S.E.R.~Ions.Christophe Pierre Muy queridas hermanas y hermanos

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Homilía de
S.E.R.~Ions.Christophe Pierre
Nuncio Apostólico en México
Solemnidad de Santa ~Iaría Madre de Dios - XLIXJornada ~Iundial de la Paz
(I.N. Basílica !le N. Sra. Sanln Marín de GlIarlalupe, México, O.r:, ¡·lle Hllem de 2016)
Muy queridas hermanas y hermanos,
Convencido de que a Dios le importa la humanidad, de que jamás es
indiferente a ella, y de que nunca la abandona ni abandonará, en su Mensaje
para la Jornada Mundial de la Paz que hoy celebramos, intitulado: "Vence la
indiferencia y conquista la paz", el Papa Francisco escribe que "al comienzo
del nuevo año, quisiera acompañar con esta profunda convicción los mejores
deseos de abundantes bendiciones y de paz, en el signo de la esperanza, para
el futuro de cada hombre y cada mujer, de cada familia, pueblo y nación del
mundo".
Estos son los deseos del Santo Padre para todos y cada uno de nosotros
y son también los augurio s que yo, en cuanto representante suyo en México,
les presento también de todo corazón a ustedes, a sus familias y a todos los
mexicanos.
"Por tanto, no perdamos la esperanza de que 2016 nos encuentre a
todos firme y confiadamente comprometidos en realizar la justicia y trabajar
por la paz en los diversos ámbitos".
¡Esperanza! Esperanza nueva para con ella dirigir hoy nuestra mirada al
gran misterio de la encarnación del Hijo de Dios, contemplando sobre todo a
María, Madre de Dios, bajo cuyo regazo nos ponemos, y de cuya humildad y
sabiduría queremos aprender para saber acoger en nuestras vidas a Jesús, que
por nosotros nació en Belén. Al Niño que nació de Ella, y que nosotros
reconocemos como nuestro Salvador y hermano. Porque, gracias a Él somos
efectivamente hijos del Padre; pues, como dice San Pablo, "Dios envió a su
Hijo, nacido de mujer, nacido bajo la ley, para rescatar a los que se hallaban
bajo la ley, a fin de hacernos hijos suyos".
El Evangelio que hemos escuchado, luego de narramos el encuentro que
los pastores de Belén tuvieron con el Ángel Mensajero de Dios, quien
anunciándoles el nacimiento del Salvador los invitó a buscarlo, refiere que los
pastores se dijeron unos a otros: "Vayamos a Belén a ver lo que ha pasado y
que el Señor nos ha dado a conocer" y, llenos de emoción, de confianza y de
esperanza, se pusieron en marcha hasta encontrar a María y a José, y también
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al Niño, que estaba recostado en un pesebre. El Evangelio mismo nos dice,
además, que fue tal el gozo de los pastores al encontrar a Jesús, que quedaron
transformados y llenos de un impulso que los hacía alabar y glorificar a Dios,
pero también, a contar a todas las personas que encontraban por el camino lo
que habían visto y oído, dejando asombrados a todos. Y todo comenzó con la
invitación del Ángel a ir al encuentro de Jesús recostado en un pesebre;
invitación que los sencillos pastores supieron escuchar y acoger.
Qué gran lección nos dan estos humildes pastores: escuchar al
Mensajero de Dios, acoger su invitación para ir en busca de Jesús, ponerse en
camino y lograr el encuentro con Él que cambia completamente la vida, llena
de gozo y mueve a proclamar a todas las gentes lo maravilloso del encuentro,
embargándolas de la verdadera alegría.
De esa alegría de la cual nuestros corazones deberían estar llenos,
porque, como ha dicho el Ángel a los pastores y nos dice también a nosotros
por medio de la Iglesia: "hoy les ha nacido un Salvador". ¡Sí, hermanos! En
nuestros corazones no debería haber sitio para el temor ni para la indiferencia;
nuestro corazón debería estar lleno de gozo profundo y de vivo amor al Dioscon-nosotros y también a nuestros hermanos y hermanas que con nosotros
recorren, no sin dificultad, nuestra propia historia.
