EL ARTE DEL DILOGO - jakin-mina

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EL ARTE DEL DIÁLOGO
Ahora que está en el ambiente político el tema del diálogo, ahora que tantas disputas genera
la posibilidad de solventar los problemas a través del mismo, quizás sea tiempo de saber de qué
hablamos para que no nos suceda lo que el feo −según nos cuenta Nietzsche− de Sócrates denunciaba de los sofistas, es decir, el utilizar las palabras según la conveniencia, haciendo que pierdan todo
su poder de comunicación y, por tanto, de instrumento de la verdad.
El diálogo es una forma de comunicación que se establece entre dos “razones” −Ferrater
Mora dixit− o visiones de la realidad −sea cual sea la misma: religiosa, política, amorosa...−. El
diálogo sólo se establece cuando dichas visiones se confrontan para intentar llegar a un acuerdo
partiendo, justamente, del desacuerdo.
El diálogo es un arte que, como tal, exige el conocimiento y la puesta en práctica de unas
normas, es decir, un aprendizaje tanto teórico como práctico. En el diálogo, pues, como en la dialéctica, se parte de la oposición de ideas y su finalidad consiste en lograr un acuerdo a través del convencimiento racional o, lo que es lo mismo, argumentativo. Tal convencimiento puede llegar, bien
porque las razones que apoyan a una de las posiciones anulen a las de la otra, o bien porque a través
del diálogo ambas posiciones se hayan ido modificando por influjo mutuo hasta llegar a otra posición común y distinta de las que eran el punto de partida del propio diálogo.
Decía que, al ser un arte, el diálogo conlleva unas normas. Pues bien, aparte de las que podríamos llamar esenciales −pues van implícitas en la definición− como es la existencia de dos “razones” opuestas o diferentas que se expresan mutuamente, y no tomando en consideración, en este
caso, lo que Unamuno llamaba el monodiálogo o diálogo interior, aparte de éstas, decía, existen
otras normas que podríamos catalogar como formales, es decir, que hacen referencia a las condiciones en las que debe desarrollarse el diálogo. Dicho en terminología kantiana: se trata de establecer
las condiciones a priori que hacen posible el diálogo −y digo a priori porque su no aceptación previa anula tal posibilidad−. En lo tocante a este punto, considero fundamentales las siguientes:
1. Ausencia de coacción sobre quienes son los sujetos del diálogo. No se confunda coacción
con condicionamiento: los condicionamientos, aun siendo muchos y muy diversos −tanto
individual como socialmente hablando− son parte inseparable de la posición que se defiende
y, en todo caso, se podrán hacer conscientes si no lo fueran, y llegado el caso eliminarse, a
través del propio proceso dialéctico. La coacción, por el contrario, busca la eliminación de la
discrepancia y de la neutralidad e igualdad en el punto de partida que debe presidir el diálogo. E insisto, por si ha pasado desapercibido, que esa ausencia de coacción se refiere, exclusivamente, a los sujetos del diálogo mientras lo son, porque, aun siendo deseable, sería ilusorio, por no decir ridículo, exigir, como condición previa para el diálogo, que el mundo con
el que se sienten identificadas las personas que dialogan deje de sufrir coacciones.
2. Inexistencia de a priori dogmáticos tanto en el nivel de las ideas como en el de las actitudes.
Como referente filosófico de este último, citaré a Popper y su racionalismo crítico donde
plantea que la adopción de una actitud racionalista, es decir abierta y no dogmática, es anterior al uso de las razones así como al reconocimiento de la validez de las mismas. Es lógico
que las partes tengan una visión previa −a priori temporal−, una opinión en suma, del objeto
motivo del diálogo, pero si tal visión se considera inamovible el diálogo habrá muerto, sin
haber nacido siquiera, para convertirse, en el mejor de los casos, en puro intercambio de información.
3. Es necesario evitar la presencia de tabúes que, por otra parte, suelen ser inseparables de las
actitudes dogmáticas. Dicho de otra forma: los condicionantes ideológicos, que en el punto
1. aparecen insinuados, no deben convertirse en determinantes, en elementos que limiten el
campo dialogal. En éste, la libre expresión de TODAS las ideas es un requisito primordial.
Si una de las partes plantea como condición sine qua non que determinadas ideas no sean
expresadas, no está dispuesta ni preparada para el diálogo. Como decía el poeta griego Alceo “quien habla todo lo que le place, ha de escuchar lo que no le place”.
4. La libre expresión de todas las ideas recogida en el punto anterior debe tener, sin embargo,
una limitación, digámoslo así, “espacio-temporal”. Efectivamente, en todo diálogo debe
haber un qué, un ámbito, un tema o temas sobre los que se habla y un cuándo, es decir, un
proceso en el que se establezcan un punto de partida, un desarrollo y una conclusión del diálogo. En caso contrario, lo que acontece es no un diálogo sino una conversación cuya finalidad consiste en comunicar los puntos de vista respecto a distintas cuestiones pero sin pretensión de llegar a un acuerdo con otro yo.
5. La conquista de la verdad, metáfora de lo real, que es el objetivo último del diálogo, exige
grandeza de alma, como dijo Nietzsche, porque, y cito textualmente, “el servicio a la verdad
es el más duro de todos los servicios”.
Julen Goñi
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