LA REVISION DE LA LEGISLACION CANONICA o

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Pedro Lombardfa
Profesor de Derecho Canónico
en la Universidad de Navarra.
Consultor de la P. Comisión para
la revisión del Código.
LA REVISION
DE LA LEGISLACION
CANONICA
o
e parece difícil tratar de este tema brevemente, si queremos
acercamos a él con un mínimo de profundidad. Cabe acogerse
al fácil recurso de la crónica y dar cuenta, en la medida en que
esto es posible, del estado de los trabajos de la Comisión Pontificia para la revisión del Código de Derecho Canónico (1).
Pero esto sería limitamos al aspecto externo del problema. El
fondo de la cuestión quedaría en pie, a saber: ¿qué problemática plantea el Derecho en la actual coyuntura de la historia de la Iglesia?
UN CLIMA ANTIJURIDIST A
A nadie se oculta que en muchos sectores de la opinión eclesial existe un
clima de recelo ante el Derecho. Más difícil es precisar, en una exposición esquemática, cuáles son sus razones y fundamento. Seleccionemos algunas actitudes:
(.)
Cfr. en este mismo número, en la sección "Crónica de la Iglesia" el comentario e in·
formación sobre el estado actual del proceso de reforma del Derecho Canónico (N.
de la R.).
(1) La "Pontificia Commissio Codici Iuris Canonici recognoscendo" fue creada por Juan
XXIII, aunque sus trabajos sólo pudieron seguir un ritmo verdaderamente intenso en
el pontificado de Paulo VI, después de la terminación del Concilio. Como todas
las Comisiones Pontificias, sus miembros son cardenales. Su primer presidente fue el
Cardenal Ciriaci, que a su muerte fue sustituido por el Emmo. Sr. Pericle Felici, qua
tanto se había distinguido, durante la etapa conciliar, como Secretario general del
Vaticano II. El secretario de la Comisión es el P. R. Bidagor S. J., profesor de la
Universidad Gregoriana; Mons. W. Ondin, profesor de la Universidad de Lovaina,
desempeña las funciones de secretario adjunto.
El trabajo técnico está encomendado a los consultores, cuyo número, en marzo
de 1967, era de 111. Los consultores han sido elegidos entre los prelados y especialistas en Derecho Canónico de los distintos países; de ellos (siempre según datos de
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CANONICA
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- El Derecho Canónico es algo, por su naturaleza,
rígido, lineal, reglamentista; por tanto, su desarrollo podría ahogar la vitalidad del espíritu del Concilio y
restar eficacia pastoral.
- La leyes
expresión de la voluntad de la Jerarquía, imperativamente
impuesta; por ello, conduce a una situación de unilateral preponderancia
del elemento
hierarcológico, poco propicia al desarrollo del diálogo en la vida de la Iglesia.
- La organización eclesiástica que surge de la aplicación del Derecho, oscurece la verdadera y auténtica trama de la comunidad eclesial, que en definitiva eS
significada y realizada en la Eucaristía, en la confección y administración de los restantes sacramentos y en la correspondencia
a la acción del Esphitu Santo sobre el
alma de cada uno de los fieles.
- El Derecho lleva, por su propia naturaleza,
a una cierta estabilidad, que
contrasta con la dinámica del Pueblo de Dios, el cual -in hoc saeculo- ha de comportarse de un modo coherente con su condición de pueblo peregrinan te.
marzo de 1967), cinco son laicos: los profesores Ciprotti, Ebber, Giacchi, Kuttner y
Lombardía.
El trabajo de los consultores se realiza en diez grupos de estudio, dedicados
a las siguientes materias: Normas generales, clérigos, religiosos, laicos, derecho sao
cramental, derecho matrimonial en particular, magisterio eclesiástico, bienes temporales de la Iglesia, derecho procesal y derecho penal. A estos grupos, en los que trabaja un número variable de consultores (siempre reducido), se encomienda la redacción de un proyecto de cánones, modificando, suprimiendo o completando el texto
de! Codex. El trabajo de algunos de estos grupos es dirigido por el P. Bidagor y el
de otros por Mons. Onclin. Los grupo~ se reúnen en Roma a un ritmo aproximado
de dos sesiones por año, de una semana de duración cada una de ellas. Antes de cada
sesión, los consultores deben enviar un voto escrito sobre las cuestiones por tratar,
del que se proporciona copia a todos los miembros del grupo.
