1 EL OTRO PRÓDIGO: EL HERMANO MAYOR. (Lucas 15:25

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EL OTRO PRÓDIGO: EL HERMANO MAYOR.
(Lucas 15:25-32)
INTRODUCCIÓN.El domingo pasado se nos hablo del hijo pródigo. De aquel que haciendo lo que le vino en gana
fundió la herencia, que le exigió al padre, y terminó, como recordaréis, muy perdido, entre
aquellos cerdos.
Hay mucha gente así, muy inconsciente de adonde le llevan sus decisiones de hoy. Creen que
porque viviendo a su bola, y fuera de los propósitos de Dios, lo pasen más o menos divertido,
hoy, no van a tener ninguna consecuencia negativa, dentro de muy poco. Y se equivocan,
porque sí la tendrán.
Algunos, como en el caso de la parábola, vuelven en sí y retornan al Señor. Pero la insensatez
de otros les dura toda la vida. Y les hace ir de mal en peor a lo largo de los años. La sociedad,
los hospitales, las cárceles y las residencias o asilos están llenos de personas que han ido cada
vez peor como consecuencia de una vida repleta de decisiones al margen de Dios. Cada acción,
cada decisión, que tomamos hoy, tiene consecuencias para el mañana. Y no importa si lo
creemos o no lo creemos, tiene sus consecuencias de todas maneras.
Así que, la parábola del hijo pródigo debería ser un aviso, para jóvenes, y para los que ya no lo
somos también. Así como algunos pretenden ver el futuro, en las líneas de las manos o en una
bola de cristal, esta parábola nos muestra también el futuro de cada uno de nosotros. Solo que
aquí lo vemos contado por el mismo Hijo de Dios, quien todo lo conoce y nos lo muestra para
nuestro bien.
Pero no toca hoy hablar del hijo joven de la parábola, salvo este resumen; sino del mayor. El
hijo joven representa la irreligiosidad, es decir, aquellos quienes deciden por sí mismo lo que
está bien o mal, sin tener en cuenta para nada lo que Dios dice. El hijo mayor, en cambio,
representa la religiosidad. Es decir, aquellos que piensan que van a cumplir lo que Dios manda,
todo lo mejor que puedan, y como además Dios es bondadoso, me dará todo lo mejor para
esta vida y para la venidera.
La parábola debería llamarse de los dos hijos pródigos. Uno se había ido lejos del padre; pero
el otro, aunque físicamente estaba allí, no tenía tampoco contacto verdadero con el padre. El
que estaba aparentemente más perdido, volvió y entró a una verdadera relación con el padre;
en cambio el que estuvo allí siempre, realmente no la tuvo. Y la parábola termina sin que el
hijo mayor llegue a tener esa verdadera relación con el Padre.
I.- CARACTERÍSTICAS DEL HIJO MAYOR.
1. Cómo lo verían otros.
Aparentemente, externamente, estupendo: trabajador, formal, bastante responsable –venía
del campo de ocuparse en las labores agrarias– (v.25) Cualquiera que lo viera pensaría de él
que era un tío formal, alguien en quien se podía confiar. Si su padre hubiera sido alguien que
lo único que le importara fuese lo externo, lo que se ve, hubiera estado encantado con él. Se
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ocupa del trabajo, buen estudiante, llega temprano a su casa, no va mucho a las discotecas, en
fin estupendo.
2. Cómo se veía él a sí mismo.
Veamos el v. 29 “Pero respondiendo él, le dijo al padre: "Mira, por tantos años te he servido y
nunca he desobedecido ninguna orden tuya, y sin embargo, nunca me has dado un cabrito para
regocijarme con mis amigos” (LBLA) Vemos que él tiene una gran conciencia de todas las cosas
que hace sirviendo a su padre. Es muy consciente de que lleva ‘muchos años’ sirviendo al
Padre (quizá no lleve una contabilidad pero recuerda muy bien cada año que lleva sirviendo a
su padre)
Otra cosa de la que es muy consciente es que ‘nunca ha desobedecido ninguna orden suya’. Es
decir, tiene poca o ninguna conciencia de que haya hecho nada mal. Se ve así mismo con
muchos méritos, porque su conciencia es que ha hecho todo bastante bien con su padre. Si se
hubiera examinado mejor, habría visto que el primer deseo del Padre era que sus hijos
participaran de Él y de sus bienes.
En cambio, tiene una idea muy clara en cuanto a que su hermano menor lo ha hecho muy mal;
por supuesto mucho peor que él. Sabe que el pequeño ha fundido la herencia exigida a su
padre, y todo ello mediante una conducta inmoral y licenciosa. En v. 30 le dice: “pero cuando
vino este hijo tuyo, que ha consumido tus bienes con rameras, mataste para él el becerro
engordado." (LBLA) En cambio él allí apechugando y haciendo todo de sobresaliente.
Pero no solo se ve incomparablemente mejor que el hermano pequeño, sino que además ve
que su padre no le está dando a él lo que merece. ‘Ni un cabrito para regocijarse con sus
amigos’ (v. 29b) ¿Verdad que simpatizamos con este hermano mayor? El piensa que merece
más y en cambio recibe menos.
Por eso piensa que tiene razones sobradas para enfadarse, porque según él lo ve, allí se está
produciendo una enorme injusticia. Él que se ve bastante fiel no ha recibido ni un cabrito. En
cambio a su hermano, que es un desastre total, le hacen una fiesta impresionante. Por tanto
su conclusión es que su Padre es muy injusto. “Indignado, el hermano mayor se negó a entrar.
