la oralidad en los procesos civiles

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LA ORALIDAD EN LOS PROCESOS CIVILES
SUMARIO:
INTRODUCCIÓN
CAPÍTULO I.- MARCO CONCEPTUAL Y MARCO JURÍDICO INTERNACIONAL
1.
El derecho a “ser oído”: el derecho a una audiencia justa.
2.
Elementos sustantivos del derecho a “ser oído”.
3.
Instrumentos internacionales que regulan la oralidad como elemento del debido proceso.
4.
Fundamento constitucional de la oralidad.
CAPÍTULO II.- PROCESO CIVIL VIGENTE
1.
El paradigma del juez lector y sentenciador.
CAPÍTULO III.- LA ORALIDAD EN LOS PROCESOS JUDICIALES
1.
Oralidad y escritura en los procesos judiciales.
2.
Esencia de los principios de la Oralidad.
3.
Delimitación del Contenido Esencial de la Oralidad.
CAPÍTULO IV.- ASPECTO GENERALES EN LA ORALIDAD CIVIL
1.
La oralidad y la sentencia
CONCLUSIONES
BIBLIOGRAFÍA
INTRODUCCIÓN
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El artículo 8.1 de la Convención Americana de Derechos Humanos dispone como
hipótesis que la oralidad es un elemento esencial del debido proceso en la justicia
civil, que se deriva del “derecho a ser oído”. Este supuesto contenido en el
instrumento internacional citado, se fundamenta en tres argumentos esenciales: a)
la necesidad de garantizar el principio de inmediación en el proceso civil, b) el
reconocimiento del derecho a la audiencia como parte del debido proceso en otros
instrumentos internacionales de derechos humanos, y c) algunos pronunciamientos
de organismos e instituciones del sistema internacional e interamericano derechos
humanos.
La justicia civil fue considerada históricamente como toda aquella que no fuese
penal. Con el paso de los años, sus materias fueron independizándose en los
distintos países de las Américas y por ello no es fácil obtener una concepción
unívoca. Sin embargo, para efectos de la Convención Americana de Derechos
Humanos se adopta un concepto amplio de justicia civil, es decir, toda aquella no
penal, ni contencioso administrativa, ni constitucional especializada.
De igual forma, la justicia civil, de esta forma vista, involucra asuntos altamente
heterogéneos, tales como: las cobranzas de deudas, las relaciones sobre
controversias laborales, entre otros. Desarrolla asuntos relacionados con varios
derechos humanos, tales como, la vida, la integridad personal, el debido proceso, el
acceso a la justicia, la salud, el trabajo, la educación, el medio ambiente, los
derechos de infancia, la protección a la familia, la propiedad privada, entre otras.
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Asimismo, durante la segunda mitad del siglo XX los sistemas judiciales civiles de
las Américas emprendieron distintas reformas, y varias de ellas fueron diseñadas
para incorporar los cambios históricos que acontecieron internacional y
nacionalmente como consecuencia del desarrollo y consolidación de los derechos
humanos.
En ese período de tiempo se proclamó la Declaración Universal de los Derechos
Humanos (1948), el Pacto Internacional de Derechos Civiles y Políticos (1966), el
Pacto Internacional de Derechos Económicos, Sociales y Culturales (1966), la
Convención Americana de Derechos Humanos (1969) y el Protocolo Adicional a la
Convención Americana Sobre Derechos Humanos en materia de Derechos
Económicos, Sociales y Culturales ‘Protocolo De San Salvador’ (1988), entre otros.
Estos instrumentos internacionales reconocieron distintos derechos humanos y
generaron un cambio en la forma tradicional de “concebir la justicia” y los sistemas
judiciales. Por esto, los Estados tienen la obligación de ajustar, en mayor o menor
medida, sus sistemas judiciales para respetar los derechos y libertades reconocidos
en dichos instrumentos, garantizar a las personas el libre y pleno ejercicio de los
mismos y, en caso de que su ejercicio no estuviere garantizado, adoptar medidas
legislativas para hacer efectivos los derechos reconocidos en ella.
Con relación al derecho al debido proceso, los Estados están obligados a
garantizarlo de conformidad con las disposiciones internacionales. Pero, surge la
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siguiente interrogante ¿acaso está absolutamente claro el alcance de todos los
elementos centrales del debido proceso, y más aún, de su interpretación adecuada?
El presente trabajo de estudio parte de una inquietud: la interpretación del derecho a
ser oído, como elemento central del debido proceso, no ha sido incorporada en la
mayoría de las legislaciones de América Latina. Por este motivo, se consideró
necesario analizar la interpretación adecuada del “derecho a ser oído”, contenido en
el artículo 8.1 de la Convención Americana, referido al derecho a una audiencia
justa, y por ello, existe una condición de oralidad en los procesos civiles.
La reforma del modelo procesal civil mexicano es una necesidad que debe
afrontarse con la misma responsabilidad demostrada a propósito de la reforma
procesal penal. El deficiente funcionamiento de la justicia civil, maniatada por un
modelo procesal profundamente escrito, así lo viene exigiendo, principalmente
atendiendo al excesivo e injustificado tiempo que de ordinario debe transcurrir
desde el comienzo del proceso hasta el logro de una resolución eficaz, vale decir,
con capacidad de producir transformaciones reales en las vidas de quienes han
acudido a los tribunales.
La reforma procesal civil nacional debe saber introducir el modelo de proceso civil
por audiencias, donde el predominio formal sea de la oralidad. Identificamos en el
modelo oral una serie de facilitadores formales que permitirían superar la situación
actual.
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Ahora bien, hemos advertido también sobre la necesidad de proceder en esta
materia esquivando los excesos puramente teóricos que han solido acompañar a la
"idea símbolo" de la oralidad. Tanto los mitos como las utopías, desgraciadamente,
han estado "a la orden del día", olvidando la realidad práctica y mezclando una
cuestión de carácter técnico con consideraciones de carácter político.
Uno de los puntos más relevantes a abordar en esta señalada reforma procesal civil
liga con la necesidad de terminar con la extendida imagen de una justicia lejana y
distante, donde el juez aparentemente figura y se sitúa al final de los dilatados
trámites que comprende el proceso civil.
El modelo oral estructura el trabajo jurisdiccional, de modo que cada asunto puede
ser mejor seguido y conocido por el tribunal desde su inicio, cuestión especialmente
relevante en lo que se vincula con la práctica y valoración de la prueba. El modelo
de proceso por audiencias se sostiene en la inmediación efectiva e inexorable del
juez, lo que en gran medida permitiría cambiar el modelo de juez vigente.
En los últimos años, el término oralidad ha entrado en un uso cada vez más habitual,
aun en sectores que anteriormente no habían manifestado mayor curiosidad al
respecto. En este sentido, se trata de una adición contemporánea a nuestro
repertorio cultural y lingüístico, aunque por intuición se sabe que la oralidad es tan
vieja como la humanidad parlante.
