Breves reflexiones sobre ética y administración pública

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ERL de la U CM / FSAP de CCOO
Observatorio de los Servicios Públicos
Breves reflexiones
sobre ética y
administración
administración
pública
André
Andrés Sanz Mulas
El tema de este trabajo, nunca hubiera sido objeto de mis reflexiones hace
algunos años. La ética porque estaba asociada en mi inconsciente a normas y
valores que yo sentía impuestos desde el exterior, cuyo destino no era
liberar, sino esclavizar a la persona. Sin embargo sí fue la Administración
Pública, a la que yo identificaba con el Estado, objeto de mi preocupación.
Fundamentalmente, para poder comprender como ese complejo entramado
servía para legitimar un sistema social en el que la desigualdad me parecía
un resultado esencial al mismo.
Mi experiencia personal, mi trabajo en la Administración y los hechos que se
han desarrollado en España en los últimos años, me han llevado a intentar
comprender el fenómeno de la corrupción.
La corrupción, ha sido consustancial con todos los sistemas sociales pero en
distinto grado en unos y otros. Tanto yo como otros muchos ciudadanos
españoles, creímos que tras la transición democrática y con la implantación
del Estado Social y Democrático de Derecho, los problemas de corrupción
serían mucho menores que los que se han producido en la práctica en todas
nuestras administraciones.
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Mi primera intención fue aproximarme al problema de la corrupción desde
los modelos del análisis económico, que dada mi formación me resultaban
más próximos. Ya en los primeros modelos que conocí, la profesora Susan
Rose-Ackerman planteaba que una de las variables esenciales que
intervenían en la función de corrupción era el nivel de valores morales de la
sociedad. Esta variable que suele tener una incidencia fundamental, está
más relacionada con la cultura del país, con las creencias profundas
compartidas por los ciudadanos y con la ética cívica, que con los valores
plasmados a través de la Constitución y las leyes.
El estudio de la problemática de la ética y la administración se ha convertido
en
un
elemento
fundamental
para
poder
lograr
que
nuestras
administraciones puedan incorporar los principios de eficiencia, economía y
eficacia que la Constitución plantea, así como servir a los intereses
generales.
El enfoque de la ética que voy a seguir es el que plantea Adela Cortina en su
interesante libro la "Ética de la Empresa".
La ética pretende orientar nuestra conducta en un sentido racional. Esto
implica la necesidad de reflexionar sobre las distintas acciones posibles que
se nos presentan y cuales son los resultados que producen cada una de ellas.
Evaluar cuales de estos son los más convenientes y por último una vez que
hemos decidido, actuar conforme a la decisión que hemos tomado.
La ética nos ayuda a identificar aquellos hábitos que nos permiten alcanzar
la meta (virtudes), así como los que nos alejan de ella (vicios).
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Muchas veces no somos conscientes tanto en nuestra acción personal como
en las de las organizaciones en general, y en concreto de las organizaciones
administrativas, de la existencia de comportamientos o modos de actuar ya
sabidos que han sido fruto del aprendizaje previo. Estos modos de actuar,
pueden servirnos para ser más felices en nuestra vida o para alcanzar las
metas de la organización en el caso de las instituciones o bien para todo lo
contrario.
El análisis de los vicios y de las virtudes del comportamiento, tanto en las
organizaciones como en las personas, nos puede ayudar a modificar aquellos
vicios que tanto en uno como en otro caso nos desvían de las metas u
objetivos que nosotros mismos hemos elegido.
Estas modificaciones, como es evidente, no se pueden producir más que a
través del tiempo y por esto no basta con tomar decisiones políticas,
legislativas, o de voluntarismo para poder modificar los hábitos. Es necesario
un proceso de cambio en el que se aprenda a realizar las elecciones que nos
permitan progresivamente adquirir un mayor grado de virtud.
En el caso de las organizaciones administrativas, nos encontramos
permanentemente con actitudes o modos de hacer, que podríamos calificar de
viciosas, tanto en el comportamiento de las personas que trabajan en ellas
como en las dinámicas internas de las mismas.
En el marco de las organizaciones administrativas, Jorge R. Etkin en su
libro "La doble moral de las organizaciones. Los sistemas perversos y la
corrupción institucionalizada" plantea el interesante tema de la perversión
en el marco de la ética social.
