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Parlamento Europeo
2014-2019
Comisión de Asuntos Jurídicos
24.11.2015
DOCUMENTO DE TRABAJO
sobre la protección de los adultos vulnerables
Comisión de Asuntos Jurídicos
Ponente: Joëlle Bergeron
DT\1079050ES.doc
ES
PE571.769v01-00
Unida en la diversidad
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Introducción
La protección de las personas vulnerables es una cuestión que afecta a todos los ciudadanos.
En efecto, cada ser humano es un adulto vulnerable en potencia. La vulnerabilidad siempre ha
existido, si bien hoy en día es más visible, principalmente a causa de la prolongación de la
duración de la vida.
La dependencia y la salud tanto física como mental de esas personas obligan a ocuparse de
este problema.
En la actualidad, más de 50 millones de personas en todo el mundo tienen más de 80 años y,
según el Comité de Derechos Económicos, Sociales y Culturales de las Naciones Unidas,
serán más de 137 millones en 20251. Pero los adultos vulnerables no son únicamente los
ancianos, sino también las personas con alteraciones en sus facultades mentales o físicas.
En la actualidad los «adultos vulnerables» pueden definirse como las personas físicas
mayores de edad que temporal o definitivamente son incapaces de gestionarse a sí
mismas y/o a su patrimonio.
Ahora bien, uno de los fundamentos jurídicos de la Unión es la libre circulación de
personas. Las personas ya protegidas, o susceptibles de serlo, pueden tener que desplazarse
dentro de los países de la Unión.
Así pues, por decisiones personales, el patrimonio de esos adultos vulnerables, ciudadanos
europeos, puede hallarse repartido entre varios Estados de la Unión.
Por otro lado, en el caso de lugares de residencia transfronterizos, los tribunales nacionales
competentes pueden adoptar decisiones relativas a los derechos civiles y personales de los
adultos sujetos a medidas de protección.
Por desgracia, cada país de la Unión posee una legislación específica y no existe uniformidad
jurídica entre los Estados miembros2 lo que provoca importantes dificultades jurídicas tanto
para esos adultos vulnerables como para su entorno y los profesionales que los rodean.
Los instrumentos internacionales en vigor
A nivel internacional, el principal texto en vigor en la materia es el Convenio de La Haya de
13 de enero de 2000. Ese texto, que recoge una definición muy amplia de la vulnerabilidad,
se preocupa tanto de los intereses materiales del adulto como también del respeto de su
voluntad y de su dignidad. Según dicho Convenio, las autoridades administrativas y
judiciales competentes son, en principio, las del Estado de residencia habitual. No obstante, es
necesario ponerse de acuerdo a nivel europeo sobre una definición común de ese concepto.
Aunque mejorable, el Convenio de La Haya constituye un buen ejemplo de normas adaptadas
al mundo moderno. Sin embargo, solo catorce Estados miembros lo han firmado y
1
Comité de Derechos Económicos, Sociales y Culturales, Observación General 6, U.N. Doc. HRI/GEN/1/Rev.7
(2004).
2
Estudio comparativo sobre los regímenes jurídicos de protección de los mayores de edad incapaces (PE
408.328).
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únicamente seis lo han ratificado, siendo este número muy insuficiente para asegurar su
aplicación.
Ese porcentaje tan bajo de ratificaciones puede explicarse bien porque los Estados miembros
consideran que su propio sistema de protección de adultos ya es suficiente, bien porque temen
el impacto económico de una posible adhesión al Convenio, o porque ese número tan modesto
de ratificaciones disminuye su eficacia y, por lo tanto, no tendría sentido adherirse al mismo.
Así pues, existen soluciones muy variadas en los Estados miembros, soluciones que se
enfrentan a situaciones transfronterizas cada vez más frecuentes y complejas. Todo ello tiene
consecuencias en las condiciones de vida de las personas vulnerables y puede poner en
peligro el funcionamiento del mercado interior.
También podemos mencionar la Convención de las Naciones Unidas de 13 de diciembre de
2006, que entró en vigor el 3 de mayo de 2008, se ocupa de las personas con discapacidad y
refuerza las obligaciones en materia de reconocimiento de la personalidad jurídica en
condiciones de igualdad y de cooperación internacional.