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De todos modos, conceptos tales como literatura oral, tradición oral, narración,
lenguaje y discurso hablados, se han convertido en moneda corriente no sólo para
los estudiosos de la cultura, del lenguaje y la comunicación, sino igualmente para la
intelectualidad genérica más o menos consciente de los temas que maneja.
Tema importante que va de la mano con la "eficacia procesal" contrastada con la
"oralidad procesal", por lo que el derecho a la justicia tiene su primera expresión
formal en la garantía de libre acceso a la jurisdicción y esta, a su vez, en la
estructuración de un procedimiento cuya sencillez no debe afectar los principios
fundamentales que en conjunto conforman el debido proceso legal.
Por lo que importa para el presente trabajo el conocimiento de la esencia de los
principios de oralidad y escritura, son las dos formas externas que pueden adoptar
las actuaciones procesales. En consecuencia, los principios de oralidad y escritura
podrían definirse como aquellos en función de los cuales la sentencia debe basarse
sólo en el material procesal aportado en forma oral o escrita, respectivamente. Sin
embargo, en la actualidad, no existe un proceso totalmente oral u escrito, por lo que
se hace necesario buscar un elemento que permita determinar cuando un proceso
está inspirado por el principio de oralidad o el de escritura.
En la doctrina, suele ser frecuente entender que estamos ante un proceso oral
cuando existe un predominio de la palabra hablada como medio de expresión, si
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bien puede atenuarse por el uso de escritos de alegaciones y de documentación,
por lo que debemos analizar la concreta regulación de cada procedimiento para
advertir la vigencia del principio de oralidad y, especialmente, la existencia de
audiencias en las que exista un contacto directo del juez con las partes tanto para
debatir oralmente cuestiones jurídicas o fácticas, como para apreciar directamente
los elementos sobre los que deberá fundamentar su sentencia.
Más allá de lo comúnmente admitido por la doctrina desde hace más de un siglo,
según lo cual los principios de oralidad y escritura no son posible en toda su plenitud
y que ambos principios tienen sus ventajas e inconvenientes, por lo que
dependiendo del concreto acto procesal de que se trate será preferible la oralidad o
la escritura.
La reflexión precedente nos lleva a examinar cuales son los alcances a considerar,
para determinar la aplicación del método de ponderación ante la colisión del
Principio de Oralidad y el Principio de escritura frente al desarrollo del proceso
constitucional específicamente el proceso de amparo, pues el objetivo es el
avizoramiento del nuevo horizonte de una sociedad cuya realidad política,
económica y cultural avanza hacia estadios y concepciones acordes con la
dinámica del naciente homo universales.
CAPÍTULO I
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MARCO CONCEPTUAL Y MARCO JURÍDICO INTERNACIONAL
1. El derecho a “ser oído”: el derecho a una audiencia justa.
El debido proceso en materia civil está regulado en el artículo 8.1 de la Convención
Americana de Derechos Humanos, que contempla de manera clara y expresa la
aplicabilidad de este derecho en materias civiles. Al respecto, el citado numeral
señala:
“Artículo 8. Garantías Judiciales:
1. Toda persona tiene derecho a ser oída, con las debidas garantías y dentro de
un plazo razonable, por un juez o tribunal competente, independiente e imparcial,
establecido con anterioridad por la ley, en la sustanciación de cualquier acusación
penal formulada contra ella, o para la determinación de sus derechos y
obligaciones de orden civil, laboral, fiscal o de cualquier otro carácter.”1
Al respecto, la Corte Interamericana de Derechos Humanos ha entendido que la
aplicación de las garantías judiciales contenidas en el artículo 8, no solo se tramitan
en el sistema judicial, sino también a aquellas instancias estatales que ejercen
jurisdicción, en especial si estas emplean el derecho sancionatorio.
1
Convención Americana sobre Derechos Humanos, (Suscrita en San José de Costa Rica el 22 de noviembre de
1969,
en
la
Conferencia
Especializada
Interamericana
sobre
Derechos
Humanos)
http://www.hchr.org.co/documentoseinformes/documentos/html/pactos/conv_americana_derechos_humanos.h
tml
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Por esto, los elementos centrales del debido proceso aplican no solo a procesos
judiciales, sino también a aquellos que se desarrollan en sede administrativa, en
especial, si ellos imponen sanciones a las personas.
2. Elementos sustantivos del derecho a “ser oído”.
De acuerdo con la Convención Americana, para considerar que a una persona se le
han determinado sus derechos y obligaciones civiles conforme a esta garantía
fundamental, el sistema de justicia debe garantizar al menos cuatro elementos
centrales:
1. Que la persona sea oída.
2. En un proceso que cuenta con las debidas garantías.
3. En un plazo razonable.
4. Ante un juez o tribunal competente previamente establecido.
El análisis de los elementos centrales del debido proceso y la lectura integral del
artículo 8.1 de la Convención trae consigo un debate fundamental para el derecho
procesal moderno: ¿es la oralidad un elemento central del debido proceso? En el
siguiente apartado de este capítulo se analizan los instrumentos internacionales de
derechos humanos y los pronunciamientos que en este sentido han realizado los
organismos que conforman el sistema internacional e interamericano de los
derechos humanos.
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3. Instrumentos internacionales que regulan la oralidad como elemento
del debido proceso.
La Convención Americana de Derechos Humanos, en su artículo 8.1 está
directamente vinculada con las siguientes disposiciones contenidas en los
instrumentos internacionales que a continuación se enlistan:
Artículo 10º de la Declaración Universal de Derechos humanos:
Toda persona tiene derecho, en condiciones de plena igualdad, a ser oída
públicamente y con justicia por un tribunal independiente e imparcial, para la
determinación de sus derechos y obligaciones o para el examen de cualquier
acusación contra ella en materia penal.”
Artículo 14.1 del Pacto Internacional de Derechos Civiles y Políticos:
“Todas las personas son iguales ante los tribunales y cortes de justicia. Toda
persona tendrá derecho a ser oída públicamente y con las debidas garantías por
un tribunal competente, independiente e imparcial, establecido por la ley, en la
substanciación de cualquier acusación de carácter penal formulada contra ella o
para la determinación de sus derechos u obligaciones de carácter civil. La prensa y
el público podrán ser excluidos de la totalidad o parte de los juicios por
consideraciones de moral, orden público o seguridad nacional en una sociedad
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democrática, o cuando lo exija el interés de la vida privada de las partes o, en la
medida estrictamente necesaria en opinión del tribunal, cuando por circunstancias
especiales del asunto la publicidad pudiera perjudicar a los intereses de la justicia;
pero toda sentencia en materia penal o contenciosa será pública, excepto en los
casos en que el interés de menores de edad exija lo contrario, o en las acusaciones
referentes a pleitos matrimoniales o a la tutela de menores.”
Artículo 6.1 del Convenio Europeo para la Protección de los Derechos Humanos y
de las Libertades Fundamentales.
“Toda persona tiene derecho a que su causa sea oída equitativa, públicamente y
dentro de un plazo razonable, por un tribunal independiente e imparcial, establecido
por la ley, que decidirá los litigios sobre sus derechos y obligaciones de carácter civil
o sobre el fundamento de cualquier acusación en materia penal dirigida contra ella.
