Teoría de la Motivación Humana

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Teoría de la Motivación Humana - Abraham H. Maslow
Introducción
En un artículo anterior presentamos varias proposiciones que deberían incluirse en
cualquier teoría de la motivación humana que pretenda ser definitiva. Esas conclusiones
pueden resumirse brevemente como sigue:
• El conjunto integrado del organismo debe ser una de las piezas angulares
de la teoría de la motivación.
• El impulso del hambre, o cualquier otro, de índole fisiológica, se rechazó
como modelo o punto central de una teoría de la motivación. Cualquier
impulso somáticamente basado y localizable, se demostró que era atípico,
más que típico, en la motivación humana.
• Esa teoría debe destacar las metas básicas o finales y centrarse en ellas,
en lugar de destacar las parciales o superficiales; o sea, acentuará los fines,
más que los medios para su obtención. Ese hincapié implicará un lugar más
central para las motivaciones inconscientes que para las conscientes.
• Por lo común, se encuentran disponibles varias trayectorias culturales
hacia la misma meta; por ende, los deseos conscientes, específicos y de la
cultura local no son tan fundamentales en al teoría de la motivación como las
metas básicas e inconscientes.
• Cualquier conducta motivada, ya sea preparatoria o de consumación,
debe comprenderse como encauzada a través de muchas necesidades
básicas, que pueden expresarse o satisfacerse simultáneamente.
Normalmente, un acto tiene más de una motivación.
• Prácticamente todos los estados orgánicos deben considerarse
motivados y causantes de motivación.
• Las necesidades humanas se disponen en jerarquías de preponderancia;
o sea, que la aparición de una necesidad reposa, por lo común, en la
satisfacción anterior de otra necesidad más prepotente. El hombre es un
animal con deseos perpetuos; asimismo, no puede considerarse ningún
impulso o ninguna necesidad, como si fuera aislado o discreto; cada impulso
tiene relación con el estado de satisfacción o insatisfacción de otros impulsos.
• Las listas de impulsos no nos llevarán a ninguna parte, por varias razones
teóricas y prácticas; además, cualquier clasificación de las motivaciones
deberá ocuparse del problema de los niveles de especificidad o de la
generalidad de los motivos que deben clasificarse.
• La clasificación de las motivaciones debe basarse en metas, más que en
las conductas motivadas y los impulsos de instigación.
• La teoría de la motivación debe estar centrada en lo humano, más que
en lo animal.
• La situación o el campo en el que reacciona el organismo debe tenerse
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en cuenta; pero es raro que ese ámbito, por sí solo, pueda servir como
explicación exclusiva de la conducta.
• Además, el campo mismo debe interpretarse de acuerdo con el
organismo. La teoría del campo no puede ser un sustituto para la teoría de la
motivación.
• No solamente debe tenerse en consideración la integración del
organismo, sino también la posibilidad de que haya reacciones aisladas,
específicas, parciales y segmentadas.
• Desde entonces, se ha hecho necesario agregar a esas aseveraciones
otras más.
• La teoría de la motivación no es sinónimo de la teoría de la conducta.
Las motivaciones son sólo una clase de determinantes de la conducta.
Mientras que el comportamiento es casi siempre motivado, resulta, además,
determinado biológica y culturalmente, y de acuerdo con las situaciones.
El artículo que nos ocupa es un intento hecho para formular una teoría positiva de
la motivación, que satisfaga esas exigencias teóricas y, al mismo tiempo, se conforme
a los hechos conocidos, tanto clínicos y de observación como experimentales; sin
embargo, deriva, de manera más directa, dentro de las experiencias clínicas. Esta
teoría, según creo, se encuentra dentro de la tradición funcionalista de James y
Dewey y se une con el sacratismo de Wertheimer, Goldstein y la psicología de la
gestalt, y con el dinamismo de Freud y Adler. Esta fusión o síntesis puede
denominarse, arbitrariamente, "teoría dinámica-general".
