Irse, estarse y quedarse de Vicente Muñoz-Reja

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Irse, estarse y quedarse. Instrucciones para sustraerse al tiempo y al espacio
Vicente Muñoz-Reja Alonso
Salus in periculis
La paciencia del viajero
Juan nació con el siglo XX en una localidad de la sierra del Pedregoso. Su padre era
hijo del maestro de obra del pueblo, circunstancia que le permitió estudiar en Madrid y
le valió a la postre un puesto de inspector de ferrocarriles en el Ministerio de Fomento.
Circunstancia que le costó asimismo un traslado a Jaca. –El gran desafío de electrificar
el sistema ferroviario. Juan fue el menor de tres hermanos. Nació en el camino, en el
quicio entre la traviesa y el riel. Nació del balastro bajo el signo del viaje.
Siempre quisieron volver al sur, encabalgaron destinos: Calatayud, Puertollano,
Córdoba y vuelta al Pedregoso. Entre tanto, cuando había ocasión se volvía al pueblo.
Hay que hacer un cierto esfuerzo para imaginarse cómo debía ser recorrer España en
diagonal, desde la Jacetania hasta la Serena y vuelta otra vez. Así que Juan, que viviría
en el camino entre cinco y siete años, se embuchó horas y horas, días y días de tren.
Aquellos viajes eternos y aquel lugar tan lejano, y aquella familia que aún siendo
paisanos llegaron a ser también forasteros, despertaban todo tipo de curiosidades. Al
niño siempre le correspondían las preguntas más infantiles o inocentes. Este tipo de
preguntas suelen ser las más difíciles. “Vamos a ver, Juan, ¿a ti qué te gusta más: Jaca o
el pueblo?”. Aparentemente, los vecinos y familiares le ponían ante esta alternativa cada
vez que pisaba tierra, atentos al más mínimo cambio en las inclinaciones del niño,
fascinados por las distancias que arrastraba. Pero los inquisidores siempre encontraron
la misma respuesta, una respuesta que escapaba a la pregunta y que incluso la disolvía.
Una respuesta que no sólo no satisfacía el fisgoneo, sino que levantaba otras incógnitas,
apuntaba a otros problemas, y sólo contestaba por exceso.
“Juan, ¿entonces qué te gusta más: Jaca o el pueblo?”. –“A mi lo que me gusta es ir de
acá para allá y de allá para acá”.
Nadie sabe por qué, pero este ejercicio de pregunta-respuesta se enquistó durante el
tiempo en que la familia estuvo de acá para allá y de allá para acá. Se mantuvo
inquietantemente constante. Quizás los paisanos albergaban la esperanza de que Juan se
decantara finalmente y apostara por uno u otro lugar. Quizás no aceptaban aquella
tercera vía. En cualquier caso, ni la respuesta de Juan ni la pregunta que la suscitaba se
vieron modificadas en lo más mínimo. Así se viene relatando la anécdota. La repetición
seca, alentada por el magnetismo de un testimonio hermético pero fecundo, se convirtió
en costumbre.
La anécdota termina aquí, omitiendo un aspecto fundamental de la ocurrencia: los
motivos de Juan para preferir estar de acá para allá antes que escoger entre uno de los
lugares. Todo el que haya tenido ocasión de pasear habrá comprendido ya la inclinación
del niño. Con su respuesta, Juan optaba una forma muy particular del tiempo. El tiempo
de un viaje difería radicalmente del tiempo de la casa, del tiempo de la escuela, del
domingo, del médico, del recado, de las visitas. Juan montaba en el tren y se dejaba
llevar. Conviene precisar: se dejaba llevar en un doble sentido. El primer sentido es
contingente, relativo a las circunstancias específicas del medio: acatar la autonomía de
la máquina, los horarios del servicio y el trazado de las vías. Cuando uno monta en tren
se somete a tales condiciones. Pero el segundo sentido responde al sentido propio de la
expresión. Juan se dejaba llevar en general, o mejor, sin condición alguna. No se dejaba
llevar por ninguna cosa en particular, sino más bien por cualquiera. Observar los
paisajes sucesivos le desfocalizaba la vista. Árbol, loma, nube, nube, nube, camino,
loma, pradera, árbol, arboleda, camino. Escuchar el ritmo del cilindro y de la rueda
sobre el riel le abstraía de cualquier sonido. Traca-traca-trun-traca-trun-trun-traca-trun.