La sentencia debe ser pronunciada públicamente, pero el acceso a la sala de
audiencia puede ser prohibido a la prensa y al público durante la totalidad o parte del
proceso en interés de la moralidad, del orden público o de la seguridad nacional en
una sociedad democrática, cuando los intereses de los menores o la protección de
la vida privada de las partes en el proceso así lo exijan o en la medida considerada
necesaria por el tribunal, cuando en circunstancias especiales la publicidad pudiera
ser perjudicial para los intereses de la justicia.”
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Ahora bien, aunque todos estos instrumentos contemplan el derecho a ser oído
como elemento central del debido proceso, lo consagran de otra manera pues lo
establecen como el derecho a ser oído públicamente. De esta manera, cabe
preguntarse ¿cómo se garantiza la publicidad del derecho a ser oído? La respuesta
a esta pregunta debe partir del sentido común: no puede ser oído públicamente
quien es leído a través de escritos que entrega al juez de conocimiento en desarrollo
del proceso judicial, salvo que estos sean leídos públicamente por el tribunal, en
cuyo caso se necesita realizar una audiencia pública para leerlos.
No obstante, esta última opción no tiene en cuenta el derecho que tiene la persona a
hablar públicamente frente al tribunal que decide su causa y únicamente se limita a
“ser oído” a través de la lectura de sus escritos. La publicidad implica que la
actuación procesal mediante la cual se escucha a la persona debe ser abierta al
público, y en esta, debe permitirse que ella se dirija ante el tribunal o juez
competente, por lo cual usualmente implica la realización de una audiencia oral. La
publicidad es una forma de control de las decisiones judiciales.
Adicional a lo anterior, es importante destacar que en otros instrumentos
internacionales se consagra de manera directa el derecho a una audiencia o a una
audiencia justa como parte del debido proceso. Un ejemplo de esto lo constituye la
Convención Internacional sobre los Derechos del Niño, que establece que cuando
se alegue que un niño o niña ha infringido las leyes penales se le debe garantizar
que “la causa será dirimida sin demora por una autoridad u órgano judicial
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competente, independiente e imparcial en una audiencia equitativa conforme a la
ley, en presencia de un asesor jurídico u otro tipo de asesor adecuado y, a menos
que se considerare que ello fuere contrario al interés superior del niño, teniendo en
cuenta en particular su edad o situación y a sus padres o representantes legales”.
Los distintos instrumentos internacionales citados anteriormente contemplan la
necesidad de garantizar el “derecho a ser oído” a través de una audiencia. Unos, lo
hacen de manera directa estableciendo el derecho a la “audiencia justa o
equitativa”, y los otros lo hacen exigiendo la publicidad del derecho, cuya forma
óptima de garantía es a través de una audiencia pública.
4. Fundamento constitucional de la oralidad.
La Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos, en su artículo 17, párrafo
quinto, establece:
“Las sentencias que pongan fin a los procedimientos orales deberán ser explicadas
en audiencia pública previa citación de las partes.”
Como se observa, el principio de oralidad se encuentra intrínsecamente contenido
en el artículo 17 de la Carta Magna mexicana, cuya garantía efectiva se realiza a
través de la oralidad. En efecto, la lectura integral del artículo en mención permite
concluir que el principio de oralidad está incluido pues la persona tiene derecho a
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ser oída por un juez o tribunal competente, es decir, tiene derecho a la interacción
directa e inmediata con el juez.
De forma implícita, del procedimiento oral, se deriva el principio de inmediación, y
por lo tanto del derecho a ser oído directamente por el juez, implica la existencia de
mecanismos orales, tradicionalmente establecidos como audiencias, en los que la
presencia del juez es ineludible y es quien debe recepcionar la prueba
(interrogatorio) de manera directa.
Los procesos escritos no favorecen la inmediación y por ello se considera que esta
solo se garantiza a través de la oralidad. Lo anterior se complementa con el principio
de contradicción, es decir, el derecho de la persona a interrogar a los testigos
presentes en el tribunal y solicitar la comparecencia de otras personas como
testigos o peritos. En efecto, su efectividad implica la realización de una audiencia
oral, en la que la parte pueda interrogar a los testigos y los peritos con la presencia
del juez y no de sus delegados, para aclarar o controvertir la información que lo
afecta de manera directa, y así intervenir en la formación de convicción judicial.
De esta manera, la interpretación del “derecho a ser oído” como el derecho la
audiencia que integra el debido proceso se fundamenta también en la creación de
juzgados y tribunales que proporcionen al justiciable el derecho a una audiencia
oral, en la que se le permita comparecer en persona o a través de representante
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legal y donde pueda presentar las pruebas que estime pertinentes e interrogar a los
testigos.
De la lectura integral del artículo en estudio, en relación con los derechos humanos
contenidos en los artículos 14 y 16 de la Constitución Política de los Estados Unidos
Mexicanos, permite concluir que la persona tiene derecho a acceder ante un tribunal
competente para manifestar su opinión acerca de sus derechos y obligaciones en
juego. Ahora bien, ¿se cumple este requisito con la sola manifestación escrita del
involucrado ante el tribunal, en otras palabras, el derecho a ser oído puede surtirse
con la sola “lectura” que el tribunal realiza de los escritos de la parte? Una respuesta
a esta pregunta debe activar el sentido común: el derecho a ser oído no es lo mismo
que el derecho a ser leído.
Pero aún en aras de discusión, si se admitiera que el derecho a ser oído puede
surtirse con la presentación escrita de documentos ante el tribunal y que no es
necesario dirigirse oralmente ante este, cabe preguntarse si la interpretación de un
mismo artículo puede generar unos derechos para personas que están sometidas al
texto constitucional, en especial cuando a estos últimos se les garantiza con esa
disposición el principio de inmediación.
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CAPÍTULO II
PROCESO CIVIL VIGENTE
1. El paradigma del juez lector y sentenciador.
El diseño del vigente modelo procesal civil mexicano claramente se sostiene en la
escritura como regla formal casi exclusiva. De hecho, el vocablo jurídico quod non
est in actis est in mundo (Lo que no consta en actas, no es de este mundo) es decir,
que en los expedientes judiciales necesariamente debe constar en autos, porque
todo lo alegado y probado debe ser objeto de la sentencia y el protagonismo del
expediente no cuentan con unos contrapesos efectivos, ni aún en aquellas
instancias o procedimientos en los cuales el legislador ha pretendido la introducción
de mayores grados de oralidad.
Así las cosas, la marcada estructura escrita del proceso civil y la arraigada cultura
de la escritura han supuesto un obstáculo derechamente insalvable para la
introducción de cambios con incidencia real. Es más, los operadores y sujetos
jurídicos han sabido acomodar su actuación a las reglas conductuales propias del
modelo escrito, facilitando de esta manera el surgimiento y la consolidación de los
importantes problemas que han caracterizado el funcionamiento del sistema
procesal civil mexicano.
