El discurso feminista y el poder punitivo

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El discurso feminista y el poder punitivo
Eugenio Raúl Zaffaroni
El principal objetivo de este trabajo es reflexionar acerca de las relaciones que
existen entre el poder punitivo, el discurso feminista y el uso que este último
hace de aquél.
Sabemos que, a través del patriarcado, el poder operó la primera gran
privatización del control social punitivo. El patriarcado, junto con la confisca­
ción de las víctimas y el establecimiento de la verdad por interrogación vio­
lenta son formas de las tres vigas maestras sobre las que se asienta un mis­
mo poder estructuralmente discriminante.
Este poder tiende la trampa de un contacto envolvente del feminismo
con el poder punitivo para neutralizar su carácter profundamente transfor­
mador. El discurso feminista, discurso antidiscriminatorio por excelencia, co­
rre el riesgo, entonces, de verse entrampado en un contacto no suficientemen­
te sagaz o hábil con el discurso legitimante del poder punitivo.
1. LA UNIDAD IDEOLÓGICA DE LA JERARQUIZACIÓN BIOLÓGICA
DE LA HUMANIDAD
La discriminación, en su forma de jerarquización basada en diferencias
biológicas de los seres humanos, tiene múltiples capítulos que son otras tan­
tas facetas de una misma viscosidad: racismo, discriminación de género, de
personas con necesidades especiales, de enfermos, de minorías sexuales, de
niños, adolescentes y personas mayores, etcétera.
Todos esos modos de discriminación tienen formas inorgánicas, orgáni­
cas y oficiales.1Las formas inorgánicas son las que se manifiestan sin discur-
1.
La clasificación fue propuesta por Michel W ieviorka en E l espacio del racism o (B a r­
celona, Paidós, 1992); pero resulta válida pava todo tipo de discriminación.
[ 19)
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Eugenio Raúl Zaffaroní
sos ni instituciones que las sustenten de modo pretendidamente coherente.
Las formas orgánicas aparecen cuando partidos o instituciones asumen los
discursos que las sustentan. Por último, las formas oficiales son las asumidas
como políticas por los Estados.
En el nivel inorgánico, las discriminaciones por jerarquización biológica
de los seres humanos pueden manifestarse de manera aislada; pero en cuanto
asumen formas orgánicas y se articulan discursos de sustentación en marcos
institucionalizados, aunque se ponga el acento de la vertebración discursiva en
uno u otro tipo de discriminación, siempre tienden a sustentarse en común, jus­
tamente porque no son más que aspectos de una misma estructura ideológica.
El resumidero de toda esa escoria ideológica fue el nazismo, pero nadie
debe engañarse y pretender que éste ha sido original. Es sabido que el nazis­
mo no hizo más que repetir pretendidas teorías científicas previas y susten­
tadas en otras latitudes, especialmente en Inglaterra y Francia.2
No ha habido racista que no haya defendido la necesidad de mantener
a la mujer en una posición subordinada dentro del control paternalista y pa­
triarcal. Tampoco los lia habido que no hayan idealizado la perfección física y
la virilidad.3
L a antropología, como discurso legitim ante del neocolonialismo del si­
glo XEt, y la sociología, como discurso legitimante del oi'den dentro de las me­
trópolis de la misma época, eran claramente racistas y discriminatorias con
respecto a la mujer, al tiempo que idealizaban el poder viril que aumentaba
como resultado de la lucha selectiva.
Pero, ¿a qué se debe hoy la unidad ideológica de la discriminación bio­
lógica? A que cumple una misma función de poder. L a discriminación biológi­
ca se sacraliza con el surgimiento del poder punitivo en su forma actual, con
el saber manipulado por indagación a efectos de dominio y con la consiguien­
te jerarquización patriarcal, señorial y corporativa de la sociedad. Cambia la
piel en su avance, pero el poder es el mismo y mantiene su sustancia desde
hace, por lo menos, ochocientos años.
La sociedad corporativa y verticalizada asienta su poder jerarquizado
sobre tres vigas maestras:
1.
2.
el poder del pater familiae, o sea, la subordinación de la mitad inferiórizada de la humanidad y el control de la transmisión cultural (policía
de la mujer);
el poder punitivo, o sea, el ejercicio de la vigilancia y eventual coerción
disciplinante a los inferiores (policía de peligros reivindicatoríos);
2.
Quizá el m ejor resumen acerca de estos aspectos sea el de George L. Mosse, I l raz­
zism o in Europa. D alle origin e a ll’olocausto, Bari, Laterza, 1992.
3.
Véase George L. Mosse, L'im m agin e d e ll’uomo. L o stereotipo maschile n ell’epoca m o­
derna, Turtn, Einaudi, 1997.
El discurso feminista y el poder punitivo
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el poder del saber del dominus o ciencia señorial que acumula capaci­
dad instrumental de dominio (policía de discursos).
Excursus 1. Las tres vigas maestras nacieron con el poder mismo, co­
mo no podía ser de otro modo, pues se entrelazan y cruzan en su cons­
trucción. Es posible buscarlas en la historia desde muy atrás y, tam­
bién seguir su rastro en la antropología; pero en su forma actual e irre­
versible el poder corporativo y verticalizante de la sociedad jerarquiza­
da aparece en los siglos x ii y xnr europeos.
En cuanto al surgimiento del poder punitivo, es necesario señalar
que la afirmación de que existió siempre es falsa. La humanidad caminó
sobre el planeta durante miles de años sin conocer el poder punitivo. Este apareció en diferentes momentos históricos y luego desapareció.
Hasta los siglos XII y Xlfí europeos no había poder punitivo en la
forma en que hoy lo conocemos. Por ejemplo, cuando un germano lesio­
naba a otro, el agresor se recluía en el templo (asilo eclesiástico) para
evitar la venganza, y allí permanecía mientras los jefes de sus respec­
tivos clanes arreglaban la reparación ( Vergeltung) que el clan del lesio­
nante debía al clan del lesionado, bajo amenaza de que, de no resolver­
se, se declararían la guerra. Otro de los métodos de resolución del con­
flicto era dirimir la cuestión por un juicio que se decidía con la inter­
vención de Dios en persona, es decir, con pruebas: las pruebas de Dios
u ordalías. El juez en realidad era una suerte de juez deportivo, que só­
lo cuidaba la transparencia e igualdad para permitir que Dios expresa­
ra la verdad. La más común de las ordalías era la contienda o lucha, el
duelo entre las partes o sus representantes: el vencedor era poseedor
de la verdad.
Todo esto cambió cuando los señores comenzaron a confiscar n
las víctimas. Los jefes de los clanes dejaron de arreglar la reparación y
los jueces dejaron su función de árbitros deportivos, porque una de las
partes (la víctima) fue sustituida por el señor (Estado o poder político).
