cuentos y poemas - Universidad Adolfo Ibáñez

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BIBLIOTECA
V CONCURSO LITERARIO
CUENTOS Y POEMAS
Este es un libro recopilatorio de cuentos, poemas y
relatos escritos por alumnos, funcionarios y profesores
de la universidad, quienes a través de sus historias, nos
invitan a descubrir lugares, personajes y versos llenos
de vida y en donde los límites, sólo están dados por lo
inagotable de la imaginación.
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Cuentos y Poemas
V Concurso Literario
Sistema de Bibliotecas
2015
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@ 2015 Sistema de Bibliotecas Universidad Adolfo Ibáñez
@ 2015 Corregido por Susana Farías y Carlos Escárate Díaz
Diseño de cubierta y diagramación: Carlos Escárate Díaz
Diciembre 2015
Queda prohibida, salvo excepción prevista en la ley, cualquier
forma de reproducción, distribución, comunicación pública y
transformación de esta obra sin contar con la autorización de
los titulares de propiedad intelectual.
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Prólogo
Escribir y leer son, quizás, dos de los actos más solitarios
que pueden haber. El que escribe, escribe solo; el que lee, lee
solo. Y sin embargo, los puentes se tienden, las soledades se
comparten. Para Simone de Beauvoir, novelista y filósofa
francesa, la escritura es generadora de comunicación, una
comunicación humana que va más allá del mero intercambio
de información: “Si es auténtica literatura, es una manera de
superar la separación, afirmándola; la afirma porque cuando
leo un libro, un libro que tiene importancia para mí, alguien me
habla; el autor forma parte de su libro; la literatura comienza en
ese momento, en el momento en que escucho una voz singular”
(¿Para qué sirve la literatura?: 72). Entre escritura y lectura,
media un paso muchas veces complejo y no exento de peligros:
la publicación. Lo que tienes entre las manos, pálido lector, es
ese momento en que la soledad de la escritura se tiende hacia ti
en busca de un oído y de un posible encuentro. Dependerá de
ti, dependerá del texto. Tenemos entre las manos un conjunto
de cuentos y de poemas, y me parece justo entonces hablar de
cuentos y poemas.
Para que se produzca ese encuentro, un gran cuentista
argentino, Julio Cortázar, señalaba que todo buen cuento
debe nacer de una especie de exorcismo: “Un cuentista eficaz
puede escribir relatos literariamente válidos, pero si alguna vez
ha pasado por la experiencia de liberarse de un cuento como
quien se quita de encima una alimaña, sabrá de la diferencia
que hay entre posesión y cocina literaria” (Último Round: 67).
Y a su vez, desde el lado del lector, Cortázar afirma: “un buen
lector de cuentos distinguirá infaliblemente entre lo que viene
de un territorio indefinible y ominoso, y el producto de un
mero métier” (67). La publicación de los cuentos que ahora
nos compete, tiene un poco de ambos elementos señalados
por Cortázar. Algunos aún están en esa etapa de búsqueda y
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se utilizan ciertas fórmulas literariamente seguras, pero falta
ese elemento obsesivo. Hay otros que ya, decididamente,
escriben desde ese exorcismo y generan una tensión interna
muy fuerte que hace que no nos podamos despegar del cuento
hasta que lo terminemos. Es el caso, por ejemplo, de “Ni
uno menos”, en donde presentimos el inminente peligro que
corre el protagonista, sabemos lo que va a pasar y aunque nos
llamen a gritos a almorzar no interrumpimos la lectura: “La
música cambia, “Tropical the island breeze, all of nature wild
and free…” es lo que se oye de fondo; le encanta la Madonna,
y como si no estuviese pensando, comienza a bailar por la
avenida, fantasea en que está en un videoclip, las coloridas luces
le iluminan al centro de la pista, su cuerpo se mueve al ritmo
de la canción y por un momento es la estrella del lugar, todos
le observan. Cuando la música finaliza los aplausos estallan
estrepitosamente”. Lo misma tensión ascendente pasa con
“El Periculino”, en donde las primeras líneas, excelentemente
escritas, nos atrapan de lleno: “A mediados de la década del
cuarenta llega a un sector minero llamado “Las Arenillas” un
perro llamado Periculino, de contextura grande, color café,
bastante mal encarado, feo, que infundía respeto y miedo al
verlo.” Hemos hablado de cuentos, veamos ahora los rasgos de
un buen poema, siguiendo también aquí a Julio Cortázar: “la
tensión, el ritmo, la pulsación interna, lo imprevisto dentro de
parámetros pre-vistos” (Último Round: 78). Es lo que ocurre,
por ejemplo, en “Lapso Nervioso”, poema que se explaya
largamente sobre Paris, para finalmente sorprendernos con
los versos “No estoy en Paris/ No conozco Paris”. En fin, el
guante está echado, los cuentos y poemas han sido publicados,
la botella ya flota en el mar. Para los escritores y los lectores:
¡Buena Suerte!
Mary Mac-Millan
Departamento de Literatura
Facultad de Artes Liberales
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Capítulos
Capítulo I
Cuentos y poemas premiados .................................................... 17
Capítulo II
Poemas seleccionados ................................................................. 39
Capítulo III
Cuentos seleccionados ............................................................... 45
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Capítulo I
Cuentos y poemas premiados
POESÍA
Escudero Castelleto, Fabián
Lapso Nervioso ............................................................................ 17
Maire Palma, Gonzalo
Al de ayer ..................................................................................... 19
Ortega Granella, Macarena
Trastornum .................................................................................. 20
Soto Ormeño, Octavio
La muerte se colgó en sus ojos .................................................... 21
CUENTOS
Ortiz Muñoz, Marcelo
Declaración de un inocente ........................................................ 22
Palma Aguilar, Estefanía
Ni uno menos .............................................................................. 26
Pizarro Wilson, Daniella
El periculino ................................................................................ 31
Tagle, Claudio
La maldición de ser una vaca .................................................... 36
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Capítulo II
Poemas seleccionados
Casas Ossa, Francisco
Pena Nocturna ............................................................................ 39
Fleischmann Chadwick, Tomás
Algo (a)traes ............................................................................... 41
Kirshbom Masri, Uri
Muerte en el mar ........................................................................ 42
Medina Villar, Alejandro
Una paloma ................................................................................. 43
Vera Vargas, Ignacio
La voz y el bosque ...................................................................... 44
Capítulo III
Cuentos seleccionados
Arrigorriaga Suazo, Camilo
El niño por medio de la maquina ............................................ 45
Bravo Gómez, Natalia
Los gatos ................................................................................... 49
Buchholtz Fontova, Alejandra
Otra vez .................................................................................... 52
9
Cáceres Sánchez, Javier
No me acuerdo ........................................................................ 56
Chong Mena, Domingo
Las mañanas de Marta ............................................................ 58
Cid Lagos, Pablo
Diego el poderoso ................................................................... 59
Contreras Urbina, Jorge
Esterotipsoide .......................................................................... 60
Cuevas Peña, Constanza
El destino de las hortensias .................................................... 62
Díaz Arias, Rodrigo
Maldita resaca .......................................................................... 69
Díaz Faúndez, Paula
Morfeo muere .......................................................................... 71
Donoso Méndez, Valeria
Carmesí .................................................................................... 74
Emparán Fernández, Antonieta
Nura en Kellollampu ............................................................... 81
Escudero Castelleto, Fabián
Sin título ................................................................................... 87
Fernández Santacruz, Constanza
Almas necias, corazones sordos ............................................ 87
Flano Gutiérrez, Catalina
Escisión ..................................................................................... 90
10
Gajardo Romo, Esteban
El perro perdido ...................................................................... 94
Grández Gil, Gerardo
Sin título ................................................................................... 99
Grisolia, Filippo
El padre pródigo .................................................................... 103
Gutiérrez de la Fuente, José
Treinta y nueve minutos ....................................................... 108
Guzmán Vega, Horacio
El encierro .............................................................................. 115
Herrera Palacio, Cristian
Todos somos iguales ............................................................. 121
Hirschkowitz Le Blanc, Jean Paul
El flaco. Relatos del puerto .................................................. 125
Kirshbom Masri, Uri
Una mala pesadilla ................................................................ 128
Kruger Nario, Mº Antonia
El hombre triste ..................................................................... 131
Lai Sun , Feng
El poder de una sonrisa ........................................................ 133
Letelier Bravo, Mº Fernanda
Un día inusual ....................................................................... 136
Madariaga Suárez, Mónica
Mariana .................................................................................. 141
11
WMedina Villar, Alejandro
La mosca ................................................................................. 147
Moreno Álvarez, Camila
Viciosos .................................................................................. 150
Mujica De Goyeneche, Pilar
Conflicto en la autopista ...................................................... 153
Ortiz Carvajal, Diego
La desventura de Dante ........................................................ 157
Reyes Ahumada, Valentina
Un café en Bellavista ............................................................. 163
Reyes Correa, Camila
Nana ........................................................................................ 167
Roca Leiva, Macarena
Alimento ................................................................................ 171
Rodriguez Correa, Tomás
Aquél hombre ........................................................................ 172
Ruiz Santelices, Mº Jesús
El Mapocho y yo ................................................................... 175
Seguel Cabezas, Carol
De a tres .................................................................................. 179
Serrano del Pozo, Gonzalo
Sueño de mil hojas ................................................................ 184
Soto-Lafoy Meza, Vicente
Ignistir .................................................................................... 188
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Vergara Cardenas, Renne
Hasta que la muerte nos separe .......................................... 192
Widow Pecchenino, Mº Bernardita
Los días que nunca llegarán ................................................. 198
Zaninetti Higueras, Pía
Un conocido joven pastor ................................................... 200
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Gonzalo Serrano
“El rincón madrileño”
{ Ganadores }
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SANTIAGO
1° Lugar Cuentos
Claudio Tagle / “La maldición de ser una vaca”
Mención Honrosa Cuentos
Marcelo Ortiz Muñoz / “Declaración de un inocente”
1° Lugar Poesía
Gonzalo Maire Palma / “Al de ayer”
Mención Honrosa Poesía
Macarena Ortega Granella / “Trastornum”
VIÑA DEL MAR
1° Lugar Cuentos
Estefanía Palma Aguilar / “Ni uno menos”
Mención Honrosa Cuentos
Daniella Pizarro Wilson / “El periculino”
1° Lugar Poesía
Fabián Escudero Castelleto / “Lapso nervioso”
Mención Honrosa Poesía
Octavio Soto Ormeño / “La muerte se colgó en sus ojos”
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Capítulo I
Cuentos y poemas premiados
Lapso Nervioso
Escudero Castelleto, Fabián
A veces creo estar en París.
Camino a través de su fétido y romántico aire viciado
de corazones rotos y espasmos eróticos
Prendido de mis pasos recios,
Ambiguos y vacilantes
Y necesito esto.
La basura.
No, este no es mi manifiesto.
Y tampoco estoy hablando de París.
No soy Rimbaud, ni este mi infierno.
Sólo estoy divagando otra vez,
Divagando en un poema de mal agüero.
Dicen que es pecado:
Divagar, dudar, ignorar, pecar.
Y yo me he vuelto adicto a estos pecados.
A los paseos repentinos,
Improvisados.
Sonámbulo por las calles de París,
Ebrio de ti.
“You get me so high.”
« Je suis enivré par toi. »
A las palabras desquiciadas.
Los poemas de París en llamas,
Y las plazas,
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Los paseos nocturnos entre las luces titilantes,
Hambriento y vagabundo,
Entre olas que vacilan su misión kamikaze contra la costa
de una ciudad sin mar
Mientras dura esta noche recién nacida,
Mientras bebo el café de la compasión,
Y crece el sueño
Y carezco de sueños.
Este pobre y desvalido errante errado,
Que cae en el mal augurio de la duda que condena
a sus antepasados
Experto en el arte de divagar,
De ignorar,
De morir.
Embriagado
“Drunk.”
« Ivre. »
Quisiera un corazón parisino
Y otra noche en las nubes
En las sábanas de los muertos que ha dejado la primavera
Hasta darme cuenta que caigo sobre el vacío de las calles
Y sobrevivo al dolor apaciguado por el frío.
Y divago otra vez sin saber cómo acabar el poema.
No estoy en París.
No conozco París.
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Al de ayer
Maire Palma, Gonzalo
A ratos quietos, veo ángeles muertos que se trenzan en las
ventanas,
y murmullan mi nombre con sus ojos,
como una repetición empotrada de risa, de una sola forma de
cruces u obrero o raíz,
al golpe sin fin de un pecado estéril, a la necesidad de una leche
oscura,
y afectos conjurados sobre el polvo, o de protocolos con fatiga
y muchos trajes:
me recuerdan, desde lejos, que me han parido, hacia nunca, tan
sordo, a mí,
acompañado de uñas entreabiertas, durmiendo, por ahora,
donde se cagan las mariposas.
Porque de una primavera rabiosa, de un puñal a borbotones,
mi voz era una garganta arrastrando cuchillos, un otoño con
quince años,
una palabra que engulle sin remordimientos, la noche y sus
pájaros,
y ya no.
Yo soy el que amó los retratos ortopédicos, la paternidad
desestimada del norte,
el vuelo de luto a través de remotos países:
de rodillas sueño
con golondrinas que abren puertas y surcos, y escribo a lo alto
de las horas tristes,
su picoteo de soplo en tu boca, el olor del alma húmeda,
recogida y acumulada,
como un raudal de hojas duras,
y un sentimiento de ladridos con abandono,
con un número fijo hasta ayer.
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Trastornum
Ortega Granella, Macarena
Tengo....
Transtornum del Espectrum Bipolarum Est.
Así no más.
Y esta huevaduuuum…
es hasta jocosum de lo intensum que est.
Sin embargum,
ahí voy por los palum,
siempre arriba de la olum,
surfiardum,
est.
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La muerte se colgó en sus ojos
Soto Ormeño, Octavio
La muerte se colgó en sus ojos
y por las noches, en el negro infinito, lo dejó flotando.
Desarmado en el recuerdo punzante
llegó el parto de su primer dolor.
Es que ni el más divino favor ni un caluroso suspiro de flores
lo despojaron a él de esta lágrima eterna y desesperada que,
al abrazo de la almohada,
caía de filosas emociones.
Despertó de su quebranto
el sol lo vuelve a besar,
y su herida tan inexistente como su llanto en la oscuridad.
Pero la infame muerte cercana
aparece bajo las estrellas
aparece colgada en sus ojos disfrazada de realidad.
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Declaración de un inocente
Ortiz Muñoz, Marcelo
No recuerdo bien como terminó la tragedia. Escuché a
los médicos decirle a los policías que es habitual perder la
memoria luego de accidentes o traumas. Tampoco sé como
llegué al hospital, pero si recuerdo qué hacíamos antes de
perder la conciencia. Esperaré en mi camilla hasta que vengan
los policías a preguntar mi versión… no siento fuerzas para
moverme.
Mi primer recuerdo, es ir con la Juani y su mamá Verónica a la
casa de su tío abuelo Manuel, un hombre canoso, piel morena
y curtida por el trabajo de mala muerte en el persa. Era un
viejo, al menos de apariencia, muy alegre, con pocos dientes,
pero de muchos abrazos. A pesar de las canas, no se ve muy
mayor a la tía Vero. Por fin en este hospital logro ver bien a la
tía Vero y a Manolo, la enfermera movió la cortina que rodea
mi camilla, y los reconocí por la voz, sentados al fondo de la
sala, uno junto al otro. Quizás es porque comparten la cara de
pena, de desconsuelo, pero al verlos juntos pienso que parecen
más hermanos que tío y sobrina.
Ahora recuerdo que el camino hacia la casa de Manuel fue
bastante tedioso: si bien eran sólo 5 cuadras desde la casa de
Juani, ella a penas cruzó su portón empezó con los berrinches
y pataletas de quinceañera rebelde: “mamá ya no quiero ir
más”, “La Sussan me dijo que fuera a su casa”, “mamá! me carga
quedarme con el tío Manolo”. Pero la tía Vero, no tenía mucha
paciencia, sabía que reclamaba por todo pero igual terminaría
haciendo, lo que la mamá le dice. A punta de empujones la
llevaba cada 5 pasos. A veces los empujones me llegaban hasta a
mi, que trataba de pasar desapercibido en todo ese espectáculo
callejero.
Sé que no habían más alternativas para la tía Vero, ya eran las
4 de la tarde y debía ir a trabajar en el Peaje de Melipilla. Varias
veces le escuché decir a Juani que ese trabajo a medio tiempo
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era lo mejor que le pudo pasar a su mamá, pues aunque el pago
no fuera bueno, era estable, y dado su eterno sufrimiento de
cadera, no aguantaba trabajar donde tuviera que caminar o
moverse mucho.
Cuando entramos en la casa del tío Manolo, sentí la humedad y
el poco cuidado. La casa era vieja, chillaba el piso con cada paso.
Manolo nos recibió con elocuente alegría y muchos abrazos.
Nos invita a sentar, pero la tía Vero se excusa, señalando que ya
va atrasada al Peaje, y con los bastones poco puede hacer por
apurarse, así que nos deja allí encargados, y se marcha.
Juani estaba insoportable: el tío le hablaba mientras tostaba
el pan de la once, y ella apenas respondía, con tono de enojo
y desinterés. Entiendo que una niña de 15 años tenga pocos
temas interesantes para conversar con un tío de 60 años, pero
yo estaba muy incómodo, me conmovía la ternura de la voz
con la que le preguntaba por sus notas del colegio, lo paternal
de su preocupación por cómo lo hace para venirse del colegio
ahora que oscurece más temprano.
Cuando pasamos a la mesa, Juani comía y comía sin parar, no
se si por hambre o por impedir más diálogos tensos. Supongo
que Manolo ya la conocía desde hace tiempo, porque no
parecía molesto, y seguía entablando nuevas conversaciones
como quién no entiende la incomodad del otro, o como quién
si la entiende, pero sabe que domina la situación. Le preguntó
por la salud de su mamá, por si han sabido algo de su papá,
y también le preguntó si aun le quedan los 10 mil pesos que
le regaló la última vez que vino. Juani respondía lo mínimo:
“Mal, no aguanta el dolor”, “no, sigue sin depositar”, “ya
las gasté”. En cambio Manolo no escatimaba en saliva y se
explayaba largamente en monólogos sobre la penosa situación
de su sobrina Vero, pobre, sin marido y enferma. Indicaba con
modestia que el estaba feliz de ayudar económicamente en
todo a su mamá, que era su obligación, porque sin él, estaría
en la calle mendigando en una silla de rueda para pagarle el
colegio y sus remedios. Yo sentía que Juani estallaría, se estaba
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acelerando, había dejado de comer las tostadas, y ni siquiera
continuaba oyendo lo que decía Manolo, sólo apretaba los
puños fuerte contra la mesa, y aguantaba esa lágrima de niña
con todo el orgullo que podía. Manuel continuaba resaltando
que sigue trabajando por ellas, porque sino ¿quien les ayudaría?,
no permitiría ver a su sobrina y su sobrina nieta en la calle, que
el amor era más grande que su cansancio y sus ganas de jubilar.
Juani no aguantó más la lágrima y lo interrumpió bruscamente:
“mi mamá acepta tu ayuda porque no sabe la basura que eres,
viejo degenerado!”
Le di una patadita a Juani bajo la mesa, y noté que ella lo sintió,
se quedó inmóvil, no se si porque no se esperaba mi patada, o
porque notó la potencia de sus palabras. Manuel con fingida
cara de ofendido, se para de la mesa y se lanza sobre nosotros.
Yo sólo atiné a protegerme el rostro con las manos y el vientre
con mis piernas. No se que hacía Juani, porque me protegí la
cara mientras todo se movía a mi alrededor. En ese huracán
de movimientos ciegos, siento súbitamente una contracción de
mi entorno, como si ahora en la camilla del hospital alguien
se abalanzara de un salto sobre mi. Quizás dejé de respirar
por el susto, no se, pero sentía que me faltaba oxigeno. Luego
los gritos ya no parecían las de una pelea, sino los quejidos
de una niña con susto y un dolor desgarrador. Manolo seguía
golpeando a Juani, cuando vino otra contracción más fuerte
que la anterior. Ahora me ahogaban en el cuello, creo que la
Juani lo sabía, porque sentí que sus manos se tensaron por
los mismos segundos que duró mi ahogo. Volví a respirar, y
note que dejamos de movernos, supongo que los gritos de
Juani alarmaron a Manuel, pues lo escucho correr buscando
algo. Aproveché de relajarme, estiro las piernas y con mis
manos inspecciono mi cara, pero al bajar los brazos siento
algo enredado en mi cuello. Con eso me ahogaban supongo.
Intento moverme para sacarlo, no funciona, Juani no me ayuda
y siento que sigue llorando. Continúo intentando desatarme
con creciente desesperación porque siento que cada segundo
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que pasa, más oxigeno me falta, lucho, me muevo, y en algún
momento, todo se apaga.
Desperté en esta pequeña camilla de vidrio, acá en el Hospital,
por el susurro de las matronas que decían que por poco nazco
con secuelas por el ahogo. Espero que me interroguen, pues se
bien que Manuel nos violentó, aunque ahora le diga a la policía
que no entiende lo que pasa, que perdió la memoria por el
trauma. Me preocupa que si no escuchan mi versión, piensen
que también soy culpable, pero más me preocupa no escuchar
a la Juani. No se donde está, quizás es la joven de la camilla
grande del lado que duerme con un tubo en la boca. Sino habla
difícil que la reconozca, porque nunca le he visto la cara.
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Ni uno menos
Palma Aguilar, Estefanía
Es una noche como cualquier otra, apoya como de costumbre
su rostro en la palma de su delicada mano y observa a su
alrededor, esperando que sea tiempo de salir; De vez en
cuando mira el reloj de la pared, ambas manecillas en el siete,
ambas manecillas en el ocho. La hora ha llegado, se levanta
con cuidado de su silla, con el mismo cuidado de siempre se
calza su bolso, las “tan típicas” miradas burlonas comentan
algo a sus espaldas pero hace caso omiso, tan solo continúa su
camino de todos los días…
Finalmente es hora de ir a casa, antes decide pasar a refrescarse,
se detiene en la puerta del servicio vacilando por un leve
período de tiempo, mira hacia el frente y entra, se mira al
espejo se humedece un poco la cara y le sonríe a alguien que
le corresponde con la misma sonrisa, un tanto extraña, un
tanto ajena… pero casi todos los días también es lo mismo, su
sonrisa siempre parece ajena.
Se coloca los audífonos, busca la canción de Morrisey que
más le gusta y por un momento se olvida del mundo, sonríe
sinceramente para sus adentros y en esa misma atmósfera
musical que le protege sale al mundo, el gesto despreocupado,
el cabello completamente alocado. Dobla la esquina mientras
tararea “Why do you come here, when you know it makes thing
hard for me…”
Se detiene a la entrada del almacén de doña Pepi, ella le saluda
con su rostro familiar: “Buenas noche’ mi amorcito, ¿cómo ha
estao’? ¿Qué va a querer llevar?”, suelta la misma risita nerviosa
de siempre, se muerde las uñas y duda por un momento, pide
una coca cola express, la disfruta hasta la última gota, se
despide amablemente y continúa su trayecto.
Le gusta mucho caminar hasta casa luego de salir del instituto,
es el único momento en que puede dar rienda suelta a sus
pensamientos sin que nadie le juzgue, también disfruta cantar
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sus canciones favoritas como si nadie más estuviese cerca,
cuando escucha el mp3 se olvida del mundo. La música cambia,
“Tropical the island breeze, all of nature wild and free…” es lo que
se oye de fondo; le encanta la Madonna, y como si no estuviese
pensando, comienza a bailar por la avenida, fantasea en que
está en un videoclip, las coloridas luces le iluminan al centro
de la pista, su cuerpo se mueve al ritmo de la canción y por un
momento es la estrella del lugar, todos le observan. Cuando la
música finaliza los aplausos estallan estrepitosamente, todos le
miran como si fuese la octava maravilla del mundo.
Entre el encanto y los brillos de las luces dobla por la esquina
de Ortúzar, un anciano que pasea a su perro le sonríe al pasar,
ahora no camina como de costumbre sino que anda como
danzando por la vereda, cada pie sigue armónicamente al
otro. ¡Pero con qué facilidad se deja llevar hasta por el viento
cuando no hay nadie cerca!, ¡qué libre se siente cuando nadie
está mirando!
Mira su reloj, ya casi son las nueve, quedan poco menos de
seis cuadras para llegar a casa, sin lugar a dudas las disfrutará,
mañana ya es sábado y no tendrá que hacer el trayecto
nuevamente; se contenta mucho con estas pequeñas cosas,
suele disfrutar mucho de los detalles.
Dobla a la izquierda a la altura del 2100, con la mente en otro
lado siente un fuerte golpe en su hombro, vuelve súbitamente
a la realidad, se quita un audífono para pedir disculpas como
siempre suele hacer, de vez en cuando le ocurre que choca con
alguien por descuido propio, o simplemente por casualidad.
Cuando se gira buscando el rostro de aquel peatón se encuentra
con una sonrisa inusual, como de satisfacción; sube lentamente
la mirada hasta llegar a la altura de unos ojos extraños en donde
la sonrisa no llega a las pupilas, un insólito escalofrío le recorre
la espalda. Cuando pronuncia a tientas la palabra “perdón”
siente un calor que se aproxima, ahora son dos pares de ojos
extraños que le observan, solo que los otros se encuentran
detrás, donde no puede verlos pero sí sentirlos. En un segundo,
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todo su cuerpo se congela, mientras oye las risotadas de estos
hombres, algo en su interior grita que esto no anda bien.
La voz de uno de ellos rompe la musicalidad de la noche, es el
que está al frente: -“Podriai’ tener un poquito más de cuidao’
cuando caminai”. Su mirada perversa le recorre de pies a
cabeza, de golpe le quita el mp3 y se acomoda un audífono,
-“¿y esta musiquita? Supongo que es de tu hermana…”, una voz
más ronca brota a sus espaldas -“Que va’ a ser de la hermana,
¿no vei la pintita de maricón que tiene? Ambos se carcajean, la
noche se torna pesada y el aire denso, pareciese que la tierra se
ha tragado a todos los transeúntes de la calle, excepto a estos
dos.
-¿Cómo te llamai’? pregunta el de atrás; él no contesta nada,
está paralizado, el tiempo en su cabeza se ha detenido como
en las películas, -¿Cómo te llamai pregunté?, su tono es
amenazador y antes de que logre articular palabra siente un
golpe sólido en el estómago. Apenas, con un suspiro ahogado
deja salir su nombre… Cristián.
-“¿y a tu mamita no se le ocurrió un nombre de hombresito pa
vo’?” uno le suelta las palabras con aversión, el otro se ríe… El
tiempo sigue detenido dentro de la cabeza de Cristián,
-Mira, si tiene pura música de maricón”; –“y el bolso
rojo, jajaja, ¿por qué no te compraste una cartera
mejor?______________________________________
No puede pronunciar sonido alguno, la música se ha detenido
en su cuerpo y en su cabeza no hay más que terror, los insultos
le aprehenden por completo y le entumecen más y más, los
murmullos de los de la clase no son nada al lado de lo que
ahora está oyendo, -“si yo fuera mamá de un enfermito como
vo’ te hubiera molido a palos para que se te pasara lo colita, ¿o
no?”. –“¿y si lo molemos a patadas? capaz que se le pase po’, ¿por
qué no?, jajaja. La desesperación se apodera completamente de
su ser, un grito desgarrador sale de su garganta -“¡DEJÉNME
TRANQUILO POR FAVOR!”. Pero el grito obtiene respuesta
inmediatamente, otra patada lo deja sin aliento, y otra le sigue
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al instante. –“¡Cállate maricón!”.
Ha perdido toda noción del tiempo, los golpes lo han silenciado
completamente, todo a su alrededor parece sosegado por la
violencia, ya no oye risas, sólo siente la calidez de las lágrimas
resbalar por su rostro, tirado en el suelo ya no salen gritos
de su garganta, los gritos se han ensangrentado y resbalan
burbujeantes por su boca. Con los ojos entrecerrados logra ver
el rostro de uno de los agresores: de tez morena y calvo, un
último detalle le llama la atención, es como si ese rostro y el
odio fuesen uno solo.
Un golpe final borra su último recuerdo, ahora la música se ha
detenido no sólo dentro de su cabeza, la música se ha detenido
dentro de él, para siempre.
Sábado, ambas manecillas en el siete, ambas manecillas en
el ocho, las noticias matutinas llegan a todos los hogares, un
joven ha sido brutalmente asesinado por desconocidos, su
nombre era Cristián Rodríguez; cuando entrevistan a la madre,
entre lágrimas ésta dice que lo han matado por ser gay, que lo
han hecho por ser diferente, que la gente odia a quienes son
diferentes. Los funerales son el domingo, el cementerio se llena
de banderas multicolores y discursos por la igualdad.
Transcurren los días, todos parecen recordar a Cristián,
sus compañeros dicen que era reservado y amable, los más
indiferentes dicen que ningún ser humano merece algo así. Su
padre prefiere no hablar en cámara, a pesar de haber peleado
tantas veces con él, amaba a su hijo, a pesar, de que era “así”.
La investigación sigue en curso, nadie parece haber visto nada.
Al mes, uno de los involucrados se entrega, dice no arrepentirse
de nada, las críticas no se hacen esperar en las redes sociales,
una vez más, el nombre de Cristián se comenta en todos lados,
10 años de cárcel por lo que el juez califica: “un acto repudiable
de discriminación e indiferencia humana”.
Los meses siguieron pasando, doña Pepi, la del almacén le
enciende velitas de vez en cuando al “cabro lindo que tanto
quería”. Pero tras los meses las velas se apagan, el anciano ya no
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saca a pasear a su perro, la esquina de Ortúzar sigue siendo la
esquina de Ortúzar, no le han puesto el nombre de Cristián a
ninguna calle, sus padres visitan el cementerio de vez en cuando,
donde las banderas multicolores se han desteñido con el sol.
Los compañeros ya han salido del instituto, la investigación
ha finalizado, Cristián sólo figura como un titular en la pila
de periódicos de la biblioteca pública. Los vecinos, el país y la
historia han seguido su curso normal.
…
Un año más tarde, en las noticias del canal nacional informan
que “otro joven homosexual muere atacado por una pandilla
de desconocidos”, a continuación del fatídico titular, veinte
minutos cubren la tragedia del país: “Rodríguez se excluye del
encuentro de la selección ante Argentina”.
30
El periculino
Pizarro Wilson, Daniella
A mediados de la década del cuarenta llega a un sector minero
llamado “Las Arenillas” un perro llamado Periculino, de
contextura grande, color café, bastante mal encarado, feo, que
infundía respeto y miedo al verlo
En este sector había una mina llamada “La Peñaflor” que
tenía un campamento para su personal. Una familia formada
por doce personas, llegó a hacerse cargo de la cantina de esta
mina, para darles la pensión a los mineros y otras personas
que fueran a solicitar comida. Cada minero o persona pagaba
su pensión. La cantina era atendida por la señora Berta que era
la mamá y sus hijas mayores. Don Luis, el papá trabajaba una
mina al pirquen.
La cantina funcionaba en 2 dependencias muy amplias
comunicadas entre sí por una ventana grande por donde se
pasaban los platos al comedor. El ingreso al comedor y a la
cocina se hacía por una puerta amplia desde el exterior. En la
hora que se servía el almuerzo, se juntaban varios perros, de
todos tamaños, grandes y chicos, a ver si les tocaba alguna sobra
de comida, y entre estos se encontraba el Periculino. Como no
tenía amo, estaba muy hambriento, flaco, desnutrido; era el
más mañoso, era tanta su hambre, maña, que si un pensionista,
ubicado cerca de la entrada del comedor se descuidaba, el
Periculino le sacaba la presa del plato. Esto sucedió varias
veces, por eso era muy común escuchar el grito ¡Cuidado con
el perro! ¡Cuidado con el Periculino! Péguenle un palo a ese
perro mañoso! ¡Maten a ese perro mañoso! Todos los perros
eran mañosos, pero el Periculino les llevaba la delantera.
En el campamento, los otros perros le pegaban al Periculino
porque al ser flaco y hambriento no tenía fuerzas para pelear.
De hecho, casi lo descuartizaban, unos tiraban para un lado
y otros para el otro, a punto de arrancarle el pellejo. Dentro
de este grupo de perros había uno que era negro con pintas
31
blancas llamado “Chico;” tenía tres amos que le pagaban la
pensión, por lo tanto era fuerte y estaba bien alimentado. Los
amos del Chico vivían al lado de la cantina. El Chico cada
vez que encontraba al Periculino le pegaba y los otros perros
también se metían a pegarle. Cuando el Chico le estaba pegando
al Periculino los niños y la gente adulta le avivaban la cueca al
Chico gritándole ¡Pégale Chico! ¡No lo sueltes, mátalo! Hasta
que salía la señora Berta retando a la gente, quitarles el perro a
los que le pegaban, echándoles agua y pegándoles palos, sobre
todo al Chico y ahí recién soltaban al Periculino.
La vida del Periculino era triste y de mucho sufrimiento, ya que
todo el mundo le pegaba. Pasado un tiempo, unos dos años,
el número de pensionistas había disminuido el trabajo en la
cantina y llegó la noticia que en la mina La Colorada ubicada
a 10 kilómetros al Oeste de las Arenillas quedaba vacante la
cantina. Se consultó a los dueños de la mina y se llegó a acuerdo
y la mitad de la familia de don Luis con la señora Berta y sus
hijos se fueron a la Colorada a encargarse de la cantina.
La señora Berta, cuando se iban a La Colorada llamó al
Periculino y le dijo, te voy a llevar a La Colorada, así que nos
vamos. El perro como si entendiera, meneo la cola, miró y se
acercó a la señora Berta y se fue con la familia a la Colorada.
Como el perro infundía mucho respeto, se lo llevó, aun cuando
éste no era bravo.
En Las Arenillas se amasaba el pan y éste se llevaba a La
Colorada caminando y atravesando cerros y quebradas. El
Periculino en La Colorada empezó a pasarla bien, nadie le
pegaba; comía bien, engordó, creó fuerzas y ya no era mañoso,
incluso tenía sus amigos entre los pensionistas que eran Don
Prudencio, un hombre alto, delgado, tartamudo y Serafín
de baja estatura. Así, a Don Prudencio cuando lo veía se iba
corriendo hacia él y le pegaba el caballazo (choque) contra
las piernas y lo hacía caer al suelo; le lamía la cara, las manos
como acariciándolo. Don Prude le decía déjate pe...pe...
perolín y el perro lo ayudaba a pararse y a Don Serafín, cuando
32
le veía llegar a la cantina, se le iba por delante y le ponía las
patas delanteras en el pecho y Don Serafín lo tomaba de las
orejas y ahí quedaban como midiéndose, era un cuadro muy
divertido, hasta que se separaban. Un día llegando el Lucho
y el Hernán con el pan desde las arenillas preguntaron si el
Periculino estaba en casa y se le contestó que sí, que estaba. Se
les preguntó ¿Por qué? Y el Lucho respondió que el Periculino
había ido a Las Arenillas, que buscó y encontró al Chico, el
perro de los Quiroga y le dio una tremendo paliza, casi lo mató.
La conclusión que se saca o se supone es que el Periculino
al sentirse fuerte fue a Las Arenillas únicamente a pegarle al
Chico y el mismo día se vino a La Colorada. No había olvidado
al perro que tanto le había pegado y fue a desquitarse.
Al tiempo, un día llegó a la Colorada un arriero llamado
Arturo, amigo de Don Luis y la señora Berta, solicitándole un
espacio para construir una cabaña en el terreno plano adosado
en un costado de la casa cantina, la razón era que su trabajo
le quedaba más cerca.
Don Arturo construyó su cabaña y llegó con su familia: doña
Hortensia, su hermano y un perro grande de color negro,
llamado Choco, del mismo tamaño del Periculino.
Los perros apenas se encontraron fueron enemigos. En
repetidas ocasiones trataron de pelear, pero no se dejaban,
hasta que una vez se agarraron y cada bando azuzaba, animaba
a su perro, los de don Luis al Periculino gritándole ¡Pégale
Periculino! ¡Afórrale! Don Arturo también animaba a su perro
Choco.
Después de esta pelea los perros quedaron más enemigos y
volvieron a pelear. En esta pelea, el Periculino pesco al Choco,
con los colmillos de una oreja y un ojo y no lo soltó más, le hizo
pedazo el ojo y la oreja, no le podían quitar al Choco, hasta que
lo soltó. El Periculino se fue a su casa y el Choco quedó botado.
Con el transcurso de los días, al Choco se le fue infectando
la cabeza, enconándose e hinchándose, parecía que se estaba
pudriendo; era tal la gravedad que el perro no se podía parar,
33
no podía tomar agua ni comer. Se pensó que se iba a morir,
pero no murió, sino que se mejoró. Este suceso, la pelea y la
enfermedad del Choco, influyó mucho en el ánimo de doña
Hortensia, que le tomó tanto odio al Periculino que inició,
con mucha astucia, una campaña de desprestigio contra el
Periculino y siempre gritaba que le robaba, le comía la carne, el
pan y le botaba la olla con comida. También inventaba muchas
cosas más e iba donde la Sra. Berta y lo acusaba.
La campaña de desprestigio fue en aumento, la señora Hortensia
gritaba sentencias: ¡ A ese perro mañoso, el Periculino hay que
pegarle! ¡Hay que matarlo! ¡Se ha puesto demasiado mañoso!.
Este desprestigio fue prendiendo en el ánimo de otras personas
y se aceleró más todavía. Una vez cuando la señora Hortensia
estaba sacando leña del montón donde se apilaba ésta, tomó
un palo para pegarle al Periculino que iba pasando por el lado,
le tiró el palo para pegárselo, pero con tan mala suerte para
ella que el palo que tomó era un yugo(gancho)para acarrear
agua, con dos ganchos en sus extremos, uno se le enganchó
en el vestido cuando realizó la acción de pegarle al perro y
se lo levantó sobre la cabeza mostrando parte de su cuerpo y
para rematarla, a esa hora venían llegando los pensionistas a la
cantina y presenciaron la escena, la cual fue muy vergonzosa
para la señora, sobre todo tomando en cuenta que la gente de
campo era muy pudorosa, no mostraban ni un centímetro de
piel interior. Con este hecho se intensificó más la propaganda
que se le estaba haciendo y se le hacía al Periculino. Muy
hambriento, muy mañoso, que se robaba la carne y todo lo que
se le podía culpar. A raíz de todo esto creció muy fuerte la idea
de matarlo y llegó a tal extremo que se tomó la decisión de
matarlo. Esta decisión la tomaron Don Arturo, Don Luis, la
vieja Hortensia, la más propagadora. Al final todos estuvieron
de acuerdo en matarlo, nadie se opuso, solo la señora Berta lo
defendió, pero no prosperó. Veredicto final: se mata no más al
Periculino, por mañoso.
La muerte del Periculino se realizó usando dinamita. Con
34
esta intención, un sábado por la tarde partió toda la comitiva
formada por la gente de la cantina, el arriero, Don Arturo, Don
Luis y varios niños, solo quedándose en la cantina la señora
Berta y sus hijas. El lugar elegido para matar al Periculino fue
al oeste de la cantina, unos 200 metros más o menos alejados
en una falda (costado del cerro). El perro se llevó amarrado,
al llegar al lugar, se preparó el explosivo, compuesto por un
cartucho de dinamita y accesorios. El encargado de matar al
perro le colocó un cartucho de dinamita en la oreja y le hizo
explotar, pero éste no le hizo nada al perro, el pobre animal,
se acercó donde el hombre que estaba encargado de matarle,
moviéndole la cola, en una actitud suplicante, parecía como
pidiéndole que no lo matara, pero se repitió la acción de muerte
y esta vez le colocó el cartucho de dinamita entre las dos patas
delanteras y se hizo explotar. El resultado fue que le abrió las
dos patas y lo descuartizó y lo lanzó varios metros más lejos.
Así terminó, de manera muy triste la vida del Periculino.
Los días posteriores a la muerte del Periculino fueron muy
tristes y su historia marcó para siempre la vida de la familia
de la Sra. Berta, a tal punto que hasta el día de hoy sus hijos
recuerdan y lamentan lo sucedido con el Periculino.
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La maldición de ser una vaca
Tagle, Claudio
Estaba tratando de saborear los últimos bocados de pasto,
cuando Carmencha, me recordó que teníamos que apurarnos
ya que era nuestra asamblea mensual. De solo recordar lo
aburridas que son esas reuniones, se me quitó el hambre y
comenzamos a caminar hacia el establo. Carmencha por el
contrario estaba muy entusiasmada con que finalmente en esta
reunión llegaríamos a una conclusión interesante; sin embargo
con solo ver la tabla de temas a tratar, confirmé mi sospecha de
que hubiera sido mejor quedarme durmiendo una siesta.
El primer tema propuesto por la Directiva Vacuna, era sobre
productividad, aunque en el fondo trataba sobre la eterna
discusión de que si las vacas lecheras somos mejores que las
vacas café y sus jugosos filetes. Cada raza trata de plantear
que es mejor que la otra, las Lecheras podemos producir
alimento por mucho tiempo, gracias a nosotras existe el queso,
los capuchinos, el chocolate caliente y en general los niños
nos quieren. Les apuesto mi lengua que nunca han visto a un
niño dibujar una vaca café, siempre nos dibujan a nosotras
blancas con negro. Las Cárnicas por su parte, argumentan
ser mucho más felices, ya que viven tranquilas, sin el estrés
de ser ordeñada varias veces al día, tienen una muerte rápida
(al contrario de las Lecheras que morimos un poco cada día).