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A esta deficiente situación no han podido escapar nuestros jueces, quienes se han
visto inmersos en un modelo procesal que por un lado claramente privilegia la
excesiva acumulación de papeles y actas y por el otro minusvalora la concentración
procesal y pone cortapisas prácticamente insalvables a la inmediación judicial.
Esta situación, que puede calificarse de estructural, vale decir, proveniente del
diseño formal escrito que recoge el Código de Procedimientos Civiles, debe
entenderse como la causa fundamental del modelo de juzgador que tenemos,
"visible" en la mayoría de los casos sólo al momento de dictar la sentencia.
Efectivamente, el carácter profundamente escrito del procedimiento civil criollo, su
innegable disgregación y desconcentración y su excesiva duración han generado el
fenómeno de la "desaparición" del juez durante el curso del mismo, salvo en lo que
se relaciona con la dictación de las resoluciones. En esta dinámica formal se ha
impuesto la intermediación y la delegación, incluso con el apoyo de expresas
normas legales que así la autorizan, resintiendo de esta manera actividades
procesales tan centrales como la prueba, donde paradójicamente el destinatario es
el juez.
En definitiva, la situación es bastante delicada, por no decir derechamente grave. La
forma escrita no se ha mostrado como una buena compañera cuando se trata de la
actividad de la prueba, y no lo ha sido porque un proceso civil tan escrito como el
que recoge el Código de Procedimientos Civiles apunta en la dirección contraria a la
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que aparece como la más razonable, conveniente y útil tratándose de la actividad
probatoria, la que exige un contacto directo y frontal del juez con las partes y sus
distintos medios de prueba. En un sistema escrito que tiende a la desconcentración
y dispersión de los actos, también de las actuaciones probatorias, la inmediación
judicial en la práctica probatoria suele no tener un correlato efectivo con aquello que
disponen las normas legales.
Digámoslo con toda rotundidad. El hecho de que la actividad probatoria se lleve a
cabo en un escenario procesal tan escrito y desconcentrado ha demostrado ser
fuente de importantes dificultades y, sobre todo, de claro desaliento para el
concurso efectivo de la presencia del juez en la actividad relativa a la práctica de las
pruebas, ello no obstante normas que así expresamente lo exigen.
Con todo, por extraño que pueda resultar, ha sido la propia normativa procesal la
que ha terminado evidenciando la incompatibilidad existente entre un sistema
escrito y la posibilidad de una efectiva inmediación judicial. Por ejemplo, frente a
normas en principio favorecedoras de la inmediación como las contenidas en los
artículos 365 (prueba testimonial) o 388 (absolución de posiciones) se pone a
disposición otras como la norma del artículo 390 COT, claramente legitimante de la
extendida mediación impuesta en la práctica, especialmente perjudicial tratándose
de las pruebas personales, seriamente desperfiladas en su importancia,
actualmente a cargo de los receptores o, en cualquier caso, bajo responsabilidad de
otros funcionarios distintos del juez que actúan como ministros de fe.
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El modelo escrito que tenemos no incentiva la efectiva presencia del juez en la
práctica probatoria. Lo contrario en realidad, el sistema facilita la rápida extensión
de la intermediación, con la consiguiente invisibilidad del juez en esta importante
actividad. Debe existir en nuestros jueces un sentimiento de inutilidad respecto a la
inmediación, motivado por la dispersión y desconcentración existente a propósito de
la práctica de pruebas, empero también por el prolongado y excesivo tiempo que
transcurre desde esta práctica probatoria dispersa y la dictación de la sentencia.
De hecho, por el diseño que impone la estructura escrita y desconcentrada de
nuestro proceso, resulta prácticamente imposible que los jueces puedan dictar la
sentencia con el recuerdo cercano de la prueba rendida (suponiendo que haya
efectivamente asistido a dicha práctica probatoria). Todo transcurre lentamente, en
los tiempos que requiere el proceso escrito, de forma tal que cuando la causa llega
al estado de dictar la sentencia, el juzgador que, prescindiendo de intermediarios, sí
se ha dado el trabajo y tomado el tiempo de presenciar la práctica de las pruebas
habrá debido fallar entretanto ya varios casos de variada complejidad, razón por la
cual la mayoría de las veces habrá olvidado lo que ha presenciado y escuchado
directamente en persona, quedando constreñido a la constancia escrita que figura
en las actas.
A lo anterior debe sumarse otra cortapisa contra la inmediación judicial, cual es que
el sistema existente no impide la sustitución del juez durante la substanciación del
juicio. En tal eventualidad, es uno el juez ante el cual se rinden las pruebas y otro
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aquel que finalmente debe resolver el asunto. Esta posibilidad atenta contra la
inmediación en su sentido estricto que, como se sabe, bien exige que el juez que
resuelva al asunto sea el mismo que haya presenciado la práctica de las pruebas,
única manera, por lo demás, de que la regla procesal no sea vaciada de contenido.
En definitiva, el dominio estructural de la escritura hace surgir en los jueces el
convencimiento de la inutilidad o inoportunidad del contacto directo con los
elementos que componen la causa, especialmente con los medios de prueba, ya
que todos sus resultados deben ser consignados en actas y serán éstas las únicas
que deban utilizarse para pronunciar la decisión. El juez renuncia a presenciar la
práctica de las pruebas, de lo cual se hace cargo un intermediario, tomando
conocimiento de ella posteriormente por la transcripción escrita que dicho
intermediario ha realizado en las actas. Así planteadas las cosas, la delegación, la
mediación, la intermediación y la validación de referencias ajenas surgen como la
alternativa ofrecida desde la práctica, apoyada como vimos en la propia Ley.
Se posterga así la actividad más trascendente del proceso, entregándola a sujetos
intermediarios cuya actuación, por mayor esfuerzo que pongan, genera importantes
defectos en la integridad del convencimiento judicial, especialmente en lo que liga
con las denominadas pruebas personales, dado el alejamiento o el desconocimiento
mismo de la fuente de prueba. Los indudables límites de la transcripción escrita
contenida en las actas levantadas por los intermediarios terminan reflejándose al
momento de la formación de la convicción judicial y de la valoración de las pruebas.
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El juez debe resignarse "escarbando" entre los generalmente numerosos escritos
acumulados en el "sagrado" expediente, donde -añadidas- figuran las actas en las
cuales se recogen las pruebas rendidas ante otros sujetos delegados. En este
lamentable esquema de trabajo el juez chileno acostumbra fallar sólo leyendo el
expediente que se pone a su disposición; de allí que hablemos del paradigma o
modelo de juez lector.
Claramente, la "visibilidad" del juez, esto es, de aquel tercero imparcial llamado a
resolver el conflicto que enfrenta a las partes, se encuentra debilitada bajo el actual
régimen escrito recogido por nuestra Ley procesal civil. Prácticamente el juicio
entero, desde la demanda hasta la sentencia, puede transcurrir en primera instancia
sin que las partes, ni siquiera sus abogados, se enfrenten en ningún momento con el
juez ni éste por consiguiente los vea ni escuche.
