HOMILÍAS PARA EL DOMINGO PRIMERO DE ADVIENTO

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HOMILÍAS PARA EL DOMINGO PRIMERO DE
ADVIENTO - CICLO A
1.
-Empieza un nuevo año cristiano.
Hoy, primer domingo de Adviento, empezamos un nuevo
año cristiano. Y lo empezamos con una convocatoria que
nos resulta conocida y nueva a la vez: somos invitados a
celebrar el Adviento, la Navidad y la Epifanía. Desde hoy
(2/3 diciembre) hasta el final del tiempo de Navidad con la
fiesta del Bautismo del Señor (7 de enero), van a ser cinco
semanas de "tiempo fuerte" en que celebramos la misma
buena noticia: la venida del Señor. Las tres palabras.
Adviento, Navidad y Epifanía, o sea, venida, nacimiento y
manifestación, apuntan a lo mismo: que Cristo Jesús se
hace presente en nuestra historia para darnos su salvación.
-Esperar y acoger a Cristo Jesús.
S. Mateo -que va a ser el evangelista dominical de este
nuevo año litúrgico- nos ha traído las palabras de Jesús,
con las que invita a todos a estar despiertos y atentos,
preparados en todo momento, porque su venida sucede en
el momento más inesperado: "estad en vela, que no sabéis
qué día vendrá vuestro Señor".
Nuestra primera actitud, por tanto, es la atención, la
vigilancia, la espera activa. En la carta a los Rm hemos
escuchado: "es hora de espabilarse", "el día se echa
encima". Los que están dormidos, distraídos, satisfechos
de las cosas de este mundo, no esperan a ningún salvador.
Y corren el peligro de perder otra vez la ocasión: la
cercanía del Señor, que siempre viene a nuestras vidas
para llenarnos de su salvación.
Los cristianos centramos nuestra esperanza en una
Persona viva, presente ya, que se llama Cristo Jesús. Cristo
es la respuesta de Dios a los deseos y las preguntas de la
humanidad. No nos va a salvar la política, o la economía, o
los adelantos de la ciencia y de la técnica: es Cristo Jesús
el que da sentido a nuestra vida, y la abre a todos sus
verdaderos valores, no sólo los de este mundo.
Cristo ya vino, hace dos mil años, después de siglos de
espera en que lo fueron anunciando los profetas. Pero
estas profecías no se han cumplido todavía del todo. Hoy
hemos leído cómo Isaías prometía la venida del Salvador
para todos los pueblos, un Salvador que nos enseñaría la
verdad ("nos instruirá en sus caminos") y nos traería la paz
("no alzará la espada pueblo contra pueblo"). Pero la
venida de Jesús -que recordaremos de modo entrañable en
la próxima Navidad- no fue un hecho aislado y completo,
sino la inauguración de un proceso histórico que está en
marcha. Precisamente porque ya vino, los cristianos
seguimos esperando activamente que la obra que Jesús
empezó llegue a su cumplimiento, que su Buena Noticia
alcance a todos los hombres, que penetre en nuestras
vidas, en la de cada uno de nosotros y en toda la sociedad.
La obra salvadora de Jesús se inauguró en la Navidad pero
sigue creciendo y madurando hasta el final de los tiempos:
tenemos que abrirnos a Él y estar atentos a su presencia.
-¿Amenaza o promesa?.
Las imágenes y comparaciones con las que Jesús nos invita
a esta espera son preocupantes, como una amenaza del
mal que nos puede suceder si no estamos atentos: el
diluvio en tiempos de Noé, que nos recuerda las
inundaciones que sorprenden a tantas regiones, o la
irrupción del ladrón en la noche, a la hora menos pensada.
Pero lo que nos propone la palabra de Dios no es sobre
todo amenaza, sino anuncio gozoso y promesa. Sí, nos dice
"estad preparados", y es real la triste posibilidad de esa
sorpresa desagradable del ladrón o de la inundación. Pero
si debemos estar preparados a la venida continua del
Señor, es porque la historia que vivimos es la ocasión de
que nos encontremos con ese Salvador que se nos acerca,
que viene a nosotros: Cristo Jesús, el Enviado de Dios. Él
trae la salvación, la Buena Noticia, la paz, la verdad: "nos
instruirá en sus caminos", como ha dicho Isaías.
