Sin vacilar marchad

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LATERCERA Domingo 3 de julio de 2016
Tiro al blanco Fernando Villegas
“Sin vacilar marchad...”
M
Muchos la oímos en nuestra más
tierna infancia, a veces en el Parque
O’Higgins, por entonces llamado
“Cousiño”, en otras ocasiones en
una plaza cualquiera; me refiero a
la canción “sin vacilar marchad,
soldados de Jesús...”. Era de rigor
que la entonaran las congregaciones protestantes que por esos años
evangelizaban al aire libre. Sus feligreses, sin hacerse en esa época
distingos de sectas o confesiones,
eran todos por igual denominados
“canutos”. Al ritmo de un bombo
dichos emisarios de la palabra de
Dios, siempre correctamente vestidos pese a sus algo traqueteados
uniformes azules, desfilaban en
perfecto orden, luego se apostaban
en fila a la sombra de un árbol y finalmente predicaban su Credo.
Muchos ciudadanos deben haberse preguntado cuál podría ser la
atracción de dichas prédicas porque, para ser francos, nunca o rara
vez se veía a nadie escuchándolos
con la debida atención, menos aun
acercándose al director de orquesta en busca de la Salvación Eterna
o, de cualquier modo, manifestando algo más que la sorna fácil acudiendo al rostro de una audiencia
que por esos años era 99% católica.
¿Pero qué podía saber el ocasional
visitante del parque, transitorio auditor de dichas prédicas? Era incapaz de siquiera imaginar de qué
irían las cosas más allá de ese fugitivo momento, cuando estaba siendo testigo de tanta indiferencia por
parte del respetable público. Pero
los “canutos” perseveraban porque nunca se sabe. La pesca de almas es negocio difícil, aunque con
la compensación de que siquiera
una sola capturada vale la pena. Y
el tiempo cumplió su obra; con esas
aparentemente inútiles redadas espirituales y el paso de los años las
iglesias evangélicas fueron sumando una numerosísima y muy comprometida feligresía. Así sucedió
porque para lograrlo contaban con
algo más que los uniformes y el
bombo: contaban con un mensaje.
Marchas vacías
Los chilenos que en esos años éra-
mos niños hemos podido ver, a lo
largo de las peripecias de la historia nacional, infinidad de marchas
también celebradas sin vacilaciones y también amenizadas por
bombos y hemos escuchado cientos de convocatorias no tan distintas a las de los “canutos”, pero
nunca antes experimentamos una
variedad tan desprovista de mensaje como los desfiles callejeros
con que hoy porfían los estudiantes. Son, sus actuales marchas, no
el equivalente a la briosa entrada a
escena del ujier que va a entregarnos un sustancioso mensaje, sino
se han convertido en el mensaje
mismo y limitado a decirnos que
los nenes están transportando sus
cuerpos desde un sitio a otro de la
ciudad. Mensaje propiamente tal
los estudiantes lo tuvieron sólo al
comienzo del “movimiento”, aunque ya entonces era, como lo es
hoy, una expresión carente de auténtico contenido, “educación de
calidad”. De todos modos esa frase titulando lo que hoy se revela
como un libreto vacío prendió en
los medios, hipnotizó a los adultos
y legitimó a los chiquillos. Sonaba
bien y se hizo intocable. Quienes
pidieron explicaciones acerca de en
qué consistía y se expresaba dicha
“calidad” y cómo se podía obtener,
fueron desoídos y acallados; lo primero era, dijo el ministro Eyzaguirre, “instalar la infraestructura”,
expresión con un aire de cosa científica y sociológica que viste mucho, pero en la práctica la infraestructura de Nicolás se tradujo en el
superestructural y pedestre tema
del dinero, primero a cargo de Arenas y ahora de Valdés. Dinero para
la gratuidad sin importar la calidad
del postulante ni de la carrera, dinero para comprar instalaciones
ya existentes, dinero para subirles
el sueldo a los profesores, dinero
para mejorar el “aporte basal” de
las universidades tradicionales, di-
Nunca antes
experimentamos
una variedad tan
desprovista de
mensaje como los
desfiles callejeros
con que hoy
porfían los
estudiantes.
nero, dinero, dinero...