Así las cosas, el juez nacional constriñe su actividad prácticamente a la de dictar las
sentencias y resoluciones (de allí que hablemos también del paradigma o modelo de
juez sentenciador), que se convierte en el momento procesal en el cual el juez, tras
la solitaria lectura del expediente, adquiere el conocimiento del proceso y su
concreto objeto. De ordinario se culpa de esta situación al exceso de carga de
trabajo, también a la tradicional pasividad de la Magistratura, pero lo cierto es que el
verdadero culpable de estos problemas debe buscarse en la estructura del sistema
escrito que hace inviable una compaginación real con la inmediación judicial.
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CAPÍTULO III
LA ORALIDAD EN LOS PROCESOS JUDICIALES
1. Oralidad y escritura en los procesos judiciales.
En el proceso mixto, se contemplan una fase de proposición escrita (demanda y
contestación) luego una o dos audiencias (orales) y después con apelaciones
también escritas. En este proceso lo esencial es la comunicación entre el juez y las
partes. Reconociendo que dentro del procedimiento no puede despreciarse un
medio de comunicación tan preciso como la escritura. Lo que se rechaza es el
proceso escrito y secreto, sin la concentración e inmediación que proporciona la
celebración de la audiencia de pruebas y del debate oral.
En todas las épocas se ha pedido una aceleración del proceso con el fin de ahorrar
ese tiempo durante el cual se producen los gastos que demanda el procedimiento.
Según Couture “la justicia lenta no es justicia... la excesiva demora contradice la
esencia de la función jurisdiccional que se ha erigido en principio constitucionalobtener la decisión de la causa en un plazo razonable- pues se considera que la
demora excesiva de la justicia implica la violación de derechos humanos de los
justiciables”. 2
2
Eduardo Couture; Fundamentos de Derecho procesal Civil
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No obstante, en la búsqueda de la justicia rápida no se debe olvidar las debidas
garantías procesales debiendo existir un límite en la supresión o disminución de
trámites, constituidos por aquellos que son imprescindibles para garantizar los
derechos de las partes en juicio.
En general se proclama la garantía del debido proceso legal que requiere que las
partes sean oídas, o sea, que tengan la posibilidad del contradictorio y un plazo
razonable para ofrecer y producir sus pruebas y esgrimir sus defensas.
En la aplicación de soluciones concretas para cada caso debemos tener en cuenta
los principios de aceleración y mantenimiento de las garantías indispensables para
que pueda entenderse que existe el debido proceso legal.
2. Esencia de los principios de la Oralidad.
El proceso oral se entiende en la aplicación de los siguientes principios:
Predominio de la palabra como medida de la expresión contemplada con el uso de
escritos de preparación y documentación. Si se mira sólo el elemento exterior de la
oralidad y de la escritura puede conducir a equívocos en cuanto a la índole del
proceso pues es difícil concebir un proceso escrito que no admita algún grado de
oralidad y un proceso oral que no admita algún grado de escritura.
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El principio de oralidad no puede entenderse como una discusión oral en la
audiencia. Para Chiovenda3, la oralidad, atenuada por los escritos que preparan el
debate, garantiza, por el contrario, una justicia intrínsecamente mejor; la misma
hace al juez partícipe de la causa y le permite dominarla mejor, evitando los
equívocos tan frecuentes en el proceso escrito, en que el juez conoce por lo general
la existencia de un proceso en el momento en que es llamado a decidirlo; la misma
excita el espíritu del magistrado y del abogado y lo hace más sagaz, más rápido,
más penetrante.
El desarrollo del procedimiento civil viene condicionado por la exigencia de mayor
sencillez en los actos procesales dada la naturaleza de las cuestiones que son
objeto de debate en esta jurisdicción, por la necesidad del incremento de la oralidad
en los debates civiles a fin de aumentar la publicidad del proceso, el acceso de las
partes y el impacto social de estos.
Como desventajas al proceso oral se oponen:
a) La falta de actuación escrita provoca que el tribunal de instancia superior
tenga que reproducirlas.
b) La posibilidad de errores u omisiones es mayor por la falta de registro escrito
de las actuaciones.
3
Chiovenda, José. Principios de Derecho Procesal Civil. Instituto Editorial Reus, Madrid, Pág. 257
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c) Otro de los argumentos que se plantea contra el proceso oral es su costo
(que es mucho más caro que el escrito); sin embargo, esto no es exacto pues
no se trata de comparar dos extremos diferentes: un mal sistema escrito con
un régimen oral ideal, en el que se deberían contar con todos los medios y un
sinnúmero de jueces.
Se plantea que este sistema es más propenso a sentencias superficiales y
precipitadas, que es proclive a las sorpresas porque se permite a las partes hasta la
última hora modificar y cambias sus pretensiones; además que requieren un gran
aumento de personal en los órganos jurisdiccionales.
Es cierto que se necesitan más jueces, sin embargo se requieren de menos
funcionarios, menos burocracia, lo que representa un notable avance.
Dentro de las ventajas reconocidas a la oralidad podemos mencionar:
1. Menor formalidad.
2. Mayor rapidez.
3. Propicia la sencillez.
4. Aumenta la publicidad del proceso.
5. Al concentrarse las actuaciones se reducen las notificaciones, citaciones y
otras diligencias.
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6. Permite la relación directa del tribunal y las partes, lo que conduce a
profundizar en cualquier aspecto que suscite duda.
7. El juez se convierte en un verdadero protagonista dentro del proceso.
Mediante el principio de inmediación en la práctica de pruebas permitiéndole
al juez captar con facilidad a quien le asiste la razón en el debate.
8. En la oralidad se suprimen incidentes (que se resuelven, en su mayoría, en
una misma audiencia), hay menos recursos, se logran mucho más acuerdos
y transacciones que eliminan procedimientos.
El principio de la oralidad no excluye la escritura. En el proceso por audiencia la
oralidad se complementa armónicamente con la escritura. Los sistemas procesales
más avanzados tratan de combinarlas, tomando las ventajas que cada sistema
posee. La oralidad es importante en la práctica de pruebas, alegaciones y fallo; sin
embargo, la escritura es útil para preparar la substanciación (demanda y
contestación), todo depende del tipo de proceso de que se trate.
El proceso oral requiere de jueces y abogados de gran capacidad mental,
experiencia y preparación jurídica. La preparación radical del sistema escrito sería
un grave error por las deficiencias ya apuntadas, por ello lo que se trata es de
acoger gradualmente algunos principios del sistema oral como la inmediación,
concentración; distribuyendo el proceso entre actos orales y actos escritos, según
resulte más conveniente para el buen desarrollo del proceso y una eficaz aplicación
de la justicia.
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Actualmente en el proceso penal y en el proceso laboral se viene aplicando el
principio de oralidad como mecanismo para el desarrollo del proceso judicial en
estas materias, denotando una atención más pronta de las pretensiones solicitadas
e investigaciones realizadas con respecto a la comisión de un delito; motivo por el
cual cabe la pregunta, si es posible y razonable integrar este mecanismo dentro del
desarrollo de otros procesos como son los procesos civiles y los procesos
constitucionales.