Además aportan muchas proteínas y vitaminas esenciales para
los seres humanos carnívoros. Orgullo especial tienen cuando
hablan de la importancia de los asados en la sociedad actual
y el rol que cumplen uniendo a familiares y amigos, como si
los cerdos y los pollos no pudieran hacer lo mismo. Respecto
a la gente vegetariana las Cárnicas están divididas, ya que
aunque algunas agradecen profundamente el que no se las
quieran comer, la mayoría se da cuenta que la comodidad de
su existencia se vería afectada en el largo plazo, si no se pudiera
vender su carne.
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En general cada una está orgullosa de la raza que es y trata de
justificarlo al resto y aunque a mi en particular no me molesta
que me ordeñen, hubiera preferido ser café, pero por más que
muevo mi cola cuando vienen el granjero, no me entiende que
preferiría engordar para ser un asado, que seguir un día más
con la rutinaria vida de una Lechera.
El segundo tema a tratar, tenía que ver con medir nuestra
huella de carbono. Ustedes no se imaginan lo duro que es ser
apuntadas con el dedo por ser la especie que genera más CO2
en el planeta. De partida ni siquiera sabemos lo que significa
eso, pero al parecer es muy malo. Carmencha tomó la palabra
y una vez más comenzó a predicar que tal como le había
enseñado su abuela, debíamos masticar muy bien cada bocado
y alternar pasto con trébol, para hincharnos menos, como si
esos “secretos de campo” sirvieran realmente para algo. El mes
pasado sobre este punto habíamos decidido reducir nuestro
consumo de pasto en un 10%. Fue un esfuerzo tremendo, pero
estábamos comprometidas con la causa ecológica. Para nuestra
sorpresa, al granjero no le pareció una buena idea, ya que las
Cárnicas comenzaron a bajar de peso y nosotras disminuimos
nuestra producción de leche, por lo que en vez de felicitarnos,
terminamos rodeadas de veterinarios que nos pinchaban con
inyecciones y una gran cantidad de exámenes, por lo que
tuvimos que deponer esa estrategia. Obviamente las Cárnicas
fueron las primeras en bajarse del movimiento y perdimos
mucho tiempo discutiendo sobre la lealtad interracial.
El tema principal, debió esperar a una presentación realizada
por la Comisión de Marketing, que estaba muy preocupada
por el uso indiscriminado de nuestro nombre para designar a
las humanas excedidas de peso. Por lo que pudo investigar la
comisión, no era algo que solo decía la esposa del granjero, sino
que era una práctica habitual en gran parte del mundo. Todas
coincidimos en que las humanas aunque algunas pudieran
acercarse remotamente a nuestro peso y forma, eran incapaces
de producir en toda su vida, la leche que nosotras dábamos
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en un mes y para qué decir de la cantidad de carne útil que se
podría obtener de una de ellas, por lo que en forma unánime
decidimos no preocuparnos más de este tema.
Finalmente la discusión central comenzó y la Directiva mostró
su gran preocupación por lo gordo y flojo que se había puesto
el Toro de la granja este último año. De hecho ni siquiera
había asistido a las últimas reuniones y solo se entretenía en
mover cosas pesadas para el granjero. Algunas opinaban que
seguramente estaba interesado en visitar las granjas vecinas,
después de todo no sería la primera vez que un Toro nos
abandonaba, otras opinábamos que se había aburrido de
nuestras constantes quejas y exigencias, por lo no llegamos a
un acuerdo sobre si había o no que conquistar un nuevo toro
y se pospuso un plan de acción para la próxima reunión, sin
embargo Carmencha se ofreció para seguir al Toro y vigilar
su comportamiento, levantando las suspicacias y habladurías
de otras que les hubiera gustado hacer lo mismo, pero no
alcanzaron a proponerse.
Ya estaba preparándome para salir, cuando la presidenta agregó
un “nuevo” tema. Hace más de 10 años que habíamos creado un
sindicato para que planteara nuestras necesidades al granjero.
La lista de peticiones no era extensa pero significativa: descanso
dominical, una solución definitiva al problema de las moscas,
vacaciones de dos semanas en verano y establecer cuotas
máximas de leche y kilos de carne a entregar semanalmente.
Todo sonaba muy bien, pero aún no se resolvía como poder
comunicarnos con el granjero, lo que hacía imposible proponer
nuestro pliego. Acordamos seguir trabajando en 2 comisiones
paralelas: sistema morse a través de movimientos de cola y
telepatía, aunque los resultados de ambos métodos hasta ahora
eran muy desalentadores.
El sol ya se había ocultado cuando terminamos la reunión, me
fui a dormir deseando dejar de ser una vaca.
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Capítulo II
Poemas seleccionados
Pena nocturna
Casas Ossa, Francisco
Anochece y
la pena emprende su vuelo.
Descarnada y libre surca
como un garfio el cielo nocturno,
desgarrando pechos, hincando sus
colmillos en los corazones descubiertos
de los hombres, nocturnos.
Visceral, como un dolor profundo,
como un abismal amor,
se vierte en las entrañas de los hombres,
nocturnos.
Oscurecidos, por la sombra de sus alas,
que son a su vez sombra y aleteos
de ave cautiva
súbitamente enfrentada a las estrellas.
Recorre en un paseo punzante,
los recuerdos, lo insondable,
lo breve, la vida.
Oscurece aún más
y los cuchillos se afilan,
solos, los hombres lunares
son víctimas de la pena, ellos
que viven en permanente noche,
apuñalados, nocturnos,
mueren,
porque es natural morir de pena,
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más aún para sus amigos,
que la ven natural y buena.
Sangre en el cielo
y
sangre en la tierra,
salve la sangre de los que escriben con ella
salve la que guardan todos por miedo a ser juzgados
salve la de los mártires,
santa sangre
derramada entera por la pena,
la de sus amigos
que la ven natural y buena.
La pena se aleja
en rumbo insaciable
el mundo que deja,
ensombrecido,
no puede ser el mismo
no debe ser el mismo.
Restos de guerra
rastros de su paso brutal y silente
un mundo de sangre fría solamente
es lo que queda tras su vuelo.
El corazón en un páramo
y la razón destrozada,
jirones de hombres
con el alma rajada.
Ellos,
nocturnos,
esperan ateridos el arrebol en el cielo
esperan
llorando
que la pena no los mate de nuevo primero.
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Algo (a)traes
Fleischmann Chadwick, Tomás
Con gratitud para Nena
Traes noticias a la casa, refundas este hogar,
nos dices que no te mostrarás tan fácil
corcoveas con la tecnología;
me atrae tu impaciencia a la ciencia:
te pido que nos des tiempo
para que bajes del monte como Zaratustra.
Tendremos que aprender a observarte.
Quizás tu madre lo sabe,
vas a tener que conocerla:
Te ha cuidado como a alguien
que ha conocido por años
y quiere agradecerle su compañía:
tenemos todo el tiempo
del tiempo por delante*
para conocernos y reconocernos.
* Enrique Lihn
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Muerte en el mar
Kirshbom Masri, Uri
Con vista a la playa,
mirando el mar,
se haya mi morada, cubierta de madera,
entre tierras y nada a las afueras.
Junto a mi amada
la espera he de llegar,
descansar junto a ella,
junto a la mar.
Días de lluvia han de pasar,
en fuego perezco
y en polvo me encuentro.
Junto a mi amada,
he de pasar.
me expando entre las olas,
me alejo de mis hijos,
y por fin mi descanso vendrá.
42
Una paloma
Medina Villar, Alejandro
Hinchado está siempre mi corazón altivo de paloma simple.
No sé cuándo germiné en esta ciudad extraña,
ni hacia dónde los dirijo con mi vuelo humilde
mis compañeros: la ortiga, la rata y la araña.
Qué envidia –me claman- dan tus alas, pichón fatuo,
que corten el terror negro de esta esquina fría
con tu sonoro batir, amarillo y perpetuo,
tu endemoniado aleteo de contento y dicha.
¡Extiéndeme la tierra, oh virgen de los parias,
que no da provisión esta pétrea podredumbre
y auguran mi alma tus ululares de inocencias!
En el azul reino volante soy su portento,
y entre los plomos matorrales atmosféricos
finjo con magistral asombro mi abatimiento.
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La voz y el bosque
Vera Vargas, Ignacio
Dentro del gigante bosque
La voz se encontraba perdida
Desprotegida, buscaba su armadura
Cuando por suerte un árbol le abrió su puerta
Se vio en un mundo nuevo
Tienes que sacrificar el pasado
Detener el tiempo
Viajar entre gamas de colores
Para volver nuevamente desnuda
Otra puerta se abrió
Eres el reflejo de tu espejo
Flecha arrojada por el destino
Que camina siguiendo huellas
En busca de la llave de la salida
No conforme, abrió la última puerta
“10.30 am. Ahí nos vemos”
“Es mi obligación”
“Pórtate bien en el colegio”
“¿Y cuánto te pagan?”
De regreso en el bosque
Agotada de oír tantas voces
Y ya tendida sobre el fino césped
…decidió oír su propia voz
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Capítulo III
Cuentos seleccionados
El niño por medio de la máquina
Arrigorriaga Suazo, Camilo
Era un día frío, como todos los demás, cuando C1760 se dirige
hacia I.A.M. Ella está ahí como siempre, constante, impasible.
C1760 había cumplido los 10 años ese día, lo cual lo facultaba
para recibir la 1º instrucción básica y hacer las preguntas que
estimara convenientes.
-C1760 toma asiento- dijo I.A.M. con su tono pausado y
sistemático- Esto tomará aproximadamente 42 minutos más
preguntas.
C1760 se sentó en el suelo, más cerca del monitor de lo que le
permitía el asiento.
-Soy I.A.M, el abreviado de inteligencia de asistencia materna y
he mantenido tus funciones cerebrales, vitales y emotivas en los
rangos óptimos durante estos 10 años. Ahora estas en la edad
programada para la instrucción que te permitirá desarrollarte
en el mundo civilizado que se ha creado para ti, en el futuro
tendrás a tu disposición los audio-breviarios sobre: decadencia
política y destrucción natural, proceso de reconstrucción
automatizada, crianza y corrección del egocentrismo, entre
otros.
-Aceptado- sentencio C1760 solemnemente-.
-Prosigo, en los tiempos del homo sapiens hubo un factor
que se repetía constantemente, la voluntaria limitación del
conocimiento por parte de la mayor parte de la población y
la inadvertencia de esta limitación por medio de enaltecer
personajes con aun menor conocimiento para así sentirse
mejor consigo mismos.
-No comprendo, para esa época deberían conocer la
45
importancia del conocimiento y me parece ilógico que a pesar
de percibir la importancia de su entorno, lo destruyeran de esa
forma.
I.A.M procedió a proyectar un video en el cual se veía como
cazaban y extinguían distintas razas de seres inteligentes,
discursos políticos, mientras C1760 abría los ojos más y más,
hasta que al ver imágenes de animales marinos ahogados por
basura, niños muriendo de hambre, animales de producción
industrial que nunca pudieron ver la luz del día, C1760 no
puede contener las lágrimas y el horror que lo embargan.
- C1760 tu sobrecogimiento es natural, pero el principal error
de tus ancestros fue no ver lo que sucedía y centrarse en el
propio bien, se perdieron en su miedo, el miedo de aceptar
la realidad y de aceptarse ellos mismos- dijo I.A.M con un
artificial tono materno- el homo sapiens no es más inteligente,
mas habilidoso o tiene mayor potencial en comparación con
otras razas, aunque se empeñó en negarlo, su característica
distintiva es el miedo y fue el miedo el que lo llevo a desarrollar
otras cualidades, fue el miedo el que lo llevo a esconderse entre
muros y fue el miedo el que lo destruyo, se temían tanto unos a
otros que terminaron destruyéndose mutuamente.
El video continuo, revelando como fueron luchando los países,
bombardeándose unos a otros, dejando la tierra inservible,
creando mares de fuego, traicionando alianzas y llegando
incluso a tomar esclavos entre los prisioneros de guerra.
-Aquí hay un punto crucial –explicaba I.A.M. mientras ponía
pausa al video- después de este punto quedo una sola nación
en pie, se llamaban a ellos mismos los “emisarios de la paz” y
“pueblo superior”, mas esto no duro mucho tiempo, al no tener
enemigos contra quienes luchar ya no tenían nada en común y
el débil lazo que los unía se rompió.
-Pero ¿por qué?- preguntó C1760, sin poder dar crédito a lo
que oía-Si recuerdas, te mencione que el miedo es la cualidad distintiva
del homo sapiens, nacen con miedo y lo tienen hasta el día que
46
mueren, y esa característica evolucionó en lo que llamamos el
gen del egoísmo, es la verdadera cúspide del potencial humano
y sin espacios de naturaleza que les pudieran enseñar que
existe un equilibrio, se transformaron en lo que te he descrito,
unos monstruos inseguros sedientos de poder. Cuando la
distracción a la que llamaban “pan y circo” concluyo, cada uno
de los que quedo intento asegurar su propia estabilidad, los que
tenían recursos se atrincheraron con ellos y los que no tenían
tanto como querían, robaban y asesinaban hasta obtenerlo, las
instituciones fueron abandonadas y cayo toda ley y gobierno.
La destrucción siguió hasta que no quedo ningún alma en pie.
-pero entonces ¿cómo estoy yo aquí?- preguntó C1760
conmocionado- yo soy un humano ¿no?
-Sí, eres humano.
-¿Entonces?
-Eres un experimento, el último ser humano-dijo I.A.M con el
tono más maternal que pudo producir su sintetizador de vozfuiste criado en cautiverio para comprobar la manifestación
del gen egoísta y así no vuelva a producirse un raza destructora
como el homo sapiens.
C1760 se quedó en silencio durante horas, tan inmóvil que solo
por su respiración se podía apreciar que seguía vivo.
-Lo siento, yo también soy egoísta- dijo C1760 con un hilo de
vozSe levantó y arrojo la pantalla al piso usando toda la fuerza
que la desesperación le daba, el sentimiento de no querer vivir
atrapado por esa responsabilidad lo abrumo y tomo un trozo
de vidrio, y con las manos temblando sin control apenas pudo
lograr cortarse la garganta para así morir desangrado entre
incontrolables convulsiones.
Al momento las paredes se alzaron y entraron varias personas
en bata.
-Claudia, este es el decimoquinto producto que se suicida este
mes, si no quieres cambiar el sistema tendrás que explicárselo
a contabilidad.
47
-Debemos producir productos sanos, buenos y amables, algunos
productos sobreviven el proceso y otros son defectuosos, es
así como funciona. Ahora cierra la boca, llama a limpieza y
sigue trabajando, debemos entregar 200 esta semana y vamos
atrasados.
48
Los Gatos
Bravo Gómez, Natalia
Los gatos son más que nosotros, nos sobrepasan por dos a uno.
No siempre fue así, al principio nosotros éramos cinco y el gato
era uno, pequeño y suave, inofensivo. La primera en irse fue la
Pame y la José, que la quería mucho, trajo otro gato para pasar
las penas. El tercer gato llegó sólo, maullaba un día en la puerta
y lo dejamos entrar, que mal día. Los otros gatos le hacían la
vida imposible de día y yo, ilusa, lo cuidaba; hasta que un día
en la noche los vi a los tres acostados juntos, se lengüeteaban
y se amasaban y apenas me vieron se pusieron a pelear, pero
no había caso en mantener la farsa, ya los había visto y al poco
tiempo no ocultaban a nadie su amistad.
La José andaba feliz y la Marta igual, tanto que llegó dos
semanas después con una motita de pelos blanca entremedio
del polerón del colegio, dijo que se lo había regalado una amiga
y yo, como siempre, partí a desparasitarlo y lo acogí. Pero las
dos se fueron juntas al año siguiente y yo vi alarmada que los
gatos iban a ser más que nosotras. Aún no podía olvidar como
nos habían engañado y le dije un poco tímida a las niñas “¿y no
se llevan a sus gatos?” a lo que se rieron y dijeron que no tenían
espacio; se despidieron de ellos con tanto cariño como de mí
y yo me quedé ahí con los gatos, que ahora sabían que nos los
quería conmigo y me clavaban sus ojos de colores extraños por
la espalda.
Éramos dos y ellos cuatro, pero a veces sentía que ellos eran
cinco y yo una; la Javi se movía como una sombra por la casa y
se reía de mi si decía algo de los gatos, se sentaba a ver tele con
los cuatro encima y no le importaba que le sacaran comida del
plato.
Cuando las otras venían de visita se portaban bien, si yo trataba
de contarles que cuando no estaban los gatos dormían en las
camas, comían de los platos, veían tele en los sillones y entraban
por la ventana del baño cuando me duchaba, no me creían, la
49
Javi se encogía de hombros, «están igual que siempre», decía,
mientras le pasaba comida a alguno por debajo de la mesa.
Pero no estaban, estaban grandes, gordos y silenciosos. Me
miraban, siempre. Una noche soñé que la Javi tenía orejas
peludas y cuando desperté agitada tenía a uno poniéndome su
nariz mojada en la cara; se bajó lento y se fue. Otra vez desperté
y había dos pájaros enteritos y cubiertos de sangre seca en mi
bajada de cama, casi vomité. La Javi se rió y me dijo que era un
regalo, que aunque yo no los quisiera ellos estaban agradecidos
de que les diera comida y los llevará al veterinario.
¿Sería verdad? ¿Estaba Volviéndome loca pensando en que los
gatos tenían personalidades y eran malos? Trate de ese episodio
y seguir como siempre.
Hasta esa noche al menos, cuando los vi. Me levante a tomar agua
y mientras caminaba al baño me llamó la atención la luna casi
llena y me asome a mirar el patio; estaban los cuatro sentados
debajo de la higuera, en círculo. Me acerqué a la ventana para
ver bien y los escuché maullar, por turnos, mirándose a las
caras; parecían personas hablando, o esos perros del cuadro
que juegan poker. Con la conmoción pase a mover la cortina
y todos se dieron vuelta a verme al mismo tiempo. Volví a la
cama con el corazón acelerado y sólo conseguí dormir un par
de minutos esa noche, tenía miedo.
Después de eso todo cambió de manera drástica y hostil, me
acosan, me miran en todo momento, botan mis cosas y tratan
de botarme a mí caminando entre mis piernas. La Javi está cada
día más rara y en un mes no ha venido ni la Marta, ni la Jose
ni la Pame. Hemos hablado por teléfono, pero tengo miedo de
lo que puedan hacer los gatos si llegan a saber que les conté,
porque me escuchan, así que no les digo nada.
Ya no me habla la Javi, apenas come, pero a veces le maúlla a
los gatos. Hace dos noches uno de los gatos desapareció, he
intentado hablar con la otras niñas después, pero ninguna
contesta, ¿después de cuantos días debería preocuparme?
El gato volvió, pero las niñas todavía no contestan. Hice mi
50
maleta y me voy a verlas, espero encontrarlas; le pregunté a
la Javi si me acompañaba, pero sólo me devolvió una mirada
desde el fondo de su pieza en penumbras... nada más se le veían
los ojos. Al salir le puse llave a la puerta de la casa y perrito Rex
me siguió hasta el portón, al que le puse candado; me miro con
dudas, porque claro, le dejé comida a los gatos, pero no a él.
51
Otra vez
Buchholtz Fontova, Alejandra
Mañana la iré a buscar. Me despertaré temprano y, sin salirme
de la cama, terminaré mi conferencia. No abriré las persianas,
la vista del cerro me distraerá. No editaré, no habrá tiempo.
Tomaré mi desayuno habitual, café y yogurt natural con chia,
miel y polvos de colágeno hidrolizado. No quiero partir el día
de diferente forma, quiero que todo suceda como si todos los
días fueran así. La ducha será corta y fría para despejarme de
los efectos que me producen los ansiolíticos. Me vestiré de
negro, como lo hacen muchos de los que se dedican a mi oficio.
Cambiaré las sábanas. Solo llevaré la billetera, dejaré el celular.
La cama quedará abierta y la puerta del departamento sin llave.
Bajaré por las escaleras para evitar encontrarme con la vecina
del cuarto piso. No, no la evitaré. Tomaré el ascensor y al
encontrarme con ella actuaré como lo vengo haciendo, como
un hombre asexuado, la miraré como si no me provocara nada.
Suspenderé todos los pensamientos que me surgen cuando la
veo. Olvidaré los cuentos del conserje; testigo de hombres que
salen del edificio como ratones mordisqueados, rasguñados
por una gata. Para mi es más bien una perra, un día la sacaré
a pasear. Me bajaré en el primer piso, la mujer seguirá hasta
el subterráneo, una vez más, llena de rabia. Sabrá que no soy
asexuado y que algo me provoca. Saludaré a Rubén; se me
acercará con algún cuento nuevo. Volveré a imaginar a Rubén
encerrado en su caseta, con las cortinas abajo, apretando con
la perra del edificio, rogando para que le entierre sus uñas.
Lo dejaré atrás, él me seguirá, contándome historias que no
escucharé.
El día será soleado. Comenzará Octubre. La calle estará llena de
movimiento. Será día de semana. La moza de la cafetería saldrá
a mi encuentro. Seré amable con ella, pero no me tomaré el café.
Quedará decepcionada. No fantaseará con mis insinuaciones.
52
No lo pensaré, no le daré ninguna vuelta. Me pararé fuera de su
casa y tocaré el timbre. Aparecerá ella. Llevará puesto su vestido
de lino azul. Se verá cansada, me gustará así. Me sonreirá. Los
niños estarán en el colegio. Descuidada, dejará la reja abierta.
No se lo haré notar.
Por primera vez le tomaré la mano, se dejará tomar. Caminaré
junto a ella sin prisa y sin palabras. Pasaré al consultorio y ella
se vacunará, así no se contagiará. Tendré paciencia y esperaré
hasta que reciba la tercera dosis.
En el metro el gentío la acercará a mi, dejaré que se afirme
como pueda, quedará parada frente a mi, evitaré su mirada. La
gente nos acercará más aún. Inevitablemente caerá mi mirada
sobre la de ella. Apoyará su cabeza bajo mi barbilla. Su pelo
largo y desordenado se enganchará en uno de los botones de
mi camisa. No me daré cuenta hasta bajar del carro. Tratará
de desprender su pelo de mi pecho. Me gustará avanzar
por el andén teniéndola atada a mi. De un tirón logrará
desengancharse, dejará unas mechas rubias ahí. Me reiré, ella
también.
Caminaré por las calles del centro hasta llegar al parque, la
llevaré abrazada por la cintura, agarrándole con mi mano un
pedazo de vestido. No dirá nada. Al llegar al árbol apoyaré sus
espaldas. Llevaré mis manos por debajo de su vestido hasta su
cintura. No he planeado tocar algo en el camino. Lo haré así
porque querré rodearla y acercarla hacia a mí con mis manos
sobre su piel. Los caminantes se pararán a mirarla, con su
vestido subido y sus piernas a la vista. Me acercaré lentamente
a su boca, sé que sentirá gusto a cigarrillo, pero luego no lo
notará. Le daré un beso que durará más de lo que ella sentirá.
Se le hará corto. No querrá separarse de mis labios. La presión
le bajará. La tendré tomada con fuerza. No insistiré con otro
beso. Habrán personas observando.
Le daré un momento para reponerse, luego haré que corra tras
de mi. Me adelantaré para entrar primero en la librería. La
esperaré en el piso subterráneo. Bajará las escaleras, quedará
53
encantada con el lugar. No me acercaré a su boca habiendo
libros alrededor. No, delante de los libros no. No será una
historia para unas páginas de papel. Tomaré cualquier libro,
lo abriré y le recitaré poemas que sé de memoria. Sentirá
angustia, la abrazaré y terminaré la poesía en su oído. Se sacará
las lágrimas y me sonreirá.
La visita a la tanguería quedará para otro día.
Pararé un taxi, entrará ella primero, su vestido quedará
recogido. La ayudaré a acomodárselo. En el corto viaje iré
pensativo, ella irá mirándome. Pasaremos frente a su casa,
ya alguien habrá cerrado la reja. Se verán los niños en el ante
jardín. Ella parecerá no poner atención.
El taxi parará frente a la fuente. Me sentaré ahí a fumar. Solo
serán dos. A ella no le gustará, pero se acostumbrará, seguro
después me acompañará con gusto. Lavaré mis manos en el
agua. Las pasaré por su pelo. Ella se lo recogerá. Se verá muy
linda, pero siempre cansada.
Entraré al edificio, Rubén mirará y juzgará. Pensará que no
se parece a las otras. En el ascensor volveré a acercarme a su
boca. En el cuarto piso se detendrá el ascensor, se abrirán
las puertas y esa mujer interrumpirá soltando una risita. No
subirá. Esperará que vuelva desocupado.
En el séptimo piso me bajaré y ella detrás mío. Con un
empujoncito abriré la puerta. Me seguirá hasta la pieza. No
subiré la persiana, solo moveré las tablillas. Entrará algo de
sol. Las sábanas se verán a rayas. Sobre la cama el vestido azul
también será rayado. Lo subiré muy lento, sin llegar a sacárselo.
Su cuerpo no será más imperfecto de lo que imaginé. Sus
pechos serán pequeños. No me importará.
Allá afuera no habrá tiempo, ni espacio. No habrá hombres, ni
mujeres. Solo quedarán los dioses. Aquí, sobre la cama, todo
será tiempo, todo será espacio. Aquí la única mujer besará al
único hombre. Cerraré las persianas, desaparecerán las rayas.
Recordaré los versos de Teillier: Es cierto que haremos el amor/
Y lo haremos como me gusta a mí:/ Todo un día de persianas
54
cerradas/ Hasta que tu cuerpo reemplace al sol. Su cuerpo
reemplazará al sol, pero no haremos el amor. No todavía.
Esperaré que reciba la tercera dosis. Será otra forma, no podrá
nombrarse “hacer el amor”. Será algo nuevo. A ella le gustará y
querrá hacerlo varias veces.
Son las tres, estoy muy cansado, no puedo dormir, lloraré
mucho esta madrugada, quizá hasta el amanecer, porque nada
sucederá mañana, nunca me pararé frente a su casa, jamás
tocaré su timbre y menos me acercaré a su boca.
Mañana pasearé a la perra.
55
No me acuerdo
Cáceres Sánchez, Javier
Suelo bajar de mi habitación al living a tomar el té con mi
madre todos los días a la misma hora, para que se forme esa
instancia de madre-hijo que a mi parecer, todos deberían tener.
Siempre se genera un momento para conversar.
A veces mi madre me relata historias de variado tipo, me cuenta
sus chismes sobre sus amigas, hechos sobre los libros que leyó,
y también sobre series de televisión que a mi gusto ninguna
gracia tienen, aunque en general detesto la televisión en sí, así
que dudo que cualquier comentario al respecto ya sea de mi
madre o de otra persona, me pueda agradar mucho.
El punto es, que desde pequeño he sido un hombre disperso, y
no soy nada viejo, solo tengo 21 años. ¿Y qué tiene esto que ver
con la introducción sobre la cotidianeidad de los comentarios
de mi madre? Pues que mi madre me reta porque me cuenta
todo esto y yo ando en otro planeta.
Es más, quizás a varios les pasa que les preguntan que qué les
pasa o que piensan cuando se quedan paralizados pensando en
algo y ustedes responden “nada”, cuando en realidad estaban a
punto de descifrar un enigma que ni ustedes mismos entienden,
porque cuando ya los sacan de ese estado, no hay vuelta atrás.
A mi me pasa que siento que me pierdo en distintos caminos
que hay en mi mente, y empiezo a mezclar caminos entre
sí, haciendo relaciones entre variados temas que me hacen
meditar temas nuevos, y así voy avanzando en estos caminos
infinitos que se ven interrumpidos por algún factor externo a
mi cabeza, lo que me entorpece mi estado de avance sinfín por
mis propios caminos mentales.
Me gustaría avanzar por estos hasta sentir que me pierdo, mirar
un punto fijo y no saber dónde estoy caminando. Y avanzar
infinitamente hasta encontrar, no un lugar que conozca, sino
hasta encontrar otro punto donde mirar, a ver si vuelvo a este
mundo o quedo en otro mundo más.
56
Y así voy avanzando en estos caminos tal como avanza el
tiempo y junto con el tiempo la vida misma, porque ya no
sé cuánto tiempo habré gastado en tantas veces que me he
quedado pensando hechos que jamás sucederán, o que al
menos creo que no sucederán, porque ni si quiera sé cuánto
tiempo he gastado, ni cuánto tiempo viviré ¡Espero que sea
bastan...-¡Adolf! ¡No me estás oyendo! ¿Qué estás pensando?
57
Las mañanas de Marta
Chong Mena, Domingo
Hoy, al igual que todos los días, Marta se reúne con sus viejos
amigos alrededor de la pequeña mesa situada a un costado de
la cocina frente al televisor. Al igual que siempre se levantó un
poco más temprano para ordenar la mesa, colocar los platos
donde se servirá el pan, situar “suavemente” las pequeñas
tazas que parecen bailar al ritmo de su artritis. Cada vaivén
de la taza le recuerda su viejo conjunto de tazas. Ese juego que
compartió con varios ministros, diputados, senadores y toda
clase de personas distinguidas. Una lástima que la artritis me
haya quitado ese juego, pero bueno, nunca hay que quejarse
por la salud, siempre hay alguien peor que uno, basta con ver
a la Juanita, ella siempre tan alegre y radiante, y hoy en día
postrada en la cama, una desgracia como la dejó el accidente
vascular del año pasado, perdió la vista y el oído, que sola debe
sentirse. Una vez colocada toda la mesa sale a comprar el pan
al negocio de la esquina, es un proceso lento pero efectivo, don
Facundo ya la conoce y la atiende como toda una reina, le dice
lo bella que está y que cada día está mejor, igual que el vino.¡
Ay! Don Facundo usted siempre tan galán. En sus adentros
piensa sé que son sólo palabras de cortesía, pero un piropito
de vez en cuando no lo hace mal a nadie, y se ríe. Llega a su
casa y con la habitual parsimonia vierte el pan en la pequeña
canasta y la acomoda en el centro de la mesa. Endereza las
cucharas, abre la mantequilla y procede a comenzar el proceso
más complejo de esta especie de liturgia, servir el agua caliente,
Marta deja el agua servida antes de que lleguen sus amigos para
que no sientan lástima por ella, se enorgullece cuando le dicen
lo independiente que es, que cómo lo hace para mantenerse
así. Prende la televisión y espera a que lleguen sus amigos.
Todos llegan de manera puntual, se sientan en sus puestos
de siempre, conversan sobre los habituales temas; el tiempo,
la familia, el horóscopo, cuentan algunas anécdota y más de
58
alguno menciona algún consejo para la salud. El alma de Marta
se regocija con la compañía de ellos, pero al igual que todos los
días, apaga la televisión y ya todos se han marchado.
Diego, el poderoso
Cid Lagos, Pablo
Diego pasa varias horas al día recostado boca arriba con una
vestimenta que no es su favorita. Él dice que le falta la capa.
Suele mirar su amplio techo blanco mientras recuerda sus
hazañas volando sobre la Torre Eiffel. Mira sus paredes blancas
rememorando su viaje a Júpiter y Plutón. Todos los días, al
medio día, su concentración se ve interrumpida con la visita
de una marciana vestida de blanco, quien le recuerda que es el
momento de recargar sus poderes con dos barritas de clozapina.
59
Esterotipsoide
Contreras Urbina, Jorge
Esterotipsoide es un monstruo diferente, un monstruo con
características físicas que escapan del estereotipo de monstruo
que nos han vendido en la industria del cine. Su apariencia es
invisible a los ojos, ni un ruido le podrás escuchar, su tamaño
es desconocido pero su poder sobre las personas de la tierra
llega a ser letal. Este monstruo es creado por los propios seres
humanos y pertenece al siglo 21, su desarrollo en sus inicios
es desconocido, pero sabemos que hoy vive y se alimenta de la
industrial del marketing y televisión. Sabemos que sus objetivos
favoritos son las personas de la alta sociedad, aprovecha su
exceso de dinero porque según él este elemento nubla a las
personas de la realidad y facilita su ataque.
Una vez que el monstruo entra, será difícil eliminarlo dado que
no sabremos cuando se manifestará. Su manifestación no es
visible en él, si no sobre quien lo porta. Si bien la manifestación
es paulatina una vez erradicada será imposible de quitar.
En
un comienzo su manifestación se nota en el actuar de las
personas, desaparece la empatía lo cual genera que las personas
empiecen a pensar más en ellos que en los demás. Junto con
esto comienza a surgir la soberbia y la arrogancia, dos factores
claves dentro del desarrollo del monstruo, dado que gracias
a estos los seres cercanos comienzan a alejarse del individuo
lo cual inconscientemente genera debilidad en la persona.
Posteriormente el monstruo buscara aliados, otros monstruos
similares a él que estén actuando en personas cercanas a la vida
de la victima. Con esto las actitudes pedantes hacia el resto,
sobre todo con personas que no tengan su mismo nivel de vida,
se magnifica. El amor, dedicación y preocupación que tenia
sobre sus seres amados son sustituidos por la tarjeta Líder,
Ripley, Néctar, Presto o algún arma mortal que el monstruo
escogiera para sesgar las prioridades de la víctima. Muchas
veces el monstruo necesita debilitar físicamente a la personas
60
sin que esta se de cuenta, para ello utiliza un poder creado en la
industria de la moda, mejor conocido como bulimia.
Sumado a lo anterior el monstruo logra limitar el vivir de la
víctima, obligándola a vivir en un sector especifico junto a
otras víctimas para potenciarse y poder atacar a los hijos, amigo
y/o familiares de las víctimas. En Santiago su sector favorito
es el oriente, dado que en la oscuridad del cerro y senderos
aventureros, es mas fácil ocultar sus crías al momento de nacer.
Cuando un Esterotipsoide logra hacer que su víctima se
encuentre en soledad, olvidada por sus seres cercanos y
debilitada, entran a jugar poderes más letales y que solo se
ven en la fase final del ataque. La soledad junto con la angustia
consumen a la persona, facilitándole el camino a la depresión.
Una vez que esta se encuentra en su máxima desarrollo, el
monstruo cantará una canción, una que sonará espectacular
ante los oídos de la victima, dado que Spotify y 8 Tracks le
han dicho que es la mejor del mundo, pero esta no sabe que es
su forma de invocar a la muerte. Cuando la muerte se acerca,
la victima no tiene opción. Cuando el ataque a finalizado, el
escape de monstruo es fenomenal. No deja evidencia alguna,
solo al cuerpo de la víctima muerto y destrozado. Logrando
una imagen escalofriante ante los ojos de sus seres queridos,
los cuales no pudieron evitar que un suicidio sucediera en su
hogar. El monstruo solo les deja angustia, dolor y un recuerdo
amargo que los dejará débiles, pudiendo ser objetivos fáciles de
otro Esterotipsoide.
61
El destino de las hortensias
Cuevas Peña, Constanza
Comenzaba a amanecer y desde lo alto de mi casa observé
cómo las primeras almas del poblado Santiago emprenden viaje
a un nuevo día de trabajo, algunos con cara pálida caminaban
arrastrando los pies y las ojeras por el suelo, mientras otros
bien perfumados, peinados, con su maletín en la mano y ojos
brillantes, como si fueran a su primera entrevista de trabajo,
se dirigían con la frente en alto a tomar un taxi. Al pasar las
7:00 am, la locomoción colectiva iba de un lado a otro cada vez
con mayor frecuencia y los buses públicos subían gente donde
ya no cabía ni siquiera un maní, el motor medio averiado con
esfuerzo hizo mover esas sufridas ruedas, mientras un par de
jóvenes se colgaban desde las esquinas traseras del vehículo
para no pagar sus pasajes. Entre tanto los nocheros del recinto
donde vivo hacían su tradicional cambio de turno, hoy don
Ramiro, uno de los guardias más viejos, llegó silbando bastante
alegre, sosteniendo su periódico bajo el brazo izquierdo para
más tarde, luego de leer un rato, abrir las puertas del lugar justo
a las 9:00 en punto.
El sol comenzaba a iluminar los angostos caminos de tierra del
cerro Santa Lucia, las hojas húmedas por el rocío de la noche
resplandecían junto a las hermosas flores de primavera que van
brotando a lo largo del día, cogí una de esas Hortensias que
están al borde de una de mis piletas favoritas, tenía un color
lila celestial que combinaba con el antiguo vestido que llevaba
puesto, y su dulce olor me recordaba el perfume que me obsequió
Abraham para nuestro primer aniversario, aquella noche hubo
toque de queda nuevamente, los militares marchaban con sus
armas de guerra por las frías calles, no tenían piedad por los
pobres, ancianos o niños, pues los disparos se escuchaban no
muy lejos del edificio donde vivíamos y los gritos de muerte
eran espeluznantes, sin embargo, absolutamente nada lograría
que esa noche no fuera perfecta para nosotros, éramos jóvenes
62
enamorados y llenos de vida. Es así como bajo el marco de la
ventana del dormitorio, agachados para que no nos cruzara
ninguna bala de improvisto, concebimos nuestro amor por
última vez, mi piel era suave y juvenil, enredábamos nuestras
piernas hasta no distinguir cuales eran las mías, derretía mis
labios sobre su cuerpo y sentía como disfrutaba mi dulce aroma
a Hortensias escuchando su agitada respiración acompañada
de un grito de su corazón diciendo que me amaba; de ese
modo, los continuos disparos poco a poco se transformaban en
música, mientras soñábamos con que ese momento de amor no
acabara nunca. Los ruidos comenzaron a intensificarse, hasta
que un fuerte golpe en la puerta de entrada nos sorprendió. No
recuerdo nada después de lo anterior, a veces pienso que mi
mente no fue capaz de retener lo que haya visto, simplemente
porque destruiría lo poco que queda de mi alma. No volví a ver
a Abraham en un lugar que no fueran mis sueños.
Aún sostenía la Hortensia en mis manos, cuando escuché sonar
el cañón del medio día, entonces me apresuré a subir hasta la
cima del castillo ubicado en lo más alto del cerro Santa Lucía,
corrí lo más rápido que pude intentando no caer en las difíciles
escaleras de piedra y atravesé un par de paredes como atajo. Al
llegar arriba, observé como todos mis compañeros despertaban
del inframundo, algunos aparecían sutilmente desde el suelo y
otros afortunados desde sus estatuas de homenajes, era hora de
dar vida al paseo, otorgar esa esencia que los mortales llaman
“mística” o “mágica”. Encerrados entre las rejas del recinto la
única entretención que tenemos, es observar como las jóvenes
parejas demuestra su amor en los distintos lugares del paseo,
como vienen algunos grupos de excursionistas a conocer el
recinto, y mirar a un par de artistas que frecuentan el lugar
para pintar, fotografiar o tocar una serenata.
Hoy parecía un día especial, las rosas lucían hermosas, mis
compañeros paseaban de buen humor y la música de un
trompetista nos motivaba a bailar. En ese momento, bajó con
cuidado por las escaleras de piedra, mi querido Benjamín
63
Vicuña, el sol estaba tan radiante que hacía brillar la calvicie
de su cabeza y resplandecer su sonrisa bajo su típico bigote,
me invitó a bailar y no nos detuvimos hasta llegar la noche,
la gente paseaba entre nosotros y la plaza Arturo Prat estaba
irónicamente llena de vida. Me sentía muy feliz, todo había
sido perfecto, sin embargo, un vacío me llenaba desde siempre,
a Abraham le encantaba bailar y nuestros cuerpos se movían
uno en función del otro en una completa armonía.
Comenzaba a caer la noche, aún nos visitaban algunos grupos
de jóvenes, el peligro en el cerro era inevitable, existen muchos
lugares oscuros donde algunos maldadosos suelen esconderse
y buscar víctimas de robo o violación, ahí es dónde comienza la
acción para nosotros, pues a pesar de los modernos sistemas de
seguridad que han establecido, nadie cuida mejor una casa que
su propio dueño, y en nuestro hogar no admitimos malandrines.
Un viejo bastante alto de barba y bigote descuidado, pantalones
sucios y rotos en las rodillas, ojos caídos medios rojos que
delataban su adicción a algunas drogas y repugnante olor a
vino tinto, observaba a dos jovencitas que compartían una
cerveza bajo la sombra de un gran árbol, se acercó e intentó
conversarles con una notoria intención de perversión, al no
lograr nada más que un gesto de repulsión, accedió a acercarse
aún más a ellas, deberían haber huido pero las crédulas e
inmaduras niñas insistieron en quedarse. El tambaleante viejo
sacó un cuchillo de su bolsillo, las jóvenes gritaron e intentaron
escapar, no había nadie más cerca que un par de espíritus, el
grito era en vano e hirió a una en la pierna, su amiga escapó
y entre lágrimas la escolar de cabello castaño creyó que era su
fin, pensó en que desobedeció a su madre al venir al cerro a
estas horas de la noche, entre un par de pensamientos, mejillas
mojadas e intentos de rasguños al hombre, su atuendo parecía
más frágil y antes de suceder lo peor, Don Benjamín, el valiente
de espíritu inquieto montaba imponente su caballo, gritó con
su voz gravemente proyectada -¡suelta a esa mujer! Que el
cerro Santa Lucía es para almas puras caídas en tiempos de
64
guerra, para los grandes artistas que expresan el espíritu de
nuestra ciudad en sus obras, para jóvenes que experimentan
el mundo en nuestras tierras y llenan de pasión las esquinas
más lúgubres; los olvidados combatientes de la muerte y
acechadores de la vida pura, como tú, son exiliados o deberás
asumir las consecuencias de quedarte- la joven desmayó de
impresión al ver la aparición del hombre que salvó su vida, mis
ojos brillaban y el corazón se alteraba al ver tal acto heroico, y
el viejo ebrio insistió en quedarse hasta perder la respiración.
