El conflicto indígena en Bolivia

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El conflicto indígena en Bolivia
Rodrigo Valenzuela
Docente de la Maestría en Desarrollo Humano
Universidad San Francisco de Asís
La Paz / Bolivia
Diciembre de 2000
La historia boliviana ha estado caracterizada por
la permanente confrontación entre los pueblos
indígenas y el Estado. La reiterada incapacidad de
este último y la falta de voluntad de las elites
dominantes para crear una sociedad
representativa del conjunto de la nación boliviana,
es la causa de los problemas actuales.
En el año 2000 en Bolivia estallaron varios
conflictos sociales con demandas nacionales
venidas de los indígenas, los campesinos,
cocaleros, maestros, gendarmería y otros sectores
de expresión más regional. La policía por si sola,
resultó insuficiente para dar tranquilidad al
Gobierno. Las protestas urbanas y los bloqueos de
caminos en los sectores rurales, llevó al Ejecutivo
a estudiar la situación del país con el Alto Mando
Militar. Los comandantes señalaron que existían
dos problemas fundamentales que demandaban
una pronta solución: los bloqueos protagonizados
por los indígenas del altiplano y los cocaleros del
Chapare. Las otras protestas sectoriales no fueron
consideradas de importancia.
Ante la crisis el Ejecutivo esperó que se
produjese una reacción de implosión entre los
indígenas, es decir, “que se cansen y reclamen una
solución”. Sin embargo, se dieron cuenta que
antes debían solucionar un conflicto. En toda esa
zona estaban varados cerca de dos mil camiones y
más de seis mil pasajeros. De esta manera,
intervinieron los militares abriendo paso a pie y
resguardando las caravanas. Hubo algunas bajas,
pero en principio se logró el objetivo. El segundo
paso fue bloquear a los bloqueadores. Impidieron
el ingreso de alimentos a la zona. Los militares
disponían de aviones y helicópteros para abastecer
a sus unidades, de manera que no sentían los
rigores de los bloqueos.
Tras 21 días de conflicto, el Ejecutivo firmó
un convenio con el dirigente aymará Felipe
Quispe, conocido como el Mallku, máximo de la
Confederación Sindical Única de Trabajadores
Campesinos de Bolivia (CSUTCB). Los cocaleros,
por su parte, liderados por Evo Morales, también
aymará, exigían el cese de la erradicación y su
derecho a plantar un cato de coca (160 m²). La
posición del Gobierno fue clara: en el trópico
cochabambino no debía haber ni un centímetro
cuadrado de coca el año 2001, insistiendo de esta
manera en el llamado “Plan Coca-Cero”.
1
Las bases del conflicto
La historia de Bolivia es la historia de las
luchas y rebeliones indígenas. Lo aymará como
pueblo e identidad no es de larga data, sino se
remonta a la época colonial. Los “señoríos
étnicos” prehispánicos, tales como Pakajaqi o
Lupaqa, constituyen la base de esta nueva
identidad. Las luchas anticoloniales, como la de
Tomás y Dámaso Katari en Chayanta o las
encabezadas por Tupaj Katari y su mujer
Bartolina Sisa en el siglo XVIII, afianzaron más
esta nueva configuración identitaria del pueblo
aymará.
Tupaj Katari, aymará boliviano bautizado
como Julián Azapa, de estirpe inka, se proclamó
virrey de esas tierras y nombró virreina a su
mujer, Bertonila. Después de haber sido sacristán
y panadero, se convirtió en líder del más
importante levantamiento indígena en Bolivia,
llegando a movilizar, junto a su mujer, un ejército
de 40 mil hombres que tuvo en jaque a las tropas
hispánicas. Julián instaló su corte en las alturas
aledañas a la ciudad de La Paz desde donde
dominaba todo movimiento. No había manera de
atraparlo, ya que burlaba de noche todo cerco
posible hasta que los españoles ofrecieron a su
mejor amigo, Tomás Inca Lipe, el cargo de
gobernador en un pueblo menor a orillas del lago
Titicaca. Tupaj Katari, veía que los criollos
querían servirse de la rebelión indígena para, a su
vez, realizar la suya propia. Katari comprendía
que ellos eran una clase distinta a la de los indios
y que los intereses de unos y otros divergían.
Katari muere descuartizado en la plaza de Peñas y
sus esposas en la plaza de La paz.
