anã›cdotas del padre pã“o de pietrelcina

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ANÉCDOTAS DEL PADRE PÕO DE PIETRELCINA
CategorÃ-a : HISTORIAS VERIDICAS
Publicado por Admin el 28/11/2014
¡Cuida por dónde caminas!
Un hombre fue a San Giovanni Rotondo para conocer al Padre PÃ-o pero era tal la cantidad de
gente que habÃ-a que tuvo que volverse sin ni siquiera poder verlo. Mientras se alejaba del
convento sintió el maravilloso perfume que emanaba de los estigmas del padre y se sintió
reconfortado.
Unos meses después, mientras caminaba por una zona montañosa, sintió nuevamente el
mismo perfume. Se paró y quedó extasiado por unos momentos inhalando el exquisito olor.
Cuando volvió en sÃ-, se dio cuenta que estaba al borde de un precipicio y que si no hubiera sido
por el perfume del padre hubiera seguido caminando... Decidió ir inmediatamente a San Giovanni
Rotondo a agradecer al Padre PÃ-o. Cuando llegó al convento, el Padre PÃ-o, el cual jamás lo
habÃ-a visto, le gritó sonriendo:- “¡Hijo mÃ-o! ¡Cuida por dónde caminas!―.
Debajo del colchón
Una señora sufrÃ-a de tan terribles jaquecas que decidió poner una foto del Padre PÃ-o debajo
de su almohada con la esperanza de que el dolor desaparecerÃ-a. Después de varias semanas el
dolor de cabeza persistÃ-a y entonces su temperamento italiano la hizo exclamar fuera de sÃ-:
-“Pues mira Padre PÃ-o, como no has querido quitarme la jaqueca te pondré debajo del
colchón como castigo―. Dicho y hecho. Enfadada puso la fotografÃ-a del padre debajo de su
colchón.
A los pocos meses fue a San Giovanni Rotondo a confesarse con el padre. Apenas se arrodilló
frente al confesionario, el padre la miró fijamente y cerró la puertecilla del confesionario con un
soberano golpe. La señora quedó petrificada pues no esperaba semejante reacción y no pudo
articular palabra. A los pocos minutos se abrió nuevamente la puertecilla del confesionario y el
padre le dijo sonriente: “No te gustó ¿verdad? ¡Pues a mÃ- tampoco me gustó que me
pusieras debajo del colchón!―.
Los consejos del Padre PÃ-o
Un sacerdote argentino habÃ-a oÃ-do hablar tanto sobre los consejos del Padre PÃ-o que decidió
viajar desde su paÃ-s a Italia con el único objeto de que el padre le diera alguna recomendación
útil para su vida espiritual. Llegó a Italia, se confesó con el padre y se tuvo que volver sin que el
padre le diera ningún consejo. El padre le dio la absolución, lo bendijo y eso fue todo. Llegó a la
Argentina tan desilusionado que se desahogaba contando el episodio a todo el mundo. “No
entiendo por qué el padre no me dijo nada―, decÃ-a, “¡y yo que viajé desde la Argentina
sólo para eso!― “-El Padre PÃ-o lee las consciencias y sabÃ-a que yo habÃ-a ido con la
esperanza de que me diera alguna recomendación―, etc, etc. AsÃ- se quejaba una y otra vez
hasta que sus fieles le empezaron a preguntar: “Padre, ¿está seguro que el padre PÃ-o no le
dijo nada?¿no habrá hecho algún gesto, algo fuera de lo común??―. Entonces el sacerdote se
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puso a pensar y finalmente se acordó que el Padre PÃ-o sÃ- habÃ-a hecho algo un poco extraño.
“-Me dio la bendición final haciendo la señal de la cruz sumamente despacio, tan despacio
que yo pensé: ¿es que no va a acabar nunca?―, contó a sus fieles. “¡He ahÃ- el
consejo!―, le dijeron, “usted la hace tan rápido cuando nos bendice que más que una cruz
parece un garabato―. El sacerdote quedó contentÃ-simo con esta forma tan original de aconsejar
que tenÃ-a el Padre PÃ-o.
El vigilante y los ladrones
“Unos ladrones merodeaban en mi barrio, en Roma, y esto me impedÃ-a ir a visitar al Padre
PÃ-o. Al final me decidÃ- después de haber hecho un pacto mental con él: “Padre, yo iré a
visitarte si tú me cuidas la casa...―.