Tenemos la certeza que sí se puede aplicar como ya se viene aplicando en otras
legislaciones de Latinoamérica, si bien es cierto no tiene amplia aplicación para
todos los procesos judiciales civiles, se podría considerar su aplicación en el caso
de los procesos ejecutivos, procesos sumarísimos, procesos de familia, proceso en
los cuales la etapa postulatoria seria determinante para establecer la procedencia y
aceptabilidad de la pretensión formulada por el litigante de igual modo ocurre con la
parte demandada que en su oportunidad deberá ofrecer los medios probatorios
pertinentes que permitan amparar los extremos sostenidos y formulados en su
defensa técnica, por lo que el desarrollo de los actos procesales se limitaría a la
audiencia de conciliación y la audiencia de juzgamiento y sentencia de ser el caso,
con lo que según los medios probatorios aportados en el proceso y las defensas
orales se lograría alcanzar una justicia más real y plena en el desarrollo de los
procesos civiles.
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Respecto a los procesos constitucionales, aun con mayor razón, si bien la
legislación existente establece plazos cortos para el desarrollo de los procesos
constitucionales; sin embargo la realidad de la articulación de los procesos es otra,
pues en el caso de los procesos de habeas corpus es el único proceso que se
desarrolla rápidamente; pero qué sucede con el proceso de amparo en los cuales se
ventilan la defensa y respeto de los derechos fundamentales de la persona
contenidos en la Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos,
generando una sensación de justicia que no es oportuna y eficiente por lo que el
proceso de amparo debe contener en su desarrollo el principio de oralidad, el mismo
que se estructura se desarrolla en audiencias, lo que debe primero regularse,
estableciendo dos etapas que constituyen:
Audiencia Preliminar: Es uno de los momentos fundamentales, porque es allí
donde se realiza la sustanciación del proceso, en resumen esta etapa tiene cuatro
claras finalidades, a saber, la conciliadora –al inicio y al final del acto-, la
subsanadora de defectos procesales, la delimitadora de las cuestiones litigiosas, y
la probatoria -proponiéndose y admitiéndose las pruebas.
Audiencia de Juicio: Es el elemento central del proceso y consiste en la realización
oral del debate procesal entre las partes, es en esta etapa se incorporan al proceso
las pruebas; y tiene lugar la inmediación efectiva por parte del Juez, quien
atendiendo a diversos grados de esta se impone de los actos del proceso; y esta de
decidir el conflicto en tiempo breve. En resumen se articula una "vista" en la que,
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tras la demanda sucinta escrita del actor, el demandado formula oralmente su
contestación, se procede de igual modo a discutir y resolver los defectos
procesales, a fijar los hechos relevantes en que las partes fundamenten sus
pretensiones, proponer, admitir (o denegar) y practicar toda la prueba, y formular las
conclusiones.
Como puede verse las ventajas y beneficios de la aplicación del mecanismo
procesal o el principio de oralidad en el desarrollo de los procesos civiles y
constitucionales, pues constituye un elemento de calidad de la justicia,
caracterizada por el contacto directo entre el juez y el justiciable, es preciso que se
den unas condiciones objetivas mínimas que deben respetarse.
En primer lugar, debe existir el necesario número de jueces para hacer efectiva la
oralidad, pues ésta exige tiempo para la adecuada dedicación al estudio de las
causas en todos aquellos trámites en los que existe un contacto directo del juez con
las partes.
En segundo lugar, debe haber un cambio de mentalidad, una plena concienciación
de las ventajas de la oralidad, en los diferentes sujetos que deben hacerla efectiva,
esto es, los jueces y los abogados. Éstos son los que hacen vivir al proceso, por lo
que la comodidad que les puede reportar el no cambiar de hábitos puede frustrar la
oralidad.
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Y, finalmente, en tercer lugar, es preciso establecer mecanismos de control y
sanción que permitan disuadir la infracción de la oralidad, como puede ser, por
ejemplo, la grabación de las audiencias o la nulidad de actuaciones cuando se
vulnere la oralidad.
3. Delimitación del Contenido Esencial de la Oralidad.
Para determinar el contenido esencial de la Oralidad, deben establecerse pautas
mínimas de entendimiento sobre dos conceptos básicos:
a) El primero es el concepto de "eficacia procesal":
Sobre el mismo, debe distinguirse del concepto o de la noción de "eficiencia",
muchas veces utilizados como sinónimos, cuando en realidad son términos
diferentes o se hace alusión con ellos a diferentes aspectos del proceso.
La eficacia, siguiendo al profesor Adolfo Alvarado Velloso constituye uno de los
"principios procesales". En efecto, dentro de éstos y entendidos como aquellas
directivas fundamentales que deben ser imprescindiblemente respetadas para
lograr el mínimo de coherencia que supone todo sistema, se ubica la "eficacia de la
serie procedimental".
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Expresa el citado profesor: "para que el proceso pueda funcionar como adecuado
medio de debate es imprescindible que la serie consecuencial que lo instrumenta
sea apta para que en ella se desarrolle armónicamente el diálogo querido por el
legislador. Para que una serie procedimental sea eficaz a este efecto debe estar
constituida por los pasos... de: afirmación, negación, confirmación y evaluación".
Faltando uno de ellos estamos ante un trámite que no puede ser catalogado como
"proceso" y por ende es una serie "ineficaz".
La eficacia de la serie procesal comparte con otros la calidad de principio procesal,
es una de las directivas fundamentales sin las cuales no podemos hablar de
proceso o mejor dicho de "debido proceso". Es uno de los principios procesales
junto con la "igualdad de las partes litigantes", "la imparcialidad del juzgador", la
"transitoriedad de la serie procesal" y la "moralidad en el debate".
La eficiencia, que como se adelantó no es sinónimo de eficacia, no hace a la
esencia del proceso en sí mismo; sino que esta vinculada al resultado que las partes
puedan obtener de ese proceso. En efecto, si se tuvo éxito en lo reclamado se podrá
decir que el proceso utilizado fue "eficiente" para satisfacer el interés de aquel y en
caso contrario, si no obtuvo su satisfacción –sin importar los motivos (ausencia de
prueba; prueba contraria; o frustración del trámite)- el proceso no fue eficiente.
Siguiendo al profesor Alvarado Velloso"para comprender la diferencia que existe
entre ambas categorías, se debe tener presente que para lograr las partes una
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adecuada y efectiva heterocomposición del litigio debatido en el proceso, deben
obrar al mismo tiempo en una doble línea paralela: a) la línea de eficacia, que se
presenta dentro del marco estricto de la pura actividad de procesar; b) la línea de
eficiencia, que tiende a la solución del litigio de tal modo, la línea de eficacia se
relaciona con el desarrollo del proceso, en tanto que la línea de eficiencia lo hace
con la emisión de la sentencia".
En consecuencia, la eficacia procesal hace al concepto de "debido proceso de la
garantía constitucional" y es uno de los principios del Derecho Procesal.