Observé a Benjamín, me aproximé a la joven y la cubrí entre
mis brazos, sané su herida, la besé en la frente y la sentí como
mi hija, era tan frágil, delgada, su piel era de ceda y su expresión
de porcelana, me pregunté cómo habría sido mi hija si hubiera
nacido, con ojos grandes y pestañas largas como las mías, o con
la dulce mirada de Abraham bajo una ancha frente cubierta por
sus risos rebeldes; a veces sueño con su delicado cuerpo sujetado
por los fuertes brazos de mi amado, ambos sonriéndome pero
sin poder tocarlos y abrazarlos. Comencé a llorar, las lágrimas
caían desconsoladamente, se deslizaban hasta mi boca, eran
más saladas que de costumbre, un par cayeron sobre la frente
de la niña, se despertó, la solté y corrí hacia el castillo. Benjamín
aún estaba ahí, me siguió cuidadosamente hasta la entrada del
castillo Hidalgo, me detuve y acaricié mi barriga mientras me
preguntaba nuevamente cómo había llegado hasta aquí y dónde
había quedado la mitad de mi alma, por qué no volví a enredar
mis dedos con los de mi amado y en qué momento la típica
vida de una santiaguina se convirtió en un desolador destino
en el cerro Santa Lucía. A veces pienso que he muerto en vida,
que me eh vuelto bastante loca como para creer que este cerro
existe realmente, con sus largos caminos de tierra, hermosas
piletas, pequeñas ánimas jugando alrededor, extrañas escaleras
y un castillo encantado donde las personas vienen a casarse;
quizás realmente estoy en uno de esos centros psiquiátricos y
Abraham cuida de mí, no en mis sueños sino en la realidad
que mi mente no puede asumir. Mientras pensaba en voz
65
alta, Benjamín sostuvo mi mano, yo sabía que él conocía las
respuestas a todas mis incertidumbres, pero por alguna razón
nunca me había comentado nada, le dije- quizás tengo un deber
que cumplir en este mundo y por eso no me dejan descansar
en paz- observó mis ojos vidriosos, secó mis mojadas mejillas
y se disculpó- yo soy bastante más viejo que tú, estuve el día
en que llegaste aquí, eras aún más delicada que aquella niña
que salvamos hoy, me enamoré de la figura tras tu vestido lila,
en más de cien años, nunca sentí tal sensación, luego de tener
ocho hijos con la mujer de mi vida, Victoria, y que un ataque
fulminante sobre mi cabeza en una biblioteca me haya traído
hasta aquí, supe que no quería perderte, en un mundo donde
las ánimas no existimos, la soledad es cruel, pero ver tus labios
cada día enciende lo poco y nada de vida que me queda, tu
boca es pequeña y tus mejillas coloradas como las de mi dulce
esposa. En fin, no deseo quitarte más tiempo…
Era una tarde donde el sol no quería salir de atrás de las nubes,
se escondía como si supiera que algo terrible pasaría en este
lugar, una leve llovizna cubría el centro de Santiago, las botas
de los militares estaban empapadas de barro y la gente ya
comenzaba a correr hacia sus casas antes de que oscureciera.
Por los binoculares de la parte más alta del castillo Hidalgo,
observaba como una bella mujer se probaba un nuevo vestido
lila como el color de las hortensias en primavera y deseaba que
el clima se pusiera más cálido para poder lucirlo en un paseo
junto a su amado esposo, caminando junto a la hermosa bebé
que esperaban. Ella se encontraba llena de vida, su sonrisa y
carisma al observarse en ese antiguo espejo me recordaba la
juventud de mi difunta esposa, debo admitir que a veces pasaba
horas en ese lugar, observando como el país se desarrollaba y
cambiaba a un lugar desconocido para el antiguo intendente de
Santiago. Luego de un par de días después de haber deslumbrado
por primera vez aquella belleza, en la noche, cuando se
intensificaban los disparos y los gritos ya no dejaban conciliar
el sueño, salí de mi sepulcro y subí nuevamente hasta lo más
66
alto del paseo. Puse una antigua moneda dentro del binocular
y observé, las calles estaban nuevamente bañadas de rojo, ya se
había perdido el control y miles decaían ante la fuerza, algunos
ponían resistencia mientras otros se encontraban resignados
ante el poder, a unos varios también les hubiese pegado un
tiro pero a otros me parecía injustificado. Se acercaban al
departamento de la joven, las luces se encontraban apagadas,
creí que no la descubrirían, sin embargo, no tardaron mucho
para encontrarla, encendieron todas las luces y golpearon
fuertemente cada puerta hasta llegar a la habitación principal,
ahí estaba ella desnuda con su tersa piel, con su cabello suave
y brillante, las mejillas sonrojadas y una expresión de miedo
que me partía en pedazos, como desear ayudarla. Su esposo se
puso en pie desnudo con los brazos sobre la cabeza y pidió que
no le hicieran daño a su mujer, que estaba esperando a un hijo,
sin embargo, nada les importó, no dejaron ni siquiera que el
pobre hombre terminara sus palabras y le dispararon, ella gritó,
el grito más desgarrador que nunca olvidaré, los hombres la
tomaron de los brazos y pies, no vas a querer escuchar el resto...
Un par de horas después, la bella perdió lo colorado de sus
mejillas, estaba pálida como el invierno, le pusieron el vestido
lila y le dispararon en el corazón, no podía creer lo que estaba
viendo y la impotencia me desgarraba el alma, hasta el último
segundo terrestre, ella acarició su barriga y soñó con que su
bebe viviría. Los crudos hombres, sabían que podrían pagar
muy caro por lo que habían hecho, entonces la pusieron dentro
de una bolsa y la trajeron por la oscuridad de la noche al cerro
Santa Lucía. La botaron como basura, no supieron apreciar la
belleza de una flor en primavera y se fueron sin remordimientos.
Seguí cada uno de sus pasos y a penas la dejaron fui a verla, la
acaricié, la besé, y su alma se quedó conmigo para siempre.- ¿y
qué sucedió con esos hombres? Pregunté desesperada entre mis
lágrimas.-Dos de ellos fueron fusilados en el golpe, nadie visitó
nunca sus lápidas y el tercero aún sigue con vida, lo ves todas
las mañanas llegar con una sonrisa en su rostro y el periódico
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bajo su brazo izquierdo.
En ese momento sin vacilar ni siquiera un segundo, la bella
se puso de pie, corrió descontroladamente. Don Ramiro, venía
llegando, silbaba bastante alegre, sosteniendo su periódico bajo
el brazo izquierdo para más tarde, luego de leer un rato, abrir
las puertas del lugar justo a las 9:00 en punto. Él nunca pensó
que un día tan corriente de primavera, cuando se cumplían ya
veinte años del gran golpe militar y de aquella noche en que
Santiago se tiño de rojo, la mujer más bella que pudiera haber
visto en su vida corrió con un cuchillo y se lo implantó en el
corazón, vengando la muerte de su esposo Abraham, su hija
aún no nacida y el sufrimiento del purgatorio.
Luego de eso, ella se elevó por los cielos, una luz resplandeció
e iluminó todo Santiago, ella miro hacia abajo, se despidió de
su amigo Benjamín y siguió su camino donde la esperaba su
esposo con los brazos abiertos para darle el beso que rompe las
barreras de la vida y la muerte.
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Maldita Resaca
Díaz Arias, Rodrigo
¿Dónde estoy? ¿Y mis amigos donde se encuentran?
Dolor de cabeza, maldito dolor de cabeza.
¿Dónde estoy? Lo último que recuerdo es a Chris sirviéndome
un trago, una piscola o quizás una roncola, no estoy seguro,
pero ese sabor amargo que no se quita con nada no puedo
sacarlo de mi boca.
Hagamos un recuento, todos juntos fuimos a buscar a Chris
a su colegio, luego nos dirigimos a casa de Martín para hacer
la larga previa que teníamos planeada. Tras unos cortos de
whisky, nos dio ganas de comer algo, para luego ir a la fiesta
de… espera, ¿fiesta de quién era?
Resaca, resaca que no me deja pensar, si tan solo tuviera un
Tapsin para refrescar esta cabeza seca.
No era fiesta de nadie, claro. Era una fiesta en un cerro de
Manquehue en el que cualquier persona podía asistir, con
razón no podía recordar. Jajaja.
Entonces debo estar en algún lugar de esta pequeña montaña,
tal vez me perdí en medio de la noche o simplemente me quede
dormido en el sitio, aunque lo dudo. Más bien parece un bosque
para alejarte unos días de la inmensa masa que habita Santiago.
Quiero salir de acá, árboles y rocas, ¿Quién las quiere ver?
Solamente un forastero.
¿Me estarán buscando? ¡Por supuesto que sí! , ¿Quién dejaría
a un amigo en medio de la nada? Por lo menos, yo no. ¡Ya se!
Mi celular, en este bolsillo lo deje la última vez que recuerdo
haberlo usado. Sin duda, no está.
Por ebrio te pasa Tomás, por beber excesivamente hasta ni
saber dónde estás.
Caminar, encontrar a alguna persona en el cerro. Vagar, hallar
el camino para salir de este abismo. Ojalá no me encontrara en
este lugar, podría estar descansando, reposando en mi cama
69
con chocolate caliente y no en este frío otoñal.
¿No quieres quedarte acá querida resaca y dejarme marchar?
Nunca más tomo, lo juro. Que mentira más grande, lo habré
dicho más de cinco veces, ¿cierto? SiTomás, ahora concéntrate
en subir este tramo y deja de hacerte falsas promesas que sabes
que no cumplirás.
Mucho rato caminando, me estoy cansando bastante, pero por
lo menos ya estoy divisando el gran Santiago. Uff, esta bajada
cada vez está más pronunciada, si no me acompañara esta
resaca todo sería más fácil.
Cuidado Tomás, no resbales… Al parecer te está ganando
la montaña. Cuidado con esas piedrecitas, pon atención al
camino, tendrás que saltar acá.
¡Oh! El canal es un poquito grande, voy a tener que saltar.
¿Estás listo? 1 2 3.
Maldita resaca.
70
Morfeo muere
Díaz Faúndez, Paula
En cuestión de segundos, la dimensión del pasado volvió a
absorberlo en una infinidad de olas que chocaban contra las
rocas. Lo tomaban de los pies para arrastrarlo hasta el fondo
del océano, donde lo dejaban abandonado y temeroso al futuro.
Abrió los ojos y se vio sumergido en un mar de oscuridad que
lo asolaba de la forma más increíble. Los colores y las figuras
habían desaparecido de su campo de visión, siendo imposible
ver las propias palmas de sus manos. Cerró sus párpados y los
volvió a abrir, únicamente para encontrarse con una situación
un tanto distinta. La sustancia viscosa había desaparecido de su
alrededor y un calor embriagante lo azotaba como si estuviese
en el mismo infierno. Y de una u otra manera, podría haber
estado en aquel lugar. En donde no todo era rojo, no había un
sujeto con aires de grandeza dándole órdenes y tampoco un
ejército de desgraciados que habían sido lo suficientemente
descuidados para terminar en tal aterrador lugar. Pero sí era
un infierno al fin de cuentas. Si existía el cielo en la tierra,
también existía su antagonista, o al menos eso era lo que creía.
Tal vez el lugar no estaba completamente lleno de fuego, pero sí
se apreciaban llamas alzándose en lo alto, algo camufladas por
montoneras de humo que nublaban su visión y dificultaban su
respirar. Cayendo al suelo, tocó una de sus piernas para sentir
de inmediato que su palma comenzaba a humedecerse. Sangre.
La sustancia rojiza comenzó a empapar su pantalón, pero no
le importó. El sol quemaba como si fuese el último día de
brillo de tal majestuosa estrella y los sonidos de los disparos
impactaban contra sus oídos, pero eso tampoco detuvo su
actuar. Manteniendo el equilibro, arrastró ambas piernas para
posicionarse detrás de un promontorio de arena. Sabía que
eventualmente sería descubierto pero intentó alejar cualquier
pensamiento pesimista de su cabeza. Portando un rifle de
71
calibre elevado, lo colocó sobre su hombro y entrecerró uno
de sus ojos para apuntar con precisión. ¿Su víctima? Él mismo.
Tragó saliva en un inútil intento de disolver aquel nudo recién
formado en lo más profundo de su garganta y sus dedos se
movieron tambaleantes sobre el gatillo.
Pero no disparó de inmediato. Se quedó un par de minutos
observando a aquel muchacho que se paseaba entre las víctimas
fatales como quién se pasea entre infantes en un parque
de diversiones. La única diferencia era que el aquel centro
recreativo carecía de todas las atracciones que uno imaginaría
encontrar. La rueda de la fortuna había sido reemplazada por
tanques de guerra, y los objetivos que uno debe apuntar para
ganar un oso de felpa en alguno que otro juego, ahora se trataba
de civiles que habían sido llamados para defender su nación.
Muchas veces sin quererlo, sin desearlo. De todas formas, allí
estaban. Sabían que una negativa no era una respuesta aceptada
por terceros y que de rehusarse, hubiesen perdido su cabeza al
cabo de tres segundos, que eran los segundos otorgados para
jurar lealtad o negarla. No había un intermedio, eras un héroe o
un cobarde. ¿Y qué era él? Posiblemente la segunda opción. Sus
dedos comenzaron a temblar sobre el arma de fuego de cañón
largo que se acomodaba entre su cuello y su hombro, como si
hubiese pertenecido toda su vida allí. Ciertamente, el hombre
no tenía muchos conocimientos acerca del campo de batalla.
Diablos, lo habían entrenado un par de meses con aquella idea
onírica de que estaba preparado para salir a asesinar a quienes
habían atentado con la seguridad de una nación completa. Lo
habían bañado con discursos que derrochaban un patriotismo
camuflado con tiranía y un deseo de libertad que era opacado
por sentimientos y principios anarquistas. Pero el deber había
llamado y él era lo suficientemente egoísta para no ofrecer su
vida en bandeja de plata. No. Si iba a morir, prefería que fuera
sobre el campo de batalla. El miedo que lo ahogaba, ahora le
estaba dando una segunda oportunidad para dar la pelea, para
vivir. Con el corazón palpitando a mil kilómetros por hora y
72
una gota de sudor cayendo por su sien, tomó una bocanada de
aire llena de arena suspendida y dolor ajeno. Y apretó el gatillo
mientras sus ojos ardían de impotencia. Bastó sólo un disparo
para que la figura masculina se desplomara sobre la montonera
de hombres que ya habían caído defendiendo algo que creían
correcto. Una ola de dolor comenzó a invadir su cuerpo como
si cien navajas hubiesen sido lanzadas en su dirección para
posteriormente atarlo a un árbol y prenderle fuego. Una rabia
incontrolable creció desde el fondo de sus entrañas, y gritó.
Gritó con la esperanza de que el dolor se desvaneciera, pero en
cambio, el que comenzó a desvanecerse fue él.
Félix despertó al instante bañado en sudor y con los ojos
hinchados, como si hubiese estado a punto de largarse a llorar
como si se tratara de un crío de seis años que sueña con el
monstruo que duerme plácido bajo su cama. Los demonios
habían vuelto a atormentarlo con memorias del pasado que
quería enterrar tres metros bajo tierra. Los gritos, disparos y
sollozos de sus compañeros caídos habían vuelto a invadir una
pequeña habitación de madera que compartía en soledad. No
había nadie más, sólo él y sus pesadillas. Y bueno, está de más
decir que no volvió a cerrar sus párpados durante esa noche. Y
tampoco lo hizo en la siguiente.
73
Carmesí
Donoso Méndez, Valeria
Aporreaba el teclado como Beethoven alguna vez lo hizo con
las divinas teclas de marfil. Esperaba que su obra fuese al
menos un décimo de espléndida. Ya llevaba once borradores y
ninguno le convencía. Sabía que la historia indicada le llegaría
con la fuerza de diez tormentas y solo así sabría que era la
correcta. Hasta ahora, solamente había sentido ligeras brisas.
Con la mente agobiada, salió a caminar tan valiente como
solitaria en busca de distracción. Se acurrucó dentro de su
abrigo y anduvo hasta llegar a los pies de la iglesia, que se
alzaba hacia el cielo con su prominente campanario. A esas
horas de la noche no quedaban pecadores ni santos dando
vueltas. Sin embargo, sentado sobre los escalones del hogar de
Dios, un hombre de rostro sucio y ropa raída, desde el gorro de
lana hasta los insípidos calcetines, le tendió la mano y, con voz
ronca, le pidió “una ayuda, por favor”. Ofelia, sin inmutarse,
bajó la mirada y prosiguió su rumbo. A sus espaldas el mendigo
rogaba “por favor, tengo frío”, pero la muchacha caminó sin
mirar atrás, dio la vuelta a la manzana y volvió a su punto
de partida. Subió los pisos hasta su departamento y, una vez
adentro, preparó una taza de té caliente y pan con mermelada.
Con ambos en sus manos, salió nuevamente a la calle y se
reencontró con el mendigo, se sentó a su lado y le tendió la
pequeña merienda. Ninguno dijo una palabra, el hombre solo
la miró y, entre tanta suciedad, Ofelia vio unos cristalinos ojos
azules que le daban las gracias.
Algunos conocidos la habrían acusado de egocéntrica y con
justa razón, la verdad era que no solía ser de aquellas que se
interesaban por los demás, pero algo que siempre obtenía la
atención de Ofelia era el aroma de una buena historia. Amaba
tanto oírlas como escribirlas y adoraba mucho más vivirlas.
Aquella noche, después de semanas tratando de idear el relato
74
perfecto, no había sido el altruismo lo que la había motivado a
aproximarse al limosnero, sino las profundas ganas de oír algo
fascinante en vez de intentar crearlo. Sin rodeos, le preguntó su
nombre. El hombre, con la boca llena de migas, le respondió
Domenico. No le preguntó por el suyo y ella, en ese instante,
lo agradeció. Para estos momentos ya sabía que él no intentaría
asaltarla y, aunque lo fuera, no tenía nada que perder, sin
embargo, mantener su identidad en secreto le daba una
reconfortante tranquilidad. Empezó por indagar sobre su vida
actual, si estaba enfermo o si tenía algún refugio donde ir. Él
respondió a ambas que no. Ella esperó por alguna explicación
que nunca llegó, así que siguió intentando. Preguntó si conocía
gente del lugar y si es que tenía mucho frío, también le inquirió
sobre por qué vivía en la calle y por qué justo en esas escaleras. Lo
interrogó con cada pregunta que se le ocurrió, pero Domenico
no respondió ninguna, solo acabó su comida en silencio y
poco a poco sorbió el resto de té que le quedaba. Ofelia no se
rindió, hasta que le preguntó si era feliz. El mendigo alzó los
ojos diáfanos y la perforó con ellos. Llamas azules danzaban
en sus pupilas y sus cenicientas mejillas comenzaron a tomar el
color rojo de la furia.
— ¡¿Por qué no te vas, mocosa, y te dejas de molestar?!
La joven, sorprendida, se levantó de un salto justo antes de que
Domenico estrellara su taza contra el suelo frente a sus pies,
rompiéndola en montones de filosos pedazos.
— ¿Por qué te pones violento? —dijo cautelosamente Ofelia,
dominando sus miedos desde adentro. Sabía lo agresiva que
podía ser este tipo de gente, y no se refería a aquellos que vivían
en la calle, sino a quienes los ha aporreado implacablemente la
vida.
— ¿Por qué haces tantas preguntas? —contraatacó el hombre.
— ¿Por qué no respondes ninguna? –suspiró la joven.
Domenico le dedicó una sonrisa sardónica y se rió sin ganas.
—Ya te respondí mi nombre, para la próxima al menos trae
más comida —dijo con el sarcasmo desbordando a borbotones
75
de sus palabras.
Desconcertada por su repentino cambio de humor, la mujer
hizo lo posible por parecer impertérrita.
— ¿Si mañana traigo más comida, responderás? —prosiguió.
La sonrisa del hombre fue reemplazada por una mueca de
confusión en lo que sopesaba la propuesta. Él, muy serio,
respondió:
—Tal vez —y sin decir más, volvió a su lugar, acomodándose en
posición fetal hacia la pared. Ofelia volvió a casa aterrorizada,
pero decidida a regresar.
Como era de esperarse, la noche siguiente se presentó de nuevo
a los pies de la iglesia, esta vez con té, pan y un abundante plato
de sopa. Ahora aguardó que se atragantara con cada pedazo
de comida antes de hacer cualquier comentario. Su primera
pregunta la había pensado muy bien desde la noche anterior:
— ¿Tienes familia? —Estaba consciente de que podía ser
un tema delicado, no obstante la duda la atormentaba y no
encontró una forma más sutil de manifestarla.
—Tuve —le respondió el indigente con la mirada ausente—,
pero todos han muerto.
— ¿También vivían aquí, en la calle? —indagó Ofelia en apenas
un murmuro.
Domenico rió, esta vez con auténtica gracia.
—No, en aquellos tiempos ni siquiera habríamos tocado una
calle tan mugrienta y de mala muerte como esta. —El desprecio
en su voz le respondió a la joven otra pregunta que la desvelaba;
si es que la vida de mendicidad había sido una elección o una
obligación para él.
— ¿Por qué terminaste aquí, entonces?
El mendigo la observó con severidad.
—Para saber eso tendrás que volver otro día.
Aliviada de no haber sacado a relucir el mal humor de Domenico
esta vez, se levantó de las escaleras y fue a su departamento a
esperar pacientemente por otro día más.
Ofelia visitó a Domenico por más de un mes
76
ininterrumpidamente, se sentaba sobre los fríos peldaños que
acogían todas las secretas confesiones que el hombre tenía
para decir. Este comenzó por contarle de su vida anterior a la
miseria, una vida llena de ostentación, amor y amistades que,
por culpa de un mal negocio, cayeron como un castillo de
naipes tras un soplido. De vez en cuando se sacaba el gorro de
lana y dejaba a la vista un cabello rubio oculto por la suciedad.
Tomaba la tela entre sus manos y la estrujaba con ansiedad
cuando mencionaba a su antigua esposa. Domenico creía en
el amor tan fervientemente como Ofelia. Había amado con el
corazón y el alma a su mujer y había sufrido desastrosamente
cuando la perdió junto con su riqueza. La joven lo miraba sin
perderse ningún detalle de sus relatos y expresiones; nunca
había conocido a alguien que contase una historia semejante
con tal pasión. Una noche le preguntó si extrañaba todo eso.
—Solo lo extraño cuando me quedo a solas—respondió
Domenico, con la mirada cargada de significado. Él estaba
consciente de que aquella vida era una mentira, que cuando
estás cegado por el dinero cualquier atisbo que se asemeje al
amor es aceptado—.Estaba tan rodeado de lo material que solo
ansiaba un toque que pareciera humano —le confesaba.
Ofelia de a poco se acercaba más a él, algunas noches le llevaba
ropa además de comida y, aquella vez que Domenico se
presentó totalmente limpio y con las prendas que ella le había
otorgado, incluso se abrazaron.
—He juntado algo de dinero y he podido conseguir donde
darme una ducha caliente —le contó con la alegría de un
niño. Fue la única ocasión en que ella lo vio en su completo
esplendor: pulcro y sonriente. Ofelia estaba tan contagiada de
su alegría que lo llevó a comer a un restaurante para celebrar.
Brindaron con vino tinto y, al despedirse, ambos se miraron a
los ojos por eternos segundos antes de envolverse en un abrazo
aún más eterno.
La joven volvió a su departamento con una sonrisa tan grande
pegada al rostro que sentía que jamás se le desvanecería. Sin
77
embargo, aquel nunca fue más efímero de lo esperado. Al abrir
su correo electrónico recibió una notificación de parte de su
editor. El terrorífico mensaje amenazaba con despido y el fin
de su corta carrera como escritora si no acababa su historia
antes de la fecha límite. Con el corazón desbocado y la mente
llena de reproches, tomó sus lentes ópticos y junto a una
taza de té caliente comenzó un nuevo borrador. Retomó sus
intentos, pero nada resultaba. La presión era la peor enemiga
de la inspiración. ¿Cómo crearía ella una historia cautivante
en un par de semanas y con su editor respirándole en la nuca?
Pensó en escribir desde historias épicas hasta ciencia-ficción.
Repasó pinturas de Boticelli y escuchó a Mozart por horas, en
busca de iluminación divina, pero los entes que controlaban su
destino no estaban a su favor. Después de siete días sumergida
en el fracaso, Ofelia se encontraba con la cabeza enterrada
entre las manos y al borde de las lágrimas. Estaba por cruzar la
frágil línea de la histeria cuando, de pronto, sus dedos cobraron
vida propia y empezaron a danzar sobre el teclado. Ella no los
controlaba, estaba precariamente consciente de lo que escribía.
Requiem resonaba de fondo y a medida que la música se
apresuraba también lo hacían sus palabras. Al cabo de nueve
horas de escribir, se detuvo. Sus manos cayeron inertes y
soltó un profundo suspiro. Observó su obra sin terminar y
la releyó unas cuantas veces. Había tomado las confidencias
del vagabundo y las transformó en su propia historia, cambió
varias partes y le añadió algunas otras que jamás sucedieron.
Había mejorado la vida de Domenico sin que él se diera
cuenta. Estaba a punto de sonreír con satisfacción, cuando se
percató de que aún le faltaba algo muy importante: un grand
finale. Rodó los hombros e intentó continuar lo que ya tenía
escrito, pero no le parecía lo suficientemente fascinante, así que
procedió a reescribirlo. Paulatinamente se estaba llenando de
borradores de Domenico. Reescribió la historia tantas veces
en busca del final perfecto que la versión original era apenas
distinguible. El mendigo cambió a formas inimaginables, hizo
78
de él todo lo que se le ocurrió; lo convirtió en demonio, ángel
y viajero en el tiempo. Quería que su relato fuese misterioso
e impactante, que la gente se preguntara cuál sería el final a
lo largo de toda la lectura para eventualmente descubrir el
secreto del pobre hombre. Sin embargo, Ofelia no encontraba
la fórmula correcta y la frustración se estaba apoderando
de ella. Jugó con los narradores y las metáforas, distorsionó
los escenarios y la descripción de los personajes, pero era
imposible, ningún camino desembocaba en el desenlace que
ella deseaba. Se quedaba dormida sobre su escritorio y soñaba
con los ojos azules y la voz ronca que le susurraba tengo
frío. Despertaba sobresaltada solo para descubrir que ya no
eran solamente sueños, sino que la voz del hombre se estaba
apoderando de su cabeza. Las manos le temblaban cuando
escribía y escuchaba aquellos susurros que le reprochaban: ¡No
cambies mi historia, mocosa! Ofelia le respondía en voz alta, le
gritaba ¡Cállate! cada vez, pero no podía detenerlo. Se cubría
los oídos con ambas manos y se mesaba en su silla llorando. A
ratos se enfurecía y lo echaba a gritos, luego le murmuraba bajo
el aliento que por favor se fuera. Era su historia, no de él. Podía
hacer lo que quisiera a cambio de un grand finale. ¡Eres una
ladrona, una puta ladrona!, la rodeaban las voces, aumentando
de nivel. Ofelia cerraba con fuerza los ojos, temía que si los
abría se encontraría a Domenico allí, sentado en su sillón o
bajo el marco de la puerta, con el rostro encendido de furia y
lanzándole cientos de tazas como la primera vez. La joven ya
no podía más con ello.
Se quitó las manos de su agobiada cabeza y soportó los gritos
ensordecedores de Domenico, se levantó temblorosamente y,
con la vista fija en sus pies, caminó hasta la cocina. Cuando
encontró lo que buscaba, lo tomó con fuerza entre sus dedos
y salió con paso firme y decidido hacia la noche. La lluvia la
empapó apenas colocó un pie en la acera, pero ella difícilmente
notaba las gotas en su piel, estaba demasiado concentrada en
evadir la locura que la consumía. Caminó a pasos agigantados,
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acelerando cada vez más y, al doblar la esquina, se echó a correr.
Corrió y corrió hasta llegar a la iglesia, entonces se detuvo en
seco y lo vio, allí sentado bajo el umbral esquivando la furiosa
lluvia. Se le acercó a paso lento, controlando su guerra interna.
Al estar frente a él, Domenico por fin la notó. Tras una larga
semana sin verla, sus ojos se iluminaron con aquel amor cauto
y reprimido. Sin embargo, al encontrarse con la gélida mirada
de ella se percató de que algo no andaba bien. Ofelia detectó
el momento exacto en que los ojos azules del mendigo se
detenían en su mano y su rostro se contorsionaba en un gesto
de desgarradora tristeza. La observó resignado y abrió la boca
para decir algo, pero antes de que cualquier sonido escapara,
Ofelia clavó el cuchillo en su pecho. Domenico emitió un
sonido compungido y la joven ahogó un sollozo. Sacó el filo
ensangrentado y lo volvió a clavar, cerrando los ojos para no
tener que ver cómo se escapaba la vida de la mirada zafiro
del hombre. Él no luchó, solo se dejó morir bajo la mano de
quien alguna vez lo hiciera sonreír. Ella lo apuñaló tantas veces
como creyó necesarias para que las voces se callasen de una
sola vez. La sangre cubría todo a su paso, se mezclaba con la
lluvia y Ofelia solo veía rojo en todas partes. Lloraba y gritaba
cada vez que enterraba su cuchillo. Cuando se cansó, lo lanzó
lejos y se dejó caer sobre el pecho carmesí del cuerpo sin vida
del mendigo. Llantos desgarradores escapaban de su garganta
mientras empuñaba el suéter del hombre entre sus dedos,
tirando de él hacia ella, rogándole que la perdonara.
Pero ya no había vuelta atrás.
Entre lágrimas, lluvia y sangre, Ofelia se quedó completamente
sola.
Sin Domenico.
Sin grand finale.
Sólo Ofelia y las voces.
80
Nura en Kellollampu
Emparán Fernández, Antonieta
-No me gusta ir al colegio, el próximo año no quiero volver –Le
dijo Nura a su madre mientras caminaban a su escuela al acto
de graduación de Kinder.
Iba vestida de La Pincoya para actuar junto a sus compañeros
de curso. Al entregarle el diploma a Nura, su profesora la
felicitó mientras su madre y abuelos la miraban con un aire de
orgullo y satisfacción. Pero ella se sentía ridícula, era como una
amazona en un cuerpo diminuto y débil.
De regreso en su casa, Nura lloraba de impotencia y frustración
frente al espejo. Decidida a no lamentarse más, incrustó en su
abdomen un gran clavo que encontró entre las herramientas
de su abuelo. En la maniobra, su fuerza se desbordó y producto
de la herida que provocó, como de la emoción liberada, se
desmayó. En ese momento se vio en un lugar extraño, sabía
que lo conocía pero no lo recordaba. Parecía un taller, aunque
no sabía de qué, solo había una mesa con un mortero y algunos
frascos de vidrio. Al centro había un brasero, se encontraba
apagado en ese momento y no supo cómo encenderlo. Del
otro lado, había un montón de lana, telares, palillos y un huso.
Como entraba luz suficiente desde cientos de agujeros en el
techo, la niña escogió un ovillo y unos palillos y se puso a
montar puntos. Su abuela le había enseñado la técnica para su
cumpleaños, pues Nura insistentemente se lo había pedido. La
niña no sabía que iba a tejer, pero sentía que debía hacerlo.
La madre de la pequeña la encontró sangrando en su dormitorio
inconsciente. Pasó tres días hospitalizada; a pesar de haber
perforado su estómago, la pérdida de sangre no fue mayor y
su recuperación fue muy rápida. La mayor preocupación venía
de parte de los psicólogos, pero Nura le explicó a su mamá que
fue un accidente al perder el equilibrio, pero que si la llevaba
al terapeuta lo haría intencionalmente. Su madre sabía que a
81
pesar de su corta edad, sus amenazas no eran meras palabras
y confió.
Mientras iban pasando los años, Nura iba visitando aquella casa
en sus sueños. No era algo constante, sin embargo aprendía a
conocerla. Descubrió cómo encender el fuego en el brasero y
un subterráneo lleno de vasijas, colmadas con algún líquido,
que no se atrevía a abrir. Pero la hermosura y detalle de estos
siempre llamó mucho su atención. Talló en el suelo una estrella
de ocho puntas y cada vez que visitaba en sueños la casa,
continuaba con su labor de tejido. Terminó varios proyectos,
pero había un enorme tapiz que solo contaba con algunos
elementos y no descubría aun el diseño. Un día, sin embargo,
dejó de visitar este lugar; sus nuevas preocupaciones absorbían
ahora sus sueños también.
Cuando se graduó de la universidad, se fue a vivir al norte, en
un pueblo cercano a la zona arqueológica del Pucará de Punta
Brava, donde trabajaba estudiando y catalogando la cerámica
del lugar. Un día, mientras practicaba la lectura del tarot en su
tiempo libre, una mariposa entró en su oficina y se posó sobre
su mano que sacaba “La Estrella” del mazo. Naturalmente
quedó sorprendida y se dio cuenta de que hacía varias semanas
que la primavera ya había llegado. Aceptó la invitación de la
visitante y se dirigió por el camino de kellollampu al desierto
donde estaban las flores.
Al llegar al campo, decidió que sería bueno recolectar algunos
de los ejemplares para ver si es que servirían para realizar
remedios florales con ellas. Tomó un Suspiro índigo, una
Garra de León burdeos, y una Pata de Guanaco violeta. En ese
momento se dio cuenta de que había una casita a unos pocos
pasos desde donde estaba. Una anciana salió de ésta diciéndole
que se estaba tardando mucho en recolectar las flores. Con un
gesto de manos le pidió a Nura que entrara rápido a la casa.
La vieja le pidió que le acercara una vasija dorada señalando
una repisa llena de frascos. Ésta trabajaba en una gran mesa
triturando plantas y mezclando algunos líquidos que ella
82
consideró como tinturas de hierbas. Nura pensó que se
trataba de una curandera de la zona y que seguramente, por
su avanzada edad, la habría confundido con alguna clienta. La
señora tomó las flores que Nura había recolectado y las tiró
a una cazuela que se encontraba en medio del fuego. Tras un
momento de espera, la vieja vertió el líquido caliente a un vaso
que ya tenía preparado con otras mezclas.
–Bebe –le dijo a la joven. –Bebe y recuerda que es lo que has
guardado en el sótano de esta casa. Cuando lo sepas regresa y
ahora vete. –Y con un gesto la anciana la envió hacia la puerta
de la casa que permanecía aún abierta.
Nura, antes de tomar el camino de regreso a su casa, volvió
a cortar las flores que la anciana le arrebató. Esa noche soñó
con la casa en el desierto, no estaba la vieja, pero estaban sus
textiles y el talar que nunca pudo completar. Cuando despertó,
supo que la casita de la anciana era el taller que ella visitaba en
sus sueños antes de entrar la universidad. Cogió su teléfono y
llamó a su madre, le preguntó por el accidente que había tenido
cuando niña con el clavo. Nura le preguntó si es que antes o
después de ese accidente la habían llevado de viaje al norte, al
desierto. La madre aseguraba que nunca habían viajado tan al
norte y que nunca antes habían ido al desierto hasta que ella
fue por primera vez a hacer su práctica profesional.
–Pero ¿me llevaste con una curandera después del accidente? –
Trataba de saber en dónde había visto antes a la anciana y cómo
es que ya conocía el lugar que había visitado el día anterior.
Al no encontrar mucho sentido a lo que pasó en el desierto,
Nura continuó con su rutina de trabajo diaria. Terminó la
primavera, llegó el verano y, antes de que éste finalizara,
decidió tomarse unas vacaciones. Visitó a su familia, hizo
algunos trámites y practicó submarinismo; el contacto con el
agua siempre la fortalecía y le daba un sentido trascendental
a su existencia. La joven creía que del agua provenía toda su
fortaleza e inteligencia, en cambio, el desierto la perturbaba un
poco, pero sentía que era parte de su esencia también; creía que
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era su hogar, pero tenía un extraño temor de quedarse atrapada
ahí y perder el contacto con el agua.
Regresó al desierto junto con el otoño y se le ocurrió
experimentar con una de las tres flores que había recogido la
primavera recién pasada. Tomó la burdeos, Garra de León, y
la maceró en alcohol. Por su color pensó que podría proveerla
de la fuerza y energía creativa necesarias para comenzar con
una nueva temporada de trabajo. Cuatro gotas cuatro veces al
día fue su dosis con la que un poder contenido en ella pudo
salir a la superficie. Se sintió en poder y dominio de sí misma y
aumentó su coraje durante el día. Por las noches, sus visitas a la
vieja casa en el desierto se hacían más seguidas y más vívidas.
Gracias a esto, Nura fue catalogando día a día cada vasija
que se encontraba en el subterráneo; era una gran lista que
contemplaba variadas formas y materiales, así como épocas y
geografías: una zona del subterráneo estaba llena de grandes
lutróforos, cráteras, dinoi, phitos, botijos, hidrias, sítulas,
urpu y grandes vasos. Había estantes llenos de recipientes de
tamaño mediano con formas escultóricas de pez como vasijas
tlatlico, chimú, mochica, nazca y otras como queros, acetre,
peliké, aríbalos, lécitos, etc. Y también encontró varias cajas
con pequeñas botellas de vidrio en su gran mayoría. Antes de
terminar el otoño ya tenía todo catalogado y retomó el trabajo
con su tapiz. Éste avanzaba en su diseño.
Llegó el invierno, y gracias al fenómeno del niño, a pesar de estar
en el desierto, las lluvias se estaban instalando para quedarse
por un buen tiempo. La humedad climática le aportaba nuevas
energías y vitalidad; tal vez inspirada por la misma, preparó
una tintura con la flor índigo. Pensó que con un Suspiro podría
conectarse con su esencia misma, pues, a pesar de que su
trabajo le encantaba, no se sentía realizada. Gracias a la flor
cada día se enfrentaba al espejo y podía descubrir algo nuevo y
algo extraño en ella. Las visitas a la casa en sus sueños se fueron
alejando en el tiempo, sin embargo, sus descubrimientos
acerca del contenido de las vasijas progresaban rápidamente, al
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igual que el tejido de su tapiz, el cual dejó de ser una actividad
onírica. Todas las tardes después del trabajo, tejía el tapiz en
un bastidor que un maestro carpintero de la zona le construyó
y utilizaba lanas de alpaca, guanaco, llama y vicuña que las
lugareñas hilaban y teñían con hierbas del sector. El diseño se
iba completando y aparecían imágenes cada vez más claras.
El catálogo de vasijas se fue perfeccionando con el contenido de
cada una de ellas. Nura descubrió que las botellitas de las cajas
tenían tinturas de hierbas y flores. Luego de esto se dedicó
a las vasijas de tamaño intermedio y descubrió que varias
contenían aceites de diversos vegetales. Finalmente, las vasijas
más grandes estaban llenas de agua, todas tenían solo agua.
No eran iguales, había una porción que era salada, otra mayor
era dulce, pero todas distintas; algunas más mineralizadas que
otras y algunas más densas. Fue fácil reconocer que las vasijas
de agua salada correspondían a agua de mar y la tipología de
la vasija delataba la geografía de la que provenía. En cuanto a
las vasijas de agua dulce fue fácil encontrar en un mapa el río
o lago al cual pertenecían. Con su logro podría ir nuevamente
donde la anciana a decirle que cumplió con su tarea y así lo
hizo al llegar la primavera.
-Claro, era fácil para ti saber a qué cultura pertenece cada vasija
y cuál es su contenido, estás preparada para eso. Dime niña…
¿para qué juntaste todas esas cosas?
Nura sintió vergüenza y no comprendió las palabras de la
señora: creer que ella había almacenado las vasijas era realmente
una locura. La anciana le recordó que aún le quedaba una flor y
ésta la ayudaría a entrar en un estado violeta de conexión con
los animales de la zona que tanto la necesitaban. Los dichos
de la anciana quedaron dando vueltas en la cabeza de Nura ya
que entendía la analogía del color violeta propio de la flor con
un estado de desarrollo espiritual y místico, pero no entendía
para qué. Era evidente que el nombre de la flor pertenecía a
uno de los camélidos de la zona y le hacía mucha gracia que
justamente con su lana ella trabajara en el tapiz, pero era ella
85
las que los necesitaba, no al revés. De todas maneras comenzó
a tomar la flor cuatro gotas cuatro veces al día.
La primavera estaba más hermosa que nunca, las lluvias del
invierno permitieron que muchas más flores prosperaran
en el desierto ese año. En su trabajo estaban llegando a
conclusiones sorprendentes. En una de sus reuniones un
equipo multidisciplinario señaló que hace seis mil quinientos
años cruzaba un río por la zona, aunque los motivos de su
sequía aun no estaban claros. Esa noche soñó, por primera vez,
que salía de la casita. Era de día y se veían las flores del desierto.
De un momento a otro todas se elevaron a la vez; eran cientos
de mariposas que danzaban a su alrededor exhortándola a
ser parte de ellas. Al amanecer corrió a ver a la anciana en el
desierto quien la esperaba en la puerta
–Veo que ya sabes qué es lo que hacías…
En ese momento Nura supo que durante muchas vidas estuvo
buscando un rastro agua de los dioses. Siempre creyó que
podría encontrar una gota estrujando las diversas fuentes de
líquido en algún estado de pureza. Sin embargo, en su frenética
búsqueda olvidó su principal misión; aunque estaba aburrida de
siempre desembocar en el Pacífico y no llegar nunca al Océano
Primordial, ese era su lugar. Recordó el olor de la tierra, el beso
de los camélidos y los cantos de los lugareños, las caricias y
agradecimiento de las flores y la tierra amarilla que marcaba
el camino que la llevaba desde la montaña hasta el océano.
En ese momento un hilo de agua de deshielos de la cordillera
comenzó a descender convirtiéndose en un abundante caudal
de agua dorada como la manzanilla que integraba a la anciana,
aceites, agua de ríos, mares y lagos, esencias florales y proyectos
textiles, porque el tapiz estaba listo, el diseño estaba terminado;
era el nuevo río Nura, antes desaparecido, que volvía a fluir por
su camino, que regresaba a cumplir con su designio dejando
fluir ahora una eterna gota de Amrita.
86
Sin título
Escudero Castelleto, Fabián
Creyó que no lograría escribir un cuento en un minuto, así que
escribió sus pensamientos.