El señor (dominus) comenzó a seleccionar conflictos y, frente a ellos,
apartó a las víctimas y afirmó: la víctim a soy yo. Así, el poder político
pasó a ser también poder p unitivo y a decidir los conflictos excluyendo
a la víctima, que desapareció del escenario penal.
Es cierto que hoy se escuchan algunos discursos y se realizan tí­
midos intentos de tomar en cuenta a la víctima, pero no es más que un
paliativo a esta confiscación, o sea, una forma de atenuar sus excesos,
y en modo alguno una restitución del derecho confiscado. El día cuan­
do el poder punitivo restituya en serio a la víctima, pasará a ser otro
modelo de solución de conflictos, dejará de ser poder punitivo porque
perderá su carácter estructural, que es la confiscación de la víctima.
A partir de esa confiscación, se produjeron los siguientes cam­
bios fundamentales:
Eugenio Raúl Zaffarono
1
2.
3.
4.
El proceso penal (o juicio) dejó de ser un procedimiento para re­
solver un conflicto entre las partes y se convirtió en un acto de
poder de un delegado del señor o soberano. Desde que una de las
partes - la víctim a- salió del proceso, la sentencia no atiende su
interés sino el del poder.
El juez penal dejó de ser un árbitro que garantizaba la objetivi­
dad y el equilibrio entre las partes y pasó a ser un funcionario
que decide conforme al interés del soberano,
Como dejó de tratarse de un juicio entre partes, ya no hizo falta
establecer de qué lado estaba Dios porque se descontaba que
siempre estaba del lado del poder. Por lo tanto, no tenía sentido
convocarlo al juicio pues se presuponía que siempre estaba en él,
representado por el ju ez como personero del señor {dominus).
La seguridad de que Dios siempre asistía al juez determinó que
desapareciese la prueba de Dios, que el método de establecimien­
to de la verdad de los hechos no fuese más el duelo -la lucha- y
que se pasara al interrogatorio: la verdad debía proporcionarla el
procesado o acusado respondiendo el interrogatorio (a la inquisi­
ción o inquisitio) del juez. Si el procesado no quería confesar, se
lo torturaba hasta hacerlo hablar.
De la forma de establecimiento de la verdad en el proceso penal
(por inqu isitio mediante ¿or¿ara-violencia) surge la forma de conoci­
miento de todos los saberes a partir de ese momento o, al menos, es
innegable que el cambio se opera en forma simultánea: el saber tam ­
bién se adquiría antes estableciendo la verdad por lucha o confronta­
ción (la alquimia, la astrología, las cuestiones en filosofía). De a llí se
pasa a la química y la astronomía, y se llega hasta la interrogación al
ente en la ontología.
A partir de ese momento, el saber no avanzará mediante la lucha
con la naturaleza y las cosas sino mediante el interrogatorio a las cosas
o los entes; interrogatorio que también llega a la tortura y a la violencia
(el experimento: desde la apertura de cadáveres hasta la vivisección, pa­
sando por los médicos nazis y la exposición de miles de personas a la ra­
diación)/
Como saber es pod er, el saber se acumula preguntando a los
entes según el poder que se quiere ejercer sobre ellos. El sujeto del co­
nocimiento se coloca en posición de inquisidor, está siempre en un
plano superior al objeto o ente interrogado, tiene a Dios de su lado,
es un enviado de Dios para saber, es el dominus que pregunta para
poder.
Véase Michel Foucault, E l saber y las form as ju ríd ica s , Barcelona, Gedisa, 1980.
El discurso feminista y el poder punitivo
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Es natui’al que, cuando el objeto es otro ser humano, el saber se­
ñorial presuponga, por su propia estructura metódica, una jerarquía: el
ser humano-objeto será siempre un ser inferior al ser humano-sujeto.
No hay diálogo sino interrogatorio violento. La discriminación jerarqui­
zante entre los seres humanos es un presupuesto y una consecuencia
necesaria de esta forma de saber del domlnus.
L a primera tarea en la que se unieron el poder punitivo y el sa­
ber inquisitoriales fue en el fortalecimiento de la estructura patriarcal
y la consiguiente subordinación de la mujer, como capítulo indispensa­
ble de su disciplinamiento social, corporativo y verticalizante.
Era necesario disciplinar a la sociedad: eliminar de la cultura los
elementos paganos anárquicos o disfuncionales, reemplazarlos por los
componentes pautadores de la jerarquía corporativa política y eclesiás­
tica y, muy especialmente, disciplinar sexualmente a la sociedad y so­
bre todo a las mujeres. Por su función de transmisoras de cultura, era
indispensable controlar y subordinar a las mujeres para la eliminación
de los elementos paganos disfuncionales de arrastre.
Se trataba de una tarea por completo atinente al poder. Esto se
confunde cuando se la califica como cristianización de la sociedad. Su
vínculo con la cristianización lo expresa con toda elocuencia la leyen­
da del Sum o Inquisidor. Era una pura cuestión de poder disciplinan­
te, en una Europa en la que sólo las elites estaban disciplinadas. El
discurso teocrático era sólo la modalidad comunicativa del momento
histórico.
La Inquisición fue la manifestación más orgánica del poder puni­
tivo recién nacido. Su ejercicio de poder disciplinante fue de inenarrable
crueldad. Cuando en el siglo X V ya decaía en casi toda Europa (al tiem­
po que cobraba impulso con otro sentido en España), recogió su expe­
riencia de los siglos anteriores en una obra que por primera vez expone,
en forma integrada y orgánica, un discurso sofisticado de criminología
etiológica, derecho penal y derecho procesal penal y criminalística: el
manual de la Inquisición, oficialmente aprobado por el papado, redacta­
do por los inquisidores Heinrich Kramer y James Sprenger y publicado
en 1484 con el título Malleus Maleficarum (E l m artillo de las brujas).5
Ciertamente, puede ser considerado el libro fundacional de las moder­
nas ciencias penales o crmiinales. No se le reconoce este carácter sólo
porque no es una buena partida de nacimiento.
5.
H ay diversas ediciones: Heinrich K ram er y James Sprenger, M alleus M alefica rum
translated with an Introd uction, Bibliography and Notes by the Rev. M ontague Sum m ers,
Londres, T h e Pushkin Press, 1951; E l m a rtillo de las brujas para golpear a las brujas y sus
herejías con poderosa maza, Madrid, Felmar, 1976; O m artelo das feiticeiras M alleu s M alefica rum (Río de Janeiro, Rosa dos Tempos, 1991).
