Las profesiones, el dinero y los impuestos de la Córdoba de 970

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Las profesiones, el dinero y los impuestos de la Córdoba de 970
* Simulación de un viaje por el tiempo realizado por un periodista económico, a través de un programa
de realidad virtual capaz de reproducir el comportamiento pasado de la economía. Incluido en el libro
Momentos estelares de Econolandia
Córdoba, año 970
Hace sólo unas pocas horas que llegué a la ciudad de Córdoba. Me han
trasladado al verano del año 970, es decir en pleno Califato independiente. Como aún
soy novato en este tipo de viajes, mi única misión, por el momento, es observar la vida
económica y social de la ciudad.
Poco a poco me voy acostumbrando a la extraña sensación de ser un personaje
más de una especie de película que se va desarrollando a mi alrededor, pero en que yo
puedo intervenir, decidir a donde voy, con quien hablo o que hago.
Sé bien que soy Larry Newsletter, periodista económico de profesión y estoy
visitando unas instalaciones en Mil Islas, Canadá, durante el verano del 2013. Pero mi
papel en la película en que estoy inmerso, es el de un escribiente mozárabe en pleno
califato omeya de Córdoba.
Antes de partir para el viaje, mis tutores en WIC-Education (World Intelegent
Center: instalación educativa diseñada para proporcionar una formación de alto nivel a
los futuros líderes mundiales de los más diversos ámbitos: políticos, hombres y mujeres
de empresa, promotores de ONG’s, miembros selectos de las diferentes Iglesias,...) me
proporcionaron vestido y dinero de la época, sustituyeron mis gafas habituales por unas
lentillas especiales y me incrustaron en distintos puntos de mi cuerpo unos sensores que,
según me dijeron, servían de “inter-fase” entre mis movimientos y el módulo IRP
(Interactive Resolution Packages: una especie de juegos en que el espectador se
introduce en la propia acción y puede interactuar con otros participantes o con
personajes del propio juego), una especie de película que te envuelve por todas partes y
cuyo argumento va desarrollándose en respuesta a tu propia actuación.
Para preparar mi viaje me habían proporcionado unas nociones básicas de
historia. Entre tantas fechas y nombres sólo recuerdo las que me parecieron más
necesarias para entender la vida en esa época.
La Córdoba del 970 forma parte del imperio árabe que va formándose, a partir
del siglo VII, por la progresiva invasión de las tribus de la actual Arabia Saudita a las
regiones vecinas. Primero Siria, Palestina y el anterior imperio persa, que se extendía
por Mesopotamia (Irak, Irán) y llegaba por el este hasta la India. Posteriormente Egipto,
todo el norte de África y casi toda la península ibérica. Como la cronología musulmana
tiene su año cero en el 622 de la cronología cristiana, en el momento de la huida del
profeta Mahoma de la Meca a Medina (la “hégira”), yo me encontraba, para los árabes,
en la Córdoba del 348, según sus cuentas.
Durante esos tres siglos y medio se habían producido muchos cambios en el
imperio árabe. A los 40 años de su cronología, la expansión geográfica está liderada por
los califas de la dinastía omeya que fijan su capital en Damasco. Antes de un siglo (en el
711 de nuestro calendario) tienen ya bajo su dominio la mayor parte del reino visigodo
de España. Pero pocos años más tarde la dinastía omeya es sustituida violentamente por
la abasí y la sede del califa se traslada de Damasco a Bagdad. La nueva corte, sedienta
de poder y placeres, quedará reflejada en los Cuentos de las Mil y Una Noches. Un
miembro de la familia real omeya, Abderrahman I, se traslada a la España musulmana y
asienta allí su poder.
Cuarenta y cinco años más tarde de la entrada de los árabes en España, los
omeyas que gobiernan la península ibérica (al-Andalus), se declaran independientes del
califato de Damasco. Han de transcurrir más de 170 años para que los emires
independientes de al-Andalus se atrevan a proclamarse califas y jefes de los creyentes.
