Irse, estarse y quedarse. Instrucciones para sustraerse al tiempo y al espacio Vicente Muñoz-Reja Alonso Salus in periculis La paciencia del viajero Juan nació con el siglo XX en una localidad de la sierra del Pedregoso. Su padre era hijo del maestro de obra del pueblo, circunstancia que le permitió estudiar en Madrid y le valió a la postre un puesto de inspector de ferrocarriles en el Ministerio de Fomento. Circunstancia que le costó asimismo un traslado a Jaca. –El gran desafío de electrificar el sistema ferroviario. Juan fue el menor de tres hermanos. Nació en el camino, en el quicio entre la traviesa y el riel. Nació del balastro bajo el signo del viaje. Siempre quisieron volver al sur, encabalgaron destinos: Calatayud, Puertollano, Córdoba y vuelta al Pedregoso. Entre tanto, cuando había ocasión se volvía al pueblo. Hay que hacer un cierto esfuerzo para imaginarse cómo debía ser recorrer España en diagonal, desde la Jacetania hasta la Serena y vuelta otra vez. Así que Juan, que viviría en el camino entre cinco y siete años, se embuchó horas y horas, días y días de tren. Aquellos viajes eternos y aquel lugar tan lejano, y aquella familia que aún siendo paisanos llegaron a ser también forasteros, despertaban todo tipo de curiosidades. Al niño siempre le correspondían las preguntas más infantiles o inocentes. Este tipo de preguntas suelen ser las más difíciles. “Vamos a ver, Juan, ¿a ti qué te gusta más: Jaca o el pueblo?”. Aparentemente, los vecinos y familiares le ponían ante esta alternativa cada vez que pisaba tierra, atentos al más mínimo cambio en las inclinaciones del niño, fascinados por las distancias que arrastraba. Pero los inquisidores siempre encontraron la misma respuesta, una respuesta que escapaba a la pregunta y que incluso la disolvía. Una respuesta que no sólo no satisfacía el fisgoneo, sino que levantaba otras incógnitas, apuntaba a otros problemas, y sólo contestaba por exceso. “Juan, ¿entonces qué te gusta más: Jaca o el pueblo?”. –“A mi lo que me gusta es ir de acá para allá y de allá para acá”. Nadie sabe por qué, pero este ejercicio de pregunta-respuesta se enquistó durante el tiempo en que la familia estuvo de acá para allá y de allá para acá. Se mantuvo inquietantemente constante. Quizás los paisanos albergaban la esperanza de que Juan se decantara finalmente y apostara por uno u otro lugar. Quizás no aceptaban aquella tercera vía. En cualquier caso, ni la respuesta de Juan ni la pregunta que la suscitaba se vieron modificadas en lo más mínimo. Así se viene relatando la anécdota. La repetición seca, alentada por el magnetismo de un testimonio hermético pero fecundo, se convirtió en costumbre. La anécdota termina aquí, omitiendo un aspecto fundamental de la ocurrencia: los motivos de Juan para preferir estar de acá para allá antes que escoger entre uno de los lugares. Todo el que haya tenido ocasión de pasear habrá comprendido ya la inclinación del niño. Con su respuesta, Juan optaba una forma muy particular del tiempo. El tiempo de un viaje difería radicalmente del tiempo de la casa, del tiempo de la escuela, del domingo, del médico, del recado, de las visitas. Juan montaba en el tren y se dejaba llevar. Conviene precisar: se dejaba llevar en un doble sentido. El primer sentido es contingente, relativo a las circunstancias específicas del medio: acatar la autonomía de la máquina, los horarios del servicio y el trazado de las vías. Cuando uno monta en tren se somete a tales condiciones. Pero el segundo sentido responde al sentido propio de la expresión. Juan se dejaba llevar en general, o mejor, sin condición alguna. No se dejaba llevar por ninguna