Eugenio Raúl Zaffaroni
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Las notas estructurales más importantes del poder punitivo
marcadas por el Malleus M aleficarum son las siguientes.
1.
2.
3.
4.
5.
6.
7.
8.
Un mal cósmico amenaza con destruir a la humanidad. Ante se­
mejante amenaza, no debe haber titubeo alguno. El mal no repa­
ra en medios, la defensa tampoco debe hacerlo. Cualquier repai*o pone en peligro la empresa salvadora de la humanidad. (P r i­
mer discurso de emergencia: en los ocho siglos posteriores surgi­
rán otros muchos y también desaparecerán.)
Los peores enemigos son los que ponen en duda la existencia del
mal cósmico, poi’que dudan sobre la legitimidad del poder de los
que ejercen el poder punitivo. (La legitimación del poder p u n iti­
vo es legitimación de sus agencias seleccionadoras.)
El mal no obedece a causas mecánicas ni físicas sino a la volun­
tad humana, (De lo contrario, no se puede legitim a r el castigo.)
La voluntad humana se inclina al mal en personas que son bio­
lógicamente inferiores, porque son más débiles.6 (Las in feriori­
dades biológicas irán cambiando en los siglos poste?iores y, en a l­
gunos casos, la ideología punitiva se separará de ellas, en apa­
riencia al menos, para construir inferioridades morales.)
La inclinación al mal se condiciona genéticamente como predis­
posición, no como predestinación. (Un predestinado no puede ser
castigado; la criminología etiológica sostendrá lo mismo, incluso
el propio Cesare Lombroso en versiones ulteriores más m atiza­
das de su tesis originaria del criminal nato).
Quien ejerce el poder punitivo es inmune al mal. (Es el modo de
erradicar toda sospecha sobre las agencias punitivas).
Si el acusado confiesa, es culpable; si no confiesa, miente usan­
do la fuerza que le proporciona su propia maldad. (Es lo que, en
la sociología contemporánea, Robert Mei'ton llam ará alquim ia
moral, o sea, lo bueno es m alo si lo realiza el enemigo.)
Los signos del mal son inclasificables, porque el mal se manifies­
ta de incontables maneras y, por ende, no es posible catalogar sus
manifestaciones, (Exclusión de todo lím ite de legalidad penal.)
Por su parte, el efecto del avance del saber mediante la interro­
gación y la tortura o violencia (indagación y experimento) produce un
conocimiento señorial muy particular: el sujeto pregunta al objeto pa~
6.
En ese caso, las personas más propensas al mal eran las mujeres, consideradas in ­
feriores por haber sido creadas a partir de una costilla curva, contraria a la rectitu d del v a ­
rón. La fundamentación de la inferioridad llegó incluso a in ven tar una falsa etim ología del
término feim n a como proveniente de/e y m inus, es decir, menor fe.
El discurso feminista y el poder punitivo
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ra dominarlo; el objeto responde con toda su entidad; el sujeto no está
preparado para escuchar la respuesta dada con toda la entidad del en­
te preguntado, porque sólo está preparado para escuchar lo que busca
para dominar; la parte no escuchada de todas las respuestas se acumu­
la sobre los sujetos y los aplasta.
No es otro el fenómeno que se sintetiza en la afirmación: la tec­
nología domina al hombre. La etimología lo explica muy bien: objeto es
lo que se lanza (yecta) en contra, es el ente preguntado que se lanza
contra el interrogador con toda su entidad; el interrogador es sujeto
(lanzado o yectado hacia abajo), queda sujeto por el cúmulo de respues­
tas que no está capacitado para escuchar. Es la consecuencia del saber
de dominas, de señor, patriarcal.
Las tres vigas maestras se articulan perfectamente desde hace ocho si­
glos. El poder patriarcal controla a más de la mitad de la población: a las mu­
jeres, los niños y los ancianos. Por ello, el poder punitivo se ocupa preferente­
mente de controlar a los varones jóvenes y adultos, o sea, controla a los contro­
ladores. El saber instrumental es poder al servicio del dominio de los controla­
dores y de los controladores de los controladores.
La articulación básica se mantiene pese a que las relaciones de poder
y dominio se complican en luchas de clases y de corporaciones, autonomización de las elites del poder, colonialismo, neocolonialismo, hegemonía étnica y
cultural, etcétera. Pero en todas ellas funciona siempre el esquema básico que
se inserta de diferentes maneras en otras relaciones que excluyen del poder y
marginan socialmente a disidentes, minorías étnicas, inmigrantes, minorías
sexuales, personas con necesidades especiales, enfermos físicos, psiquiatrizados, obesos, etcétera.
2. LA SEÑALIZACIÓN DEL DISCURSO FEMINISTA
ENTRE LOS DISCURSOS ANTIDISCRIMINATORIOS
El poder punitivo es una viga maestra de la jerarquización verticalizante que alimenta todas estas discriminaciones y violaciones de la dignidad hu­
mana. Pero la discriminación y el sometimiento de las mujeres al patriarcado
es tan indispensable como el propio poder punitivo. Por un lado, el poder puni­
tivo lo asegura, al vigilar a los controladores para que no dejen de ejercer su rol
dominante. Por otro, si se perdiese ese rol dominante, se derrumbaría la jerar­
quización misma porque las mujeres volverían a interrumpir la transmisión
cultural que legitima el poder punitivo y el saber señorial que se logró con el
primer ejercicio del poder punitivo en los siglos de su configuración originaria.
Si alguien duda de la eficacia de este poder, basta para demostrarlo la
circunstancia de que, después del Malleus, los sucesivos discursos criminoló-
Eugenio Raúl Zaffaroni
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gicos casi no volvieron a mencionar a las mujeres hasta hace poco menos de
veinticinco años, salvo referencias tangenciales y esporádicas. L a criminolo­
gía de los últimos cinco siglos sólo se ocupa de los varones, lo que es altamen­
te significativo teniendo en cuenta que los discursos no sólo expresan lo que
dicen sino también lo que ocultan y que los operadores del saber no sólo se
manifiestan en lo que ven sino también en lo que dejan de ver .7
De allí la importancia del discurso feminista: el hecho de que no sea un
discurso antidiscriminatorio más sino el discurso antidiscrim inatorio p or excelencia. Es verdad que hoy “el pensamiento progresista debe caracterizarse
como el que se empeña en la lucha contra la discriminación ”,8pero en esta lu­
cha, la esperanza que abre el feminismo no la pueden abrir los discursos de
los otros discriminados, porque:
1.
2.
3.
4.