Una vez en San Giovanni Rotondo, me confesé con el Padre y al dÃ-a siguiente, cuando fui a
saludarle, me reprendió: “¿Aún estás aquÃ-? ¡Y yo que estoy sudando para sostenerte la
puerta!―.
Me puse de viaje inmediatamente, sin haber comprendido qué habÃ-a querido decirme. HabÃ-an
forzado la cerradura, pero en casa no faltaba nada.―
Niños y caramelos
“HacÃ-a tanto tiempo que no iba a visitar al Padre PÃ-o que me sentÃ-a obsesionada por la idea
de que se hubiera olvidado de mÃ-.
Una mañana, después de haberle confiado, como de costumbre, mi hija bajo su protección, fui a
Misa. De regreso, encontré a la pequeña saboreando un caramelo. Sorprendida le pregunté
quién le habÃ-a dado el “melito―, como ella llamaba a los caramelitos, y muy contenta me
señaló el retrato del Padre PÃ-o que dominaba sobre el corralito donde dejaba a la pequeña
durante mis breves ausencias.
No di ninguna importancia al episodio y no pensé más en él.
Después de algún tiempo, no logrando sacarme de la cabeza la idea de que el Padre PÃ-o se
hubiera olvidado de mÃ-, pude finalmente ir a visitarlo. Inmediatamente después de la confesión,
cuando fui a besarle la mano, me dijo riendo: “...¿también tú querÃ-as un
“melito―?―.
Un calvo
“No habÃ-a remedios para mi cabello que iba desapareciendo de mi cabeza, y sinceramente me
disgustaba quedar calvo. Me dirigÃ- al Padre PÃ-o y le dije: “Padre, ruegue para que no se me
caiga el cabello―.
El Padre en ese momento bajaba por la escalera del coro. Yo lo miraba ansioso esperando una
contestación. Cuando estuvo cerca de mÃ- cambió el semblante y con una mirada expresiva
señaló a alguien que estaba detrás y me dijo: “Encomiéndate a él―. Me di vuelta.
Detrás habÃ-a un sacerdote completamente calvo, con una cabeza tan brillante que parecÃ-a un
espejo. Todos nos echamos a reÃ-r.
El zapatazo
Una vez un paisano del Padre PÃ-o tenÃ-a un fuertÃ-simo dolor de muelas. Como el dolor no lo
dejaba tranquilo su esposa le dijo: “¿Por qué no rezas al Padre PÃ-o para que te quite el
dolor de muelas?? Mira aquÃ- está su foto, rézale―. El hombre se enojó y gritó furibundo:
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“¿Con el dolor que tengo quieres que me ponga a rezar???―. Inmediatamente cogió un
zapato y lo lanzó con todas sus fuerzas contra la foto del Padre PÃ-o.
Algunos meses más tarde su esposa lo convenció de irse a confesar con el Padre PÃ-o a San
Giovanni Rotondo. Se arrodilló en el confesionario del Padre y, luego de decir todos los pecados
que se acordaba, el Padre le dijo: “¿Qué más recuerdas?― “Nada más―, contestó
el hombre. “¿¿Nada más?? ¡¿Y qué hay del zapatazo que me diste en plena cara?!.―
El saludo “grande, grande―
Una hija espiritual del Padre PÃ-o se habÃ-a quedado en San Giovanni Rotondo tres semanas con
el único propósito de poder confesarse con él. Al no lograrlo, ya se marchaba para Suiza
profundamente triste, cuando se acordó que el Padre PÃ-o daba todos los dÃ-as la bendición
desde la ventana de su celda. Se animó con la idea de que por lo menos recibirÃ-a su bendición
antes de partir y salió corriendo hacia el convento. Por el camino iba diciendo para sus adentros:
“quiero un saludo grande, grande, sólo para mÃ-―. Cuando llegó se encontró con que la
gente se habÃ-a marchado pues el Padre habÃ-a dado ya su bendición, los habÃ-a saludado a
todos agitando su pañuelo desde su ventana y se habÃ-a retirado a descansar. Un grupo de
mujeres que rezaban el Rosario se lo confirmaron. Era inútil esperar. La señora no se desanimó
por eso y se arrodilló con las demás mujeres diciendo para sÃ-: “no importa, yo quiero un
saludo grande, grande, sólo para mÃ-―. A los pocos minutos se abrió la ventana de la celda del
Padre y éste, luego de dar nuevamente su bendición, se puso a agitar una sábana a modo de
saludo en vez de usar su pañuelo. Todos se echaron a reÃ-r y una mujer comentó: “-¡Miren,
el padre se ha vuelto loco!―. La hija espiritual del padre comenzó a llorar emocionada. SabÃ-a
que era el saludo “grande, grande― que habÃ-a pedido para sÃ-.