Además de estos grupos de eshHlio, trabajan en el seno de la Comisión algunos "coetus speciales": el grupo central de consultores, que tiene a su cargo los
problemas de tipo general y la coordinación de los trabajos; un grupo especial de
consultores para el proyecto de Ley fundamental y otro que se ocupa en algunas
cuestiones especiales, relacionadas con e! lib. II del vigente Codex.
Según datos anteriores a la reunión del Sínodo de Obispos, se habían redactado ya 383 cánones y, además, se habían jlstudiado a fondo cuestiones de gran interés, como las circunscripciones eclesiásticas, el estatuto jurídico fundamental de los
fieles, normas sobre el estado religioso y los bienes eclesiásticos, etc.
La Comisión aún no ha adoptado un criterio sobre la sistemática del nuevo
Código, aun cuando ya se han realizado algunos votos de consultores sobre el problema.
Las ideas fundamentales que inspiran los trabajos están recogidas en un interesante documento, titulado Principia quae Codicis Iuris Canonici recognitionem
dirigant, cuyo texto ha sido estudiado y aprobado, en sus líneas básicas, durante el
reciente Sínodo de Obispos.
Para una información sobre la Comisión Pontificia es fundamental la conferencia de prensa en la que su entonces pro-presidente, Mons. Felici, informó sobre el
estado de los trabajos, el 5 de mayo de 1967. L'Osservatore romano dio cuenta ampliamente de esta conferencia de prensa. Anteriormente, L'Osservatore había informado sobre e! tema en su número del 9 de abril de 1967. El mismo diario, y muchos
otros priódicos y revistas, informaron de la discusión de los Principia directiva en el
Sínodo de Obispos.
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PEDRO
LOMBARDlA
- El Derecho Canónico, técnicamente, está fuertemente influido por los componentes de la cultura jurídica occidental, especialmente por el Derecho Romano;
es muy difícil, por otra parte, que logre liberarse del peso de su propia tradición.
Ello lleva a dos consecuencias no deseables: la dificultad para que pueda ser verdaderamente universal y el riesgo -comprobado por la experiencia histórica- de que
la ley evangélica quede aprisionada por la Lex saeculi.
Se podría hacer más extensa esta enumeración, pero creo que basta con las
cinco actitudes a que acabo de referirme, para situarnos en el clima a que es necesario aludir, como punto de partida para cualquier reflexión que desee ser conducida con sinceridad, sobre el tema del Derecho en el momento actual de la vida de
la Iglesia. Es necesario advertir que estas actitudes no han sido sistematizadas coherentemente en trabajos estrictamente técnicos: afloran parcialmente, en escritos
ocasionales; pero influyen sobre la opinión de manera efectiva y atormentan a algunos espíritus.
A la hora de hacer el análisis de estas manifestaciones de desconfianza ante
el Derecho, encontramos que son la resultante de componentes diversas; es más, heterogéneas: intuiciones verdaderamente vigorosas, desenfoques eclesiológicos, desconocimiento de lo que es verdaderamente el Derecho y apreciaciones sobre acontecimientos históricos a las que la brillantez no les asegura el rigor.
LA NECESIDAD DEL DERECHO EN LA IGLESIA
No se puede desconocer lo que de valioso hay en el ambiente que acabarI10s
de describir; sin embargo, es necesario afirmar con vigor -y muy especialmente en
las circunstancias actuales- la necesidad del Derecho en la Iglesia. Tratemos de
apuntar un esquema de ideas, que podría constituir el núcleo de una argumentación
para probar la afirmación:
- La Iglesia, Pueblo de Dios, está estructurada orgánica y comunitariamente
por la voluntad de Dios (Const. Lumen Gentium, nn. 1 y 8). Esta estructuración
orgánica "se actualiza tanto por los sacramentos como por las virtudes" (Const. Lumen Gentium, 11); es decir, por la misma vida cristiana. Los sacramentos destinan,
por su propia eficacia, a unas específicas funciones en la vida de la Iglesia. De las
tensiones que brotan de la vida cristiana es necesario recordar la dimensión comunitaria (realizada y significada por la Eucaristía), la misión de regir al Pueblo de
Dios (a la que quedan destinados los que reciben el sacramento del orden), la común responsabilidad de todos los fieles en la consecución del fin de la Iglesia, la
específica misión de los que tienen por vocaciól< propia "tratar y ordenar según Dios
las cnestiones temporales" o de los que "por su estado, dan un preclaro y eximio
testimonio de que el mundo no puede ser transfigurado ni ofrecido a Dios sin el
espíritu de las bienaventuranzas" (Const. Lumen Gentium, n. 31), la rica variedad
de personales vocaciones y carismas, etc. Todas estas tensiones (unidad y variedad,
principio jerárquico y común responsabilidad, igualdad esencial y desigualdad funcional) postulan un principio de orden social -comunitario- en el que encuentren
su adecuado equilibrio. Este principio de orden es el Derecho Canónico, que no
puede ser una superestructura con respecto a las raíces sobrenaturales de la vida del
LA REVISlON DE LA LECISLACION
CANONICA
Pueblo de Dios, puesto que deriva y viene postulado por ellas; ni s610 una expresi6n unilateral de la misi6n de regir, puesto que por exigencias de la constituci6n
divina de la Iglesia, ha de ser garantía de las esferas de autonomía necesarias para
que todos los fieles participen en las tareas eclesiales; ni algo que se limite a engendrar deberes de obediencia, sino también garantías de libertad y cauces de actuaci6n responsable.