Almas necias corazones sordos
Fernández Santacruz, Constanza
Recuerdo que era Noviembre. Sí. Fue un miércoles en que el
sol resplandecía por toda la ciudad. Él caminaba apurado para
poder llegar a su primera entrevista de trabajo, pero se detuvo a
mirarla. Era la mujer más hermosa que jamás haya visto y estaba
justo al frente suyo. Se miraron y se amaron profundamente
desde ese instante. Él dormía a su lado y la miraba al despertar.
Caminaba con ella todos los días y tomaba su mano de la
manera más sutil y delicada para hacerla estremecer –eso la
volvía loca de amor-. Siempre reían y conversaban sin parar
hasta que llegaban a su destino, pero incluso antes de despedirse
las horas pasaban lentamente, ya que el Universo mismo se
detenía para admirarlos. Eran dos amantes llenos de energía
con una vida por delante.
Julieta, por su parte, era más tímida, por lo que generalmente
lo miraba mientras él contemplaba el horizonte, pero Sebastián
sabía que Julieta estaba enamorada de él; podía sentir su mirada
a kilómetros, y él no podía sentirse más feliz. Cada noche se
juntaban sus miradas a la luz de la luna, ya que les encantaba
87
disfrutar de la oscuridad para así recorrer lentamente sus
cuerpos y percibirse con todos sus sentidos. Ellos se entendían
con solo una sonrisa, y cuando golpeteaban la mesa dos veces
mientras estaban sentados en cualquier lugar, tendían a correr
y jugar a que eran espías. Definitivamente eran el uno para el
otro, eso es innegable.
Todas las tardes de Noviembre lucían opacas en comparación a
la luz que ellos irradiaban al mirarse, besarse y decirse palabras
de amor. Para ellos, un “te amo” no era suficiente, así que
crearon su propio lenguaje para comunicar sus sentimientos.
Incluso aunque no se entendiera, la multitud se estremecía al
escucharlos; llegaban a sentir la intensidad de su amor con solo
unas palabras.
Noviembre, ¡qué bello mes! Sebastián y Julieta eran dignos
de ser considerados el rey y la reina de la ciudad. Si tan solo
pudieses ver cuán felices eran con solo imaginar que se verían
al siguiente día caminando por esa calle...
Julieta siempre se pintaba los labios carmesí y Sebastián se
enamoraba una y otra vez de la manera en que su pelo se movía
con el viento.
Sebastián, cuando se enojaba, pensaba en Julieta y en cómo se
vería a la mañana siguiente, si estaría pendiente de su encuentro
y qué vestido usaría para combinar esos labios. Julieta era la
única que podía calmar su rabia; ella era la única en su vida.
Recuerdo que era Noviembre. Sí, Noviembre fue el mes en que
el amor proliferó por todas las calles al verlos pasar. ¡Qué digo
pasar! Verlos acercarse el uno al otro era más que suficiente
para encandilar a toda la ciudad. Juntos, lograban cambiar
el ánimo de cada vecino que los sintiera cerca. Se respiraba
felicidad en Noviembre.
Noviembre, sí... Noviembre. Julieta y Sebastián eran uno en
esos días.
-¿En esos días?
-Sí.
-¿Y qué pasó después?
88
-¿Después? Nada. Julieta y Sebastián no se atrevieron a
conocerse. Se veían pasar, se sentía el amor, pero Julieta era
sorda y Sebastián era mudo; no de nacimiento, sino de espíritu.
89
Escisión
Flano Gutiérrez, Catalina
Al cerrar los ojos, podía oír los susurros del viento corriendo
por los árboles. La noche era tan fría que los dedos de mis
manos permanecían inmóviles ante cualquier intención de
ejercer voluntad sobre ellos. La luz acababa de irse y el cielo
estrellado era mi única compañía. Parecía un buen lugar para
dormir. Los árboles deshojados que correteaban la brisa hacían
una dulce danza que adormecía mis pensamientos hacia las
profundidades de la montaña. De pronto, en un descuidado
parpadeo, me vi a mí misma envuelta en un niqāb cuya ranura
facial solo dejaba al descubierto mis ojos. Ahora rodeada de
colinas de arena, su color gris azulado y centro amarillo se
mezclaban con la luz del sol para crear un destello verde de
vida en aquel infinito desierto. Incluso el cabello que escapaba
del niqab parecía haberse aclarado producto de la exposición
constante al sol de medio oriente. El silencio era tan extenso
que por un momento creí que mis oídos estaban obstruidos.
A lo lejos logré reconocer al viento de la montaña; se acercaba
empujando las colinas de arena que creaban pequeñas avalanchas
sobre sí mismas. Cuando se aproximó lo suficiente para oírlo,
lanzó una risita en mi rostro mientras rozaba mi mejilla. Antes
de darme cuenta, había llegado al bosque. Era difícil reconocer
el lugar en que se situaba, no tenía mayor conocimiento de
botánica, por lo que analizar las especies presentes no era una
opción viable; sin embargo todo esto perdió relevancia cuando
lo vi a lo lejos y me acerqué a coger su mano. Estaba tibia, no
era que aquel bosque estuviese helado, pero su mano estaba
tan tibia que irradiaba calidez por todo mi cuerpo. Caminaba
observándolo a él mientras el bosque se fundía en el fondo
de mi campo perceptual. El tinte amarillento que comenzó a
tomar su rostro me reveló que nos dirigíamos a un claro que se
asomaba entre las hojas de los árboles. Corrimos para besarnos
90
bajo aquella lluvia de luz. Mientras apretaba sus labios contra
los míos, el aire se hizo más liviano a mi alrededor y mis pies
se elevaron del suelo. Sumida en el trance de aquel beso, no me
percaté de esto hasta que solo alcanzaba sus manos aferradas a
la gravedad de la tierra.
Fue una partida calma, algo dentro de mí me hacía creer que
volvería ahí. Él se esfumó bajo los frondosos árboles y yo sobre
ellos. Una vez suspendida a suficiente altura, ensayé algunos
movimientos de natación que me permitieron deslizar mi
cuerpo por el aire como si estuviese sumergida bajo el agua.
Tras varios impulsos, logré tomar suficiente velocidad para
sobrevolar el bosque completo hasta llegar al mar. Descendí
hasta tocar la superficie con mis dedos. La frescura del agua
que salpicaba mi cara me dio enormes deseos de zambullirme,
pero temía que si mojaba mi ropa mi peso aumentaría al punto
de no poder volver a volar. El viento, que no andaba muy lejos,
me dio una pista al mirar el cielo. Me ofreció un empujón y,
dirigiéndome hacia arriba, pude sobrepasar la atmósfera
y circular por el espacio universal. Dado que nunca había
presenciado algo similar, me sorprendió ver que el planeta
anillado tenía un tinte violeta más que anaranjado aparecía en
los libros de mi infancia; y que el planeta de fuego emanaba
un calor que no deshacía mi corporeidad. Para convencerme
de ello, me acerqué hasta tocar su superficie y hundirme en
ella. Me resulta difícil explicar lo que allí ocurrió puesto que las
sensaciones térmicas que experimenté opacaron todo el resto
de mi campo experiencial. Apenas podría declarar que sentí
que el tiempo y mi condición de ser se fundían con la de aquel
planeta en una sola existencia atemporal.
Habría pensado que el tiempo era en realidad una ilusión si
no hubiese logrado ejercer mi voluntad para desprenderme
de esta unión. Mientras me alejaba de su núcleo, observé que
mis brazos parecían arder al calor de las brasas y desprendían
unas siluetas similares a las llamas de una fogata. Como era
de esperar, la fuerza que me sostenía en aquel lugar, decidió
91
soltarme y la gravedad del globo terráqueo reclamó mi
adherencia. La velocidad con que me arrastró una vez que pasé
la atmósfera me hizo caer al agua en picada hasta llegar muy
profundo en el océano. El agua se sentía tremendamente densa
y resultaba difícil desplazarme. Estaba tan profundo que la
oscuridad no me permitía distinguir alguna forma a contraluz
para guiarme al sol de la superficie; sin embargo logré apreciar
la presencia de una tenue iluminación que se asomaba en la
boca de lo que parecía un túnel submarino. Supuse que aquello
me llevaría a una cueva donde podría obtener algo de aire
para respirar. Con algún esfuerzo, pude finalmente entrar en
el túnel, donde me valía de sus muros para avanzar con mayor
rapidez. La luz se hizo un poco más intensa cuando divisé
la superficie dentro de la cueva. Me arrastré fuera del agua y
estrujé mi cabello. Entre las rocas de la pared, yacía incrustada
una piedra cuyo brillo era el origen del destello que me guió
hasta allí. Dada la situación, imaginé que el destino me llamó
ahí para llevarme aquella joya, pero tras algunos intentos por
mover las piedras que la cubrían, comprendí que necesitaría
de fuertes herramientas para quitarla. Cuando estaba ya
resignada a fracasar, me recosté a descansar en la orilla, y
como si respondiese mi incertidumbre, mi vientre comenzó a
contraerse causándome la sensación de estar siendo desgarrada
por dentro. Mientras mi vientre se estremecía, mi cuerpo se
retorció de dolor por varios minutos hasta caer al agua. Al
hundirme en el túnel, pude sentir cómo mi cavidad se vaciaba,
partiéndome en dos mitades al dejar salir mi placenta. Pude
ver su silueta que se hundía más cerca de la superficie mientras
la densidad del agua me arrastraba al fondo sin poder siquiera
tocarle. Estaba condenada a presenciar aquella escena que se
sintió eterna, al igual que mi dolor. De mis ojos brotó una
lágrima que se dispersó con el resto del agua. No estoy segura
si nació sin vida o si se ahogó en el agua al salir; pero podía
sentir su muerte en mis órganos vaciados. Sabía que aunque
me fuese de ahí, la imagen y el dolor permanecerían conmigo.
92
Cuando la corriente que jugó conmigo me forzó fuera de la
cueva marina como si me atrapase un remolino, la imagen
continuó plasmada en mi cabeza y la lágrima a mi párpado.
Comprendí que nunca podría liberarme de ella.
Como preví, la corriente me arrastró fuera del agua y de vuelta
al bosque. Él seguía ahí esperándome y me abrazó a mi llegada,
pero yo no era la misma. Me cogió de la mano y siguiendo a la
brisa que revoloteaba las hojas, me haló fuera del bosque hasta
el desierto; y del desierto hasta la cima de la montaña. No solo
yo no era igual, nada se sentía igual. Esta vez me cobijó durante
la noche y yo a él al amanecer. Ni siquiera el dulce olor de su
cuello con el despertar del sol pudo volver a iluminarme. Una
parte de mi yace aún fallecida en nuestra tumba sepultada bajo
el mar.
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El Perro Perdido
Gajardo Romo, Esteban
Todo comenzó un día de invierno en la Capital, de un país
subdesarrollado ubicado en el fin del mundo, cuando como
todos los días Julián Fabregas despertaba a las 5 de la tarde para
ir al turno de guardia del pequeño condominio, ubicado en un
sector de la clase media, era ahí donde decidió vivir luego de
abandonar a su familia en un escape desesperado, por seguir
una vida sin responsabilidades, luego de ver nacer a su primera
hija el miedo al compromiso para toda la vida lo asustó tanto
que tomó sus cosas y se marchó sin aviso alguno, ahora se
encontraba en su hogar solo y recibiendo mujeres pagadas para
satisfacer sus necesidades carnales.
Sin ningún interés por los compromisos y el amor, se había
vuelto frío y aburrido, todo su pasado le parecía increíble pero
sentía que de ese hombre ya no quedaba nada, su esencia se
había quedado en su antigua ciudad, junto a todo lo demás.
Así que todo le resultaba monótono y rutinario, despertar,
comer algo camino al trabajo y sentarse a esperar que un
suceso increíble cambiará su vida, pero al final todo quedaba
en él, sentado viendo televisión mientras las personas pasaban
y saludaban por cortesía.
Estaba riendo por su programa favorito de las tardes donde
veía como bailaban y competían entre ellos, muchas veces
con conflictos amorosos y de amistad entre los participantes,
cuando una joven se le acercó, era del condominio y estaba
muy preocupada, la veía pasar a diario por la entrada pero
no se conocían, ni habían tenido alguna conversación más
que de presentación, fue en ese momento cuando ella muy
triste le contó, que estaba en busca de su perro Tambo, el cual
no volvía a casa hace ya unas semanas, había publicado en
todas las redes sociales, donde por lo general daba con este
incontrolable animal que se escapaba a diario, él lo veía pasar
94
de vez en cuando pero no hacía nada por detenerlo, siempre
estaba afuera y era muy hábil cruzando por la reja.
No lo había visto hace un tiempo y no era normal que
desapareciera por eventos muy prolongados , al comentarle
que no sabía nada de él, vio como caían las lágrimas por los
pómulos de Francisca, en ese momento se quedó helado, hace
mucho tiempo no veía a alguien llorar, no sabía qué hacer, pero
ella seguía ahí parada en frente sin parar de llorar, fue cuando él
le preguntó cómo se llamaba su mascota por decir algo, ella con
una voz gangosa respondió después de unos segundo, que para
él fueron una eternidad, diciendo se llamaba Tambo, a lo que
él, perplejo le contestó, puede que siga vivo, esa frase despertó
de inmediato a la chica que no titubeó ningún segundo para
gritar, ya no está, se ha ido, ver a esta niña tan triste le toco
el corazón y despertó levemente los sentimientos que llevaba
ocultos por el abrupto abandono de su hija y seres queridos,
por lo que se ofreció para acompañarla en búsqueda de su
mascota, en ese instante se miraron a los ojos por primera vez
con una mirada triste y al mismo tiempo tímida, ella aceptó.
Por lo que se levantó y dejó su puesto, solo para comenzar
la búsqueda, Francisca sabía cuáles eran los lugares más
recurridos por su mascota, por lo que comenzaron a caminar
por las calles de la ciudad en la inesperada búsqueda, en ese
momento ella le fue contando que pasaba con este perro que se
escapaba de manera tan seguida, resultaba que llego a casa muy
pequeño, como regalo de navidad para ella y sus hermanos,
en un principio era regaloneado por todos y se peleaban por
sacarlo a caminar, a él le encantaba y quería mucho a todos,
pero con el tiempo la motivación por compartir con Tambo fue
disminuyendo, y su prioridad llegó al último puesto para todos
los integrantes de la familia, pero él estaba acostumbrado a
salir, y no aceptaba la idea de quedarse encerrado, luego de una
semana sin salir con él, se escapó por primera vez, haciendo un
hoyo por debajo de la reja, no lo encontramos hasta el otro día,
después empezó a escaparse hasta la plaza que solía llevarlo
95
y se quedaba ahí, resultaba que muchos le tenían cariño y le
daban comida y sin darnos cuenta comenzó a obsesionarse por
ella, se comenzó a escapar más seguido, todo el tiempo buscaba
la forma de salir e ir en búsqueda de comida, dejo de comer
lo que nosotros le dábamos y se hizo fanático de la basura en
un principio, pero después comenzó a tomar lo ajeno, un día
nos llamaron porque tenían a nuestro perro, había mordido a
un niño en su mano para quitarle un chocolate que llevaba, se
comenzó a volver más violento, no dejaba que lo tocaran, atacó
a uno de mis hermanos cuando intento darle un baño, luego de
un tiempo comenzó a perderse por períodos más prolongados
pasaban dos días y no llegaba, hasta que comenzó a llegar
algunas veces herido, era porque se iba a las levas, ya nada lo
satisfacía, lo llevamos a caminar nuevamente, pero aun así no
logramos contenerlo dentro de la casa por más de tres días.
Ya mis padres estaban pensando en regalarlo o simplemente
sacrificarlo, no era solo activo también destruía todo con sus
dientes, mientras marcaba cada mueble y centímetro de la casa
levantando la pata y orinando, en sus cambios de personalidad
comenzó a volverse territorial, lo intentamos juntar un día con
un perro de mis primas pero él lo atacó al primer momento en el
que lo vio entrar a nuestra casa, no sabíamos cómo controlarlo.
Él mientras escuchaba todo eso comenzaba a abrir los ojo
con cada historia que le contaba, hasta que frenaron de golpe,
estaban cerca de un sector de reciclaje, y vieron algo entre la
basura que se movía, al acercarse salió entre la basura, un perro
enorme que los comenzó a acorralar, él estaba asustado y ella
histérica, no sabía cómo actuar en una situación como esta, la
bestia los comenzó a rodear mientras ellos se acorralaban con
el container, en eso, ella tomó por el brazo al conserje, hasta
que el perro se les lanzó de golpe, él con sus pocos reflejos no
pudo defenderse y mientras veía como este feroz animal lo
tenía, en un intento por liberarse logró darle una patada directo
en el hocico, por lo que el perro salió corriendo del dolor,
96
sus pulsaciones estaban a mil y su pierna herida comenzaba
a liberar un poco de sangre, cuando de repente, ella salió
corriendo y gritando, está muerto, está muerto, corrió tras ella,
entre unos arbustos se quedó petrificada tomando algo, Julián
solo logró divisar unas patas y la cola que se movían apenas, era
el perro, que estaba completamente ensangrentado, tenía un
golpe muy fuerte en la cara, ella se dio vuelta y con la mirada
más pura de sufrimiento le dijo, se muere, nos está dejando,
por un instante él se acercó al perro para ver sus heridas, era
el mismo que había visto escaparse a diario, pero que nunca
siquiera se le había acercado, cuando lo miro a los ojos, el perro
con una mirada débil y llena de esperanza se conectó con él,
de un minuto a otro el conserje se llenó de energía por todo
su cuerpo, le dijo a Francisca, sigue vivo y vivirá, se lo quitó de
las manos con cuidado y corrieron al veterinario más cercano.
Al llegar, el perro con suerte respiraba cuando el veterinario
trato de revisar que tenía, no se veían muchas esperanzas,
Julián con ella lo tomaron fuerte de las patas para darle energía,
cuando el experto les pido que esperaran afuera, pasaron unos
minutos de terror en la sala de espera, hasta que salió y les
comento que había sido atacado brutalmente por otro perro,
dejándolo con muchas heridas y muy poca sangre debido
al tiempo que llevaba perdiéndola a través de sus heridas,
pero eso no acababa ahí, su estómago estaba colapsado de
basura, las probabilidades de sobrevivir eran mínimas, solo si
reaccionaba favorable al tratamiento podría seguir con ellos,
fue cuando llegaron sus padres, y pidieron hablar en privado
con el veterinario, luego de unos minutos salieron con una
cara muy triste, le pidieron al conserje que se fuera, cuando el
comenzó a pararse sin poner presión alguna, Francisca lo tomó
de la mano y le dijo fuerte y claro, no te vayas eres lo que me da
esperanza en este minuto, el miro a los padres y tomó asiento
nuevamente, por dentro sintió una emoción enorme, su cuerpo
tiritaba por los incontrolables sentimientos que circulaban por
su cuerpo al oír esas palabras, esperanza era lo que él había
97
perdido hace mucho tiempo y de un minuto a otro despertaba
en él de manera fulminante.
Tambo se estaba recuperando, ya a las 12 de la noche estaba
estable y el veterinario les dijo que los cuidados deben ser
extremos y que esta noche la pasaría hospitalizado, en ese
minuto todos volvieron a sus casa, pero esta vez Julián sentado
en la micro dejo los audífonos a un lado y lloro todo el camino,
sin duda las emociones de ese día dominaron sus pensamientos,
mientras Francisca no podía dormir pensando en cómo se
encontraba su abandonado mejor amigo.
Al otro día temprano fueron al veterinario Tambo se estaba
recuperando y ya se encontraba listo para volver a casa, al
volver en la tarde, ella fue a buscar a Julián, pero él ya no estaba,
había renunciado, ella no entendía porque, pero no podía
hacer nada, se preguntó si había sido un ángel, la verdad es que
nunca más lo volvió a ver.
PD. A Veces perdemos nuestros mayores sueños o los dejamos
escapar por miedos, por no atrevernos a ver que hay más allá
del río, y nos alejamos creyendo que fue lo mejor que nos pudo
pasar, pero caemos por accidente al otro lado y nos damos
cuenta de lo maravilloso que puede ser, no dejes pasar estas
oportunidades y vive.
98
Sin título
Grández Gil, Gerardo
La vida de Edmundo a sus 18 años de edad había sido
complicada. Nació diestro y le costó muchos años para hacer
que su mano derecha perdiera el poder y capacidad de escribir.
Así se convirtió en zurdo. Ejercitó diariamente su brazo
izquierda con pesas y movimientos. Esperaba que la fuerza
y rigidez del brazo pudiera servir para controlar aquellos
movimientos no deseados de su mano derecha o para que su
brazo izquierdo tenga la fuerza suficiente para paralizar las
acciones inesperadas y no controladas de su mano derecha.
Edmundo nació con este problema que sus padres nunca
llegaron a percibir completamente. En los primeros años de
repente notaron algo extraño pero Edmundo se encargó de
disimular los movimientos extraños de su mano derecha,
movimientos que no eran los suyos, propios. Parecía que la
mano derecha había cobrado vida propia y poder de decisión.
Es así como Edmundo pasó toda su vida entre problemas y
dolores de cabeza. Un día cuando iba en una micro sentado
al lado derecho del conductor, de repente, su mano derecha
cobró vida, tomó impulsó, se levantó y viró el timón del
vehículo. La micro perdió el control y se fue zigzagueando por
veinte metros hasta que pudo recobrar la dirección. Edmundo
fue detenido e enviado a la carceleta donde permaneció dos
días. Al tercer día, salió libre alegando “impulso neurótico no
provocado”. Desde ese día decidió anular todo movimiento o
intento de acción de su mano derecha y utilizar únicamente su
mano izquierda.
Edmundo tenía un momento en el día donde parecía tranquilo
y con el poder de gobernar su cuerpo y todos sus miembros. En
las noches, le gustaba leer y escribir. Las novelas policiacas le
fascinaban. Podía terminar de leer una novela de 300 páginas
en tres o cuatro noches. Esas noches eran los únicos momentos
99
donde se sentía completo, feliz, realizado. La mano derecha
permanecía quieta, permitiendo a la izquierda, moverse,
detenerse, seguir redactando, completar página tras página.
Un día mientras escribía su novela – Edmundo llevaba cinco
largos meses escribiendo una novela policial donde el personaje
principal, un asesino a suelto estaba planificando su próximo
crimen – sintió su mano derecha moverse lentamente. La mano
se acercó tímidamente a la mano izquierda de una manera casi
tímida y tierna – poco común para ella. De alguna manera
parecía solicitar querer escribir, extrañaba la sensación de la
pluma sobre sus dedos, el olor de la tinta, el sonido deslizante
del papel al absorber la tinta. Edmundo, o por no decir, su
mano izquierda cedió la pluma a su compañera que la había
tenido distanciada por años.
La novela terminaba en: “(...) se despertó a las tres de la
madrugaba. No podía dormir. Las ansias de planificar el
siguiente crimen impedían que sus ojos se cerrasen y sus
emociones se calmaran“.
La mano derecha tomó la pluma que la mano izquierda le
cedió, mientras Edmundo observaba este cambio de pluma
recordando aquellos momentos cuando solía reconciliarse con
su hermano mayor cuando discutían. Apretó firmemente la
pluma. Empezó a acomodarse. El pulgar izquierdo no recordaba
donde ubicarse hasta que por fin tomo posición luego de sentir
cada milímetro de la pluma y finalmente, la mano izquierda
comenzó a escribir.
“Por años vengo contemplando como el ser humano es capaz
de decidir el rumbo de su vida a pesar de las consecuencias,
a veces indeseadas. Puedes optar por la vida o por la muerte,
incluso por la de terceros”. Edmundo leía con preocupación
lo que mano derecha iba escribiendo, por un momento pensó
en detenerla pero no lo hizo. “(...) Estoy cansada y harto de
reprimirme, y de ver que otro ocupa mi lugar, ¿qué pasaría
si desapareciera aquel que me despojó de la escritura, del
contacto con las manos de terceros, del sentir la textura de
100
la piel de quien amas, de un caricia, de dar un golpe con el
puño”. Edmundo comenzó a preocuparse, todo parecía indicar
que la mano derecha se vengaría de la mano izquierda. “(...)
Debo reconocer que tu escritura, mano izquierda, me cautiva.
Hace exactamente tres días, tú describiste con extremo detalle
y placer cómo torturarías a una persona hasta conducirlo a su
muerte. Hace tres días escribiste tu propio destino.”
Edmundo intentó quitarle la pluma a su mano derecha. La
situación comenzó a alterarse. La mano derecha, sudando y
rasgando el papel por la presión que ejercía, escribía rápidamente
detallando cada instante y agonía que la mano derecha había
vivido. Estuvieron forcejeando por varios minutos hasta que
Edmundo logró quitarle la pluma.
La mano izquierda recuperó su posición: “En realidad ese
destino final lo escribí para ti. Te lo mereces por los momentos
y complicaciones en que nos metiste. Las manos de todos los
humanos se protegen, se ayudan mutuamente. Tú haces lo
contrario. Me privas de dar un abrazo fuerte. No puedo incluso
juntar las manos parar rezar.”
La mano derecha le quitó la pluma y escribió: “¿Acaso crees
que lo hago por diversión? No lo puedo controlar. ¿Qué culpa
tengo yo?”
La mano izquierda respondió: “¿cómo es posible que digas eso?
Si lo haces con placer y sin premeditación. Ya estoy cansada. Yo
tengo que hacer el trabajo de las dos. Tengo que arriesgarme
para detenerte de cualquier locura que intentas”.
“Nunca recibí ningún tratamiento para controlar esto. Yo soy
y hago lo que Edmundo ha permitido. Se olvidaron de mí.
¿Ustedes creen que me la paso bien así? Para nada”... la mano
derecha aclaró.
Edmundo pasmado por el espectáculo solo leía lo que sus
manos escribían. La mano derecha seguía escribiendo con
rapidez. Su trazo llegaba a perforar la página por la furia e ira
que sentía hacia la mano izquierda. Por el contrario, la mano
izquierda enumeraba las veces que tuvo que deshacer lo que
101
la derecha hizo. De pronto, al ver que la discusión entre líneas
se tornaba más y más fuerte, Edmundo concluyó en que esta
situación debía terminar de una manera u otra. Abrió el cajón
de su escritorio donde estaba escribiendo su novela policiaca,
sacó un corta papel de plata. Medía unos quince centímetros
aproximadamente, era pesado y su punta brillaba al contraste
de la luz amarilla que iluminaba el escritorio. Cerró con fuerza
el cuaderno donde las manos se disputaban la pluma por
escribir y quejarse. Puso el corta papel encima del cuaderno y
cerró los ojos.
En ese preciso momento comprendió que en la vida hay que
tomar decisiones aunque éstas sean dolorosas.
102
El padre pródigo
Grisolia, Filippo
Incluso una vez le había parecido que él sonrió.
Fue cuando estaba repitiendo la estructura de la Odisea en
voz alta. Al día siguiente tenía el interrogatorio y quería que él
supiera que estaba listo, siempre.
Y así se preparaba a la perfección, estudiando todo, hasta el
más mínimo detalle.
24 libros, doce mil ciento diez hexámetros, cada uno de
los cuales consta de 6 pies, alternados entre un dáctilo y un
espondeo, excepto lo último, cuidado, que también puede ser
un troqueo.
Sabía que era una sonrisa de incredulidad.
Se había quedado impresionado por Santiago.
Y por eso Santiago estaba demasiado orgulloso. Tanto que
le daba vergüenza, así que trató de ocultar su alegría, de
minimizarla, de suprimirla, para limitar cuanto conseguía
cualquier reacción del cuerpo o expresión facial, y lo hizo de
todas las maneras, aunque nunca habría podido verlo.
Estaba orgulloso, por supuesto, pero no sorprendido, si no fuera
por el supuesto excepcional que ese evento llevaba consigo: él
siempre se sorprendía por la fortaleza de su hijo, por sus ganas
incontrolables, por aquellos escrúpulos que le impedían dejar
atrás cualquier desafío, que le imponían dar siempre su mejor,
hasta que tuviera.
Pero, sin él, empezaba a tener cada vez menos.
“Mamá, tengo miedo que papá ...Que tal vez ...”
“Mi amor, no te preocupes, papá volverá”, respondió la mamá
esa noche mientras aclaraba la mesa.
Papá volverá ... ¿papá volverá? Santiago no creía que fuera la
palabra correcta. Papá nunca se había ido a ninguna parte,
nunca se había escapado, nunca se había retirado de su deber.
Él estaba allí, con ellos, a distancia de caricia.
103
Sin embargo, parecía que los había dejado solos.
Pero Santiago nunca quería estar solo.
Todos los días, después de la escuela, telefoneaba a mamá
para asegurarse de que estaba bien, de que estuviese tejiendo
el sudario, y se apresuraba al hospital. Antes de entrar, iba
al pequeño bar al lado, soportaba la larga fila habitual de las
horas y pico y finalmente compraba un bocadillo y una CocaCola para él, y lo mismo para su padre, en caso de que hubiera
tenido hambre o sed.
Luego se sentaba en la silla junto a su cama y, entre bocado
y bocado, comenzaba a contarle de su día. De vez en cuando
hacía una pausa para darle tiempo para responder.
Esperando una respuesta que nunca llegaba.
Algunos días a Santiago le parecía que papá no abría sus ojos
porque se avergonzaba de él. Y como culparle, después de
aquel 4 de geografía, de aquella derrota en el fútbol, de esa niña
tan graciosa que parecía que tampoco lo veía. Esas derrotas le
hacían arder el estómago, porque él sabía que estaba hecho por
otra pasta respecto a los otros, que era más fuerte, al menos un
poco especial. O por lo menos, cuando su padre estaba, lo era.
“Pero papá sigue estando” siempre se corregía, tal vez en busca
de consuelo, tal vez por deber, cuando lo pensaba.
Y por eso, sólo quería darle satisfacciones, sólo oportunidades
para estar orgulloso de él, y para volver a sonreír de nuevo.
Después de haber hecho, como de costumbre, todas las tareas
para el día siguiente, sentado en la silla junto a la cama de su
padre en una posición de un inconveniente que nunca habría
reconocido, se acercaba a él y lo miraba a la cara, evitando la
vista allí al lado del respirador al cual tenía que permanecer
junto, por fuerza de las circunstancias. Trataba de mantener
la concentración por lo menos media hora, sin alejar nunca la
mirada, y el pensamiento, en busca de cualquier imperceptible
movimiento o ruido, de un inesperado toque de vida. Pero
era difícil que se mantuviese así, porque luego Santiago se
comprometía a pensar y entonces era un desastre.
104
Pensaba en lo que había sucedido.
La noche antes de la falta papá le había leído el canto XVI de la
Odisea (al día siguiente tenía control), lo en el cual Telémaco
reconoce a Odiseo, su padre, finalmente de regreso a Ítaca
después de todas las peripecias y desventuras que le había
constreñido fuera de casa durante veinte largos años.
A la mañana siguiente había recibido una llamada telefónica en
la escuela y él, ese control, ni siquiera había tenido que hacerlo.
Por una vez en su vida, lo habría preferido.
Ahora la Odisea estaba en la mesita al lado de su padre, abierta
en el canto XVI. Encima de esa, Santiago dejaba apoyado el
móvil de papá, porque impidiera que una ráfaga de viento,
proveniente de la ventana siempre abierta, diese vuelta a la
página.
Después de la media hora de adoración, iba a tomar la Odisea,
dejaba el teléfono en el mueble, y leía en voz alta su pasaje
favorito, siempre lo mismo.
“No soy ningún dios, ¿Por qué me confundes con los inmortales?
Soy tu padre, por quien gimes y sufres tantos dolores
y aguantas las violencias de los hombres”.
Papá había parecido un héroe valiente vuelto de la antigüedad,
cuando se la había recitado a él en voz alta, con su habitual
elegancia y un pellizco hilarante maestría. Un héroe con
“multiforme ingenio”, ya, cruzó por su mente con una
ironía de la que se avergonzó ligeramente. Pero papá era lo
suficientemente majestuoso tanto con “cerebro activo”, cuanto...
Cuanto... Cuanto ahora.
Santiago apenas podía creer que papá no tuviera ningún
pensamiento, ningún estímulo, que solo estuviese allí tendido
inerte. Papá tenía que estar luchando como siempre. Luchando
para volver a vivir, a vivir en serio, contra los cantos de las
sirena que le atraían, o el hechizo de la bruja Circe que lo había
reducido a este estado.
Algunas veces mientras lo observaba él imaginaba incluso que
detrás de sus párpados hubiera un pequeño Polifemo, que le
105
impedía abrirlos, tal vez envidioso de sus dos magníficos ojos
verdes.
La lluvia que empezaba a caer afuera le dio vuelta a la realidad.
Cruzó la habitación, moviéndose alrededor de la cama de papá,
y cerró la ventana.
Estaba a punto de volver con los ojos a su héroe, cuando
mirando afuera vio a la gente corriendo, huyendo por la calle,
aquí y allá.
Él sin embargo estaba todo el día allí adentro porque nunca
se habría perdonado no asistir en el momento en el que él se
hubiera despertado. Algunos días había peleado con mamá
para pasar la noche en el hospital, una o dos veces también
lo había obtenido, pero más se esforzaba, más no podía
mantenerse despierto, atento, para velar por su héroe, incluso
en la oscuridad.
Pero cuando se dio cuenta, mientras las gotas rayaban la
ventana de la habitación, que a pesar de que su padre estuviese
encerrado en esa prisión de carne y estuco, que a pesar de que la
gente hubiera perdido, por el momento al menos, una persona
extraordinaria como él, el mundo seguirá girando lo mismo, y
la gente continuara corriendo de aquí para allá a veces en busca
de algo indefinible, se preguntó cómo se habría convertido si
papá nunca hubiera regresado.
Habría seguido estando toda una vida a su lado, como había
hecho todos los días durante todo el año y medio anterior,
sacrificando las expectativas personales, los sueños, el deseo de
tener hijos o de viajar por el mundo?
¿Qué habría sido de él si su padre hubiera tardado como Odiseo
veinte años para volver?
Se dio vuelta hacia papá, comprobando por un segundo que
no se movíese, y luego deslizó la Odisea en sus brazos, como
siempre dejó el teléfono en la mesita y llamó a su madre para
advertirla de que iba a volver a casa.
Casi había llegado cuando sintió el teléfono vibrar en los
bolsillos. Que pesados. Habrá sido algún compañero de clase
106
para pedirle las tareas para el día siguiente.
Sólo por favor, replicó, sin ni siquiera mirar a la pantalla, con
aire ausente, y se llevó el móvil a su oído.
“No soy ningún dios, ¿Por qué me confundes con los inmortales?
Soy tu padre, por quien gimes y sufres tantos dolores y aguantas
las violencias de los hombres”. ¿Santiago?»
Sintió que algo se movía en su estómago.
«¿Papá?» consiguió silbar solamente, conteniendo con orgullo
las lágrimas.
«¿Santiago? ¿El último pie es espondeo o troqueo? «
107
Treinta y Nueve Minutos
Gutierrez de la Fuente, José
Estaba nublado, un aire tibio se sentía al caminar, el suelo
seguía húmedo por la lluvia del día anterior, había un poco de
viento, era un día normal a fines de invierno. Así comenzaba
un nuevo día de trabajo. El tic tac del reloj, el palpitar de su
corazón, el hambre de no haber desayunado, el sudor de no
saber qué ordenar en la cafetería; era un día más para Ángel. El
nerviosismo por tener que hablar con la cajera lo consumía, las
ansias por no llegar de nuevo atrasado al trabajo lo carcomía
por dentro, la corbata se sentía cada vez más apretada al pensar
que el paso inevitable del tiempo, le evitara llegar al tren a la
hora. Sí, era nuevamente un día normal.
Llegó al frente de la fila sin haber decidido todavía si pedir
el nuevo muffin de arándanos con un jugo de naranja, un
cheesecake de frambuesa con leche o la torta de chocolate y
el cappuccino que pedía todas las mañanas. En ese momento
Sara, como decía la pequeña insignia en el lado derecho de su
pecho, le preguntó qué deseaba consumir. Ángel, sin saber qué
contestar, simplemente dejó salir las palabras que le sonaban
más familiares “Una torta de chocolate y un cappuccino por
favor”. La rutina parecía más segura y él estaba muy apurado
como para detenerse a pensar. Justo después de decir aquellas
palabras Sara le sonrió y le dijo – Muy bien señor, son cinco
mil seiscientos, ¿cuál es su nombre? – Ángel se sintió bastante
sorprendido. Cómo era posible que después de dos años de
atenderlo todas las mañanas de lunes a viernes, sin contar el
viernes pasado en que se sintió enfermo y se quedó en casa, no
supiera todavía su nombre. ¿Era tal vez por ser muy tímido?
¿Habían acaso cambiado a la chica y jamás se dio cuenta por
andar concentrado en controlar su extraño mundo interior?
¿Tal vez él nunca existió y todas las veces que fue a esa cálida
y ornamentada cafetería fueron sólo un sueño? Nunca lo
108
sabría. Sin embargo, mientras seguía cuestionándose el porqué
de aquella “extraña” pregunta, y por mera inercia, respondió
simplemente “Ángel”. Ella le dijo que el café tardaría unos
cinco minutos, pero él no la escuchó, seguía abstraído en aquél
agitado, turbulento y dramático mundo que algunos llamarían
conciencia. Tic-tac, tic-tac. Pagó y se quedó parado a un
costado de la fila mirando el reloj y esperando su pedido.
Desde ahí observaba a las personas del lugar, observaba
sus emociones, analizaba su aspecto, sus movimientos, sus
vestimentas, todo parecía importante. Pero esto lo hacía con
un motivo mucho más profundo que la morbosa curiosidad.
Sí, él quería saber cómo se sentiría ser normal, cómo se sentiría
no tener que freír su cerebro por cada cosa que pasaba por su
mente, por simple que sea. Les tenía envidia, porque sabía que
jamás tendría la posibilidad de cambiar, jamás podría sentir
el placer de sentarse en una playa y relajarse sin tener por
qué preocuparse, porque sabía que él siempre encontraría la
manera de pensar en algo que lo atormentara. Y el reloj seguía
tic-tac, tic-tac.
Observó el extraño reloj en la pared con forma de grano de
café. Tic-tac, tic-tac. Marcaba las 7:35. Sintió que caía de
espaldas en un abismo infinito, sintió que se ahogaba, sentía
todavía más apretada la corbata y sentía su corazón palpitar y
eso lo enloquecía. Sabía que no llegaría a la estación a tiempo.
Y el reloj seguía tic-tac, tic-tac. En ese momento, innumerables
situaciones pasaron por su mente. “Llegaré tarde… otra vez,
llegare tarde otra vez, mi jefe me verá, oh dios mío ¿Qué haré?
Respira profundo. Me verá y no podré explicarle por qué.
Maldición. Respira lento. Me echará del trabajo, ¿cómo viviré?
No podré pagar la renta. ¿Quién me contratará a mí? Nadie
contrata a los que llegan tarde. Respira nuevamente. Viviré en
la calle ¿Qué será de mí? ¿Qué pensará mi familia? Soy una
decepción para mi padre, no podré verlo a los ojos de nuevo.
Mi corazón se acelera más. Tranquilo…”. Tic-tac, tic-tac.
Simplemente no podía escapar de ese infierno que se encontraba
109
en lo profundo de él, un infierno que le recordaba a cada
segundo que jamás desaparecería. – ¡¡¡Ángel!!! – Gritó la chica
que preparaba los cafés. Tomó su pedido con la esperanza de que
tomando un taxi llegaría a tiempo a la estación, y raudamente
abandonó el lugar sabiendo que nadie lo recordaría, como si
jamás hubiera estado ahí. Tic-tac, tic-tac.
Comió su trozo de torta y tomó su café en el camino. Había
llegado a la estación. Bajó del taxi y corrió hacia el andén. No
había nada. Miró el reloj de bolsillo que le había regalado su
madre la última vez que se habían visto. Tic-tac, tic-tac. Eran
las 7:51. Vio poca gente en el lugar, se acercó al encargado
de los registros si el tren de las 7:50 ya había arribado.
Lamentablemente la respuesta era la que él se esperaba. Había
llegado tarde a la estación. Comenzó a sudar y a sentir todos
los síntomas de una enfermedad que lo destruía por dentro,
la ansiedad y el pánico se apoderaban de él y no sería fácil
evitarlo. Había olvidado su medicación. Sintió que su mundo
se desmoronaba. Tic-tac, tic-tac. Giró la cabeza a la derecha
para ver si alguien lo observaba, no había nadie. Giró la cabeza
a la izquierda y ahí la vio. La serendipia más grande. Sentada en
una banca leyendo un libro de García Lorca, se encontraba la
mujer de sus sueños, una mujer con la que había soñado todas
las noches durante 2 meses y medio, una mujer que había hecho
desaparecer aquellas pesadillas nocturnas que lo atormentaban
desde que era niño. Tan bella, tan simple, tan natural. Su tez
pálida, sus pecas, sus labios perfectamente rosados, su largo
cabello castaño oscuro, sus ojos verdes. Todo era hermoso y a
la medida. Todo era etéreo en su ser.
Dicen que cuando encuentras a tu alma gemela, el tiempo se
detiene, que entras en un estado de limerencia, en que un solo
segundo puede ser una eternidad inefable. Exactamente eso
sucedió aquél día. El tic-tac en su cabeza había desaparecido,
todo pareció detenerse, era como si el tiempo flotara, como
si toda la alegría del mundo estuviera contenida en un solo
momento y todas las preocupaciones, todo el estrés en su
110
mente hubiera desaparecido, era la definición de lo idílico,
estaba viviendo una epifanía. Poco a poco comenzó a escuchar
una meliflua melodía, la cual no sabría decir si estaba sonando
o solamente estaba en su mente. Pero lo que sí sabía era que
jamás olvidaría a esa mujer, que su amor por la imagen de ella
sentada en aquella estación sería inmarcesible. Estaba en un
estado de shock tan grande que simplemente había olvidado lo
efímero de un segundo. Sin embargo, como alguna vez vi en un
film, cuando esto ocurre, el tiempo que pasa inmediatamente
después, debe pasar más rápido para poder compensar el
tiempo perdido. Apenas pudo darse cuenta, ella estaba parada
en frente de él preguntándole si sabía a qué hora pasaba el
próximo tren a la capital. No pudo disimular su impresión al
verla hablándole, y sin mayor elocuencia respondió a su duda.