El Hijo de Dios nos ha nacido y, con su nacimiento, con su venida al
mundo y a nuestra historia, todo cambia. No estamos solos ni abandonados. Él
es la luz que viene a iluminar nuestra existencia recluida frecuentemente en la
oscuridad del individualismo, egoísmo, ambición y soberbia. Llega a nosotros
como luz verdadera para mostrarnos claramente el camino a seguir y no perder
el rumbo, para evitar tropezar y caer, para alcanzar la meta acogiendo sin
cesar la misericordia del Padre y siendo misericordiosos como Él.
De suyo, es a esto a lo que nosotros cristianos estamos llamados a lo
largo del Año jubilar que estamos celebrando: a ser receptores, pero también
dadores de la Misericordia de un Padre que no puede sino amarnos. A cruzar
la Puerta Santa para salir de la cerrazón de nuestros corazones recluidos
demasiado a menudo en la indiferencia ante el sufrimiento de los demás.
En efecto, demasiadas veces, acostumbrados a mirar en la televisión una
y otra vez, casi incansablemente, las mismas imágenes, nos hemos habituado a
contemplar insensibles el sufrimiento, la violencia, la injusticia y las dolorosas
consecuencias de la corrupción que tan fuertemente hieren a tantos y tantos
seres humanos en esta tierra y en el mundo entero. Y, ¡esto no es de humanos!
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Por ello, urge, -como dice el Papa Francisco en su Mensaje-, que
venzamos la indiferencia y conquistemos la paz. Urge que miremos a nuestro
alrededor con los ojos misericordiosos de Jesús. Urge que nosotros los
creyentes nos convirtamos en Puertas de Misericordia, para que los muchos
que sufren a causa de la indiferencia, encuentren en nosotros un verdadero
puente del amor de Dios. Urge que todos: creyentes y no creyentes, pueblo y
autoridades, padres de familia, maestros, formadores, instituciones, medios de
comunicación ...; que todos nos abramos "a cuantos viven en las más
contradictorias periferias existenciales, que con frecuencia el mundo moderno
dramáticamente crea ", sin caer "en la indiferencia que humilla, en la
habitualidad que anestesia el ánimo e impide descubrir la novedad, en el
cinismo que destruye".
Si Jesús, el Emmanuel, está con nosotros, y junto a Él está siempre
María y José, nosotros los creyentes no tenemos justificación alguna para
mostramos ciegos, sordos e indiferentes a la voluntad de Dios que nos pide
siempre que nos amemos unos a otros como Él, en Jesús, nos ha amado. No
tenemos justificación válida para mostrarnos indiferentes ante los desafíos que
nos presenta nuestra vida personal, familiar, social y mundial. Desafíos que
nos interrogan, y esperan de cada uno una respuesta activa.
Al igual que los pastores, que recibido el anuncio del Niño Dios
corrieron a su encuentro y después de estar con Él, con María y José, fueron a
contar a todos los que habían visto y oído sin dejar de alabar y glorificar a
Dios, también nosotros tenemos que oír a Jesús. Verlo en la Iglesia, en la
Palabra, en los sacramentos y, verlo también en todos los seres humanos: en
aquellos que forman parte de nuestras familias, en los amigos, en los cercanos,
pero también en los pobres, en los ancianos, enfermos, discapacitados,
migrantes ..., en todos y en cada uno de los hombres y mujeres de nuestro
mundo.
De Jesús, que lleva grabados en su rostro los rasgos de la bondad, de la
misericordia y del amor de Dios Padre, brota para nosotros el compromiso de
no ser indiferentes a la suerte, al dolor y al sufrimiento de los demás. Ante la
cultura de la indiferencia que con frecuencia termina por ser despiadada,
nuestro estilo de vida ha de cambia y llenarse de la empatía, compasión y
misericordia que cada día podemos sacar de la oración y de los sacramentos.