B) El segundo concepto que debe precisar es el de "oralidad":
La oralidad constituye uno de los principios procesales como aquellas directivas
fundamentales y necesarias para la existencia de un proceso, los mismos no
permiten la aplicación de ninguna alternatividad. En efecto, no puede pensarse que
se pueda catalogar como "proceso" o "debido proceso", aquel en donde no se
respeta la igualdad de las partes, en el cual el juez actúa en forma parcial,
dependiente o partial, donde no se tienda a la transitoriedad de la serie procesal y
ésta no sea eficaz y por último, en el cual las partes puedan actuar bajo la forma de
aviesa artería o traición. Es evidente la conclusión a la cual se arriba: donde se
presentan tales particulares circunstancias no estamos ante un proceso.
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Por ello los principios son reducidos a los cinco ya anticipados: la igualdad de la
partes; la imparcialidad del juzgador; la transitoriedad de la serie; la eficacia de la
serie y la moralidad en el debate.
En este entender la esencia del principio de oralidad es de aplicación netamente
procesal viabiliza el desarrollo procesal pretendiendo la aplicación de celeridad,
busca la atención personal del Juez con las partes, su vinculación con los hechos,
las pruebas que le permiten emitir una sentencia en realización y desarrollo conjunto
de todas estas etapas. Al respecto Giuseppe Chiovenda distinguió el valor de la
oralidad en tres hipótesis que son las siguientes:
a) Un proceso en que los hechos son incontrovertidos y no hay que resolver mas
que cuestiones de derecho;
b) un proceso en el que existen hechos controvertidos pero se debe resolver con
fundamentos en una prueba documental y
c) Un proceso en que los hechos son controvertidos y se requieren elementos de
convicción no solo documentales (confesión, declaración de parte, pericial,
testimonial, etc).
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CAPÍTULO IV
ASPECTO GENERALES EN LA ORALIDAD CIVIL
1. La oralidad y la sentencia
La estructura del proceso tiene íntima relación con su resultado final que es la
sentencia. Esta, en su núcleo estará integrada por el par, hecho-derecho, al que
tendrá que abordar el juez desde las presentaciones de las partes y conforme los
elementos de juicio que se hubieran aportado.
Se insiste actualmente en la importancia de que la decisión sea justificada, acorde
con las nuevas exigencias del mundo jurídico. De ello se deduce la importancia de la
interpretación jurídica a cargo del magistrado, que debe dar una respuesta a los
justiciables, en aras de la protección judicial efectiva.
a) Plano fáctico.
De lo que se trata entonces, es la forma por la cual el juez toma conocimiento del
caso. No hay duda que en el plano fáctico, la inmediación garantiza una versión de
primer agua acerca de testimonios y versiones de las partes en juicio.
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En este sentido Cappelletti, sostiene la necesidad de que la sentencia tenga,
“debida cuenta de la verdad, o sea de la realidad”. En ello concuerdan todos los
defensores de la oralidad y aún muchos detractores que ponen el acento en costos,
demoras o problemas de organización. No obstante, la ventaja no termina en este
plano.
b) Plano axiológico.
El contacto con las partes y testigos, humaniza el proceso y permite una mejor
evaluación de los valores en juego. Como dice Cueto Rua “El sentido axiológico del
caso puede ser complejo, porque son posibles numerosas combinaciones de
valores positivos y negativos”. Siempre hay competencia entre los valores que
otorgan sentido al caso pendiente y la inmediación es la mejor herramienta de
acercamiento del juez a la realidad de las partes.
El contacto directo de los protagonistas con el juzgador, les permite explicar y
justificar los hechos, lo que permite dictar una sentencia que realice todos los
valores jurídicos positivos de una manera equilibrada.
c) Plano del conocimiento no jurídico.
En el plano del conocimiento no jurídico, el proceso oral supone el contacto directo
con los peritos y las partes que conocen las modalidades que afectan a los hechos.
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El magistrado tiene entonces la oportunidad de conocer los aspectos oscuros de
aquello que tendrá que resolver. Es el momento de conciliar el leguaje técnico con el
natural propio del mundo jurídico
.
En suma, el proceso oral resulta funcional a la formulación de una sentencia justa y
adecuadamente fundada. Otorga al juez las mejores herramientas para elaborar su
pronunciamiento.
d) La oralidad, el proceso y el juez.
Desde el punto de vista del proceso en sí, el sistema oral otorga una participación
más efectiva del juez, permitiendo un juicio más justo y objetivo, que asegure la
igualdad de las partes. Entiende De la Rua, que la verdadera fórmula para
aproximar la justicia al pueblo, para hacerla más realista, más justa, es a través del
aumento de los poderes de los jueces, de modo que estos puedan suplir las
dificultades de la parte más débil y que el objetivo solo puede encontrar su plena
realización, en el sistema oral.
“Nos enseña CHIOVENDA que la trascendente finalidad de la actividad
jurisdiccional es hacer justicia y para la consecución de ese logro, el juez "no debe
asistir pasivamente en el proceso, para pronunciar al final una sentencia, sino que
debe participar en la lite como fuerza viva y activa".
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El juez del procedimiento oral, no puede encerrarse en su despacho. Da la cara a
los interesados y resuelve frente a la comunidad. Es el verdadero protagonista,
acorde al mandato constitucional, sin intermediarios burocráticos.
Sostiene Guimaraes Ribeiro que vivimos en el mundo de la apariencia, donde la
oralidad “presupone una mayor credibilidad, confianza en la persona del homen–
juez, dado que un proceso predominantemente oral significa aproximar el juez del
hecho, permitiendo un análisis fenomenológico.”
e) La oralidad y las partes.
Para las partes, el sistema oral brinda la oportunidad de ser oídas por quien va a
resolver. El beneficio de la oralidad no es solo para mejor resolver el magistrado,
sino que importa la oportunidad-derecho de que el justiciable sea escuchado por
este. El art. 8-1 de la Convención Americana Sobre Derechos Humanos, dispone
que “toda persona tiene derecho a ser oída...por un juez o tribunal competente”,
comprendiéndose en esta parte los casos civiles.
En el mismo sentido, la Carta De Derechos De Las Personas Ante La Justicia En El
Ámbito Judicial Iberoamericano, dispone que las audiencias “se celebrarán siempre
con presencia de Juez o Tribunal de acuerdo con lo previsto en las leyes”.
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En definitiva, el proceso oral es el único que garantiza a las partes, la efectiva
posibilidad de ser oídas y cumple con la normativa supranacional. Conjuga
adecuadamente el derecho de audiencia condensado en el aforismo anglosajón day
on court (día en la corte).
f) Concentración.
Se invoca a favor del juicio oral, que cuenta con la ventaja de acortar el tiempo para
la práctica de los actos procesales, reduciéndolos a una o pocas oportunidades.
Como se dijo arriba este no es necesariamente un beneficio de la oralidad, aun
cuando se la vincule a la celeridad.
