1 RELACIONES CONFLICTIVAS Y CONFLICTO EMOCIONAL. MUJERES, MADRES Y FAMILIA POLÍTICA1 Texto publicado originalmente como “Conflicting relationshiops and emotional conflict: women, mothers and in laws” en Revista Brasileira de Sociología da Emoçao, (2003) vol 2, nº 6, pp.461-483 Beatriz Muñoz González Universidad de Extremadura Probablemente uno de los rasgos que con mayor precisión y claridad diferencian a las amas de casa rurales de las urbanas se encuentra en la distinta frecuencia e intensidad de las relaciones sociales con los miembros de su familia y de su comunidad. En este sentido, la cercanía espacial implica cercanía emocional entendida como la existencia de lazos afectivos de cualquier signo – sentimientos y emociones placenteros o no. Del mismo modo, la distancia o el alejamiento espacial o geográfico supone, a su vez, un mayor distanciamiento emocional tanto en su versión positiva como en la negativa. Las redes familiares de apoyo parecen ser una realidad más presente en el mundo rural, pero también se nos revelan con una dimensión no tan positiva, a veces conflictual, en la que creemos conveniente detenernos. Es más, sostenemos que esa dimensión conflictual se deriva del intento de conciliar dos mundos diferentes que se presentan como antagónicos, dos realidades familiares que conviven: el modelo nuclear y el troncal. Ello significa, a nuestro juicio, que los rasgos característicos de la familia nuclear moderna se ven difuminados por la presencia de prácticas y valores propios de modelos más tradicionales. Nos atrevemos a decir que desde un punto de vista estructural nos hallamos ante un modelo de familia nuclear en donde, desde una perspectiva cultural, conviven y perviven estas prácticas o usos residuales de los modelos troncal y extenso. La convivencia entre estos sistemas no es fácil de conciliar de ahí la aparición de conflictos como los que vamos a abordar en el presente capítulo. Conflictos que aún existiendo en otras muchas familias de ámbitos urbanos, no tiene el mismo profundo calado que en el mundo rural por cuanto, en contextos pequeños, llegan a impregnar Este artículo corresponde a la versión en castellano del original titulado “Conficting relationships and emotional conflict: women, mothers and `in laws´”, publicado en la Revista Brasileira de Sociología da Emoçao, v.2, nº 5, pp.461-483., agosto de 2003. 1 2 el día a día, la cotidianeidad de las vidas de las personas ante la dificultad de sustraerse a ellos por la proximidad espacial entre las mismas. Debemos añadir que esta realidad implica un proceso de cambio no terminado, de adaptación o si se prefiere de crisis que nos remite obligatoriamente a los procesos de urbanización de las comunidades rurales y a su consecuente y creciente dificultad para encontrar una realidad cercana al tipo ideal de ruralidad al que hicimos referencia en el capítulo tercero. Los cambios estructurales que señalamos en su momento y sus disonancias tienen su correlato en cambios y disonancias dentro del sistema de relaciones sociales y familiares, las cuales, a su vez, definen un mundo de particulares interpretaciones y de sentimientos específicos por cuanto es la familia, en las sociedades occidentales, el ámbito emocional por antonomasia. Desde el punto de vista de una Sociología de las Emociones estos cambios inconclusos vienen acompañados de un universo emocional que se manifiesta en la cotidianeidad de las relaciones sociales y familiares y que, siguiendo a Hochschild (1983), se relaciona con las condiciones de intercambio en el seno de una estructura social dada. Como consecuencia de todo lo dicho, entendemos que en un estudio sobre amas de casa rurales cobra mayor relevancia detenerse a analizar la dimensión emocional de sus relaciones familiares por cuanto representa, en tanto eje fundamental de su vida social, un marco explicativo de su realidad en el hogar. VINCULOS SOCIALES, DEUDAS, OBLIGACIONES Y CONFLICTO El testimonio que reproducimos a continuación es más que ilustrativo del inicio de la vida adulta de muchas de las mujeres entrevistadas. Nos lo proporciona Alicia al relatarnos los comienzos de su vida matrimonial. Alicia pasa de vivir en casa de sus padres a vivir en un piso cedido por su suegra, una planta más arriba del hogar de su nueva familia política. Su situación económica no le permite irse a vivir a un piso propio y ello no sólo marca el inicio de su vida en pareja sino que definirá el tipo de relaciones con sus suegros en el futuro: [...] que entonces no me tenía que comprar muebles ni nada, que te lo daban, pero que luego te metías con tu suegra o tu madre que te arrecogía y.... es que antes no es como ahora. Antes 3 te casabas joven y además de que te ibas con tu suegra o tu madre... que no se te ocurriese decir nada que te tenían arrecogía, ¡anda!, ¡menudo poderío! Menudo poderío, no es como ahora, que ahora cuando se quieren casar ya tienen piso... En muchas mujeres de la generación y el contexto social de Alicia, estar “arrecogía” era una práctica habitual: [...] es que antes no es como ahora. Te casabas muy joven y te ibas con tu suegra o con tu madre. Yo, mis amigas, todas lo mismo. Tengo una amiga que se llama Tenti, se fue con su suegra, y otra amiga que vive por aquí cerca, también, con su madre... Alicia pasa de una dependencia moral y económica respecto de sus padres a otra respecto de sus suegros - ... ¡tu sales de tus padres que eran muy estrictos para que tu suegra te controle ... -. El testimonio que acabamos de reproducir, más allá de describir una situación real, puede interpretarse en clave de una Sociología de las Emociones. Alicia habla de estar “arrecogía”; la propia palabra lleva implícito un fuerte componente emocional de diversa índole. Por un lado podríamos pensar que de esta acción se derive un sentimiento de gratitud (emoción positiva) de quien es “arrecogío”, y por otro, el que observamos en este caso concreto, uno de vergüenza (emoción negativa). En el caso que nos ocupa y a tenor de cómo se han desarrollado las relaciones entre Alicia y su suegra no es aventurarse señalar la relación que el término “arrecogía” tiene con el sentimiento de vergüenza. Recoger es, para quien lo hace, un símbolo de su estatus y de su poder, se espera del otro no sólo agradecimiento sino también subordinación, sumisión, obediencia. Para quien es arrecogío implica humillación, vergüenza, sometimiento. Y ahí