EL PERDÓN DE LOS PECADOS (1ª Juan 1:5-10) INTRODUCCIÓN.Una señora muy respetada del mundo de la cultura en Gran Bretaña, en una entrevista en la BBC, dijo algo así como: El perdón de los pecados que tienen los cristianos es algo valiosísimo, algo que yo quisiera tener para mí. Envidio a los cristianos por saberse perdonados. La experiencia del completo perdón, para una conciencia que se sabe culpable, es uno de los regalos más valiosos que recibimos cuando nacemos de nuevo y llegamos a ser verdaderos cristianos. Pero no solo debe ser esto una experiencia cuando nos convertimos, sino que el perdón y la limpieza profunda de nuestros pecados debe ser una parte importante y frecuente en la vida del cristiano. En Jer. 31:34 el Señor nos afirma: “Yo les perdonaré su iniquidad, y nunca más me acordaré de sus pecados”. Y es que el perdón de Dios implica que nunca más se acordará de nuestros pecados. Lindsay Brown, uno de los conferenciantes del Fórum de Apologética, al que algunos de nosotros hemos asistido el pasado fin de semana, contó una anécdota que le pasó estando predicando sobre ese versículo de Jeremías, en Francia. Cuando el mencionó “nunca más me acordaré de sus pecados” alguien en el auditorio exclamó ¡aleluya! A él le extrañó, porque se trataba de un entorno en que no suelen darse expresiones así en medio de una conferencia. Al día siguiente una mujer se le acercó a hablar con él; la misma que había exclamado ¡aleluya! la noche anterior. Le preguntó, con emoción, si era verdad que Dios nos perdona y ya no se acuerda de nuestros pecados. Lindsay le afirmó que la muerte y resurrección de Cristo ha ganado ese completo perdón para los que se acogen a Él. Entonces ella le contó que cuando tenía 17 años se quedó embarazada e hizo que un médico le abortara. Había llevado esa carga sobre su conciencia por muchos años y nada ni nadie podía librarle de ella. Así que aquella noche, al comprehender el valor absoluto de la obra de Cristo para perdonar sus pecados fue algo enormemente liberador de su conciencia y estaba impresionada y tremendamente agradecida al Señor. Y ¿quién no ha tenido sobre su conciencia uno de esos pesos de culpa verdadera, que solamente ha sido disipado con el descubrimiento de la obra perdonadora de Cristo? Con este trasfondo, del gran tesoro que es el perdón, quisiera profundizar en ello centrándonos en dos puntos: Arrepentimiento y Vivir por fe. I. EL ARREPENTIMIENTO.El significado de arrepentimiento es el de darnos la vuelta. Tomamos conciencia de nuestro mal camino y damos un cambio de dirección. Antes íbamos por nuestro camino en dirección contraria a Dios, y ahora vamos en busca de Él, nos dirigimos a Él. Cuando tomamos conciencia de nuestro camino de pecado es normal que experimentemos un estado de tristeza. No sé si sabéis que hay una tristeza buena y otra mala. 1 La tristeza buena la produce Dios en nosotros, y es para salvación; para limpieza, para crecimiento y transformación y nos conduce a Él. Tiene que ver con un dolor producido al tomar conciencia de nuestro pecado porque ofende a Dios, menosprecia sus bondades y causa daño culpable a otros, bien sea por actos, actitudes o palabras. La tristeza mala es producida en nosotros por los deseos caídos. No nos conduce a Dios, sino que el fruto es remordimiento, lamento y generalmente termina en cinismo. No trae salvación, simplemente viene porque nuestros errores nos han hecho perder cosas, estatus, prestigio, reconocimiento de los hombres, etc. Eso, por tanto, no es verdadero arrepentimiento sino tristeza por la pérdida de estatus. En la película musical ‘Mama Mía’, comedia por otro lado encantadora, hay un momento en que la protagonista se entristece delante de sus amigas recordando a donde le han llevado sus errores de juventud. Las amigas le