La Barcelona que conoció Bolaño

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La Barcelona que conoció a Bolaño
Por Gorka EllakurÃ−a.
La vida de Roberto Bolaño (1953-2003) tuvo distintos escenarios. Santiago de Chile, México D.F.,
Girona, Blanes, y durante tres años, también Barcelona. «En aquel tiempo yo tenÃ−a veinte años y
estaba loco. HabÃ−a perdido un paÃ−s pero habÃ−a ganado un sueño», escribió el autor chileno en
Perros Románticos, uno de sus poemas sobre su etapa en la capital catalana. Llegó en 1977, cuando para
muchos jóvenes sudamericanos Barcelona habÃ−a sustituido a ParÃ−s como destino soñado. Todo era
más barato que en la capital francesa, el idioma era el mismo y llegaban a una España que dejaba atrás
una dictadura militar, mientras que en paÃ−ses como Chile, Argentina o Uruguay no habÃ−an hecho más
que empezar.
El Bolaño de Barcelona tuvo un gran vÃ−nculo con el barrio del Raval. Durante su primer año en
España vivió en el número 45 de la calle Tallers, en la cuarta planta de un antiguo convento. Su piso
apenas tenÃ−a 25 metros cuadrados y el baño lo compartÃ−a con el resto de vecinos de rellano. TenÃ−a
dos ventanas que daban a otro bloque de pisos idéntico, separado por un camino adoquinado con la
amplitud idónea para que en un pasado, aún más lejano, pudieran entrar los carruajes. «Su casa era muy
humilde. No sé cómo podÃ−a vivir allÃ−», explica MartÃ−n Fernández, vecino por aquel entonces de
Bolaño. Recuerda que el escritor, que entonces tenÃ−a 24 años, fumaba tabaco constantemente, aunque
reconoce que no tuvo gran relación con él: «Era serio. A veces saludaba y otras no». En aquella
época aún no habÃ−a portero automático y la verja que separaba el pasaje del antiguo convento y la
calle Tallers permanecÃ−a cerrada. Era un impedimento que quienes lo iban a visitar a salvaban gritando:
«¡Roberto!», para que éste bajara.
Entonces, el joven de mirada miope y pelo alborotado, se encontraba con alguno de sus amigos: el escritor
barcelonés A. G. Porta, los poetas Bruno Montané y Xavier Sabater, à lvaro Montané o Inma
Marcos, entre otros. Se reunÃ−an en los futbolines que habÃ−a en Tallers 39. AllÃ− hablaban sobre
poesÃ−a, jugaban al futbolÃ−n, o echaban una peseta en el millón del local —en la mayorÃ−a de sitios
costaba cinco pesetas. Eran los últimos 70 y a muchos sitios ya habÃ−an llegado los juegos de
«marcianitos». Sus amigos recuerdan que ése era el juego preferido del joven Bolaño. Frente a los
futbolines estaba, y sigue estando, el bar Cèntric. Un local de estilo modernista que hace meses que no abre
la persiana. Según cuenta un vecino, el negocio lo han traspasado y los nuevos dueños pretenden hacer una
cervecerÃ−a de época. Aquél era uno de los sitios donde se podÃ−a ver al chileno tomando un café,
en las ocasiones en que se podÃ−a permitir tomar algo.
El que apenas ha cambiado es el café Parisienne, también en Tallers. En aquel lugar habÃ−a una
gramola con la que el grupo de amigos obligaba al resto de clientes a escuchar algo de Jimmy Hendrix o de
The Alan Parsons Project. Aunque la verdadera debilidad musical de Bolaño era Patty Smith. Años
después, cuando el escritor hacÃ−a siete años que habÃ−a fallecido y ya se habÃ−a convertido en un
fenómeno literario en los EE.UU, la cantante de Chicago se declaró admiradora de las obras del chileno.
«Leer a Bolaño ha sido una revelación para mÃ−», confesó Smith en 2010.
Amigos de su época de Barcelona recuerdan que el autor de Los detectives salvajes solÃ−a dar largos
paseos por las calles de la ciudad. Lo hacÃ−a cuando su obsesión por escribir o cuando los múltiples y
precarios trabajos que ejerció le dejaban algo de tiempo libre. Por el camino se paraba en la antigua Bodega
de la calle Fortuny, en el Estudiantil de la plaza Universitat o iba a las sesiones doble del cine Cèntric, que
estaba en la calle Peu de la Creu, donde ahora está la sede de una conocida editorial.
Más tarde se trasladarÃ−a a vivir con su hermana, su madre y la pareja de ésta, a un edificio de estilo
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modernista situado en Gran VÃ−a 399, próximo a la plaza España. Entonces le salió un trabajo de
vigilante en el camping La Estrella de Mar, y tuvo que desplazarse a diario hasta Castelldefels.
En 1980 se fue a vivir a Girona y no volvió a instalarse en la capital catalana. Se marchó habiendo escrito
ya una primera versión de su novela Amberes, donde habla de una ciudad condal en la que: «Los polis
están cansados, hay escasez de gasolina y miles de jóvenes desempleados dando vueltas por Barcelona».
A pesar del poco tiempo que Bolaño vivió en Barcelona, la ciudad se hizo un hueco en su mundo literario.
Las novelas y poemas del chileno cuentan con numerosas referencias a la época en que vivÃ−a en la calle
Tallers o en la Gran VÃ−a. Barcelona es un elemento más del «universo Bolaño»: aquél en que la
ficción se mezcla con los lugares y personas que pasaron por la vida del escritor.
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