En el período republicano prevalecen las ideas
autonomistas iniciadas en la colonia. Entre 1870 y
1899, Feliciano Espinoza, Lorenzo Ramírez y
Pablo Zárate Willka, inician una lucha
antihacendataria para lograr el ejercicio real del
derecho indígena. Plantearon la desobediencia
civil e irradiaron el discurso de que “el presidente
de la república era otro y no el que ejerce
actualmente”. Zárate Willka levantó a los aymará
del altiplano con la idea de crear un Estado
propio. La derrota —mediada por su alianza con
José Manuel Pando, quien finalmente traicionó y
mandó a matar a Zárate— tuvo la misma
dimensión de siempre: los indígenas fueron
diezmados.
Las décadas de los años 10, 20 y 30 también
fueron escenario de sublevaciones en el altiplano,
como la de Pacajes en 1914, la de Caquiavir en
1918 y la rebelión de Jesús de Machaca de 1921 y
los conflictos intermitentes de Achacachi.
El estado mayor de Zarate Willka apresado por el gobierno de José Manuel
Pando
Alrededor de 1900, Juan Lero y otros
indígenas fundaron en Peñas (Oruro) el Gobierno
indio, llegando a nombrar a algunos ministros. En
1921, en La Paz, como parte de la política
reivindicacionista de los ayllus, Santos Marka,
Francisco Tancara, Faustino Llanki y otros, se
sublevaron y buscaron la restitución del poder
comunal y regional. En los años 30, Eduardo Nina
Quispe planteó la “renovación” de Bolivia por la
República del Qollasuyu (que incluía a los no
indígenas).
Más tarde, debe recordarse que la guerra del
Chaco (1932-1935) tuvo dos frentes: uno externo,
que enfrentó a bolivianos y paraguayos y otro,
interno, que enfrentó a indígenas del altiplano con
el ejército.
En 1945, con ocasión del Primer Congreso
Indígena, se aprobó la supresión del pongueaje,
oportunidad en la que estuvo presente el
Presidente Gualberto Villarroel, colgado después
en 1946. A fines de ese año, hubo levantamientos
en Cochabamba, La Paz y Chuquisaca que se
prolongaron durante el siguiente año.
Las luchas indígenas adquirieron otro carácter
con la Reforma agraria de 1952, obligando al
gobierno de aquel entonces a aprobar el decreto de
dicha Reforma. Esta conquista estimuló un “pacto
de reciprocidad” con el Estado revolucionario que
durante las siguientes décadas instrumentalizó al
movimiento indígena. Una excepción fue
Laureano Machaca, quien en la década de los años
60’ desde la provincia Camacho (La Paz), quiso
fundar un Estado Aymará.
En 1974, durante la dictadura militar de Hugo
Banzer, comienza la represión sistemática. La
masacre de Tolata y Epizana (Cochabamba),
potenció el surgimiento de un movimiento
indígena independiente de orientación katarista
que llegó a su punto más alto con la creación de la
CSUTCB.
2
Esta rica experiencia nos muestra que la idea
autonomista de los aymará, es de larga data y, el
hecho
que
los
movimientos
indígenas
contemporáneos la planteen nuevamente, hace
parte de una tendencia histórica.
Por otro lado, también encontramos
experiencias de participación indígena en la
política nacional. Aquí se puede mencionar a uno
de los pioneros, el achacacheño Manuel
Chachawayna, quien en 1927 se postuló a una
diputación como aymará, bajo el lema de “Hoy
seremos diputados y mañana Presidente”. Después
de 1952, algunos sindicalistas incursionaron en la
política nacional como “diputados campesinos”,
aunque bajo la tutela del MNR. En la década de
los años 70 y 80 los partidos kataristas e
indianistas incursionaron activamente en la
política
boliviana
consiguiendo
varias
diputaciones. Uno de los resultados más
interesantes es la experiencia del katarista
moderado Víctor Hugo Cárdenas como
Vicepresidente del país. Esta forma de
participación política, aunque más tardía en
relación a la experiencia autonomista, nos enseña
que varios indígenas, sea mediante partidos
políticos tradicionales o a través de sus propios
planteamientos intentaron abrir espacios de
participación en la política nacional.
El proyecto katarista de Felipe Quispe
Felipe Quispe Huanca, 58 años, aymará,
conocido como el Mallku, nacido en la comunidad
de Ajllata (Achacachi), se ha perfilado como un
gran líder katarista en la crisis de abril y
septiembre. Estudió hasta sexto básico en su
comunidad y, posteriormente, obtuvo un
bachillerato en la cárcel de San Pedro.