reside el problema, pues éste se presenta cuando la gratitud en vez de ser un sentimiento se convierte en una obligación, y lo que en principio puede entenderse como un regalo se convierte en una ofensa, ofensa que si cabe es mayor cuanto mayor es el regalo y la imposibilidad de corresponder a él (Bourdieu, 1968). La gratitud o la vergüenza ante el hecho de “ser arrecogía” tiene mucho que ver con la actitud de quien “recoge”. Recoger sin esperar nada a cambio puede conducir al agradecimiento, pero por regla general no es el caso, en las sociedades rurales como la que estudiamos, cuando una suegra “arrecoge” a su nuera no lo está haciendo desinteresadamente, explícita o implícitamente está construyendo las bases de la dependencia y sumisión, está haciendo chantaje con la deuda contraída. En cierta medida nos atrevemos a señalar que en el 4 “arrecogimiento” hay una ritualización de una “ética de la devolución” , según la cual y siguiendo a Mauss (1971), el don recibido debe ser obligatoriamente compensado, en este caso con la sumisión y la obediencia. Podríamos decir que el agradecimiento surge cuando no hay intereses ocultos mientras que la vergüenza se desencadena cuando se reconoce el coste desmesurado que se está pagando por una deuda aparentemente altruista. Ese chantaje inevitablemente conduce a la vergüenza. En el caso de Alicia la situación se deterioró de tal manera que nos cuenta: [...] Fueron los cuatro, cinco, no, cuatro años más infernales que pasé... [...] Dice mi suegro que “si podéis, porque esto va a terminar muy mal, coge un piso cuanto antes”, porque veía que mi suegra era insoportable ... Scheff señala en su Teoría Sociológica de la Vergüenza que ésta, junto con el orgullo, es la expresión más directa del vínculo social a la vez que, define la naturaleza del mismo (Scheff, 1990a: 4). “Dar y corresponder” serían, en el caso que nos ocupa, elementos constitutivos del vínculo social y en consecuencia sobre ellos se asientan realidades emocionales. Para Scheff, la base de la vergüenza se encuentra en la vivencia del sujeto de un vínculo social inseguro, en donde éste se puede encontrar o bien a demasiada distancia social del otro o bien a demasiada poca. En el caso de Alicia, su sentimiento de vergüenza nos define, siguiendo a Sheff, la naturaleza del vínculo que mantiene con su suegra, una relación en donde la distancia social con respecto a ella queda casi anulada, sintiéndose engullida por una relación que no le permite construirse como entidad diferenciada aún siendo adulta. Alicia nos cuenta que cuando llegaba a su casa, su suegra había entrado en ella y le había cambiado cosas de sitio o incluso se encontraba a un cuñado viendo la televisión. La invasión del espacio físico del hogar, del territorio que, a pesar de no tener la propiedad legal, ha construido y construye diariamente para su marido, sus hijos y para ella, se presenta como la metáfora de la invasión del espacio social y es sumamente elocuente de la ausencia de distancia social adecuada entre ambas mujeres, amén de mostrar la diferente percepción que de dicho espacio tienen cada una de ellas: para Alicia es su hogar, porque en él construye su vida y la de los suyos; para su suegra es sólo una casa, un edificio de su propiedad que le sirve para imponer su poder, un símbolo de estatus. 5 En el capitulo cuarto nos hemos centrado en el significado emocional de la casa, pero ahora conviene decir algo más. Para un ama de casa, ésta se convierte en una proyección de ella misma, refleja su mundo emocional. La colocación de los muebles y de las figuritas decorativas en ellos, o la determinación acerca de la pertinencia o impertinencia de “encender” o apagar un electrodoméstico, es el resultado de la voluntad de ese ama. Si alguien diferente coloca las figuras dentro del mueble o decide utilizar según su criterio los electrodomésticos, está atentando contra el concepto de ama, está impidiendo que se construya en la casa un universo emocional propio. Alicia conoce muy bien esto: [...] como el niño era pequeño yo me iba a comer a casa de mi madre todos los días. Cuando llegaba a mi casa, el mueble me lo tenía... esta figura aquí... me la tenía al otro lado... me encontraba a mi cuñado soltero que vivía con ella abajo, arriba viendo la televisión... ¡ pero si es que tenía su televisión abajo! pero como yo estaba arrecogía pues me tenía que aguantar. ¡Claro! ¡manejanta, no te quiero ni contar!... Es consciente de que en la base de esa invasión del espacio social se encuentra no sólo la dependencia económica sino la cercanía espacial: [...] todo eran problemas, por donde quiera. Todo eran problemas ... todo, no se.... yo lo achacaba a vivir con ella... yo lo achacaba a vivir con ella.... Aguanta porque se lo dice su madre - ... aguante, hija, a ver, aguanta, aguanta. Si esta no está bien de la cabeza.... ¿qué quieres que hagamos? Aguanta, aguanta – y porque siente vergüenza. Aquí reside fundamentalmente la clave de porqué Alicia soporta humillaciones y falta de consideración por parte de la suegra, pues “el problema de la vergüenza es que nos avergonzamos de estar avergonzados y así sucesivamente en una espiral emocional que se caracteriza por su baja visibilidad” (Bericat, 2000: 169). Para un adulto, para Alicia, es difícil reconocer que “ha sido arrecogía”. Difícil reconocer que como adulta no es autónoma sino dependiente una vez atravesado el rito de tránsito a la madurez que supone el matrimonio. Le resulta duro reconocer la ausencia de una adecuada distancia social respecto del otro, respecto de su suegra; aunque ella no lo sabe mantiene un vínculo social inseguro en el cual se siente absorbida, alienada, anulada, de ahí que aguante ocultando su vergüenza. En este sentido, la emoción de la vergüenza, en el marco de una perspectiva sociológica se presenta como un componente fundamental, e incluso nos atrevemos a decir que necesario, para una teoría del 6 control social. Mientras es reprimida, en tanto en cuanto no se explicita, no se hace manifiestamente pública, permite mantener, al menos, la apariencia formal de unas relaciones familiares exentas de conflicto por cuanto no deja traslucirlo. En un ámbito rural, mantener la imagen de las relaciones familiares armoniosas se presenta como fundamental para no ser objeto de comentarios. Alfonsina, por su parte, narrando los problemas que ha tenido con su suegra y cómo ésta se interponía