Es mucho más fácil percibir y criticar los aspectos de la teoría de la motivación que
remediar sus deficiencias. En su mayor parte, esto se debe a la falta grave de datos
apropiados sobre este campo. Creo que esta falta de datos adecuados obedece
primordialmente a la ausencia de una teoría válida de motivación; así pues, la teoría
que presentamos debe considerarse como un marco o un programa recomendado
para las investigaciones futuras y mantener o caer, no tanto por los datos disponibles
o las pruebas presentadas, como por las investigaciones que todavía deben
realizarse, sugeridas, quizá, por las preguntas hechas en este artículo.
Las necesidades básicas.
Necesidades "fisiológicas"
Los que se toman por lo común como punto de partida para la teoría de la
motivación, se denominan impulsos fisiológicos. Dos líneas recientes de investigación
hacen urgente que revisemos nuestras ideas habituales sobre las necesidades; en
primer lugar, el desarrollo del concepto de la homeostasis y, en segundo, el
descubrimiento de que los apetitos, las elecciones de preferencia entre los alimentos,
son una indicación bastante eficiente de las necesidades o carencias del cuerpo.
La homeostasis se refiere a los esfuerzos automáticos del cuerpo para mantener un
estado constante y normal de presión sanguínea. Cannon describió este proceso
para: a) el contenido de agua de la sangre, b) el contenido de sales, c) el de azúcar,
d) el de proteínas, e) el de grasa, f) el de calcio, g) el de oxígeno, h) el nivel
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constante del ion hidrógeno (equilibrio de ácidos y bases), e i) la temperatura
constante de la sangre. Evidentemente, puede ampliarse esta lista para incluir otros
minerales, las hormonas, las vitaminas, etc.
En un artículo reciente, Young resumió los trabajos sobre el apetito y su relación con
las necesidades corporales. Si el cuerpo necesita algún producto químico, el
individuo desarrollará un apetito específico o un hambre parcial por ese elemento
alimenticio.
Así, parece imposible e inútil hacer cualquier lista de necesidades fisiológicas
fundamentales, puesto que puede incluirse casi cualquier número de ellas que se
desee, dependiendo del grado de especificidad de la descripción. No podemos
especificar todas las necesidades fisiológicas como de índole homeostática. Todavía
no se ha demostrado que los deseos sexuales, el sueño, las actividades puras y las
conductas maternales de los animales sean homeostáticas; además, esa lista no
incluiría los diversos placeres sensoriales (sabores, olores, cosquillas, caricias, etc.), que
son probablemente fisiológicos y que pueden convertirse en las metas de la
conducta motivada.
En un artículo anterior señalamos que esos impulsos o necesidades fisiológicas
deben considerarse raros, más que comunes, debido a que son aislables y pueden
localizarse somáticamente. Esto quiere decir que son realmente independientes
entre sí, de otras motivaciones y del organismo en su conjunto y, en segundo lugar, en
muchos casos, es posible demostrar una base localizada y somática para el impulso.
Esto resulta menos cierto de lo que en forma general se cree (como excepciones
podemos citar la fatiga, la somnolencia y las respuestas maternales); pero sigue
siendo totalmente cierto en los ejemplos clásicos del hambre, el sexo y la sed.
Debe señalarse nuevamente que cualesquiera de las necesidades fisiológicas y la
conducta de consumación involucrada en ellas, sirven como cauces para todos los
tipos de éstas. Con esto queremos decir que la persona que piensa que está
hambrienta, puede estar buscando en realidad mayores cantidades de alimentos,
por comodidad o dependencia, más que por necesidad de vitaminas o proteínas. A
la inversa, es posible satisfacer en parte la necesidad del hambre, por otras
actividades como beber aguas o fumar cigarrillos; en otras palabras, aunque esas
necesidades fisiológicas son relativamente aislables, no resultan así por completo.