5.
son minorías más o menos numerosas, pero ninguno de ellos abarca a
la mitad de la humanidad;
algunos de los grupos discriminados se renuevan en forma permanen­
te, de modo que pierden identidad (los niños se hacen adultos, las per­
sonas mayores mueren);
la supresión de las otras discriminaciones no alteraría tan sustancial­
mente la jerarquía de la sociedad verticalizada y corporativizada;
el discurso feminista es susceptible de penetrar en todas las agencias,
clases, corporaciones e instituciones, es decir, que no hay loci de poder
social que no pueda ser alcanzado por las mujeres, y
el discurso feminista es susceptible de complementarse y compatibilizarse con todos ios otros discusos de lucha antidiscriminatoria.
3. RAZÓN Y SINRAZÓN DE LA FRAGMENTACIÓN DE
LOS DISCURSOS ANTIDISCRIM INATORIOS
Aunque no quepa duda de que el discurso feminista en algún momen­
to cumplirá la necesaria función revulsiva, no es seguro que esto se produzca
a corto plazo, ya que pese a su señalización como privilegiado entre los discur­
sos antidiscriminatorios, está sometido a los mismos riesgos retardatarios y
neutralizantes con que el poder contiene el avance de los restantes.
La sociedad corporativizada se defiende aprovechando y fomentando la
espontánea tendencia a la fragmentación de los discursos antidiscriminato­
rios. Entre todas las formas de discriminación sostenidas por el armazón de
7,
Véase George B. Void, Thom as J. Bernard y Jeffrey B. Snipes, Theoretical C rim in o ­
logy, Oxford U n iversity Press, 1998, p. 275.
8.
Norberto Bobbio, Derecha e izquierda, M adrid, Taurus, 1998.
El discurso feminista y el poder punitivo
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la sociedad jerarquizada, cada persona sufre o tiene una sensibilidad particu­
lar para alguna de ellas. Es algo que podría explicarse como una especie de
tendencia a defender la prioridad y la propiedad del propio dolor: m i desgra­
cia es mía, no quiero perderla en un m ar de desgracias, p or respetable que
sean el dolor y la desgracia ajenos.
La fragmentación de los discursos antidiscriminatorios provoca una
multiplicidad de cosmovisiones unidimensionales, una contradicción en los
términos: cosmovisiones parcializadas. Cada segmento social discriminado
encara su lucha desde su posición de discriminación, fragmentando la lucha
conforme a su particular visión (parcializada) del mundo. A l fragmentarse
la lucha misma, se producen contradicciones entre los discriminados que
impiden su coalición. La sociedad jerarquizada no es sólo machista, no es só­
lo racista, no es sólo xenófoba, no es sólo hornofóbica, etc., sino que es todo
eso junto.
La tendencia a la fragmentación se explica por fundados temores a los
siguientes riesgos.
1.
2.
3.
El discurso reivindicatorío particular se podría perder en un discurso
político general que afectara la identidad de los grupos respectivos.
El discurso podría cobrar mayor alcance político y generaría contradic­
ciones y disoluciones en el seno de los propios grupos consolidados por
una particular lucha antidiscriminatoria pero formados por personas
no dispuestas en igual medida a librar luchas de mayor alcance o que
ni siquiera logran acuerdos sobre los objetivos de tales luchas.
Con el pretexto de superar la fragmentación, podría deslizarse una ra­
cionalización que debilitara los niveles de la respectiva lucha antidis­
criminatoria.
En cuanto a los riesgos primero y segundo, por supuesto, debería cui­
darse que los discursos no se neutralizaran en un discurso político general,
por lo regular sólo testimonial. Pero los discursos no superan su fragmenta­
ción disolviéndose en un discurso político general, es decir, perdiendo sus ob­
jetivos estratégicos, sino precisamente conservándolos. Sólo que, en cuanto a
sus operaciones tácticas, los discursos deben tener en cuenta el sentido y los
límites que les impone el reconocimiento de la estructura de poder general de
la sociedad jerarquizada que, en último análisis, es la causa de la discrimina­
ción contra la que se lucha. En otras palabras: no se trata de abdicar o debi­
litar la estrategia sino precisamente de reforzarla, abriendo los ojos para que
la táctica no haga perder de vista la estrategia.
El tercer riesgo es que cualquier confrontación con el discurso feminis­
ta por parte de un varón pueda conllevar una racionalización inconsciente por
vía de solidaridad de género. Para evitarlo, en modo alguno puede caerse en
otro riesgo igualmente grave, como cerrar el discurso a cualquier confronta­
ción verificadora alegando solidaridad de género.
28
Eugenio Raúl Zaffarono
De cualquier manera, no es admisible que el discurso feminista -como
ningún otro- se construya sin confrontación ni contraste, y esta condición ne­
cesaria quedaría neutralizada si cualquier observación que no provenga de
una mujer se atribuyese mecánica e inexorablemente a solidaridad de géne­
ro. La precaución razonable ante un riesgo real -qu e no es más que otra de
las muchas trampas del inconsciente- se convertiría en un elemento autori­
tario que cerraría herméticamente el discurso y, por ende, le impediría su di­
námica y lo esterilizaría.
4. EL PODER PUNITIVO Y SU BURLA DE
LOS DISCURSOS ANTIDISCRIMINATORIOS
En cuanto a la relación del discurso feminista y el discurso del poder
punitivo, si bien tiene particularidades, la trampa neutralizante y retardata­
ria no es en lo básico diferente de las que amenazan a los otros discursos an­
tidiscriminatorios. Hace tiempo se ha verificado que cada grupo que lucha
contra la discriminación crítica severamente el discurso legitim ante del poder
punitivo siempre reivindica el uso pleno de ese poder en cuanto a la reducción
de su particular discriminación.
El poder punitivo siempre opera selectivamente: se reparte conforme a la
vulnerabilidad y ésta responde a estereotipos. Los estereotipos se construyen en
relación con imágenes negativas cargadas con todos los prejuicios que contribu­
yen al sostenimiento cultural de las discriminaciones. Por carácter transitivo,
puede afirmarse que la selección criminalizante es el producto último de todas
las discriminaciones. A ello obedecen las características comunes de los prisionizados, que pueden ser clasificados según los prejuicios que determinaron su se­
lección. En este sentido, la obra de Cesare Lombroso, que describe lo que vio en
las cárceles y manicomios de su tiempo, es en definitiva la mejor descripción que
se ha hecho de todas las discriminaciones traducidas en estereotipos criminales
(selectivos). Nadie con las características que describió Lombroso podía quedar
indemne al poder punitivo de la época. Incluso era cierto - y lo es hasta hoy- el
escaso número de mujeres en relación con el de varones prisionizados.