Actualmente, cursa el cuarto año de historia en la
Universidad Mayor de San Andrés (UMSA).
Como muchos otros indígenas, migró a la
ciudad de El Alto, en La Paz, donde vive en la
actualidad. Desde sus 23 años incursiona en el
sindicalismo campesino, lo cual le cuesta en 1968
una persecución política de parte de la dictadura
militar de Hugo Banzer. Solo en 1978 logra
regresar a La Paz y forma parte del Movimiento
Indio Tupaj Katari (MITKA), inspirado en la
legendaria figura del dirigente indígena Fausto
Reynaga. En 1986, se excluye de este movimiento
y forma otro llamado Ayllus Rojos. En 1991,
Quispe crea el brazo armado de Ayllus Rojos,
conocido como Ejército Guerrillero Tupaj Katari
(EGTK). Al año siguiente, Quispe idea la fórmula
de reproducir células del EGTK en otras zonas del
país. Es en este momento cuando es detenido.
Cinco años después (1997) sale del penal en
libertad condicional. Hasta hoy, la justicia
boliviana no ha dictado sentencia en este caso. Ya
en libertad, Quispe se reintegra al movimiento
campesino y en julio de 1998 es elegido
Secretario Ejecutivo de la Confederación.
A mediado de abril de 2000, Quispe lidera un
bloqueo campesino de las carreteras protestando
en contra de la llamada Ley de Aguas. En
septiembre de 2000, lanza el segundo bloqueo del
año, que llegó a durar tres semanas y que,
técnicamente, no sólo puso en jaque al Gobierno
de Banzer (hoy presidente electo de Bolivia) sino
que paralizó al país. Sobre esto, Quispe en su
momento declaró lo siguiente:
Felipe Quispe, el Mallku
“...es hora de escuchar al indio (...) en abril era
una prueba, no salieron todos los campesinos, en
septiembre tampoco han salido todos; hasta cierta
parte (...) En la tercera van a salir todos, vamos a ser
como un torrente de agua: van a salir niños, hombres,
mujeres, ancianos, vamos a traer hasta nuestros
animales, eso va a ser fatal para el gobierno”
Quispe reincorpora en su discurso la lucha por
la autodeterminación. Su proyecto político
propone recuperar el antiguo territorio para
efectos que, una vez que lo controlen nuevamente,
constituir el otrora Qollasuyu. En este contexto,
asegura estar consciente que, en el camino hacia
el poder, es necesario adecuarse a los nuevos
procesos y no descarta la posibilidad de ninguna
alianza social para hacer efectivas las demandas
de los indígenas.
Quispe plantea la necesidad de crear una
nación dentro de la actual estructura de la
República, que tenga autonomía. Según él, la
llamada nación boliviana no es una nación, ya que
dentro de ésta hay otra nación indígena (quechua,
aymará y otros pueblos). Para ese efecto, está
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elaborando una Constitución Política para lograr
la autonomía. Quispe habla de desbolivianizar a
los indígenas para volver al Qollasuyu original.
En Bolivia -sostiene- hay una nación desterrada,
esa Bolivia olvidada no tiene su asidero social, no
tiene postas sanitarias, no tiene caminos, ni
mercados, teléfono, bibliotecas: “Las dos Bolivia
siempre han estado divididas y seguirán
divididas”.
Sobre ese complejo escenario, y en medio de
la crisis, Felipe Quispe ha centralizado en su
persona el protagonismo del actual conflicto. Su
radicalidad y su abierto enfrentamiento no sólo al
Gobierno sino también al Estado, lo han
posicionado en la escena política apoyado en la
plataforma sindical.
El triunfo de Quispe tiene varios significados.
Primero, ha permitido a los dirigentes aymará
retomar el liderazgo al interior del movimiento
campesino; segundo, representa una apuesta de
parte del movimiento indianista por construir un
Estado propio que permita la autodeterminación
de las naciones originarias; finalmente, expresa el
rechazo a la propuesta pluricultural y multiétnica
ya que requiere del reconocimiento del Estado
establecido y no supone la construcción de uno
propio.