De manera indudable, esas necesidades fisiológicas son las más prepotentes de
todas. Lo que quiere decir específicamente que, en los seres humanos a quienes les
falta todo en la vida, de manera extrema, lo más probable es que la motivación más
importante sea la proporcionada por las necesidades fisiológicas, más que por
cualesquiera otras. Una persona que carezca de alimentos, seguridad, amor y
estimación sentirá probablemente el hambre de alimentos mucho más fuerte que
cualquier otra necesidad
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Teoría de la Motivación Humana II - Abraham H. Maslow
Si todas las necesidades están satisfechas, el organismo se verá dominado por las
fisiológicas y, todas las demás, pueden verse impelidas al fondo o permanecer como
si no existieran. Entonces, resulta justo describir a todo el organismo, diciendo
simplemente que tiene hambre puesto que la conciencia estará opacada, casi por
completo, por el hambre. Todas las capacidades se ponen al servicio de la
satisfacción de esa urgencia de alimento y la satisfacción de éstas se ve
determinada casi completamente por la finalidad de satisfacerla. Los receptores y
los efectos, la inteligencia y la memoria, los hábitos, etc, pueden definirse en ese
caso, simplemente como instrumentos de satisfacción del hambre. Las capacidades
no útiles a ese fin permanecen latentes o se ven impelidas al fondo. La necesidad de
escribir poesía, el deseo de comprar un automóvil, el interés por la historia nacional, el
deseo de un nuevo par de zapatos, etc, en los casos extremos, se olvidan o llegan a
tener una importancia secundaria. Para el hombre que está extremada y
peligrosamente hambriento, no existen otros intereses distintos de los alimentos: sueña
con comida, recuerda alimentos, piensa en ellos, se imagina solamente elementos
nutritivos, percibe y desea exclusivamente comida. Los determinantes más sutiles se
unen por lo común a los impulsos fisiológicos en la organización de la alimentación, la
bebida o la conducta sexual, pueden verse completamente abrumados, de tal
modo que, en esos casos (sólo en tales momentos), podemos hablar de conductas e
impulsos puros del hambre, con la finalidad exclusiva de obtener su alivio.
Otra característica peculiar de los organismos humanos, cuando están dominados
por determinada necesidad, es que tienden también a cambiar toda su filosofía
sobre el futuro. Para el hombre crónica y extremadamente hambriento, utopía
puede definirse de manera muy simple: un lugar lleno de alimentos. El tenderá a
pensar que, si se le garantizan sólo cantidades suficientes de alimentos durante el
resto de su vida, se sentirá perfectamente feliz y nunca deseará otra cosa. La vida
misma tiende a definirse de acuerdo con la comida; todo lo demás se definirá como
carente de importancia. La libertad, el amor, el sentimiento de comunidad, el
respeto, la filosofía, etc, pueden hacerse a un lado, como cosas carentes de
importancia e inútiles, puesto que no permiten llenar el estómago. Puede decirse,
con propiedad, que esos hombres viven solamente para comer.
Imposible negar que todo eso es cierto, aunque podemos oponernos a su
generalidad. Las condiciones de emergencia, casi por definición, son raras en las
sociedades pacíficas que funcionan normalmente. El hecho de que este axioma
puede olvidarse, se debe principalmente a dos razones: en primer lugar las ratas
tienen pocas motivaciones distintas de las fisiológicas y puesto que hay una cantidad
tan grande de investigaciones sobre la motivación, realizadas con esos animales,
resulta fácil transferir el cuadro de las ratas a los seres humanos. En segundo lugar,
con demasiada frecuencia no se comprende que la cultura misma es un instrumento
adaptable, una de cuyas principales funciones es hacer que las emergencias
fisiológicas se presenten cada vez con menor frecuencia. En la mayoría de las
sociedades conocidas, el hambre crónica y extremada, de emergencia, es rara, más
que común; esto resulta cierto en los Estados Unidos. Los ciudadanos
norteamericanos promedio tienen apetito, más que hambre verdadera, cuando
dicen "Estoy hambriento", pues tiene probabilidades de experimentar un hambre
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pura, de vida o muerte, solo por accidente y, en esos casos, únicamente pocas
veces en toda su vida.
Evidentemente, un buen modo de oscurecer las motivaciones "superiores" y
obtener una visión desproporcionada de la capacidad y la naturaleza humana, es
hacer que el organismo permanezca crónica y dramáticamente hambriento o
sediento. Cualquiera que trate de trazar un cuadro de emergencia, describiéndolo
como típico y mida todas las metas y los deseos humanos de acuerdo con esta
conducta, durante períodos de privaciones fisiológicas extremadas, con seguridad
pasará por alto muchas otras cosas importantes. Es muy cierto que el hombre vive
tan sólo para el pan, cuando no lo tiene; sin embargo, ¿qué sucede con los deseos
del hombre, cuando éste dispone de pan a plenitud y tiene el vientre crónicamente
lleno?