- El Pueblo de Dios "prefigura y promueve la paz" de toda la humanidad
(Const. Lumen Gentium, n. 13). Es éste un aspecto importante de su "mysterium",
fundamental para una compresi6n integral de la Iglesia, como "sacramento o señal
e instrumento de la íntima uni6n con Dios y de la unidad de todo el género humano" (Const. Lumen Gentium, n. 1). De la Iglesia han de brotar acciones que, respetuosas con la autonomía de lo temporal, contribuyan a sanear "las estructuras y
los ambientes del mundo, si en algún caso incitan a pecado, de modo que todo esto
se conforme a las normas de la justicia y favorezca, más bien que impida, la práctica de las viItudes" (Const. Lumen Gentium, n. 36). Pero, además de la acci6n de
los cristianos en lo temporal, la Iglesia ha de ser germen de unidad y de justicia en
el mundo, como signo, como testimonio: ha de ser ella misma institucionalmente ordenada, pacífica, justa... Lo que la Iglesia pide a las comunidades humanas, ha
de encarnarlo en su propia vida comunitaria. Cuando afirma que "la dignidad de la
persona humana se hace cada vez más clara en la conciencia de los hombres de nuestro tiempo ... " y considera justos los anhelos de los que reclaman "la delimitaci6n
jurídica del poder público, a fin de que no se restrinjan demasiado los confines de
la justa libertad tanto de la persona como de las asociaciones" (Decl. Dignitatis humanae, n. 1); o cuando recuerda que para "lograr resultados felices en el curso diario de la vida pública es necesario un orden jurídico positivo que establezca una
adecuada división de las funciones institucionales de la autoridad política, así como
también una protección eficaz e independiente de los derechos" (Const. Gaudium
et Spes, n. 75); en una palabra, cuando la Iglesia pide a los hombres que las organizaciones de la convivencia temporal estén dotadas de un orden jurídico, ella misma está asumiendo el compromiso de perfeccionar continuamente, de manera coherente con su peculiar naturaleza, las normas jurídicas que regulen su vida comunitaria. Se está vinculando a refrendar la doctrina con el testimonio.
LA NECESIDAD DE UNA DOCTRINA JURIDICA NUEVA
Los dos datos que acabarnos de exponer -el clima antijuridista y la necesidad del Derecho en la Iglesia- nos sitúan en la problemática de la coyuntura actual
del Derecho Canónico. La gran cuestión se puede formular en pocas palabras: para
que pueda llevarse a cabo una revisión de la legislación eclesiástica, coherente con
la doctrina del Vaticano II y en consonancia con el signo de los tiempos, hace falta
llna ciencia canónica renovada, que proporcione al legislador las bases científicas
imprescindibles para llevar a cabo su tarea. Esta ciencia canónica nueva ha de reunir las siguientes cualidades:
- Fundamentaci6n eclesiológica: Es bien sabido que las ciencias eclesiásticas
han seguido un proceso (natural y lógico )de diversificación y especialización. Una
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PEDRO
LOMBARDIA
de las manifestaciones de este proceso ha sido la desconexión entre Eclesiología y
Derecho Canónico; mientras aquélla ha experimentado en las últimas décadas un
vigoroso despliegue, que la ha llevado a profundizar en los aspectos más vitales del
misterio de la Iglesia, el Derecho Canónico ha quedado anclado casi siempre, en su
fundamentación teológica, a planteamientos y conceptos ya superados. A esto se
debe, en buena parte, la rigidez y la actitud excesivamente hierarcológica de muchos canonistas. Para superar esta limitación (culpable, en buena parte, del talante
antijuridista de algunos excelentes eclesiólogos actuales) es imprescindible tomar
buena nota de una advertencia del Vaticano 11: " ... en la exposición (2) del Derecho Canónico. .. atiéndase al misterio de la Iglesia, según la constitución dogmática
De Ecclesia, promulgada por este sagrado Concilio" (Dcr. Optatam totius, n. 16).