Esto ocurre ya sólo cuarenta años antes de mi viaje a Córdoba, capital del
Califato, con Abderrahman III (o Abd al-Rahman). Ahora, en el 970 de nuestra era,
hace ya nueve años que le ha sucedido su hijo al-Hakam o Alhaquen.
Según me han dicho, se trata de un hombre culto, amante de las ciencias y las
letras que llegó al poder en plena madurez y ahora tiene 55 años. Vive en su complejo
palaciego de Medina Azahara, a pocos kilómetros de la ciudad. Por cierto, que me hará
ilusión visitarlo ahora, ya que he recorrido sus ruinas en mi propia época.
A pesar de que me habían avisado que la Córdoba del 970 era una gran ciudad
para la época, me ha sorprendido su tamaño y esplendor.
Parece ser que por entonces la población de toda Europa no llegaba a los 40
millones. Unos 10 millones en Rusia y Europa Oriental, 12 en Europa Central y
Occidental (particularmente en Francia) y 18 millones en Europa Meridional, de los que
aproximadamente cinco (incluso hasta siete millones, según algunos) residían en la
Península Ibérica.
No podía imaginarme que de esos cinco, del orden de medio millón, según los
historiadores árabes y al menos 100.000 según los occidentales más conservadores,
viviesen en Córdoba capital, posiblemente por encima de su población futura a
principios del siglo XXI.
Para la Europa de la época, era inconcebible una ciudad que superase los
100.000 habitantes. Recuerdo, de mis lecturas, que tres siglos más tarde, hacia el año
1.300, aún sólo nueve ciudades superaban los 50.000 habitantes, cuarenta los 20.000 y
unas ochenta ciudades estaban por encima de los 10.000 habitantes, lo que hoy día se
considera un tamaño de referencia para un pueblo de cierta importancia.
Aunque no voy a entretenerme en contrastar estos recuentos, parece que en la
Córdoba que me toca visitar hay más de 100.000 viviendas, 700 mezquitas, 300 baños
públicos, 70 bibliotecas y hasta 80.000 comercios. Incluso parece que los cristianos no
conversos al Islam, los mozárabes, disponemos de más de diez iglesias en el barrio
cristiano.
Sin embargo, no soy capaz de diferenciar por el vestir o el hablar a árabes, judíos
o mozárabes. La ropa es similar, la lengua hablada por todos es el árabe. Me habían
advertido, al preparar el viaje, que en al-Andalus sólo uno de cada cien habitantes es
árabe de origen y no llegan al 10 por ciento junto con los musulmanes no árabes (los
llamados beréberes, procedentes del Norte de África). El resto son antiguos cristianos
visigodos convertidos al Islam (muladíes) o que mantienen sus creencias aunque se
consideran “arabizados” (mozárabes), así como judíos y algunos habitantes exóticos
provenientes de tierras lejanas, aparte de un número reducido de esclavos de diferentes
razas y procedencias.
Por cierto, los árabes de Córdoba eran suníes (o sunitas), entonces considerados
como los más moderados (frente a los shiíes o chiítas), aunque después hayan sido los
herederos del movimiento liderado por Bin Laden.
Los mozárabes, como yo, hablábamos romance además del árabe y, los más
cultos, también latín o griego.
Personalmente no tendría ningún problema, ya que en el WIC me habían
instalado (en unos diminutos alfileres clavados en el lóbulo de la oreja y en el labio) un
complejo sistema de traducción automática a todos los idiomas con que pudiera
encontrarme. Me hablaban en árabe y yo lo oía en mi propia lengua; hablaba en inglés y
mis palabras se oían en árabe.
Diseño urbano y actividad económica
No era difícil orientarse en la ciudad. La parte central, amurallada, con cuatro
kilómetros de perímetro en un cuadrado ligeramente más largo en la orientación de
Norte a Sur, era la Medina.