Surgen inmediatamente otras necesidades ("superiores") y que éstas, más que
fisiológicas, las que dominan el organismo. Cuando, a su vez, tales necesidades se
satisfacen, surgen otras nuevas (todavía más "elevadas"), y así sucesivamente.
Esto es lo que queremos decir al asentar que las necesidades humanas básicas se
organizan en una jerarquía de prepotencia relativa.
Una de las implicaciones principales de este enunciado es que las satisfacciones se
convierten en un concepto tan importante como el de las privaciones, en la teoría
de la motivación, puesto que liberan al organismo de la dominación de una
necesidad relativamente más fisiológica, permitiendo en esa forma la aparición de
otras metas más sociales. Las necesidades fisiológicas, junto con sus metas parciales,
cuando se satisfacen crónicamente, dejan de existir como determinantes activos y
organizadores de la conducta. Existen solamente de una manera potencial, en el
sentido de que pueden resurgir para dominar el organismo, en caso de que no se
satisfagan; no obstante, un deseo satisfecho deja de ser un deseo.
El organismo se ve dominado y su conducta se organiza solamente en torno de las
necesidades insatisfechas. Si el hambre se satisface, deja de tener importancia en la
dinámica vigente del individuo.
Esta afirmación se explica, hasta cierto punto, por medio de una hipótesis que
examinaremos de manera más completa posteriormente; o sea, que son
precisamente los individuos en quienes cierta necesidad se ha visto siempre
satisfecha, los que están mejor equipados para tolerar la privación de tal necesidad
en el futuro y que, además, quienes en el pasado han sufrido privaciones, reaccionan
de manera diferente a aquellos que nunca las experimentaron, ante las
satisfacciones comunes y corrientes.
Necesidad de seguridad
Cuando las necesidades fisiológicas se satisfacen relativamente bien, surge un
nuevo conjunto de necesidades que, puede decirse en forma aproximada, son de
seguridad. Todo lo indicado respecto a las necesidades fisiológicas es igualmente
cierto, aunque en menor grado, para estos deseos. El organismo puede estar
igualmente dominado por ellos de una manera total. Pueden servir como
organizadores casi exclusivos de la conducta, reclutando a su servicio todas las
capacidades del organismo, de tal modo que éste último pueda describirse, de una
manera bastante apropiada, como mecanismo buscador de seguridad.
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Nuevamente, como en el caso del hombre hambriento, descubrimos que la meta
predominante es una determinante fuerte, no sólo de su visión actual del mundo y de
su filosofía, sino también de su filosofía del futuro. Prácticamente todo parece menos
importante que la seguridad (incluso, a veces, las necesidades fisiológicas que, una
vez satisfechas, se subestiman). En semejante estado, si resulta agudamente extremo
y crónico, puede decirse que el hombre vivirá, casi en forma exclusiva, para obtener
seguridad.
Aún cuando en este artículo nos interesamos primordialmente por las necesidades
de los adultos, quizá podamos abordar la comprensión de sus necesidades de
seguridad de manera más eficiente, mediante la observación de los niños y los
bebés, en quienes estas necesidades son mucho más simples y evidentes. Una de las
razones para el aspecto más claro de la reacción que tienen los niños a las amenazas
o los peligros, es que no inhiben en absoluto esas reacciones, mientras que a los
adultos, en nuestra sociedad, se les ha enseñado a inhibirlas, cueste lo que cueste.
Así, incluso cuando los adultos sientan que su seguridad está siendo amenazada,
pueden demostrarlo así en la superficie. Los niños reaccionarán de una manera total
y como si estuvieran en peligro, cuando se les moleste o se les deje caer
repentinamente, se sorprendan por ruidos fuertes, luces intermitentes o cualquier
estímulo sensorial desacostumbrado, manejo tosco, la pérdida general de apoyo en
los brazos de la madre o amparo inadecuado.
