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Comentarios de la Lección de Escuela Sabática
IV Trimestre de 2014
La epístola de Santiago
Lección 3
(11 al 18 de octubre de 2014)
Soportar la tentación
Milton L. Torres 1
Introducción
El personaje central de la segunda parte del primer capítulo de Santiago es el “hombre bienaventurado” (makários anēr) al que se lo menciona en el capítulo 1:12. Al
presentarlo, el apóstol lo define como un hombre que soporta la prueba y puede,
entonces, recibir la corona del a vida. De hecho, a referencia a recibir la corona como
resultado de soportar las pasiones está extraída directamente de Zacarías 6:14, en la
Septuaginta. 2
No obstante, en ese pasaje no se especifica si el tal hombre sea bienaventurado. Sin
embargo, en Santiago se establece un nítido contraste entre el hombre bienaventurado, y el hombre de dos caras, incapaz de vencer sobre las pruebas de la vida cristiana, por lo que está destinado a tener una existencia pasajera, liviana y sin recompensas.
El tema de la victoria sobre las tentaciones es, de hecho, bastante frecuente en el
Nuevo Testamento. Mientras que Apocalipsis asocia la corona de la vida a la victoria
sobre las persecuciones y las tribulaciones, Pablo habla de la corona en el contexto
del triunfo del cristiano por sobre las tentaciones y las vicisitudes de la vida (Filipenses 4:1).
La raíz de la tentación
Según afirma Rick Warren, pensamos que la tentación nos rodea, pero Dios afirma
que ella comienza dentro de nosotros. 3 Además, es el modo en cómo reaccionamos
Pastor, con maestrías en Lingüística y Letras Clásicas; posee un doctorado en Arqueología Clásica.
Está cursando el doctorado en Letras Clásicas y el posdoctorado en Estudios Literarios. Editor de la
revista Protestantismo em Revista, es autor de diversos artículos y libros en el área de la Teología
Bíblica. Actualmente se desempeña como coordinador de las carreras de Letras y Traductorado en la
Universidad Adventista de San Pablo, Campus Engenheiro Coelho. Está casado con Tania M. L. Torres, y tiene dos hijos.
2 En este versículo, el texto griego de la Septuaginta difiere considerablemente del texto masorético, en
hebreo.
3 Rick Warren, Uma vida com propósitos. Traducción al português de James Monteiro dos Reis. San
Pablo: Vida, 2003.
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a las tentaciones lo que divide a la humanidad en dos grupos: el de las personas
inconstantes (de dos caras), y las personas bienaventuradas y fieles. ¿Cuáles son,
por lo tanto, las tentaciones que enfrenta y vence el hombre bienaventurado? Seguramente son las mismas tentaciones que hacen que el hombre vacilante sucumba:
las seducciones del mundo, presentadas hábilmente por Satanás a fin de arrastrarnos hacia el error y apartarnos de Dios. Pero, ¿de dónde vienen, originalmente, esas
tentaciones? Santiago enfatiza el hecho de que no podemos atribuirle nuestras debilidades a la voluntad de Dios. Según él, “que nadie diga que es tentado por Dios”
(Santiago 1:13a). La razón para ello es obvia: Dios no es tentado ni puede tentar
(Santiago 1:13b). El apóstol comprendía muy bien la naturaleza humana. Sabía que
generalmente les atribuimos a otros el motivo de nuestros fracasos. La declaración
de que el ser humano adjudica la culpa a Dios por sus propias debilidades y tendencias pecaminosas es un eco de Proverbios 19:3, que afirma que la insensatez humana hace que el hombre peque, pero éste –en vez de reconocerlo– se enoja contra
Dios.
La antigua cultura judaica siempre manifestó sus dudas respecto de la real fuente de
la tentación. Los judíos tendían a considerar que, si Dios permitía que fueran tentados, entonces algún grado de responsabilidad debía atribuírsele a Dios. Otros ponían
todo el peso de la culpa del pecado sobre Satanás, la fuente exclusiva, y casi inobjetable, de la tentación. Una situación que ilustra muy bien esta divergencia es el episodio en el que David hizo el censo sobre Israel. El texto de 2 Samuel 24:1 dice
claramente que Dios incitó a David a realizar el conteo de los hombres de Israel y
Judá. Por otro lado, 1 Crónicas declara que fue Satanás quien lo incitó a censar a
Israel. ¿Cómo solucionar este dilema? Los dos pasajes no son necesariamente contradictorios: Samuel presenta el tema desde el punto de vista del monergismo, la
creencia de que sólo hay una causa primaria para todo. El libro de Crónicas, por otro
lado, considera las causas secundarias. 4 La perspectiva de Santiago difiere tanto del
punto de vista de 2 Samuel 24, como del de 1 Crónicas 21, siendo que las necesidades de sus lectores eran también diferentes.