cosa en particular, sino más bien por cualquiera. Observar los paisajes sucesivos le desfocalizaba la vista. Árbol, loma, nube, nube, nube, camino, loma, pradera, árbol, arboleda, camino. Escuchar el ritmo del cilindro y de la rueda sobre el riel le abstraía de cualquier sonido. Traca-traca-trun-traca-trun-trun-traca-trun. Se olvidaba de sus piernas sobre el asiento, de sus padres y sus hermanos, de Jaca y del pueblo. La paciencia es principio y requisito de la recreación. Con particular facilidad entraba entonces en un tiempo plano, tenue, delgado, casi invisible. Un tiempo sólo comparable con el tiempo del juego. Un tiempo muy intenso, pero leve y manso que los niños respetan con solemnidad. Ya estaba en Jaca, ya estaba en el pueblo. Como un rayo, como una eternidad. Hacerse roble y hacerse tilo (Hermes y Prometeo) Un cisma trasciende los conflictos sucesorios, el parricidio y los linajes entre el Olimpo y los Titanes. Una pugna por encontrar el modo más apropiado de habitar junto a los mortales. El desafío de hacerse digno de la tierra determinando su destino. No hay titanomaquia suficientemente devastadora para esquivar el encuentro. La profundidad del Tártaro no basta para ahogar el duelo. Prometeo es señor de los sedentarios y a ellos permite habitar y construir con la ayuda de Helios y Hefesto, enfrentándolos a la tierra que los limita y aniquila. Hermes es señor de los errantes y a ellos permite desgranarse de la tierra para vagar, pastorear, usurpar y comerciar. Un dios que nos fija en vertical y un dios que nos arrastra en horizontal. Estamos sentenciados a venerar al menos uno de los dos ejes, a tomar dos puntos y a trazar la línea, a encontrar un centro. Los mortales contrajimos con Hermes y Prometeo una deuda infinita, no por la ayuda prestada, sino por la traición de la que nos hicieron partícipes. Doble trampa: somos sujetos de sanción, pero no de gracia. No nos dignifican, nos condenan al olvido del femenino, de la originariedad y soberanía de Gea, de Rea, de Hera y de Afrodita, puro linaje de Caos. Zeus, Poseidón y Hades se repartieron los cielos, las aguas y las profundidades, división que es fruto de la infidelidad a Cronos. Cielos, aguas y profundidades, pero no pudieron disponer de la tierra. Prometeo y Hermes son predecesor y heredero de la imposibilidad de corresponderla. Los mortales no concernimos a la tierra. Castigo y don de Gea. Despreciamos las líneas perpendiculares. No deseamos vagar ni estacionarnos. Mataremos nuestros rebaños y quemaremos nuestras cosechas para dejar de errar y para evitar quedarnos. Clamaremos al cielo y cavaremos nuestro sepulcro, consecuencia de una intersección azarosa. No encontraremos jamás el centro de la piedra. Prometeo desobedeció a la tierra mediante el fuego y el Instrucciones para sustraerse al tiempo y al espacio.– Viaja en tren, en autobús, a caballo o encima de una burra, en completa soledad. Pasea sin estorbos, sin rumbo y sin reloj, que sólo te interrumpan la caída del sol, el peso de las piernas, la insistencia del hambre o la obstinación de la fatiga. Establece rumbo pero no destino. No se trata de llegar a ningún punto, sino de pasar por cualquier lugar. Sobre todo, no pienses en que estás paseando y mucho menos pienses en volver. Es fácil, pero no subestimes los escollos. Regresa siempre a tu paseo. ¿Has conseguido dejarte ir? Disfruta. Bien, el siguiente paso no está en tu mano, pero si has propiciado lo anterior, llegará de modo irremediable –el tiempo no se rinde fácilmente. Tu atención sufrirá un cambio breve pero brusco, un desplazamiento de su objeto o una variación en intensidad. Percibes que atardece, el