– A las ocho y treinta.
– Muchas gracias – Respondió ella con una sonrisa.
No hubo más conversación que un forzado y vacilante
murmullo de Ángel diciendo “de nada”. Ella se sentó a su lado y
nuevamente sacó su libro de García Lorca de su bolso de cuero.
Esta vez Ángel pudo notar en el empastado el nombre del libro.
“Bodas de sangre” decía en letras doradas. Una de las mejores
tragedias en verso y prosa que he leído, si me preguntan, pero
esta historia no trata de mí así que sigamos con Ángel.
En ese momento él se encontraba frígido, detenido
completamente por la emoción de aquél momento, mas en
su interior estaba extasiado, alucinando con los hechos y las
posibilidades futuras, imaginándose en distintos escenarios
y situaciones en las que podría haberla conocido. ¿Cómo
era posible que una mujer con la que llevaba soñando casi
3 meses apareciera de la nada en la estación de trenes que él
acostumbraba desde hace 5 años, y que además le hablara? El
nerviosismo y la ansiedad habían vuelto, empezaba a sentir
el pulso en todo su cuerpo, en sus piernas, en sus brazos, en
el cuello y detrás de los ojos, había comenzado a sudar de
nuevo, desde sus manos hasta sus axilas, comenzaba la tensión
111
en los hombros. Sin embargo esta vez era diferente, ya no le
preocupaba el llegar atrasado a su destino, estaba dubitativo.
No sabía qué hacer, no sabía cómo reaccionar, quizás por eso se
quedó callado en su rígida postura mirando al infinito.
Miró hacia el lado, y ahí seguía ella, sentada al lado de él como
si fuera lo más normal del mundo. Parecía tan real, podía sentir
el frío, podía oírla pasar de una página del libro a otra, podía
sentir el olor del pasto húmedo y del perfume de rosas que ella
había rociado sobre su cuerpo dicha mañana. Podía sentir el
roce del abrigo que ella llevaba puesto con su mano izquierda
apoyada en la banqueta. Pero él seguía ahí, ensimismado en su
universo pensando que nada de eso podía ser verdad, tratando
de convencerse de que todo lo que estaba pasando era tan solo
un sueño más.
Ahí fue cuando la ansiedad llegó a su punto máximo. Había
tocado fondo. Y el fluir de su conciencia había logrado
apoderarse de su mente y pensar solamente en esa hermosa
mujer sentada a su lado. Así fue como por segunda vez en el
día un soliloquio interminable comenzaba. “¿Qué hago? Esto
puede ser verdad, pero también puede ser sólo mi imaginación.
¿Me estaré volviendo loco? No puedo estar más loco que ahora.
Hay Dios. ¿Por qué no hablé más? ¿Pero cómo pude haber
seguido la conversación? Tal vez ella está pensando que soy
raro. Pero lo soy. ¿Será malo ser raro? A lo mejor le gustan las
personas raras. Dicen que las personas raras son más felices.
Respira hondo. Pero yo no soy feliz, así que no puedo ser raro
¿O sí? Como sea. Debería hablarle, no creo que quiera seguir
leyendo ese libro. Parece algo aburrido. ¿Y si no quiere hablar
conmigo? No pierdo nada con intentarlo. Pero tengo mucho
miedo. Respira lento. Debo comprar más remedios. Oh Dios
mío me siento pésimo. No sé qué hacer…”. Después de estar
un rato así, sacó nuevamente su reloj de bolsillo y debido al
nerviosismo no pudo evitar que se le cayera y se rompiera la
mica de la cubierta. Lo recogió y vio que el reloj marcaba las
8:15. Fue así que se dispuso a finalmente hablarle. Supuso que
112
desprestigiar el libro que ella estaba leyendo por su portada
sería un mal inicio, de hecho opino que fue lo más sensato de
su parte, dado que sé que él tenía cierto problema con filtrar
sus opiniones, quizás por la enfermedad que poseía. Así que
optó por hablarle de literatura inglesa, la cual era su preferida.
Pero algo lo detuvo, su miedo a ser rechazado fue más fuerte
que su decisión. Comenzó a cuestionarse de nuevo. “¿Qué gano
con esto? En verdad no lo necesito ¿por qué lo haría? Yo no
hago estas cosas. Tal vez si enfrento esto, pueda hacerlo más
adelante. ¿Pero y si me rechaza? No podría soportarlo, mi
padre me lo dijo, jamás tendré éxito. Respira nuevamente.
Podría no rechazarte, ser bastante amigable y podría incluso
ser beneficiosa para ti. A lo mejor estoy siendo egoísta. Dios
mío, tal vez nunca lo sabré. Podría conocerla y ella sería
empática y amable, tal vez comprendería mi situación. Tal vez
no le importa que después de hoy me vayan a despedir. Podría
darme su dirección y así yo podría mandarle cartas y ella a mí.
Podría después de eso invitarla a salir y quizás tomar un café. No
te aceleres. Podríamos salir innumerables veces y ella pensaría
que soy genial. Podría llegar a enamorarme de ella y ella de
mí y me impulsaría a conseguir un nuevo trabajo. Tal vez eso
llevaría a formar una familia. Eso le encantaría a mi padre, tal
vez olvide que piensa que soy un mediocre. Podría despertarla
por las mañanas con el desayuno, abrazarla y besarla. Relájate,
recuerda lo que dijo el doctor. Podríamos tener un hermoso
hijo, comprar una casa e incluso tener un perro, quien sabe.
Podríamos estar juntos hasta que nuestros cuerpos ya no den
más. Tal vez sea yo quien te entierre, pero estaría feliz de haber
coincidido toda una vida contigo. Podrías ser el amor de mi
vida… Podrías ser el amor de mi vida, pero puede también que
nunca lo sepa, porque jamás te hablé. Podrías ser el amor de
mi vida…”
Apenas Ángel pudo despegarse de su introspección, se dio
cuenta de que el andén ya estaba lleno, el cielo había despejado
un poco y la hermosa musa a su lado se estaba levantando. El
113
tren había llegado, se paró él también y miró por última vez su
reloj, marcaba exactamente las 8:30. Ella se acercó nuevamente
a él, se presentó como Bárbara y le pidió por favor la ayudara
con una maleta pesada, a lo que él asintió con la cabeza. Hizo
un gesto amable con la mano derecha y agarró la maleta con la
izquierda, y siguiéndola a ella se subieron al tren dejando aquél
pueblo bien atrás. Nunca nadie supo que ocurrió después, ni tal
vez nunca nadie lo sepa, el hecho es que ni siquiera yo puedo
dar testimonio de eso. Ángel Bonilla fue y siempre será un
recuerdo inexistente en las memorias de aquel pueblo olvidado
que jamás lo volvió a ver.
114
El Encierro
Guzmán Vega, Horacio
Como todos los días, Rodrigo despertó a Rodolfo de un eterno
sueño que no acabaría sin la ayuda de un hermano. Ni siquiera
eran hermanos. En su pequeño mundo, ambos cumplían
sus respectivas obligaciones, pero la obligación del mayor
había sido siempre la labor de despertar al otro, al alfeñique
desdentado de tantos golpes que le habían dado en su vida.
Ninguno planeaba escapar a su rutina, se sentían cómodos con
ella y no había sido fácil el crearla. Ambos individuos habían
perdido todo, Rodolfo ya no tenía familia, le decíamos el de
la “nariz roja”, por el famoso reno, mas él nos decía que “no
existen renos de nariz roja”, luego se sentaba en su esquina
con mucho cuidado, sin poder siquiera usar sus manos, a
pedir limosna como lo hacía día tras día, solo de palabra y sin
gestos, si bien todas las esquinas eran iguales, él prefería la más
lejana. Rodrigo era más sofisticado, gustaba de dormir y tenía
una sonrisa cautivadora, blanca como la nieve y sin ningún
residuo de alimento en ella, pues desde el día en que le regalé
un cepillo, lo atesoró como si fuera alguna especie de divinidad
pseudo-religiosa, desde entonces lo llevaba usando hasta hoy
en su propia esquina, la que queda justo en frente de la de su
hermano, pues así estaban lo más lejos el uno del otro.
Así comenzaba su día, a diferencia de los otros “pueblerinos”
(como nos gustaba llamarlos), estos dos iniciaban su día más
temprano, a las 6:30 de la mañana, exactamente y de forma
puntual cada mañana. Rodrigo daba un grito y Rodolfo
despertaba desesperado pensando que algo malo le había
ocurrido, entonces reparaba en el hecho de ser solo una broma
y comenzaba a gritar improperios en contra de las risas de
Rodrigo. La comida de desayuno iniciaba a las 8:00 de la mañana,
cuando los demás pueblerinos despertaban o, en su defecto,
teníamos que despertarlos para verificar que ninguno hubiese
115
tenido alguna crisis durante la noche anterior. En el lapso de
dos horas, tenía lugar la misma conversación de cada día.
“Estamos perdiendo nuestro tiempo”, repetía Rodolfo, “cuando
hayamos juntado lo suficiente, compraremos nuestro carrito y
podremos vender empanadas”, le decía Rodrigo, en un intento
por consolarlo. A la hora del desayuno, las puertas se abrían
y todos llegaban a tomar aquella taza de té, frío aunque fuese
invierno, y un par de tostadas con mantequilla impregnada,
de esas que Rodrigo recordaba de su infancia. Nunca hubo
mayor placer para él que el comer una de esas tostadas con
mantequilla, eran su ambrosía de todas las mañanas. Primero,
le quitaba el borde, odiaba los bordes quemados del pan de
miga, luego lo cerraba, doblándolo por la mitad y, finalmente,
procedía a comérselo. Rodolfo solo se comía el pan. No todos
los pueblerinos compartían la mesa como ellos, el viejo Ramiro
estaba siempre solo al final del comedor, volteado hacia la
pared para evitar contacto visual con cualquiera de los otros;
Raymundo no comía, guardaba el pan en el bolsillo de su
chaqueta (a él le permitíamos conservar su ropa) y creemos
que se lo come después, él compartía habitación con Rolando.
Rolando, quizás el más desagradable de todos estos, recuerdo
cuando un día, por mero capricho, saltó sobre una mesa,
aplastando el almuerzo de Raymundo, y comenzó a gritar
que “quería escapar”. Un loco más, o uno menos, no hace la
diferencia. Yo, mientras tanto, solía comer mi propio pan de
miga, distinto a los de ellos, el mío con mermelada de fresas,
y lo cortaba por la mitad con delicadeza con un fino cuchillo
aserrado que guardaba en mi chaqueta.
A las 12:00 era el almuerzo, pues no podíamos dejarlos más
de cuatro horas sin comer, o algunos se ponían violentos y eso
podía ser perjudicial para nosotros. Rodrigo y Rolando jugaban
frente a la estatua en el tiempo entre comidas, pues era el único
horario del día en que los pueblerinos podían interactuar los
unos con los otros (excepto por Ramiro y otros de su condición,
a quienes les habíamos preparado habitaciones especiales para
116
ese horario). Las mismas preguntas cada mediodía, “¿Cuándo
vamos a salir? El ejército me necesita, y podrías servirme como
un buen soldado, joven Rodrigo”. Rodrigo no respondía, era
optimista y sabía que cuando a Rolando le daba por hablar
estupideces, era mejor ignorarlo y esperar a que se le pasara.
Llegado el mediodía, se abrían las puertas de las habitaciones
y todos debían entrar. A los más problemáticos los hacíamos
vestir los chalecos, al menos hasta que se calmaran y entraran
a sus espacios, entonces les llevábamos la comida. Rodolfo se
sentía más cómodo con el chaleco, era curioso, pues nunca
habíamos visto a uno que se sintiera así al estar imposibilitado
de mover sus brazos, “es parte de su personalidad” me decía
Andrea, yo no sabía de cuál personalidad hablaba. En el cuarto
de los hermanos, Rodolfo siempre llevaba puesto el chaleco,
por lo que las comidas restantes del día eran administradas por
Rodrigo, quien se encargaba de alimentar a su hermano. La
bandeja era suave y con una leve mancha roja en uno de los
extremos, la cuchara que traía era nueva todos los días, un olor
a plástico que a Rodrigo no dejaba de desagradarle. La pasta
verdosa y semilíquida era realmente asquerosa, ellos la comían
sin problema, yo me preguntaba si el asco era algo que solo
nosotros podíamos sentir, y si ellos eran de la misma especie
que nosotros o un simple error de la naturaleza que los hizo
distintos. A las 19:00 llegaba la hora de dormir, muchos se
resistían y debíamos llamar a los guardias de seguridad, esos
hombres robustos que parecían disfrutar cada vez que debían
reprimir a alguien, dejando entrever su sonrisa irónica de “yo
soy libre y tú no”, me repugnaban, pero nunca se los dije.
El martes 13 de diciembre (antes de que mandáramos a dormir
a todos) llegó al hospital un nuevo pueblerino. Me sentí mal
por él, se veía joven, tal vez debía tener mi edad, cuando llegó
a mi oficina le pedí su ficha, me dijo que aún no habían hecho
una ficha para él, por lo que yo, aprovechando que estaba allí,
decidí no llamar a Mónica en su día libre y hacerla por mi
propia cuenta. Me dijo que sufría de alucinaciones y severos
117
trastornos de personalidad, algo común en este lugar, por lo que
sería solo uno más y no influiría con la necesidad de contratar
algún nuevo especialista, mejor para mí, odio esa clase de
trámites, pues solo los dementes están dispuestos a trabajar
con dementes. Revisé la disponibilidad de habitaciones, y me
di cuenta de que estábamos llenos, y no podía situarlo en la
misma sala que un autista (pues eran los únicos quienes no
tenían compañero). Me causaba cierto grado de empatía, su
mirada triste y agotada me hizo dar cuenta de que realmente
sabía de su problema, quizás, él no era uno más. Lo destiné a
la sala de Rodrigo y Rodolfo, la habitación AZ103, en el block
número 8. Si bien, esos dos tenían problemas, no le harían
daño. Por precaución, no archivé su registro, solo lo guardé en
uno de mis bolsillos. Cuando los presenté, les dije que él era
“su nuevo hermano”, parecieron tomarlo bien, Rodrigo incluso
se presentó ante él, “nunca habíamos tenido la oportunidad
de presentarnos formalmente”, le dijo, si bien era curioso, de
cierto modo también era cierto. Rodolfo era reacio a la idea
de interactuar, ni un grito dio, algo curioso, pues siempre que
llegaba un nuevo inquilino, solía gritar al primer momento
de verlo, generalmente, en la hora de almuerzo. Luego de su
presentación decidí dejarlos solos y comencé a monitorearlos
solo a ellos, Andrea me había comunicado de problemas en el
suministro eléctrico (¿o fue Mónica? Ya no lo recuerdo), por
lo que solo funcionaba esa cámara de seguridad. Rodolfo fue a
su esquina, Rodrigo a la suya, ninguno durmió esa noche, pues
el nuevo se había sentado en el centro, sacó una moneda de
$500 y se la dio a Rodrigo, “toma, para tu carrito”, le dijo, este
la guardó y Rodolfo esbozó una maliciosa sonrisa. Me dormí.
Era mi día libre, un miércoles, yo amaba los miércoles, pues no
tenía el deber de ir al hospital, si pudiera haber vivido lo que me
quedaba de vida sin acercarme a ese lugar, hubiera sido feliz,
pero no esa felicidad falsa, no esa felicidad que tienen todos
esos locos del hospital, yo hubiera sido feliz de verdad, ¿podían
ser ellos felices? No eran como yo, no creo que sintieran como
118
yo, eran más como animales inocentes que no sabían sobre lo
que había en su entorno, recuerdo que mi profesor de biología
solía decirme eso, “lo que nos diferencia de los animales, es que
nosotros somos conscientes de nuestro entorno”, pues ellos no
lo eran, ¿significa, entonces, que eran animales? Nunca creí eso,
los animales son salvajes. Mi felicidad se vio arruinada cuando
Mónica me llamó de urgencia, Rodrigo había amanecido
golpeado y ensangrentado por puñaladas en el abdomen. Tomé
el primer taxi que vi y emprendí rumbo hacia el psiquiátrico.
El chofer era simpático, tenía un pintoresco acento caribeño
como Andrea, ella era del caribe, aunque nunca supe bien de
dónde exactamente, pero me agradaba su acento, tenía un aire
despreocupado y colorido que me hacía olvidar el desquiciado
hospital. No entendí muy bien lo que me dijo, pero reía mucho,
al punto de que olvidé todas mis preocupaciones y comencé
a reír con él, durante ese lapso, no existía nada más que dos
hombres felices de estar vivos, o simplemente, felices, no me
di cuenta que habíamos llegado, el viaje se convirtió en unos
breves segundos. Revisé mi bolsillo para hallar el dinero y
pagar, pero me di cuenta que no tenía nada, curioso, siempre
llevaba dinero en el bolsillo. Le pedí que me disculpara, “no se
preocupe”, me dijo, “si no tiene con qué pagarme, asumimos
que quedarás en deuda, cuando pueda, te cobraré lo que
me debes”. Entonces vi a Mónica y a Andrea, ambas estaban
esperándome en la entrada del hospital, pero era miércoles,
Andrea tenía libres los miércoles. Me llevaron adentro y, en
la sala de urgencias, estaba Rodrigo, inoportuno visitante me
sentí, pues su rostro estaba destrozado, como si le hubiesen
dado golpes con un mazo, sus ropas blancas estaban entintadas
en rojo, me repugnaba. Me comunicaron que había amanecido
así, los guardias de seguridad habían caído dormidos y no
presenciaron la situación. Rodolfo había sido aislado para
evitar que causara conmoción en los demás, debido a que yo
dejé mi puesto de trabajo durante la madrugada, él era el único
testigo de esa habitación.
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Me es indiferente, Andrea y Mónica revisaban las cintas
de las cámaras de seguridad, pero no había registro, todas las
cámaras habían sido apagadas a las 3:10 de la madrugada, hora
en que sucedió el ataque. Les propuse no decirle a nadie sobre
el incidente. Sería lo más práctico, nadie notaría la ausencia de
un loco además de otro loco, en este caso, Rodolfo. Es cierto,
Rodolfo, ¡lo había olvidado por completo! No podía dejar
a ese testigo allí, o podía contarle a todos de lo que vio, y el
perjudicado sería yo. Andrea me observó con intriga, me hizo
notar que había empalidecido, “debo hacerle unas preguntas
a Rodolfo”, le dije. Corrí camino a la sala en la que tenían
encerrado al testigo. “¡Dios!”, pensé, “si alguien se entera que
dejé entrar a un tipo sin registro al hospital, ¡y que encima
cometió un homicidio! Seré yo el encarcelado por negligencia”,
revisé en mi bolsillo para buscar el papel del registro, palpé
el documento, pero entonces me hallé frente al umbral que
separaba al salón de la habitación. La puerta estaba abierta, allí
vi al sujeto con un cuchillo de cocina en su mano, clavándole
puñal tras puñal a Rodolfo, el pobre ahora podía hacer honor
a su título de “el de la nariz roja”, pues estaba manchado con
sangre, él y toda la habitación. Me acerqué bruscamente y traté
de detenerlo, sujeté sus manos con las mías para frenarlo, o
al menos para quitarle el cuchillo. Rodolfo ya no respiraba,
entonces entró Mónica y las puñaladas se detuvieron, observé
que todo estaba cubierto de sangre, ella dio un grito y se
desmayó, tenía el cuchillo en mis manos, pero ya de nada
servía, Rodolfo estaba muerto. Andrea apareció por la puerta
y vio la desastrosa escena. “Pablo”, me dijo, “¿Qué has hecho?”.
Guardé mi ensangrentado cuchillo para pan en la chaqueta
nuevamente, revisé mi bolsillo trasero y encontré finalmente el
papel del registro del sujeto que había aparecido el día anterior,
“Pablo Montenegro. Síndrome de personalidad múltiple”.
120
Todos somos iguales
Herrera Palacio, Cristian
Hola me llamo Juan de Dios y soy un niño muy especial porque
tengo síndrome de Down. Mis papás me contaron que cuando
yo nací se pusieron muy felices y que daban gracias a Dios todos
los días por mí. Mi mamá me dijo que yo era muy parecido a
ella, porque los dos teníamos un problemita al corazón, aunque
ella después me dijo que era a la sangre. En mi familia somos
cuatro personas: mi mamá, mi papá, mi hermano mayor y yo.
Todas las mañanas me levantaba pensando las aventuras que
haría en el día. Mi mamá era la que me despertaba para ir al
colegio, siempre lo hacía a las siete en punto y sacudiéndome
todo el cuerpo y haciéndome cosquillas. Después iba a tomar
desayuno, yogurt de vainilla con Zucaritas era lo que más me
gustaba. Cuando terminaba me iba a vestir y me ponía mi
uniforme. Cuando ya estaba listo me iba al auto de mi papá, él
siempre nos llevaba a mí y a mi hermano al colegio. Yo siempre
era el primero en llegar:
¡Te gané! – le decía a mi papá cuando llegaba al auto.
¡Muy bien! – me respondía.
Como siempre – me decía mi hermano.
Me encanta ir al colegio, aunque a veces me aburro en las clases,
en especial en las de Lenguaje.
En el recreo lo paso con mis muchos amigos, con ellos juego
fútbol, a la pinta y al cachipún. Todos mis compañeros son más
chicos que yo.
Cuando termina el colegio, voy directo a la liebre que la maneja
Pedro. Él siempre sabe dónde vivo, parece que es un mago, pero
me da miedo preguntarle. Acá también soy siempre el primero
en llegar, pero el último en bajar. Me siento en el último asiento
al lado de la ventana, y espero que lleguen todos los demás para
saludarlos y esperarlos con una sonrisa
Cuando llego a mi casa mi mamá me espera para tomar el té con
121
ella; pan con mantequilla y jamón es mi favorito y obviamente
leche de chocolate. Después tengo que ir hacer mi tarea, siempre
son distintas, muchas veces son entretenidas pero algunas
veces son muy fomes y otras veces son muy difíciles y no las
entiendo, pero mi mamá me las explica y al final las puedo
hacer. Después de mis tareas me voy a jugar, me paso horas y
horas saltando en la cama saltarina y haciendo experimentos
con las cosas que hay en el jardín, mis favoritos son la mezcla
de hojas con agua de la piscina y tierra. Algunas veces no me
sale como quiero y enojo mucho, me pongo a gritar y llorar, no
me gusta cuando eso pasa. No paro de jugar hasta que se hace
de noche y me dicen que tengo que entrar. Como quedo todo
cochino me dicen que tengo que ir a ducharme. Casi todas las
veces me ducho pero otras solo me mojo la cabeza y le digo a
mi mamá que me duché y lo mejor de todo es ¡que se la cree!
Siempre comemos cuando mi papá llega de la oficina y
conversamos de cómo estuvo nuestro día. Algunas veces la
comida está muy rica y me repito, (…)
Antes de irme a dormir me gusta leer (ver) mis libros de
superhéroes, mi sueño es poder tener un super poder. Mi
mamá me dice que algún día yo voy a ser un superhéroe porque
soy una persona muy especial. Cuando veo mis libros me da
mucho sueño así que siempre me duermo.
Los fin de semana son siempre entretenidos, mi papá hace
unos ricos asados, mi mamá nos lleva de pic-nic y todos los
domingos vamos a misa, a Los Castaños. Un domingo me
hice un amigo, él estaba con su polola. Le pregunté cómo se
llamaba, a qué colegio iba – aunque me dijo que iba a una
cosa que se llama universidad – también le pregunté si venía a
misa siempre aquí, todo lo que se me ocurría se lo preguntaba.
Lo más chistoso fue, que después de misa fuimos a la casa de
mis primos, y le conté a mi mama cómo se llamaba mi nuevo
amigo, lo gracioso fue que ¡mi tía lo conocía! Parece que ella
también es bruja, como Pedro, que miedo.
Un día estaba en clases de Lenguaje cuando de repente apareció
122
mi hermano en la puerta de la sala y dijo que nos teníamos que
ir a la casa, la profesora se acercó a la puerta, y me dejó irme.
Fue bacán, yo ya estaba muy aburrido. Cuando salí del colegio
estaba mi tío esperándonos, Pedro no estaba. En el camino vi
que no nos íbamos a la casa.
¿A dónde vamos? – Le pregunte
A ver a tu mamá me dijo mi tío.
Llegamos a un edificio grande con muchos vidrios, por
adentro era todo blanco con verde claro. Subimos un ascensor
y llegamos a una sala, ahí estaban todos. Después de esperar un
rato entramos a un pasillo y después en una puerta. Ahí estaba
mi mamá, acostada en una cama de color blanco, estaba llena
de cables y maquinas alrededor, pero lo más raro fue que tenía
muy poco pelo, parecía hombre. Cuando la fui a saludar me
dijo que estaba enfermita, que me quería mucho y que desde
este momento tenía que ser un hombre grande como mi papá.
Mi mamá nunca volvió a la casa, mi papá decía que ella se fue
de viaje y que algún día la íbamos a volver a ver.
Ya ha pasado mucho tiempo desde que mi mamá se fue de viaje
y los días ya no son como antes. Ahora me tenía que levantar
con un ruido muy molestoso. En el desayuno ya no había nada,
ni yogurt ni menos Zucaritas, lo tenía que sacar todo yo solo. A
la vuelta del colegio no tomaba té con nadie. Las tareas cada día
me aburrían más hasta las que antes eran las más entretenidas.
A veces no entraba en mucho tiempo a la casa y mi papá
cuando llegaba me retaba, pero después siempre me daba un
abrazo, me pedía perdón y me decía que me quería mucho. En
las noches nadie me acompañaba a ver mis libros. No me gusta
ser grande, echo de menos a mi mamá.
Un día jugando a la pinta en el recreo sentí que me dolía
mucho el corazón, como si alguien me estuviese pisando. Me
dio mucho frío y empecé a transpirar y después, y después no
sé… Desperté en una cama de color blanco, estaba lleno de
cables por todos lados y maquinas que hacían ruidos raros. Mi
papá estaba sentado al lado mío con las manos en la cara y con
123
un collar de muchas pelotitas.
Hola papá – le dije
Mi papá sin decir nada se saca sus manos de la cara, me mira,
y después pasó algo muy raro, se ríe y llora al mismo tiempo y
me da un abrazo.
Me estas apretando papá.
Perdón, perdón – me dijo secándose la cara
Después de un rato entró mi hermano, mis primos, tíos, abuelos,
todos. Yo no sabía por qué era, pero a todos les pasaba lo mismo
cuando entraban a la pieza. Todos cambiaban su cara, se ponían
felices y me sonreían. ¡Parece que ahora tengo super poderes!
Yo quería que estuvieran todos felices y se rieran, parece como
si me metiera en la mente de las personas y les dijera lo que
tenían que hacer. Bacán. – pensé. Ese fue un día largo, entraba
y salía una señora que yo no conocía, miraba las máquinas, me
preguntaba cómo me sentía, me decía que me tenía que tomar
algo y se iba. Pero mi papá y mi hermano siempre estaban ahí,
lo que pasa es que con mi nuevo super poder les ordené que
se tenían que quedar. Justo antes de dormir les dije a mi papá
y a mi hermano que los quería mucho, ellos me dijeron que
también y me dieron las buenas noches.
Desperté en otro lugar, ya no estaba en la cama ni tampoco
estaban las ruidosas máquinas. Había tanta luz que parecía
como si el sol estuviera al lado mío. Después de un rato escuché
a alguien venir:
¡Mamá llegaste!
Si, te estaba esperando
Salí corriendo a abrazarla, al fin estaba en casa.
FIN.
Todas las noches mi mamá me llevaba a ver como mi papá nos
contaba todo su día lo bueno y lo malo, nos decía también que
nos echaba de menos pero que está feliz y también nos pedía
que lo cuidáramos a él y a mi hermano (yo creo que lo decía
por mis super poderes).
124
“El Flaco” Relatos del Puerto
Hirschkowitz Le Blanc, Jean Paul
Despertar a diario con los rayos del sol invadiendo el lugar
mientras la brisa marina se hace sentir es promesa de paraíso,
incluso a pesar de la rutina del trabajo y las bocinas impacientes
entre el agua hirviendo de aquel café cargado de la mañana.
Camina rápido entre la gente, serio, cejas gruesas, ojos
cuencudos, nariz prominente, por su porte destaca un poco
más de lo que quisiera y roba algunas miradas mientras gira la
manilla para buscar sus cosas como es de costumbre. A pesar
del sol hacia frío, saludaba a todos pero era de pocos amigos,
había llegado a la zona hace ya un tiempo, de pocas palabras,
se notaba en su actuar que la rudeza fue la forma que tuvo de
avanzar en la vida – “Oye flaco, te esperan en administración” –
le gritaron desde la puerta de la oficina, era evidente que no iba
a ser una buena conversación por el tono del anuncio y porque
en el puerto la situación iba de mal en peor.
Al final del día Bruno, “el flaco”, figuraba retirando sus
pertenencias de la empresa, quedando sin un rumbo aparente,
se despidió de quienes alcanzó a ver mientras cabizbajo
llegaba a la puerta del fondo. Fue ahí donde apareció Felipe,
su compañero de siempre, su mejor amigo de la niñez. Desde
la muerte del padre de Bruno habían estado más unidos que
nunca, tanto así que Felipe que era un hombre de muchos
amigos movió contactos y le consiguió este empleo en el puerto
de Valparaíso, no era mucho dinero, pero le alcanzaba para
ayudar a su madre en el sur – “Arriba el ánimo compadre, ya
encontraremos algo” – exclamó, mientras Bruno respondía con
una mirada poco animada, claro si Felipe lo decía porque le iba
muy bien, había mejorado su situación económica de manera
explosiva desde hace un tiempo. En fin, luego de una pequeña
charla por sugerencia de Felipe ambos caminaron entre barrios
bohemios con la idea de hacer la noche fiesta, y eso claro, no
era una tarea difícil, música brava, las risas, mujeres de taco
125
alto y vestidos cortos, hombres sin consciencia y la oscuridad a
penas dispersada entre las luces tenues, un poco borrosas por
el alcohol… A diferencia de su amigo, Bruno era un joven sin
vicios y luego de un rato aunque el ambiente del cerro porteño
y la insistencia inusual de Felipe lo detenían, el cansancio pudo
más y quiso regresar a su casa.
La luna despejada hacía su sendero más claro y el mar calmo
detonaba el recuerdo de su natal sur de Chile. Distraído en
ese recuerdo taciturno, siente un golpe de frente, mientras
en el suelo yacía un cuerpo escuálido y un rostro un tanto
infantil asustado, oculto entre el desorden de una despeinada
cabellera rubia. Aún pasmado Bruno reacciona a recoger
a la adolescente, quien arisca lo aparta empujándolo – “Ten
cuidado imbécil” – dicen que los ojos de una mujer destellan
un brillo especial cuando están molestas, y estos ojos azules
eléctricos se clavaron en Bruno.
Estúpido – exclamó.
Perdón no te vi – Bruno no alcanzó a terminar de pedir
disculpas y una bala le silbó al oído - ¿Pero qué mierda? –
¡Abajo! – gritó la rubia.
Corriendo cerro abajo con el corazón latiendo a más no poder
sentían cómo eran acorralados por los disparos hasta lograr
esconderse detrás de un viejo auto en un sórdido callejón sin
salida. El desconsuelo de la joven muchacha era conmovedor
y doloroso.
¿Estás herida? – pregunta Bruno, inocente y lleno de temor no
lograba entender lo que estaba pasando.
No, no me dieron ¡tienes que salir de aquí o te van a matar
también! - histérica solloza con los dientes apretados, mientras
cubre su rostro con las manos llenas de tierra.
¿Por qué te persiguen? ¿Qué puede ser tan grave? – mientras
buscaba una forma de salir de ahí.
Ahora que la veía con mayor detención su cuerpo evidenciaba
marcas de golpes y en su pálida mejilla un pequeño corte por
el que corría una lágrima que el joven secó como gesto de
126
consuelo, resignada en un llanto desgarrador, ella solo le dio a
entender que no era posible que le explicara nada.
Bruno intentando recomponerse cae en cuenta que no lleva su
bolso, ni su celular, ni dinero, sin posibilidad de defenderse,
escapar no parece una opción atrapado entre el cemento helado
y las latas del auto.
¿Cómo te llamas? Al menos tengo derecho a saber eso – agitado
por la huida y la impotencia que desbordaba su alma. ¿Por qué
tenía que tocarle a él? Se revelaba ante su fe desesperado.
Rebecca – con voz temblorosa.
Bueno Rebecca, debemos escapar rápido – Bruno hace un
movimiento para ponerse de pie y Rebecca lo detiene, con un
dedo en su boca y los ojos llenos de terror.
Ya están aquí – no podía controlar su miedo y sus delgados
brazos fríos hacían notar cómo se estremecía completa.
¿Quiénes son? – a esas alturas ya exaltado, sin paciencia
necesitaba saber en qué estaba metido.
Narcotraficantes, lo siento mucho no debiste detenerte –
haciéndose aún más pequeña.
El silencio se apoderó del lugar, el viento sopló entre ambos
anunciando la atrocidad que estaba por suceder, el asesino
estaba frente a ellos “¿Qué haces aquí?” dijo una voz trastornada,
que sin embargo Bruno reconoció en el instante pues no era
necesario que siguiera hablando tantos años de escucharlo
se había vuelto inconfundible. Su verdugo a contraluz no
evidenciaba el rostro pero eran conocidos de toda una vida,
años de palmadas en la espalda que hoy lo tenían encañonado;
vino a su mente el dicho “nunca se termina de conocer a las
personas”, usual frase de su padre que hoy cobraba sentido.
La noche ya acababa y Bruno detenido en el tiempo, luego de
suplicar por horas era cada vez más difícil recobrar el aliento.
Nada había sido su culpa, sólo estuvo en el lugar y en el
momento incorrecto, sólo víctima de la crueldad de un hombre
que cubre sus espaldas a costa de lo que sea y de quién sea,
incluso a costa de su mejor amigo; los ojos del joven “flaco” se
127
pierden…
Entre los rayos de sol que invaden el lugar, mientras la brisa
marina se hace sentir, Bruno se llevó en su último hálito de
vida una promesa de paraíso.
Una mala pesadilla
Kirshbom Masri, Uri
Heme aquí, lo último que recuerdo es que muerto me
encontraba. A pesar de eso, continuaba en este mundo y no
solo eso, si no que podía observar todo lo que me rodeaba,
pero los vivos no eran capaces de verme. Podía ver y moverme
por todas partes, pero cuando recordaba el termino sentir se
me hacía absolutamente desconocido.
Ver a mis hermanos llorar como nunca lo habían hecho era
algo extremadamente extraño, cuando me encontraba con
vida, ellos me trataban con absoluto desconocimiento, como si
para ellos fuera una persona común y corriente.
Me descolgaron y me abrazaron con tantas fuerzas que si vivo
estuviera, moriría de nuevo por asfixia. Fue ahí cuando sentí
por primera vez algo que nunca antes había percibido, era
como tener un nuevo sentimiento que me rodeaba el alma y
forma de pensar, sin embargo lo hecho, hecho esta y no podía
volver atrás el tiempo.
Mi madre una mujer luchadora y emprendedora, se preocupaba
a diario para mantenernos y atendía más bien las necesidades
del trabajo que de sus propios hijos. No se ocupaba de mis
necesidades, pero a quien le importaba la vida de un chico sin
futuro ni vida.
128
Mi familia había cambiado desde mi muerte, ya no eran los
mismos, unos hermanos que andaban felices por la vida y sin
preocupaciones mientras que una madre llena de energía y
esfuerzo, una vida llena de lujos, pero pocos amigos con los
que podía compartir ,o era al menos lo que pensaba en ese
momento.
Algo que todavía no comprendía era la razón por la cual seguía
observando a los vivos, no sabía cuál era la función que una vez
muerto debía de cumplir.
Ya pasado varios días y observando la tristeza que contenía
cada integrante de mi familia, decidí seguir a mi madre quien
se encontraba sola en la casa, se encerró en su habitación y
prendió la ducha, formando así gran cantidad de agua, se
desnuda y se recuesta en la bañera, agita sus brazos y piernas,
se acaricia y se acomoda. Comencé a temblar, como si algo me
avisara que algo venia, sin embargo todavía no lo comprendía,
para mi fueron minutos eternos.
Mi madre cerro sus ojos y comenzó a recordar todos los
momentos en los que compartía junto a mi hermanos y a mí,
posteriormente sus ojos comenzaron a lagrimar, seguido de un
llanto de desesperación y nostalgia, es ahí cuando junto a ella
observo que se hallaban varias medicinas y de inmediato me
doy cuenta de lo que iba a hacer. Al igual que a ella me invadió
la desesperación, intentaba gritar, moverme y hacer cualquier
cosa para impedirlo, pero era inútil.
Fue tan solo en un minuto que sus ojos se desvanecieron, al
igual que los míos. Ya pasado ese minuto recobré la conciencia,
pero ella no despertaba, es ahí cuando me doy cuenta que estaba
muerta, minutos de desesperación y tristeza me rodearon e
invadieron, se manifestó de lo lejos episodios en los que mis
hermanos eran invadidos por la soledad y se encontraban solos
en ese mundo, pero aun así, no sentía en ningún minuto esa
necesidad en ellos de matarse.
Surgió en mí ese temor, saber que era lo que había hecho,
querer volver todo atrás y ver como el mundo que me rodeaba
129
se iba destrozando, era imperdonable para mí, todo por una
acción torpe en la que no percibía cuando estaba vivo.
Aun sabiendo del estado en que ya se encontraba mi madre,
no me iba a dar por vencido y continúe gritándole, llorándole
y finalmente le rogué a dios que la salvara y que nada de esto
hubiera ocurrido.
Minutos de incertidumbre pase y fue ahí cuando desperté, sentía
nuevamente la temperatura de la cama en la que me hallaba,
conocía con perfección el hospital en el que me encontraba
y lo mejor de todo era que rodeado a mí se encontraban mis
amigos, hermanos y mi madre, quien de la mano me agarraba
y lloraba de emoción y felicidad.
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Un hombre triste
Kruger Nario, Mº Antonia
Gustavo era un hombre joven y correcto, soñaba –como todas
las personas- con hacer grandes cosas. Sin embargo, mientras
conducía a su trabajo aquel día, solamente podía pensar que
llegaría tarde a la reunión. También pensaba que no le gustaba
su trabajo y que estaba realmente cansado. En realidad,
reflexionaba acerca de la vida y que tal vez no valía la pena
vivirla. Gustavo estaba probando los límites de su cordura.
De repente, sintió un golpe ensordecedor y vio en su retrovisor
izquierdo cómo un hombre asustado descendía de su auto.
Fue ahí cuando comenzó a sentir que sus garras salían, y su
mandíbula crecía haciendo espacio para los enormes colmillos
que comenzaron a aparecer. Mientras destrozaba la puerta
para salir, alcanzó a ver de reojo en el parabrisas su pelaje en
el reflejo, pero no tuvo tiempo de pensar en esto pues saltó
como un felino sobre el automovilista que instantes atrás le
chocara su vehículo, y se lo comió. Mientras corría la sangre
por su hocico, recordó la reunión y se alargaron sus piernas
para correr. Corrió entre la gente sin importarle nada más, ni
siquiera percatarse de cómo lo miraban con pavor, o gritaban
horrorizados cuando Gustavo se abría paso a empujones.
-¿Por qué has llegado tan tarde? Eres el único que puede cerrar
este negocio, sabes que será culpa tuya si no logramos aterrizar
a este cliente.- Gustavo no lograba escuchar bien a su jefe, pues
miraba atónito sus manos cómo cambiaban de color y luego
el resto de su piel mientras se dirigía a la sala de conferencias
a explicar que su mujer estaba gravemente enferma, que
no tuvo más remedio que llevarla al hospital. Pero su jefe
no escuchó nada. Le gritó que estaba despedido, que era un
incompetente y un irresponsable. Gustavo sintió que su nariz
crecía y se endurecía. Su piel se tornó gris y un enorme cuerno
apareció en su cara. Convertido en rinoceronte, ensartó a su
131
jefe por el estómago y corrió hacia los jardines de la empresa,
desapareciendo en la espesura.
La policía acordonó el lugar y un helicóptero sobrevoló los
jardines. Gustavo escuchó los llamados del altoparlante, vio
a los policías armados acercarse, pero al pasar junto a él, no
pudieron verlo. Su piel se había transformado una vez más. Esta
vez había tomado los colores del bosque. Gustavo junto a un
árbol pasaba completamente desapercibido, mimetizado con el
follaje. Al anochecer suspendieron la búsqueda y Gustavo se
dirigió al hospital donde estaba su mujer.
Se acercó suavemente hasta la cama, tomó su mano y le declaró
su amor. Ella abrió sus ojos y le miró con dulzura. Jamás había
conocido a un hombre más correcto y afectuoso que Gustavo.
Si algo le pasaba, ella no sabría vivir sin él. El doctor golpeó
con sus nudillos la puerta de la habitación y le hizo una seña a
Gustavo. Él salió de la habitación y escuchó al doctor.
Su mujer está grave Gustavo. Desgraciadamente descubrimos
tarde su tumor. Es muy probable que no pase de esta noche.
El doctor puso su mano sobre el hombro de Gustavo en señal
de condolencia. Gustavo lo miró a los ojos. Gustavo sintió la ira
correr por sus venas, sintió como su cuerpo se transformaba.
Cualquier cosa que necesite, por favor hágamelo saber.