Sin una vigorosa fundamentación eclesiológica no será posible que los canonistas capten las peculiares características de la comunidad eclesial, las cuales exigen necesariamente unas soluciones jurídicas también peculiares, coherentes con las exigencias de
la constitución divina del Pueblo de Dios.
- Rigor científico: Para que pueda hablarse de una verdadera ciencia del
Derecho -yen
esto el Derecho Canónico no puede ser una excepción- es preciso
que sus cultivadores profundicen en los datos que se ofrecen a su observación, elaboren nociones técnicas que aclaren los problemas que plantea la aplicación de las
normas jurídicas y sepan tener un sentido unitario de su labor que les permita distinguir lo fundamental de lo accesorio. Evidentemente, para esta labor no están dotados tantos canonistas aferrados a la exégesis de la ley y perdidos en la solución de
cuestiones minúsculas que rara vez se plantean en la práctica. En este sentido es
imprescindible una reforma a fondo del plan de estudios del Derecho Canónico (especialmente en los centros eclesiásticos de enseñanza), una más cuidada selección
del profesorado y un impulso de la investigación.
- Conocimiento de la moderna Ciencia del Derecho: Salvo raras excepciones
(la mayoría de ellas, profesores de universidades de estudios no eclesiásticos italianos y españoles), los canonistas carecen de una verdadera formación jurídica, hasta
el extremo de que ni siquiera han cursado estudios en una Facultad de Derecho;
es decir, las instituciones docentes donde se forman los profesionales del Derecho de
su país. Este hecho produce en la vida de la Iglesia consecuencias perturbadoras; lo
fundamental es que se achaquen al Derecho defectos de algo que sólo puede ser
calificado como su caricatura. Dos ejemplos pueden aclarar lo que quisiera poner de
relieve: a) La tendencia de los canonistas a ver el Derecho, únicamente desde el
punto de vista de lo que debe ser obedecido; olvidándose, en cambio, de que el Derecho debe ser también una garantía de la libertad frente a eventuales abusos de
poder. b) La insistencia de algunos estudiosos de la problemática de la vida eclesial
en recordar que las raíces de la ciencia jurídica se encuentran en el mundo grecoromano, con el consiguiente riesgo de que su desarrollo en la Iglesia sea un atentado
a la catolicidad, sin advertir que éste es un problema universal -especialmente vivo
(2) Obviamente, para que este criterio conciliar pueda ser aplicado en la enseñanza a
los aspirantes al sacerdocio,es necesaria una etapa de investigación,de acuerdo con
la metodología recomendada.
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en el tercer mundo- que ha sido planteado ya hace muchos años por la ciencia del
Derecho secular. No es posible detenemos aquí en UD análisis detallado del problema. Es necesario, sin embargo, dejar sentado que, si bien es cierto que la sensibilidad eclesiológica es imprescindible para captar los matices peculiares del fenómeno
jurídico en la Iglesia, no 10 es menos que para ser canonista hace falta ser jurista y
muy pocos eclesiásticos 10 han sido verdaderamente, desde que a partir del siglo
XVIII se prodUjo el trágico divorcio entre las ciencias sagradas y las profanas. Este
divorcio, por otra parte, no puede ser superado sino después de una etapa de estudios verdaderamente rigurosos, a los que muy poco aporta la actual ola de eclesiásticos "amateurs" de las cuestiones temporales.