en su matrimonio, también nos proporciona un testimonio de la vergüenza como mecanismo de control social. Ante los problemas con ella, su madre alude al bochorno y la vergüenza para evitar que se separe del marido: [...] Si es otra no lo aguanta. Yo he tenido motivos para coger la maleta y largarme y ya no estar aquí. Por mi madre, porque era un abochorno. Porque yo se lo he dicho muchas veces: “Si estoy con él [refiriéndose a su marido] es por vosotros”. Dice: “que ¡qué vergüenza!” ¡qué lo que iba a dar que hablar! Que no tenía bastante de joven que me iba a separar con mi hijo ¡que no me hubiera casado! ¡que no hubiera tenido hijos si quería estar libre!... No obstante, Alicia cuenta que llega un momento en que no puede más y explota, aun a sabiendas de que la consideren “una sinvergüenza”, es decir, llega a un punto en donde se desarrolla una cadena emocional de vergüenza-enfado. Tal y como diría Scheff (1994) pasaríamos de una perspectiva del control social a una del conflicto social2. La experiencia de la vergüenza provoca el conflicto, el enfado, no con una intención de hacer daño al otro sino como signo de aceptación de la ruptura del vínculo o replanteamiento del mismo, toda vez que uno asume el sufrimiento experimentado al deteriorarse éste: [...] yo a veces no aguantaba. Yo a veces lo tenía que decir porque es que...¡no!, tanto aguantar tanto aguantar... a veces reviento, claro, y si revientas ya eres una sinvergüenza... pero es que hay veces que tienes que reventar... haces el tonto muchas veces... El siguiente testimonio refuerza esta idea, en ella encontramos como antecedente próximo al enfado, una situación evocadora de vergüenza. En este caso una falta de 2 En la misma línea se sitúa Lewis (1971) cuando pone de manifiesto la gran cantidad de ocasiones en las cuales la vergüenza antecede a episodios de ira o enfado. 7 consideración social, una falta de respeto que para Alicia es de tal calibre que le lleva a estallar: [...] Si ha habido momentos que me ha dicho que a mi no me ha querido porque yo vengo de gente pobre. Mientras que ella está viviendo en un palacio, mi madre en una cuadra. Esas cosas dice. Delante de mi madre, en el cumpleaños aquel que le dije: “Se vaya usted de mi casa” ¡que me dolió tanto...!. “Mira – le dijo a mi madre – mientras yo he vivido en un palacio, tu has vivido en una cuadra toda la vida. No te puedes comparar”. Porque se las da de rica ¿sabes? De rica se las da. Entonces yo cogí en ese momento y digo: “Mire, se vaya de mi casa. A mi madre usted no la rebaja ni a mi familia”. Ella dijo: “pues no me voy porque este piso es mío”. La situación aquí presentada es extrema e implica un episodio de ira tras una serie de sucesos que en palabras de Scheff han ido socavando el vínculo social. Alicia explota porque han humillado a su madre – en realidad la vergüenza constituye una familia emocional en la que se incluyen el pudor, el ridículo, la timidez o la humillación - a su propia familia. La lista de agravios continúa, pues reconoce que para su suegra no tienen el mismo valor los hijos de una hija que los de una nuera: [...] Luego me tiene una diferencia con los nietos exagerada... Con la hija. La hija está allí todo el día, comiendo y todo lo que le da a las niñas... y yo viví allí cuatro años y a mi hijo ni un yogur. ¡Eh! Ni un yogur... “Porque mis niñas esto, lo otro...” Así todo el día. Pues mi hijo Daniel, el pequeño, hizo la comunión y no le regaló nada. Al mayor si, porque cuando era pequeñino dice: “Te voy a regalar la cadena de oro y el crucifijo”. Llegó el momento de hacer la Comunión y se lo dije y dice: “¡Huy! En qué hora me habré metido en nada. A ver, no se pude pero se lo compraré”. Digo: “No si no hace falta, eh”. “No, no. Ya que lo he dicho...”. El crucifijo se lo compró de oro, pero la cadena de gold-filled, que una no es tonta... Cuando llegó la Comunión del chico no le regaló nada. Fue, le dio diez mil pesetas de los cubiertos, lo que le pareció, pero no le hizo ningún regalo... Este último suceso es bastante posterior a los narrados anteriormente. Alicia ya se ha ido a vivir a un piso propio, se muestra más segura, ello hace que se sienta más confiada, por eso pueden apreciarse expresiones de orgullo como cuando le dice a su suegra que no es necesario que le compre la cadena al niño, o el comentario sobre la calidad del oro de la 8 cadena: ...El crucifijo se lo compró, pero la cadena era de gold-filled, que una no es tonta... La expresión de orgullo, desde la perspectiva que venimos utilizando, señala el estado de vínculo social, en este caso más seguro consecuencia del cambio de domicilio de Alicia, y , en este sentido nos remitimos a los análisis de sociedades rurales que señalan que en éstas se precisa seguridad y que la seguridad viene dada por la cercanía que da el saberse dentro de una comunidad corporativa cerrada (Wolf, 1981)3. Sin embargo, el análisis microsocial que estamos realizando sugiere que la seguridad, entendida como tranquilidad en la familia puede darla la distancia y no la cercanía4. En el caso de Alicia, el traslado de piso, el mayor distanciamiento espacial le produce seguridad, y la capacidad de elegir cuándo y cómo relacionarse con ella: [...] Ya no me preocupo, voy cuando me parece y ya está, voy de visita un ratito.... antes cuando iba siempre me sacaba un cuento. Ya me va sacando menos ... Yo te lo digo, cómo se está en casa, no se está en ningún sitio. Ni con madre, ni con suegra, ni con nadie... Podemos encontrar otro ejemplo de orgullo como emoción derivada de la vivencia de un vínculo social seguro en la narración que Alicia hace del suceso que le lleva a echar a su suegra de casa. En este caso, nos lo facilita la propia suegra cuando le contesta “pues no me voy porque este piso es mío”. Sin embargo y en contraposición con la relación que ha mantenido y mantiene con su suegra, Alicia experimenta una situación de adecuada distancia social con su cuñada que en su nueva casa vive en el piso de arriba. En este caso ella misma es consciente de una relación en donde no se siente anulada ni absorbida pero en donde esa distancia no es excesiva de forma que le haga sentir aislamiento y soledad. Dicha relación le provoca seguridad, confianza y satisfacción. Sus palabras son una muestra de la diferente percepción que tiene de esta relación: [...] ella si tiene que bajar aquí a algo, baja. Si yo tengo que subir, subo. Pero eso de todo el día... ella vive su vida y yo la mía y entro y salgo y entra y sale. Es distinto... El concepto de “comunidad corporativa cerrada” ha sido desarrollado por Wolf (1981) para sociedades campesinas. 