Se olvidaba de sus piernas sobre el asiento, de sus padres y sus hermanos, de Jaca y del
pueblo. La paciencia es principio y requisito de la recreación. Con particular facilidad
entraba entonces en un tiempo plano, tenue, delgado, casi invisible. Un tiempo sólo
comparable con el tiempo del juego. Un tiempo muy intenso, pero leve y manso que los
niños respetan con solemnidad. Ya estaba en Jaca, ya estaba en el pueblo. Como un
rayo, como una eternidad.
Hacerse roble y hacerse tilo (Hermes y Prometeo)
Un cisma trasciende los conflictos sucesorios, el
parricidio y los linajes entre el Olimpo y los Titanes.
Una pugna por encontrar el modo más apropiado de
habitar junto a los mortales. El desafío de hacerse digno
de la tierra determinando su destino. No hay
titanomaquia suficientemente devastadora para esquivar
el encuentro. La profundidad del Tártaro no basta para
ahogar el duelo. Prometeo es señor de los sedentarios y
a ellos permite habitar y construir con la ayuda de
Helios y Hefesto, enfrentándolos a la tierra que los
limita y aniquila. Hermes es señor de los errantes y a
ellos permite desgranarse de la tierra para vagar,
pastorear, usurpar y comerciar. Un dios que nos fija en
vertical y un dios que nos arrastra en horizontal.
Estamos sentenciados a venerar al menos uno de los dos
ejes, a tomar dos puntos y a trazar la línea, a encontrar
un centro.
Los mortales contrajimos con Hermes y Prometeo una
deuda infinita, no por la ayuda prestada, sino por la
traición de la que nos hicieron partícipes. Doble trampa:
somos sujetos de sanción, pero no de gracia. No nos
dignifican, nos condenan al olvido del femenino, de la
originariedad y soberanía de Gea, de Rea, de Hera y de
Afrodita, puro linaje de Caos. Zeus, Poseidón y Hades
se repartieron los cielos, las aguas y las profundidades,
división que es fruto de la infidelidad a Cronos. Cielos,
aguas y profundidades, pero no pudieron disponer de la
tierra. Prometeo y Hermes son predecesor y heredero de
la imposibilidad de corresponderla. Los mortales no
concernimos a la tierra. Castigo y don de Gea.
Despreciamos las líneas perpendiculares. No deseamos
vagar ni estacionarnos. Mataremos nuestros rebaños y
quemaremos nuestras cosechas para dejar de errar y para
evitar quedarnos. Clamaremos al cielo y cavaremos
nuestro sepulcro, consecuencia de una intersección
azarosa. No encontraremos jamás el centro de la piedra.
Prometeo desobedeció a la tierra mediante el fuego y el
Instrucciones para sustraerse
al tiempo y al espacio.–
Viaja en tren, en autobús, a
caballo o encima de una
burra, en completa soledad.
Pasea sin estorbos, sin rumbo
y sin reloj, que sólo te
interrumpan la caída del sol,
el peso de las piernas, la
insistencia del hambre o la
obstinación de la fatiga.
Establece rumbo pero no
destino. No se trata de llegar
a ningún punto, sino de pasar
por cualquier lugar. Sobre
todo, no pienses en que estás
paseando y mucho menos
pienses en volver. Es fácil,
pero no subestimes los
escollos. Regresa siempre a
tu paseo. ¿Has conseguido
dejarte ir? Disfruta. Bien, el
siguiente paso no está en tu
mano, pero si has propiciado
lo anterior, llegará de modo
irremediable –el tiempo no se
rinde fácilmente. Tu atención
sufrirá un cambio breve pero
brusco, un desplazamiento de
su objeto o una variación en
intensidad. Percibes que
atardece, el tren anuncia la
próxima parada, recuerdas
que aún no has cenado. En
ese
preciso
instante,
alcanzarás al tiempo que pasa
volando. Se trata de un logro
estéril. Si has llegado a este
punto significa que el tiempo
ya ha pasado, de ahí el hecho
de que vuele. Si lo esperas,
no llega. Si comparece es que
ya se ha ido. Un acelerón
súbito y después un desfase.