Las luchas indígenas hasta Zárate Willka
(1899),
tuvo
un
claro
contenido
de
autodeterminación, es decir dirigida a la
constitución de un Estado propio. En el siglo XX,
las luchas transitan desde ese punto hacia un
reconocimiento del Estado boliviano. Con la
guerra del Chaco se olvida la lucha por el Estado
indígena y se apuesta plenamente al Estado
republicano. El MNR consolida esta posición y la
lleva adelante con la Reforma Agraria de 1952.
Ese año se olvido de la memoria histórica la lucha
por la nación. Este estado de cosas se prolonga
hasta la década de los ‘70 en la que surgen nuevas
posiciones y líderes aymará. Una es la de Felipe
Quispe que reivindica la autodeterminacion de las
naciones originarias; la otra es la apuesta por la
interculturalidad que encarna Víctor Hugo
Cárdenas, posición cuyo poder interpelador es
neutralizado por el propio Estado cuando se
apropia de ella y la constitucionaliza. La idea de
un Estado propio explica muchas de las actitudes
de Quispe que han tenido impacto en la opinión
pública: no reconocerse como boliviano o hablar
de las dos Bolivia, la de los indios y la de los
blancos; pedir hablar a Banzer de Presidente a
Presidente; sostener que las negociaciones con el
Gobierno deben llevarse a cabo en Achacahi (su
comunidad natal) y no en el Palacio de Gobierno
donde la clase política domina. Con todo ello, las
demandas que están en la mesa de negociación,
son secundarias en relación a la dimensión de lo
que se estaría gestando: una lucha de naciones y el
“desmoronamiento” del Estado y del modelo. Los
conflictos de abril y septiembre y sus
consecuencias, abrirán inevitablemente otro
escenario para el movimiento indígena en Bolivia.
Con posterioridad al bloqueo de septiembre y
mientras el Gobierno busca una salida a la crisis,
Quispe se dedica a recorrer las provincias del
altiplano como un profeta itinerante que predica el
advenimiento de la nación aymará. A cada lugar
donde llega, lo adornan con flores y lo reciben con
vino. En Villa Paraíso (provincia Loayza), por
ejemplo, su entrada la hizo bajo un arco de
eucaliptus, gladiolos, hortensias y retamas.
Invariablemente, a todos los lugares donde va, los
indígenas le solicitan que el bloqueo programado
para enero de 2001 sea postergado hasta abril. La
comercialización de la fruta se interpone en el
calendario.
El Movimiento Indígena Pachakuti
En un acto multitudinario desarrollado en
lengua aymará, Felipe Quispe fundó el
Movimiento Indígena Pachakuti (MIP) el recién
pasado 14 de noviembre en la emblemática
localidad altiplánica de Peñas a sólo 65 kilómetros
de la sede de Gobierno.
El MIP es un instrumento político ideológico
de las naciones indígenas del antiguo Qollasuyu,
hoy llamado Bolivia. Se orienta por el indianismokatarista revolucionario, de manera que no aspira
a regenerar el sistema político y social en
descomposición, bajo el cual agoniza Bolivia.
Cree que la putrefacción del sistema capitalista e
imperialista no tiene remedio, de ahí que el MIP
no se propone ni promete una mejoría de la
sociedad occidentalizada, que se encamina de
crisis en crisis, día a día se aproxima a su
definitiva liquidación. El movimiento indígena
nace precisamente para dar la estocada final al
modelo imperante. Por ello, no es un partido más,
al puro estilo tradicional. El MIP es por
excelencia
antirracista,
anticolonialista,
antiimperialista; en este sentido, va a ser un
movimiento indígena de nuevo estilo.
Bolivia en 1825, cuando nace a la vida
republicana, tenía 2.345.750 kms², gozaba de
soberanía territorial y contaba con mar, minas de
oro, plata y otros metales y disponía de millones
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de brazos indígenas. Quispe se pregunta sobre
¿qué han hecho los que nos han gobernado con
estas posibilidades de hacer una gran nación? La
superficie actual es de 1.098.031 kms², no tiene
litoral, ha perdido más de la mitad de su territorio
y ha quedado encerrada en los Andes:
“...a los aymará y quechua nos duele ver a los
vende patrias de generación en generación: en la
colonia los españoles, en la republica y en la
actualidad sus descendientes y ascendientes con mil
patrañas y a sangre y fuego saquean y entregan todas
sus riquezas naturales. Por culpa de los gobernantes
blancos Bolivia es pordiosera, analfabeta, hambrienta
y agoniza en un estado de coma. Sus fecundas tierras
de cultivo en el oriente están en manos extranjeras,
sus minas están vacías y las empresas estatales en
manos de los extranjeros. Frente a esta entrega de
nuestros recursos naturales, el MIP no admite
paralelo político, es el único que podría liberar a
Bolivia”.