tren anuncia la próxima parada, recuerdas que aún no has cenado. En ese preciso instante, alcanzarás al tiempo que pasa volando. Se trata de un logro estéril. Si has llegado a este punto significa que el tiempo ya ha pasado, de ahí el hecho de que vuele. Si lo esperas, no llega. Si comparece es que ya se ha ido. Un acelerón súbito y después un desfase. Un tiempo así tiene el extravagante carácter de haber ocurrido ya siempre, en cada una de las ocasiones. Y decir esto está muy cerca de decir que como tal, ese tiempo no ocurre. Nunca se llega a tiempo del tiempo que pasa volando. metal y fue encadenado por Hermes a la piedra del Cáucaso. Aún siendo liberado por Hércules, Prometeo portó siempre un anillo de piedra que lo fija a la tierra desde el dedo corazón. Hermes hizo deambular al amor de los mortales y convirtió en piedra a Aglauro, hermana de su descendencia y madre de su descendencia. La piedra Aglauro, situada en el centro de la puerta, clausuró la entrada al hogar. Hermes tuvo que vagar para siempre en busca de morada, tropezando a cada paso con la misma piedra. Fui piedra y perdí mi centro y me arrojaron al mar y a fuerza de mucho tiempo mi centro vine a encontrar. Desea inanimarse y no morir el animal. No quiere sobrevivirse infinitamente. Anhela no alojarse en la muerte, no albergar la muerte. No aspira a eludirla, sino a zanjarla y a obviarla. El animal pretende desentenderse de la muerte. Mira hacia arriba y sobrevuela su propia mirada. Pero siempre hay un más arriba que los ojos no alcanzan ni las alas remontan. Hunde las zarpas y excava su guarida. Pero siempre hay un más abajo que su cuerpo no penetra ni sus miembros horadan. Gutura, orina, muestra sus plumas, sus aletas y sus cuernos. Está en peligro. Va y viene. Tiene que organizar la superficie, limitarla, plegarla, superponerla. Se retira para descansar, se protege de la luz y de las sombras, huye del calor y se resguarda del frío. Su sangre está enclaustrada. Sus entrañas, selladas por el ombligo, la escama y el caparazón. Sus heridas cicatrizan. Su boca se cierra. Todo lo concluye. Clama de urgencias, se agita en su necesidad, es siempre insuficiencia. Siempre muere. Siempre muere. Y su heredad, su descendencia, la única creación de la que es capaz, muere con él, después de él, antes que él. Todo le es extraño menos él mismo. Todo le concluye. Condenado al ánimo, el Inmediatamente después se yuxtapone una aparente impotencia subjetiva que tenemos la mala costumbre de enunciar: “he perdido la noción del tiempo”. Sólo se pierde la noción del tiempo cuando el tiempo pasa volando. Sin embargo, a la idea de aceleración parece corresponderle su contrario: la idea de un tiempo lento y rezagado. “No sé si han pasado dos minutos o dos horas”. Éste añadido es fruto de la fórmula subjetiva, de nuestra particular manera de entender que lo que ocurre es que hemos perdido la noción del tiempo, como si su criterio o su referencia dependiera en algún sentido de nuestras capacidades. Como si el tiempo fuera nuestra responsabilidad. Por si fuera poco, decir que el tiempo se retrasa es fuente de un infeliz equívoco. Tanto es así, que acarrea la indiferencia entre una sustracción y una distensión del tiempo. Sin esta diferencia desaparece el vínculo entre el aburrimiento y la impaciencia. Uno se aburre cuando piensa en su meta, cuando está pendiente de la llegada, del final del camino (¡cuánto tarda!). Uno se aburre cuando hace depender al tiempo del espacio. No es ésta una buena manera de vivir. Una diferencia insalvable se interpone sin embargo entre viajar, por un lado, y migrar, exiliarse y ser desterrado por otro. Dicha