Pero si esa persistente vacuidad
conceptual de las autoridades acerca de la educación es desastrosa, la
actitud de una sustantiva parte del
estudiantado es todavía peor. Desalienta el verlos perdidos en medio de un revoltijo de frases hechas,
propuestas demagógicas, torpes
declaraciones a la prensa, demandas confusas y rabietas destructivas que no hacen nada salvo pisotear lo que resta del sistema; tampoco anima el espectáculo que dan
demasiados jóvenes más repletos
de instintos vandálicos que de afán
de saber, más dados al saqueo que
a la lectura, más interesados en la
cerveza que en el estudio y sin otro
uso para la cabeza que como sostén de una capucha. Y finalmente
abruma ser testigos de cómo la mayoría que quisiera seguir otra senda se queda de brazos cruzados
dejando a una minoría tomar de
rehén el movimiento y conducirlo
al precipicio.
El mensaje
El actual mensaje del movimiento
no tiene ya en su corpus lugar para
la frasecita acerca de la educación
“gratuita y de calidad”. Ha ido reemplazando esa y otras frases generales, buena onda y amorosas
por un stock cada vez más grande
de eslóganes y bravatas. De ahí la
confusión y desintegración paulatina del movimiento. Limitados
a no tener otro terreno común que
el despliegue físico de marchas y
tomas, violencia y nihilismo, los
estudiantes están ahora a años luz
de esos evangelistas de plaza y de
parque que no contaban con cobertura mediática ni aplauso, pero
predicaban algo comprensible y
aceptable.
Tras esa transformación desde la
buena a la mala onda hay, escondido, un mensaje bastante antiguo y
sórdido, suerte de llaga interna que
ha supurado por años sin que nadie se percatara. Y es sólo ahora,
cuando la lucha por la “calidad” se
convirtió en la “lucha popular” y la
propuesta se redujo a marchar por
las calles, tomarse -y vandalizarestablecimientos educacionales,
adueñarse de las “redes sociales” y
convertir en rehenes a los medios
de comunicación, cuando dicho
mensaje oculto al fin se revela y
nos dice que 50 años de televisión
son más que suficientes para desmoronar el alfabetismo de tres generaciones, que de padres poco
educados vienen aun peores críos
y que sin sanciones ni supervisiones la criatura humana, en especial
la de pocos años, revierte fácilmente al estado de naturaleza y barbarie. Es un alarmante mensaje acerca de cuán colosal ha sido el desplome de los mecanismos de
socialización, de la aterradora velocidad de la caída de las exigencias
más elementales, de los pasos en reversa que ha significado el reemplazo de una cultura textual por otra
visual, el del imperio de la civilización por el de la bestialización consumista, el lenguaje de las exigencias y la excelencia por las burdas
apetencias de la cultura de masas.
Remedios
No será entonces con planes mal
concebidos y peor ejecutados, no
será con traspasos de propiedad
de los liceos desde un mantenedor
al ministerio, no será arrinconando a las universidades privadas,
no será otorgando becas al voleo ni
ofreciendo derechos ampliados,
no será con gobiernos universitarios tri-estamentales ni con el fin
de las “discriminatorias” selecciones académicas, no será con la
destrucción de los colegios emblemáticos y la puesta en vigor de
tómbolas de ingreso que se pondrá
remedio a la enfermedad; tampoco cooperará un estudiantado que
no es parte de la solución, sino del
problema. Si el desbarajuste tiene
solución sólo a largo plazo, análogamente su origen es de larga data.
Su abrumadora presencia no será
borrada con improvisaciones y por
eso ya podemos prever las dificultades con que el país enfrentará sus
tareas el próximo decenio por falta de materia gris. Experimentamos, hoy, el sabor del envenenado
fruto sembrado no por este gobierno ni la media docena de administraciones anteriores, sino por
la brutal transformación de las estructuras culturales y el desmoronamiento de los controles institucionales. Eso ha generado, hasta ahora, al menos tres
generaciones de pobre formación,
ciudadanos semianalfabetos ajenos al esfuerzo e imbuidos de la
creencia de que se les deben derechos universales, prestaciones desde la cuna, bonos, beneficios, becas y perdonazos. No poca parte
del clima político y mental del presente brota de dicha cosecha de almas convencidas de que a ellas se
les debe todo porque resplandecen,
con sólo respirar, con las más elevadas virtudes.R
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