Un tiempo así tiene el
extravagante carácter de
haber ocurrido ya siempre, en
cada una de las ocasiones. Y
decir esto está muy cerca de
decir que como tal, ese
tiempo no ocurre. Nunca se
llega a tiempo del tiempo que
pasa volando.
metal y fue encadenado por Hermes a la piedra del
Cáucaso. Aún siendo liberado por Hércules, Prometeo
portó siempre un anillo de piedra que lo fija a la tierra
desde el dedo corazón. Hermes hizo deambular al amor
de los mortales y convirtió en piedra a Aglauro, hermana
de su descendencia y madre de su descendencia. La
piedra Aglauro, situada en el centro de la puerta,
clausuró la entrada al hogar. Hermes tuvo que vagar
para siempre en busca de morada, tropezando a cada
paso con la misma piedra.
Fui piedra y perdí mi centro
y me arrojaron al mar
y a fuerza de mucho tiempo
mi centro vine a encontrar.
Desea inanimarse y no morir el animal. No quiere
sobrevivirse infinitamente. Anhela no alojarse en la
muerte, no albergar la muerte. No aspira a eludirla, sino
a zanjarla y a obviarla. El animal pretende desentenderse
de la muerte. Mira hacia arriba y sobrevuela su propia
mirada. Pero siempre hay un más arriba que los ojos no
alcanzan ni las alas remontan. Hunde las zarpas y
excava su guarida. Pero siempre hay un más abajo que
su cuerpo no penetra ni sus miembros horadan. Gutura,
orina, muestra sus plumas, sus aletas y sus cuernos. Está
en peligro. Va y viene. Tiene que organizar la superficie,
limitarla, plegarla, superponerla. Se retira para
descansar, se protege de la luz y de las sombras, huye
del calor y se resguarda del frío. Su sangre está
enclaustrada. Sus entrañas, selladas por el ombligo, la
escama y el caparazón. Sus heridas cicatrizan. Su boca
se cierra. Todo lo concluye. Clama de urgencias, se agita
en su necesidad, es siempre insuficiencia. Siempre
muere. Siempre muere. Y su heredad, su descendencia,
la única creación de la que es capaz, muere con él,
después de él, antes que él. Todo le es extraño menos él
mismo. Todo le concluye. Condenado al ánimo, el
Inmediatamente después se
yuxtapone
una
aparente
impotencia subjetiva que
tenemos la mala costumbre
de enunciar: “he perdido la
noción del tiempo”. Sólo se
pierde la noción del tiempo
cuando el tiempo pasa
volando. Sin embargo, a la
idea de aceleración parece
corresponderle su contrario:
la idea de un tiempo lento y
rezagado. “No sé si han
pasado dos minutos o dos
horas”. Éste añadido es fruto
de la fórmula subjetiva, de
nuestra particular manera de
entender que lo que ocurre es
que hemos perdido la noción
del tiempo, como si su
criterio o su referencia
dependiera en algún sentido
de nuestras capacidades.
Como si el tiempo fuera
nuestra responsabilidad. Por
si fuera poco, decir que el
tiempo se retrasa es fuente de
un infeliz equívoco. Tanto es
así,
que
acarrea
la
indiferencia
entre
una
sustracción y una distensión
del
tiempo.
Sin
esta
diferencia
desaparece
el
vínculo entre el aburrimiento
y la impaciencia. Uno se
aburre cuando piensa en su
meta, cuando está pendiente
de la llegada, del final del
camino (¡cuánto tarda!). Uno
se aburre cuando hace
depender al tiempo del
espacio. No es ésta una buena
manera de vivir.
