Costas Blancas

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Costas Blancas
El tiempo se detiene, solo por un segundo. Recuerdo que en mi juventud los
veteranos ebrios habían hablado de esto, y de la muerte, que la habían visto, y
entendieron que solo era un camino que todos debíamos recorrer. Me acuerdo
como la describían los que escaparon de ella. ”Las cortinas grises de este mundo
se abren y se convierten en plata y oro. Entonces lo ves… costas blancas
rodeadas por un mar de cristal que se confunde con el cielo a la luz de un nuevo
amanecer. Un reino lejano y verde, lleno de paz, donde el brillo de las estrellas
resplandece sobre todo. Y más allá…” -No suena mal, pensé en ese entonces
aunque nunca lo creí.
Es un claro atardecer, la fría brisa señala la llegada del invierno, que parece será
muy cruel. Las nubes forman gruesas capas en el cielo, entre sus espacios se
pueden ver las primeras estrellas de la noche, pero aun hay suficiente luz para ver
los campos. Es extraño, nunca me había fijado en estos detalles, hasta ahora
¿Por qué hasta ahora? Tal parece que solo vemos los detalles simples de la vida
cuando esta está por desaparecer.
Súbitamente unos gritos me traen a la realidad, me muestra que este mundo no es
tan hermoso como parece - ¡Todos listos! Ordena con voz frenética a las primeras
filas. Todos siguen las órdenes, no entiendo nada. ¡Ya están cerca! Entonces,
siento cosquillas en los pies, como si se hubieran adormecido, parece un leve
sismo. Pero no es así. Se desmaya una persona a mi lado, pero nadie lo auxilia.
Todos tenemos problemas. Y el de ahora no nos permite ver lo que pasa a lado.
Mi ropa me pesa. Mis brazos se debilitan. Creo que voy a desmayar. No, no debo
hacerlo, nadie va a socorrerme. De alguna forma reúno fuerzas para seguir de pie,
seria humillante para alguien de 50 años caer así, seria humillante para mi.
Suenan las primeras trompetas anunciando la llegada de un contingente y por
alguna razón todos aplauden. No se lo que pasa. Me distraigo otro segundo.
Pienso en mi casa, en los míos. Siento culpabilidad por ellos, por las cosas que
nunca dije, pero creo que no es un buen momento para sentirse así. Solo me
alegra saber que ellos no están aquí para ver toda esta locura.
¿Locura?, pienso, no lo sé, ¿Osadía? una mezcla de ambos quizá. En medio de la
tormenta de pensamientos siento una palmada en mi nuca, alguien me susurra
algo al oído. Me dice que cuide mi cuello y mis ojos. Por segunda vez suenan las
trompetas, más lejanas que las anteriores. Llegan hombres a caballos. Estoy entre
las primeras filas. Toda la vida quise ser el primero. Cuestión de soberbia, creo,
pero en esta ocasión, no será bueno ser el primero. Me despierta un hombre a mi
lado que se orina, nadie se da cuenta pero veo el hilo de orín bajar por el costado
de su pierna. No digo nada, me parece justo, me parece humano.
Las unidades a pie toman posición, muchos han visto pocos inviernos, otros como
yo demasiados. Apenas logran sostener su coraza. No puedo más. Entre tanta
confusión quiero salir corriendo, después de todo nadie se daría cuenta.
Demasiado tarde, una vez más suenan las trompetas, estas eran más agudas, y
marcaban la marcha de la infantería. De está manera comenzamos la caminata.
Llegamos ante una pampa y se nos ordena detenernos. De repente otro sismo,
más fuerte, más constante. No era un sismo. En aquel momento lo vi, todos lo
vieron. Toda una masa negra de mortales marchando hacia nosotros que cubría el
horizonte entero, su número era como las arenas de una playa. - ¡Resistan, no
retrocedan! En un último intento por levantar la moral, los comandantes de todas
las divisiones comienzan a enaltecer palabras de valor, hombría y coraje. No se si
ellos se creen lo que dicen, pero sabíamos que si no hacíamos caso, entonces no
habría hogar al cual volver, si volvíamos.
A la siguiente trompeta, una distante, todo comenzó. En un arranque de furia
incontenible se lanzan contra nosotros las masas contrarias, eran hombres
enormes, con armas terribles y corazas gruesas. Comenzamos a correr hacia
ellos, sin saber que hacer, pero fue la primera reacción. Solo debía recordar lo
que me enseñaron, mantener la línea, cuidar el cuello, los ojos y piernas entonces
quizá, solo quizás estaría bien. A la mitad de esa llanura, las dos multitudes
chocan. Fue como un trueno, todo es confusión, gritos, dolor, humanos cayendo
por doquier ¿Qué se puede hacer ante semejante masacre? Solo sobrevivir. No se
lo que hago con mis brazos y piernas, escudo y espada. Solo quiero protegerme.
Me siento muy cansado y cada vez más lento. Con todo logro esquivar un mazazo
en mi rostro, pero entre la confusión exacerbada de los ejércitos matándose unos
a otros, siento un aguijón en mi espalda y caigo. Todo sonido desaparece y el
mundo se mueve con lentitud, yazco entre muchos, les hablo pero no me
escuchan, quiero moverme pero no puedo, todo se hace gris y oscuro. El horrible
dolor se desvanece y todo vuelve a la calma.
Un largo silencio. Finalmente lo veo y lo creo. Costas blancas…. Y más allá!
Valeria Esther Espindola Rissiotti
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