Por el centro de esa almendra urbana discurre una calle que a poco del final,
hacia el sur y tras superar la alcazaba (sede de la guarnición militar), se bifurca para ir al
oeste camino del barrio judío y al este hacia los zocos. De frente, más hacia el sur y ya
en terrenos cercanos al Guadalquivir, la Mezquita Mayor y el Alcázar o palacio real con
sus jardines.
Al este de la Medina, ya fuera de las murallas, el amplio barrio mozárabe,
delimitado al norte por la antigua vía romana Augusta, camino hacia Toledo. Alrededor
del resto del perímetro amurallado, algunos otros barrios y, al norte diversas «munyas»,
residencias campestres con huertos y jardines. Envolviendo a todas estas zonas, un foso
defensivo, más allá del cual se encontraban las tierras del otro lado del río con su fértil
vega y, al oeste, a unos 10 Km., la ciudad del califa, Medina al-Zahra. Una obra de alto
lujo, realizada por Abderrahman III, cuya construcción dicen que duró 25 años, dio
trabajo a dos mil obreros y utilizó más de mil bestias de carga para el traslado de
materiales. Cuando llegué a Córdoba, hacia menos de diez años que se había terminado
en su totalidad. Vamos, un palacio e instalaciones anejas propios de los cuentos de “Las
mil y una noches”.
Callejeando por la Medina de Córdoba se encuentran calles enteras dedicadas a
algún oficio o comercio. Pasé por la calle de los libreros y por la de los perfumistas.
Desemboqué en una plaza llena de tenderetes repletos de hortalizas, pescados secos,
hierbas y especias. Predominaban las vías públicas estrechas, los callejones sin salida,
con viviendas sin ventanas ni fachadas principales, siguiendo la concepción intimista de
una arquitectura orientada hacia el interior, hacia la privacidad. Bordeando las murallas,
cuidados parques con el riego automático de la época (complejas conducciones de agua
desde la sierra).
Fuera ya de las murallas, algunos de los oficios más sucios, como los tintoreros
o los húmedos y malolientes túneles de los curtidores. A lo largo del río Guadalquivir,
amplio y navegable, molinos de agua y una fértil vega que era el orgullo de la zona.
Riegos a base de norias y una amplia red de acequias, garantizaban una agricultura
floreciente, a la que colaboraba la rotación de cultivos, el sistema de abonos, la
generalización del arado romano con collar de tiro para caballos, y la introducción de
nuevas especies de cultivo, como la naranja y la caña de azúcar.
La producción cordobesa de aceite, higos, pasas, almendras, lino o azafrán era
conocida en otros países con los que el intercambio comercial era frecuente, como el
Norte de África, el Oriente Islámico o el propio Bizancio. Como productos de
importación, refinados perfumes, piedras preciosas y sofisticados vestidos o lujosas
alfombras.
Además, el Califato explotaba minas (“al-ma´din”) de hierro, plomo, cobre,
azufre, plata y mercurio. Elaboraba acero y hojalata. Trabajaba la madera de sus
bosques con una desarrollada industria local de cucharas, tenedores, platos y otros
recipientes. Desarrollaban una productiva industria textil y del pergamino. Por cierto, el
pergamino era monopolio del Estado y se elaboraba a partir de piel de oveja, el más
común, o de ciervo y gacela. Precisamente el año de mi viaje 970 se inicia la fabricación
de papel a partir de una pasta de lino y cáñamo, macerada en agua de sal, pasada por un
molino papelero y con cola de almidón para el dar apresto a la pasta. Játiva será pronto
el primer centro papelero de Europa.
Según pude enterarme, los campesinos vendían directamente sus productos en
las tiendas de los zocos de la ciudad, en los mercados rurales que se celebraban
extramuros un día a la semana, indirectamente a través de buhoneros y tratantes o
mediante subasta en alhóndigas, particularmente para el comercio de granos.