Una diferencia insalvable se
interpone sin embargo entre
viajar, por un lado, y migrar,
exiliarse y ser desterrado por
otro. Dicha diferencia radica
primeramente en la vuelta y
el retorno. Los viajes que nos
sustraen al tiempo tienen la
peculiaridad de que siempre
terminan. Un exilio, por el
animal anhela una forma de vida que lo impugne. Quiere
ser aire, arena y pulsación. Sólo el vegetal alcanza
intimidad en la vida de la piedra. Sólo el vegetal vuela
sin resistirse al viento, sin evitar al rayo. Su savia
pertenece al mineral. Su raíz asegura la tierra y dibuja el
cielo. Es la tierra sobre la que vive y es el cielo bajo el
que vive. El vegetal no se adhiere, no se instala, ni huye
ni se oculta, sino que compone, distingue, crea. El
vegetal se abre ante aquello que es digno de vivir sin
ánimo, por eso muere habiendo vivido para siempre.
Sólo el vegetal vive conforme a la vida de la piedra.
Baucis y Filemón fueron los únicos mortales de Tiana
que abrieron sus puertas a los vagabundos sin morada, a
los dioses sin refugio. Hermes y Prometeo destruyeron
Tiana, demolieron las casas y desmantelaron los
caminos. Sólo quedó en pie el hogar de los anfitriones.
Esa casa es hoy un templo. Y Baucis se hizo tilo y
Filemón se hizo roble. Y la tierra permitió que los dos
árboles se inclinaran el uno en el otro para franquear
caminos y confundirse en una única palabra. El árbol
soleó raíces hacia el cielo y asentó la tierra. Luego el
árbol se hizo piedra. Y luego la piedra se hizo árbol.
Yo soy como el árbol solo
que estaba al pie del camino
dándole sombra a los lobos.
Nunca está mejor un árbol
que en tierra donde se cría.
Nunca es mejor el árbol
que la tierra que lo cría.
¡Quién fuera un árbol
lleno de hojas!
contrario, te fija al espacio.
¿Cómo? Subrayando que tu
destino nunca será idéntico a
tu procedencia. Obligando a
la distancia a comportarse
como la diferencia entre un
punto 1 (salida) y un punto 2
(llegada) que no coinciden
jamás. Nunca vuelves, nunca
regresas. Así nace el espacio
como función del tiempo y
viceversa: diferenciando el
comienzo y el final de un
camino y condenando a la
indiferencia al camino mismo
–¿cuándo llegaré?, ¿cómo
llegaré? ¿volveré? El espacio
se subdivide en infinitos
puntos, secciones de un
mismo patrón: cada punto es
sólo numéricamente distinto
de otro punto (1, 2, 3, …). El
espacio, y el tiempo que le
corresponde, aniquilan al
lugar. “No sé dónde estoy”.
Un lugar no se define por una
combinatoria de números,
sino por una conjunción de
acciones. Un lugar es un
conjunto de posibilidades en
acción. Aquí hago esto y
aquello. Allá ocurre eso otro.
Aquí el azahar huele así y el
sol sale de esta manera. Aquí
no llueve nunca y, cuando
llueve, arrecia. Diferencias de
cualidad. Los lugares se
comunican entre sí de modo
inmediato.
Hay
que
activarlos,
conjugarlos,
ponerlos
en
acción,
precipitarlos. Puedes estar en
dos y más lugares a la vez.
Estás allá, sigues aquí. Ya te
fuiste. Nunca te has ido.
Relega al tiempo que
diferencia entre años y
minutos. Confina al espacio
que va de un punto a otro. No
prestes atención a tus
destinos. Retrásate todo lo
que puedas. Déjalo pasar
volando. Ten paciencia. Erige
un
ritmo.
Recréate,
entretente. Preserva el lugar.
Encuentra su centro, ubicuo y
eterno.