Lo que fallaba radicalmente en Lombroso eran sus explicaciones: con­
fundió las causas de la criminalización con las del delito. En cuanto a la mu­
jer, era cierto que las pocas presas que había en aquel momento tenían carac­
terísticas virilizadas, pero no que las mujeres delincuentes fueran anormales:
de su observación, lo que se deduce es sólo que el poder punitivo de su tiem­
po seleccionaba mujeres conforme al estereotipo de la mujer virilizada como
desviada de su cometido de hembra sumisa y doméstica. Tampoco era verdad
que la prostitución fuera un equivalente del delito ;9 en realidad, era un equi­
9.
Véase Cesare Lombroso y Guglielm o Perrero, La donna delinquente, la prostitu ta e
la donna nórm a le, M ilán, Vallardi, 31 ed., 1915.
El discurso feminista y el poder punitivo
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valente de la prisionización: una forma de mantener subordinada a la mujer,
esclavizada como mercancía de un hombre que la alquila. Esa situación de
servidumbre hace innecesaria la intervención controladora del poder puniti­
vo sobre ella. Es la máxima manifestación del patriarcado que el sistema pe­
nal refuerza para delegar y ahorrarse el esfuerzo controlador sobre la mitad
de la población. Es el resultado de la primera gran privatización del poder pu­
nitivo, anterior en muchos siglos a las iniciativas recientes de privatización
de la seguridad.
El fenómeno que se produce como resultado de la fragmentación de los
discursos antidiscriminatorios es que cada uno critica desde su particular dis­
criminación la selectividad del poder punitivo, lo que en principio es correcto
y sería positivo pero siempre que no vaya acompañado por otra actitud, que
es la pretensión de que el propio poder punitivo se ponga al servicio del discur­
so antidi-scriminante.
Esta pretensión es insólita; es inconcebible que el poder jerarquizante
de la sociedad, el instrumento más violento de discriminación, la herramien­
ta que apuntala todas las discriminaciones, pueda convertirse en un instru­
mento de lucha contra la discriminación. Un poder que, por su estructura, no
puede ejercerse más que en forma selectiva y discriminante, de ningún modo
podría ejercerse antidiscriminatoriamente.
Si bien hay teorías que postulan esta transformación -por ejemplo, el
llamado derecho penal m ínim o - 10 no escapa al observador menos advertido
que se trata de una propuesta que importa un cambio muy profundo en la so­
ciedad, y en modo alguno un mero retoque en la ley penal. Sólo en este m ar­
co podría pensarse en un poder punitivo que estuviese del lado del más débil.
No obstante, suele observarse que nada hay en la historia que permita afir­
mar la perspectiva de esta mudanza cuando, por el contrario, toda la expe­
riencia histói'ica prueba que invariablemente el poder punitivo ha estado
siempre del lado del más fuerte.
El resultado de la pretensión de que el poder punitivo, sin mayores
cambios sociales, sólo en virtud de reformas puntuales a las leyes vigentes, se
convierta en un aliado en la lucha antidiscriminatoria es que el poder puniti­
vo recibe una critica puntual, que no le hace mayor mella porque la sociedad
está habituada a este género de críticas, pei’o al mismo tiempo - y como sobra­
da compensación- se beneficia con una formidable legitimación como resulta­
do de la suma de las reafirmaciones de su utilidad que producen todos los sec­
tores discriminados sumados.
El poder punitivo puede reír satisfecho y burlarse de todo el progresis­
mo antidiscriminatorio, especialmente cuando éste le.reclama soluciones a
su discriminación y sus epígonos responden con la mayor hipocresía, afir­
mando que su ineficacia antidiscriminatoria proviene de las garantías y lí-
10.
Véase Luigi Ferrajoli, D ir itto e Ragione. Teoría del garantísino penale, Barí, Laterza, 1989.
Eugenio Raúl Zaffa ron i
30
mites que le impone la legalidad constitucional e internacional. E l máximo
grado de burla se alcanza cuando el instrumento discriminante argumenta
que su incapacidad antidiscrim inatoria proviene de que no es suficientemen­
te fuerte.
La trampa es tan grosera que muchos protagonistas de luchas antidis­
criminatorias se percatan de ella, especialmente cuando provienen de sectores
marginados que tienen una larga experiencia directa del ejercicio discriminan­
te de este poder. Esta experiencia Ies sirve para no caer en los límites más gro­
seros de la broma punitiva, porque tienen clara conciencia de que el poder pu­
nitivo descontrolado es sinónimo de Estado de policía, y saben que el Estado
de policía es el que reprime con mayor violencia cualquier reivindicación anti-,
discriminatoria. Pero de cualquier manera, por lo general, esto no es suficien­
te para obviar la insólita pretensión de que sus cadenas lo liberen, de que el
poder punitivo pueda ser su aliado.
En el caso del feminismo generalmente esa experiencia no existe, poi*~
que el poder punitivo, después de su originaria y brutal intervención directa,
hace siglos que delega la subalternización controladora de la mujer en el no
tan informal control patriarcal, que es su aliado indispensable: no necesita
criminalizar a las mujeres sino servir de puntal a la sociedad jerarquizada pa­
ra que ella se encargue de esa tarea. Ejerce un control indirecto, lo que le per­
mite mostrarse como totalmente ajeno a la subalternización femenina.
, 5. FRAGM ENTACIÓN Y SERVICIO A L PODER PUNITIVO
i
El servicio que prestan al poder punitivo los discursos antidiscrimina­
torios fragmentados es formidable en este momento. Al tiempo que se neutra­
lizan a sí mismos glorificando el instrumento discriminante por excelencia, le
brindan una legitimidad que le hace falta más que nunca. Pocas veces en la
historia, frente a los datos de las ciencias sociales, el poder punitivo ha esta­
do tan carente de legitim idad y, como nunca, ha debido racionalizar mayores
grados de disparates políticos traducidos en leyes penales incoherentes, so­
breabundantes, notoriamente ineficaces para sus propósitos declarados, me­
ramente sensacionalistas y demostrativas de una quiebra sin precedentes del
poder de los Estados nacionales.
B xcu rsu s 2 . L a pérdida de poder político que han provocado los políti­
cos de los 80 en el mundo entero, liberando un poder económico que
ahora son incapaces de controlar y que los reduce a la impotencia cuan­
do intentan resolver cualquier problema social, tratan de compensarla
con la venta de ilusiones panpenales a través de una producción nunca
vista de leyes penales descabelladas, que llevan a una adm inistrativización y trivialización del derecho penal, que aumenta la arbitrariedad
El discurso feminista y el poder punitivo
31
selectiva del poder punitivo y su consiguiente corrupción y que, como
es natural, no resuelve nada.