S. Pablo nos avisa: "la salvación está más cerca que
cuando empezamos a creer", y "el día se echa encima": no
es la noche la que nos amenaza, sino el día que va a venir
y que sería lástima que no aprovecháramos en toda su luz.
No viene en plan de amenaza, sino de promesa. Pero un
don que se nos ofrece, cuando lo rechazamos por descuido
o distracción, es una ocasión perdida.
-Es hora de espabilarse.
No está mal que haya sonado este despertador en nuestra
vida. El Adviento y la Navidad, como sucede con la primera
hoja de un calendario o las primeras horas de la mañana,
son llamada y estímulo. Pablo nos ha dicho también a
nosotros: "es hora de espabilarse... la salvación está
cerca... dejemos las actividades de las tinieblas y
armémonos de las armas de la luz".
Como Isaías invitaba a los judíos: "casa de Jacob,
caminemos a la luz del Señor", así ahora nos dice a
nosotros: "comunidad cristiana de..., ven, caminemos a la
luz del Señor".
2.
-Cuando menos lo esperaban.
Recordamos la catástrofe del diluvio universal, que anegó a
todos, hombres y animales, menos a unos pocos. Jesús les
recordó esto a sus contemporáneos y hoy nos lo recuerda a
nosotros. No se trata de atemorizarnos con nuevos
cataclismos, como pronostican las armas atómicas o el
agujero de ozono. El Evangelio no es una amenaza, sino
una buena noticia. Y lo que Dios quiere de nosotros no es
temor, sino esperanza y alegría. Pero tampoco Jesús
esperaba de sus vecinos, ni Dios de nosotros, que
perdamos la vida vegetando, trabajando, ganando dinero,
gastándolo, y vuelta a empezar. Dios llama hoy nuestra
atención para sacarnos del aburrimiento, de la indiferencia
ante el hambre, la pobreza, la injusticia y los sufrimientos
de los demás. Hoy es adviento.
Puede ser un adviento más, unas navidades más, un año
más. Pero puede ser y debe ser el gran día en que todo
empiece a cambiar en mejor.
-Daos cuenta del momento.
El mensaje del evangelio cobra relieve en la carta de Pablo
a los romanos. También aquellos cristianos estaban
adormilados, acomodados, bien situados algunos. Y Pablo
les alerta: Daos cuenta del momento, porque ya va siendo
hora de espabilarse.
Darse cuenta del momento es pararse y pensar, dejar la
locura y la prisa de la vida para empezar a vivir
conscientemente, cristianamente. No podemos vivir como
si tal cosa, vegetando, consumiendo, siempre distraídos o
entretenidos. Tenemos que caer en la cuenta de que no
todos pueden trabajar, que no todos pueden comer, que no
todos pueden vivir. Darse cuenta del momento es caer en
la cuenta de que el egoísmo y el bienestar de unos pocos
no puede sostenerse siempre y menos a costa del
empobrecimiento y miseria de los otros. Darse cuenta del
momento es caer en la cuenta de que el mundo no es
bueno, si no es bueno para todos, al revés exactamente de
como pensamos. Pues pensamos que, si yo estoy bien, los
demás que se espabilen. Así hacían en tiempos de Noé. Y
así les fue. No es una amenaza, pero sí una advertencia y
una llamada a la responsabilidad y al compromiso político
por la justicia, la igualdad y la paz.
-Estad alerta. La primera exigencia del evangelio de hoy es
la vigilancia, la circunspección, la toma de conciencia, en
una palabra, la salida de nosotros mismos, de nuestro
egoísmo, por mirar a los demás, ver a los que están a
nuestro alrededor, cerca o lejos, pero hermanos nuestros
olvidados, marginados, postergados, apartados de eso que
llamamos el bienestar, y que sólo es el nuestro, el de unos
pocos. En el horizonte del adviento, que es el anuncio de la
segunda venida para consumar el reino de Dios, se hace
imprescindible la vigilancia para interpretar las señales y
decidir nuestra propia estrategia, nuestro compromiso, lo
que podemos y tenemos que hacer para facilitar el reinado
de Dios, que es justicia y amor y paz para todos. La
vigilancia tiene que ser como los ojos de nuestra
esperanza. Si de verdad esperamos, no podemos cruzarnos
de brazos a verlas venir, pero tampoco podemos andar a
tontas y a locas simplemente haciendo cosas, sino
haciendo lo que hay que hacer.