De mano en mano corrían las monedas habituales: el dinar de oro, el dirhem de
plata (veinte por un dinar) y el felús de cobre. Muchas de estas monedas estaban
fabricadas en la ceca de Medina Azahra. Me entretuve en observar su diseño: sólo
algunas figuras geométricas, curvas suaves y versículos coránicos, con nuevos adornos
en el círculo externo.
Dinero en monedas de oro y plata
Me habían proporcionado, por si quería hacer alguna compra durante mi estancia
en la Córdoba del califato, una bolsa con cinco dinares de oro, veinte dirhems de plata y
algunas monedas de cobre. No quise entonces demostrar mi ignorancia preguntando
cuanto podrían valer, pero algo había indagado por mi cuenta antes de emprender el
viaje.
Por mis lecturas y conversaciones, en particular con un profesor de economía
con el que me unía una vieja amistad, Juan Macro, sabía algo sobre la evolución del
dinero. Ya griegos, cartagineses y romanos utilizaban monedas de oro, plata o bronce.
Con la ayuda de un libro de consulta de los que tenía en mi habitación, había encontrado
que, el dracma griego, el denario romano o el siclo cartaginés eran de plata. El aureo
romano, naturalmente de oro, equivalía a 25 denarios de plata o 100 sestercios en
bronce, en tiempos de Augusto. Después vino el «solidus aureus» desde tiempos de
Constantino, que fue heredado por los visigodos hacia finales del siglo IV con el tremís
o treinte, también de oro, y equivalente a un tercio de solidus.
Según iba repasando estas monedas, me fui dando cuenta que una forma inicial
de conocer su valor en aquellos tiempos era atender al peso del metal que contenían.
¡Claro: un solidus aureus de 3,39 gramos de oro debía equivaler a tres tremís de 1,13
gramos!. Si un aureo romano de 7,28 gramos de oro, equivalía a 25 denarios de plata de
3,90 gramos, es que la relación de valor del oro a la plata (la llamada «relación
bimetálica») era, aproximadamente, de 13 a 1, sin considerar la pureza relativa de los
metales.
El hecho importante es que, en estas primeras fases de utilización del dinero,
sólo se disponía de monedas que, prácticamente, se admitían como mercancía de
cambio por su estricto valor en metal precioso. En realidad, siempre existían algunas
alteraciones por el grado de pureza (p. ej. hasta el máximo de 24 quilates en el oro),
pérdidas de peso (p. ej. limaduras) o gastos de acuñación. Pero el valor nominal, el que
le asignaba el gobierno de turno, era muy similar al valor intrínseco del metal que
contenía, al menos en las monedas de oro y plata. En la reforma realizada por el califa
Abd al-Malik en el año 696, se establece un dinar de oro de 4,25 gramos y un dirhem de
plata de 2,97 gramos, con una relación entre metales de 1 a 14. En aquel momento, por
tanto, 20 dirhems equivalían a un dinar aproximadamente (la relación real dependía de
la pureza de los metales, que en el caso del oro se fijó en el 87%).
Empecé a echar mis propias cuentas sobre el valor de dinares y dirhems. En
moneda actual, el gramo de oro está en unos 10-12 euros. Un dinar de oro, pesaba unos
4 gramos por lo que, al precio de hoy día, supondría unos 50 euros. Un dirhem de plata
equivaldría, pues, a dos euros y medio según la relación 1 a 14 de aquellos tiempos
entre oro y plata (hoy día esta relación sería muy superior: del orden de 1 a 60). Los
felús de cobre (60 por dirhem) serían similares a nuestros céntimos de euro.
