Mujer, eros, amor y sexualidad

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Mujer, eros, amor y sexualidad
22 07 12 -- Carmen Ortiz
Era una de esas tardes sofocantes en los que la temperatura suele superar los 40 grados. A
la fila de pacientes que esperaba estoicamente bajo el sol y las infames nubes de polvo fino
que se levantaban con el paso de motocicletas y cabras, se sumó una adolescente de 17
años, cuyo vientre se notaba ligeramente abultado. Sin pronunciar palabra tomó un turno.
Nadie notó su presencia, hasta que a los pocos minutos se puso en cuclillas y sin asirse de
nada ni nadie, empezó a pujar. Un niño estaba a punto de precipitarse a tierra. No lo
esperaban globos de colores, peluches ni flores, mucho menos el beso eufórico y trémulo de
sus padres. Lo esperaba el fango. Un amasijo de sangre, agua, ripio, sudor y la mirada
inexpresiva de su madre.
El médico llegó tarde, cortó el cordón umbilical, ella se puso de pie y caminó erguida,
imperturbable hacia la sala en donde limpiarían los rastros del alumbramiento y le entregarían
en brazos el cuerpo aseado de su tercer hijo. Lo recibió con disgusto, y dijo “Es hijo de mi
padre”, dio media vuelta y salió, sola como había llegado y como seguramente tendría que
enfrentar su sombrío destino. Este es otro recuerdo de mi vida en Haití, y hecho común
también en Guatemala, donde más de 16,000 adolescentes entre 10 y 19 años de edad han
dado a luz en los primeros seis meses del año.*
Hablar de la sexualidad de las mujeres es correr un telón detrás del cual se esconden
innumerables historias de violencia y muerte que si bien no son exclusivas de determinada
clase social, sí es en la pobreza donde se viven con mayor crudeza. Los abusos sexuales,
coacciones y violaciones por parte de parientes, parejas circunstanciales o estables forman
parte de la cotidianidad de miles de mujeres y niñas que deben lidiar solas con
enfermedades, embarazos no planeados o no deseados, además del dolor físico y espiritual
que estos actos conllevan. Enormes sacos de culpa salpicados de moral sexual y represión
social forman parte del menaje.
Se les culpa de parir muchos hijos, de dejarse poseer, de no cuidarse, de no cuidarlos,
alimentarlos, por darlos o no en adopción, por venderlos, etc. La mujer es la protagonista y el
hombre un actor secundario, frecuentemente tachado y editado de la escena, mientras la
sociedad y el Estado –cínicos encargados de la tramoya–, giran la vista hacia otra parte.
La construcción cultural mujer=madre como destino y ecuación irrenunciable, ha conllevado a
un tipo de educación sexual en el cual el amor y el erotismo para la mujer no tienen cabida.
Es por sobre todo objeto, incubadora andante programada para aceptar o rendirse a la
dominación del sexo instintivo, abusivo, impulsivo, brusco y promiscuo del hombre. El placer
no forma parte del imaginario de muchas y por ende, no solo lo obvian sino lo niegan, se
avergüenzan, sienten asco, desagrado e incluso califican de pecado un derecho que forma
parte de su humanización espiritual.
La diferencia entre el erotismo y actividad sexual simple es una búsqueda psicológica, que va
más allá de la reproducción y el cuidado de los hijos. El eros es el vínculo entre amor y
sexualidad. El amor es la fuerza integradora y la sexualidad la expresión de la naturaleza
física. Es sobre este trío de fuerzas que descansa en buena medida la realización y felicidad
de las personas.
Tristemente, el velo de la ignorancia sigue cubriendo los ojos de muchas mujeres en la
actualidad y de ello dan fe los cientos de testimonios recogidos por mi experiencia: “Yo le dije
a mis hijas antes de casarse que si querían conservar a su marido, debían ser señora en la
calle y puta en la cama”. Con consejos como este se afirma la idea de que la vida sexual de
las mujeres debe girar en torno al hombre. Se tiene sexo por cumplir, por tenerlo contento,
porque así corresponde, por prevenir la pérdida de apoyo económico, por no enojarlo, por
evitar las consecuencias. Paradójico resulta esto de “evitar las consecuencias” cuando una
de las principales es el contagio de VIH y la pagan especialmente las mujeres.
“Cuando empieza a caer la tarde se me oprime el corazón solo de pensar que mi marido ya
viene a casa y va a querer hacerme eso. Si no me dejo me pega. Pero también me da miedo
que me deje por otra”, confesó una vecina del campamento de refugiados. Las mujeres
tienen grandes dificultades para mencionar la palabra sexo y más aun para nombrar sus
genitales, los cuales perciben como algo sucio, desagradable e impuro.
Otra narraba lo que vivió durante el parto: “El médico me decía, ahora sí grita ¿verdad? pero
le gusta coger, así que ahora aguántese”. Varias participantes del grupo asintíeron
tímidamente como quien comparte el mismo “castigo”.
Una adolescente de 13 años contó: “Le dije a mi mamá muchas veces que mi padrastro me
violaba. Ella me insultó, me pegó y me dijo que yo era una mentirosa. Una vez me oyó gritar
y no hizo nada. Cuando salí embarazada me echó de la casa”.
Estas revelaciones exhiben el ambiente de degradación y crueldad que rodea la sexualidad
de las mujeres –especialmente a quienes viven en situación de pobreza– y que persiste aun
hoy a pesar del accionar de los movimientos feministas y de derechos humanos. Mi amiga
Génesis dijo una vez que el amor y el erotismo también es un asunto de clases sociales.
Cuando me enfrento a estas historias me cuestiono y pienso que sus palabras encierran algo
de verdad.
Difícilmente, el fruto de ese árbol retorcido de vivencias traumáticas serán seres humanos
equilibrados, virtuosos y felices. Aun así no falta quien se sorprenda y vea como un hecho
apocalíptico el creciente suicidio de jóvenes y el surgimiento de esos llamados “engendros”
–niños y adolescentes criminales y mercenarios– que pululan en los barrios marginales de
nuestras ciudades, inventando culturas y morales de muerte, venganza y destrucción.
Es preciso dar fin a los mitos, erradicar la educación sexual del silencio y la opresión propia
del fracasado, del hipócrita, inseguro y mojigato. Abogo por retirar el cepo de la prohibición e
intimidación y hacer vida las palabras de Paulo Freire: “Decir que los hombres son personas
y como personas son libres y no hacer nada para lograr concretamente esta afirmación es
una farsa”.
Proteger, enriquecer y valorar la vida de la mujer es abrazar la paz y la comunión del género
humano. Es demostrar que algo de coherencia queda en el mundo.
http://www.prensaescrita.com/adiario.php?codigo=AME&pagina=http://www.prensalibre.com
Frase Importante 1:
La construcción cultural mujer=madre como destino y ecuación irrenunciable, ha conllevado a
un tipo de educación sexual en el cual el amor y el erotismo para la mujer no tienen cabida
Entradilla:
El sexo y la reproducción son experiencias desabridas, amargas o traumáticas para muchas
mujeres alrededor del planeta, especialmente, para las mujeres pobres.
Tipo de opinión:
Columna
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opinión
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Cotidianidades
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