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Teoría de la Motivación Humana III - Abraham H. Maslow
En los niños podemos ver también una reacción mucho más directa a las
enfermedades corporales de diversos tipos; a veces, estas enfermedades parecen de
inmediato y por sí mismas una amenaza, y tienden a hacer que un niño se sienta
inseguro. Por ejemplo, los vómitos, los cólicos o cualquier otro dolor agudo parecen
hacer que el niño vea el mundo de un modo diferente. En ese momento de dolor,
puede postularse que para el niño, todo el aspecto del mundo cambia de improviso,
pasando de la brillantez del sol a la oscuridad total, por así decirlo, y que se convierte
en un lugar en el que cualquier cosa puede suceder, en el que lo previamente
seguro se ha hecho repentinamente inestable. Así, un niño que, debido a la mala
alimentación, se enferme, puede desarrollar durante un día o dos, temores, pesadillas
y necesidades de protección y consuelo, nunca experimentados antes de su
enfermedad.
Otra indicación de la necesidad de seguridad que tienen los niños es su
preferencia por algún tipo de ritmo o rutina constante; parecen desear un mundo
ordenado y previsible. Por ejemplo, la injusticia, la inconsistencia y la falta de
continuidad en al conducta de los padres, parecen hacer que los niños se sientan
ansiosos e inseguros. Esta actitud parece no deberse tanto a la injusticia
propiamente dicha o a cualquier dolor particular involucrado, sino, más bien, a que
ese tratamiento amenaza con hacer que el mundo parezca indigno de confianza,
inseguro y hostil. Los niños pequeños parecen desarrollarse mejor bajo un sistema
que, aunque con cierto bosquejo de rigidez, hay cuando menos un programa de
cierto tipo, alguna especie de rutina, algo con lo que se pueda contar, no sólo para
el presente, sino también para el futuro distante. Quizá se pueda expresar todo de
manera más precisa, diciendo que el niño necesita un mundo organizado, más que
un lugar invertebrado o carente de organización.
El papel central de los padres y el ambiente familiar normal son indispensables. Las
peleas, los ataques físicos, la separación, el divorcio o las muertes, dentro de la familia
pueden parecer particularmente terribles. Asimismo, las explosiones de ira de los
padres o las amenazas de castigos dirigidas a los niños, insultándoles con dureza,
sacudiéndolos, tratándolos en forma brusca o aplicándoles un verdadero castigo
físico, provocan a veces un terror o un pánico tan demoledor en el pequeño que
debemos suponer que en ello se encuentra implícito algo más que el simple dolor
físico. Aunque es cierto que, en el caso de algunos niños, tal terror puede representar
también el miedo de perder el amor de los padres, ocurrirá además en niños
completamente rechazados que parecen apegarse a los padres que los odian, más
para obtener protección y seguridad pura, que en espera de recibir amor.
Al enfrentar a niños promedio con situaciones o estímulos nuevos, poco familiares,
extraños o incontrolables, se provoca con demasiada frecuencia la reacción de
peligro o terror, como sucede, por ejemplo, cuando se pierden o se separan los
padres durante corto tiempo, enfrentando nuevas caras, nuevas situaciones o tareas,
la visión de objetos extraños poco familiares o incontrolables, la enfermedad o la
muerte. Sobre todo en estos momentos, el apego frenético de los niños a los padres
es un testimonio muy elocuente de su papel como protectores (aparte de su papel
como dispensadores de alimento y amor).
A partir de estas y otras observaciones similares, podemos generalizar y decir que
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los niños promedio, en nuestra sociedad, prefieren en general un mundo seguro,
ordenado, previsible y organizado, con el que puedan contar y en el que no
sucedan hechos inesperados, incontrolables o peligrosos y que, en cualquier caso,
tienen a sus padres omnipotentes para protegerlos y librarlos de todo daño.
El hecho de que esas reacciones puedan observarse con tanta facilidad en los
niños es, en cierto modo, prueba del hecho de que los niños de nuestra sociedad, se
sienten demasiado inseguros (o sea que, en una palabra, se les cría muy mal). Los
niños que crecen en una familia amorosa, en la que no haya amenazas, no
reaccionan ordinariamente como describimos antes. En esos niños, las reacciones de
peligro tienen probabilidad de producirse, sobre todo ante objetos o situaciones que
los adultos considerarían peligrosos.