Desgraciadamente, no conocía como había evolucionado el precio del oro desde
aquella época, aunque tampoco me serviría de mucho, ya que todo dependía del nivel de
precios. Buscando en libros de la época encontré algunas referencias útiles: una familia
con unos cuantos cientos de dinares de oro como patrimonio se consideraba rica. Un
burro podía comprarse por unos 60 dinares y alquilar un mulo para obras salía a unos 3
dinares por mes. Los puestos de confianza del Califato podían retribuirse con 15 a 30
dinares por mes. Almanzor, en su época de tutor-procurador de los bienes de la reina,
cobraba 15 y el jefe de mercado o zabazoque alcanzaba los 30 dinares al mes. Es decir,
el sueldo mensual de un funcionario de alto nivel podría alcanzar unos 1.000-1.500
euros al precio actual del oro. El trabajo de un niño como aprendiz inicial podría
remunerarse con uno o dos dirhems de plata por semana. Un impuesto de carácter
general podría alcanzar unos pocos dinares por familia y año.
Como comparación, una familia romana de tres miembros se estima que tenía un
gasto medio de unos 6 sestercios diarios, es decir 2.160 al año, algo más de 20 aureos,
que tenían sensiblemente más peso en oro que el dinar del califato. De aplicar una regla
similar para la vida en Córdoba, se alcanzaría un gasto equivalente a los 35 dinares de
oro por familia y año, es decir unos 3 al mes, apenas 150 euros según su valor en oro,
aunque su capacidad de compra sería superior para los precios de la cesta de la compra
de la época.
Desde luego, lo habitual era conservar las monedas de oro como tesoro familiar
o para transacciones internacionales, utilizar monedas de plata para ciertos pagos y dejar
las de cobre o bronce para las compras habituales, cuando no existía un trueque directo
de mercancías.
En todo caso, con los poco más de 6 dinares de oro que había en mi bolsa podía
vivir una familia cordobesa durante dos meses. Ya empezaba yo a tener alguna
sensibilidad al valor de dinares y dirhems.
Estado, impuestos y gasto público
En las pocas horas que llevaba en la Edad Media, me había dado cuenta de que
la forma más directa de entender la economía y la sociedad de la época era combinar
una atenta observación, con la búsqueda de respuestas a algunas cuestiones de especial
relevancia.
Por observación directa había comprobado que la economía de al-Ándalus era
predominantemente agropecuaria, aunque con un componente urbano considerable y
una incipiente organización por gremios artesanales y de comerciantes. El trueque de
productos, principalmente en el campo, y la utilización de moneda basada en su valor
metálico, constituían la esencia del sistema de intercambio. Existía un comercio
internacional geográficamente disperso pero muy concentrado en productos. Aquellos
de alto valor añadido solían proceder de oriente y los productos primarios eran la
principal partida exportadora de al-Ándalus.
Para profundizar algo más en la economía de la época y volver al WIC (World
Intelegent Center) con ciertas garantías de éxito, intenté buscar respuesta a dos
cuestiones relacionadas entre sí. Primera, ¿existía algún tipo de pensamiento económico
en aquél momento?. Segunda, ¿había una política económica por parte del gobierno?.
A la primera pregunta, mi contestación inicial fue negativa. No había, que yo
supiera, ningún pensador económico. La ciencia árabe era conocida en el mundo entero,
pero en la preparación del viaje había hojeado una historia general de las ciencias y sólo
encontré múltiples referencias de filósofos, matemáticos, físicos, geógrafos,
astrónomos, médicos, alquimistas y agrónomos. La verdad es que más tarde
comprobaría que esta primera conclusión era parcialmente incorrecta.
Para responder a la segunda pregunta, pensé que sería oportuno acercarme a la
auténtica sede del Gobierno: la ciudad califal de Medina Azahra.
Salí de la Medina por la puerta occidental más al norte, la de Bab Amir, y
siguiendo la antigua calzada romana de la vía Augusta en esa dirección, en poco más de
dos horas estaba en la enorme cola que se extendía por la explanada de entrada.
Mientras esperaba, los invitados especiales entraban en carrozas o caballos con lujosos
ropajes y, en algunos casos, una amplia comitiva con presentes para el califa Alhaquen.
Dado que la edificación de esta sede del gobierno de todo el califato se
localizaba en la falda de una montaña, el desnivel del terreno se aprovechó para repartir
las distintas dependencias en terrazas escalonadas.