dicen: “Te estás pareciendo a tu madre, siempre arrastrándose y lamentándose. Levanta el ánimo, olvídate, canta…” Esta es la tristeza mala, que efectivamente tira para atrás. La protagonista trata de aliviarla cantando. Para ella la solución es el Rock and roll. Quizá algunos vean el arrepentimiento así, como ese arrastrarse ante los demás y desde luego eso es un error y tira para atrás a cualquiera. Porque el arrepentimiento es, primera y fundamentalmente, un sentido y honesto reconocimiento de nuestros pecados ante Dios. Porque tomamos conciencia que nuestros pecados, aunque hayan sido hechos contra otras personas, son primeramente una ofensa a Dios, porque no hemos andado como Él hubiera querido. Luego nos llevará a una petición de perdón también a la persona ofendida. (Leamos Sal. 51:1-4) Centremos ahora nuestra atención en el texto de 1ª Juan 1:5-10, que leímos al principio. En el texto se nos explica algo increíble: que personas caídas, pecadoras, puedan tener común-unión con quien es todo luz. Porque lo primero que se nos dice es que “Dios es luz y en Él no hay ninguna oscuridad” (v.5). Lo que es igual que decir que es perfecto en todo lo que piensa y hace. Y lo sorprendente es que con tal Dios podamos tener común-unión nosotros, que no somos precisamente perfectos. En segundo lugar se nos habla que podemos estar afirmando que vivimos en esa comunión con Él y sin embargo vivir en desacuerdo a Él. Si es así mentimos porque estamos diciendo algo que no vivimos (v.6). Vivir ante una luz muy intensa resulta molesto a nuestros ojos y buscamos protegernos con gafas de sol o algo así. De la misma manera vivir a la luz de la perfecta vida de Jesucristo nos produce molestia y hemos de buscar también alguna protección. Pero ¿Qué protección? Los versículos 8 y 10, nos hablan de algunas formas engañosas de protegernos de esa luz perfecta, que es la vida de Jesús. 2 “Si afirmamos que no tenemos pecado, nos engañamos a nosotros mismos y no tenemos la verdad” (v.8). “Si afirmamos que no hemos pecado, lo hacemos pasar por mentiroso y su palabra no habita en nosotros” (v.10). Así que las formas falsas de protegernos es decir que no tengo pecado; pecado, en singular – refiriéndose aquí a la condición caída del ser humano– (v.8). O, afirmar no hemos pecado; Es decir, negar los actos concretos que no son acorde a la manera de vivir de Cristo (v.10). Pero según el texto haciendo esto o nos engañamos a nosotros mismos, o hacemos a Dios mentiroso. En gran mayoría la sociedad occidental hace eso hoy en día. Como la luz es molesta se niega a Jesucristo mismo, su persona, su perfección, su luz. Se dice todo eso es un camelo, invención de algunos cristianos primitivos; realmente Jesús solo fue un hombre muy inteligente, sí, pero como muchos otros. Su vida no tiene más autoridad que la de Mahoma, Buda, Confucio, o algunos de los clásicos griegos. Así que no hay luz, no hay verdad y puedo vivir de la forma que me de la gana, porque será tan válida como cualquier otra. Esta es una forma de decir que no tengo pecado, porque no hay ninguna verdad autorizada con la que medir mi vida. Es evidente que la mayor parte de la sociedad a nuestro alrededor funciona así, se engaña así mismo de esa manera, y hace mentiroso a Dios de esa manera. Estamos aplicando estos versículos a la sociedad no cristiana porque, desde luego tienen un valor universal, pero no olvidemos que fueron escritos por Juan a los creyentes. Así que parece que es perfectamente posible que los que somos cristianos, nos engañemos a nosotros mismos, o hagamos mentiroso a Dios. Podemos hacer esto midiéndonos con una luz hecha a nuestra medida, algo menor que la luz perfecta de Cristo, (Fulanito vivió de tal forma y no le fue tan mal, así que por qué no vivir igual). O, medirnos con algo