Cuando la concupiscencia concibe
Según Santiago 1:14, cada uno es tentado por su propia “concupiscencia” (así vertido por la RVR60; “malos deseos”, por la RVR2000 y la NVI). El apóstol personificó la
concupiscencia (epithymia) como un personaje femenino y las expresiones en griego
que aparecen en el versículo 14 pertenecen al contexto de las cortesanas de Atenas
5 de quienes se podían decir que atraían y seducían a los clientes. Los verbos atraer
(exelkō) y seducir (deleazō) revelan la naturaleza prostituida de la Concupiscencia,
quien atrae y seduce a un cliente, la cual queda embarazada de él. Este embarazo
produce una hija denominada Pecado (hamartia), palabra femenina en griego. Finalmente, Pecado da a luz un hijo denominado Muerte (thánatos). Como Muerte es
una palabra masculina, no engendra más nada, es estéril, lo que con esto señala el
final de la procreación iniciada con un acto de prostitución.
Existen, además, otros conflitos entre dos relatos que pueden ser armonizados, conforme lo sugiere
Gleason Archer, Merece confiança o Antigo Testamento? 4ª edición. San Pablo: Vida Nova, 2003.
5 Existen vários grabados em cerâmica de tiempos antes de Cristo que destacan el poder seductor de
las prostitutas atenienses, y las representan com el epígrafe “Sígueme”.
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La secuencia concupiscencia-pecado-muerte invierte la voluntad original de Dios,
quien creó a Eva, permitió que el hombre la llamara Vida (zōē), en Génesis 3:20. El
expreso plan de Dios era que la existencia del hombre siguiera la serie vidaobediencia-felicidad. Lo que Santiago nos dice es que debemos dejar de buscar
atenuantes para nuestras debilidades de carácter. No es por la voluntad de Dios, ni
por las sugerencias de Satanás que cedemos a nuestros impulsos carnales. Lo hacemos movidos por nuestra propia concupiscencia, nuestra propia voluntad de pecar.
Todo involucra la complicidad humana. La concupiscencia puede ser una prostituta
que nos asedia, pero para que ella dé a luz al pecado, es necesario que nosotros la
fecundemos. La metáfora del acto sexual con una prostituta es adecuada porque, a
no ser en casos de estupro, la relación sexual implica complicidad y participación de
dos personas en mutuo consentimiento. Una vez fecundada por la simiente de nuestra propia voluntad, la concupiscencia genera el pecado, el que, a su vez, genera la
muerte.
Es difícil afirmar con absoluta certeza quién es el que actúa como socio en la concupiscencia en la generación del pecado. Es probable que Santiago estuviera afirmando que nosotros mismos somos culpables de nuestros deslices. Tal vez, sin embargo, estuviera afirmando que son las tentaciones que cohabitan con la concupiscencia, a fin de generar el pecado. De cualquier modo, podemos estar seguros de que el
hombre bienaventurado no participa de esta clase de vínculo ilícito. Bienaventurado
es el hombre que resiste los ataques, cuando es abordado por el rostro joven, sonriente y bello de la concupiscencia. En este caso, es necesaria una fuerza supraangelical para permanecer fiel a la voluntad de Dios. Y esta fuerza existe y está tan
disponible para nosotros como lo estuvo para José en el día en el que huyó dejando
su túnica en manos de la mujer de Potifar.
Toda buena dádiva y todo don perfecto
Santiago concluye la segunda parte del capítulo 1 con otro argumento aparentemente conflictivo: determina el contraste entre el Dios Omnipotente y los dioses paganos
(1:16-18). El versículo 16 establece que la pretensión de Santiago era presentar un
tema teológico. Al afirmar “No se engañen” (NVI), el apóstol advirtió a sus oyentes
que su deseo era tratar cuestiones doctrinarias, tal como se puede percibir por el uso
de una expresión semejante en Santiago 5:19. El verbo “engañar” (planaō) parece
haber sido escogido ex profeso, pues hace referencia a dos aspectos importantes.
Es el mismo verbo de Santiago 5:19 en el que Santiago habló de aquellos que se
apartan de la verdad, y es el mismo verbo comúnmente utilizado por los griegos para
describir la órbita de los planetas en el cielo. La palabra planeta, es incluso derivada
de ese verbo. El apóstol define así, desde el mismo comienzo, que su planteo está
vinculado a dos dimensiones: pretendía habla teológicamente, y hablar de los astros
y su supuesto efecto sobre los hombres.