En la superior estaban los palacios del califa y su corte, con un pórtico desde el
que se presenciaban las paradas militares. Sin embargo, el califa Alhaquen más que un
soberano militarista como su padre, era un amante del saber y, según me dijeron,
concentraba en el Alcazar una de las mayores bibliotecas del mundo en aquella época,
con unos 400.000 volúmenes.
Nada extraño, si se tiene en cuenta que Córdoba era entonces un centro mundial
del saber, que competía sólo con unas pocas ciudades elegidas del mundo como
Bagdad, Damasco, El Cairo o Samarcanda. Se decía que el cadí y visir (juez y ministro
de aquél gobierno), Ibn Futais, tenía una biblioteca tan extensa como para ser atendida
por seis escribientes. Años más tarde fue vendida por su nieto en 40.000 dinares.
La segunda terraza de Azahra incluía jardines con grandes jaulas de aves
exóticas y diversos salones de recepción en que se mezclaban mármoles, marfil, ébano,
oro y plata. Incluso, había un estanque lleno de mercurio que era la admiración de los
visitantes.
En la tercera terraza se encontraba la mezquita y el resto de edificaciones. En
total un recinto amurallado de más de 1.000 hectáreas (como 1.000 campos de fútbol,
juntos), lleno de jardines, plataformas y edificios con varios miles de columnas y
puertas según los cálculos de expertos. Se calcula que el coste total de las instalaciones
pudo suponer unos 300.000 dinares por cada uno de los veinticinco años que duró la
obra.
Lo primero en que pensé al ver tal derroche de instalaciones (y por tanto de
personal a su servicio) es cómo se conseguiría el dinero necesario para su financiación.
Rápidamente me enteré que había un Ministro de Hacienda, en la denominación
de nuestro tiempo, un visir de impuestos y administración del tesoro. El califa delegaba
la administración de asuntos de gobierno en un primer ministro o visir principal (hayib)
que además organizaba las audiencias del califa. Los otros visires se encargaban de las
distintas áreas de la época. Aparte de la hacienda, los visires más poderosos eran los del
ejército y justicia. De este último dependían los cadíes que, asistidos por diversos
funcionarios, resolvían los conflictos en las distintas ciudades de Al-Ándalus. Además
de los visires, en la administración cordobesa tenían una elevada influencia los alfaquies
o consejeros.
La legislación emanaba directamente del califa a través de una especie de
secretaría de estado, que se encargaba de la redacción de los documentos,
correspondencia y disposiciones oficiales.
Los ingresos de esa potente administración provenían de sus propiedades, de
confiscación, minas y, sobre todo, de múltiples impuestos y tasas.
Aparte del diezmo de los creyentes, el azaque, que iba directamente a las
mezquitas, existía una contribución censal por la tierra y un impuesto de capitación
(yizya) que afectaba a varones adultos y libres, que continuaban con sus creencias
cristianas o judías (de 1 a 4 dinares de oro por persona). Por eso a los mozárabes y
judíos se les conocía también como dimmíes o protegidos mediante tributos.
Adicionalmente existían diversas tasas, en particular sobre el funcionamiento de
los zocos o el comercio internacional. La qabala o alcábala gravaba toda transacción en
los distintos zocos, mientras los inspectores del fisco (musrif) aplicaban las tasas de
entrada y salida de productos en las ciudades y los responsables de la correcta
utilización de pesos y medidas (muhtasib), imponían las multas a los incumplidores.
Como se ve, toda una organización dispuesta a recaudar lo suficiente para cubrir una
administración pública amplia y, en algunos aspectos, despilfarradora. Algunos cálculos
apuntan a un presupuesto anual de ingresos públicos para todo el Califato superior a los
seis millones anuales de dinares.
En todo caso, mi impresión es que, para el desarrollo de la época, Córdoba era
un lugar de privilegio y que el califa Alhaquen era un monarca tolerante y preocupado
por el bienestar de su reino, al menos para los estándares de aquellos tiempos.