Donde nace Dios, nace la esperanza: porque es Él quien trae la
esperanza. Donde nace Dios, nace la paz. Y donde nace la paz, no hay lugar
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para la indiferencia, para el odio, para la violencia y la injusticia. Donde nace
Dios, nace la esperanza; y donde nace la esperanza, las personas encuentran la
dignidad. Sin embargo, todavía hoy, hay muchos hombres y mujeres que,
como el Niño Jesús, sufren frío, pobreza y el rechazo de los hombres.
Deseamos un mundo mejor. Pero el nuestro no debe ser tan sólo un
sueño o un simple deseo. ¡No!, el nuestro debe convertirse en esperanza
activa, en solidaridad y fraternidad para animamos unos a otros. Porque, no
obstante los múltiples aspectos que hoy oscurecen el horizonte del hombre,
nosotros, discípulos de Jesús, debemos seguir creyendo que un mundo
verdaderamente humano es posible; que no es utópico aguardar buenas
noticias de vida, de transformación y de paz para la humanidad y para cada
uno de los seres humanos. Debemos seguir esperando, pero con una esperanza
que nos mantenga activos y trabajando; no pasivos ni indiferentes. "Cada uno
-dice el Papa Francisco-, está llamado a reconocer cómo se manifiesta la
indiferencia en la propia vida, y a adoptar un compromiso concreto para
contribuir a mejorar la realidad donde vive, a partir de la propia familia, de
su vecindario o el ambiente de trabajo". Será así que contribuiremos a favor
de la paz en los corazones, en las familias, en los diversos ambientes de la
sociedad y en las naciones.
La paz que, -como lo subraya el Santo Padre en su Mensaje- "es don de
Dios y obra de los hombres. La paz es don de Dios, pero confiado a todos los
hombres y a todas las mujeres, llamados a llevarlo a la práctica".
También la Virgen María, Santa María de Guadalupe, que hace
cuatrocientos ochenta y cuatro años vino como Mensajera de paz, de
misericordia, de ternura y de amor a estas tierras, nos invita a "no perder la
esperanza en la capacidad del hombre de superar el mal, con la gracia de
Dios, y a no caer en la resignación y en la indiferencia" de frente a Dios y de
frente al prójimo y de frente a la creación. "También nosotros estamos
llamados a que el amor, la compasión, la misericordia y la solidaridad sean
nuestro verdadero programa de vida, un estilo de comportamiento en nuestras
relaciones de los unos con los otros".
Al iniciar el nuevo año asumamos, queridas hermanas y hermanos, con
fuerte voluntad y dinamismo, el firme propósito y compromiso de no ser
indiferentes. De amar y obedecer cada vez más a Dios, y de amar y servir a los
hermanos y hermanas que sufren dificultad.
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Hagámoslo ya desde ahora, mientras nos preparamos a recibir con vivo
gozo, gratitud y esperanza, al Santo Padre Francisco en nuestras tierras.
Hagámoslo pidiendo confiadamente la intercesión amorosa de Santa María de
Guadalupe, Madre de la Misericordia y la de su esposo San José, a favor del
Papa, de toda la Iglesia, de los mexicanos y de todos y cada uno de nosotros.
Pidámosles con fe que nos obtengan de Jesús, Príncipe de la Paz y "rostro de
la misericordia del Padre", la fuerza del Espíritu Santo que nos ayude a
cumplir nuestros buenos propósitos y a mantener vivo nuestro compromiso
cotidiano en favor de un mundo de paz, fraterno, solidario y no indiferente.
Que el Señor, queridas hermanas y hermanos, nos bendiga y nos
proteja, haga resplandecer su rostro sobre nosotros y nos conceda su favor.
Que nos mire con benevolencia y nos conceda la paz.
Que así sea.
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