qué somos cortos aquí preguntó uno y largos allí? ¿Por qué somos gordos aquí, y delgados allí? ¿Por qué están frías las estrellas? Respondedor lo sabía todo. Sabía por qué estaban frías las estrellas, pero no podía explicarlo en términos de estrellas ni de frialdad. ¿Por qué preguntó otro hay una regla de dieciocho? ¿Por qué, cuando se reúnen dieciocho, es producido otro? Pero desde luego, la respuesta era parte de otras preguntas mayores, que no habían sido formuladas. Fue producido otro por la regla de dieciocho, y las diecinueve criaturas se desvanecieron. Lo hemos conseguido dijo Morran. Bien, bien. Palmeó el hombro de Lingman..., sin demasiado fuerza, porque el anciano no lo hubiera resistido. Estaba cansado. Tenía el rostro hundido, amarillento. Vamos dijo Lingman. No quería perder tiempo. No tenía tiempo para perder. Embutidos en sus trajes espaciales, avanzaron por el angosto sendero. No tan aprisa murmuró Lingman. De acuerdo dijo Morran. Caminaron juntos, a lo largo del oscuro sendero del planeta que era distinto de todos los otros planetas, girando solitario alrededor de un sol que era distinto de todos los otros soles. Por aquí dijo Morran. Las leyendas eran explícitas. Un sendero, que conducía a unos escalones de piedra. Escalones de piedra hasta un atrio. Y luego..., ¡el Respondedor! Para ellos, el Respondedor era como una pantalla blanca fijada en una pared. A sus ojos, el Respondedor era muy sencillo. Lingman unió sus temblorosas manos en un aplauso. Este momento culminaba el trabajo de toda una vida, probando, discutiendo, reuniendo trozos de leyenda. Recuerde que quedaremos impresionados le dijo a Morran. La verdad no será nada de lo que hemos imaginado. Estoy preparado dijo Morran, con los ojos brillantes. Muy bien. Respondedor dijo Lingman, con su delgada vocecita. ¿Qué es la vida? Una voz habló en sus cerebros. La pregunta no tiene significado. Por «vida», el Interrogador se está refiriendo a un fenómeno parcial, inexplicable excepto en términos de su conjunto. ¿De qué es parte la vida? preguntó Lingman. Esa pregunta, en su forma actual, no admite ninguna respuesta. El Interrogador sigue considerando la vida desde su punto de vista personal y limitado. Entonces, contesta en los términos que te sean propios dijo Morran. El Respondedor sólo puede contestar preguntas. Respondedor pensó de nuevo en la triste limitación que le habían impuesto sus constructores. Silencio. ¿Está el universo en expansión? preguntó Morran confiadamente. «Expansión» es un término inaplicable a la situación. El Universo, tal como lo ve el Interrogador, es un concepto ilusorio. ¿Puedes decirnos algo? preguntó Morran. Puedo contestar a cualquier pregunta válida acerca de la naturaleza de las cosas. Los dos hombres se miraron el uno al otro. Creo que sé lo que quiere decir murmuró tristemente Lingman. Nuestros supuestos básicos son erróneos. Todos ellos. No pueden serlo dijo Morran. La física, la biología... Verdades parciales dijo Lingman, con un gran cansancio en la voz. Al menos, hemos descubierto que nuestras suposiciones acerca de los fenómenos observados son erróneas. Pero, la regla de la hipótesis más simple... No es más que una teoría dijo Lingman. Pero la vida..., ¿por qué no pudo contestar lo que es la vida? Enfóquelo de otro modo dijo Lingman. Suponga que me pregunta usted: «¿Por qué nací bajo el signo de Escorpión, en conjunción con Saturno?» Sería incapaz de contestar a su pregunta en términos del zodíaco, porque el zodíaco no tiene nada que ver con ella. Comprendo dijo Morran lentamente. No puede contestar preguntas en términos de nuestros supuestos. Eso parece. Y no puede modificar nuestros supuestos. Está limitado a preguntas válidas..., las cuales implicarían, al parecer, unos conocimientos que no poseemos. ¿No podemos formular ni siquiera una pregunta válida? dijo Morran. No puedo creerlo. Tenemos que conocer algo básico. Se volvió hacia el Respondedor. ¿Qué es la muerte? No puedo explicar un antropomorfismo. ¡Un antropomorfismo, la muerte! exclamó Morran. Lingman se volvió rápidamente. ¡Ahora estamos llegando a alguna parte! ¿Son irreales los antropomorfismos? preguntó. Los antropomorfismos pueden ser clasificados en A) Falsas verdades, o B) Verdades parciales en términos de una situación parcial. ¿Cuál de ellas es aplicable aquí? Ambas. Fue lo más cerca que pudieron llegar. Morran fue incapaz de extraer nada más del Respondedor. Durante horas enteras los dos hombres lo intentaron, pero la verdad parecía cada vez más lejana. Resulta enloquecedor dijo Morran. Tiene la respuesta a todo en el universo, y no puede dárnosla a menos que formulemos la pregunta adecuada. Pero, ¿cómo podemos saber cuál es la pregunta adecuada? Lingman se sentó en el suelo, apoyándose contra una pared de piedra. Cerró los ojos. Salvajes, eso es lo que somos dijo Morran, paseando de un lado para otro frente al Respondedor. Imaginemos a un bosquimano acercándose a un físico para preguntarle por qué no puede dispararle sus flechas al sol. El científico sólo podrá explicárselo en sus propios términos. ¿Qué sucedería? El científico ni siquiera lo intentaría dijo Lingman. Conocería las limitaciones del interrogador. Muy bien dijo Morran furiosamente. ¿Cómo le explicaría la rotación de la Tierra a un bosquimano? O, mejor aún, ¿cómo le explicaría la relatividad, manteniendo un rigor científico en sus explicaciones, desde luego? Lingman, con los ojos cerrados, no respondió. Nosotros somos bosquimanos. Pero, aquí, la diferencia es mucho mayor aún. Gusano y superhombre, quizás. El gusano desea conocer la naturaleza del polvo, y por qué hay tanto. Los ojos de Lingman continuaban cerrados. ¿Nos vamos ya, señor? Silencio. Solo en su planeta, el cual no es ni grande ni pequeño, sino exactamente del tamaño adecuado, Respondedor espera. No puede ayudar a la gente que se acerca a él, ya que incluso Respondedor tiene limitaciones. Sólo puede contestar a las preguntas válidas. ¿Universo? ¿Vida? ¿Muerte? ¿Púrpura? ¿Dieciocho? Verdades parciales, medias verdades, pequeños retazos de la gran pregunta. Pero Respondedor, solo, se murmura las preguntas a sí mismo, las verdaderas preguntas, las cuales no puede comprender nadie. ¿Cómo podrían comprender las verdaderas respuestas? Las preguntas nunca serán formuladas, y Respondedor recuerda algo que sus constructores sabían y olvidaron. Para formular una pregunta, debe conocerse ya la mayor parte de la respuesta. FIN Título Original: Ask a Foolish Question © 1953. Traducción José Ma. Aroca. Edición Digital de Arácnido. Revisión 2.