Posiblemente muy distinto sería el juicio de los reyes cristianos de entonces y de
los siglos inmediatamente venideros, ya en plena Reconquista. Así, el infante Don Juan
Manuel, sobrino de Alfonso X el Sabio, escribiría en 1335 en su libro El conde Lucanor
que “en Córdoba hobo un rey que había nombre Alhaquim ... e este rey non se trabajaba
en facer otra cosa honrada nin de grand fama, sinon de comer e folgar e estar en su casa
vicioso”. ¿Será un ejemplo más de la historia contada por los vencedores?.
Antonio Pulido, Momentos estelares de Econolandia
Para más detalle:
Cronología de Al-Ándalus (756-1031)
Algunos personajes célebres coetáneos en 970
Selección de acontecimientos hacia 970 en Córdoba
Glosario elemental del mundo árabe
La Hacienda del Califato de Córdoba
Córdoba en el siglo X
La aglomeración urbana cordobesa en el siglo X
La península ibérica hacia el 970
Cronología de al-Ándalus (756-1031)
Emirato Omeya de Córdoba (756-929)
Abd-al-Rahman I (756-788)
Hisham I (788-796)
Al-Hakem I (796-822)
Abd-al-Rahman II (822-852)
Mamad I (852-886)
Al-Mundhir (886-888)
Abd Allah (888-912)
Califato Omeya de Córdoba (929-1030)
Abd-al-Rahman III, al-Nasir (912-961)
(califa de Al-Ándalus desde el 929)
Al Hakem II, al-Mustansir (961-976)
Hisham II, al-Muayyad (1ª vez) (976-1009)
(dictadura de Almanzor: 976-1002)
Mamad II, al-Mahdi (1009)
Sulayman, al-Muastain (1ª vez) (1009-1010)
Mamad II, al-Mahdi (2ª vez) (1010)
Hisham II, al-Muayyad (2ª vez) (1010-1013)
Alí ben Hammud, al-Nasir (1016-1018)
Abd al-Rahman IV, al-Murtada (1018)
Al-Qasim al-Mamun (1ª vez) (1018-1021)
Yahya ben Alí ben Hammud al-Mutalí (1ª vez) (1021-1023)
Al-qasim, al-Mamun (2ª vez) (1023)
Abd al-Rahman V, al-Mustazhir (1023-1024)
Mamad III, al-Mustakfi (1024-1025)
Yahya ben Alí ben Hammud, al-Mutalí (2ª vez) (1025-1027)
Hisham III, al-Mutadd (1027-1031)
Disolución del Califato de Córdoba (1031)
Fuente: J. López-Davalillo (2001), Atlas histórico de Europa
Algunos personajes célebres coetáneos en 970
Gobernantes
Al Haken II (Al-Ándalus)
Ramiro III (Reino de León)
Fernán González (Condado de Castilla)
García Sánchez I (Reino de Navarra)
Borrell II (Condado de Barcelona)
Otón I, el Grande (Sacro Imperio Germánico)
Juan I Tzimiskés (Imperio Bizantino)
Boris II (Imperio Búlgaro)
Al-Muizz (África del Norte Musulmana)
Lotario II (Reino de Francia)
Edgardo el Pacífico (Reino de Inglaterra)
Haroldo II Grafell (Noruega)
Sviatoslav Igorevitch (Principado de Kiev)
Juan XIII (Papa, durante 965-972)
Selección de acontecimientos hacia 970 en Córdoba
697 El califa Abd al-Malik reforma el sistema monetario árabe que se basa en el dinar
de oro (4,25 gramos, heredero del “denarius aureus bizantino) y en el dirham de
plata (2,97 gr). La relación oro/plata fue fijada en 1/14 cuando en Europa
Occidental estaba en 1/12.
711 Dominio árabe sobre la mayor parte del reino visigodo de España.
785 Se inicia la construcción de la Mezquita principal de Córdoba, en tiempos de
Abderrahman I. Sucesivas ampliaciones posteriores de Abderrahman II y III,
Alhaquen II y Almanzor.