-Estad preparados.
Una segunda exigencia del evangelio, de la esperanza, es
la acción. El reino de Dios, la justicia y la igualdad, el
bienestar de todos, no es una bicoca o una lotería, sino el
resultado de la acción de todos y de la solidaridad de
todos. Las cosas no se pueden cambiar del revés con la
facilidad de un calcetín. Hay que vigilar y analizar, diseñar
y proyectar antes de pasar a la acción, para que ésta sea
eficaz. No debemos radicalizar posturas diciendo que todo
está mal. Hay que discernir el bien del mal, conservar lo
que beneficia a todos y redunda en el bienestar de todos;
pero habrá que modificar y cambiar lo que sólo favorece a
unos pocos. Los cristianos, como creyentes y miembros de
una sociedad humana, tenemos nuestra tarea. La fe no nos
sitúa aparte de los demás, al contrario, nos enrola
doblemente en la tarea común.
-Caminemos a la luz del Señor.
Nuestro camino no será difícil, si, como nos recomienda el
profeta, caminamos a la luz del Señor, a la luz del
Evangelio, bajo la acción del Espíritu que pone en marcha
nuestra esperanza, que es la esperanza del mundo. Esa luz
del Evangelio nos invita, por boca del apóstol, a caminar de
día, sin ocultamientos ni secretos, sin las malas maneras
propias de los que maquinan de noche.. La noche está ya
vencida. La noche y toda la parafernalia de la nocturnidad.
La noche y todas las actitudes de inhibición,
amodorramiento y deseos de encerrarnos en nuestro
egoísmo. Pablo nos exhorta a tomar las armas de la luz: la
verdad, la honradez, la responsabilidad, la solidaridad. Y a
revestirnos de Cristo, o sea, a asumir el espíritu y las
actitudes de Cristo, su esfuerzo, su generosidad, su
disponibilidad para con todos, su entrega hasta la muerte.
La esperanza cristiana debe ser respuesta a la promesa de
Dios.
El adviento, este adviento, y todos, pues siempre es
adviento para el creyente, debe ayudarnos a ver cómo esa
esperanza del reino de Dios se va ya realizando en cada
una de las esperanzas y de los logros humanos. Y debe
comprometernos en esa tarea común, con todos los
hombres de buena voluntad, aunque sean distintos por
otros motivos. Todavía queda mucho por hacer. Todavía
tenemos una gran esperanza. Ojalá tengamos también una
gran ilusión que multiplique todos nuestros esfuerzos.
3. PROFETA/POETA SUEÑOS/NOCHE-DIA: Los sueños de
la noche, cuando estamos dormidos, nos hablan del pasado
y a veces sirven para aclarar el subconsciente. Pero hay
también otros sueños, los sueños del día, que nos hablan
del futuro; en ellos se expresan los deseos más
entrañables, los anhelos y las esperanzas del espíritu, del
supraconsciente, podríamos decir. Cuando el hombre sueña
así y barrunta lo que ha de venir, lo que tiene que venir al
fin, ese reino de paz y de justicia en donde ha de triunfar la
vida y el amor, entonces el hombre está más despierto que
nunca. Pues el hombre vive de la esperanza más que de
los recuerdos, y sólo cuando espera y sueña lo imposible se
abre ante sus ojos un mundo de posibilidades y cobra
fuerzas para hacerlas madurar con su trabajo,
pacientemente. Entonces, cuando sueña, busca un lugar
para la utopía, concreta más sus ideales y va rescatando el
pasado para el mejor futuro. Y Dios se acerca un poco más
a los hombres. Es adviento.