diferencia radica primeramente en la vuelta y el retorno. Los viajes que nos sustraen al tiempo tienen la peculiaridad de que siempre terminan. Un exilio, por el animal anhela una forma de vida que lo impugne. Quiere ser aire, arena y pulsación. Sólo el vegetal alcanza intimidad en la vida de la piedra. Sólo el vegetal vuela sin resistirse al viento, sin evitar al rayo. Su savia pertenece al mineral. Su raíz asegura la tierra y dibuja el cielo. Es la tierra sobre la que vive y es el cielo bajo el que vive. El vegetal no se adhiere, no se instala, ni huye ni se oculta, sino que compone, distingue, crea. El vegetal se abre ante aquello que es digno de vivir sin ánimo, por eso muere habiendo vivido para siempre. Sólo el vegetal vive conforme a la vida de la piedra. Baucis y Filemón fueron los únicos mortales de Tiana que abrieron sus puertas a los vagabundos sin morada, a los dioses sin refugio. Hermes y Prometeo destruyeron Tiana, demolieron las casas y desmantelaron los caminos. Sólo quedó en pie el hogar de los anfitriones. Esa casa es hoy un templo. Y Baucis se hizo tilo y Filemón se hizo roble. Y la tierra permitió que los dos árboles se inclinaran el uno en el otro para franquear caminos y confundirse en una única palabra. El árbol soleó raíces hacia el cielo y asentó la tierra. Luego el árbol se hizo piedra. Y luego la piedra se hizo árbol. Yo soy como el árbol solo que estaba al pie del camino dándole sombra a los lobos. Nunca está mejor un árbol que en tierra donde se cría. Nunca es mejor el árbol que la tierra que lo cría. ¡Quién fuera un árbol lleno de hojas! contrario, te fija al espacio. ¿Cómo? Subrayando que tu destino nunca será idéntico a tu procedencia. Obligando a la distancia a comportarse como la diferencia entre un punto 1 (salida) y un punto 2 (llegada) que no coinciden jamás. Nunca vuelves, nunca regresas. Así nace el espacio como función del tiempo y viceversa: diferenciando el comienzo y el final de un camino y condenando a la indiferencia al camino mismo –¿cuándo llegaré?, ¿cómo llegaré? ¿volveré? El espacio se subdivide en infinitos puntos, secciones de un mismo patrón: cada punto es sólo numéricamente distinto de otro punto (1, 2, 3, …). El espacio, y el tiempo que le corresponde, aniquilan al lugar. “No sé dónde estoy”. Un lugar no se define por una combinatoria de números, sino por una conjunción de acciones. Un lugar es un conjunto de posibilidades en acción. Aquí hago esto y aquello. Allá ocurre eso otro. Aquí el azahar huele así y el sol sale de esta manera. Aquí no llueve nunca y, cuando llueve, arrecia. Diferencias de cualidad. Los lugares se comunican entre sí de modo inmediato. Hay que activarlos, conjugarlos, ponerlos en acción, precipitarlos. Puedes estar en dos y más lugares a la vez. Estás allá, sigues aquí. Ya te fuiste. Nunca te has ido. Relega al tiempo que diferencia entre años y minutos. Confina al espacio que va de un punto a otro. No prestes atención a tus destinos. Retrásate todo lo que puedas. Déjalo pasar volando. Ten paciencia. Erige un ritmo. Recréate, entretente. Preserva el lugar. Encuentra su centro, ubicuo y eterno. El sol que rompe las nubes Salgo de Puerta Nueva por Santo Cristo hacia el arco de Santo Domingo. En Santa Clara me inclino hacia Trapería, pero me brusco en Besabé. «Mi Dueño: Gracias muy rendidas por el Diario. Éste lleva consigo el fomento de las Letras. En Murcia no son éstas la pasión dominante: Vm. quieren que lo sea; Yo también; Más un imposible pretendemos los dos: demasiado cándidos parecemos. ¿Cómo à de querer Vm., ni yo he de querer que sea ni Roma ni Athenas, un Murcia que solo convida a