Nótese el contexto astronómico de la perícopa (Santiago 1:16-18) en variadas maneras, además del uso del verbo planaō (engañarse, desviarse, hacer un trayecto,
errar). Toda buena dádiva proviene de lo alto (lugar en el que los cuerpos celestes
cumplen su trayectoria). Toda buena dádiva es concedida por el Padre de las luces,
el Señor de los astros, que controla el comportamiento y la propia existencia, y en
quien no hay mudanza ni sombra de variación. Este pasaje (1:17) es de difícil traducción, por tres razones. En primer lugar, la temática astronómica no es de simple
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comprensión. En segundo lugar, los manuscritos más antiguos presentan toda suerte
de variaciones textuales en relación a este pasaje. En tercer lugar, el versículo inicia
con un verso poético. La intención de Santiago aquí era neutralizar la influencia de
los astros, en forma de horóscopos y supersticiones, mostrando que el hombre bienaventurado es el amo de su propio destino. Los paganos pueden confiar en horóscopos y vaticinios, observando atentamente los cielos, con la esperanza de hallar
alguna orientación para una vida desprovista de significado. Pero el cristiano sabe
que todas las dádivas provienen de Dios. Los astros experimentan eclipses y cambios orbitales que la astronomía de los griegos y romanos no podían explicar, pero
Dios es siempre el mismo, dispuesto a ayudarnos en los momentos de dificultad. Los
astros no controlan nuestra vida, nosotros mismos decidimos cómo reaccionar ante
las tentaciones. Auxiliados por el poder divino, podemos ser vencedores, bienaventurados, pues Dios es más estable y confiable que todos los planetas y el Universo que
Él creó.
El apóstol finaliza su discurso sobre el hombre bienaventurado enfatizando, en Santiago 1:18, que la voluntad de Dios debe prevalecer en la vida del cristiano. Según él,
fue la voluntad de Dios la que nos engendró por la Palabra de verdad, para que
seamos sus primicias. Y ser “primicia” de Dios significa nacer de nuevo para cumplir
su voluntad en carne y en espíritu.
Tardo para hablar
Santiago 1:19 hace mención a un personaje hipotético: “Todo hombre sea pronto
para escuchar, lento para hablar, lento para enojarse”. En griego existe, de hecho,
una comparación entre “rápido” y “lento”, lo que deja en claro que estamos tratando
una dimensión temporal y no sólo un estado de alerta y disposición. Santiago no
habló de dos hombres: el hombre “rápido” (anthrōpos tachys) y el hombre “lento”
(anthrōpos bradys). En lugar de ello, el apóstol afirma que ese hombre debe ser
ambas cosas: rápido y lento. Debe ser rápido para escuchar, pero lento para hablar y
enojarse. El tema de callar para oír es recurrente en Proverbios (17:28 y varios otros
pasajes).
Este hombre “rápido” para escuchar y lento para hablar y enojarse, es consciente de
que la ira humana, aunque justificable, no mueve la justicia de Dios (1:20). La conciencia de este hecho es lo que lo lleva a despojarse de la “ira” (orgē) y de toda maldad. El verbo empleado en 1:20 para el acto de despojarse de la maldad es el mismo
usualmente empleado en relación a sacarse la ropa. Aquello de lo cual el hombre
“rápido” se despoja para oír no es como una clase común de ropa. La palabra griega
utilizada es rhyparia, el mismo vocablo utilizado para la ropa del hombre pobre de
Santiago 2:2 y las vestiduras inmundas del sacerdote Josué en Zacarías 3:3, 4. Por
lo tanto, la cuestión de la justificación se inserta en dos sentidos en esta argumentación. En primer lugar, la ira humana nunca producirá justicia divina (Santiago 1:20);
en segundo lugar, despojarse de la maldad equivale a obtener esa justicia (1:21).
Como puede notarse, la justificación no procede del interior del hombre, sino es un
acto externo de Dios sobre el interior humano. La Palabra de Dios le es implantada,
haciéndola poderosa para salvar el alma (1:21).
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Salvados por recibir
El rol del hombre es el de ser rápido para oír (esto es, para obedecer), y lento para
hablar y airarse (esto es, intentar obtener la justificación por los propios esfuerzos).
Tal vez sueñe extraño, pero Santiago habla de la cuestión de la justificación bajo un
punto de vista notoriamente paulino. De hecho, la postura de Santiago en su epístola, sólo asume rasgos legalistas si hacemos mucho esfuerzo para no oír lo que dijo
realmente el apóstol. Parece que esa fue la idea de Lutero, lo que lo condujo a referirse a la carta de Santiago como “epístola de paja”.
Consideraciones finales
Los antiguos filósofos estoicos hablaban de cuatro vicios básicos de la naturaleza
humana: la concupiscencia, el placer, la tristeza y el miedo. Independientemente de
cómo nos dejamos afectar por estas cosas, Santiago nos enseña que hay un poder
por encima de todos los demás que puede librarnos de todos los grilletes que nos
atan al mundo. De hecho, “El plan de redención contempla nuestro completo rescate
del poder de Satanás”. 6
Dr. Milton L. Torres
Univ. Adventista de San Pablo
Campus Engenheiro Coelho
San Pablo (Brasil)
Traducción: Rolando Chuquimia
© RECURSOS ESCUELA SABÁTICA
6
Elena G. de White; El Deseado de todas las gentes, p. 277.
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