3 Algo similar a lo que se resumen en la expresión “el casado casa quiere y apartado” común en la Vega Alta del Segura” (Frigolé, 1997: 47). 4 9 Hemos encontrado numerosos testimonios en el mismo sentido. Todos ellos tienen en común los sentimientos encontrados que provoca la cercanía o el alejamiento espacial respecto de la familia política. A la suegra de Alfonsina nunca le gustó que su hijo se fuera a vivir al mismo lugar que sus nuevos suegros, un piso más arriba de ellos pero en el mismo bloque. La situación viene a ser similar a la vivida por Alicia, pero en este caso no es la nuera la que se va a vivir cerca de los suegros sino el yerno. El conflicto también está presente: [...] Cuidado con mi suegra, que mi suegra ha estado a punto de separarnos. Ha metido mucha cizaña ¿eh?. Porque mi marido veía cómo yo estaba con mis padres y entonces, es normal que viviera con nosotros. Y decía que mi madre estaba metiendo mucha cizaña y que eso no me daba vergüenza... cizañeándome contra los dos. Entonces yo, ¿con quién pagaba?: con mi marido... Por su parte, Antonia contando una discusión que había tenido con su marido señala: [...] no sé porqué fue, yo creo que fue más por culpa de mi suegra, que no sé que dijo, porque... Mi suegra se ha molestado que nos viniéramos aquí. Yo vivía encima de mi suegra, ¡pero yo siempre he querido tener mi vida, tener mi piso! Y a mi suegra al principio no le gustaba y mi suegra... de ésta que hablaba por detrás, a mi no me lo decía, pero se lo decía al hijo. Entonces, eso de que te venga mal metiendo... oye, tu metete en tu vida y yo me meto en la mía... Con independencia de la existencia de vínculos sociales inseguros, tanto en el caso de Alicia como en el de Alfonsina nos encontramos con una situación de pérdida o de expectativa de pérdida de poder por parte de la suegra. Kemper (1978a), en este sentido, viene a señalar que las dos dimensiones básicas de la sociabilidad, el poder y el estatus 5, son determinantes de las emociones que los sujetos evocan internamente. Desde este planteamiento, sin obviar la perspectiva utilizada por Sheff, pues, a nuestro juicio, la complementa, podemos encontrar también una de las raíces estructurales de los conflictos apuntados: la interacción social de los sujetos y los distintos grados de poder y estatus que El estatus para Kemper debe entenderse como “el modo de relación social en el que existe un comportamiento voluntario orientado a la satisfacción de los deseos, demandas, carencias y necesidades de los otros” (Kemper, 1978a: 378). 5 10 éstos tienen y en donde las emociones surgen como consecuencia de ese juego de relaciones basado en la pérdida o ganancia de los mismos. Las suegras de Alicia y de Alfonsina - sin caer en el tópico o leyenda negra sobre las suegras - se encuentran en una situación de temor ante el peligro de pérdida de poder sobre los hijos. Un miedo o ansiedad cuya responsabilidad se atribuye al otro, a Alicia y a Alfonsina, “un miedo extroyectado en forma de ira u hostilidad, en un intento por destruir, bien el poder del otro, bien las bases de ese poder” (Kemper, 1978a: 57). El reconocimiento de una situación en donde el riesgo de pérdida de poder se presenta como probable lleva a los episodios de confrontación vividos por nuestras dos protagonistas, de ahí el intento de doblegar la voluntad de Alicia y Alfonsina por parte de sus suegras, aunque con desarrollos distintos, por cuanto sus posiciones de partida son también distintas. Alicia depende de su suegra económicamente, y este es el arma que utiliza para humillarla. Alfonsina no, su capacidad de negociación es mayor, su vínculo es más seguro porque ella tiene más poder que Alicia con respecto a su suegra, su situación social objetiva le permite establecer una vinculación con su propia subjetividad afectiva distinta a la de su compañera, de ahí que nunca llegue a manifestarse abiertamente el conflicto en forma de enfrentamiento con la suegra. Este último análisis desde la perspectiva kemperiana aporta algunas claves más, al permitir dibujar los factores sociales externos al individuo que en el marco de las interacciones sociales provocan, condicionan o determinan emociones. Junto con la perspectiva desarrollada por Sheff en su Teoría Sociológica de la Vergüenza, facilita la comprensión de, por un lado y a nivel general, un fenómeno como el de las relaciones suegra-nuera, sobre el cual abundan tópicos, chistes y estereotipos que han contribuido a trivializarlas socialmente o a olvidarlas intencionadamente dentro de la Sociología de la Familia, y, por otro y en un plano más concreto, nos permite dibujar todo el itinerario emocional vivido por Alicia y Alfonsina – que pueden considerarse como modelos – en cuanto proceso y en donde, por lo tanto, es posible identificar causas y efectos a la vez que su desarrollo intermedio. Los siguientes esquemas sirven de ejemplo para ilustrar el análisis realizado: 11 ITINERARIO EMOCIONAL DE ALICIA 1ª FASE: Situación social objetiva: Poder suegra (económico) / Cercanía espacial / distancia social mínima / vínculo social inseguro Subjetividad emocional: Temor Hostilidad Vergüenza Conflicto Ira Manifiesto (suegra) abierto (suegra) (Alicia) (Alicia) (Ambas) 2ª FASE: Situación social objetiva: Incremento poder Alicia / distanciamiento espacial / incremento distanciamiento social / vínculo social seguro Subjetividad emocional: Temor Hostilidad Seguridad latente (Alicia) Orgullo (Suegra) (Alicia) (Ambas) Conflicto latente (Suegra) 12 ITINERARIO EMOCIONAL DE ALFONSINA ÚNICA FASE: Situación social objetiva: equilibrio de fuerzas / distanciamiento espacial / vínculo social seguro Subjetividad emocional: Temor (suegra) Hostilidad (suegra) Seguridad (Alfonsina) Conflicto latente (Ambas) En definitiva, el conflicto suegra-nuera es un conflicto definido por la expectativa de pérdida de poder de la primera extroyectada en la segunda. Dicho conflicto cobra especial relevancia en comunidades rurales donde la cercanía es inevitablemente mayor y en donde existen un número considerable de estrategias para vehicular la agresión de la suegra a la nuera, estrategias que se ven reforzadas cuando la situación de ésta última implica una