El sol que rompe las nubes
Salgo de Puerta Nueva por Santo Cristo hacia el arco de Santo Domingo. En Santa
Clara me inclino hacia Trapería, pero me brusco en Besabé. «Mi Dueño: Gracias muy
rendidas por el Diario. Éste lleva consigo el fomento de las Letras. En Murcia no son
éstas la pasión dominante: Vm. quieren que lo sea; Yo también; Más un imposible
pretendemos los dos: demasiado cándidos parecemos. ¿Cómo à de querer Vm., ni yo he
de querer que sea ni Roma ni Athenas, un Murcia que solo convida a divertirse? Las
letras piden recolección de sentidos; Murcia derramamiento. Salgo por la Puerta de
Castilla; por la de Orihuela, por la Nueva; buelvo al Carmen por el puente; camino por
el Malecón a la Casa de los tablachos; y siempre veo un Paraíso. ¿Delicias y letras,
letras y delicias, serán compatibles? Roma erudita y Athenas literata, no gozaban tan
bella comarca. La aridez de sus Campos era su patrimonio, y ésta uno de los medios
para pensar. Aquí la hermosa multitud de objetos risueños, que prenden la vista, no
dejan discurrir al entendimiento. Luxo, opulencia, placer, son los tres Elementos que
crean un Cuerpo murciano. Y un alma unida a estos tres Elementos, bajo Cielo tan
sereno, ¿À de querer filosofar? ¡Qué no diría Ibn Arabi sobre el clima!» [Lucio
Petronio, feligrés de San Nicolás, en Diario de Murcia, el 19 de Enero de 1792, página
74]. Nota: Lucio Petronio no sabe pensar si no derrama los sentidos y si los recolecta o
se los abrevian se ve morir.
«A fines del XIX Murcia era una de las regiones españolas con una tasa de
analfabetismo mayor, el 76,3 %. […]. No se encuentra la menor huella de un
sentimiento regionalista, ni siquiera entre las clases medias urbanas: a lo más que se
llega es a la difusión de una literatura pseudopopular escrita en el "habla" huertana, el
llamado panocho» [Picazo, 2006]. Si de sentidos se trata, decía el aparcero: “venimos a
este mundo con los ojicos cerraos”. Agradece la ocurrencia a la Ley 4/2007 de
Patrimonio Cultural de la Comunidad Autónoma de la Región. Hecha la trampa, no hay
ley ni luces. ¿Cómo puede uno valerse desprovisto de su propia lengua? ¿Y ahora?
Perderás la lengua que no fue tuya.
A las dos e la manná,
pul·licando mi taina,
se queó mi amór en carma
carrera e la Platería
(Jota)1
Con una media de 17º para los termómetros y 360 mm para los pluviómetros, qué no
diría Ali Ibn ´Arabi. Respiras y bebes de nada. Y de nada buscas pasado. Y de nada
quieres futuro. Destierra, pareces hermosa –al contraluz. (No se entiende otra belleza).
Espera que pase el verano, que vuelve agosto otra vez. Casi no queda tiempo para el
1
Recogida por Alemán Sainz en "Murcia en imágenes", 1968. Traducción al murciano: Asociación
Llengua Máere (www.llenguamaere.com).
limonero verde. Cuando se ponga en verde en Puerta Nueva con Mellado y Tapia, ya
puedes cruzar. En la calle Greco, pasa sin mirar (canción infantil). Hay que elaborar el
concepto de los límites de la huerta, crear narrativamente el tránsito que va de habitar la
huerta a cercarla y a organizarla. De vivir en la huerta a vivir rodeado por ella. «Son
autenticas chozas que desmerecen de esta hermosísima huerta. La cruz que ostentan en
sus fachadas no es solo señal de que en ella vive una familia cristiana, ¡con cuánta más
propiedad pudiera decirse: esa cruz pide una oración, bajo ella hay una tumba!»
[Sánchez Jimeno, 1900]. Los puntos estratégicos del urbanismo militar especulativo
son: Progreso, Malecón, Ctra. Churra, Ctra. Monteagudo-Alicante, Ctra. Beniaján. La
Albatalia, Alguazas, Zarandona y El Puntal: azarbe de meandro de azarbe. «La Huerta
comprende y gobierna las tierras regadas con agua del río Segura y con filtraciones
desde el azud mayor de la Contraparada, en donde toman las dos acequias mayores, y
la de Churra, la Nueva, hasta la vereda llamada del Reino, que divide esta Huerta de
aquella de la vega baja, que le pertenece pero es ya otra, y también pertenecen a ella
las irrigadas por Ceñas o Norias, a la parte arriba de la Contrapasada hasta la rambla
del Garruchal y más allá» [Díaz Cassou, 1889]. Hace tiempo que no llueve, pero a mi
me arrastró la riada, pero yo me encané en la acequia, con el puesto 360 en
pluviometría. Riada del Año Uno, Riada de Santa Teresa. Abarda el cequiero, inunda el
bancal, agua de gracia que quiebra el brazal. De una vega que no termina nunca, de un
río que al quebrarse es circular. (Junta de Hacendados y Consejo de Hombres Buenos:
el uno enruna, el otro monda).