Los adultos sanos, normales y afortunados, en nuestra cultura, se sienten en gran
parte satisfechos en lo que se refiere a sus necesidades de seguridad. La sociedad
pacífica, regular y "buena", hace que sus miembros, por lo común, se sientan
suficientemente seguros de las fieras salvajes, de la temperatura extremosa, de los
delincuentes, los asaltos y los crímenes, la tiranía, etc; por consiguiente, en un sentido
muy real, no tienen necesidades de seguridad que sean motivadores activos. En la
misma forma en que el hombre saciado no siente hambre, un individuo seguro no se
sentirá en peligro. Si deseamos examinar esas necesidades en forma directa y clara,
será preciso que nos volvamos hacia los individuos neuróticos o casi neuróticos y a los
miserables, desde el punto económico y social. Entre esos extremos, podemos
percibir las expresiones de las necesidades de seguridad sólo en fenómenos tales
como la preferencia común por un empleo con seguridad de permanencia y
protección, el deseo de tener una cuenta de ahorros y pólizas de seguros de varios
tipos (de gastos médicos, dentales, de desempleo, de incapacidad y ancianidad).
Otros aspectos más amplios del intento hecho para buscar seguridad y estabilidad
en el mundo, pueden verse en la preferencia muy común por las cosas familiares más
que por las desconocidas; por lo conocido, más que por lo ignoto. La tendencia a
tener una filosofía regional o mundial que organice el universo y a los hombres que se
encuentran en él, en torno a algún objetivo significativo y satisfactoriamente
coherente, se ve también, en parte, motivada por la búsqueda de seguridad. Más
adelante veremos que hay también otras motivaciones para las tareas científicas y
religiosas.
De otro modo, la necesidad de seguridad puede verse como movilizador activo y
dominante de los recursos del organismo, sólo en las emergencias; por ejemplo, en la
guerra, las enfermedades, las catástrofes naturales, las oleadas de crímenes, la
desorganización societaria, la neurosis, los daños cerebrales y la mala situación
crónica.
En nuestra sociedad, algunos adultos neuróticos, en muchos aspectos, son como
niños que se sienten inseguros en su deseo de seguridad, aunque, en los primeros, ello
toma un aspecto bastante especial. Con frecuencia, su reacción consiste en
desconocer los peligros psicológicos en un mundo que perciben como hostil,
abrumador y amenazador. Esas personas se comportan como si las grandes
catástrofes fueran siempre inminentes; o sea, que dan siempre respuestas propias de
emergencias. A menudo, sus necesidades de seguridad encuentran expresión
específica en la búsqueda de un protector o una persona más fuerte, de la que
puedan depender, o bien, quizá un Führer.
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De manera ligeramente distinta, con cierta utilidad, puede decirse que el individuo
neurótico es una persona adulta que conserva sus actitudes infantiles hacia el
mundo. Eso quiere decir que se puede suponer que un adulto tal se comporta como
si tuviera realmente miedo de recibir unas zurras, de la desaprobación de su madre o
de que lo abandonen sus padres o le retiren los alimentos. Es como si sus actitudes
infantiles, de temor y reacción a las amenazas en un mundo peligroso, se hubieran
ocultado sin dejarse afectar por los procesos de crecimiento y el aprendizaje y
estuvieran listas para presentarse ante cualquier estímulo que hiciera que un niño se
sintiera amenazado o en peligro.
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Teoría de la Motivación Humana IV - Abraham H. Maslow
La neurosis en que la búsqueda de seguridad toma en forma más clara, es la
obsesiva-compulsiva. La compulsión-obsesión trata frenéticamente de ordenar y
estabilizar el mundo, con el fin de que no se presenten peligros incontrolables,
inesperados o desconocidos. Los afectados por tal tipo de neurosis, se protegen con
todo tipo de ceremonias, reglas y fórmulas, con el fin de prever cualquier
contingencia posible para que no se presenten otras nuevas. Se parece mucho a
aquéllos con daño cerebral, descritos por Goldstein, que logran mantener su
equilibrio evitando todo lo extraño y desconocido, y ordenando su mundo restringido
de una manera clara, disciplinada y ordenada, que puedan contar con todo ,lo que
hay en el universo. Tratan de ordenar el mundo de tal modo que no sea posible que
suceda nada inesperado (peligroso). En caso de que, aunque no sea por culpa de
ellos, ocurra algo inesperado, tendrán una reacción de pánico, como si ese suceso
inesperado constituyera un grave peligro. Lo que podemos ver solamente como una
propensión no demasiado fuerte en las personas sanas, como por ejemplo, la
preferencia por lo familiar, se vuelve una necesidad de vida o de muerte en los casos
anormales.