- Seguridad en su propia misión: Un canonista actual debe tomar conciencia de las exigencias de la problemática actual, de la necesidad de insertarse en la
temática de la Eclesiología del Vaticano II, de la urgencia de superar tales o cuales
prejuicios del pasado ... ; pero lo que en manera alguna puede ser es "antijuridista",
porque .. " obviamente, en el momento en que cediera a esta tentación, habría dejado de ser jurista. Esto no es un juego de palabras, sino un aviso frente al riesgo
de la demagogia. Cuando la Eclesiología actual .nos pide, por ejemplo, que no anquilosemos la noción de "Ius divinum", sino que tengamos en cuenta al enfocar este
tema que la Iglesia es peregrinante, o cuando muchas voces nos recuerdan la necesidad de adecuar las soluciones jurídicas a las exigencias pastorales, hemos de
tener muy en cuenta las advertencias; pero cnando se nos dice. .. que las leyes dehen redactarse con lenguaje bíblico, no queda otra solución que realizar una delicada tarea didáctica, explicando al interlocutor qué es el Derecho. Lo mismo ocurre
cuando se nos indica que las leyes deben usar un lenguaje que refleje no sé qué
sutiles matices de la actitud cristiana en la hora presente; en esas ocasiones hay que
responder que legislar (y escribir sobre ciencia jurídica) no es un acto de testimonio. El testimonio ha de darlo la vida cristiana, que el Derecho valora, regula y ordena; pero las soluciones jurídicas en sí no tienen naturaleza testimonial, ni las leyes
son para causar buena impresión a los profanos que las lean, sino para resolver problemas prácticos, cuando los técnicos las aplican con acierto.
- Sentido de la historia: Finalmente. el canonista debe tener muy en cuenta
que la Iglesia -como recordaba Paulo VI- debe ser servida con un sentido inteligente de la historia. Ello ha de llevar a dos consecuencias, igualmente importantes:
a) la ciencia jurídica necesita tener en cuenta la experiencia histórica; b) no se
puede considerar como una experiencia histórÍéa válida cualquier conclusión o
valoración sobre hechos del pasado que no esté rigurosamente comprobada.
EL RIESGO DE UNA SOLUCION DE COMPROMISO
De lo que hemos dicho hasta ahora se puede deducir como conclusión que
la revisión de la legislación canónica es una tarea tan importante como difícil. La
Iglesia necesita de un Derecho canónico nuevo, coherente con el espíritu del Concilio; y lo necesita con urgencia. Esta urgencia se hace particularmente acuciante,
como consecuencia de algunos factores que es importante destacar:
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PEDRO
LOMBARDB
- En primer lugar, por razones de tipo técnico. Los juristas saben perfectamente que un cuerpo legal antiguo puede resistir verdaderas revoluciones e importantes cambios de circunstancias, sin que sea necesario modificarlo. No es extraño,
por tanto, que algunos notables especialistas en la Ciencia del Derecho nos pregunten a los canonistas el porqué de esta impaciencia por revisar la legislación. Sin
embargo, el motivo de la urgencia es bien claro. En los ordenamientos jurídicos de
los Estados los códigos resisten en ocasiones el peso de los años, gracias al sistema
de regular aspectos parciales en leyes especiales y, sobre todo, por la continua acción
actualizadora de la jurisprudencia de los tribunales. En el Derecho de la Iglesia, en
cambio, ninguno de estos dos expedientes técnicos parece que pueda salvar el problema: estamos habituados a un sistema de Código único (único por la pretensión
de regular la totalidad de la materia, lo cual nada tiene que ver con la distinción
entre Derecho latino y Derecho oriental), que no se limita a fijar las líneas funda·
mentales del Derecho, sino que desciende en ocasiones a detalles nimios, que bastaría que fueren contemplados a nivel de reglamento. Por otra parte, el ordenamiento canónico, al no teper resuelto el problema de la jerarquía de normas, presenta
innumerables dificultades para resolver con acierto las relaciones entre el Código y
las leyes especiales y entre la ley y las normas dictadas por los órganos administrativos. En cuanto a la jurisprudencia de los tribunales, ha desaparecido casi por como
pleto, si exceptuamos la materia matrimonial; el Derecho se aplica casi siempre me·
diante actos administrativos, escasamente reglados en cuanto al procedimiento y la ,
forma, por lo que generalmente ofrecen escasas garantías para el súbdito. Por elJo,
apenas si se vislumbra otro camino para poner al día el Derecho Canónico, que re·
visar rápidamente el Código.