929 El emir de Córdoba Abderrahman III se proclama califa (rey y jefe de los
creyentes).
936 Se inicia la construcción de la ciudad califal de Medina Azahara, en tiempos de
Abderrahman III, cuyas obras duraron 25 años, aparte de reformas importantes en
la época de Alhaquen II.
961 Alhaquen II sucede como califa a su padre Abderrahman III.
976 Hixem II sucede con 12 años a su padre Alhaquen II, formando el poder efectivo su
primer ministro Almanzor desde 978.
977 En una de sus campañas contra los reinos cristianos, Almanzor destruye el templo
de Santiago de Compostela, lugar ya entonces de peregrinación de la cristiandad.
985 Barcelona es saqueada por Almanzor.
1002 Derrota definitiva (y muerte) de Almanzor en Calatañazor frente a la alianza de los
reinos cristianos del norte.
1013 Los bereberes rebeldes conquistan y saquean Córdoba, cuyo reino ya está
fragmentándose progresivamente desde la muerte de Almanzor.
1035 Abolición del Califato de Córdoba y fragmentación en los reinos de taifas.
Glosario elemental del mundo árabe
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ABASÍES. Pertenecientes a la dinastía que gobernó el califato árabe de 750 a
1258.
ALI. Primo y yerno de Mahoma asesinado en 661 tras haber ocupado el cargo de
califa durante algunos años.
AYATOLÁ. Líder de la rama chiíta.
CALIFA. En los primeros siglos de la dinastía abasí, líder político-religioso del
Islam. El califato es el territorio gobernado por él.
CHIÍTA. Rama del Islam que considera únicos califas legítimos a los
descendientes de Alí. Hoy, son mayoritarios en Irán.
FATIMÍES. Pertenecientes a la dinastía que gobernó en Túnez (desde principios
del siglo X) y en Egipto (969-1171), de religión chiíta.
KURDOS. Sus orígenes son inciertos. Se sabe que ya habitaban en Kurdistán
(región de límites imprecisos que abarca el norte de Irán e Irak y parte de
Turquía) hace mil años. Son mayoritariamente sunitas.
NESTORIANOS. Seguidores de Nestorio (c 380-451), defensor de una doctrina
religiosa considerada herética por la iglesia católica.
OMEYA. Dinastía que gobernó el califato árabe de 661 a 749. Uno de sus
descendientes creó el califato de Córdoba en Al-Ándalus, independiente del
Bagdad abasí.
OTOMANOS. Pueblo de origen turco que se estableció en Anatolia a partir del
siglo XIII.
PERSAS. Habitantes de Persia (actual Irán).
SASÁNIDA. Dinastía persa que gobernó el imperio homónimo entre los años
224 y 651. Fue derrocada por la invasión árabe.
SULTÁN. A partir de los silyuquíes, título personal del soberano. Es el de
mayor importancia después del de califa.
SUNITAS. Rama mayoritaria del Islam. Al contrario que los chiítas, admiten la
legitimidad de los califas omeyas y abasíes.
ZOROASTRAS. Miembros del zoroastrismo, o mazdeísmo, religión del antiguo
Irán fundada por Zaratustra en el siglo VII a. C.
Fuente: Historia y Vida, Mayo 2003, pág 52
La Hacienda del Califato de Córdoba
(ingresos en dinares en el año 936)
Impuestos ordinarios.................................................5.480.000
Deudas de transacciones
en mercados y rentas de patrimonio.............................765.000
Derechos por acuñación de
la moneda (2,5% s/8.000.000)......................................200.000
(+1/5 de botín de guerra)
Fuente: Joaquín Vallvé, Abderraman III, Abril 2003, pág 110
Córdoba en el siglo X
La aglomeración urbana cordobesa en el siglo X
La península ibérica hacia el 970
Antonio Pulido, Momentos estelares de Econolandia
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