dependencia económica respecto de la primera. VINCULOS SOCIALES, RECONOCIMIENTO, DOLOR Y CULPA En el marco de las relaciones familiares que venimos analizando – no tanto nuclear como en su dimensión más extensa – no podemos olvidar tampoco otro tipo de relaciones que se producen y que sin llegar a ser tan conflictivas como las que hemos señalado entre suegra – nuera, son también evocadoras de emociones negativas, nos referimos concretamente a las relaciones entre las mujeres entrevistadas y sus propios padres y en especial a las de madre – 13 hija. En este sentido, Alicia nos vuelve a proporcionar un ejemplo de la tensión emocional que vive con su madre, la cual le recrimina que no le llame y visite tanto como lo hace su hermana: [...] Mi madre siempre... “porque tu hermana me llama todos los días por teléfono. Porque...” Hoy la llamo y digo: “madre, para no...” “Ya me ha llamado tu hermana”. Digo: “Ya está, hombre. Y yo mañana no te llamo y... “Porque tu hermana me llama...” Yo tengo unas peloteras con mi madre... “porque es que no me llamas, porque tu hermana me llama todos los días” y digo: “¿Para qué te voy a llamar? ¿Para decirte lo que estoy haciendo, qué estoy haciendo ... limpiando el polvo o lo que voy a comer?” porque si no tienes nada que decir ¿para qué vas a llamar?. Mira, esta mañana la he llamado y le digo: “Oye, que esta tarde no voy para allá”, porque ayer tampoco fui, “Me tengo que ir a una reunión del colegio y luego me voy a la coral” “¡No, tu siempre igual! ¡Tú siempre igual! ¿Para qué vas a cambiar? ... Es evidente que Alicia en este caso también siente que, aunque en menor medida, su madre espera de ella un comportamiento determinado como hija. Debemos añadir que la biografía de Alicia viene marcada por un intento de ser ella, de construir su propio espacio de adulta más allá de dependencias con otros miembros adultos de su familia (madre y suegra). De hecho, ya en su momento señalamos que había pasado de depender de sus padres a depender de sus suegros, dependencias no voluntarias sino impuestas por las circunstancias. Ella misma relata la estricta vida familiar durante su infancia y su juventud y cómo el matrimonio supuso una liberación personal y un nuevo espacio en donde desarrollarse, en donde conocer más allá de las cuatro paredes que la encerraban: [...] yo viví la vida de casada, porque de soltera, para mi, tenía que estar a las diez en casa, me tenían una restricción exagerada, yo cuando me he divertido ha sido de casada... porque era distinto, entonces no me dejaban ir a ningún lado, cómo ahora que se van los novios para arriba, para abajo, a todos los sitios. Mi madre se ponía en el balcón y como me viera montar en el coche ... tenía que dar la vuelta por el otro lado para que no me viera. Me iba a la feria de Cáceres, por ejemplo, o me iba a otro sitio, que no se enterara. Y a las diez en casa. Por eso te digo, cuando me casé es cuado mejor viví, cuando más conocí... ¡jo! Que luego ¡mira! Salí de uno y me metí en otro [refiriéndose a que salió del control paterno para someterse bajo all control de la suegra]... 14 La sujeción familiar de Alicia no es una excepción, la mayoría de las mujeres de Zangarillejas entrevistadas hacen referencia de un modo u otro, a la falta de libertad vivida en sus años de soltería. Alfonsina también nos comenta lo atada que la han tenido sus padres. Ella estaba trabajando y a pesar de esa independencia económica que le proporcionaba su trabajo no pudo construir y desarrollar una vida propia al margen de sus padres y al margen de su pueblo: [...] Siempre me han tenido aquí. Porque yo no he salido de Zangarillejas lo que se dice nada, nada. De excursión a algún sitio es lo único que he salido porque mi madre se ponía mala. Mi padre empezaba a llorar ¿sabes? Y así fue mi vida. Mis compañeras que lo hicieron [se refiere a las que estudiaron con ella] se fueron a Plasencia, otras a Mérida para coger puntos, y luego ya pedías Cáceres. Pues nada. A mi no me dejaron ... Yo me quedé aquí. El caso de Alfonsina es una excepción en el grupo. Ella no sólo tiene un nivel de estudios superior al del resto de mujeres, sino que además inició una trayectoria laboral que se vio truncada por los obstáculos que sus padres le pusieron. Obstáculos que tienen que ver con todo un sistema de valores e interpretaciones del mundo más que con situaciones estructurales de dependencia económica. La falta de autonomía y libertad, la imposibilidad para construir un proyecto propio de juventud, no se debe tanto a esta dependencia como a valores culturales muy tradicionales arraigados en la familia - y con mayor peso en el ámbito rural - que coloca a los hijos, y en especial a las hijas, en un situación de sumisión y dependencia moral. En todos los casos, salvo en el de Alba que salió del hogar familiar soltera para cuidar de sus hermanos – salida autorizada y justificada para realizar las mismas tareas para las que “estaba destinada” -, la salida del hogar de origen se ha producido a través del matrimonio, en muchos de los casos, matrimonios adelantados y provocados por embarazos – especialmente en el grupo de menores de 40 años -, pues tal y como ellas mismas señalan ya no tenían nada que hacer en casa y sólo les quedaba esperar para casarse. Andrea nos facilita un testimonio clarificador. Ella se casa embarazada, aún así la naturalidad con la que parece asumir los mandatos familiares pone de manifiesto no sólo la falta de participación de estas mujeres en el diseño de sus vidas y el papel exclusivo que los padres han tenido en el mismo, sino la asunción de su propio destino como algo inexorable e 15 ineludible ante el cual ni siquiera se han planteado no ya la posibilidad de ofrecer resistencia sino otra alternativa a sus vidas: [...] Y muy bien, ¡anda! ¡Tu verás!, se lo diría en julio [que estaba embarazada]... Bueno, ¡Yo qué se!. Me casé de cuatro o cinco meses embarazada y ya está. Lo que nos mandaban hacíamos [ríe]. Tu verás. Te tenías que casar pues te casas y punto. ¡Yo qué sé! Como la cosa es que estás embarazada y te tienes que casar, pues ¡ala! Te prepararon la boda los padres y aceptamos ahí. No sé, la boda la preparan y ya está. La resignación es algo que Alba conoce muy bien: [...] Como ya sabes la vida que te ha tocado vivir pues no te queda otra, a ver qué haces, si es que el problema es a ver qué haces; a ver ya dónde vas; a ver nosotros ya dónde vamos, si