- En segundo lugar, una curiosa circunstancia de la vida actual de la Iglesia
contribuye a agudizar el problema: me refiero a ese difuso ambiente en el que se
dan cita problemas como las diferencias de mentalidad entre generaciones, la crisis
de la obediencia, la inmadurez para el diálogo ... ; en una palabra, la sintomatolo·
gía de esa luna de miel con la libertad que se advierte en algunos sectores del clero
y en aquellos grupos "laicales", más interesados en los asuntos de gobierto eclesiástico que en "buscar el reino de Dios tratando y ordemmdo, según Dios, los asuntos
temporales" (Const. Lumen Gentium, n. 31); unos y otros están contribuyendo, especialmente en algunos países, a dar a los ambientes de sacristía un delicioso aire a
conciliábulo político del siglo XIX que, pe$e a su simpático anacronismo, no está
exento de riesgos. La cuestión incide en la problemática del Derecho por una doble
vía. Los gobernados (especialmente, algunos sacerdotes) piden un Derecho más pastoral, más flexible, más propicio al diálogo ... y, en el fondo, lo menos vinculan·
te posible. Muchos gobernantes desean con urgencia unas normas jurídicas cIaras, que puedan ser esgrimidas frente a los desobedientes. Unos y otros simplifican el problema. Los primeros, porque en una sociedad organizada no hay expediente más eficaz para garantizar las legítimas esferas de libertad que un orden
jurídico. Los segundos, porque el Derecho no es sólo algo que deba ser obedecido
por los súbditos, sino norma de actuación para gobernantes y gobernados. Los primeros deben ir convenciéndose de que el nuevo orden jurídico les dará más garantías, pero les exigirá verdadero acatamiento. Los segundos, por su parte, deben
comprender que hoy día no es posible un Derecho en la Iglesia que no implique un
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sometimiento de los gobernantes a la ley, mucho mayor que el que ha existido hasta
ahora. Coincido, sin embargo, con unos y con otros en que es urgente una reforma
de la legislación.
Las anteriores consideraciones nos llevan al gran problema de la revisión de
la legislación canónica: la extraordinaria dificultad de hacer rápidamente una tarea
muy difícil.
Los motivos de la dificultad son evidentes: legislar con un espíritu nuevo y
con verdadero sentido práctico, sin disponer de una doctrina jurídica de calidad que
responda a esas exigencias, es prácticamente imposible. No es, por tanto, una exageración decir que la Comisión Pontificia para la revisión del Código de Derecho
Canónico tiene encomendada una tarea extraordinariamente delicada. ¿Conseguirá
llevar adelante la empresa? Probablemente sí; sin embargo, conviene no ocultar las
dificultades y tener la necesaria decisión para no incidir en el riesgo de una solución
de compromiso, que esquemáticamente se podría describir así:
- Confundir la exigencia de que las soluciones jurídicas broten de una profunda comprensión del misterio de la Iglesia, con sacrificar el rigor técnico que requiere el lenguo.je legislativo, en aras de un modo de expresión adecuado para un
ensayo eclesiológico de vanguardia.
- Creer que el respeto al espíritu de libertad del Vaticano II debe llevar a
las leyes un tono exhortativo, cuando en definitiva sus exigencias me parecen muy
distintas: tutela vigorosa de los derechos de los fieles (sean ministros sagrados, religiosos o laicos) y de las asociaciones; criterios claros en materia de jerarquía de
normas, para que se pueda juzgar con exactitud de cuál es la disposición aplicable
a cada caso e impugnar las que no respondan a unos requisitos mínimos de la legalidad, tanto sustancial como formalmente; nítida distinción de las competencias de
los órganos judiciales y administrativos; sometimiento de la actividad administrativa
a la ley y un sistema de recursos que permita su revisión por tribunales de justicia; etc.
- Pensar que la necesidad de facilitar la actividad pastoral debe llevar a la
imprecisión de las leyes, la discrecionalidad en todo, la falta de responsabilidad bien
delimitada, el descuido en la exigencia de los requisitos formales de los aetas; olvidando que hace falta una legislación flexible y adaptable a la diversidad de circunstancias locales, pero clara, ajustada a criterios formales precisos y técnicamente cuidada. Todo esto debe hacerse con un espíritu descentralizador sincero y generoso,
pero con un deslinde preciso de las competencias de los legisladores a distintos niveles.