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En un plano descriptivo la ética sería la representación que el sistema tiene
de sí mismo y que los miembros reconocen como el "ethos" (modo de ser del
que cada cual se va apropiando a lo largo de su vida al hacer sucesivas
elecciones en un sentido) de la organización. La desviación perversa en este
nivel consiste en los intentos de confundir una construcción social y cultural
como si fuera algo natural.
En el plano de los contenidos normativos la ética haría referencia a los
códigos de conducta que definen las acciones preferibles, indiferentes o
evitables y que se utilizan para justificar o controlar dichas acciones. La
desviación perversa consiste en la imposición de valores que los miembros no
reconocen como propios.
Por último en el plano de la ética aplicada a situaciones o contextos
específicos (en la relación médico-paciente, docente-alumno, funcionariociudadano...) la desviación perversa tiene que ver con la corrupción, la
hipocresía, la mentira o el cinismo en las prácticas sociales.
Las desviaciones perversas como plantea Etkin pueden llegar a generar
sistemas perversos que son la manifestación de un orden destructivo,
derivando en la corrupción institucionalizada.
En mi opinión las desviaciones perversas que se han producido en España no
han llegado a generar sistemas perversos, pero sí tenemos ejemplos en los
que esa degeneración se puede producir.
En el caso del Tribunal de Cuentas, el Artículo 136 de la Constitución indica
que los miembros de este organismo gozarán de independencia. El artículo
30 de la Ley Orgánica de Tribunal de Cuentas establece que los Consejeros
son
independientes
e
inamovibles.
Para
lograr
este
objetivo
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independencia, esencial para el cumplimiento de las funciones que
la
Constitución establece para este organismo, se define un sistema de elección
por mayoría de tres quintos de cada una de las cámaras y se exigen unas
condiciones de profesionalidad y reconocida competencia.
El objetivo explícito e implícito de esta norma es garantizar la independencia
del Tribunal de Cuentas, y parecería que tanto por los requisitos que se
establecen en el nombramiento, como por el acuerdo de todas las fuerzas
políticas en ese punto, no sería difícil alcanzar ese objetivo.
Sin embargo en la práctica se ha producido una desviación perversa en los
nombramientos que se han realizado. Como indicábamos anteriormente,
muchas veces no somos conscientes de la existencia de comportamientos que
son el resultado del aprendizaje previo, pero el hecho de nos ser conscientes
no evita que dichos hábitos operen. En este caso y fruto probablemente de
muchos años de falta de practica democrática, existe el hábito o mejor dicho
el vicio en los partidos políticos de intentar controlar las instituciones al
igual que sucedía en el régimen anterior. Como consecuencia, se pervierte el
espíritu de la norma que exige unos requisitos de mayorías y de
profesionalidad y competencia, para lograr independencia produciéndose un
reparto de los cargos.
Es muy importante en mi opinión para que el debate, la discusión y la
difusión de los temas relacionados con la ética se generalice, que seamos
conscientes del hecho real de la perversión tanto en las organizaciones como
en el sistema de partidos. Son en gran medida los hábitos adquiridos los que
van a determinar el comportamiento operativo de las personas y
organizaciones, y sin las virtudes que nos permitan alcanzar las metas, lo
más
probable
es
que
operen
los
vicios
que
perviertan
tanto
el
comportamiento como los objetivos.
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Tras esa perversión en temas como el citado anteriormente, se puede
producir una degeneración que produzca, y en España en cierta medida ya
sucede, sistemas perversos como sería el del control de la actividad
económico financiera.
Para diseñar una ética de las Administraciones sería necesario entre otras
realizar las siguientes tareas:
• Definir claramente cual es el fin específico por el que cobra su
legitimidad social.
• Determinar los medios adecuados para lograr ese fin y que valores es
preciso incorporar para alcanzarlo.
• Descubrir que hábitos debe adquirir la organización en su conjunto y
los miembros que la componen, para incorporar esos valores y generar
así un carácter que permita tomar decisiones acertadamente en relación
con la meta elegida.
• Tener en cuenta los valores de la moral cívica de la sociedad en la
que están inmersas.