El MIP plantea que los indios han vivido y
viven dentro de la sociedad comunitaria de ayllus,
dentro de la moral inka. La ley que tienen no es
ley escrita. La prueba clara de esto se está dando
en forma práctica en Achacachi -las tierras del
Mallku- donde desde abril no hay ningún tipo de
autoridad local:
“En el ayllu no existen ladrones ni asesinos,
adúlteros ni prostitutas, zánganos ni mendigos. El
sistema q’ara -el de los blancos- es el que contagia
al indio aymará-quechua que se halla en proceso de
integración a la sociedad civilizada y la cultura
occidental”.
El MIP denuncia la discriminación de la que
ha sido objeto el indio. Sobre esto, Quispe declara
a la prensa paceña:
“Nosotros solamente pedimos que tengamos
respeto: el respeto guarda respeto, que trabajemos
todos, que saquemos hacia delante esta llamada
Bolivia ¿Por qué no luchar por un Tahuantinsuyo de
esta época? Nuestra protesta es contra esa elite que
nos domina. Un día está con el MNR, otro día está en
el ADN, otro día está en el MIR. Nosotros nunca
hemos discriminado. La prueba está en que, cuando
llegan a nuestra comunidad, tenemos que sacrificar
nuestros animales para que coma bien el blanco; nos
ponemos poncho, sullo, echamos mixtura, ponemos
guirnaldas de coca, de flores, le hacemos bailar
nuestra música, pero cuando estamos en Sopocachi,
Calacoto, Obrajes, nos dan un cuartito afuera,
tenemos que comer las sobras del patrón. Las
sirvientas tienen un cuartito pequeñito. El policía está
en la puerta, como un perrito. ¿Qué es eso?, eso es
discriminación”.
Para el próximo bloqueo, el Mallku está
hablando de cercar a La Paz, seguro de controlar
esa Federación Departamental al interior de la
Confederación.
Si en enero de 2000 alguien hubiera
pronosticado que el Mallku arrastraría a los
ministros hasta Achacachi nadie le habría creído.
Pero lo hizo. Y tuvo tiempo para hacer mucho
más: bloqueó dos veces (y además con los mismos
argumentos), firmó un convenio a conveniencia,
despertó al monstruo del nacionalismo aymará,
designó al ministro de Asuntos Indígenas, se sentó
frente a medio gabinete para decirles asesinos y
formalizó su propio movimiento. Ahora, el
caudillo del altiplano tiene que pensar sobre los
próximos bloqueos.
La nación aymará
El primer pueblo que en Bolivia planteó el
tema de su identidad como nación, fue el aymará.
A partir del surgimiento del movimiento katarista
e indianista, se han trazado reivindicaciones tales
como el “derecho a la diferencia” ciudadana,
dentro de los marcos de la democracia actual.
Ya desde los años 70 empezaron a usar el
término nación aymará, primero casi sinónimo de
un grupo lingüístico y cultural y más adelante,
como derecho de autonomía, como una
reivindicación legítima. Con el tiempo han
aumentado los sectores indígenas que han
recuperado su conciencia de ser aymará y han
surgido instituciones de diversa índole con
algún tipo de referencia a esta identidad. Una
de ellas fue, indudablemente, lograr la
Vicepresidencia de la República con Víctor Hugo
Cárdenas.
Al hacer esta propuesta se desea construir un
Estado a partir de la diversidad de culturas —
pueblos originarios— y regiones que lo
componen, tratando de plantear una democracia
que articule las identidades étnicas y sociales, sin
negarlas y con un sentido de equidad. En este
planteamiento ha contribuido, especialmente, la
dirigencia indígena urbana, quienes han ayudado a
ver el problema, ya no en términos meramente
campesinistas sino, como algo propio de un
pueblo, primero “aymará” y, luego, indígena.
También, hicieron la conexión entre lo étnico y
una visión de nación que ya no coincide con el
Estado nacional. Finalmente, como consecuencia
de lo anterior, cuestionaron al mismo Estado
boliviano, sosteniendo que es posible tener otro
tipo de Estado.