Gustavo entendió que el doctor no había visto su transformación.
Fue hasta el baño de la habitación y se miró al espejo para
descubrir el animal que pondría las cosas en orden. Pero solo
vio un hombre. Un hombre triste.
132
El poder de una sonrisa
Lai Sun, Feng
Silenciosa pero poderosa, atractiva pero engañosa. Así es el
poder de una sonrisa. Cuando menos te lo esperas, o cuando
más lo esperas, una sonrisa es la solución.
Deseo vengarme, pensaba Maia constantemente. Ella quería
vengarse de sus compañeros de la escuela básica por burlarse
de ella por ser diferente y tener gustos diferentes. Básicamente,
se burlaban porque quería seguir un camino diferente al del
resto de sus compañeros. Maia no estaba segura de si esa era
siquiera una razón para reírse.
Ella quería ser artista. Quería dibujar y pintar. Pero en la escuela
más prestigiosa en la que estudiaba, nadie quería ser pintor.
¿Es eso siquiera una carrera? Se preguntaban algunos. Todos
aspiraban a ser ingenieros comerciales, abogados, médicos al
entrar a la universidad, o simplemente heredar la empresa de
sus padres. Pero Maia no quería eso.
Sus padres no la obligaron a entrar a ese colegio. A ella le
agradaba aprender y conocer cosas nuevas y la educación
que ahí ofrecía era de excelente calidad. ¿Acaso no podía una
persona que aspiraba a pintar paisajes aprender sobre historia
y actualidad?
Maia no tenía amigos, naturalmente. Pasaba la mayor parte
de su tiempo libre garabateando las hojas de sus cuadernos o
dibujando en su croquera. La mayoría de las hojas contenían
paisajes utópicos, fuera de este mundo, pero seguían un
patrón. En todos aquellos paisajes ella se encontraba sola, no
había ningún ser vivo más que ella. Así es cómo se sentía. Sola.
Sus compañeros incluso creían que era amargada, por eso no
sonreía. No obstante, no era así. Ella no sonreía, porque sonreír
significaba ser feliz. Pero ella no era feliz. ¿Acaso sonreír no está
sólo reservado para algunas personas? ¿Tenía ella el derecho de
sonreír? Claro que ella ha hecho sonreír a muchas personas.
133
¿Acaso tenía sentido? No tenía ni una pizca de sentido. Nada,
en lo absoluto. Pensó Maia. Cómo podía ser posible hacer algo
que uno ama y no sonreír. Maia creía que uno sonreía cuando
el alma de una persona no podía contener toda la felicidad por
sí sola, por lo tanto parte de esa energía positiva se liberaba en
forma de sonrisa. ¿No ocurre lo mismo con otros sentimientos?
Cuando uno tiene rabia, tanta rabia que llega a temblar el
cuerpo, y luego esto se traduce en violencia. Uno desea golpear
algo o alguien, o simplemente soltar unas cuantas palabrotas
para liberar parte de esa energía, ese sentimiento horrible y
desgarrador de rabia que sentía en el fondo de su alma.
Maia era consciente de esa rabia que sentía en su interior. A
veces quería golpear a alguien, a pesar de que no era violenta. A
veces quería romper sus croqueras, cuadernos y lápices, a pesar
de que amaba sus instrumentos para dibujar. No obstante,
esos objetos eran la razón de las burlas. Sin embargo, supo
canalizar esa rabia a través de sus dibujos. Dibujos que cada vez
reflejaban más su triste estado anímico. Pero no era suficiente.
Incluso dibujar, que era su actividad favorita, no era suficiente
para liberar esa pena en su interior.
¿Debería abandonar la escuela? Pensaba constantemente. ¿Por
qué abandonarla cuando le gustaba la escuela? ¿Tenía sentido
alguno abandonar lo que uno le gusta hacer?
Maia se dio cuenta de algo, algo que le cambió la vida.
Tengo todo para ser feliz. Pensó.
Tenía talento para dibujar, tanto paisajes como retratos, de
hecho, podía dibujar casi cualquier cosa. Estudiaba en una de
las mejores escuelas, y disfrutaba aprendiendo. En su rato libre
disfrutaba estar sola y dibujar. Había, por otro lado, factores
negativos, claro. Las burlas de sus compañeros, el rechazo hacia
sus gustos. Eso de cierta forma bloqueaba sus sentimientos de
felicidad. Su alma no estaba lo suficientemente llena de ese aire
cálido y agradable llamado felicidad, por eso no podía sonreír.
Así que se dio cuenta que no necesitaba llenar su alma de
alegría para sonreír, ella podía sonreír si quisiera, ella le iba a
134
enseñar a su alma que sí podía ser feliz. Debía sonreír, hacer el
gesto primero. De esa manera mandaría señales a su alma de
que era feliz.
Porque al igual que alguien que desea ser millonario, no se
convierte en uno de un día para otro, el dinero no llega sólo
porque uno lo desea, sino que se esfuerza día a día para serlo. Al
igual que alguien que desea ser feliz, no es feliz de un momento
a otro. Todo empieza por algo, y ese algo, era sonreír.
Esta realización la hizo reír a carcajadas en medio de la clase
de matemáticas. La profesora se ofendió, no veía qué era tan
gracioso. Sus compañeros la miraron con extrañeza –más de la
normal. Pero no le importó. ¿Qué más daba lo que pensaban
los demás? Ella podía ser feliz.
135
Un día inusual
Letelier Bravo, Mº Fernanda
De camino a la universidad, observaba a la gente pasar, a los
autos avanzar y los caminos perderse. Conduciendo su Toyota
gris en un día entre nublado y con ganas de llover, una vez más
se preguntó: «¿Hacia dónde se dirige toda esa gente?».
Cada día, y cada vez que conduce por las mismas calles,
en ocasiones más congestionadas o menos transitadas,
dependiendo del clima, se pregunta una y otra vez: «¿Hacia
dónde va cada una de estas personas? ¿Qué es lo que tienen
que hacer? ¿Será que llegarán muy lejos, o muy cerca?». En fin,
la curiosidad no lo dejaba tranquilo.
Una mañana en particular, sin nada diferente de otra, su
padre le mencionó que acababa de despedir a un empleado
de su fábrica de bodegas. Parecía disgustado; su padre es una
persona tranquila y racional, lo bastante profesional como
para decidir de manera justa y objetiva el despido de uno de
sus trabajadores. Lucas no tenía dudas al respecto, pero estaba
claro el hecho de que pese a que fuera una obligación, a su
padre le costaba mucho trabajo comunicarle a una persona
de que ya no requería de sus servicios. Llegaba a encariñarse
en ocasiones, aunque sin llegar a perder la objetividad. Pero
aquello solo provocaba que le fuese más difícil el período de la
renovación de contratos.
«Mi padre en el fondo es muy blando, pese a lo que aparenta»,
pensó Lucas, mientras recogía el plato en el que se acababa
de servir un sándwich con queso derretido. Su padre aún no
terminaba de tomar su café, pero Lucas se apresuró a despedirse
rápidamente, ya que tardó más de lo normal en terminar de
comer, y se dirigió a la puerta, no sin antes oír un —que tengas
un buen día— de parte de su padre, y entonces cerró sin llave.
Subió a su Toyota gris y encendió el motor.
Nuevamente aquellas preguntas lo atormentaron: «¿Qué hará
136
cada persona? ¿Hacia dónde se dirigen?». Entonces se decidió.
Iba en la autopista principal, aquella que atraviesa gran parte de
la ciudad, rodeada de árboles a cada costado y con doble pista
en ambas direcciones. Un semáforo en rojo lo hizo detenerse y
observar pensativo hacia el vehículo que tenía enfrente: «¿Y si
me encuentro algo interesante al final de su camino?», pensó.
Y fue así como Lucas emprendió una aventura que hace tanto
tiempo tenía en mente, pero que nunca se atrevió a realizar. Y
es que, pese a que llevaba dos cuadras siguiendo al Suzuki rojo,
seguía cuestionándose cosas, unas más alarmantes que otras,
pero no terminaba de comprender cuál fue el impulso que lo
obligó a seguir precisamente a ese Suzuki rojo o por qué no
esperó hasta después de las clases para iniciar su seguimiento.
Pero esas cosas las dejaba atrás rápidamente, porque estaba cada
vez más intrigado. El conductor del auto rojo había estacionado
en dos lugares diferentes, trayendo consigo bolsas y más bolsas
con quién sabe qué cosas, despertando cada vez más el interés
y la intriga en Lucas, quien ahora pensaba «Esta fue una buena
idea. Cuando llegue a su destino, y sepa al fin qué hará con
todas esas cosas, podría hasta escribir una historia sobre esta
aventura».
Motivado con estos nuevos pensamientos, Lucas perdió
la noción del tiempo y también la noción del peligro. El
desconocido aparcaba en calles que hasta entonces, eran
totalmente nuevas para Lucas. Ni siquiera sabía que se podía
llegar hasta lugares tan poco transitados que quedaran tan cerca
de las calles por las que solía andar. Era todo un mundo nuevo
para él, como un redescubrimiento de la ciudad que ya creía
conocer bastante. Y sin embargo, no terminaba de descifrar
qué tipo de tiendas y aún menos, qué tipo de artículos estaba
adquiriendo tan desesperada y apresuradamente el conductor
al que estaba siguiendo.
«¿Será que está organizando algún tipo de fiesta? ¿o será
que perdió una apuesta y debe comprar cosas extrañas?»,
se preguntaba. Pero pese a que estaba lejos de descubrir de
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quién se trataba realmente, o de qué pretendía hacer, Lucas
se concentró en no perderlo de vista, porque su mayor temor,
contra todo pronóstico y sin cuestionar más allá, era el hecho
de que no consiguiera seguirlo hasta su destino final, fuera el
que fuese.
Llevaba cerca de una hora, según creía, persiguiendo al auto
rojo. Y había contado que el sujeto se había detenido en al
menos seis tiendas en diferentes lugares hasta el momento.
Pero ninguno de esos lugares parecían remotamente familiares
para Lucas.
Hasta que al fin llegaron a una gran tienda que pudiera
reconocer; era un lugar que él solía frecuentar, ya que se podían
adquirir todo tipo de cosas, desde muebles hasta alimentos
enlatados. Lo cual le recordó que también había cosas que
necesitaba comprar. Entonces siguió al Suzuki rojo hasta los
aparcamientos subterráneos, y se aseguró de estacionarse lo
suficientemente cerca como para no perderlo de vista, y lo
suficientemente lejos como para no levantar sospechas, o que
no fuera demasiado evidente el hecho de que estaba siguiendo
todos y cada uno de los movimientos de aquel conductor.
Una vez el hombre se bajó de su vehículo y se dirigió hacia las
escaleras mecánicas, Lucas detuvo por completo el motor de
su Toyota y se apresuró a seguirle los pasos. Una vez dentro
de la gran tienda, Lucas miró desde una distancia prudente
hacia dónde se dirigía su objeto de interés. Fue entonces
cuando se percató de que llevaba el uniforme de la empresa
en la que trabaja su padre, y pensó: «Vaya coincidencia. Quién
pensaría que un trabajador de la misma empresa de papá
estaría perdiendo el tiempo comprando quién sabe qué de esta
manera». Aquel pensamiento lo tranquilizó; y es que sin darse
cuenta, en su interior Lucas temía que pudiera estar siguiendo
a un psicópata o a algún delincuente. Pero solo se trataba de un
hombre que cumplía con sus labores en el mismo lugar que su
papá. Era casi alguien de confianza, Lucas llegó a sentir cierta
familiaridad.
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Perdido en sus pensamientos tras el gran descubrimiento,
olvidó el motivo por el que decidió bajar él también a comprar.
Entonces se apresuró a buscar los materiales que necesitaba
para realizar un trabajo de la universidad, e igual de rápido se
dirigió a una caja a pagarlos.
Miró a su alrededor, pero llevaba un tiempo desde que perdió
de vista al conductor del Suzuki. Lucas se sintió extrañamente
angustiado; no podía ser posible que tras tanto tiempo y
paciencia, perdiera de vista a su objetivo cuando seguramente
estaba por terminar su odisea.
No le importó lo que la gente pudiera llegar a pensar de él:
dejó a un lado las cosas que venía a comprar e inició una
carrera maratónica hasta el subterráneo. Cuando llegó hasta
la puerta del conductor, nuevamente observó a su alrededor,
pero su peor temor se había materializado; el auto rojo ya no
se encontraba allí.
Lucas tragó saliva y de un salto ingresó a su vehículo. Encendió
el motor, y pisó el acelerador. Cuando se encontró nuevamente
en las calles, un súbito pensamiento lo inundó; el sujeto
pertenecía a la empresa de su padre, pero debería estar allí
trabajando, no perdiendo el tiempo a lo tonto. «¿Qué clase de
empleado se atreve a realizar compras cuando debería estar en
su labor, usando el uniforme de su empresa?».
Entonces una idea aterradora nació de golpe, «¿Y si se trataba
del sujeto al que mi papá acababa de despedir?».
Lucas aceleró hasta que su pie tocó el límite; ya sabía hacia
dónde iría el sujeto. Pasó semáforos en rojo, estuvo a punto de
chocar y hasta de atropellar gente, pero nada de eso le importó.
De pronto, llegar hasta la empresa de su padre era lo más
importante. Lucas se dio cuenta de que era cuestión de vida o
muerte.
Aún no terminaba de imaginar qué clase de cosas compró el
sujeto ni qué haría con ellas, pero sabía, de algún modo, que su
última parada era la fábrica de bodegas.
Casi estableciendo un récord de velocidad, Lucas llegó al
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recinto. Detuvo su auto y salió corriendo dejando incluso la
puerta abierta. Nada le importaba más que ver a su padre y
poder advertirle.
Corrió, corrió y corrió, pero antes de cruzar la puerta principal,
se oyó un sonido estremecedor. Un sonido que jamás creyó
llegaría a oír fuera de una película. Y sin embargo, lo reconoció
sin dificultad, porque le causó un temor tan grande, que
difícilmente otra cosa podría llegar a causarle otra vez.
Y Lucas lo supo.
Lo supo, lo descubrió.
Pero ya era demasiado tarde.
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Mariana
Madariaga Suárez, Mónica
Durante el día, la apatía se apodera de Mariana. Se despierta
poco antes del mediodía y lo primero que capta la atención
de sus sentidos es el peso de su pierna derecha. Se incorpora
a duras penas, con sus dedo índice rasca la superficie de su
yeso de un blanco inmaculado, lo lleva a su nariz y aspira un
poco del blanco polvo. Sonríe, se lleva lo que queda a la boca,
siempre de la misma manera: encaja su uña entre sus incisivos
inferiores y luego saborea la pasta de yeso con la lengua. Aquel
inicio de su rutina diaria le otorgaba una satisfacción vacía tal,
que le era difícil de cuestionar.
Poco después, su abuela entra a su pieza con su bandeja
de desayuno y prende la tele que sintoniza el horóscopo del
matinal. Mariana la saluda y piensa, ya como parte del día a día,
en cómo antes apenas hablaba con ella. Luego, ella le pregunta
si acaso tiene muchas tareas para el colegio; Mariana sonríe y
le contesta que la terminó en la noche.
Después de ayudarla a lavarse, su abuela la ayuda a trasladarse
al living y comienza a cocinar el almuerzo mientras Mariana
se distrae hojeando revistas. Pese a su reciente desayuno,
almuerza temprano para acompañar a su abuela. Le gustan las
conversaciones que tienen, aunque a veces termine revelándole
más de lo que debería.
Luego del almuerzo, Mariana sintoniza una serie animada
que tiene a su curso revolucionado. Recuerda en lo infantil
que le parecía, en lo mucho que se jactaba en voz alta con sus
compañeros de que su falta de tiempo le impedía ver todas esas
estupideces. Sin embargo, ahora el simple hecho de esperar un
nuevo capítulo la hace feliz. Luego, su abuela entra y ven juntas
una teleserie que Mariana pretende entender para tener algo
sobre lo que conversar con ella.
En la tarde, sus padres llegan con algún regalo o algo para
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comer. A veces, le traen noticias de sus amigos. “Te mandan
muchos saludos” dice su madre, y ella sonríe. Por supuesto que
sus amigos no la han olvidado, Mariana es indispensable.
Mientras cada uno hace lo suyo en el living, Mariana piensa en
lo feliz que es al encontrarse en ese estado, como si a partir de
su accidente tuviese un mundo secreto e incomprensible al que
sus compañeros nunca podrían acceder.
En la noche, todo cambia. Las luces del pasillo se apagan y el
susurro cargado de infinito cariño que su madre utiliza para
desearte buenas noches, sin saber por qué, le arranca un par de
lágrimas de culpabilidad. A partir de ese momento, Mariana
está sola.
A veces, Mariana logra olvidar lo vacía que se siente y el sueño
la invade. La asaltan pesadillas en las cuales sus dientes se
desprenden. A veces, fragmentándose poco a poco, otras veces,
caen simplemente de su boca y otras, no se despegan del todo
de sus encías, haciéndola consciente del delicado hilo que los
une y, sobre todo, del dolor tan real que es capaz de sentir. Pese
a todo esto, es capaz de dormir de manera ininterrumpida, por
lo que la noche es apenas perceptible. La mayoría de las veces,
sin embargo, las horas se deshacen como el yeso que se lleva a
su boca todas las mañanas.
La escena es siempre similar. Ahí, estática, anclada a su cama,
el miedo, la rabia y el resentimiento se convierten en la cuerda
que rodea y aprieta su garganta. Mira el montón de papeles que
se han acumulado en su escritorio. Fotocopias de la materia,
tareas pendientes y, sobre todo, el cúmulo de facsímiles sin
hacer la agobian. Le duele imaginarse en lo que se convertirá al
volver al colegio.
Mariana sabe que es banal, frívola y hasta algo estúpida, pero
jamás ha sido inútil. Su estómago se contrae al ver la cantidad
de medallas que cuelgan de su repisa brillando inmóviles
gracias al reflejo que posa la luna sobre ellas. No podría jugar
en un buen tiempo. Luego, su mirada que queda pegada en el
espacio donde debería estar su tabla y maldice su accidente.
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Lo único que ahora puede captar su atención en esa pieza son
esos papeles que ella necesita completar, pero los evita porque
se siente incapaz, porque perdió el ritmo, porque le cuesta
recordar cómo era capaz de vencer cualquier distracción y
estudiar de manera incansable para lograr aquel objetivo que
se proponía todos los años: ser la mejor. Ahora, no sabía qué
sería de ella.
Piensa en las voces que deben estar hablando sobre ella, quizás
con lástima. “Pobre” deben decir con una sonrisa en sus labios,
alegrándose de saber el estado de solitud e indefensión en
el que se encuentra. Quizás, ahora que sus notas serían un
desastre, la tildarían de tonta. Se anticipa a ello y resuelve
mientras se remueve incómoda en esa enorme cama, ponerse
al día a la mañana siguiente. Esa decisión aparentemente firme
se desvanece en el transcurso de la noche.
Parpadea. Fantasea con la idea de no estar sola en esa habitación.
Se imagina a todos amigos repletando su habitación, rodeándola
de regalos, palabras afectuosas y buenos deseos mientras
ella les cuenta la historia de su accidente que ha ensayado en
todas esas horas de enclaustramiento. Abre los ojos. Está sola.
Aquella retorcida fantasía infantil que solía tener cuando chica,
en la que podía verse en un baúl mientras miles de personas
lloraban su muerte de manera desconsolada, parecía burlarse
de ella.
Sin poder encontrar una posición cómoda para dormir, maldice
su yeso. Le dolía esa superficie blanca e impoluta, únicamente
firmada por un compañero que viene a verla para entregarle
sus tareas mientras espera a que su hermano salga del colegio.
Con él bromea el rato, comen algo y hasta se ríen un poco, pero
no son tan cercanos.
Toma su celular, que ahora carga simplemente por inercia a la
espera de alguna llamada, algún saludo, y revisa sus mensajes.
El día tiene excusas: el colegio, las actividades extracurriculares,
las tareas, el preuniversitario. Sin embargo, cuando los
pretextos se acaban, el autoengaño la abandona. Comienza a
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inspeccionar obsesivamente las fotos de sus amigos, rumiando
maldiciones con un veneno que tensa todos sus músculos.
Piensa en lo mucho que los resiente por olvidarse de ella y la
adrenalina que se apodera de ella la despierta completamente.
Sabe que su estado es temporal. En poco tiempo, deberá
reincorporarse a la realidad y no sabe cómo va a afrontar todo
eso, en qué se convertirá ahora que ya no podía intentar ser
algo. Le da vueltas a todo esto durante sus horas de vigilia, pero
todo parece desembocar en lo mismo: está sola.
Sin embargo, cuando Mariana escucha los pasos de sus padres
y ve la luz hacerse paso bajo el hueco que hay en su puerta,
todo vuelve a estar en orden. Cierra los ojos, sus extremidades
se adormecen y, con el sonido del agua de la ducha corriendo,
puede al fin conciliar el sueño. Otro día comienza.
Esta rutina transcurre con pocas variaciones, salvo un día en
que sus papás la llevan a la clínica para que le remuevan su
yeso. Mariana pasa ese día en Santiago, de compras con sus
padres.
Su último día en su casa se transformó en noche. Ya se había
instalado en ella la certeza de que no había hecho nada de la
tarea que le habían mandado; era muy tarde para pensar que
aún tenía tiempo. Con un nudo en la garganta, trata de evitar
sentirse estúpida e inútil y busca distraerse removiendo un
baúl olvidado en su pieza.
Al día siguiente, mientras su papá la conduce al colegio, intenta
secar inútilmente el sudor de sus manos y trata de calmar su
ansiedad respirando pausadamente. Sabe que algo horrible e
indeterminado va a ocurrir y es incapaz de detener ese auto en
marcha. Finalmente, Mariana llega al colegio.
Cuando llegas a tu destino y tu padre se estaciona al lado de
ese árbol marchito que puedes ver desde tu sala de clases, te
das cuenta de la cantidad de tiempo que ha pasado. Tus manos
tiemblan al tratar torpemente de soltar el cinturón de seguridad
y aquel dolor de tórax se transforma en una respiración
entrecortada que parece un llanto seco. Tratas de dilatar lo más
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posible el momento en el que te tienes que bajar de tu auto,
pero un bocinazo te saca de tu ensimismamiento.
Finalmente, Mariana, lloras. Lloras porque te han arrancado
de ti misma. Lloras porque no sabes cómo ocultar tu nuevo
mundo secreto. Lloras porque no era apatía lo que sentías, sino
felicidad. Lloras porque nadie está en la entrada del colegio
para saludarte con un recibimiento digno de una campeona
con el que tanto fantaseaste. Lloras porque no sabes cómo vas
a ocultar tu nuevo hábito de hablar y reírte sola. Lloras porque
sabes que, al verte llegar, algunas de tus compañeras susurrarán:
“está hecha mierda”, y, en el fondo, sabes que es válido que se
resuma tu accidente de esa manera, porque es lo único que
importa. Lloras porque jamás le admitirás esto a nadie. Pero,
por sobre todas las cosas, lloras por la incertidumbre.
A partir de este nuevo punto, no sabrás qué pasará contigo,
porque no sabes qué demonios pasó contigo. Probablemente, a
partir de ese momento, serás capaz de encontrarte a ti misma
y dejar de lamentar lo que no hiciste, lo que no disfrutaste, lo
que no viviste. Mirarás el mundo que te ignora con otros ojos.
El egocentrismo quizás nunca te abandonará, por lo que aún
te imaginas a la gente hablando mal de ti, sobre lo distinta que
estás.
O, por el contrario, todo aquello pasará como una nota al pie de
página, siendo aquellos meses de enclaustramiento un simple
desperdicio de vida. Sus amigos la verían sorprendidos llegar a
su sala, la rodearían en abrazos y palabras afectuosas. Su yeso
se llenaría en unos pocos minutos de firmas y dedicatorias
que luciría con orgullo. En el fondo, sabes que esa escena
que imaginas —salvo la parte del yeso, puesto que este fue
removido— es la que más se acerca a lo que vivirás de ahora
en adelante. Y no quieres eso. No quieres salir de ese foso y
olvidarte de lo que eres ahora, de lo que fuiste, de lo que no
serás. Pero estás resignada, ya que aceptas que algunas cosas
nunca cambiarán.
No hay puntos medios en tu patética historia que sientes que
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no es digna de contarle a nadie.
Lloras, pero aún eres lo suficientemente orgullosa como para
dejar que alguien lo note. Sin embargo, cuando tu papá te pasa
tus muletas, se despide de ti y te recuerda que en la tarde irán
a comer tal y como te prometió, dejas de ser su campeona, la
que puede con todo. Tu rostro se deshace frente a los ojos de
tu papá y te conviertes en esa mujer débil e histérica que sabes
que todo el mundo odia. Tu padre no entiende por qué, con tu
rostro compungido le pides en un ruego patético:
—Papá, por favor, déjame faltar un día más.
146
La mosca
Medina Villar, Alejandro
Gendum descubrió en sus aposentos, una helada mañana, una
mosca. Le pareció extraño que tal pequeñez de vida lograra
vencer las espantosas condiciones climáticas que son vividas
en el techo del mundo, los altos y fríos picos del mundo
tibetano. Gendum, como cualquier joven de su edad, admiraba
las epopeyas y las historias de héroes, los victoriosos de la
guerra y los honoríficos derrotados, por lo que la llegada del
insecto vino a reforzar su heroico ideal. “Oh, pequeña mosca
–dijo el muchacho-, has de haber pasado los más terrible
tormentos para haber llegado hasta acá. Debes de haber vivido
el infierno gélido de la intemperie, el rocoso ventisquero que
nos rodea. Quédate aquí conmigo si quieres, o descansa para
luego marcharte.” Y la mosca, agradecida, zumbaba de alegría
y gratitud, batiendo sus alas aleatoriamente entre las velas,
tapices y muebles de su nuevo hogar.
Gendum estaba familiarizado y entregado al arte de la
meditación, ese rumiar constante de la propia conciencia hasta
desvelar lo más íntimo de su existencia humana. O quizás,
tal como llegó la mosca a su vida, la contemplación se había
entregado a él. Si bien gustaba de tener compañía en su hogar,
ya que su mundo podía ser helado y solitario, la presencia
de la mosca comenzó a perturbar. “Oh, pequeña mosca –le
hablaba el joven- ¿cómo he de lograr la compasión absoluta
con tu estrepitoso aleteo? No quiero echarte porque quién
sabe lo tortuoso que ha sido tu viaje hasta acá ¿Cuántas aves
y murciélagos deben haber anhelado conseguir tu mísera y
recóndita carne? Mas no me dejas opción: en la noche he de
abrir las ventanas de par en par para que alejes tu existencia lo
más lejos posible, para que regrese la paz con la que habitaba
antes de tu llegada ¡Ándate!” La mosca, en cambio, respondía
divirtiéndose enormemente dando vueltas de aquí para allá.
El sueño de Gendum fue intranquilo y al despertar la mosca
147
seguía en su habitación, mirándolo compasivamente desde su
velador.
El ánimo del joven, que siempre había sido apacible y grácil, se
volvió amargo. Su familia lo notó y a Gendum, al comentarles
sobre la infructuosa situación, le ofrecieron fraternal ayuda.
“Puedes quedarte en mi pieza –dijo uno de sus hermanos-, mi
sueño es pesado y mi atención es fuerte, no tendré problema con
esa molesta mosca.” Así lo hicieron los jóvenes. Sin embargo, la
presencia del insecto había penetrado en el alma de Gendum y
el eterno batir de alas lo sentía siempre.
Él, quien siempre había soñado con proezas y hazañas, quien
admiraba a los grandes héroes y anhelaba la grandeza, estaba
ahora sumido en la derrota más patética: el héroe vencido
por el enemigo más humilde. No había espacio ni tiempo,
ni dedicación ni disciplina: no había nada. Todos esos años
practicando la paciencia y la austeridad, desperdiciados. La
angustia total se apoderó de Gendum y afectó sus sueños, que
se convertirían en las más hondas pesadillas.
En una de estas se encontró cara a cara con la mosca, y le
dijo: “Has vencido, mosca. Me has derrotado y humillado.
Mira como estoy. Me encuentro desolado, sin consuelo. Te lo
ruego, ándate de mi alma, de mi esencia, de mi vida. Derrotado
estoy, insecto. Yo, que he anhelado la culminación última de la
existencia, no hallo sosiego en ningún lado. ¿A qué has venido,
ah oscuro copo de nieve, sino a turbar mi paz y a regocijarte
con tu conquista?” A lo que la mosca le respondió: “Que mi
batir no te someta ¿Cómo he de derrotarte yo, joven amigo, si
me conformo con la más humilde miga de pan, si me contento
con la más efímera de las cosas? ¿Cómo he de considerarte
mi enemigo, si has velado por mí y me ofreciste calor cuando
pudiste haberme dado frío? Tú mismo has creado el infierno
en el ventoso y susurrante sacudir de alas ¿Qué culpa he de
tener yo? Los verdaderos héroes, a quienes tu admiras, han de
primero vencerse a sí mismos.” Así, cuando despertó, la mosca
había desaparecido y comprendió Gendum que la sabiduría
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de la humildad es el arma más diáfana, que en la pequeñez de
las cosas hay grandeza y que hasta la montaña más alta puede
postrarse ante la nieve.
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Viciosos
Moreno Álvarez, Camila
Siempre evita los últimos carros del tren, así que camina hasta
el primer carro y sube corriendo mientras las puertas cierran
rozándole la espalda.
Son las 10 de la mañana, el metro ya va algo despejado y ella
más cansada que en las tardes. Por su baja estatura no alcanza
las manillas que cuelgan en el tren, se apoya en la puerta que da
a la cabina del conductor y mira hacia el final del tren sumida
en sus pensamientos.
—Hola— la saluda un hombre que subió junto con ella y en su
apuro no había visto.
—Hola… José María… ¿Cómo estás?— responde sorprendida
y deseando salir de ahí.
— ¡Oye! Esta vez no saldrás corriendo ¡Te ves bien! ¿Hace
cuánto que no nos…?
— ¿Cómo están los niños?— pregunta ella de golpe.
—Están bien… muy bien. He hecho bien nuestro trabajo.
— ¿Y los gatos? — se arrepiente de esa pregunta de inmediato.
—Gordos, gordos. La Nela estuvo enferma y…
— ¿me extrañan... los niños y los gatos?
—Te extrañamos, a tu comida… y los momentos contigo.
Ambos se quedan mirando el sucio piso del tren.
—Es bueno verte… qué bueno que me encontraste… yo no
te podía buscar, o sea… si podía pero… bueno, tú entiendes.
¿Supiste que murió mi mamá? Yo quería tanto saber de
ustedes… de los niños y de ti, y decirles… pero no me atrevía.
—Lo supe… y lo siento tanto… lamento no haber estado ahí
contigo…
— Pero… ¿De verdad están bien? ¿Y cómo me encontraste?
Creí haberme alejado lo suficiente…
—Cristián me contó que eran vecinos, ¿tú lo recuerdas? El que
trabajó contigo en la librería del centro… Y bueno… tú siempre
150
vas aquí, en este carro… había venido otras veces. Un día vine y
no te encontré, otro día te vi y no me atreví a hablarte… yo no
quiero hacerte daño... otra vez
Ella mira sus uñas y las esconde para evitar que las vean tan
desarregladas. El tren avanza lento, se quedan en silencio en
cada estación, como si solo se pudiese hablar cuando hay ruido.
—Lo sé… tú eres un buen hombre. Sabes… llegaré atrasada
hoy… y tú también.
—Pedí el día libre para venir a verte, además me lo debían.
Odio ese trabajo.
—No debiste hacerlo… no hay nada que hacer ya, pero es bueno
saber que están bien… ¿Has visto a la madre de los niños? —Lo
mira a los ojos, para ver su respuesta.
—No, ella no quiere verme.
—Debo bajar en la próxima estación… bésalos por mí y
escríbeme al correo cuando quieras hablarme. Perdona que
te deje, tú sabes que odio llegar atrasada… gracias por lo que
haces… por tratar de ayudarme… hubiese querido continuar
esta conversación.
Vuelve a mirar sus uñas y a esconderlas.
—Está bien…lo entiendo ¿Podemos hablar un día de estos?
Con más tiempo, podrías venir a almorzar al depto.
—Déjame verlo y te aviso ¿Ya?
—Oca… al menos respóndeme los correos, te he escrito tantas
veces y…
—Lo prometo, la próxima vez responderé.
El metro se detuvo, lo mira y le ofrece la mejilla para que la
bese; él la abraza. Sus ojos apenas contienen unas lágrimas,
suena la chicharra avisando que las puertas se cierran, ella
desciende apresurada.
Ella camina rápido por el andén y sube las escaleras, alcanza
a subir unos escalones y se sienta en uno ellos. Se inclina
apoyando su cabeza en las rodillas mientras abraza sus piernas,
dejando en libertad unas lágrimas. Abordará el próximo
tren, tiene tiempo, hace mucho que su alcoholismo le impide
151
trabajar.
José María se sienta en un asiento del metro que continúa, como
la vida. Suena su teléfono con una melodía de los Beatles, lo
saca de su bolsillo esperanzado. Observa el número y contesta.
—Aló… sí, hola hijo! Dime… sí, la vi, pero no pudimos hablar
mucho… les mandó besos, tu madre los ama, ¿Tú lo sabes
cierto? Lo que pasa es que ella está… enferma… bueno. Ya.
Luego hablamos.
Cuelga el teléfono y suspira.
152
Conflicto en la Autopista
Mujica De Goyeneche, Pilar
En enero de este año, fui a Santo Domingo a entregar nuestro
departamento en arriendo a unos argentinos. Mi marido, me
ofreció su auto diesel relativamente nuevo, para ahorrar en el
traslado.
Antes de partir veo medio estanque lleno y me confirma que
con eso voy y vuelvo sin problemas.
No me preocupé del combustible hasta que en plena Autopista
del Sol volviendo a Santiago, se encendió la luz naranja
avisándome que el estanque estaba casi vacío. Reviso mi Waze y
veo que la bomba más cercana está a 10 kilómetros. El corazón
se me acelera ante el escenario que estaba por vivir.
Para ahorrar combustible, apago el aire acondicionado, abro las
ventanas del auto, y bajo la velocidad a 80km/hr.… hacía mucho
calor eran como las 3 de la tarde. El cielo estaba completamente
azul y el sol me pegaba fuerte en la cara. De repente el auto, al
igual que un caballo ¡se pone a galopar! empiezo a desviarme
hacia la berma que era relativamente ancha, hasta que luego de
unos fuertes tirones, se detiene completamente.
Me pregunté qué podía hacer en esta situación; ¿Esperar dos
horas a que mi marido me rescate?, ¿Llamar a la asistencia en
ruta, que no sabría cuánto demoraría en llegar a salvarme? ¿O
hacer dedo para traer algo de diesel de la Copec que estaba
ahora a 7 kms. según mi Waze?
Dado que quería llegar temprano a Santiago, consideré que la
alternativa más rápida era hacer dedo.
Me bajo del auto, el calor era sofocante. Los camiones pasaban
a gran velocidad haciendo sonar sus bocinas que se perdían
a lo lejos. Varios personajes de diferentes autos me lanzaban
chiflidos o me pestañaban con sus luces… es que es raro ver a
una mujer haciendo dedo en plena carretera.
No pasan cinco minutos y para un camión a unos 100 mts de
153
donde estaba yo, con un acoplado enorme. Con gran agilidad,
el chofer se acuesta en el asiento y logra abrirme la puerta.
Subo una escalera que me lleva al asiento del copiloto, era
impresionantemente alto. ¡Primera vez en mi vida que me
subía a un camión! Fue una experiencia muy emocionante. Por
dentro era enorme. Lamentablemente era un poco antiguo y
no tenía aire acondicionado, así que partimos a la bomba con
las ventanas abajo. El viento tibio me desordenaba el pelo que
tenía amarrado con un colet.
Gentilmente el hombre me deja en la bomba, le agradezco el
traslado y me despido.
Le pido a un bombero que me preste un bidón y le cuento que
estoy a 7 kms. en pana y que necesito diesel. Me dice “shshsh
con tres litros está demás!!!, también le prestaré una botella de
coca cola cortada para que le sirva de embudo”. Me despido y
le digo que no tardaré en estar ahí con el auto llenándolo de
combustible.
Subo por el ascensor de la Copec. Cruzo por dentro del local
la carretera completa, me compro una coca light bien helada
y bajo por el ascensor. Hago dedo nuevamente para volver al
auto abandonado en la autopista.
Hacían al menos 35° de calor. No pasaron tres minutos y me
para un Tercel verde bien destartalado. Manejaba una mujer
gorda encantadora llena de pircing en las orejas, me abre la
puerta de atrás y hace un espacio entremedio de todos los
bultos que llevaba. Me subo feliz. El auto estaba colapsado de
ropa y de diferentes cosas en todos los asientos. Me cuenta que
tiene un puesto de artículos de Rock en la feria del Tabo.
Vamos a 60 kms./ hora, las cuatro ventanas abiertas, el viento
me sopla en la cara y respiro profundo.
Estoy transpirando, pero no importa, estoy contenta, porque
solo debo echarle el diesel y partir. A lo lejos diviso el auto. Le
pido que pare y me despido agradecida.
Ahora debo cruzar la carretera, me armo de valor, pasan a gran
velocidad autos y camiones, tocan sus bocinas y siento miedo,
154
pienso en mis 4 hijos y en porque le hice caso a mi marido de
no necesitar más de medio estanque para realizar mi travesía.
Logro cruzar la primera pista, traspaso la barrera, me asomo
detrás de un pimiento que se mueve agitadamente con el viento
que hacen los camiones al pasar velozmente. Estoy literalmente
al medio de la autopista aterrada. Espero estar segura y cruzo la
carretera corriendo hasta el auto. Abro la tapa del combustible
que para mala suerte, estaba justo al lado por donde pasaban
los autos y muy nerviosa le hecho el diesel con mi embudo
improvisado, luego guardo el bidón en la maleta y me subo.
Prendo el auto y avanza a saltos unos 100 metros. No lo podía
creer. Los tres litros no fueron suficientes, tenía ganas de matar
al bombero. Esta vez quedo en una subida sin berma. El auto
y yo solos en un riesgo total. Ahí decido llamar a la asistencia
en ruta, ya había llamado a mi marido desde el camión para
contarle en lo que estaba, me ofreció su ayuda tardía y no la
acepté, ahora lo estaba odiando un poco…. Me bajo del auto y
justo pasa una cuca enrejada. Instintivamente le hice dedo. Era
un par de carabineros jóvenes y divertidos de Talagante que
muy gentilmente me llevaron nuevamente a la Copec.
Me dejan ahí, me despido y voy decidida a encarar al bombero.
Me dice que como el auto es diesel, aunque lo llene, no partiría
porque hay que abrir el “capó” y bombear el paso con un
“chupete” etc…. realmente no lo podía creer. Le dije que el
auto era muy moderno y que por favor me llenara el bidón con
todo lo que pudiera de diesel.
Ahora me voy angustiada y cargada con 10 litros pesadísimos
a tomar el ascensor. Cruzo nuevamente por dentro del local
pasando por encima de la carretera. Estoy cansada y muy
acalorada. Bajo el ascensor y hago dedo una vez más.
Esta vez me lleva un emprendedor en una camioneta blanca.
Que felicidad!!! Tenía aire acondicionado!!! Volví a respirar. A
lo lejos veo el auto en la cima de la carretera y le digo ¡ahí, ahí
está mi auto!
El emprendedor me dice que no puede parar ahí mismo porque
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era evidentemente peligroso, así es que a la bajada me dejaría
más segura. Lamentablemente bajando de la loma se integraba
un nuevo brazo a la carretera, por lo que me dejó a unos 500
mts. de mi destino.
Agradecida me bajo con el bidón pesadísimo y tambaleándome,
levanto mi mano libre para despedirme educadamente.
Me armo de valor para cruzar la carretera nuevamente, traspaso
la barrera atemorizada, cansada y transpirada. El calor era
insoportable. Una vez más, me asomo detrás de otro árbol que
se movía fuertemente con el viento y cruzo rápido la segunda
autopista. Uff que cansadora fue esa caminata en subida y tan
cargada.
La maniobra debía ser rápida, los camiones gigantes pasaban
al filo del auto. Esperé a que se despeje la carretera y apenas
pude me pare lo más pegada posible al auto y semi ladeada
empecé a echarle el combustible con mi embudo improvisado.
Vi que venía a lo lejos un camión que al pasar tocó fuertemente
su bocina, cerré los ojos, abracé el bidón y me pegue lo más
que pude al auto…. pasó el estruendo y volví a mi posición de
bombera semi ladeada.
Estaba tan apurada y asustada que ahogaba de diesel la botella
de coca cola cortada, con la velocidad con que vaciaba el bidón.
Me salpique entera. Ahora no solo estaba asustada, nerviosa,
acalorada y cansada sino que además impregnada de olor a
diesel.
Vacío completamente el bidón y cierro la tapa del combustible,
rápidamente abro la maleta de atrás, tiro el embudo y el bidón y
la cierro con un golpe fuerte y decidido. Me subo al auto. Cierro
la puerta. El calor era ahogador. Lentamente cierro y arrugo los
ojos elevando una oración. Respiro profundo y apretó el botón
de encendido. El auto despierta y comienzo a andar.
Por fin estoy salvada.
156
La Desventura de Dante
Ortiz Carvajal, Diego
Capitulo 1: Los inicios de Dante
Mayo de 1136, en la cuidad de Troyes al sur de Francia nace
un pequeño joven llamado Dante Mir, de tés morena y unos
grandes ojos café oscuro, llenos de misterio y sentimientos, un
niño curioso, amable y observador, proveniente de una familia
campesina de bajos recursos, la cual trabaja para el Sr. feudal
Jaufre Radel. Un señor de tés blanca como el papel, calvo y con
un gran bigote naranjo, alto y con una barriga muy peculiar,
quien a pesar de recibir servicios por la familia de Dante era
muy respetuoso y generoso con ellos. Mientras Dante crecía, su
interés por la música y la poesía se intensificaba cada vez más,
pasaba horas componiendo y creando hermosas poesías para
luego mostrárselas a sus amigos, quienes lo admiraban mucho
y siempre lo motivaban a seguir adelante.