La necesidad de amor
Cuando tanto las necesidades fisiológicas como las de seguridad se satisfacen en
forma adecuada, surgirán las necesidades de amor, afecto y pertenencia,
repitiéndose todo el ciclo descrito con estas nuevas necesidades como centro. En
este caso, las personas sentirán agudamente, como nunca antes, la ausencia de los
amigos, de una novia, una esposa o los hijos. Se sentirán hambrientos de relaciones
afectivas con la gente en general, deseando un lugar en su grupo y esforzándose,
con gran intensidad, en alcanzar esa meta. Desearán llegar a ese lugar más que
cualquier otra cosa en el mundo y podrán olvidarse incluso de que, alguna vez,
cuando estaban hambrientos, desdeñaban el amor.
En nuestra sociedad, la insatisfacción de esas necesidades es causa que se
encuentra más comúnmente en los casos de desajuste y psicopatologías más
severas. El amor y el afecto, así como también su posible expresión en la sexualidad,
se consideran generalmente como ambivalentes y, por lo común, se protegen con
muchas restricciones e inhibiciones. Todos los teóricos de la sicopatología han hecho
hincapié en la insatisfacción de las necesidades amorosas como algo básico en el
cuadro de los desajustes; por consiguiente, se han realizado muchos estudios clínicos
de esta necesidad y sabemos quizá más sobre ella que sobre cualquier otra,
excepción hecha de las fisiológicas.
Algo que debemos recalcar en este punto es que el amor no es sinónimo de sexo.
Este último puede estudiarse como necesidad puramente fisiológica; por lo común, la
conducta sexual tiene muchas determinantes, o sea, se determina no sólo por las
necesidades concomitantes, sino también por otras, las principales, que son el amor y
el afecto. Tampoco debe pasarse por alto el hecho de que las necesidades
amorosas involucran tanto dar como recibir amor.
Necesidades de estima
En nuestra sociedad, todas las personas (con unas cuantas excepciones
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patológicas), tienen la necesidad o el deseo de una evaluación elevado por lo
común, estable y con bases firmas por sí mismas, de autorrespeto o autoestimación y
de la estimación de otros. Esas necesidades pueden clasificarse en dos conjuntos
subsidiarios. En primer lugar, el deseo de fortaleza, realizaciones realizaciones, el
sentirse útil, tener confianza frente al mundo, independencia y libertad. En segundo
lugar, tenemos lo que podemos denominar deseo de reputación o prestigio (que se
define como el respeto o la estimación por parte de otras personas), el
reconocimiento, la atención, la importancia o el aprecio. Esas necesidades las realzó
en forma relativa Adler, así como también sus seguidores, y las desdeñaron, hasta
cierto punto, Freud y los psicoanalistas; no obstante, en la actualidad, se está
apreciando cada vez más su importancia crucial.
La satisfacción de las necesidades de autoestima conduce a sentimientos de
autoconfianza, valor, fortaleza, capacidad y utilidad, así como a la sensación de ser
necesario en el mundo; sin embargo, la insatisfacción de esas necesidades produce
sentimientos de inferioridad, debilidad e impotencia. A su vez, esos sentimientos dan
origen ya sea a un desaliento básico, o bien a tendencias neuróticas o de
compensación. Mediante el estudio de la neurosis traumática grave, puede llevarse
a apreciar la necesidad de la autoconfianza básica y la comprensión de lo
impotente que sin ella se sienten las personas.
Necesidades de autorrealización
Incluso cuando se satisfagan todas esas necesidades, podremos esperar que, con
frecuencia (si no siempre) surgirán muy pronto nuevas sensaciones de descontento e
inquietud, a menos que el individuo esté haciendo aquello para lo que es
adecuado. Un músico debe dedicarse a la música, un artista debe pintar y un poeta
debe escribir, para poder sentirse realmente feliz. Lo que un hombre pueda ser,
deberá serlo. Esta necesidad puede denominarse autorrealización.