Al comienzo de la Calle Santo Cristo (30001) había un kiosko, justo enfrente de la
Óptica Universidad. 37° 59' 16.7" N / 1° 07' 38.2" W. Allí me vendieron un chicle
premiado que nunca pude canjear (un reloj digital). Hoy hay otro kiosko justo enfrente,
hace esquina con el Campus de la Merced. 37° 59' 17.1" N / 1° 07' 37.8" W. El nuevo
kiosko no se parece en nada, no tiene absolutamente nada que ver con el original.
/Intermezzo/
Las penicas que se cantan
son las penicas mas grandes,
poique se cantan guaimando
y las lárimas no salen.
(Copla)2
«Es opinión asentada hasta nuestros tiempos que el primer poblador de España fue
Tubal… Está tan sembrada esta opinión por los Coronistas de la memoria española, y
tan arraigada en muchos y diversos libros, que pienso que se levantarán contra mi con
lanzas en puño, si dixese yo agora que todo esto es fabuloso y que no hubo tales
2
Recogida en Diario de Murcia, el 28 de mayo de 1879, p. 4. Cf. Archivo Municipal del Ayuntamiento
de Murcia, Hemeroteca Digital en www.archivodemurcia.es. La Cuadrilla murciana dedica su versión a
José López Belmar, El Bolero (Torreagüera, 1890-1972). Cf. Cuadrilla murciana, Las coplas de la
tradición II, corte 15 (Murcia, 2013). Traducción: véase nota 1. En castellano en el original: Las penillas
que se cantan/ son las penillas más grandes/ porque se cantan llorando/ y las lágrimas no salen.
Fundadores, ni tales Reyes, ni casi todos los demás que la Cronografía ensarta…».
Abd Al-Rahman II no le dio nombre: Theodosus, Thader, Guadharbuala, Oro hebreo.
«Qué maravilla será que hablemos sin seguridad en el origen y nombre de Murcia, la
cual dicen ser población de los Morgentes…». Junto con Cloacina y Libitina, diosa de
los partos, coño del mundo. «Petrus Apianus, en las descripciones de España, en
Murcia cita una piedra con estas letras: Lucio Petronio Celer». Carthaginense,
Oróspeda, Aurariola. Mursah, Morsaya, Myrtia, Murcio. Nusotros, los Argares. «…
Qua traxit Murcia nomen» [Cascales, 1775].
Entró el infante Alfonso con la venia de Ibn Hud, para intrigarlo y desertarlo luego.
Entre tanto, jornaba el huertano –“Arri Xaca!” (“¡Arre Jaca!”). Llegó antes que Alfonso
la Arrixaca y le sobrevivió. Viene guardando las entrañas de quienes quieran quedarse.
Apareció de oriente con la seda, pero vino en poniente al lugar de las piedras (Areyaga).
Es “Tiro de Saeta”. Desde los huertanos a San Andrés…
Daban sas ofertas,
e se de coraçon
aa Arreixaca rogaban
logo sa oraçon
deles era oyda,
e sempre d’oqueijon
e del mal os guardava
ca o que ela filla.
A que por nos salvar…
(Cántiga 169)3
–Dirigirse a una estrella, ¿para qué? Aquí el sol rompe las nubes, bajo un cielo tan
sereno. Y la luz deshace el agua. Está escrito en la piedra.
El 10 de Septiembre de 1718 la primera piedra se colocó a si misma, sin ayuda ni
carencia. El puente, no obstante, existe desde 1701. «Será alrededor de las siete y
media de la tarde y su sonido, uno de los más bellos de entre todas las campanas de la
ciudad, volverá a anunciar que la Morenica ha llegado al Puente Viejo. La antigua
Campana de Los Peligros, una espléndida pieza donada por el Concejo de Murcia en
la segunda mitad del siglo XVII, volverá a sonar cuando mañana llegue la Virgen de la
Fuensanta a la ciudad» [Plan para el desarrollo de la sociedad de la información, 2008].