que encaje con nuestra tradición eclesial. O, comparándonos con otros que nos parecen peores. Hay incluso otra forma de engañarnos que es, medirnos con lo que sabemos (o creemos que sabemos), en vez de con la manera en que vivimos. Esto es lo que les pasaba a los fariseos. El que sepamos citar versículos o conceptos bíblicos no es ninguna garantía de que no estamos engañándonos a nosotros mismos. ¿Cómo, entonces, podemos vivir, siendo seres caídos, imperfectos, que cometemos pecados, como realmente somos cada uno de nosotros, en común-unión con el Señor de la luz y de la perfección? II. VIVIENDO POR LA FE.- La respuesta la vemos en 1ª Juan 1:7,9. Es lo que llama la Biblia Vivir por la fe. “Pero si vivimos en la luz, así como Él está en la luz, tenemos comunión unos con otros, y la sangre de su Hijo Jesucristo nos limpia de todo pecado” (v.7). “Si confesamos nuestros pecados, Dios, que es fiel y justo, nos los perdonará y nos limpiará de toda maldad” (v.9) ¡Qué efecto tan limpiador tiene la sangre de Jesucristo, o, sea, su muerte en la cruz, para los que nos sabemos pecadores! ¡Qué inmenso valor tiene para nosotros! 3 Vivir en la luz de la perfección de Cristo nos hace enormemente vulnerables. Porque es allí donde vemos más nítidamente nuestro pecado, nuestra insuficiencia. Pero también es justamente por eso que valoramos más su obra de redención completa a nuestro favor. Es allí, donde recibimos profunda convicción, de que su sangre derramada por nosotros, cubre totalmente nuestras faltas. Donde recibimos la indescriptible paz del perdón de nuestros pecados. Es un lugar de vulnerabilidad pero también de confianza y paz. En su luz es el lugar donde estamos a la vez conscientes de nuestra condición caída, de nuestra flaqueza, de nuestro pecado; pero, al mismo tiempo, confiados en el valor de su sacrificio en la cruz, en sustitución nuestra. Así que nos vemos humildes y confiados, al mismo tiempo. Como dice el v. 7 es también ahí donde, por el baño de humildad y fe que recibimos, podemos tener común-unión unos con otros. Es un lugar donde se nos hace más difícil condenar a los demás porque también nosotros nos vemos pecadores. Pero, al mismo tiempo, tenemos el valor y el denuedo, por la salvación de Cristo, para llamar al arrepentimiento y a la fe en el Señor, a nuestros hermanos cristianos y también a nuestros amigos que aún no le conocen. En el v. 9, se nos habla de la confesión. Como hemos dicho otras veces, la confesión es el claro reconocimiento de las manchas de nuestra vida. Y se nos dice, no que Dios es misericordioso para perdonarnos, que desde luego lo es; sino que es fiel y justo. Con ello se nos recalca que el valor de su sacrificio para el perdón es tal, que en un sentido no tiene más remedio que ser fiel y justo al perdonarnos. También es en esa luz donde vamos siendo limpiados (el verbo en griego es una acción continuada, no de una vez para siempre). Y se refiere, entiendo yo, no solo al sentido de limpieza y paz que da el perdón, sino también a un proceso de transformación en nuestras vidas librándonos de tendencias y costumbres pecaminosas. CONCLUSIÓN.El perdón de Dios limpia nuestras conciencias y sana nuestras vidas turbulentas. No hay, tal vez, mayor regalo de Dios que la experiencia del perdón de nuestros pecados. Podemos engañarnos con falsas soluciones, negando nuestra condición caída, nuestro pecado (en singular) o negando nuestros actos, palabras o actitudes pecaminosas (pecados en plural). Vivir ante la perfecta luz del Señor Jesucristo, es el lugar del arrepentimiento y de la fe. Ahí somos vulnerables, seguramente sentiremos en ocasiones tristeza según Dios; ahí se nos hace humildes, pero al mismo tiempo confiados y descansados en la obra de Cristo. Ojalá que vayamos aprendiendo a vivir en esa luz. 4