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A partir del momento que Quispe es elegido
Secretario Ejecutivo de la Confederación, realizó
un trabajo arduo, viajando a muchas comunidades
con el único objetivo de reindianizar y
reideologizar al indígena para que sea en el futuro
el actor político e ideológico y no un simple
objeto del blanco. Como dice Quispe, él no sirve
al sistema capitalista ni imperialista, él sirve a su
gente “a aquellos que labran la tierra con
delicadeza”.
El Mallku acusa que mientras algunos
dirigentes han estado tratando de captar medios
económicos de las ONG’s y otros afanados en
conseguir migajas de los ministerios de Estado,
una muy reducida minoría de dirigentes –entre
quienes se suma- se puso a armar la rebelión del
2000. El año 1999 implicó la expulsión de los
“malos” dirigentes que se vendían al gobierno de
Banzer.
Queda claro que, en abril y septiembre del
2000, el Mallku ha intentado reconstituir la lucha
revolucionaria de Tupak Katari: cercar las
ciudades y, con ello, el poder político. Tal como
lo define, ha sido un ensayo y, a la vez, un modelo
para la formación de nuevos cuadros
revolucionarios para las luchas futuras. Ahora al
movimiento indígena se le ve de pie, erguido,
consciente de quién es. Ha elevado al indígena a
un nivel organizado y preparado. Ahora la
cuestión del indio no es sólo el problema de la
tierra, es un asunto de nación originaria, es la
lucha por un territorio y por el poder.
Conclusión
Por las consideraciones anteriores, se
desprende que uno de los temas cruciales a
resolver, es el reconocimiento real a los pueblos
indígenas, sea mediante formas de autonomía o
mediante una nueva forma de pacto social en la
vida política de Bolivia. Un verdadero
reconocimiento a los pueblos indígenas significa
partir de un diálogo intercultural que pueda
reencauzar la crisis del país por una vía pacífica.
Este es el reto boliviano de hoy. Sólo una
profunda democratización que tenga el sentido de
refundación del país podría reconducir a una real
convivencia intercultural.
El movimiento que lidera Quispe es más que
una reiteración de lo que tantos movimientos
indianistas han inscrito en la historia. Quispe, en
su camino hacia un nuevo poder político, acaba de
entregar una señal muy clara al país. En un
lenguaje lleno se símbolos, tan propios del mundo
aymará, el Mallku señaló que está naciendo esa
nación aymará tan anhelada por largo tiempo.
En el acto fundacional del MIP, no es azarosa
la anulación de los símbolos patrios. Sin Himno
Nacional, sin bandera tricolor y con destierro
absoluto del castellano. La reivindicación por el
agua o la tierra, son demandas que Quispe no está
postergando, más bien, maneja otra opción muy
clara: la victoria de sus gentes y su preparación
para la acción política. Desde este punto de vista,
es absolutamente factible la participación del
Mallku en las elecciones presidenciales del 2002.
Cualquier conclusión a la que se pueda llegar
respecto de los recientes conflictos indígenas,
debería referirse a la necesidad de implementar
políticas correctivas de la inequidad, la corrupción
y la mala gestión de la cosa pública.
Se ha de entender que es más importante este
nuevo katarismo que su encarnación, es decir,
más importante el movimiento que su líder, pues
es allí donde debemos buscar relaciones causales
de lo que ahora ocurre, es a la vez imposible no
considerar la persona y la personalidad del
dirigente. Algunos lo califican de totalitario,
caudillista e intolerante y revestido de un
mesianismo y fundamentalismo que no disimula.
Un cambio de todos modos importante parece
atisbarse sin embargo en la posibilidad nada
remota en estos momentos que Quispe pase a la
formalidad política mediante la creación de un
partido político, una posibilidad, no obstante, que
no cuenta con el entusiasmo de todo su estado
mayor.
De distintas maneras parece inscrita casi
definitivamente la noción de que en Bolivia
existen dos países situados de espaldas uno
respecto del otro: uno racista, excluyente y
próspero -por ello mismo-, y otro dominado,
explotado y empobrecido. Si es así, la conclusión
sería la de la necesidad de políticas correctivas de
tanta inequidad, de tanta corrupción, de mala
gestión de la cosa pública. La solución implica
pluralismo, no exclusión y diversidad. La solución
requiere de una real modernidad.
El autor es antropólogo, chileno, docente de Antropología Política, Universidad Bolivariana, Santiago de Chile. La presente monografía,
se estructuró a partir de recortes de prensa y lecturas personales. Por ello, los errores pertenecen al autor. Se agradecen comentarios
críticos a [email protected]
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