La concentración resulta en realidad un beneficio para todo tipo de proceso y un
requisito de la naturaleza de la oralidad, en tanto el debate debe ser continuado,
bajo el “principio de integridad de la vista”.
Requiere igualmente el dictado de la sentencia, sin dilación y por los mismos jueces
que han recibido la audiencia. En su correcto cumplimiento, garantiza los beneficios
de la inmediación y alienta la obtención de soluciones consensuadas del litigio.
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g) La oralidad y las reformas judiciales.
La decisión de aplicar un sistema oral, aun en su fase mixta que se propone como
juicio por audiencias, debe tener presente la necesidad de nuevos formatos de
organización.
La instauración del proceso oral, no debería ser un proyecto en sí mismo. No es
adecuado considerar aisladamente un nuevo código. El proceso oral debe asumirse
solo como una parte, de un programa de reforma judicial y por ello debe ser
funcional al mismo.
En este punto no caben principios absolutos. Debe insistirse que la oralidad no es el
modelo, sino una herramienta más de la reforma necesaria. Esta debe ser gradual y
modulada, dentro de un proceso que implica aprendizaje para las partes, los
abogados y el tribunal.
Los aspectos presupuestarios o de recursos necesarios para su puesta en marcha y
las implicancias estrictamente procesales, suelen concitar la mayoría de las
discusiones. Se debate la ventaja de tribunales colegiados o monocráticos, cantidad
de audiencias, instancias recursivas etc. y solo en menor medida se tratan las
reformas necesarias de la organización judicial y la capacitación específica que
requiere un sistema oral.
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Lo recomendable resultaría una cartera de proyectos coordinada en distintos
ámbitos, como “el jurídico, el económico, el fortalecimiento institucional o la creación
de nuevas instituciones, la evaluación del impacto en el medio, la incorporación de
tecnologías de información, la formación y capacitación de recursos humanos y,
eventualmente las nuevas relaciones contractuales con el personal.”
h) El paso de un sistema de plazos a uno de agenda.
Con el proceso oral se pasa de los plazos procesales vigentes en la actualidad, a la
administración de una agenda. Esta agenda no es la del juzgado, sino la de los
jueces. El manejo preciso de la agenda, administrada acorde la complejidad de las
causas, carga general del tribunal y posibilidades reales de cumplimiento de las
diligencias, garantiza el aprovechamiento del tiempo que en el proceso oral es vital y
no pertenece al juez, sino a todos los involucrados.
Por el lado de los abogados, el problema es similar. Su presencia resulta
inexcusable y los interrogatorios exigen conocer el caso. Por ello, también se
imposibilita la delegación dentro de los estudios jurídicos.
Tanto jueces como abogados deben aceptar el cambio de las reglas de juego, que
implica entre otras cosas rigurosidad en los horarios. En este punto habrá que
agregar la responsabilidad administrativa de los magistrados que incumplan; y el
decaimiento de derechos para las partes.
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i) Gerenciamiento de los tribunales.
Se requieren algunas soluciones imaginativas, o cuanto menos novedosas para los
actuales operadores jurídicos. Resulta necesario revisar las leyes orgánicas de los
poderes judiciales y toda la reglamentación que responde al modelo burocrático.
Como sostiene Piaggi, “Pocos aspectos gravitan tan a favor de la ineficiencia como
los reglamentos judiciales”.
“La organización innovadora no puede confiar en ninguna forma de estandarización
para la coordinación”. Los reglamentos deben ser abiertos, propender a la
descentralización, poca formalización de los comportamientos y alta especialización
horizontal.
En los tribunales colegiados, resulta necesaria la delegación en los vocales de las
audiencias preparatorias y la firma de los actos judiciales de impulso. La estructura
tradicional de reservar las fases escritas al presidente, provoca recarga en uno de
los magistrados, en una función para la cual todos los integrantes están legitimados
constitucionalmente. Los actos procesales no jurisdiccionales en sentido estricto,
son delegables en el secretario.
Sería igualmente de buen efecto práctico conservar en el legajo solo los actos
relevantes, guardando copias de oficios cédulas y actos solo relevantes durante el
proceso, en un segundo legajo. De esta manera el expediente adquirirá mayor
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claridad a la lectura, asumiéndose igualmente que no se contará con las
declaraciones vertidas oralmente.
El secretario en la audiencia resulta innecesario, agregándole una carga de tiempo
útil para otras tareas que pueden desarrollarse simultáneamente. En ese sentido se
debe tener en cuenta que por medio de grabaciones de las audiencias desaparece
la necesidad de la actividad actuarial.
j) La oficina judicial.
La oficina judicial frente al juicio oral debe ser concebida de forma novedosa. Por
ejemplo, la de un juez norteamericano es de menor tamaño y con una composición
más profesional. El juez está comprometido con la decisión del litigio y muy poco
con la administración del expediente. Los colaboradores, (Law clerks), son
formados por las universidades, con el perfil adecuado para la labor judicial,
conforme indicaciones de los mismos jueces.
La profesionalización de la oficina, va en orden con la eliminación de la delegación
oculta de las actuales estructuras. Es posible entonces, la distribución de tareas con
roles procesales autónomos, reservándose al personal administrativo, solo
funciones de tal carácter.
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CONCLUSIONES
PRIMERA.- La implantación de la oralidad en los procesos civiles y constitucionales
forma parte de la modernización del estado para superar los graves problemas que
se presentan en la resolución de los conflictos dotando a los despachos judiciales
de las modernas tecnologías entre ellas procesador de palabras, reformar como en
el caso nuestro el Código de Procesamiento Civil, para transformarlo en audiencias
donde predomine la Oralidad dejando por escrito la demanda y su contestación, de
esta forma el usuario de la justicia obtendría una pronta y cumplida justicia, sin
necesidad de tener que esperar largos años para obtener respuesta del estado, por
conducto del poder jurisdiccional que mediante una sentencia definitiva se le
resuelva el conflicto de intereses objeto de tutela efectiva de sus derechos, como un
clamor de los pueblos para que se les reivindique sus derechos en la justicia y
obtener la paz social y acabar la violencia, la justicia por mano propia, por el
desprestigio en una recta administración de justicia que corroe a nuestra sociedad.
SEGUNDA.- El instrumento procesal moderno donde prevalezca la oralidad sobre
la escritura, con un compromiso efectivo de todos los intervinientes en el proceso,
cambia automáticamente el rol del juez que entra en contacto directo con las partes
y de esta forma se humaniza la justicia, procurando una efectiva y ágil solución a los
planteamientos, jurídico y social que se van a dilucidar en los estrados judiciales,
obtendremos el ideal para la solución de los problemas, que aquejan a la comunidad
en general, del orden civil , con una pronta y cumplida impartición de justicia a que
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se refiere nuestra Constitución política con la creación del Estado Social de
Derecho.
TERCERA.- Mediante la concentración y la inmediatez, aspectos inherentes a la
oralidad, se pueden aumentar los poderes del juez para buscar la verdad, lograr la
simplicidad y lealtad del contradictorio, la reducción de los formalismos y la
aceleración de los procesos.
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