El panpenalismo es parte del abanico político, en momentos en que
la política -incapaz de proveer soluciones- privilegia su aspecto de espec­
táculo hasta quedar reducida a eso y traducida en un Estado-espectáculo
cuyo manierismo es cada día más evidente y, por lo tanto, más productor
de desconfianza pública y de retraimiento de la ciudadanía. La políticaespectáculo ha descubierto que un proyecto de ley penal puede otorgar
muchos más minutos de televisión que un programa racional de transfoi'mación que, por otra parte, no tiene poder para poner en práctica.
Las personas suelen tolerar la injusticia, pero no pueden tolerar
la desesperanza. Forma parte de la esencia de lo humano tener proyec­
tos y proyectarse. No hay existencia sin proyecto. La exclusión es de­
sesperanza, frustra todos los proyectos, cierra todas las posibilidades,
potencia todos los conflictos sociales (cualquiera sea su naturaleza) y
los errores de conducta. La civilización industrial generó una cultura
que llevaba a definir la identidad por el trabajo; la exclusión y el de­
sempleo no sólo ponen en crisis la supervivencia sino la identidad y
son, por ende, fuente de los más dispares errores de conducta.
El explotado tenía una identidad y también un blanco: el explo­
tador y todo lo que lo simbolizaba. El excluido no tiene un blanco: lo es
cualquiera no excluido, sin contar con los errores de conducta que lo lle­
van a hacer blanco en los propios excluidos. El tejido social se debilita,
se destruyen las relaciones de cooperación y aumentan las de conflicto;
más aún: disminuyen las mismas relaciones sociales (indiferencia y
desconocimiento) y se abre el espacio de desconfianza que trepa de la'
prevención al temor, y de éste al miedo y la paranoia. L a exclusión so­
cial se agudiza por el deterioro de la inversión social y de los consi­
guientes servicios: salud, educación y previsión. La violencia estructu­
ral no puede menos que generar respuestas violentas.
Es incuestionable, pues, que la exclusión -n o la pobreza- genera
mayores cuotas de violencia social, pues ella misma es violencia estruc­
tural. Frente a esto no hay respuestas racionales de la política-espec­
táculo; por el contrario: entre los servicios sociales deteriorados se des­
taca el servicio de seguridad. L a ausencia de respuesta a la exclusión
hace ilusoria cualquier prevención primaria, pero el deterioro del ser­
vicio de seguridad degrada también la prevención secundaria.
Desde tiempos inmemoriales, en la periferia del poder mundial
el servicio de seguridad pública estuvo confiado a corporaciones policia­
les sin presupuesto suficiente, es decir, con salarios y equipamientos
precarios. Para compensarlo se habilitaba a la corporación para efec­
tuar recaudaciones ilícitas, generalmente de juego y prostitución, que
se repartían inequitativamente conforme a pautas corporativas fuerte­
mente verticalizadas y jerarquizadas (militarizadas). De este modo se
Eugenio Raúl Zaffaroni
operaba una permuta de gobernabilidad por ámbito de corrupción aco­
tado. L a globalización ha puesto en crisis terminal este tradicional me­
canismo de permuta: la destrucción del Estado regulador y los múlti­
ples tráficos mundiales impiden cualquier acotamiento a la corrupción
tolerada o consentida; penetran todos los tráficos ilícitos existentes, es­
pecialmente tóxicos, armas y personas.
El propio servicio deteriorado introduce uno de los principales
potenciadores de la violencia: los países periféricos están inundados
de armas de guerra introducidas a través del contrabando organiza­
do, las policías terminan participando de los crímenes más horroro­
sos. Los ricos se guetizan, el servicio de seguridad se privatiza, au­
menta la selectividad en la victimización, se acentúan las contradic­
ciones y la conflictividad violenta entre policías, criminalizados y victimizados —todos seleccionados de las capas más desposeídas de las
sociedades- que, en definitiva, son funcionales en la medida en que
obstaculizan su entendimiento, coalición y protagonism o político.
Los políticos desapoderados no tienen respuesta, pero su espec­
táculo debe seguir. Cualquier irresponsable clama venganza en los me­
dios masivos, abiertos a los discursos más disparatados. Y los políticosespectáculo producen leyes penales, que es lo más barato y les da p u b li­
cidad p o r un día. Cobran en unos pocos minutos de televisión la entre­
ga de vida, libertad, honor, seguridad y patrimonio de sus conciudada­
nos, muchos de los cuales -dicho sea de paso- les aplauden la entrega
de sus propios derechos a cambio de una ilusión de papel mal impreso.
Tolerancia cero, mano dura y otros eslóganes significan sólo ma­
yor arbitrariedad policial. Los políticos quedan aún más desapoderados
porque, sobre la base de la corrupción, se refuerza el poder policial autónomo y corporativo y, con ello, la ineficacia preventiva y una nueva
potenciación del mismo problema.
Casi no hay diferencia entre las actitudes de las fuerzas políti­
cas que responden a las tendencias ideológicas tradicionales: conserva­
dores y progresistas, reaccionarios y liberales comparten las mismas
reglas. Los progresistas y liberales procuran neutralizar las imputacio­
nes de los conservadores y reaccionarios con leyes más represivas que
las que hubiesen sancionado éstos.
En síntesis: a) la población termina atrapada entre el miedo a la
policía y a la agresión callejera; b) los políticos quedan desprestigiados
por sus pésimas actuaciones y peores espectáculos; c) los partidos sub­
sisten sin representatividad, con su autoridad moral destruida por la
corrupción; d) el derecho es despreciado por inútil; e) las clases medias
están prestas a identificar a cualquier diferente como enemigo; í) los
demagogos extrasistema están al acecho. El síndrome de Weimar no es
pura coincidencia, sólo que W eimar era en Alemania y esto se está ex­
tendiendo desde la periferia al mundo entero.
gl discurso feminista y el poder punitivo
33
Ante la misión imposible de racionalizar el disparate y mostrar­
lo como una tentativa de coexistencia razonable, el discurso jurídico pe­
nal no tiene otro recurso que cerrarse en sí mismo de modo hermético,
prohibiendo cualquier introducción de datos sociales reales. Aunque es
una vieja táctica de este discurso, en estos momentos sus niveles de
hermetismo se han vuelto casi ridículos. Es sabido que cuanto mayor
es la irracionalidad del poder, menor es el nivel de racionalidad del dis­
curso legitimante.