divertirse? Las letras piden recolección de sentidos; Murcia derramamiento. Salgo por la Puerta de Castilla; por la de Orihuela, por la Nueva; buelvo al Carmen por el puente; camino por el Malecón a la Casa de los tablachos; y siempre veo un Paraíso. ¿Delicias y letras, letras y delicias, serán compatibles? Roma erudita y Athenas literata, no gozaban tan bella comarca. La aridez de sus Campos era su patrimonio, y ésta uno de los medios para pensar. Aquí la hermosa multitud de objetos risueños, que prenden la vista, no dejan discurrir al entendimiento. Luxo, opulencia, placer, son los tres Elementos que crean un Cuerpo murciano. Y un alma unida a estos tres Elementos, bajo Cielo tan sereno, ¿À de querer filosofar? ¡Qué no diría Ibn Arabi sobre el clima!» [Lucio Petronio, feligrés de San Nicolás, en Diario de Murcia, el 19 de Enero de 1792, página 74]. Nota: Lucio Petronio no sabe pensar si no derrama los sentidos y si los recolecta o se los abrevian se ve morir. «A fines del XIX Murcia era una de las regiones españolas con una tasa de analfabetismo mayor, el 76,3 %. […]. No se encuentra la menor huella de un sentimiento regionalista, ni siquiera entre las clases medias urbanas: a lo más que se llega es a la difusión de una literatura pseudopopular escrita en el "habla" huertana, el llamado panocho» [Picazo, 2006]. Si de sentidos se trata, decía el aparcero: “venimos a este mundo con los ojicos cerraos”. Agradece la ocurrencia a la Ley 4/2007 de Patrimonio Cultural de la Comunidad Autónoma de la Región. Hecha la trampa, no hay ley ni luces. ¿Cómo puede uno valerse desprovisto de su propia lengua? ¿Y ahora? Perderás la lengua que no fue tuya. A las dos e la manná, pul·licando mi taina, se queó mi amór en carma carrera e la Platería (Jota)1 Con una media de 17º para los termómetros y 360 mm para los pluviómetros, qué no diría Ali Ibn ´Arabi. Respiras y bebes de nada. Y de nada buscas pasado. Y de nada quieres futuro. Destierra, pareces hermosa –al contraluz. (No se entiende otra belleza). Espera que pase el verano, que vuelve agosto otra vez. Casi no queda tiempo para el 1 Recogida por Alemán Sainz en "Murcia en imágenes", 1968. Traducción al murciano: Asociación Llengua Máere (www.llenguamaere.com). limonero verde. Cuando se ponga en verde en Puerta Nueva con Mellado y Tapia, ya puedes cruzar. En la calle Greco, pasa sin mirar (canción infantil). Hay que elaborar el concepto de los límites de la huerta, crear narrativamente el tránsito que va de habitar la huerta a cercarla y a organizarla. De vivir en la huerta a vivir rodeado por ella. «Son autenticas chozas que desmerecen de esta hermosísima huerta. La cruz que ostentan en sus fachadas no es solo señal de que en ella vive una familia cristiana, ¡con cuánta más propiedad pudiera decirse: esa cruz pide una oración, bajo ella hay una tumba!» [Sánchez Jimeno, 1900]. Los puntos estratégicos del urbanismo militar especulativo son: Progreso, Malecón, Ctra. Churra, Ctra. Monteagudo-Alicante, Ctra. Beniaján. La Albatalia, Alguazas, Zarandona y El Puntal: azarbe de meandro de azarbe. «La Huerta comprende y gobierna las tierras regadas con agua del río Segura y con filtraciones desde el azud mayor de la Contraparada, en donde toman las dos acequias mayores, y la de Churra, la Nueva, hasta la vereda llamada del Reino, que divide esta Huerta de aquella de la vega baja, que le pertenece pero es ya otra, y también pertenecen a ella las irrigadas por Ceñas o Norias, a la parte arriba de la Contrapasada hasta la rambla del Garruchal y más allá» [Díaz Cassou, 1889]. Hace tiempo que no llueve, pero a mi me arrastró la riada, pero yo me encané en la acequia, con el puesto 360 en pluviometría. Riada del Año Uno, Riada de Santa Teresa. Abarda el cequiero, inunda el bancal, agua de gracia que quiebra el brazal. De una vega que no termina nunca, de un río que al quebrarse es circular. (Junta de Hacendados y Consejo de Hombres Buenos: el uno enruna, el otro monda). Al comienzo de la Calle Santo Cristo (30001) había un kiosko, justo enfrente de la Óptica Universidad. 