Desde 1701 hay que cruzarlo para llegar al puerto. Los Peligros nos protegen. Puntarrón
grande y puntarrón chico. Salud en los desencuentros.
A Cartagena me llevan,
3
Andrés Sobejano traduce: Allí hacían sus votos/ y si de corazón/ a la Virgen rogaban/ su oración con
fervor/ era por ella oída/ y siempre los libró/ de desgracias y de males/ pues los pudo su amor./ A quien
para salvarnos…
no me llevan por ladrón,
me voy porque me ha robao
la doloreña el corazón.
(Cancionero popular murciano, 1921)
–Sonidos de caracola/ por el aire de la huerta/ la que siempre regresa/ protectora del sol.
Fons hortorum, puteus aquarum viventium… Fons ascendebat et terra. Carlos II El
Hechizado sólo encontró consuelo en la mística cartaginesa Úrsula la Micaela. Para que
aliviara su cuerpo y su cabeza consanguíneos, Micaela le aconsejó beber de aquella
fuente. Romería de 1694. ¡Fuente de nieve y flores! ¡Fuente Santa! ¡Morenica! Hay un
peñasco que silvestres plantas coronan, porque altivo mar resiste, quién te salve bella
aurora, brillante estrella del río... El jueves la traen y el martes se la llevan. La boria la
encumbra. La recogen cuadrillas y auroros, ánimas la invocan. Mater fons amoris.
No hay una sola foto de Santo Domingo entre la Guerra Civil y 1998 disponible en
internet. Es imposible reconstruir la cruz ni adivinar los tres refugios subterráneos
franqueando al ficus. Se solicita ayuda al Concejal de Vía Pública Antonio Sánchez
Carrillo y al arquitecto municipal Antonio González Serna, responsables de la última
remodelación de la plaza. «El Domingo º del corriente se reunieron en la plaza de
Santo Domingo los batallones de la M.N.L.V., la compañía de caballería y las dos de
artillería de la misma, donde el Gefe político y el inspector de la misma D. Tomás
Mateos les pasaron una ligera revista. El Gefe político les dirigió un animado discurso
que llenó de ardor a los valientes à que se dirigía y al numeroso pueblo que escuchaba.
Cuando al pintar los males que sordamente nos hacen, exclamó con una energía
conmovedora: más valiera que nos hicieran la guerra de frente». [Correo Murciano, el
Martes 11 de Febrero de 1823, página 4]. «Almoneda. Se hace de varios muebles, entre
los que hay una mesa lavabo para barbería; también de una tartana nueva abierta
hecha en Algezares. Plaza de Sto. Domingo, casa de la condesa de Almodobar, piso
principal». [La Paz, Lunes 25 de Junio de 1859]. Los hombres salvajes, los tenantes, los
chubakas. Jaime Alfonso el Barbudo cometió su primer asesinato en 1806 y en defensa
propia. Luego bandoleó y luchó contra los franceses. Fue ajusticiado por horca al
amanecer del día 5 de julio de 1824 en la plaza de Santo Domingo. Descuartizaron y
frieron su cuerpo y sus miembros fueron exhibidos para escarmiento público en Hellín,
Crevillente, Sax, Fortuna, Jumilla y Abanilla. Antes lo exiliaron de la vida que de la
tierra. No abondonó el lugar /Coda/
Ni la quio ni m’alumbra,
la lus e la madrugá,
lo que m’alumbra es tu cara,
ya no quio sol ni luna
que la lus e la madrugá
(La Madrugá)4
Está escrito en la piedra, lo he leído: “Espérame. Ya vuelvo. Siempre he estado
volviendo. Nunca me he ido. Ya estoy aquí. Ya estoy aquí”. Como un rayo, te has
clavado en la piedra…
4
Cante por Madrugá (al Nene de las Balsas, al Rojo el Alpargatero y a Piñana). Traducción al murciano:
véase nota 1. En castellano en el original, fijada por El Osuna en 1868: Ni la quiero ni me alumbra/ la luz
de la madrugada/ lo que me alumbra es tu cara;/ ya no quiero sol ni luna/ que la luz de la madrugada. Cf.
Guillermo Castro: «Los “otros” fandangos, el cante de La Madrugá y la Taranta», en La Madrugá, nº4,
Junio de 2011.
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