nosotros tenemos toda una vida aquí. Yo he nacido en este barrio, toda la vida en esta casa. Entonces, ¿qué haces?. Ya no puedes ir a ningún sitio... Desde un punto de vista sociológico podríamos defender la existencia de la alienación como emoción – tal y como apuntamos en el primer capítulo. De hecho, al considerarla dentro del ámbito de las emociones estamos otorgando a éstas últimas significados anclados en determinados contextos socio-históricos y culturales, muy en la línea del análisis que realiza Hochschild. Cabría preguntarse si en el fondo, tanto Alba como Andrea, no han realizado su propia “gestión emocional” - emotion management - para conseguir un cambio no sólo en la expresión emocional sino en el propio sentimiento, modificando, para ello, la percepción de la situación vivida6. Esto supondría, en definitiva, que han desarrollado lo que podríamos llamar una estrategia emocional de adaptación que les permite conciliar su realidad social objetiva y su subjetividad emocional de forma placentera, no conflictiva y, en definitiva, con la finalidad constreñidora de limitar la presencia de emociones negativas como la ansiedad o la frustración en sus vidas. En este caso estamos hablando de lo que Hochschild (1983: 35-55) llama “actuación profunda” (deep acting). En ella, el sujeto va más allá de reprimir o controlar la expresión de la emoción sino que modifica la emoción en si misma tal y como podría hacer un actor que sigue el método de interpretación de Stanislavski. 6 16 En cualquier caso, parece que el papel represor lo desempeñan fundamentalmente las madres. Es también en la relación con ellas, como adultas que han formado otra unidad familiar diferenciada, en donde se producen choques y tensiones por razones similares a las acontecidas con las suegras: controlar. Antonia, al hablar de sus padres diferencia claramente entre el padre y la madre: [...] Mi padre no se mete. Mi madre si. Mi madre yo le digo que es melón y tajá en mano. Sí, porque quiere algo y tiene que ser ya ... La madre de Alfonsina, en el periodo de crisis más álgido con su suegra también presionaba, disminuyendo la distancia social, y coadyuvando a aumentar el malestar de ésta en todo el conflicto: [...] encima mi madre me lo repetía todavía más para recordármelo constantemente ... Alfonsina nos relata también como su madre acrecentaba su dolor mucho tiempo atrás cuando le dejó un novio después de ocho años de relación. Ella buscaba apoyo en su madre, pero las reiteradas alusiones a la vergüenza y las recriminaciones que esta hacía no mitigaban en absoluto sus sentimientos [...] Al contrario. A mi ...¡eso era mucho dolor! . Qué me había enfadado con el novio, que me había dejado el novio ¡Eso era una deshonra para ellos! ¿sabes?. Entonces, entre unas cosas y otras de verdad, cogí una depresión. Estuve bastante mal. A Asunción las relaciones con su madre también le producen dolor: [...]Yo es que con mi madre estoy ahora muy mal, muy mal... y me encuentro sola. No puedo contar con ella para nada, porque es que.... No sé. Mismo, muchas veces me he juntado con los dos niños pequeños ¿no? Y para ir al parque pues me hubiera gustado que hubiese venido ella, pero yo no la puedo llevar al parque conmigo. ¡No! Pues porque con los niños no los puedes soltar de la mano, no los puedes... Y encima, me dice: “¡qué mala madre eres!”. Todo el día ordenando. ¿Sabes? Y entonces, pues no. Entonces yo prefiero, digo: “Tú ahí, en tu casa y yo en la mía” Y yo me voy al parque sola, si tengo que penar más o menos con los 17 niños.... Si ve a los niños tirarse por los toboganes y los columpios dice que qué mala madre soy, que si es que no veo el peligro, siempre está con esas cosas... Tanto en el caso de Asunción como en el de Alfonsina los reproches y recriminaciones de sus madres les llevan a sentir dolor – “cogí una depresión”, dice Alfonsina; “ me encuentro sola” afirma Asunción -. La cadena emocional es distinta a las dibujadas hasta el momento, pues nos encontramos con un desenlace diferente, con la aparición de un sentimiento distinto a la ira o la vergüenza: el dolor. Ambas esperan una ayuda, una compresión que no reciben. De una madre se espera apoyo en los momentos duros, sin embargo no sólo no se sienten recompensadas sino más bien al contrario. La madre de Alfonsina parece culpabilizarla de su fracaso amoroso y la de Asunción cuestiona su capacidad y habilidades para ser una buena madre. En ambos casos se sienten muy poco reconocidas experimentando un déficit de estatus que les provoca dolor ya que, tal y como señala Kemper, el dolor o la depresión “resultan de un déficit de estatus, esto es, de una insuficiencia de recompensas y gratificaciones otorgadas voluntariamente por los otros” (1978b: 35). Es precisamente esta ausencia de reconocimiento voluntario por parte del otro lo que provoca el dolor, uno espera que, voluntariamente le den algo que no llega. Desde la perspectiva kemperiana el dolor es consecuencia de las expectativas no satisfechas de otorgamiento voluntario de estatus por parte del otro, no se trata de solicitar la gratificación, sino de que parta espontáneamente de la otra persona, en este casa sus madres. En la otra cara de la moneda del dolor nos encontramos con la culpa. En este caso, la culpa es producto de una dolorosa autoevaluación que el sujeto hace de sí mismo, siendo el punto de vista del actor el que produce tal sentimiento al comprobar que, o bien ha dañado al otro o le ha privado de alguna gratificación. El testimonio de Andrea es un ejemplo de cómo emerge esta emoción. Su madre vivía en un pueblo distante de Zangarillejas a unos 30 kilómetros y cuando en principio le diagnostican una demencia no piensa que sea especialmente necesario que vaya a vivir con ella o con su hermana. La madre muere en su propia casa, y Andrea siente que no insistió lo suficiente para que se trasladara a Zangarillejas: [...] Pues porque mira, a mi madre no le hacía gracia venirse aquí porque decía que ella tenía allí dos casa y que no se venía. Y entonces nos ha cogido en una edad, a mi hermana y a mi, en que tenemos edades de niños mayores, edades de niños pequeños, edades de colegios, 18 de todo; por los maridos, quizás, no hay problemas porque ellos no eso. Mi madre se puso mala – que no nos decían que era de muerte, que era una demencia -¿qué hacías con ella?. Aquí no se podía venir porque no había medios de que los