Por último, podemos citar la Recomendación N.º R (99) 4 de 23 de febrero de 1999 del
Comité de Ministros de los Estados miembros del Consejo de Europa. Dicha
recomendación se refiere a la protección de los adultos incapaces y establece los principios
que regulan la protección en materia de asistencia y de representación de los adultos
vulnerables en las cuestiones relativas a su persona o a sus bienes.
El Parlamento Europeo y la protección de los adultos vulnerables
En 2008, el Parlamento Europeo advirtió a la Comisión sobre la urgencia de legislar en
materia de protección de adultos vulnerables. La resolución aprobada1 en la época insistía, en
particular, en la necesidad de una protección jurídica transfronteriza e invitaba a los Estados
signatarios a ratificar el Convenio de La Haya.
Uno de los principios mencionados en dicha Resolución consiste en la necesidad de una
cooperación entre los Estados miembros relativa, entre otros, al reconocimiento de los
procedimientos judiciales y a los poderes otorgados a terceros por parte de los adultos
vulnerables para que se ocupen, en su nombre, de la gestión de su patrimonio cuando se
componga de elementos de naturaleza transfronteriza.
Por desgracia, la Comisión Europea no ha dado respuesta alguna a dicha Resolución. Los
objetivos y principios establecidos en ese texto pueden retomarse hoy como base de trabajo.
Recomendaciones iniciales del ponente
Si el Convenio de La Haya de 13 de diciembre de 2000 sólo ha sido ratificado por una
minoría de los Estados miembros, la ausencia de una normativa vinculante a nivel europeo
1
Resolución del Parlamento Europeo, de 18 de diciembre de 2008, con recomendaciones destinadas a la
Comisión sobre la protección jurídica de los adultos: implicaciones transfronterizas (2008/2123(INI)).
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impide la protección de los adultos incapaces y a un coste que ha sido valorado en 16,8
millones de euros anuales1.
Por tanto, sería conveniente y urgente aplicar un verdadero instrumento legislativo a nivel
europeo basándose en, y mejorando al mismo tiempo, el Convenio de La Haya. Debido a sus
características intrínsecas, parece preferible un reglamento a una directiva. Dicho
reglamento podría tener como fundamento jurídico los artículos 67, apartado 4, y 81 del
TFUE y deberá intentar remediar los puntos débiles del Convenio de La Haya.
En concreto, el reglamento deberá tener en cuenta el hecho de que las definiciones de los
conceptos de «residencia habitual», de «disminución o insuficiencia de sus facultades
personales», o incluso de «medidas de protección», conceptos en los que se basa el Convenio
de La Haya, no son necesariamente los mismos en cada Estado miembro.
Debería promover el reconocimiento y la ejecución de las resoluciones judiciales o
administrativas relativas a las personas que son objeto de medidas de protección para
permitir que las personas vulnerables puedan circular libremente en los Estados miembros de
la Unión protegidos por una medida reconocida por estos últimos.
Asimismo, convendría abordar la cuestión de los poderes de representación. En realidad, se
trata de que toda persona (el mandante), en previsión de una posible incapacidad, pueda elegir
ella misma quien (el mandatario) se ocupará de su persona y de sus bienes. Mientras que el
mandato ordinario produce inmediatamente sus efectos, este tipo de mandato llamado
«mandato de protección futura», o incluso «power of attorney» (según las legislaciones) sólo
surtiría efecto a partir del momento en que la persona en cuestión ya no esté en disposición de
velar por sus intereses debido a que sus facultades personales sufran una deficiencia.
Dicho principio también sirve para los poderes de representación o el mandato de
incapacidad descritos en el artículo 15 del Convenio de La Haya. De allí la dificultad, o
incluso la imposibilidad, para las terceras partes de establecer si, según la legislación
aplicable, se reúnen las circunstancias para que el Convenio se aplique a los poderes de
representación en cuestión.
Aun cuando esté claro que hayan surgido tales circunstancias, para las terceras partes puede
resultar difícil comprender y aceptar un poder de representación creado en un idioma
extranjero en virtud de la legislación de otro Estado miembro.
Por último, la posibilidad de invocar el reconocimiento de pleno derecho de ese mandato en
el resto de Estados contratantes, reconocimiento indicado en el artículo 22 del Convenio de
La Haya, y de solicitar a las autoridades competentes que decidan sobre ese reconocimiento
para garantizar su ejecución, a tenor del artículo 23, constituye una dificultad añadida que
convendría resolver ya que constituye una enorme desventaja de orden práctico.
1
Informe CoNE 3/2013.
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