37° 59' 16.7" N / 1° 07' 38.2" W. Allí me vendieron un chicle premiado que nunca pude canjear (un reloj digital). Hoy hay otro kiosko justo enfrente, hace esquina con el Campus de la Merced. 37° 59' 17.1" N / 1° 07' 37.8" W. El nuevo kiosko no se parece en nada, no tiene absolutamente nada que ver con el original. /Intermezzo/ Las penicas que se cantan son las penicas mas grandes, poique se cantan guaimando y las lárimas no salen. (Copla)2 «Es opinión asentada hasta nuestros tiempos que el primer poblador de España fue Tubal… Está tan sembrada esta opinión por los Coronistas de la memoria española, y tan arraigada en muchos y diversos libros, que pienso que se levantarán contra mi con lanzas en puño, si dixese yo agora que todo esto es fabuloso y que no hubo tales 2 Recogida en Diario de Murcia, el 28 de mayo de 1879, p. 4. Cf. Archivo Municipal del Ayuntamiento de Murcia, Hemeroteca Digital en www.archivodemurcia.es. La Cuadrilla murciana dedica su versión a José López Belmar, El Bolero (Torreagüera, 1890-1972). Cf. Cuadrilla murciana, Las coplas de la tradición II, corte 15 (Murcia, 2013). Traducción: véase nota 1. En castellano en el original: Las penillas que se cantan/ son las penillas más grandes/ porque se cantan llorando/ y las lágrimas no salen. Fundadores, ni tales Reyes, ni casi todos los demás que la Cronografía ensarta…». Abd Al-Rahman II no le dio nombre: Theodosus, Thader, Guadharbuala, Oro hebreo. «Qué maravilla será que hablemos sin seguridad en el origen y nombre de Murcia, la cual dicen ser población de los Morgentes…». Junto con Cloacina y Libitina, diosa de los partos, coño del mundo. «Petrus Apianus, en las descripciones de España, en Murcia cita una piedra con estas letras: Lucio Petronio Celer». Carthaginense, Oróspeda, Aurariola. Mursah, Morsaya, Myrtia, Murcio. Nusotros, los Argares. «… Qua traxit Murcia nomen» [Cascales, 1775]. Entró el infante Alfonso con la venia de Ibn Hud, para intrigarlo y desertarlo luego. Entre tanto, jornaba el huertano –“Arri Xaca!” (“¡Arre Jaca!”). Llegó antes que Alfonso la Arrixaca y le sobrevivió. Viene guardando las entrañas de quienes quieran quedarse. Apareció de oriente con la seda, pero vino en poniente al lugar de las piedras (Areyaga). Es “Tiro de Saeta”. Desde los huertanos a San Andrés… Daban sas ofertas, e se de coraçon aa Arreixaca rogaban logo sa oraçon deles era oyda, e sempre d’oqueijon e del mal os guardava ca o que ela filla. A que por nos salvar… (Cántiga 169)3 –Dirigirse a una estrella, ¿para qué? Aquí el sol rompe las nubes, bajo un cielo tan sereno. Y la luz deshace el agua. Está escrito en la piedra. El 10 de Septiembre de 1718 la primera piedra se colocó a si misma, sin ayuda ni carencia. El puente, no obstante, existe desde 1701. «Será alrededor de las siete y media de la tarde y su sonido, uno de los más bellos de entre todas las campanas de la ciudad, volverá a anunciar que la Morenica ha llegado al Puente Viejo. La antigua Campana de Los Peligros, una espléndida pieza donada por el Concejo de Murcia en la segunda mitad del siglo XVII, volverá a sonar cuando mañana llegue la Virgen de la Fuensanta a la ciudad» [Plan para el desarrollo de la sociedad de la información, 2008]. Desde 1701 hay