Un niño y los caramelos
Un niño, hijo de un guardia civil, deseaba tener un trencito eléctrico desde hacÃ-a mucho tiempo.
Acercándose la fiesta de Reyes, se dirigió a un retrato del Padre PÃ-o colgado en la pared, y le
hizo esta promesa: “Oye, Padre PÃ-o, si haces que me regalen un trencito eléctrico, yo te
llevaré un paquete de caramelos―.
El dÃ-a de los Santos Reyes el niño recibió el trencito tan deseado.
Pasado algún tiempo, el niño fue con su tÃ-a a San Giovanni Rotondo. El padre PÃ-o, paternal y
sonriente, le preguntó: “-Y los caramelos, ¿dónde están?―.
¡Por dos higos!
Una señora devota del Padre PÃ-o comió un dÃ-a un par de higos de más. Asaltada por los
escrúpulos, pues le parecÃ-a que habÃ-a cometido un pecado de gula, prometió que irÃ-a en
cuánto pudiera a confesarse con el Padre PÃ-o. Al tiempo se dirigió a San Giovanni Rotondo y al
final de la confesión le dijo al padre muy preocupada: “Padre, tengo la sensación de que me
estoy olvidando de algún pecado, quizá sea algo grave―. El Padre le dijo: “No se preocupe
más. No vale la pena. ¡Por dos higos!―.
¿Esperas que me case yo con ella?
El Padre PÃ-o estaba celebrando una boda. En el momento culminante del acto el novio, muy
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emocionado, no atinaba a pronunciar el “sÃ-― del rito.
El Padre esperó un poco, procurando ayudarlo con una sonrisa, pero viendo que era en vano todo
intento, exclamó con fuerza: “¡¿En fin, quieres decir este “sÃ-― o esperas que me case
yo con ella?!―
¡Padre, ruegue por mis hijitos!
Una señora muy devota del Padre PÃ-o nunca se iba a dormir sin haberle encomendado antes a
sus hijos. Todos las noches se arrodillaba frente a la imagen del Padre y le decÃ-a: “Padre PÃ-o,
ruegue por mis hijitos―. Después de tres años de rezar todos los dÃ-as la misma jaculatoria
pudo ir a San Giovanni Rotondo. Cuando vio al Padre le dijo: “Padre, ruegue por mis hijitos―.
“Lo sé, hija mÃ-a―, le dijo el Padre, “¡hace tres años que me vienes repitiendo lo
mismo todos los dÃ-as!―.
¡Y tú te burlas!
Una devota del Padre PÃ-o se arrodillaba todos los dÃ-as frente a la imagen del padre y le pedÃ-a
su bendición. Su marido, a pesar de ser también devoto del padre, se morÃ-a de la risa y se
burlaba de ella pues consideraba que aquello era una exageración. Todas las noches se repetÃ-a
la misma escena entre los esposos. Una vez fueron los dos a visitar al Padre PÃ-o y el señor le
dijo: “Padre, mi esposa le pide su bendición todas las noches―. “Lo sé―, contestó el
Padre, “¡y tú te burlas!―.
Bilocaciones
Padre PÃ-o reza a San PÃ-o X
Una vez el Cardenal Merry del Val contó al Papa PÃ-o XII que habÃ-a visto al Padre PÃ-o rezando
en San Pedro frente a la tumba de San PÃ-o X, el dÃ-a de la canonización de Santa Teresita. El
Papa preguntó al Beato Don Orione qué pensaba del asunto. Don Orione respondió: “Yo
también lo vi. Estaba arrodillado rezando a San PÃ-o X. Me miró sonriente y luego
desapareció―.
Padre PÃ-o en Uruguay
Monseñor Damiani, obispo uruguayo, fue a San Giovanni Rotondo a confesarse con el padre PÃ-o.