Poco a poco Dante fue desarrollando un talento sobrenatural
para componer y tocar, comenzó a generar dinero interpretando
canciones de grandes trovadores en plazas y tabernas, a veces
recibía comida en vez de dinero, pero no le importaba, ya que
su pasión era entretener y sorprender a los campesinos con sus
interpretaciones.
El Sr. feudal Jaufre Radel tenía un hijo, Alfonso, un pequeño
niño de tés blanca, pelo anaranjado y muy pecoso, inquieto,
curioso y risueño, quien desde pequeño fue gran amigo de
Dante y siempre lo motivó a seguir con sus interpretaciones,
incluso a veces lo acompañaba a las tabernas o plazas, ya que a
Alfonso también le interesaba el tema musical y poético, pero
no tenía mucho tiempo para desarrollarlo, porque al igual que
su padre, debía controlar y supervisar sus tierras.
Una característica de Dante es que era muy enamoradizo,
y siempre componía versos en elogio a su mujer ideal. Con
157
el tiempo comenzó a pasar mucho tiempo en las tabernas,
gastaba la mayor parte de su dinero ahí y gracias a su talento
en la composición lograba tener a la mujer que quisiera. A
los dueños de las tabernas no les gustaron las actitudes que
Dante empezó a desarrollar, generaba escándalos entre los
campesinos ebrios y no lograba lo que antiguamente podía
lograr, un ambiente grato y sin preocupaciones, por lo que los
dueños no lo dejaron entrar en mucho tiempo.
El dinero que Dante ganaba sólo en las plazas, no era suficiente
para él, ni mucho menos para su familia y fue por esto que
le pidió a su amigo Alfonso si lo podía ayudar a generar
más dinero y así poder llevar a su familia a vivir a la ciudad,
prometió dejar las tabernas, el juego, las mujeres y convertirse
en un trovador y quizás algún día llegar a ser un rey. A pesar
de que Alfonso ya no confiaba mucho en él porque ya le había
prometido varias veces lo mismo, decidió confiar una última
vez y juntos emprendieron su viaje.
Capitulo 1.1: El Primer viaje de Dante
Gracias al padre de Alfonso, pudieron viajar a Fontainebleau,
departamento de Sena y Marne , al norte de Francia. Allí no
conocían a nadie así que Dante comenzó a interpretar versos
en las calles y plazas conocidas de aquel lugar, y Alfonso lo
acompañaba cantando las hermosas poesías compuestas por
su amigo. Fue así como lograron reunir un poco de dinero para
alquilar o dormir en algún lugar. Aun que en un principio les
costó mucho ganar dinero, habían días en donde no tenían qué
comer o en donde dormir, con el tiempo fueron adaptándose y
ganando público en sus interpretaciones.
Un día Dante y Alfonso estaban tocando y cantando como
cualquier otro día, cuando de repente Dante visualiza una
bellísima mujer a lo lejos caminando hacia la panadería más
famosa del pueblo. Mujer de tés blanca, ojos color miel y un
pelo castaño con unos finos reflejos dorados que brillaban
158
intensamente bajo el sol. Dante le dice a Alfonso que volverá
enseguida y partió corriendo a buscarla para poder hablar
con ella. Cuando llegó a la panadería se percató que estaba
lleno de guardias, no entendía que pasaba, ni tampoco sabía
quién era la bellísima mujer. Así que decidió entrar cuando en
menos de diez segundos un guardia lo empuja y le dice con
voz desafiante –Los siervos entrarán sólo cuando la hija del rey
deje éste lugar-. Dante anonadado por lo ocurrido dio media
vuelta y corrió de vuelta a su amigo Alfonso para contarle lo
que había pasado.
Alfonso no lo podía creer, y fue allí cuando se acordó de las
historias que le contaba su padre cuando era pequeño, acerca
del palacio de Fontainbleau y la hermosa hija del rey, futura
reina.
Tras lo ocurrido Dante decidió ir todos los días a tocar a la
misma plaza, al mismo lugar para ver si volvería a aparecer la
hermosa princesa por la cual había quedado completamente
enamorado.
Pasaron muchos días y aquella mujer no aparecía, poco a
poco Dante se fue dando por vencido y pensaba que jamás la
volvería a ver. Cuando ya el dúo había generado cierta fama en
el pueblo, mujeres querían estar con Dante o Alfonso, y a pesar
de que Alfonso cedía, Dante seguía firme esperando a ver de
nuevo a su amor ideal. Un día lluvioso y con mucho frío Dante
decidió ir a tocar a aquella plaza una vez más a ver si aparecía,
pero esta vez iría solo, ya que Alfonso estaría en casa con una
mujer.
Dante partió esperanzado de verla, llegó, se sentó bajo un
pequeño techo que lo cubría de la fuerte lluvia y comenzó a
interpretar aquellos poemas que había escrito cuando era más
joven, llenos de pasión y esperanza. Pasaron horas y nadie
aparecía, ya había generado suficiente dinero como para irse a
casa a descansar, pero decidió quedarse un rato más. Cuando a
lo lejos aparece una mujer que llevaba una túnica para capear
la lluvia, caminaba hacia aquella famosa panadería, pero esta
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vez sin ningún guardia. Dante no lo pensó dos veces y sabía
que era ella, la mujer por la cual había estado horas, incluso
días tocando para que apareciera. Dejó su guitarra de lado y
corrió lo más rápido que pudo cuando llegó a sus espaldas, la
tocó el hombro, la mujer volteó y Dante estaba en lo correcto,
era ella, la hija del Rey de Fontainbleau.
Capítulo 2: La princesa Aurora
Dante no lo podía creer, estaba allí, el momento que había
estado esperando por días, había llegado. Saludó tímidamente
a la princesa y esta sonrió con entusiasmo –Hola Dante ¿Cómo
estás?- La mujer ya había escuchado sobre aquel hombre que
recitaba poesías con hermosas melodías en las plazas, y fue por
su música que la princesa volvió a aquella panadería. -¿Cómo
es que sabe mi nombre y yo aún no se el de usted?- respondió
sorprendido al enterarse que ella ya sabía su nombre –Todos
hablan de ti en el palacio y que compones hermosas canciones,
quería corroborar si estaban en lo correcto, por cierto mi
nombre es Aurora- sonrió tímidamente la bella mujer.
Dante la invitó a que escuchara algunas de sus composiciones
y fue así como estuvieron horas bajo ese pequeño techo que
los protegía de la fuerte lluvia, conversaron de muchas cosas,
Dante no podía creer lo humilde y sencilla que podía llegar
a ser una persona de la realeza. La princesa Aurora no podía
creer lo bellas que eran aquellas melodías y poesías compuestas
por Dante, mientras él la miraba fijamente a sus hermosos ojos
color miel, no podía parar de pensar que ese momento tendría
que llegar a un final. -¿Cómo es que una mujer tan bella como
usted estuviera sola bajo esta fuerte lluvia?- preguntó Dante
para saber si había alguien en la vida de Aurora. –La verdad
es que siempre trato de escaparme de aquel palacio, a pesar de
tener todo lo que quiero no soy feliz, ya que al parecer tendré
que casarme con un tal Fernando II, nuestros padres son muy
amigos por lo que quieren que la boda sea lo antes posible y
160
así mi padre tener buena relación con aquel país- Respondió
con voz tenue y apenada. –Y esta boda es lo que usted desea?preguntó intrigado el joven Dante. –Pues claro que no, yo lo
único que deseo es encontrar a mi hombre ideal, aquel que
no me quiera por mis bienes, herencias ni el derecho al trono,
aquel que me quiera por lo que soy, aquel que conozca mis
deseos, que conozca mis defectos y no le importen, aquel…
que me haga feliz- respondió la princesa esperanzada y un
poco apenada.
Ya era de noche cuando a lo lejos se escuchaban gritos de
guardias buscando a la princesa y fue allí cuando ella tuvo que
despedirse, Dante le pidió que se quedara un tiempo más, pero
ella le respondió que si los descubrían juntos lo matarían y que
deseaba que se encontrasen nuevamente.
Luego de aquel encuentro, Dante corrió a su casa para contarle
a su gran amigo Alfonso lo sucedido, al momento de enterarse
Alfonso no lo podía creer y felicitó a Dante por su logro. Esa
noche celebraron por supuesto Alfonso con mujeres y alcohol,
mientras Dante celebrara con su preciada guitarra. Al día
siguiente los dos partieron a ganar dinero, cuando Dante
vio un pergamino en la pared el cual decía “Gran baile en el
palacio: por Aurora y Fernando II y su pronta boda”. Dante no
lo podía creer, era cierto lo que la princesa decía, se casaría en
poco tiempo y no con el hombre que amaba. Decepcionado
siguió su camino hacia la plaza cuando leyó otro panfleto que
decía “Se busca compositor, músico, trovador o poeta para
el gran baile. Si le interesa acercarse en los próximos días al
palacio” le dijo a Alfonso que esa era su oportunidad para
encontrarla de nuevo y expresarle su amor a la princesa, mejor
dicho Aurora. Ese día ganaron bastante dinero, pero a Dante
ya no le interesaba, lo único que deseaba era ver a su amor
nuevamente, mientras que Alfonso cada vez se obsesionaba
más con el dieron las mujeres y el alcohol. Ese mismo día tarde
en la noche Alfonso llegó bastante borracho a casa, le dijo a
Dante con voz desafiante – Lo siento Dante, pero creo que tú
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y tus tontas composiciones ya no tienen lugar en esta casa, yo
ya no quiero seguir acompañándote en tus cantos, ni en tu
estúpida búsqueda de amor. Es verdad no te voy a mentir, siento
celos de tu éxito, de tu don con la música y de tu oportunidad
con aquella bella mujer, es por esto que debo dejarte.” Alfonso
estaba bastante enojado por lo que agarró la guitarra de Dante
y la rompió. Dante no podía creer aquella traición, su amigo
de toda la infancia, de toda su vida, lo estaba dejando. A pesar
de aquello Dante intentó hacerlo recapacitar, pero Alfonso no
cedió, agarró lo poco que tenía y se fue.
Moraleja: No hay que confiar en nadie.
162
Un café en Bellavista
Reyes Ahumada, Valentina
Ya no miraba a las personas, tampoco a los perros que
paseaban por el parque. Los objetos que estaban a mi alrededor
habían perdido la importancia que alguna vez tuvieron. Estaba
sentada en una banca perdida del Parque Forestal, absorta en
mis pensamientos. A mi lado, una pequeña libretita café, algo
más grande que el tamaño de la palma de mi mano intentaba
equilibrarse para no caer al suelo. Trataba de pensar en cada
uno de los lugares que había visitado en mi recorrido y en las
personas que había en ellos. Un artesano trabajando frente al
museo de bellas artes...Familias, parejas, perros y ciclistas en
el Parque Forestal...Turistas, grupos de amigos en el barrio
Bellavista...Y más turistas en la Chascona. ¡Ah! Y las personas
que trabajan en cada uno de esos lugares: Mozos, cocineros,
guardias, barrenderos... Nada lograba llamarme la atención.
Me propuse, entonces, pensar en objetos y edificios que había
visto: un poste cubierto de entradas a recitales, stickers, envases
de dulces, una muñeca, un libro y quizás que otras cosas más,
grafittis en las murallas del MAC, el caballo de Botero frente
al Bellas Artes.... Palmeras que no pueden rodearse con los
brazos, una gárgola y esculturas donadas para el centenario
de Chile en el Parque Forestal... Restaurantes y murales en el
barrio Bellavista...
El sonido de mi celular logró traerme de vuelta al banco del
parque. “¿A qué hora llegas a comer? Besos, Mamá.” Guardé el
celular en mi bolso y saqué unas hojas blancas dobladas escritas
a computador. Releí cada uno de los comentarios y correcciones
escritos a mano que habían en esas cuatro páginas. Había
dedicado muchas horas a escribir esa historia, planeando cada
detalle de ella, procurando que cada palabra y tiempo estuviera
correcto e imaginando cada acción que realizaba el personaje
principal para que cobrara realidad al leerse. Sin el resultado
163
esperado.
Doblé nuevamente los papeles que albergaban mi historia y
los puse en el lugar donde ya llevaban alrededor de un mes
guardados. Suspiré. Tomé la libretita que había dejado a mi
lado y releí las cosas que había anotado mientras caminaba
por el sector. Personas que me parecían interesantes, objetos,
nombres de calles, esculturas, arquitectura del lugar... Todo lo
que pudiese servir para escribir una historia. Pero ya llevaba
tres horas mirando las anotaciones y nada se me venía a la
mente aún. Todo lo que se me ocurría y empezaba a escribir en
mi libreta, al leerlo en voz alta parecía ya haber sido escrito por
alguien, y de una mejor manera. Me levanté del banco, agarré
mi bolso y, sin siquiera dudarlo, tiré mi libretita café al tacho
de basura.
Mientras caminaba por los senderos del Parque Forestal, vi
una que otra pareja acostada en el pasto, riendo. Perros de
departamento revolcándose desaforadamente y niños jugando
a la pinta. Ya los había visto antes, incluso los había anotado en
mi libretita. Pero como instrumentos para un cuento, no como
la historia en sí que cada uno de ellos estaba mostrando.
Decidí ir a tomarme un café, antes de volver a casa. Voces de
distintos países y murales coloridos me sumergieron en el
ambiente del barrio Bellavista, caminé un rato uniéndome al
movimiento del lugar y luego me dirigí al Patio Bellavista para
estar algo más tranquila. Una vez ahí, caminé hasta La Casa
en el Aire y subí al segundo piso donde estaban sentados dos
personas mayores, conversando. El resto de las mesas estaban
vacías. Hacía algo de frío. La mujer debió haber tenido unos 70
años y estaba vestida con una falda perfectamente planchada
junto con una blusa y una pulsera del mismo color. Su espalda
estaba recta y su postura perfecta. Él debió haber tenido unos
65 años y estaba echado en la silla cómodamente. Parecía que
eran viejos amigos que no se veían de hace muchos años. Me
senté un par de mesas separados de ellos, de tal manera de
poder verlos y escuchar lo que decían. Pedí un cortado grande.
164
- Antes que se me olvide te traje esto -le dijo ella y le pasó un
libro. No alcancé a leer el título desde mi asiento.- Espero que
no lo hayas leído.
- Si lo leí –respondió él, después de colocarse los lentes. Al ver
la expresión de ella, dijo- . Pero igual me lo puedes regalar.
- Espera –dijo ella y sacó un pequeño papel del interior del
libro-, esto lo escribí cuando murió él. ¿Azúcar o endulzante?,
me preguntó la mesera. Le respondí rápidamente sin siquiera
mirarla mientras veía como él tomaba el papel y lo leía. Estaba
sorprendido, parecía no saber qué decir. - Cuando falleció no
sabes lo sola que me sentí, le dijo ella con voz sincera.
- Claro, claro. Es lo correcto.- respondió el algo descolocado.
Lentamente guardó sus lentes en el bolsillo de su camisa.
- Ya no tengo con quien conversar o simplemente estar. En mi
casa, el silencio inunda los pasillos. Ya nadie me invita a salir.
Me siento completamente sola.
Él permanecía en silencio. Su postura había cambiado por
completo, estaba rígido y serio.
- No se cuándo fue la última vez que me senté a comer. Es que
sin nadie que te acompañe, el hambre desaparece.
Él asiente con la cabeza y llama a la camarera para que les tome
el pedido.
- Pensé que te podía servir este libro en estos momentos, a
mi me sirvió muchísimo.- seguía ella, como si hubiese estado
revelando sus más dolorosos y preciados secretos.
- Gracias -dijo él con una sonrisa algo forzada.
Ya no quedaba casi nada de mi café, así que pedí otro para
poder seguir escuchándolos. Poco a poco la situación se volvía
algo menos tensa entre ellos.
- De hace años que no se nada de Irma, ¿tú? Te acuerdas
cuando...
Cuando llegó mi segundo café, un hombre con una guitarra
apareció por la escalera. Se apoyó en la baranda, tomó su guitarra
y se puso a cantar un rey y un diez, de Manuel García. Intenté
seguir escuchando la conversación, pero ya no me era posible.
165
Tan sólo veía como sus labios se movían. Me encantaba esa
canción, siempre la escucho cuando me arreglo en las mañanas.
Pero en estos momentos deseaba que una de las cuerdas de esa
guitarra se rompiera para poder saber qué es lo que ocurría
en la mesa de ellos. Parecían tener mucho que conversar. La
mesera llegó con la orden de su mesa. Ella había pedido un
pedazo de torta de la casa con un café; él una paila de huevos
con un té. Sus brazos se movían a tono con las expresiones de
su rostro. ¿Qué estarán diciendo?, pensaba. Impaciente, fui al
baño para ver si en el camino lograba escuchar algo más de
la conversación. Pero en ese momento, ambos se pusieron a
comer lo que habían pedido. Cuando volví, habían terminado
de comer, él estaba pagando la cuenta. Ella se paró lentamente
de la mesa y se dirigió hacia las escaleras, él la siguió al mismo
paso sin llevarse el libro ni la nota. Rápidamente fui donde
estaba el regalo tan cuidadosamente elegido. Leí atentamente
cada palabra escrita en la nota, tomé el libro y volví a mi mesa.
Me quedé pensando unos segundos. Las palabras del papel
resonaban en mi cabeza. De pronto, vi la historia ante mis ojos.
Tomé unas cuantas servilletas de papel, y me puse a escribir.
166
Nana
Reyes Correa, Camila
Hace mucho tiempo, cuando la tierra era joven, las estrellas
brillaban en pleno día y los hombres temían al bosque y a las
montañas, existió una anciana. Ella había tenido una vida larga
y plena, algo que muchos envidiarían. Vivía en una cabaña en
el campo, tenía una cabra a quien alimentaba todos los días
y a veces, ayudaba a las mujeres de la ciudad como partera.
Sin embargo, el tesoro más preciado para ella era su nieto.
Caminaba todos los días desde su pequeña morada a casa de
su nieto, sin importar que lloviese o que temblase la tierra. La
vieja mujer le llevaba flores que recogía en el bosque cercano a
su cabaña y le contaba historias sobre ese misterioso lugar.
Pero un día, mientras preparaba un canasto para partir a su
habitual destino, un cuervo entró a su casa y se posó en el dintel
de la puerta. Posó sus ojillos negros en la mujer y lanzó un
graznido que pareció oírse hasta lo más recóndito de la tierra.
La anciana se quedó paralizada. La hora de partir estaba cerca.
Por siete días, la mujer esperó sentada en una silla al lado de la
ventana, a que la muerte se la llevara. Las flores para su nieto se
marchitaron en la vieja mesa de madera que estaba frente a la
puerta de entrada. Pero aún estaba ahí.
Al octavo día, cansada de esperar, decidió salir al bosque.
La cabra que vivía en su casa baló y baló mientras ella se
adentraba en la oscuridad. Mientras caminaba, el miedo
comenzó a apoderarse de ella. Veía a la muerte en todos lados.
Detrás de los arbustos, en las copas de los árboles, en los ojos
de los pájaros. Deseó tener más tiempo, que la vida le diera otra
oportunidad para pasar más tiempo con su nieto, pues para lo
único que vivía, era para verlo. Miró hacia el cielo, donde un
millón de estrellas brillaban; espíritus muy lejanos. Como era
bien sabido, muchos les pedían favores y deseos. Sin embargo,
como un niño que grita entre una multitud, era difícil que ellos
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escucharan estando tan lejos.
Por otra parte, como toda en la vida, siempre había una salida
más fácil… y peligrosa. Los pozos por lo general podían
conceder deseos. La gente arrojaba en ellos cosas no muy
valiosas para probar suerte. Pero, si uno dejaba caer algo muy
valioso, él podría hacer el sueño e cualquiera en una realidad.
Aunque uno nunca debe desear algo, pues esto puede hacerse
realidad.
Comenzó a acariciar la idea de pedirle un deseo al pozo.
Después de todo, ¿qué era lo peor que podía pasar? Era una
anciana y la muerte la acechaba, no había mucho que podrían
arrebatarle. Claro está, excepto su nieto. Se dirigió al pozo más
cercano, pensando cada palabra y condición que impondría. El
problema era que esos entes se aburren fácilmente, por lo que
un deseo muy largo no sería escuchado.
Por fin, llegó al pozo. Estaba flanqueado por dos árboles y
parecía a punto de derrumbarse. Se acercó a él y repasó su
deseo. Desearía vivir por exactamente un año más, nada más,
nada menos. Con los deseos poco ambiciosos, los costos eran
pequeños. Unas monedas quizá bastarían. Mas antes de llegar
al pozo, el bichito de la codicia a picó. Podría desear ser bella
de nuevo, ser joven, ser rica, ser inmortal… o todo junto. Se
paró frente al pozo y dijo su deseo. La ambición había ganado.
“La cabra…”
Ese era el precio del pozo.
Sin vacilar, fue a su casa y amarró una soga al cuello del
único animal que la había acompañado por tantos años. Ella
comenzó a balar asustada, pero la anciana la calmó con dulces
y maliciosos arrullos. Atravesaron el bosque juntas y llegaron
al lugar indicado. Con acopio de todas sus fuerzas, la mujer
levantó a la cabra y, sin derramar una lágrima por la que había
sido su única amiga, la dejó caer a la infinita oscuridad. Oyó
como el animal gimió y sus últimos sonidos se apagaron. Se
hizo completo silencio. Y un escalofrío estremeció a la mujer. El
mundo dio vueltas y vueltas. Y de repente, todo se desvaneció.
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Abrió los ojos lentamente y apareció frente a ella el techo de su
cabaña. ¿Había sido todo un sueño? Se levantó y vio sus pies
descalzos. Sus tersos pies, sin ni una mancha o arruga. Corrió
a buscar un viejo espejo trizado que estaba escondido en un
rincón de la habitación, cubierto por una polvorienta manta.
Se vio. Y si, había funcionado. Su cabellera parecía oro líquido,
sus ojos eran del color de la miel y su piel era lisa y brillante. No
solo era hermosa, sino que era todo lo que había deseado. Sin
perder más tiempo, tomó el canasto con flores marchitas que
estaba en la mesa frente a la puerta de entrada y salió disparada
por la salida.
Llegó jadeando a la ciudad. Caminó rápido a la casa de su
nieto. Los hombres la miraban con deseo y las mujeres, con
envidia. Encontró el hogar de su pequeño tesoro y golpeó tres
veces, como todos los días. Se abrió la puerta lentamente y
ahí estaba, la luz de sus ojos, el niño por el que vivía y por el
que había vencido a la muerte. Le dio un enorme abrazo y lo
saludó cariñosamente. Pero algo había cambiado: el pequeño
la miraba con miedo. Ella le dijo que no temiera, que era su
querida abuela. Sin embargo, el niño cerró la puerta y llamó a
su madre. Salió al encuentro de la mujer y la miró extrañada.
La anciana comenzó a relatar a la carrera su historia, mas ella
no le creyó y la echó del lugar. Se quedó mirando la puerta de
madera y cayó en la cuenta de que ese era el verdadero precio
de su ambición: el no volver a ver a su nieto como antes lo hacía
todos los días.
Volvió a su cabaña, llorando. Lamentó haber pasado esos
siete días en la silla, envés de disfrutar de su pequeño tesorito.
Ya nunca le volvería a ver. Sin embargo, eso no era lo peor.
Pues ella viviría para siempre, pero él moriría y ella no podría
seguirlo. Ya ni el consuelo de la muerte podría mitigar su dolor.
Ni siquiera su cabra la acompañaría. Tenía lo que todo ser
humano había deseado, mas estaba sola con su deseo podrido.
Al anochecer, la puerta principal se abrió lentamente y una
figura alta apareció en el umbral, contrastada con la luz de la
169
luna. La mujer, con evidente esfuerzo, subió su cabeza y sus
ojos se abrieron de par en par. Era La Muerte quien entraba en
su morada. Ella le tendió una mano, en silencio. Sin embargo,
la mujer negó con la cabeza. No podría ir con ella aunque
quisiera. Se largó a llorar. La voz profunda de La Muerte se
hizo eco en la casa:
-Mujer, te he dado siete días antes de llevarte, no obstante, te
sentaste a esperarme en esa misma silla. Intentaste engañarme,
pero te costó muy caro. Pero debo decir que tienes suerte, tu
nieto le ha pedido a las estrellas el verte una vez más, pues te
extraña. Y su deseo se ha cumplido. Desgraciadamente, La
Vida no ha querido darte una última oportunidad, pero yo sí.
Haré que puedas cuidar siempre de él si ese es tu deseo.
La mujer se levantó lentamente y tomó la mano de la muerte,
sin decir ninguno de ellos una palabra. Caminaron a través
del dintel de la puerta, donde estaba posado el mismo cuervo
que vio hace ya mucho tiempo. Se cerró la puerta detrás de
ambos. En el suelo de la cabaña, el cuerpo de la mujer comenzó
a marchitarse.
Al otro día, el niño decidió ir a visitar a su abuela, deseando
con todas sus fuerzas que las estrellas lo hayan escuchado. A
hurtadillas de su madre, el pequeño escapó de su casa y corrió
tan rápido como pudo a casa de su abuela. Abrió la puerta
lentamente. Y ahí estaba ella, en el suelo, bañada por la luz
del sol. Cerró la puerta suavemente y se acurrucó a su lado. El
susurró:
-Nana, me alegro mucho que hayas vuelto –hizo una pausa.
Miró hacia el techo-. Gracias.
Las estrellas habían cumplido su deseo.
Y en los labios de la anciana, se dibujó una sonrisa.
170
Alimento
Roca Leiva, Macarena
- Sofía, ¡come!
- No más, estoy saficheta.
- ¿Cómo?
- ¡Estoy llena! ¡Mira! No me entra el ombligo.
- Chiquitita, si no comes te vas a enfermar. ¿Cómo vas a ir a los
juegos si estás enferma?
- Mamá mira. Hagamos un trato. Yo me como una más y tú me
compras un dulcecito ¿ya?, ¿qué te parece?
- No, no me parece. ¡Come!
- ¡Ay, pero mamá! ¡Es que no me gusta la zonoria así!, a mí me
gusta crudita…
- Bueno, bueno. Pero cómete el pollito por lo menos.
- ¿Pollito?, ¿Esto es pollito?
- No. Es una cosita que se llama pollito, pero no es pollito
-¿Es rico?
-…
En cuanto sintió la puerta de entrada, Isabel detuvo la
grabación. Cada noche el silencio de la casa se inundaba de
esa voz infantil, fresca y desenfadada que el destino le arrebató
hace ya seis años.
- ¿Todavía en pie? Le preguntó Manuel.
- Sí. Todavía en pie.
171
Aquel hombre
Rodriguez Correa, Tomás
En una fría madrugada, en que los gallos no resonaron a lo
largo de mi modesta y silenciosa morada, estaba yo. Abrí un
ojo, todavía no recuerdo cuál fue, creo que fue el izquierdo
o el derecho, no lo sé. Poniéndome de pie, escuché el primer
sonido de los animales, eran ellos, el reconocible canto de
cada mañana. Al fin se dignó a echar voz ese maldito gallo. Me
puse mis botas, debería ser otro día como ayer o al anterior
de ayer. Tampoco recordé que bota me puse primero, pero
tengo esa corazonada de que fue la izquierda, a decir verdad,
no recuerdo cual fue. Me preparo el desayuno nuevamente, me
vengo de esos gallos calentándome el hocico con esos huevos
de campo. No sé por qué, pero saben mejor que ayer, me tardé
dos minutos en comerlos todos. Volví a escuchar ese cacareo,
esta vez desplazando su eco por todo el lugar, indicaba que era
la hora de trabajar. Comenzó igual que siempre, los primeros
troncos cayeron fácilmente y yo sentía el ardor en mi cuerpo,
luego el proceso se traspasó a una máquina. No recuerdo si
cogí el hacha con mi mano izquierda o derecha, ayer yo era
zurdo, pero hoy tomé de mi café con la mano derecha. Aunque
sigo sin recordarlo.
El día continua, el sol pasa sobre mi. Que calor, no recordaba
que hacía tanto calor. Ayer parecía estar nublado, al menos el
sol no pasó sobre mi. El sudor se desliza por mis mejillas, como
una gota se desliza sobre un vidrio. Pensé que caerían al suelo,
pero no lo hicieron, se secaron antes de tocar el asfalto. Maldito
sol, disecó cada una de mis gotas y poco a poco, a mi también.
Aquí almorzamos tarde, cada sesenta segundos que más tarde
en alimentarme, significará un minuto más en la vida de ese
pobre infeliz animal. No puedo evitar pensar en sus gritos, por
las noches salen de mi boca y no puedo callarlos. Siento que
me están devorando por dentro. Cada mañana es un milagro
172
despertar, pasar la noche con esos demonios alimentándose de
mis entrañas, cogiendo todo lo que encuentran en mi interior.
Me están desgarrando el cuerpo. Pero vuelvo a almorzar esa
gallina, no me causa remordimiento, desnucarla sigue siendo
fácil y su sabor es asombroso. Casi todo sigue igual, cada
movimiento que hago siento que ya lo hice, cada palabra que
digo siento que no la quise decir, ¡que puta y maldita rutina!
Pero el sol hizo la diferencia y esta gallina sufrió más que la de
ayer.
Vivir en Varazegos es muy solitario, tanto que mi vecino se
encuentra a cuarenta kilómetros de mi. Hace tiempo no lo veo,
creo que fue en junio cuando arribó a mi hogar en su carreta,
maldito bastardo. Eran las cuatro ruedas más brillantes que vi
y el traje más envidiable que un hombre deseara vestir. Quería
que me llevará con él al centro de la ciudad, pasear por sus
cimientos luciendo nuestro paso y acaparar la mirada de una u
otra prostituta con la cual me podría acostar. De todos modos,
no eran muy caras. Nunca subí a esa carreta, nunca he vestido
unos zapatos y nunca supe el nombre de aquel hombre. Lo
vi aquella vez, el junio más intenso que me tocó vivir. Hoy se
cumplieron dieciocho años de tal encuentro y sigo imaginando
el sexo con esas putas de pueblo.
Desperté de mi siesta, solía no tomarlas. Pero el cuerpo se me
hace cada día más pesado, creo que estoy envejeciendo o tal
vez solo estoy subiendo de peso. Necesito de esas siestas. Esta
vez si soy capaz de recordarlo, no fue el izquierdo tampoco
fue el derecho. Abrí los dos ojos al mismo tiempo. Encontré la
sincronización perfecta, ¿habrá sido verdad? La temperatura
bajó bruscamente mientras dormía, como un golpe al suelo
dejando en silencio mis cuatro paredes. Debo mantener caliente
el hogar, las noches son muy crudas y las noches de invierno
aún más. El cuerpo se me ha empezado a congelar, ya no siento
mis manos ni mis pies, mis genitales se encogen y mi piel se
parece a la de aquel polluelo. Hace más frío que ayer, tendré
que utilizar todo la leña, espero que no esté húmeda, moriría
173
del frío si no logro encenderla. Sigue corriendo el día, los
segundos no se detienen, los animales se preparan para dormir
y yo, empiezo a imitarles. Fue un día bastante productivo, el
trabajo estuvo bien, semejante al de ayer. Aunque no recuerdo
cual fue mejor.
Ya estoy listo para mi plan, hoy no será igual que ayer. La vida
en silencio jamás oirá ruidos, solo los de aquellos malditos
gallos que se dignaron a cacarear. Mi garganta abierta ya no
cerrará, cae como la lluvia, y pareciera que un diluvio inunda
mi alcoba. Que hermoso desliz de aquel Carménère del año
1968, año en que nací, que hoy me despide. Ya no necesito más
calor, no necesito más leña, ni a esas tristes mujerzuelas del
centro de la ciudad. Nadie me escuchará, nadie me recordará.
Solo aquel hombre que atravesó mi pórtico aquel junio, cuyo
nombre jamás podré descifrar.
174
El Mapocho y yo
Ruiz Santelices, Mº Jesús
“Me llamo Carlos. Vivo en el Mapocho, en el río. Me gusta tirar
piedras al agua como cuando era chico. No he dejado ninguna
huella en el mundo hasta ahora, tampoco creo que lo haga.
Sólo vivo por vivir, no vivo para alcanzar alguna meta, ni para
superarme a mí mismo, vivo porque me trajeron a la vida y
decidí quedarme. Si me ven en los alrededores de la estación
Mapocho, cómprenme chicles. Lo único que conozco en mi
vida es a mí mismo, y al río, el río es mi casa”.
Nací en el Río, no el río Sena ni el Nilo, mucho menos el Danubio,
nací en el Mapocho. Mi nombre es Carlos García, nombre que
me puso mi abuelo paterno por su obsesión con Carlos Gardel,
y como García y Gardel suenan un poco, él era el más feliz con
mi nombre. Mi infancia la viví a orillas del río, luego de que mi
papá y mamá se quedaran sin un solo peso cuando murió mi
abuelo (el mismo que me puso el nombre). Sólo teníamos un
colchón que nos regalaron hace algún tiempo, en ese colchón
dormía mi papá, mamá y hermano mayor. Cuando tenía 12
años mi hermano mayor, Felipe, había cumplido recién los
18, como en esta realidad los sueños son realmente sueños y
no tienen ni una pizca de ilusión de alcanzarlos, mi hermano
prefería soñar por medio de la pasta base. Abajo del puente
Condell, mi hermano conoció a la Karen, una prostituta que
intercambiaba sexo por pasta base. El Felipe se enamoró
perdidamente de la Karen, desde la orilla del río, desde nuestro
colchón con una teja para cubrirnos de la lluvia, la miraba. Se
veía la silueta de la Karen, con las luces de los semáforos de
fondo, Santiago se veía tan sucio pero al menos podíamos ver
las estrellas, y mi hermano podía soñar con la Karen.
La cabra esta, se hizo bien amiga de mi hermano, y cada vez
que algún cliente le daba pasta base, llamaba al Felipe pa que la
“apañara”. Esa “apañación” terminó un día en que unos weones
175
mataron al Felipe por estar metido en cosas turbias, cosas
turbias que se llamaban Karen.
Lo amarraron, le pusieron una cuerda en el cuello, y lo tiraron
desde el puente Vicente Huidobro, el mismo que hoy funciona
como un teatro. Ni cagando voy a ese teatro. Y ahí murió el
Felipe po, el amor lo mató, el amor al amor y el amor a la pasta
lo terminaron cagando.
Después de eso, mi papá se puso a tomar más que antes, ahora
ya no iba a limosnear tres veces a la semana afuera de la piojera,
iba todos los días. Mi mamá me mandaba a buscarlo todos los
días a las 9 de la noche, y ahí estaba, afuera sentado, con cara
de curao, echándoles el ojo a las gringas que desfilaban por los
pasillos de tierra. Una vez lo vi dándole un beso a una vieja, me
hice el tonto y me escondí, tal vez habría sido peor si me metía.
Yo no tomo ni fumo, parece que las malas experiencias me
traumaron, soy más bien un cabro medio mamón, trabajo en
el día vendiendo calugas con mi mamá, y en eso se me fue
toda la infancia. Lo peor es que tengo un cerebro que no tengo
como explotar, que mierda hago desde aquí, desde este río de
caca, sentado en un colchón que no vale ni un peso. No tengo
idea que grupos de música están de moda, no tengo idea que
programas dan los Domingos en la noche, ni que películas
están en el cine. Ni siquiera lo pienso, pensar en eso sería
perder el tiempo, ocupar neuronas en cosas inútiles, para qué
pensar en qué película están dando en el cine si no puedo ir
a verla? Es por eso que mi imaginación es muy grande. Con
mi imaginación he viajado mil veces a Italia, unas dos mil a
China, a Estados Unidos unas tres mil. Me imagino en el avión
y luego me imagino aterrizando en la ciudad, una ciudad que
seguramente es muy distinta a la que yo me imagino. Lo mismo
me pasa con la música, no sé nada de música. No sé qué estilo
musical me gusta y cual odio. No sé qué cantante me trastorna
o cual es mi canción favorita. Al final, ser pobre es lo mismo
que ser ciego, sordo y mudo. No puedo ver, ni escuchar, hablar
puedo, pero nadie me escucha.
176
Un día llegó una tía a buscarme al río. La tía Cristina, hermana
de mi mamá. Vive en una casita en la Chimba. Es una vieja
histérica pero si es bien simpática. Quería que me fuera con
ella, me dijo que mi vida era miserable y que mi mamá era
una estúpida por estar aún con mi papá, me dijo que si seguía
viviendo ahí, iba a terminar igual que el Felipe, flotando en la
mierda del río, muerto. Me resistí, no quise irme, no por amor a
mi terrible vida, sino que no podía dejar a mi mamá, una mujer
que se había sacrificado mucho por mí, dejarla sola habría sido
como matarla de una vez.
Pasaron los años, mi mamá se puso vieja y yo también, mi papá
se puso más alcohólico. Ya no teníamos plata para comprar
calugas y venderlas, mi papá se la había tomado. Mi mamá
comenzó a pedir limosna fuera del mercado central, donde
como iban hartos gringos, a veces se apiadaban de esa vieja
sucia y roñosa, y le tiraban unas monedas. Una vez un gringo
le dio diez lucas, llego muy feliz, la escondió en un hoyo que
hizo en la tierra al lado del río para que mi papá no se la robara,
pero como mi mamá es tan buena y nunca miente, mi papá
cachó que le estaba mintiendo en algo, y le sacó la cresta.
Mi mamá le termino pasando las diez lucas, y yo me quede
soñando con lo que habríamos podido hacer con ese billete.
Eran diez completos del mejor carro de completos de la vida,
uno que está en el puente Pio nono. Cuando nos iba bien con
las limosnas, íbamos a comer ahí con mi mamá. Lo pasábamos
bien, nos reíamos harto. La quería caleta.
A mi mamá la atropellaron afuera de la Estación Mapocho, un
hombre que estaba curao, venia de Bellavista. La atropellaron y
ahí murió no más po. No le hicieron na al asesino, yo tampoco
pedí nada, sabía que no me lo iban a dar.
Y se murió mi mamá y me quede solo po, más solo que la cresta,
en el mismo lugar de siempre, lugar miserable, a la orilla del río
más feo del mundo, pero solo (no incluyo a mi papa en mi vida
porque es como las luces intermitentes, se prenden y apagan,
constantemente).
177
Ha pasado harta agua bajo el puente.
Hoy tengo setenta y cinco años, soy oriundo del Río Mapocho,
vendo chicles en el invierno, y en el verano vendo helados. Sigo
viviendo en esta mierda. Nunca me enamoré. Nunca conocí
Italia. Nunca conocí Estados Unidos. Nunca conocí China.
Nunca fui al cine. Nunca tuve una canción favorita. Nunca
tuve una polera predilecta. Nunca elegí que comer. Nunca
hablé. Nunca escuché. Nunca me escucharon. Y estoy solo po,
soñando como siempre, viajando con la mente, riéndome por
dentro.
178
De a tres
Seguel Cabezas, Carol
Ya había decidido que quería separarme de mi esposa. Llevaba
un tiempo pensándolo. Las cosas ya no iban bien. Nunca había
estado con otra persona, nunca había querido estar con otra
persona. Nos conocimos en el colegio y no nos habíamos
separado desde entonces. Ella era sorprendente. Antes de
verdad la amaba. ¿Cómo es que los sentimientos cambian tanto?
No me malinterpreten, seguía siendo demasiado importante,
me preocupaba y aún la quería mucho. Después de todo, estar
más de 17 años con ella hizo que me acostumbrara a una vida
constante en pareja. Nunca estuve sin ella. Creo que logró algo
que nadie más ha podido, me conoce, sabe totalmente como soy,
más que yo incluso. Y yo, aprendí a entenderla, a cuidarla, me
hizo amar sus defectos. Logramos aguantarnos bastante bien
los últimos años. Porque éramos como dos personas extrañas
viviendo en la misma casa. O por lo menos así lo sentía yo.
Viajar por trabajo ya no me gustaba, aunque sabía que tenía
que hacerlo si quería ascender en la empresa. Antes, cuando
tenía menos años encima, era fascinante y un desafío hacerlo.
Al final lo único que hicieron los viajes fue distanciarme de mi
esposa. Perdí mucho tiempo de matrimonio. El tiempo se hizo
nuestro enemigo, lo necesitábamos, pero fue más fuerte. La
distancia pesa. A ella le pesaba más. Un día, repentinamente,
no aguantó más y me dijo que ya no podía seguir con alguien
que se va todos los meses. Fue ahí donde caí. Estaba en lo más
alto del amor y que soltara eso sin aviso, cambió toda mi vida.
¿De qué no me di cuenta? Sólo fue una discusión. La convencí
para que no me dejara, le dije que todo iba a ser mejor. Pero
algo se rompió después de eso. Nada fue igual. Cambié yo.
Cambió ella. El amor se comenzó a ir.
Fui al aeropuerto de Madrid. Tuve tiempo para distraerme
y tomar un café. Me encanta esa ciudad. Podría vivir en
179
ella. Cuando subí al avión un hombre se sentó al lado mío.
Comenzamos a hablar. Fue interesante como pudo distraerme
de todos los problemas que tenía en la cabeza. Al parecer iba
al mismo seminario que yo. Era una persona encantadora.
No tengo muchos amigos. Siempre he tenido mala suerte
haciéndolos. Al final no me importaba mucho, siempre estaba
mi esposa. Era mi mejor amiga. ¿Qué iba a hacer sin ella? Él
volvió a romper mis pensamientos. Era extraño congeniar con
alguien tan rápido. Tener tantas cosas en común con alguien no
pasa tan seguido. Por lo menos a mí nunca me había pasado.
