Entrevista con Rappel - Plaza de Toros de Las Ventas

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ENTREVISTA
“El que no
vibra con una
corrida de
toros es que no
tiene sangre”
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Rappel
Vive en el piso que Manolete compró para casarse con Lupe Sino y tiene su
despacho en General Mola, 3 –hoy, Príncipe de Vergara–; o sea, en el santuario
de toreros que fuera casa de los Bienvenida. No hace falta preguntarle, no;
porque habla sin tregua, también sin atropellos, entreteniendo y paseándose por un siglo largo de historia familiar. El relato es como un retrato de la época, donde la afición por los toros siempre tuvo un lugar. Sorpréndanse porque el personaje de hoy es Rappel, el popular futurólogo; el de las túnicas,
si lo prefieren.
Texto: Laura Tenorio
Fotos: Constante
“Y
o vivía a las afueras de Madrid, en un
chalet. Una mañana tuve un asalto a
mano armada; cómo sería el asunto
que creí que me estaban rodando una inocentada, con cámaras ocultas. No podía imaginar que aquello estaba pasando en mi casa.
Así que después del susto busqué piso en Madrid, quería algo desde donde viera muchos
árboles, muchos jardines. Y encontré este
piso, lo decoré y empecé a vivir en él. Un día,
me crucé con una antigua clienta, porque yo
había sido modisto durante 22 años, y me
dijo: ‘Rappel, me he enterado que vives en la
casa del torero. Has comprado el piso que
mis padres –los dueños de las minas de Favero, León– compraron a doña Angustias, la
madre de Manolete, que lo había heredado al
morir su hijo en Linares. Como ella no iba a
venirse a vivir a Madrid lo puso en venta. Después de nosotros lo tuvo un letrado y ahora lo
tienes tú’. Y así fue porque efectivamente yo
se lo compré a ese abogado. Y, fíjate, curiosamente tengo mi consulta en la casa donde vivieron los Bienvenida. Yo la conocí cuando no
era el edificio que es hoy, sino la casa de ellos,
de los Bienvenida. A Antonio lo traté mucho;
su mujer –María Luisa– también era clienta
mía. Porque, y te cuento, yo vivía en la calle
Ayala, 50, esquina Núñez de Balboa; allí, además, tenía el taller y la casa de moda, donde
presentaba mis colecciones. La casualidad
quiso que en el piso 3º de ese inmueble viviera otro famoso torero: Luis Gómez “El Estudiante”, a su vez buen amigo de los Bienvenida. La mujer de El Estudiante y sus hijas
eran igualmente asiduas clientas. Eso sí, la
cliente más fiel que quiso que la vistiera hasta
”E
n este país
hemos perdido
el formar a los jóvenes,
ése es el verdadero
problema”
que murió, después incluso de haber cerrado
yo el taller, fue la madre del Rey, Doña María
de las Mercedes, a quien vestí en fechas históricas como el día en el que su marido, el
Conde de Barcelona, abdicó a favor de su hijo,
el entonces Príncipe Don Juan Carlos”.
Pregunta | ¿Le hizo alguno para acudir a
los toros?
Respuesta | Todos. Los trajes de chaqueta y los
abrigos de verano que llevaba eran míos. Le
gustaban los colores vivos, los estampados con
flores y los lunares. Era como muy española
en sus gustos y una gran aficionada.
Y usted, ¿desde cuándo es aficionado?
Mi bisabuelo era ingeniero de caminos, en los
años 1870-1880, en la época en la que en los ruedos mandan Lagartijo y Frascuelo. Él tuvo cuatro hijos, tres hembras y un varón –mi abuelo–, que era un niño pijo de la sociedad de la
época. Al morir su padre, el estatus de la familia
cambió radicalmente, por lo que mi bisabuela lo tuvo que emplear como encargado en una
de las sombrererías más exquisitas que había
en Madrid, al lado del Retiro. Allí conoció a mi
abuela, una niña bien, hija única, de una familia bodeguera de Valladolid. Tuvieron tres
hijos, dos niñas que murieron de pequeñas y
mi padre. Mi abuelo enviudó con 29 años. Al
quedarse viudo y con un hijo —mi padre—, junto a su cuñado monta en Barcelona una peletería de lujo. Faltaban todavía algunos años
para que comenzara la Guerra Civil. Cuando
ésta estalló, los denunciaron, les quitaron
todo y los metieron en la cárcel. Él, mi tío, era
muy aficionado a los toros, también mi padre,
pero sobre todo mi tío, Francisco Caíña; con él
fui por primera vez a la Monumental, yo tenía
8 años y vivíamos justo enfrente de la plaza. Recuerdo ver allí a los Bienvenida, a Chamaco, a
Aparicio, a Pedrés, Camino, El Viti… Ya más reciente, a Manzanares, Manuel Benítez “El Cordobés”, a Paquirri, de quien fui muy amigo; un
par de meses antes de que muriera en Pozoblanco, cené con él y unos amigos en una casa
particular. Me contó muchas cosas y me consultó otras. Con Victoriano Valencia siempre he
tenido una gran amistad. A su mujer, Paloma,
la conozco desde que ella tenía 14 años, porque
su madre era clienta mía. Años más tarde fui
a su boda con Victoriano, en la Iglesia de la Concepción de Madrid, todo un acontecimiento. Y
poco después vi nacer a Palomita –la mujer de
Ponce-, quien cuando estaba estudiando en Boston (USA) se vino a echar las cartas a mi casa.