Luego de confesarse se quedó unos dÃ-as en el convento. Una noche se sintió enfermo y
llamaron al Padre PÃ-o para que le diera los últimos sacramentos. El padre PÃ-o tardó mucho en
llegar y cuando lo hizo le dijo:
“Ya sabÃ-a yo que no te morirÃ-as. Volverás a tu diócesis y trabajarás algunos años más
para gloria de Dios y bien de las almas―. “Bueno―, contestó Monseñor Damiani, “me
iré pero si usted me promete que irá a asistirme a la hora de mi muerte―. El Padre PÃ-o dudó
unos instantes y luego le dijo “Te lo prometo―.
Monseñor Damiani volvió al Uruguay y trabajó durante cuatro años en su diócesis.
En el año 1941 Monseñor Alfredo Viola festejó sus bodas de plata sacerdotales. Para tal
acontecimiento se reunieron todos los obispos uruguayos y algunos argentinos en la ciudad de
Salto, Uruguay. Entre ellos estaba Monseñor Damiani, enfermo de angina pectoris. Hacia la
medianoche el Arzobispo de Montevideo, luego Cardenal Antonio MarÃ-a Barbieri, se despertó al
oÃ-r golpear a su puerta. Apareció un fraile capuchino en su habitación que le dijo: “Vaya
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inmediatamente a ver a Monseñor Damiani. Se está muriendo―. Monseñor Barbieri fue
corriendo a la alcoba de Monseñor Damiani, justo a tiempo para que éste recibiera la
extremaunción y escribiera en un papel: “Padre PÃ-o..― y no pudo terminar la frase. Fueron
muchos los testigos que vieron un capuchino por los corredores. Quedó en el palacio espiscopal de
Salto un medio guante del padre PÃ-o que curó a varias personas.
En 1949 Monseñor Barbieri fue a San Giovanni Rotondo y reconoció en el padre al capuchino que
habÃ-a visto aquella noche, a más de diez mil kilómetros de distancia. El Padre no habÃ-a salido
en ningún momento de su convento.
Hoy dÃ-a hay en Salto una gruta que recuerda esta bilocación y desde allÃ- el padre ha hecho
varios milagros.
Nos hemos salvado por los pelos aquella tarde ¿eh General?
El General Cardona, después de la derrota de Caporetto, cayó en un estado de profunda
depresión y decidió acabar con su vida. Una tarde se retiró a su habitación exigiéndo a su
ordenanza que no dejara pasar a nadie. Se dirigió a un cajón, extrajo una pistola y mientras se
apuntaba la sien oyó una voz que le decÃ-a: “Vamos, General, ¿realmente quiere hacer esta
tonterÃ-a?―. Aquella voz y la presencia de un fraile lo disuadieron de su propósito, dejándolo
petrificado. Pero ¿cómo habÃ-a podido entrar ese personaje en su habitación? Pidió
explicaciones a su ordenanza y este le contestó que no habÃ-a visto pasar a nadie. Años más
tarde, el General supo por la prensa que un fraile que vivÃ-a en el Gargano hacÃ-a milagros. Se
dirigió a San Giovanni Rotondo de incógnito y ¡cuál no fue su sorpresa cuando reconoció en el
fraile al capuchino que habÃ-a visto en su habitación! “Nos hemos salvado por los pelos aquella
tarde ¿eh General?―, le susurró el Padre PÃ-o.
Amor del Padre PÃ-o por San PÃ-o X y PÃ-o XII
El Padre PÃ-o solÃ-a decir que San PÃ-o X era el papa más simpático desde San Pedro hasta
nuestros dÃ-as. “Un verdadero santo―, decÃ-a siempre, “la auténtica figura de Nuestro
Señor―. Cuando murió San PÃ-o X Padre PÃ-o lloraba como un niño diciendo: “Esta
guerra se ha llevado a la vÃ-ctima más inocente, más pura y más santa: el Papa―, pues
corrÃ-an rumores que el Santo Padre habÃ-a ofrecido su vida para salvar a sus hijos del flagelo de
la guerra.
Una vez Padre PÃ-o dijo a un sacerdote que iba para Roma: “Dile a su Santidad (PÃ-o XII) que
con gusto ofrezco mi vida por él―. Cuando murió PÃ-o XII el Padre PÃ-o también lloraba
desconsoladamente. Al dÃ-a siguiente de la muerte no lloraba más y entonces le preguntaron:
“Padre, ¿ya no llora por el Papa?― “No―, contestó el padre, “pues Cristo ya me lo
ha mostrado en Su gloria―.
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