• Conocer cuáles son los derechos que la sociedad reconoce a las
personas.
La definición de un fin genérico para las Administraciones Públicas, no
plantea en principio graves problemas puesto que podemos acudir a la
Constitución que en su artículo 103 indica que " La administración sirve con
objetividad a los intereses generales..." Parece claro pues que la finalidad
genérica de la Administración y por lo tanto de sus distintas organizaciones
es el servicio a los intereses generales .
Esta definición inicial no está exenta de dificultades, como veremos
posteriormente, pero nos aporta importantes elementos para analizar
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múltiples actuaciones o comportamientos de las administraciones. La
respuesta a la pregunta ¿que es el interés general?, como plantea muy
acertadamente Manuel Villoria en su trabajo "La crisis del concepto de
interés general y la ética del funcionario público", no tiene una única
respuesta. Incluso la posibilidad de respuesta se complica si en vez del
interés nos planteamos los intereses generales. Sin embargo, considero a
pesar de que son discutibles las respuestas a estas preguntas, que es posible
lograr un consenso social y un acuerdo racional en torno a la siguiente
pregunta: ¿Hay comportamientos, actitudes o actuaciones administrativas
que necesariamente no sirven a los intereses generales?
La pregunta así planteada nos aporta una información extremadamente útil
para la valoración de conductas concretas. En este terreno nos encontramos
con informaciones relevantes que no son capaces de indicarnos la respuesta
exacta a nuestro problema, pero que nos permiten perfectamente saber, al
menos, que comportamientos nunca servirán a los intereses generales y por
lo tanto no serán adecuados éticamente.
Esta reflexión es similar a la que me sugirieron las múltiples discusiones que
en otros tiempos tuve sobre la posibilidad o no de medir, evaluar o conocer el
cumplimiento del criterio de eficiencia en el gasto público. Es realmente
cierto, que es muy difícil y complicado en muchos casos saber cual es el
óptimo, pero no lo es tanto determinar que una determinada gestión seguro
que no lo es. Es difícil determinar cual sería la mejor gestión de compras de
un organismo, pero es prácticamente seguro que nunca lo será aquella en la
que la toma de decisiones venga determinada por el volumen de comisiones
que recibe el responsable de las compras.
Los intereses generales son difícilmente definibles cuando se refieren a la
actuación concreta y específica de ciertas organizaciones. En muchos casos
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solemos asociar el interés general al interés de la organización, e incluso a
los intereses de los que dirigen la misma. Sin embargo cuando analizamos
los actos concretos que se realizan, podemos determinar valores y actitudes
que obedecen más a intereses particulares que a intereses generales. Es pues
en el análisis de las actuaciones concretas en donde podemos al menos
definir ciertos comportamientos que no obedecen a ese interés general que se
invoca.
Desde este punto de vista sería interesante profundizar en el análisis de los
comportamientos concretos que se producen en la distintas unidades
administrativas, al objeto de detectar hábitos viciosos, que necesariamente
van a impedir el logro de las metas de la organización.
Los procesos de formación pueden ser un instrumento idóneo para la
reflexión en común en torno a estos temas. El análisis de situaciones
concretas en las que tanto las organizaciones como los empleados públicos
adoptan actitudes y valores muchas veces contrarios al interés general,
puede servir para tomar conciencia de las contradicciones en las que muchas
veces incurrimos.
Por último, los valores generales de una sociedad inciden de forma
determinante en el comportamiento ético tanto de la Administración como de
las personas que trabajan en ella. Es difícil que cuando el patrón de valores
que se defiende como el ideal en una sociedad es el interés particular,
pretendamos que una parte muy importante de esa sociedad como son las
Administraciones Públicas, opere con un modelo ético y de valores
radicalmente contrario al general.
Como conclusión de estas breves reflexiones considero que es necesario que
se produzca un debate generalizado sobre los comportamientos tanto de las
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Administraciones Públicas como de las personas que trabajan en ellas, con el
objetivo de definir las virtudes que nos ayuden a lograr las metas que estas
organizaciones tienen. Asimismo, es preciso tener en cuenta, la limitación
que supone para la lógica interna, los valores y en definitiva la ética que
debe imperar en el sector público, unos valores sociales basados en el interés
individual.
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