Este término, acuñado primeramente por Kurt Golstein se utiliza en este artículo de
una manera mucho más limitada y específica, se refiere al deseo de autoexpresión, o
sea la tendencia a realizarse en aquello para lo que se tenga potencialidad. Esta
tendencia puede expresarse como deseo de convertirse cada vez más en lo que se
es, en llegar a ser lo que es capaz de ser.
La forma específica que tomarán estas necesidades variará, por supuesto en forma
considerable de una persona a otras. En un individuo puede tomar la forma del
deseo de ser una madre ideal, en otro, puede expresarse mediante el atletismo y,
todavía en otro, en inventos o pintando cuadros. No es necesariamente una
urgencia de creación aun cuando en las personas con capacidades creativas
pueda tomar esa forma de autorrealización.
Condiciones previas para las satisfacciones de las necesidades básicas
Hay ciertas condiciones que son prerrequisitos inmediatos para la satisfacción de
las necesidades básicas; los peligros que puedan amenazarlas provocan una
reacción casi igual a la evocada ante un peligro directo para las necesidades
básicas mismas. Hay condiciones tales como la libertad para hablar, la libertad para
hacer lo que se desea, en tanto no se cause daño a otros; la libertad para la
autoexpresión; la libertad para investigar y buscar información, la libertad para
defenderse; la justicia, la honestidad, el orden en el grupo, etc, que son buenos
ejemplos de esas condiciones previas para las satisfacciones de las necesidades
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básicas. La no satisfacción de esas libertades enfrentará reacciones similares a las
respuestas dadas ante las emergencias o las amenazas. Esas condiciones no son
fines en sí mismos. Se defienden esas condiciones, ya que, sin ellas, las satisfacciones
básicas resultan casi incompletamente imposibles; o, por lo menos, se ponen en
peligro.
Si recordamos que las capacidades cognoscitivas (perceptuales, intelectuales y de
aprendizaje) son un conjunto de instrumentos de ajuste que tienen, entre otras
funciones, la de satisfacción de nuestras necesidades básicas, entonces resultará
evidente que cualquier peligro que las amenace, cualquier privación o bloqueo de
su libre utilización, deberá ser una amenaza indirecta para las necesidades básicas
mismas. Esa afirmación es una solución parcial de los problemas generales de la
curiosidad, la búsqueda de conocimientos, la verdad y la sabiduría y la urgencia
persistente de resolver los misterios cósmicos.
Por ende, debemos presentar otra hipótesis y hablar de grados de cercanía a las
necesidades básicas, puesto que ya hemos señalado que cualquier deseo
consciente (metas parciales) es más o menos importante, en el grado en que se
encuentre más o menos cerca de las necesidades básicas. Puede hacerse la misma
afirmación acerca de diversos actos conductuales. Un acto psicológicamente
importante sí contribuye de modo directo a la satisfacción de necesidades básicas.
Cuanto menos contribuya directamente a ella, o cuanto más débil sea su
contribución, tanto menos importante se considerará dicho acto, desde el punto de
vista de la psicología dinámica. Puede hacerse una afirmación similar en lo que se
refiere a los diversos mecanismos de defensa. Algunos tienen una relación muy
directa con la protección o la satisfacción de las necesidades básicas; otros,
relaciones débiles o distantes. De hecho, si lo deseáramos, podríamos hablar de
mecanismos más o menos básicos de defensa y, a continuación, afirmar que el
peligro para las defensas más básicas es más amenazador que el peligro para las
defensas menos básicas (recordando siempre que esto sólo es así debido a su
relación con las necesidades básicas).
Deseos de conocer y comprender
Hasta ahora sólo hemos mencionado, de paso, las necesidades cognoscitivas. La
adquisición de conocimientos y la sistematización del universo se han considerado, en
parte, como técnicas para el alcance de la seguridad básica en el mundo; o bien, para
las personas inteligentes, como expresiones de autorrealización. Así mismo, la libertad de
investigación y la de expresión se han analizado como condiciones previas para la
satisfacción de las necesidades básicas. Por ciertas que puedan ser esas formulaciones
no constituyen respuestas definitivas a la pregunta relativa al papel de la motivación de la
curiosidad, el aprendizaje, las reflexiones filosóficas, los experimentos, etc. En el mejor de
los casos, únicamente representan respuestas parciales.
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