dos se vinieran; allí sola en su casa... No era para estar. Entonces ¿qué tuvimos que hacerle? Se apuntaron a unos pisos tutelados de esos, le tuvimos que buscar una mujer a que fuera, pagándole nosotros ¿Y que ha pasado? Se ha muerto allí, cuando ella si cede un poco, se viene aquí, como nosotros queríamos... porque parece que encima hemos hecho algo mal... y a última hora no ha dado su brazo a torcer, solamente por tranquilidad nuestra, que era lo único que queríamos. Pero te queda una sensación amarga. Nos han hecho quedar pues con muy mal sabor de boca. Mi hermana y yo mal, muy mal. Porque ahora ya él [refiriéndose a su padre] ya lo ha comprendido. El se viene aquí y dice que no se venía por no dar un disgusto a mi madre. Pero es que el disgusto nos lo hemos llevado nosotros, porque ¿qué necesidad tenían ellos de haber estado así cuando nos tenían a nosotros? Andrea intenta descargar su culpa compartiéndola con su madre, de manera que la responsabilidad – en este caso acerca de la decisión de no irse a vivir con ella – recaiga sobre la madre. Tal y como en su momento señalamos con el miedo o la vergüenza que sentían Alicia y Alfonsina, - extroyectado en forma de ira u hostilidad -, la culpa, los remordimientos que tiene Andrea, son también extroyectados de forma que hace corresponsable a su madre en un intento por mitigar la sensación de desasosiego que le produce el suceso. Podemos concluir señalando que el elemento definitorio de las emociones suscitadas en la relación madre-hija sería la ausencia de estatus por parte de ambas, en oposición a la relación suegra-nuera en donde sería la otra dimensión kemperiana de la sociabilidad, el poder. Ello lleva a desarrollos emocionales distintos, a la vergüenza y la ira entre suegra y nuera y al dolor y la culpa en el caso de madres e hijas. VINCULOS SOCIALES, BIENES, MIEDO Y VERGÜENZA Muy relacionado con el análisis que venimos realizando se encuentra el sentimiento de miedo o ansiedad. De ello da buena cuenta Alba. Cuidó de sus hermanos cuando estos se fueron a vivir de la finca en la que sus padres eran guardeses a Zangarillejas. De ellos se hizo cargo cuando de nuevo toda la familia se había vuelto a unir y muere la madre. Les ayudó a 19 organizar sus bodas por ausencia de ésta, les dio dinero cuando se quedaron en paro... Como ella misma dice “más que una hermana he sido una madre para ellos”. Pues bien, Alba vive en la actualidad con su padre, en una casa propiedad de éste y teme que cuando muera, sus hermanos la echen de allí: [...] Pero luego no se puede decir que nunca, porque luego ya sabes tu que los problemas de las herencias y las cosas... pero vamos, no creo que sean tan malos como... ellos no la quieren para nada [refiriéndose a la casa]. Tampoco van a ser tan malos como para mal venderla por ahí y no dármela a mí ¿no? Eso está claro, vamos! No tengo yo ese concepto de mis hermanos. Lo que pasa es que ya no son los hermanos, son los que hay alrededor. Es que las mujeres podemos mucho... Alba tiene miedo. Éste se deriva del hecho de ser consciente de su posición estructural, posición en donde dispone de menos poder que “sus cuñadas”. El miedo – o la ansiedad – tiene su origen precisamente en la expectativa de agresión del otro (Kemper, 1978b), en este caso de que sus cuñadas - cuyo poder viene definido por la mayor influencia de éstas sobre los hermanos de Alba – hagan un mal uso, abuso, de ese poder. Alba se ve a sí misma como un ser vulnerable en ese juego de intercambio de poder y estatus y por ello siente miedo. Razones para ello parece haber. Existen antecedentes en donde sus hermanos no han respondido a las expectativas que Alba tenía sobre ellos, en los que ella ha sentido que ha recibido menos gratificación de la que se merecía, menos estatus, produciéndole en su momento dolor y provocándole miedo con respecto al futuro: [...] yo entiendo que ellos tienen que vivir con su mujeres, como mi marido vive conmigo, pero hay veces que hay cosas que no... Pues mira, hay veces que yo he necesitado mucho a mis hermanos: económicamente los he necesitado pero nunca me han ayudado ¿me entiendes lo que te quiero decir?. Los he necesitado en el sentido de ... tampoco yo se lo he pedido... pero yo les he dado de comer... no podía hacer otra cosa... Pues bueno, estas cosas te llegan a lo hondo y dices ¿será posible? Y entonces muchas veces he pensado y he llorado muchísimo y he dicho: si volviera a nacer no volvería a sufrir tanto como he sufrido, pienso que... porque ellos no me han pagado a mi como yo esperaba que me pagaran... Alba intenta restar responsabilidad a sus hermanos en su actuación, si estos no la ayudaron no es tanto por ellos como por sus mujeres, en cualquier caso ella esperaba una ayuda económica que nunca llegó, una ayuda voluntaria tal y como queda de manifiesto 20 cuando ella afirma “... tampoco yo se lo he pedido”. Este antecedente, le sirve a Alba para temer que en un futuro sus hermanos vuelvan a no responderle como ella cree merecer y la echen de la casa en la que vive, siempre teniendo en cuenta que la responsabilidad recae fundamentalmente sobre las cuñadas, algo que, por otra parte, ella asume con naturalidad y conformidad pues en su concepción de la familia y el matrimonio, el marido se debe en primer lugar a su esposa y viceversa, ocupando el resto de los miembros de la familia un lugar secundario, en este sentido recordamos las palabras de Alba en un testimonio al que ya nos referimos anteriormente: ... Lo que pasa es que ya no son los hermanos, son los que hay alrededor. Es que las mujeres podemos mucho...” . La frase de Alba que acabamos de reproducir nos hace cuestionar algunas de las afirmaciones realizadas sobre la dependencia de las mujeres. En el fondo se está planteando un nuevo juego de poder con consecuencias emocionales, ¿quién tiene más poder sobre un hombre, su hermana o su esposa?. La disputa no suele plantearse entre hermano y esposo, es una lucha entre mujeres que alude a su capacidad para dominar una parcela de las relaciones familiares. La respuesta a la pregunta que acabamos de plantear la encontraríamos en el párrafo anterior: un marido se debe en principio a su esposa. Si bien no podemos señalar que nos hayamos encontrado con muchos casos en donde la relación con los cuñados haya sido de especial relevancia emocional como para que las mujeres entrevistadas nos relaten sucesos evocadores de