que cruzarlo para llegar al puerto. Los Peligros nos protegen. Puntarrón grande y puntarrón chico. Salud en los desencuentros. A Cartagena me llevan, 3 Andrés Sobejano traduce: Allí hacían sus votos/ y si de corazón/ a la Virgen rogaban/ su oración con fervor/ era por ella oída/ y siempre los libró/ de desgracias y de males/ pues los pudo su amor./ A quien para salvarnos… no me llevan por ladrón, me voy porque me ha robao la doloreña el corazón. (Cancionero popular murciano, 1921) –Sonidos de caracola/ por el aire de la huerta/ la que siempre regresa/ protectora del sol. Fons hortorum, puteus aquarum viventium… Fons ascendebat et terra. Carlos II El Hechizado sólo encontró consuelo en la mística cartaginesa Úrsula la Micaela. Para que aliviara su cuerpo y su cabeza consanguíneos, Micaela le aconsejó beber de aquella fuente. Romería de 1694. ¡Fuente de nieve y flores! ¡Fuente Santa! ¡Morenica! Hay un peñasco que silvestres plantas coronan, porque altivo mar resiste, quién te salve bella aurora, brillante estrella del río... El jueves la traen y el martes se la llevan. La boria la encumbra. La recogen cuadrillas y auroros, ánimas la invocan. Mater fons amoris. No hay una sola foto de Santo Domingo entre la Guerra Civil y 1998 disponible en internet. Es imposible reconstruir la cruz ni adivinar los tres refugios subterráneos franqueando al ficus. Se solicita ayuda al Concejal de Vía Pública Antonio Sánchez Carrillo y al arquitecto municipal Antonio González Serna, responsables de la última remodelación de la plaza. «El Domingo º del corriente se reunieron en la plaza de Santo Domingo los batallones de la M.N.L.V., la compañía de caballería y las dos de artillería de la misma, donde el Gefe político y el inspector de la misma D. Tomás Mateos les pasaron una ligera revista. El Gefe político les dirigió un animado discurso que llenó de ardor a los valientes à que se dirigía y al numeroso pueblo que escuchaba. Cuando al pintar los males que sordamente nos hacen, exclamó con una energía conmovedora: más valiera que nos hicieran la guerra de frente». [Correo Murciano, el Martes 11 de Febrero de 1823, página 4]. «Almoneda. Se hace de varios muebles, entre los que hay una mesa lavabo para barbería; también de una tartana nueva abierta hecha en Algezares. Plaza de Sto. Domingo, casa de la condesa de Almodobar, piso principal». [La Paz, Lunes 25 de Junio de 1859]. Los hombres salvajes, los tenantes, los chubakas. Jaime Alfonso el Barbudo cometió su primer asesinato en 1806 y en defensa propia. Luego bandoleó y luchó contra los franceses. Fue ajusticiado por horca al amanecer del día 5 de julio de 1824 en la plaza de Santo Domingo. Descuartizaron y frieron su cuerpo y sus miembros fueron exhibidos para escarmiento público en Hellín, Crevillente, Sax, Fortuna, Jumilla y Abanilla. Antes lo exiliaron de la vida que de la tierra. No abondonó el lugar /Coda/ Ni la quio ni m’alumbra, la lus e la madrugá, lo que m’alumbra es tu cara, ya no quio sol ni luna que la lus e la madrugá (La Madrugá)4 Está escrito en la piedra, lo he leído: “Espérame. Ya vuelvo. Siempre he estado volviendo. Nunca me he ido. Ya estoy aquí. Ya estoy aquí”. Como un rayo, te has clavado en la piedra… 4 Cante por Madrugá (al Nene de las Balsas, al Rojo el Alpargatero y a Piñana). Traducción al murciano: véase nota 1. En castellano en el original, fijada por El Osuna en 1868: Ni la quiero ni me alumbra/ la luz de la madrugada/ lo que me alumbra es tu cara;/ ya no quiero sol ni luna/ que la luz de la madrugada. Cf. Guillermo Castro: «Los “otros” fandangos, el cante de La Madrugá y la Taranta», en La Madrugá, nº4, Junio de 2011.