6. LOS CAMINOS LEGITIMANTES DESESPERADOS
Para encerrarse y obturar el ingreso de cualquier dato de realidad, es
decir, para construirse lo más lejos posible de las ciencias sociales, el discur­
so jurídico penal opera por dos caminos diferentes: la vuelta al idealismo de­
ductivo del siglo XV3II (el retribucionismo de Kant y H egel )11 y la vuelta al or­
ganicismo social, mediante la apelación a una particular versión del funcio­
nalismo sistèmico sociológico radicalizado .12
La vuelta al idealismo apela a la vieja ficción de que el ser humano
siempre opera racionalmente, con un perfecto cálculo de costos y beneficios.
Esta imagen falsa es la que alimenta, al mismo tiempo, el pensamiento úni­
co o fundamentalismo de mercado “ la racionalidad equilibrante milagrosa de
los mercados- y el retribucionismo penal: se pretende que un ser humano que,
por ejemplo, quiere matar a su familia, antes calcula si le corresponden vein­
te o veinticinco años de pena. Según este camino, si le corresponden veinticin­
co años, es menos probable que se decida a hacerlo.
Se trata de un procedimiento deductivo que no admite ningún dato de
la realidad y que procura hacerse creíble trasladando a los crímenes más gra­
ves la vivencia cotidiana del efecto preventivo de todo el derecho (civil, admi­
nistrativo, etc.) -especialmente ante la posibilidad de cometer pequeños in­
justos-, como si el ser humano procediese del mismo modo cuando proyecta
estacionar su automóvil y cuando piensa en llevar a cabo un parricidio.
La vuelta al organicismo social se hace de una manera muy especial: la
sociedad y el Estado no parecen distinguirse mucho, de modo que el Estado,
con su poder punitivo, procede a reforzar la confianza en el sistema y produ­
cir consenso. La función de la pena no es prevenir nada sino, directamente,
evitar que el sistema se desequilibre demasiado. Como el poder punitivo tran­
11.
Véase M ichael Köhler, Strafrecht, AUgemeizier Teil, Berlín, Suhrkamp, 1997.
12.
Véanse N iklas Luhmann, Soziale Systeme, Grundriss einer allgem einen Theorie,
Francfort, Springer, 1993; Günther Jakobs, Derecho penal. Parte general. Fundam entos y
teoría de la im putación , Madrid, M arcial Pons, 1997.
34
Eugenio Raúl Zaffanmi
quiliza, el público no reclama. Si para tranquilizar selecciona a los más infe­
lices y los destroza, si promueve contradicciones entre los más marginados, si
impide la coalición de los más carenciados, si alimenta las discriminaciones y
prejuicios más absurdos e indignantes, parece no interesar mayormente. Lo
importante es que el sistema no se desequilibre. Es decir, el poder punitivo tie­
ne un valor simbólico. Se ha observado que al utilizar personas para sim boli­
zar incurre en una cosifícación de seres humanos (los emplea como medios),
pero no se ha registrado respuesta sobre el particular.
7. ¿PUEDE UN DISCURSO ANTIDISCRIMINATORIO
EMBANDERARSE CON ESTAS LEGITIMACIONES?
En la medida en que un discurso antidiscriminatorio se contamina con
estas legitimaciones, se niega a sí mismo. El discurso legitimante idealista,
dentro de todo, conserva la marca original de su ética racional, pero el discur­
so de vuelta al organicismo sociológico se aparta tanto de la ética más elemen­
tal de los derechos humanos, que acaba degradando a quien se envuelve en
sus pliegues, por más sofisticadas que parezcan hoy sus construcciones, úni­
co aspecto en el que contrasta con el simplismo policial del viejo discurso po­
sitivista de cuño spenceriano. Un discurso antidiscriminatorio que pierda
contenido ético y que admita la posibilidad de que una persona pueda servir
como medio para simbolizar cualquier cosa, por justa que sea, se degrada y
neutraliza.
En el caso de algunos discursos, la contradicción llega al colmo: se ape­
la al mismo argumento de quienes defienden la criminalización e incluso el
agravamiento de la pena del aborto. Es sabido que quienes asumen esta ac­
titud, en definitiva, no luchan contra el aborto, es decir, no están empeñados
en realidad -aunque muchos puedan creerlo de buena fe - en reducir el nú­
mero de abortos en la sociedad, sino que sólo hacen un acto de fe y reiteran
un credo en la eficacia preventiva del poder punitivo. No atinan a percatar­
se de que se enfrentan al más rotundo fracaso del poder punitivo. Aunque el
aborto sea el ejemplo más claro e innegable de que el poder punitivo no tie­
ne efecto preventivo, antes que ceder frente a la evidencia del fracaso del sis­
tema penal, prefieren que continúen practicándose abortos en forma masiva,
sin tomar las medidas que realm ente los pueden prevenir. Cuando se les ob­
serva que el poder punitivo no contiene el fenómeno, la respuesta desconcer­
tante es la dogmática afirmación de que el poder punitivo tiene valor simbó­
lico y que por eso es muy importante y es necesario mantener y agravar la
criminalización del aborto. Cuando se les observa que en aras de ese preten­
dido valor simbólico se distribuyen para abajo en la escala social los riesgos
para la vida de incontables mujeres, responden que es inevitable (algo así co­
mo que en toda guerra caen inocentes).
El discurso feminista y el poder punitivo
35
Es posible que en ocasiones, y muy moderadamente, el poder punitivo
pueda tener algún efecto simbólico, como también que en ciertas ocasiones
pueda tener efecto preventivo, pero eso no autoriza a legitim arlo en su totali­
dad, afirmando el dogma de que siempre y en todas las ocasiones tiene efecto
simbólico o preventivo. De cualquier modo, estos efectos eventuales y aislados
son datos sociales que demandan verificación y no dogmas deducidos. Pero in­
cluso así, en ningún caso se puede pensar en sancionar leyes penales por el
mero efecto simbólico, porque eso importará siempre una inmoralidad: la mediatización de un ser humano, su degradación a luz roja de semáforo social,
su empleo como una cosa, el desconocimiento de su dignidad de persona y, por
ende, de fin en sí mismo.