ISAIAS/POETA: Isaías es uno de esos hombres benditos
que sueñan de día. Es un profeta. Todos los profetas son
soñadores empedernidos. También los poetas verdaderos
sueñan de día. ¡Y qué pena da cuando los hombres no
hacemos caso a los profetas y despreciamos el canto de los
poetas! Es como si renunciáramos al futuro y vendiéramos
el reino de Dios por un plato de lentejas. Isaías, hombre de
Dios, profeta y poeta al mismo tiempo, sueña en lo que ha
de venir: la reunión de todos los pueblos de la tierra, el
cese de todas las guerras y contiendas, la transformación
de las espadas en azadas y de las lanzas en podaderas...
Pero Isaías no se queda embelesado y sin hacer nada. Los
sueños son para convertirlos en realidad, por eso grita en
medio del pueblo: "Casa de Jacob, vamos; caminemos a la
luz del Señor". Y la esperanza se hace camino, comienza el
éxodo. No hay advenimiento del Señor y de su reino si no
hay éxodo del pueblo de Dios.
También Pablo nos invita hoy a despertar, a salir de la
noche y a caminar a la luz del día: "Daos cuenta del
momento en que vivís; ya es hora de espabilarse... La
noche está avanzada, el día se echa encima...
Conduzcámonos como en pleno día, con dignidad". Pablo
distingue entre la noche y el día, entre el mal y el bien,
entre el aturdimiento y la vigilancia. El que obra el mal
camina en las tinieblas y está como dormido, pero la
esperanza ilumina los pasos del que obra el bien y le
mantiene despierto y siempre vigilante. Estas palabras de
Pablo parece como si estuvieran escritas para nosotros; en
realidad están escritas para todos los hombres en cualquier
momento y situación. Siempre es hora para despertar y
caminar vigilantes, para vivir en responsabilidad y en
esperanza. Sin embargo, insisto en que parecen escritas
especialmente para nosotros, que vivimos en unos tiempos
de achatamiento del espíritu y de escasez de la verdadera
esperanza.
Pues ésta ha sido sustituida por las expectativas de un
consumo creciente e indiscriminado que excita nuestra
sensibilidad y debilita el sentido de trascendencia. De ahí
que, desesperados de encontrar lo que ha de venir al fin, el
reino de paz y justicia que nos ha sido prometido,
queremos llenarnos de muchas cosas que no pueden
satisfacer nuestras más íntimas aspiraciones. Por eso
andamos cada vez más angustiados, con la lengua fuera,
traídos y llevados por el último "slogan" publicitario,
pendientes del "último grito". Consumiendo productos,
placeres e ideologías, consumiendo el tiempo y el espacio
en que vivimos o morimos, vamos perdiendo el verdadero
sentido de la vida. Porque el hombre vive de la esperanza y
es un animal de ultimidades, y el hombre no puede ir
siempre detrás de lo último que sucede y que no es nunca
lo verdaderamente último que ha de venir. Por eso crece
cada día nuestra angustia en la medida en que sentimos
una y otra vez la frustración de la más auténtica necesidad
humana: la necesidad de Dios y de su reino. Y nuestra
angustia deriva entonces en agresividad, y prosigue la
lucha despiadada de unos contra otros para tener más. Si
nos dejáramos ya de comilonas, de borracheras, de lujurias
y pendencias, si camináramos en pleno día, a la luz del
Señor, si vigiláramos constantemente en la oración y
viviéramos en vilo por la esperanza, entonces recibiríamos
también el futuro de Dios que es el futuro del hombre.
Los cristianos hemos sido llamados para ser centinelas de
lo que ha de venir. No podemos renunciar a las promesas
que se han de cumplir en la nueva tierra y en el nuevo
cielo. Esta esperanza de lo que parece imposible, del reino
de Dios, no anula las legítimas esperanzas de los hombres,
las pequeñas esperanzas de cada día, antes bien, las
convierte en señales que van marcando el camino de
nuestro éxodo de la esclavitud hacia el reino de la libertad,
hacia la casa del Padre. Si esperamos la reunión de todos
los hombres en la paz de Dios y su justicia, apreciaremos
mucho mejor todo lo que es unidad, paz y justicia entre los
hombres ya aquí en la tierra.
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