sentimientos, si es cierto que los pocos relatos que a ellos se refieren tienen que ver con las herencias, particiones, o simplemente con cuestiones de tipo económico7. Aparte del dolor y los temores de Alba, Alfonsina, cuya situación económica y la de sus padres es bastante mejor que la de sus suegros y cuñados, piensa que sus problemas con éstos últimos se derivan de la envidia que tienen de su mejor situación económica: [...] porque el fulano ese, mi cuñado, que por cierto no me hablo porque a mi no me puede ni ver y yo a él tampoco porque ha metido toda la cizaña que quiere... un tío que anda por ahí 7 Un análisis exhaustivo sobre el valor social y cultural de la herencia en comunidades rurales españolas se encuentra en Iszaevich (1991) 21 con todo lo que le da la gana y lo que quiere es changar al hermano, porque es una envidia lo que le tienen... El aserto de Vives sobre que la envidia es la madre del odio, está presente en las relaciones familiares que estamos estudiando. La envidia es un sentimiento bastante frecuente entre cuñados estando estrechamente ligada a lo material, a la tenencia por parte del otro de bienes que uno no posee, es decir, se presenta en su sentido más puro pues la envidia no es ni más ni menos que la tristeza y rabias provocadas por el bien del otro. El cuñado y la cuñada, ambos hermanos del marido - han estado viviendo con la suegra – “arrecogíos” – hasta hace relativamente poco tiempo, envidiando la independencia económica de Alfonsina y su marido. La convivencia familiar entre todos llegó a deteriorarse hasta extremos alarmantes: [...] Se metió en la bebida [se refiere a la cuñada] y yo que sé... pues estoy segura de que fue por mi suegra, porque la tenía controlaita totalmente, ¿no ves que ella vivía con mi suegra hasta que compró el piso?.... esos si que no tenían intimidad alguna, y la madre como es tan gobernanta... digo yo que sería por eso. Luego se compró el piso, “si no voy a ser capaz de pagarlo” decía, más o menos creo que sería eso por lo que empezó a beber”. A la hermana de su marido le dio por beber, se la encontraban por la noche tirada en cualquier lugar del pueblo y mientras tanto Alfonsina luchaba por mantener a salvo su matrimonio al margen de las influencias de la suegra y el cuñado. Alfonsina, que en este macro-conflicto familiar y a pesar de su dolor y desasosiego mantenía una posición de cierta seguridad – derivada como ya hemos dicho de una sólida posición económica y de un mayor distanciamiento espacial con respecto a su familia política – decide intervenir y abrir los ojos de la familia de su marido. El testimonio que reproducimos es una muestra de esa seguridad y del papel que la vergüenza como mecanismo de control social desempeña: [...] y yo dije ¿no os da vergüenza que sea el hazme reir de todo el pueblo?, una mujer de treinta y dos años que está tirada por las calles... con dos angelitos... ¡qué vergüenza en el colegio los niños!... La vergüenza es un sentimiento social “provocado por la desaparición de lo que tenía que aparecer o la parición de lo que debía mantenerse oculto” (Marinas y López Penas, 1999: 354). Son las miradas de los demás quienes la provocan, bien porque debieran ver y no ven o 22 bien porque sin deber ver, ven. En este caso los conflictos personales y familiares son expuestos públicamente a los ojos de la comunidad con la consiguiente pérdida de la dignidad, sentimiento también claramente y ligado a la vergüenza que también es, cómo ésta, otorgada o arrebatada por las miradas evaluadoras de los otros. Lo expuesto en este punto y en páginas anteriores sobre la vergüenza como eficaz mecanismo de control social nos permite vincular los planteamientos sociológicos de Sheff con otros más culturales aportados por la Antropología. En este sentido, y siguiendo a Ruth Benedict (1974), nos referimos a “unas culturas de la vergüenza” - frente a otras de la culpabilidad8 – que se apoyan sobre sanciones externas, el miedo a ser ridiculizado, la sensibilidad hacia los juicios que los demás puedan emitir sobre nosotros mismos. El honor, en consecuencia es un don otorgado por la comunidad más que una conquista personal 9. Nos atrevemos a señalar que las comunidades rurales mediterráneas , se ajustan más a una cultura de la vergüenza que a una de la culpabilidad. REFERENCIAS BENEDICT, R. (1974): El crisantemo y la espada: patrones de la cultura japonesa, Madrid, Alianza. BERICAT, E. (2000): “La Sociología de la Emoción y la Emoción en la Sociología”, Papers nº 62, pp.145-176. BOURDIEU, P. (1968): “El sentimiento del honor en la sociedad de Cabilia”, J.G. PERISTANY, El concepto del honor en la sociedad mediterránea, Barcelona, Labor, pp.175224. FRIGOLÉ, J. (1997): Un hombre. Género, clase y cultura en el relato de un trabajador, Barcelona, Muchnik Editores. GILMORE, D.D. y GILMORE, M.M. (1970): “Sobre machos y matriarcados. El mito machista en en Andalucía”, Étnica nº 14, pp. 149-159. 8 Sin embargo, las culturas de la culpabilidad no requieren de un público. El buen comportamiento se apoya en una convicción interna de pecado. En este sentido, el honor viene definido por la adaptación de la conducta a la imagen que uno tiene de sí mismo con independencia de que se conozca su acción. 9 Ver Pitt-Rivers (1979) y Gilmore y Gilmore (1970). 23 HOCHSCHILD, A. R. (1983): The managed heart. Commercialization of human feeling. Berkeley, C.A., University of California Press. ISZAEVICH (1991): “Emigrantes, solteronas y curas: la dinámica de la demografía en las sociedades campesinas españolas”, J. PRAT et als., Antropología de los pueblos de España, Madrid, Taurus Universitaria, pp. 280-293 KEMPER, Th. D. (1978a): A social interactional theory of emotions. Nueva York, John Willey & Sons. KEMPER, Th. D. (1978b): “Toward a Sociology of Emotions: some problems and some solutions”, The American Sociologist, 13, pp. 30-41 MARINA, J.A. y LÓPEZ PENAS, M. (1999): Diccionario de los sentimientos, Barcelona, Anagrama. MAUSS, M. (1971): “Ensayo sobre el don”, Sociología y Antropología, Madrid, Tecnos. PITT-RIVERS, J. (1979): Antropología del honor o política de los sexos, Barcelona, Grijalvo. SCHEFF, Th. (1990): Microsociology: discourse, emotion and social structure, Chicago, University of Chicago Press. SCHEFF, Th. (1994): Bloody Revenge. Emotions, Nationalism and War, San Francisco, Westview Press. VIVES, L. 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