No es necesario continuar esta enumeración, para advertir el riesgo a que
estoy apuntando. Es cierto que hay algunos síntomas esperanzadores que invitan a
pensar con serena esperanza que estas dificultades podrán superarse: la introducción
de la revisión judicial de los actos administrativos en las disposiciones de Paulo VI
sobre la reforma de la Curia Romana; algunos textos de los Príncipia quae Codícís Iuris
Canoníci recognítíonem dírígant, estudiados en el reciente Sínodo de Obispos; la vigorosa alusión a la tutela de los derechos de los fieles contenida en la conferencia pronunciada en la Universidad Lateranense, el 2.5 de octubre de 1967, por el Cardenal
Presidente de la Comisión l'ontificia para la revisión del Código de Derecho Canó-
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PEDRO LOMBARDIA
nico (3), etc. Sin embargo, encontramos también ejemplos demasiado recientes de
que no es fácil introducir un clima de seriedad jurídica en la Iglesia: una Congre- I
gación de la Curia Romana que ha pretendido modificar la disciplina relativa al .
impedimento de mixta religión por medio de una instrucción, en la que se alude de
pasada a que el dicasterio en cuestión actúa con la autoridad del Romano Pontífice, ,
pero en la que no se han' seguido ni siquiera los débiles requisitos formales, actualmente en vigor, para la modificación de los cánones del Codex, por lo que en buena
técnica jurídica se puede dudar muy seriamente si debe considerarse actualmente
vigente, en esta materia, la disciplina del Codex o la de la aludida instrucción.
Creo, sinceramente, que ante la revisión del Derecho Canónico cabe adoptar
una actitud de sereno optimismo; pero hay que tener en cuenta que Son muchas las
ideas que es necesario aclarar, las resistencias que habrá que vencer y los problemas
técnicos que exigen un estudio verdaderamente profundo.
UN POSIBLE CAMINO QUE SEGUIR
Las dificultades a que acabo de aludir no me parece que justifiquen diferir
ad kalendos graecas el proyecto de revisión de la legislación canónica; es más, creo
de justicia decir que la Comisión Pontificia para la reforma del Codex está trabajando con esfuerzo, competencia y rapidez, dentro de sus posibilidades; sin embargo,
la empresa de la redacción de un Codex no es posible realizarla con acierto en poco
tiempo. Tampoco creo que sea imprescindible terminar esta obra para resolver la
crisis legislativa, ni que el sistema de un Código orgánico y unitario sea el único, ni
el mejor, para la legislación de la Iglesia. Quizás un camino acertado fuera la sucesiva promulgación de una serie de leyes, que contemplen los aspectos más importantes del sistema jurídico de la Iglesia.
La autorizada voz de Paulo VI ha anunciado al mundo el proyecto de una Ley
fundamental de la Iglesia; por otra parte, se dispone de información sobre el hecho de
que en el seno de la Comisión Pontificia para la reforma del Codex se han redactado
ya dos proyectos, que si bien no se pueden considerar totalmente satisfactorios, suponen un serio esfuerzo para hacerla realidad. La promulgación de esta Ley, puede
suponer un notable avance en la solución de los problemas del Derecho Canónico,
si al codificar los principios fundamentales de la constitución de la Iglesia, no se
limita a las cuestiones que afectan a la jerarquía, sino que también concreta los derechos y deberes de los fieles; y si además de los principios que afectan a la constitución divina de la Iglesia, desarrolla los fundamentos de la jerarquía de normas
y las garantías jurídicas de la tutela de los derechos, con la suficiente concreción
para que sea posible impugnar las normas de rango inferior, emanadas a cualquier
nivel, que sean contrarias a los principios en ella contenidos.
Con esta base, podría ponerse en marcha un sistema legislativo coherente,
mediante la fórmula de ir promulgando una serie de leyes, destinadas a regular ma-
(3) Cfr. P. Felici, Il Concilio Vaticano II e la nuova codificazione canonica (Roma,
1967), págs. 17-19.
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terias parciales. Considero las más urgentes, una que determine las competencias de
todos los órganos del gobierno de la Iglesia en los diversos niveles y otra que regule
el procedimiento, tanto judicial como administrativo.
La ley fundamental y las dos leyes a que acabo de referirme, sentarían las
bases de un orden jurídico en el que jngaría un papel más importante la jurisprudencia. En este contexto, sería viable prorrogar la vigencia del Código de 1917 en
todo lo que no estuviera modificado por la nueva legislación, hasta que la totalidad
del sistema normativo de la Iglesia fuera renovada, con la celeridad que exigen las
actuales circunstancias y con el sosiego necesario para construirlo con acierto.
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