En ciertos momentos de la vida dar este paso puede

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zón y la boca confiesan el hallazgo de
Cristo, El se revela, acaso de manera
nunca imaginada, como el "secreto que
habita en nosotros" y en el cual se enraizará nuestra esperanza. (Col.1, 27).
Locañas, octubre 5 de 1979
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. El corazón del orante
El corazón ingrato es un corazón
cerrado; una pieza obscura y fría;
es un corazón duro, de piedra que no
sentirá el paso de Dios por él, que no
tendrá la sensibilidad para percibir la
dulzura de Aquel que toca el interior del
hombre con suavidad y respetuosamente. ¡No sabrá vibrar con el Don de La
Vida!
En ciertos momentos de la vida dar este
paso puede producir la sensación del vacío y de la nada. Quedarnos perplejos
aguardando una respuesta acaso sensible; una señal de haber sido escuchados. ¡Es tan propio de nuestra psicología el pretenderlo!, de lo contrario acaso
nos sobrecoja la sensación de un
sin sentido de esa soledad y esa
atención que envuelven mi acercamiento al Misterio y mi escucha,
rendida y humilde,
ante El.
No es fácil despertar en mí Ia conciencia de que, El es totalmente
Otro; que, por tanto va más allá
de mi frontera humana, de
mi racio- nalidad y de
mis cálculos.
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C S R F P
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S A L E S I A N I D A D
La prueba tal vez dolorosa me purifica y
me hace afrontar la experiencia de Dios
de otra manera: abriéndome el corazón
a la entrega, sencillamente; aceptando
mis limitaciones, haciendo que la voz
de mi pobreza pida ser iluminada mi tiniebla espiritual, despejado el horizonte
para percibir el amor de la Providencia,
la Mano del Padre.
Es entonces cuando desde esa misma
sombra y mudez de mi expectativa y de
mis deseos, puedo entender el Camino
que se me ha hecho camino y seguirlo, leyendo en la humanidad del Jesús
histórico el resplandor del Dios de mi
Fe, acogiéndolo, con el regocijo de la
adoración y el abandono y hallando sobre su cuerpo visible, los rasgos del Dios
Invisible y la Luz de su Gloria.
Ese paso de la oración es definitivo,
pues
al mismo tiempo que el cora-
¡El corazón que nada tiene que agradecer a su hermano no tendrá, tampoco,
qué decirle a su Dios!
¡Dios necesita corazones sencillos y puros; corazones dispuestos, que resuenen
con la Voz que los llame!
Del corazón grato nace la alabanza. El
corazón grato piensa más en la mano
que se abre que en el don que le traiga
la mano.
El corazón que palpita por la generosidad y la compasión hacia los otros, es
un corazón sano y bueno; un corazón
educado para la comprensión y la fidelidad; un corazón que podrá orar y permanecer, si fuere el caso, en éxtasis, por
horas enteras ante la lluvia de la Gracia
y la polifonía de la Palabra de Dios que
le canta, donde quiera que vaya.
¡Qué importante esa tarea cariñosa, humilde y paciente sobre sí mismo, para
despojarnos de la autosuficiencia de Ia
indiferencia egoísta y disponernos a los
regalos cotidianos de la naturaleza, del
hombre y a Ia efusión incansable de la
ternura de Dios sobre nosotros!
¡Esa capacidad de ser hijos y amigos que
agradecemos al Padre su inagotable Providencia!
Locañas, octubre 11 de 1979
S A L E S I A N I D A D
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