Le dije que se iba a casar con un torero, joven
y figura del toreo, que no era con el que entonces estaba saliendo. Y así fue, algo después
me llamó para decirme que estaba hasta los
huesos por Enrique. Ni qué decir que también
estuve en su boda, en Valencia.
¿Qué tienen los toros que no tengan otros
espectáculos?
Todo, pero es un espectáculo que hay que ver
en la plaza, verlo por televisión ya no es lo
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ENTREVISTA
mismo. Ir a los toros es como un ritual: el protocolo social de conectar con los amigos, saludarles, ver el colorido que hay en la plaza,
todo te va predisponiendo para el festejo, su
plástica, su arte, su riesgo en distintos tercios,
desde que se para al toro, se pica y se banderillea, hasta que el matador realiza su faena.
El espectáculo en sí es muy especial, diferente a todo.
¿Alguna faena que le haya dejado huella?
O prefiere que le cite a toreros que no ha
nombrado y que seguro ha visto: Curro Romero, verbigracia.
Sí, le vi muchas veces y jamás en una tarde
buena, de esas que decían que ponía a los tendidos de pie. Y que conste que le tengo todo el
respeto. Con otros toreros sí que he vivido momentos así, por ejemplo con José Tomás. A lo
mejor los entendidos me cuestionan esto, pero
yo lo que miro en el toreo es aquello que me
llega y Tomás es de los que me emociona, aunque quizá para otros sea un diestro suicida. Me
acuerdo también de Luis Miguel Dominguín,
que por su facha era una escultura y su toreo
me encantaba.
¿De los actuales?
Ponce me gusta, es buen torero, lo hace todo
muy bien, pero no me llega a emocionar. Todo
lo hace demasiado fácil. Morante lo he visto
tardes magníficas y otras en las que no quiso
saber nada. Otro que me gustaba era Joselito.
¿Presenció la del 2 de mayo del 96?
Sí, sí. Fue una tarde fantástica, para el recuerdo. Pero el toreo tiene esa incógnita que
hace que un día que en el cartel no aparezcan
nombres de relumbrón, sin embargo te vayas
de la plaza habiendo disfrutado un montón.
O bien, vas una tarde que prometía ser maravillosa y después no resulta tan maravillosa. Aún así, siempre me apetece volver al día
siguiente.
Vamos, que la afición no la pierde.
¡Qué va! Voy a los toros allá donde esté. En Puerto Banús, en Sevilla, plaza que me fascina; en
Valencia, en Madrid, donde esté.
”L
os toros son
la Fiesta Nacional,
se quiera o no se quiera,
no pueden morir,
son historia”
¿Cómo defendería los toros en Cataluña?
Vamos a ver, los toros son nuestra Fiesta Nacional. El problema es que en España no sabemos valorar lo nuestro, ni el arte, ni la cultura, ni la formación y, a veces, ni siquiera a
las personas. En Francia eso no pasaría, allí a
sus estrellas se las respeta hasta el final de sus
carreras y las tratan como verdaderos mitos;
ahí está el caso de Edith Piaff. A ver quién se
acuerda aquí de Raquel Meller, que murió en
un Hospital de la Caridad en Barcelona y
abandonada de la gente. Repito, aquí no se valora lo nuestro. Pero los toros vuelvo a decir
que es la Fiesta Nacional, se quiera o no se
quiera, no pueden morir nunca, son historia,
son cultura, además de una profesión. Dime,
el toro de no ser por los festejos taurinos,
¿para qué se criaría?, ¿para ponerle una correa y pasearlo como a un perrito de compañía? Vamos a ver, ¿no come la gente paté?
¿Qué pasa, que a las ocas no se las mata? Pues
sí, después de hartarlas hasta que les reviente
el hígado. Y todavía no he oído decir a nadie
que coma paté que va a dejar de hacerlo. Más
bien todo lo contrario, los snobs presumen
que ellos degustan tal o cual paté que pagan
a precios desorbitados. Y la gente que lleva
bolsos, zapatos, abrigos o cinturones de piel
¿qué?, ¿es que no saben que los hacen sacrificando a muchos animales?
Por un segundo, sólo por un segundo, se
toma un respiro. Después continúa, siempre en tono rayano a la indignación, sin
que le falten razones.
“El que no vibra en una corrida de toros no tiene sangre, está muerto. Al que no le guste, pues
que no valla, como hago yo con el fútbol, que
me parece un juego de niños: doce tíos en calzoncillos corriendo tras un balón. Encima, se
les pagan miles de millones metan o no metan gol. Y quieren criticar a los toros y a los toreos, ¡hombre, por Dios! En este país hemos
perdido el formar a los jóvenes, ese es el verdadero problema. Aquí no se les enseña ni
amor a los toros, ni amor por el teatro, ni por
la zarzuela, ni siquiera por la copla, que es el
sentir de todo un país, como debían ser los toros. ¡Es increíble!”.
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