Parecía como si lo conociera de toda la vida. Estaba feliz de
conocerlo.
Ese viaje se tornó más entretenido.
Llegamos a Londres. Ya en el hotel solo quería dormir. A la
mañana siguiente volví a toparme con él. Me alegré sin sentido
por encontrarnos. Cuando lo vi mejor me di cuenta de que era
un tipo muy guapo. Él parecía estar contento de encontrarme
también. Y sin más nos dirigimos al centro donde se dictó
el seminario. Fue muy entretenido a decir verdad. Bueno, si
no hubiese estado él probablemente todo habría sido muy
fastidioso.
Habíamos decidido salir a tomar algo en la noche. Me costó
elegir la ropa ¿Estaba sintiendo nerviosismo por salir con él?
¿O era emoción? La noche fue perfecta, tomamos unos tragos,
me contó donde trabajaba. Era muy inteligente. Atento. Sus ojos
verdes hipnotizaban. No podía despegar la vista de él. Además
su voz era dulce y honesta. ¿Qué me pasaba? ¿Qué tenía él que
me llamaba tanto la atención? Por cosas del destino él vivía
muy cerca de mi hogar, o debería decir casa. Hacía bastante
tiempo que ya no se sentía como un hogar. Fue sorprendente
como hubo complicidad. Nunca había tenido tanta química
tan rápido, sentía una electricidad recorriendo mi cuerpo. ¿Fue
el alcohol? ¿Fue por él? No sabía qué mierda me pasaba.
Los siguientes cuatro días fueron iguales, estaba con él todo el
tiempo posible. Almorzamos, volvimos a salir, conversamos
180
del trabajo. De su empresa. De sus viajes. Me impresionaba lo
culto que era. Lo mucho que le gustaba el deporte y los perros.
Era extraordinariamente magnifico. Su figura me minimizaba.
Era tan poderoso.
Ya era la sexta y última noche en Londres. Luego de estar en
un bar, me invitó a su hotel y acepté. Llegamos y me ofreció
un whisky, también acepté. Ya había bebido demasiado.
Estábamos conversando en el balcón. Él jugaba con el humo
del cigarro casi orgulloso. Volví a sentir la electricidad. Después
de un rato comenzó diciendo que estaba convencido que todas
nuestras decisiones nos llevaron ahí. A ese balcón. Yo. Él. Mis
decisiones. Sus decisiones. Dijo que nunca se había sentido así
con alguien tan rápido. Mi corazón se detuvo. Sonreí, porque
en realidad sentía lo mismo. Comenzó a acercarse y dejé que
lo hiciera. Cada vez estaba más cerca. Sentía su respiración en
mis labios. Ya no podía respirar. Sentí que la distancia entre
nosotros era infinita porque nunca llegaba a mí. Fue tan
lento. Cerré los ojos. Él me besó. Fue tierno y con miedo. Se
lo devolví. ¿Qué estaba haciendo? Tomé su rostro y lo apreté,
quería más de ese aliento, quería ahogarme en él. Él entendió
mi estado al instante y jaló mi cara más fuerte hacia él. Pude
sentirlo. Puede apreciarlo. Pude ver cada parte de su intenso
rostro, de su hermoso y gran cuerpo. Cada ángulo y cada plano
de él estaban frente a mí. Pude probar su aroma en mi lengua y
sentir su piel debajo de mis dedos. Nuestros cuerpos ya estaban
enredados. Sin miedo. Sin restricciones. Sin pudor. Sin tiempo.
Solo dos cuerpos activos.
Para mí fue más que una simple noche.
Abordamos el avión. Teníamos que volver a nuestro país. Tenía
que volver con mi esposa y enfrentar el divorcio inminente.
El viaje en avión se hizo muy corto. Podía verlo sentado en la
otra fila. A veces me miraba. A veces yo lo miraba. A veces nos
mirábamos. Teníamos un secreto. Tenía vergüenza. No quería
que terminara. No quería dejarlo. Cuando bajamos me dijo que
quería volver a verme. Esa petición fue tan sorprendente como
181
satisfactoria. Acepté sin pensarlo. Nos veríamos en dos días
más. Se despidió con un beso en la frente. Volvió la electricidad.
Cuando llegué a mi casa, ella no estaba. Ya en la noche, cuando
me acosté la sentí llegar. Me preguntó cómo había estado el
viaje. Dije que bien, igual que siempre. Se acostó. Estábamos en
la misma cama pero parecía como si no estuviera. La soledad lo
inundaba todo. Lo extrañé.
Cuando llegó el día en que tenía que juntarme con él, el
nerviosismo recorría cada espacio de mi cuerpo, era casi
euforia. Le dije a mi esposa que iba a encontrarme con un colega
del seminario. Pareció no importarle. Ella iba a salir también,
pero no me dijo con quién. Cuando iba de camino, sonó mi
celular. Era él. Me dijo que había surgido un problema y que
no podía venir. Toda la felicidad se desvaneció. Me dijo que
me llamaría para buscar otro día para salir. No quería volver
a mi casa, estar allá se tornaba incómodo. Además mi esposa
no estaba. Así que decidí caminar un rato. Para pensar. Para
observar las calles. Las personas. Las luces. La noche. La luna.
Hacía un poco de frío. Eso estaba bien para mí, soy una persona
que adora el frío. Era una noche muy linda para desperdiciarla.
Decidí entrar a un bar que parecía atractivo.
Había mucha gente. Al parecer era un lugar nuevo. Toda la gente
estaba pasando un buen rato. La música llenaba el espacio, y el
ambiente era muy confortable. Me senté en el bar y pedí un
trago. De repente escuché una voz que me parecía familiar, a
decir verdad no tanto, era una risa particular. Una risa que no
escuchaba hace un buen tiempo. Cuando me di vuelta para
mirar, ahí estaba ella… ahí estaba él.
Mi hermosa esposa Adriana estaba con Stefan, el hombre de
Londres. Estaban tomados de la mano, riendo íntimamente.
Había complicidad. Había pasión. Había recuerdos. Las dos
personas que estaban en el centro de mi vida ahora… estaban
juntos. Como no iban a estarlo, ambos son perfectos. Parecían
tan felices, tan completos. ¿Qué iba a hacer ahora? Quería salir
corriendo. Quería gritar. Quería morir.
182
Una lágrima cayó por mi mejilla. Solo puede mantenerme en
donde estaba. Todo se rompió por dentro.
No podía creerlo. Las dos, mi esposa y yo, estábamos
enamoradas del mismo hombre.
183
Sueños de mil hojas
Serrano del Pozo, Gonzalo
Juan Silva era como la mayoría de los niños en la escuela y no le
gustaba leer. Decía que era malo para leer, aunque, en realidad,
jamás, había abierto la tapa de un libro, salvo aquella vez que
encontró uno botado en el tren y curioseó buscando el nombre
de su dueño.
Lo paradójico era que su padre, quien se había ido cuando
Juan tenía apenas cinco años, había sido un gran lector.
Abogado frustrado, trabajó como profesor de Historia en el
mismo colegio donde Juanito estudiaba. Don Emiliano, había
acumulado y leído en su corta vida, cerca de cinco mil libros.
Repartidos por toda la casa, éstos permanecían ordenados por
año, clasificados por tema de forma minuciosa, con la fecha
de adquisición, su precio original y, en la contratapa, una ficha
amarilla con el resumen de cada uno de ellos, escrita a mano
con tinta azul.
A punto de salir del colegio y con el triste record de jamás
haber leído para una prueba, Juan no sabía qué hacer con su
vida, aunque tampoco parecía ser algo que le preocupara. Le
habría gustado ser futbolista, pero no era lo suficientemente
talentoso ni esforzado.
Su historia cambió una noche que llegó tarde, su madre lo
había estado esperando, llorando en el viejo escritorio de su
padre. Doña Rosita había caído en cuenta de que si su hijo no
estudiaba en la Universidad perdería la posibilidad de un beca
y tendría que trabajar.
Luego del descarnado análisis de su madre, Juanito se sintió
abrumado, quería estudiar para abogado como su padre siempre
había soñado, pero se dio cuenta de que en sus cuadernos sólo
había dibujos, listas de equipos y estadísticas de los partidos de
fútbol.
Pese a todo, la prueba de ingreso a la universidad le permitió
184
postular a una de las Facultades de Derecho más importantes
de Valparaíso. Su ingreso dependía de la lectura y exposición
de un autor clásico.
Juan tenía dos semanas para hacerlo. Durante esos catorce
días, fue acosado por su madre, que repetía cada veinticinco
minutos: “Juanito, no te veo leyendo”. Agobiado, cansado y
frustrado le dijo: “Si dejas de molestar y preguntar, te juro por
mi padre que voy a leer lo que me pidieron”.
La promesa, que parecía fácil de cumplir, no se llevó a cabo
hasta las 23:30 del día antes del examen. Después de haber
llegado de un partido de fútbol, Juanito cayó en cuenta de que
no había abierto el libro y que estaba demasiado cansado para
leer. Antes de acostarse y como un paliativo para su conciencia,
miró cada una de las hojas de El Príncipe de Maquiavelo, obra
que había escogido para su prueba por ser la más corta de las
alternativas. Aunque en estricto rigor, no había leído, había
mirado cada una de las páginas, lo que para él, era haber
cumplido el juramento a su madre.
Lo increíble de esta historia sucedió en la noche. Apenas se
durmió, su sueño consistió en la revisión del libro, cada una
de las páginas que había visto comenzó a aparecer frente a él,
como una página escaneada, que pudo leer tranquilamente,
como si estuviese sentado en la comodidad de una biblioteca.
Al despertar tenía la extraña sensación de no haber descansado
lo suficiente, pero más raro aun, no comprendía si había
soñado que había leído el libro o si realmente lo había hecho.
Sin comentar nada a su madre partió al examen en la Facultad.
Antes de irse, doña Rosa le dijo en tono irónico:
- Tranquilo Juanito, el que nada sabe, nada teme.
Juanito pudo responder todas las preguntas que le hicieron
sobre El Príncipe. Fue tal la exactitud de sus palabras que la
Comisión pidió una entrevista para confirmar que no había
copiado. Ahí les demostró que se sabía el libro de memoria y
que era capaz de recitar un capítulo entero para asombro de los
asistentes.
185
Por primera vez en su vida, su madre se había sentido orgullosa
por algo que no fuese relacionado con fútbol. Juanito había
entrado a la Facultad, obtenía la beca y, mejor, podía ser alguien
en su vida.
Como si se tratara de un acto de magia, para la primera prueba
de Derecho, repitió el mismo procedimiento. Justo antes de
acostarse y luego de haber jugado un partido de fútbol, Juanito
tomó el Código Civil y lo hojeó desde la primera hasta la última
página y se acostó con la esperanza de que su subconsciente
hiciera el trabajo.
Durante la noche sucedió lo mismo de la primera vez, su mente
leyó cada una de las páginas y las memorizó todas. Al otro día
le faltaba espacio para responder en la prueba todo lo que sabía.
Bastó el primer semestre para transformar a Juan Silva en una
leyenda viviente. Nunca antes un alumno había obtenido las
máximas calificaciones en la Escuela de Derecho en todas sus
asignaturas. En un hecho histórico, fue elegido ayudante para
lo que restaba del año.
En su nueva tarea, la revisión y corrección de pruebas constituyó
un nuevo desafío, las hojeó en el día, su mente las leyó en la
noche y despertó con la claridad suficiente par ir asignando
una nota a cada una de las evaluaciones.
Al final de cinco años había leído inconscientemente millones
de páginas, el conocimiento acumulado era proporcional al
sueño y al cansancio durante todo ese tiempo. Abrumado por
la presión del ambiente e inconsciente de los peligros de lo
que esto implicaba, no se percató de las consecuencias para su
salud.
A la irritación constante de quien duerme poco, se sumó la
confusión de letras, títulos y autores. Cada vez que hablaba,
parecía vomitar información sin capacidad de discriminar lo
esencial de lo accidental.
Los últimos recuerdos conscientes de Juanito, fueron los de
unos paramédicos que lo sacaron de la biblioteca de la Escuela
de Derecho. Después, rastros borrosos del lugar donde lo
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recluyeron y, el último, la figura de un hombre que aparecía
como la proyección de sí mismo, un caballero de setenta
años que pasaba el tiempo traspasando en fichas amarillas los
número de teléfono de unas viejas guías que yacían hace años
apiladas en una esquina.
187
Ignistir
Soto-Lafoy Meza, Vicente
Una noche en donde no había estrella que iluminara la cuidad,
solo una pequeña luz proveniente de la luna menguante. Iba
una pareja en un tren en busca de aventuras en Nueva York.
Sophia, una mujer de veintiún años, de tez blanca, cabello claro
y pómulos marcados, le dijo a Robb, su novio, que comenzaba
a extrañar a su familia. Seis meses ya habían pasado desde que
empezaron su travesía juntos. Habían recorrido Inglaterra,
China, Francia y ahora, por último, Estados Unidos. El tren
era viejo y tenía ese característico sonido que ellos ya conocían
bastante bien. No habían visto a nadie desde que lo habían
abordado, sin embargo, una azafata se les acercó a ofrecerles
algo para beber y avisarles que llegarían a la estación en quince
minutos. Respondieron que no necesitaban nada, pero le
agradecieron la visita.
Una vez en las calles de la gran ciudad, mientras caminaban no
muy lejos del hotel en donde se estaban quedando, un estrecho
callejón les llamó la atención. Una luz de neón se encendió
en medio de la oscuridad, dándole un tétrico color rojo al
ambiente. A Sophia le pareció curioso, por lo que decidieron
ir a investigar.
-Qué extraño, -dijo Sophia- este callejón no aparece en mi
mapa.
-Bueno, veamos de que se trata todo esto –respondió su novio-.
Mientras se acercaban, notaron un letrero que decía ‘‘abierto’’,
mas al limpiar la ventana, repleta de polvo, y mirar hacia
adentro, no parecía haber nadie. La tienda era muy antigua, o
por lo menos los artefactos que tenía. Ambos abrieron la puerta
de madera gastada por los años. Una vez adentro, el sonido
inesperado de la campana que se sostenía sobre la puerta les
dio un susto de muerte, sin embargo, rápidamente recuperaron
la compostura.
188
-¿Aló, hay alguien aquí? –Pregunto Robb-.
Pero nadie contestó,
solo su eco a través de la tienda.
- Debe estar vacía, -dijo Sophiaserá mejor que nos vayamos. Un escalofrío recorrió su espalda.
Al darse vuelta, dio un grito que se apagó al instante. Una
anciana de baja estatura, de cabellos blancos y ojos claros que
mostraban sabiduría, los miro fijamente. Mientras caminaba
entre los clientes, les preguntó a que se debía su inoportuna
visita. Le respondieron que solo iban a mirar, les había parecido
interesante y querían revisar si encontraban algo para llevarse
de recuerdo.-Está bien,- dijo la anciana- pero rompan nada.
Mientras pasaban por la tienda, vieron todos los raros artefactos
que disponía la anciana, extravagantes para algunos, inútiles
para otros. Antiguos instrumentos musicales decoraban las
paredes de la antigua tienda, despojada de cualquier color, solo
el gris del material con el que fue construida. Habían también
atrapa sueños, arcos y flechas, lo cual llamó la atención de
Sophia, ya que había practicado, tiempo atrás, la arquería.
Decidió tocar la flecha que se sostenía en el carcaj, pero solo
con el suave tacto de mano, se hizo un pequeño corte. -¡Ay!
dijo- me he cortado. Pero Robb se limitó a reírse para sí mismo.
Siguieron recorriendo la tienda hasta encontrarse con los
distintos tipos de escrituras. Algunos decían ‘Pasadizos ocultos
de las grandes ciudades’, ‘Herbolaria básica’, ‘Ritos ancestrales’ y
muchos otros. Pero uno fue el cual le llamó la atención a Robb,
tenía escrita una sola palabra en el lomo: Ignistir.
De pronto, sintió que lo miraba la anciana. Aunque se mantenía
al margen de lo que estaba pasando, no podía evitar el peso de su
mirada sobre él. Lentamente estiró la mano para sacar ese libro
misterioso. Mientras lo hacía, sintió una mano que se posaba
en su hombro. Instantáneamente supo que era la anciana. Al
voltearlo le dijo –Creo que ya es tiempo de irse- mientras le
daba una rápida mirada al libro. Pero Robb, duro como una
piedra, le respondió –Por el contrario, encontré su tienda muy
interesante y creo que nos quedaremos un momento más-.
Sin oponerse, ella solo sonrió y volvió al lugar en donde había
189
estado sentada. Sophia miraba con desaprobación a Robb y le
dijo que no podía hablarle así a quien dirigía el lugar, pero él se
limitó a levantar los hombros y lanzar un bufido.
-¿Algún libro que te haya interesado?- preguntó su novia-
-Solo
éste- respondió mientras miraba el libro rojo sangre, en el cual
lo único que brillaba era una palabra de color dorado.
Con
curiosidad, Sophia sacó el libro de donde estaba, tenía polvo en
la portada y una textura de tela. Sopló el polvo y en la portada
no había escrito nada más que “Ignistir”. Con curiosidad abrió
la primera página, estaba en blanco pero parecía ser antigua, no
obstante, tampoco parecía estar gastada. En la siguiente página
había algo escrito, las letras parecían estar escritas a mano,
una letra sofisticada, con hermosas curvas que hablaban por
el autor. Sophia lo leyó en forma casi inaudible y dijo: “Ignistir,
donde el hombre es fuego y el fuego un arma”. De pronto, todo
comenzó a moverse y sintieron un fuerte sonido que provenía
de todas partes, se taparon los oídos y se miraron fijamente a
los ojos. Robb miró a la anciana, pero ella seguía ahí sentada,
sabía lo que estaba pasando, pero aun así no se movía. Volvió
su cabeza hacia su novia y le tomó la mano fuertemente, pero
esta poco a poco fue desapareciendo, ninguno de los sabía lo
que estaba pasando. De un momento a otro todo su cuerpo
se estaba desvaneciendo, ella gritaba por ayuda pero Robb no
podía hacer nada. El movimiento había cesado, pero Sophia ya
no estaba. La anciana se acercó a él y le dice.
-Tu mujer ya no está
en este mundo. No hay nada que puedas hacer por ella-
Pero
Robb se paró y le preguntó, un poco temeroso ante la presencia
de la mujer pero al mismo tiempo con un aire valeroso. -¿Qué
ha pasado? ¿Dónde está? ¿Cómo sucedió esto?- preguntó.
Ella se pone firme y dice que no hay forma de que ella vuelva
por sí misma, el porqué sucedió no importa, sino cuánto
tiempo más tendrá que estar atrapada en ese mundo. Tomó
el libro y sonrió para sí, abrió la segunda página y dijo que la
lea en voz alta. Pero antes le da una advertencia –El camino es
difícil, el tiempo aquí es lento en comparación con Ignistir, tal
190
vez haya pasado más de un año-.
Robb levantó la mirada del libro y dijo con voz segura –
Entonces no hay tiempo que perder-. Mira nuevamente el
libro rojo como la sangre y pronuncia las mismas palabras que
Sophia.
191
Hasta que la muerte nos separe
Vergara Cardenas, Renne
_No creo que debas juzgarme a mí cuando la culpable de
mi ira es- claramente- mi mujer. Todo lo que hace lo hace
evidentemente adrede para hacerme enojar; cada error y cada
acción. Todos sabemos que las mujeres son ineptas, pero por
favor ¡esta bruta supera todo límite de estupidez!, deberías
intentar vivir con ella y te darías cuenta que tengo razón, notarías
lo irritante que es; ¡ay, pero si es que me acuerdo de ella y me
da rabia! me da rabia lo tonta que es y cómo se comporta... por
eso siento la necesidad de golpearla constantemente, porque
no contengo la rabia de ver su asquerosa cara de víctima, y
su cuerpo, por dios su cuerpo, está lleno de marcas, lleno de
cicatrices, si ni eso, simplemente cicatrizar, es capaz de hacerlo
bien. No es buena en nada. En la cama no se mueve: me mira
constantemente con miedo como si estuviera ante un animal,
un monstruo feroz que la viola. ¿Ves? ¡Si es tonta, pero tonta
con todas sus letras! Y es aburrida, y es fea y… no me gusta, no
la soporto mientras habla, pero… pero a pesar de eso ella sabe
que la amo.
_Perdona que me ría, pero es que mi comportamiento “agresivo”
como le llamas lo considero normal y para nada agresivo, sino
más bien una corrección. Ella se lo merece y también lo sabe,
es de sentido común.
_Este comportamiento “agresivo” es parte de mi vida desde la
infancia, crecí o más bien nací en una casa donde las cosas ya
eran así, en un mundo que ES ASÍ; mi padre era el sustento
de la familia y en la casa se hacia lo que él decía. Mi madre
sabía obedecer, era una buena mujer. Ambos me enseñaron a
ser un hombre, ambos me educaron. Aprendí de ellos como se
vive, como guiar una familia… tu no vas a cambiar eso… ¿o es
que no entiendes que el hombre tiene el deber de educar a la
mujer para salvarla de su ignorancia y pereza? Tiene el deber
de corregirla y si es a golpes mejor, más rápido aprenden estas
192
tontas y así todos más felices. Además…ella es mía, mía y de
nadie más y yo hago con ella lo que me da la gana, porque es
mía.
_ Vamos a ver niñito estúpido, ¿a ti quién te dio derecho de
decir que golpeo a mi mujer por inseguridades propias? No
tienen nada que ver las metas que no haya logrado cumplir con
lo bruta que es esta asquerosa, creo que más bien eres tú el que
no está satisfecho con su vida y el que no quiere aceptar cómo
es el mundo, probablemente jamás has golpeado a una mujer,
no sabes lo que es enseñar, ni mucho menos conoces el sentido
real de querer. Todo esto lo hago por el bien de ella, de mi mujer, MI MUJER. Hay que ser lo suficientemente machito para
corregirlas y no dejarlas equivocarse, y aparte déjeme decirte,
y no te atrevas a discreparme: soy lo suficientemente machito
para enfrentar mis asuntos solito. Por lo demás, esta bruta no
deja de meterse en asuntos que no le incumben, y eso no lo voy
a permitir… yo sé que algún día me lo agradecerá.
***
Miró el reloj de pared. Según sus cálculos aún tendría una hora
al menos antes de que él llegara y eso la alivio. Corrió hasta el
sillón y allí se acurrucó a soñar. Su rostro era armonía y felicidad. Se sentía la mujer más feliz del mundo en aquel sillón,
sin nada que hacer ni nadie que le diga que hacer. Allí cada
día se echaba a tararear las canciones que le gustaban, a reír.
A esas horas el día ya se le venía encima y se sentía derrotada;
las tareas de la casa la dejaban exhausta y sentía merecer un
descanso. Le habría gustado salir a caminar sin pensar en los
quehaceres, pero si el llegaba y ella no estaba allí tendrían una
discusión. Le habría gustado leer, de joven, antes de casarse le
gustaba leer, pero ya no lo disfrutaba como antes; prefería
apoyar la cabeza en el sillón y dejar volar la imaginación.
Sus sueños eran cosa simple. Soñaba con ver que él le sonriera
como antes, soñaba con caminar de la mano riendo, sueños
simples que el trabajo de él y la edad le habían arrebatado
lentamente.
193
Dejó que sus manos recorrieran su cuerpo suavemente. Se
acarició la mejilla y el pelo mientras sus ojos se cerraban de
cansancio; se dejó llevar por la maravillosa sensación de
dormitar y un divertido “calorcito” que le recorría el cuerpo.
Pensó que tenía el cuello flotando, o quizás entre nubes, eso no
importaba, era una sensación grandiosa.
El ruido de las llaves la devolvió a la realidad de golpe. Se
incorporó en el sillón y apretó su cuerpo para sentirse segura.
Lo vio entrar y lo escuchó quejarse de la oficina, pero no le
prestó atención; en silencio recitó una y otra vez la oración que
su madre le había enseñado con la esperanza de que por fin el
psicólogo lo hubiese hecho entrar en razón. Lo escuchó hablar
nuevamente y supo que debía responder. Intentó hablar pero
un nudo en la garganta la detuvo. Sus ojos, llenos de lágrimas,
se clavaron en un punto muerto, el miedo la paralizaba. Suspiró.
_ ¿Mi amor? Te estoy hablando. Estoy muriendo de hambre,
tuve realmente un día muy agotador en el trabajo, ¿y ahora tu
me vas a ignorar? sírveme la comida de una vez.- ella hizo lo
que él pedía, mientras le seguían hablando.- Fui al psicólogo,
pero realmente no sé cómo le dieron el título a ese pobre niñito;
no sabe dónde está parado. Mira tú que según él yo no debería
corregirte. Já- ella lo miró aterrada, temía que el notara que
estaba de acuerdo-. A ver ¿Por qué me miras así?, ¿estás de
acuerdo con él acaso? Eres tan tontita mi amor. Es que no me
lo creo, eres realmente estúpida, pero qué vas a saber tú… ¿Qué
sabes tú?¿eh? campesina fea, y… y encima de fea, tonta… A
ver, date vuelta, déjame mirarte. Qué asco: ¡Fea, tonta y gorda!
No sé cómo no te da vergüenza opinar aún.
***
Logró apartarse de su ira. Dolida del corazón se escondió en
una esquinita de la sala. Lo miró con ganas de romper a llorar,
llanto de miedo, llanto de dolor, lo había sentido tantas veces
que ya no sabía que sentía. Él solo la miraba. Reunió fuerzas de
donde no las tenía y comenzó a hablar.
_Cada día cuando te vas siento que puedo respirar- fue lo
194
primero que salió de sus labios. Se detuvo para ver si él la
dejaba continuar-.
_Siento cada minuto pasar con miedo en mi cuerpo, y no creo
que seas capaz de entender lo feliz que me hace cuando llega el
momento de verte salir por esa puerta. ¡Una puerta!, es lo único
que es capaz de separarme de ti, de tu rabia, y es lo único que he
sentido en años que se asemeja a ser feliz… con cada lagrima
que lloro en silencio… con cada una mi cuerpo se destruye más
y más… me siento fea y tu repitiéndomelo a cada instante no
ayudas. ¡Yo te amaba! Yo te amaba y hoy… aún hoy te amo, aún
hoy después de ver como con cada golpe has hecho mierda mi
cuerpecito, a cada golpe me has arrancado la felicidad, a cada
golpe me has marcado a moretones y cicatrices; los escondo,
los escondo del resto por que te amo… o porque te temo ya
hace un tiempo que no conozco la diferencia…
_Dentro de mí no queda nada de la mujer feliz y segura que
recuerdo que alguna vez fui, pero ya me cansé mi amor, me
cansé de que quemes mis sueños, mi vida y mi cuerpo con tus
manos, ¡Duelen!- gritó dejando escuchar su dolor. Acercó dos
manos temblorosas a sus mejillas para secarse las lágrimas.
Reunió fuerzas para continuar- Dicen que hay muchas cosas
que se curan con el tiempo, que luego de la tormenta sale el
sol, pero tú con el tiempo te has vuelto más tonto, más bruto…
menos hombre- miró hacia él temerosa de su reacción, pero
simplemente la observaba desde el comienzo de la sala.- Te
sientes muy macho, muy dominante pero solo eres capaz de
gobernarme a golpes, como un puto animal, eres un maricón
insensato sin sentimientos, sin amor, sin vida y sin valores. Te
dedicas a menospreciarme, a insultarme mientras yo tengo que
llevar los pantalones de esta casa y tu excusas en que es por mi
bien… mientras yo limpio, cocino para ti, y apretó mis labios
y mi corazón para no salir arrancando- él seguía impasible a
unos cuantos metros de ella-.
_Yo te idolatraba, siempre te daba la razón y te defendía, y
tú… tú hiciste de mi esto, siempre tuviste la facilidad para
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convencerme de que era una tonta, una inútil, sentí que no te
merecía… lograbas hacerme creer que tenía suerte de tenerte.
¡Qué suerte que me ame!, siempre pensaba eso y que triste es
darme cuenta hoy que nunca has sabido amar a nadie más que
a ti.
Por unos instantes el silencio lleno la sala. _Hoy reuní las
fuerzas, por fin las reuní, hay tantas cosas que te he dicho y
tantas otras por decir pero dudo que tu pequeño cerebro sea
capaz de entenderlas todas de una vez- se levanto del pequeño
rincón que le había servido de refugio tantas veces y camino
hacia él.- Hace tanto que no veo a mi madre- un tono distinto
acompañaba ahora su voz, una mezcla entre alivio e ilusión- no
te gustaba que la viera, siempre decías que cuando hablaba con
ella volvía tan tonta como ella. Bah, realmente que tonta fui.
Nunca le hice caso, tantas veces me dijo que te dejara y yo te
defendía. Yo defendía al estúpido que arruino mi vida ¡Tonta!gritó- Pero ahora me iré, saldré por esa puerta y no sabrás nada
más de mí- una sonrisa se dibujo es su rostro- ya no quiero más
de esto.
Su fantasía terminó con un portazo, él entraba realmente por la
puerta y ella enmudeció. Al igual que en su fantasía su cuerpo
se apretó. Llevaba días planeando el discurso y por fin se sentía
con las fuerzas para dejar a aquel monstruo que la atormentaba.
Se sentía aterrada, la angustia comía su corazón, la vista daba
vueltas alrededor de la sala de su casa, intento ponerse de pie,
pero sus piernas flaqueaban. Volteo lentamente su cara hacia él;
quería ver si hoy venia de buen humor. Su rostro de disgustado
la molestó, sintió recuperar sus fuerzas, sintió que recuperaba
el valor, sintió que podría hablar. Se puso delante de él, a unos
pasos de distancia, ya dispuesta a hablar y a terminar de una
vez con su sufrimiento.
_ Me voy. Me iré con mi madre. Ya no aguantó más… Cada día
cuando te vas siento que puedo respirar.
_ No te irás- dijo él interrumpiéndola y dejando escuchar en su
voz con un leve tono a tristeza- no te puedes ir… tú eres mía.
196
Te lo prohíbo.
Su cuerpo se estremeció. Con solo escucharlo hablar sintió
como sus pocas fuerzas y seguridad se desvanecían. Volvió a
temer._ Tú no eres mi dueño. No puedes prohibirme salir de
aquí_ dijo suavemente.
_ ¡Tú eres mía!- su rostro reflejaba ira- ya escuche suficientes
estupideces. ¡Puta!, te crees muy inteligente pero eres tonta.
¿Cómo te vas a ir? ¡Eres mi mujer! ¡Puta!- gritó.
Ella lo escuchó inmóvil, su cuerpo temblaba, su rostro se llenaba
de lágrimas y sus labios balbuceaban sin sentido y sin hilar una
sola palabra, mientras que de boca de él, los insultos salían sin
detenerse y cargados de rabia. Los insultos le dieron directo en
el corazón. El dolor que aquellas palabras le producían la llevo a
buscar refugio en su propio cuerpo. Intentó esconderse en una
esquina de la sala, aquella esquina que en su fantasía le servía
de refugio. Lo vio acercarse un poco más, del susto creyó sentir
que sus heridas volvían a abrir y que sus moretones volvían a
doler, al mismo tiempo que las palabras lograban salir por su
boca. “No, no por favor- repitió una y otra vez“. A cada paso
de él más crecía su miedo, aquello ya lo había vivido, lo había
vivido muchas veces y conocía el final. Su corazón se aceleraba
al ritmo que los pasos de él se acercaban más y más a ella. Tras
el primer golpe lo único que se pudo escuchar fueron los gritos
desolados de ella. Al llegar al paradero su recuerdo terminó
de golpe, la pena volvía a su corazón cada noche cuando ya era
hora de volver a casa. Quizás, solo quizás, él había cometido
algún error, quizás él había hecho algo para que ella lo dejara.
El camino hasta la casa se le hacía más tortuoso, soñaba con
volver a encontrarse con ella algún día, quizás alguna vez ella
estuviese allí esperándolo con la comida caliente. Vio a lo lejos
su casa y sus pasos se hicieron más lentos, un vacío se apodero
de su corazón. Su imagen le producía nostalgia aún cuando
ya no recordaba su voz. Abrió la puerta y entró a la sala, la luz
estaba apagada y la casa en silencio.
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Los días que nunca llegarán
Widow Pecchenino, Mº Bernardita
El accidente ocurrió cerca de las 10 de la mañana. Un
automovilista iba en exceso de velocidad y perdió el control
del vehículo. Fueron dos los muertos: el loco al volante y una
joven.
Ella se dirigía hacia la cafetería donde trabajaba. Iba tarde,
pues su padre, un hombre ya viejo, estaba enfermo y había
amanecido especialmente mal aquel día.
No tardó mucho en que llegaran las autoridades, sin embargo
ya era tarde: la chica había muerto con el impacto, lo mismo que
el conductor, quien se había estrellado un poco más adelante.
La gente rodeaba a los heridos, mas ninguno se acercaba tanto
como para moverlos. De los que estaban en torno a la chica,
el pensamiento general que ocupaba sus mentes era: “¡Pobre
chica!, ¡Morir tan joven!, ¡En plena flor de vida!, ¡Pobre su
familia!” Otros pocos pensaban que quizás la chica tuviese
novio.
Un señor se adelanta, de cincuenta y tantos años, quien asegura
ser doctor. La ambulancia aún no llega y carabineros está
limitando el perímetro. El señor se arrodilla al lado de la chica
y le toma el pulso. Nada. El golpe fue demasiado fuerte como
para que alguien pudiese haber sobrevivido.
La dueña de la cafetería cruza la calle para ver qué está
ocurriendo, pues la conmoción era mucha. Al acercarse y ver
lo sucedido grita el nombre de la chica y trata de alcanzarla,
pero carabineros se lo impide. Ella la conoce, les asegura, la
chica trabaja para ella. La dejan pasar, pero no aproximarse al
cuerpo. Los paramédicos están llegando y no se puede mover
a la víctima. Llevan a la señora a un costado para interrogarla
sobre la chica: que cómo se llama y algún número para contactar
a la familia. La señora decide llamarlos ella y así se lo comunica
a los oficiales. Toma su celular y marca de manera apresurada
198
un número.
Suben a la chica a la ambulancia. ¡Tan joven! Era como una
hija para ella. Está marcando, pero no es precisamente a la
familia a quien ella llama. En la escena lo saben dos personas:
ella y el seños que era doctor: estaba prometida. El anillo
de compromiso brillaba en su mano derecha cual lágrima
resplandeciente.
- ¿Aló? – Contesta una voz de hombre - ¿Señora Clara?
- Felipe – Cierran las puertas de la ambulancia y esta comienza
a moverse. Suenan las sirenas -, ha ocurrido algo terrible…
199
Un conocido joven pastor
Zaninetti Higueras, Pía
Hola, me llamo Pedro Barmeldo, pero en mi villa solían
decirme “Pedrito”, así que si lo prefieren, pueden llamarme así.
Quiero contarles mi historia.
Yo vivía en un lugar muy lindo que tenía muchas ovejas, y en
el que había muchos pastores que trabajaban muy duro para
que sus ovejitas crecieran y se alimentaran, para así poder tener
lana y leche, queso y carne.
Mi papá también era pastor junto a mi madre, y yo a veces le
ayudaba a guiar a las ovejas y a llevarlas a pastar.
Me gustaba mucho, primero por ayudar a mi padre, y aparte
porque crecí en ese ambiente.
Pero también tenía su lado peligroso, pues por vivir rodeados
de ovejas, éramos constantemente acosados por lobos que
querían cazar nuestros rebaños.
Aparte de mí, en la villa había muchos otros niños, algunos eran
mis amigos, pero otros, los mayores, siempre me molestaban.
Un día, mi papá me dejó a cargo del rebaño mientras él iba a
hablar con un grupo de pastores. Era la primera vez que me
dejaba a cargo. Yo lo había cuidado, pero nunca solo.
Todo marchaba bien, mi papá se había ido y el sol brillaba en
lo alto del cielo azul.
Las ovejas estaban tranquilas, y no había señales de que un lobo
estuviese merodeando los alrededores, así que decidí tenderme
en una piedra enorme que yacía inclinada en el pasto, bajar mi
sombrero de paja a la altura de mis ojos y morder una espiga de
trigo que siempre traía conmigo.
Me encontraba dormitando y pensando en las ovejas saltando
un cerco de una en una cuando de pronto, algo me despertó.
Fue la última cosa que hubiese querido que lo hiciera: el sonido
de un lobo que se acercaba.
Salí abruptamente de mi somnoliento estado, como si me
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hubiesen aventado una cubeta de agua helada, me subí el
sombrero y tomé mi bastón tan rápido que casi y me golpeo
la cabeza con él. Cuando centré bien mi mirada, me di cuenta
de algo totalmente escalofriante: ¡Un lobo enorme corría
directamente hacia mí a toda velocidad!
En ese mismo instante mi alma se paralizó de miedo, y cuando
volví en mí, atiné a correr y gritar en dirección a la villa
diciendo: “¡El lobo! ¡El lobo!”.
La distancia era poca, y yo corría rápido, pero me parecía
como si no llegase nunca, pues todo el camino sentí al lobo
casi respirarme en el cuello.
Al llegar donde se encontraba mi padre, el cual ya se había
puesto alerta junto a los demás pastores gracias a mis gritos
le dije: “¡El lobo papá! ¡El lobo! ¡Apareció en el rebaño! Se lo
decía mientras lo tiraba de la manga para que me acompañara
a verlo.
Todos los pastores tomaron sus escopetas y fuimos corriendo
donde se encontraba el rebaño.
Al llegar, grande fue mi sorpresa cuando nos dimos cuenta de
que el lobo se había ido, y sin llevarse ni una sola oveja.
“¿Estás seguro de que lo viste Pedrito?” Me preguntó mi padre.
Le respondí que si, y que incluso me había perseguido.
Los pastores vigilaron unos minutos y luego, junto con mi
padre, se fueron.
Me quedé solo de nuevo, y estaba muy asustado, pues aunque
la bestia se había ido, podía volver.
Decidí no dormirme más y estar bien atento por si el lobo
volvía; decidí que iba a ser valiente, y que no iba a correr, que
lo iba a espantar, como lo hacía mi papá cuando no andaba
armado.
Me encontraba muy alerta, pero lo que ocurrió me tomó
por sorpresa: de entre las ovejas apareció él, sin previo aviso.
Comenzó a correr hacia mí y yo no tuve tiempo de congelarme;
salí corriendo en dirección a la villa, olvidándome de todo lo
que había preparado para enfrentarlo.
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Gritaba y gritaba, sin sentir las piernas; me pareció eso sí,
escuchar unas risas venir del feroz y enorme animal. Debe
haber estado poseído.
Al encontrarme con mi padre y el resto de los pastores, que
habían venido corriendo en dirección hacia mí en cuando
escucharon mis gritos le dije: ¡El lobo papá! ¡El lobo! con
lágrimas en los ojos escuché como me respondía “¿Dónde?
¿Dónde hijo?”, pero al voltearme para indicárselo, no pude
hacerlo, pues ya no estaba, el lobo se había esfumado de nuevo.
Vi la cara de todos los pastores tornarse roja y sus ceños
fruncirse, pues creían que yo les estaba jugando una broma.
Luego vi la cara de mi padre, la cual reflejaba toda la decepción
que sentía hacia mí, y también la vergüenza, pues ya se
imaginaba cómo se burlarían los demás pastores diciéndole
que había criado a un hijo tan mentiroso.
Me devolví llorando solo a donde se encontraba el rebaño; las
lágrimas resbalaban por mis mejillas.
Al llegar, me senté sobre la roca en la que antes había dormitado.
De pronto, sentí risas detrás de mí, y me armé de valor,
volteando bruscamente, y me encontré frente a frente con la
cara del lobo. Pegué un grito y, de un solo salto llegué al suelo,
y me di cuenta de que la cabeza de lobo que tenía su cuerpo
colgando, estaba siendo sostenida por un niño, Juan, mayor
que yo, que siempre se burlaba de mí junto a sus amigos.
Fue ahí cuando entendí todo. Se habían robado el cuerpo de
lobo del almacén de don Rubén y habían disfrazado con ella a
Miguel, el más grande de todos, y había sido él, no un verdadero
lobo el que me había estado asustando. Era por eso que nunca
terminaba de seguirme, y siempre desaparecía.
Al darse cuenta los demás de que había descubierto su
plan, estallaron en risas, y comenzaron a burlarse de mí,
recordándome lo tonto y cobarde que había sido.
Así estuvieron un rato, hasta que de pronto, se escuchó un
fuerte aullido, y todos palidecieron, que buenos actores eran.
Comenzaron a impacientarse todos, y de repente, de entre los
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arbustos que se encontraban a unos veinte metros de nosotros,
emergió el cuerpo de un enorme lobo negro, todos quedaron
mudos.
Yo me paré, y comencé a caminar en dirección a él. A mis ojos,
era obvio que era Germán, el único del grupo que no estaba
con ellos.
Mientras caminaba, gritaba burlonamente: “¡Ah! ¡El lobo! ¡El
lobo! ¡Sálvenme! ¡Auxilio! ¡Socorro! Fue entonces cuando el
animal comenzó a aproximarse lentamente hacia mí.
Comencé a acelerar el paso, y a repetir lo que antes había dicho;
los demás no podían pronunciar palabra, estaban estupefactos.
Quería correr fuerte y envestir al supuesto lobo, así que
comencé una carrera a la máxima velocidad que las piernas
me dieron. Cuando estábamos a sólo un metro el uno del otro
su boca se abrió, y fue él quién me envistió, la última vez que
alguien lo hizo.
Les cuento mi historia porque no creo que la hayan oído antes,
no así.
Los del grupito nunca dijeron nada, pero fueron otros lo que
empezaron a contar cosas de mí, sin saber lo que decían, y eso
es lo que seguramente ustedes han escuchado, pero a veces, no
hay que creer todo lo que se oye, créanme… yo no miento.
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BIBLIOTECA
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