Un caso dramático de consideración del efecto simbólico en la ley penal,
con total olvido de que -m ás allá de todo debate sobre su eventual efecto- la
ley penal sirve sin duda alguna para arrojar gente en las prisiones, es la terri­
ble dez’ogación del tipo privilegiado de infanticidio. El código decía: “Se impon­
drá reclusión de hasta tres años o prisión de seis meses a dos años, a la madre
que, para ocultar su deshonra, matare a su hijo durante el nacimiento o mien­
tras se encontrare bajo la influencia del estado puerperal...” Teniendo en
cuenta únicamente el objetivo de modificar el lenguaje sexista sin pensar en
las consecuencias prácticas y reales de la derogación para las mujeres, se eli­
minaron no sólo los componentes valorativos insostenibles, al menos en cuan­
to a la deshonra, sino la totalidad del tipo privilegiado. El resultado es que
ahora las mujeres que incurren en el viejo infanticidio son penadas con prisión
o reclusión perpetua, es decir, como autoras de parricidio conforme al artículo
80 del Código Penal y, en el mejor de los casos, con una compensación por emo­
ción violenta -difícil de ser admitida por la jurisprudencia de tribunales mayorítariamente masculinos- que incluso lleva a una pena superior a la del ho­
micidio simple (de diez a veinticinco años, artículo 82 del Código Penal). Si
bien la cuestión de la deshonra tenía un claro efecto simbólico negativo, del
mismo modo que su extensión a los parientes cercanos de la mujer, con since­
ridad no se entiende qué efecto de esta naturaleza podía tener el estado puer­
peral y, en consecuencia, por qué no se mantuvo el privilegio a su respecto.
Es probable que en las ciudades y entre mujeres de clase media esto no
preocupe, pero no se puede olvidar que los casos de infanticidio -salvo excep­
ciones- son supuestos en extremo penosos y tristes, con frecuencia producidos
en baños y en el curso de partos sin asistencia, cometidos por mujeres muy
humildes y jóvenes casi niñas, desconcertadas, a veces con cierta debilidad
mental, privadas de mayor contacto humano, abandonadas por sus compañe­
ros y a las que ahora, al suprimir el efecto simbólico negativo (deshonra y es­
tado puerperal) que tenían algunos elementos del tipo privilegiado, se las en­
viará a la prisión o reclusión perpetua, con la pena del parricidio, es decir, la
más grave que contempla el Código Penal.
36
Eugenio Raúl Zaffaroni
8. EL FEMINISMO Y EL USO DEL PODER PU NITIVO
La apelación indiscriminada del discurso feminista y de los otros dis­
cursos antidiscriminatorios al poder punitivo no sólo lo deja indemne sino que
lo refuerza y, más aún, a través de los discursos fractuz’ados refuerza las otras
vigas maestras de la jerarquización social discriminante. Son la trampa y la
burla que la sociedad jerarquizante les tiende a esos discursos: los incorpora,
se limita a reconocerlos, los usa para legitim ar su poder punitivo y los neutra­
liza en su potencial transformador. En el mejor de los casos, otorga diploma
de víctimas a unos pocos y el resto sigue como siempre. ¿Se impone, pues, la
conclusión de que en la lucha contra la discriminación nunca se puede echar
mano del poder punitivo?
En principio, no hay ningún obstáculo ético para emplear la vieja tác­
tica de lucha oriental que usa la misma fuerza del adversario para neutrali­
zarlo. La cuestión radica en una fina distinción de naturaleza pragmática que
implica la evaluación de costos y beneficios que cada discurso antidiscrimina­
torio debe realizar acerca de la conveniencia, siempre coyuntural, de utilizar
el poder punitivo como táctica. En otras palabras: nada impide que sea una
táctica más y, desde la perspectiva pragmática -sin que obste ninguna razón
ética-, toda táctica puede ser usada, pero siempre debería estar enmarcada y
al servicio de una estrategia y, en contrapartida, tendría que ser descartada
cuando obstaculizara o neutralizara la estrategia.
Nada impide que haya una ley penal antidiscriminatoria, pero nadie
debe creer que con ello se agota la reivindicación antidiscriminatoria, y no de­
be servir para legitim ar más de la cuenta al desvencijado poder punitivo ni
habilitarlo para que recaiga sobre los propios discriminados.
Legítimamente, el feminismo puede hacer uso del poder punitivo como
un recurso táctico y con el alcance limitado y prudente que esto implica, es de­
cir, en la medida en que no obstaculice su estrategia. Para ello no necesita
brindarle al poder punitivo un elemento de legitimación general, como es la
apelación al valor simbólico, apelación contraria a la ética, reaccionaria y con­
tradictoria con respecto a las reivindicaciones feministas. El uso del poder pu­
nitivo es una cuestión pragmática y, en este sentido táctico, no necesita ser le­
gitimado: la lucha feminista está legitimada, por ello puede apelar a la tácti­
ca de aprovecharse de la violencia del enemigo, pero sabiendo que se trata
siempre de fuerza enemiga y descartando definitivamente que pueda ser pro­
pia (al menos sin un profundo cambio social, que no parece cercano).
En modo alguno es necesario legitim ar el poder punitivo y, menos aún,
argumentar sobre su valor simbólico para introducir reformas legales que na­
die podría objetar como, por ejemplo, las siguientes:
1.
Precisar que la misma escala penal de la violación es aplicable al coito
oral y a la introducción de objetos por vía rectal o vaginal.
g l decurso feminista y el poder punitivo
2
3
4,
5,
37
Precisar que el matrimonio no habilita a la violación de la mujer.
Eliminar el requisito de honestidad en el estupro y reemplazarlo por el
elemento subjetivo de ánimo de aprovechar o abusar de la inexperiencia sexual de la víctima.
Eliminar la causa de cancelación de la punibilidad de matrimonio con
la víctima,
Reincorporar el tipo privilegiado de infanticidio, eliminando los ele­
mentos inaceptables.
Para introducir reformas legales de este tipo no hay ninguna necesidad
de que el discurso feminista se contamine con el discurso reaccionario e inmoral del valor simbólico, de que aparezca vinculado a los esfuerzos legitimantes
de los teóricos del pensamiento único en derecho penal, que se confunda con
discursos contrarios a los derechos humanos, que reivindique una represiuizcición propia de políticos necesitados de medios y de demagogos autoritarios extrasistema del tipo de Le Pen o Haider, ni que se pliegue al embate de las corporaciones policiales contra las garantías, es decir, no hay necesidad de que se
destruya como discurso reivindicador y antidiscriminatorio.
Es una verdadera locura que el discurso reivindicador por excelencia,
señalado como privilegiado entre los discursos antidiscriminatorios, caiga en
la trampa de neutralizarse mezclado con la escoria deshilvanada de los dis­
cursos que apuntalan la sociedad jerarquizante, verticalizante y corporativa
que, precisamente, pone la subalternización de las mujeres al tope de sus dis­
criminaciones. La ética del feminismo -proveniente de su objetivo estratégi­
co- le permite usar como táctica la fuerza de su enemigo, pero poniendo prag­
máticamente la distancia que permite discriminar entre una táctica coyuntural y el compromiso con los objetivos estratégicos. El feminismo no necesita
legitimar el discurso del poder punitivo. Más aún, no debe hacerlo, para sal­
var su potencial de transformación social, que es la gran esperanza de quie­
nes luchan contra las restantes discriminaciones.
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