Así que su padre salió a suplicarle que lo hiciera”. (v.28 NVI) Así que él se siente legitimado
para estar muy ofendido con el Padre. Por tanto, aunque éste sale a la calle y le ruega que
entre, que sepamos no entra a la fiesta.
Éste es el hermano mayor. Probablemente muchos de nosotros, si somos honestos, nos
sentiremos, en más o en menos grado, identificados con él. Su problema no es que estuviera
equivocado en cuanto a la indignidad de su hermano pequeño. En eso estaba en lo cierto.
¿Qué es lo que está mal, entonces, en este hombre?
Estas personas tienen ojos de rayos x, como supermán, para ver el mal ajeno, pero una venda
muy gruesa cuando se trata de juzgar su propio corazón. No está mal tener ojos de rayos x
para ver el mal fuera, si primero los usamos profundamente para vernos a nosotros como
somos de verdad. Si primero no sacamos la viga de nuestro ojo no podremos sacar la astilla del
ojo ajeno.
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Si nos comparamos con otros, en vez de con lo que el Señor nos dice, iremos tomando un
concepto de nosotros tal, que terminaremos viendo a Dios como deudor nuestro.
Ahora bien no se trata de que lleguemos a ser unos completos indecentes, como el hijo menor,
para así llegar a arrepentirnos y ser recibidos por Él. No, no lo creo. Tomando conciencia de
cómo somos realmente, tal cual, es más que suficiente. Si somos honestos hallaremos
suficientes pruebas en nuestra vida y en nuestro corazón para reconocernos muy imperfectos,
pecadores, necesitados y perdidos. Comprobaremos que nuestra vida de relación con el Padre
es, a veces, pobre; no disfrutamos de sus riquezas; interpretamos mal su amor. Y si no vemos
esto, es porque nos pasa lo que al hijo mayor.
El asunto es que el contacto con Dios no se produce hasta que por la iluminación del E.S. nos
vemos pecadores, es decir, personas que por sus acciones y motivos se ven incapaces de
conectar con el Señor. Y no solo esto sino que veremos que, por pura gracia, nos ha sido
imputada su vida perfecta. Y nuestra vida imperfecta ha sido cargada en Cristo y condenada en
Él, por medio de la muerte en la cruz.
Ahora bien el elemento fundamental de la parábola no es el hijo menor ni el mayor, sino el
amor del Padre. Por eso vamos a ver ahora el extraordinario amor del Padre.
II.- EL EXTRAORDINARIO AMOR DEL PADRE.El Padre corre al encuentro del hijo menor, cuando lo ve venir de vuelta a lo lejos. También
deja la fiesta y sale para buscar y suplicar al hijo mayor, que enojado, no quiere entrar. Y es
que, el deseo principal del Padre no es ninguna orden que tengamos que cumplir para
agradarle, sino que es darnos de lo suyo; que participemos de sus riquezas.
Cuan extraordinario es saber que vengamos de una vida disoluta, irreligiosa; o seamos
religiosos cumplidores externos, Dios nos ha amado y nos ama. Y desea que disfrutemos de
todo lo suyo. “6En verdad, como éramos incapaces de salvarnos, en el tiempo señalado Cristo
murió por los malvados. 7Difícilmente habrá quien muera por un justo, aunque tal vez haya
quien se atreva a morir por una persona buena. 8Pero Dios demuestra su amor por nosotros en
esto: en que cuando todavía éramos pecadores, Cristo murió por nosotros. 9Y ahora que hemos
sido justificados por su sangre, ¡con cuánta mayor razón, por medio de él, seremos salvados del
castigo de Dios! 10Porque si, cuando éramos enemigos de Dios, fuimos reconciliados con él
mediante la muerte de su Hijo, ¡con cuánta mayor razón, habiendo sido reconciliados, seremos
salvados por su vida!”. (Rom. 5:6-10 NVI)
Este pasaje de Romanos nos dice en qué consiste su Amor. Porque no se trata de un
sentimiento abstracto e impreciso, o de un amor sentimental solamente. No, sino que en
primer lugar es un amor que hace que Cristo muera por ti y por mí, con el fin de salvar nuestra
vida, aún cuando no teníamos el más mínimo interés en buscarle.
El énfasis es que Él no muere por alguien bueno; sino que lo hace por nosotros cuando éramos
malvados. Esto es imposible que suba en cabeza humana. Porque algún héroe podría, tal vez,
morir por una buena causa o por una buena persona. Por ejemplo el personaje principal en la
película ‘El gran Torino’, que protagoniza Clint Eastwood, se deja morir, entre otras cosas, por
aquel chico bueno e inocente. Pero el Señor Jesucristo muere para cargar sobre sí el pecado de
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los malvados (v.6), el de sus enemigos (v.10), en fin, el de los pecadores (v.8) como somos tú y
yo.
Y sigue mostrando su amor hoy (siendo éste una consecuencia de su obra redentora)
cuidando, ahora, de aquellos que ha redimido (vs. 9 y 10). Y Lo hace desde su lugar de poder y
autoridad intercediendo, dándonos su palabra mediante sus mensajeros para así guiarnos,
protegiéndonos, animándonos y consolándonos por su Espíritu, etc. Él nos conoce a cada uno
por nuestro nombre; conoce nuestras complicaciones internas, pretensiones, frustraciones,
apatías, egoísmos, poco interés, etc. Y trabaja en las circunstancias, tanto externas a nosotros,
como en nuestro interior para refinarnos, para pulirnos. En fin, para que seamos más capaces
de disfrutar de sus abundantes riquezas en Cristo, o sea, de todo lo suyo.
CONCLUSIÓN.No hay nada más eficaz que el amor de Cristo para llevarnos a Él. Si seguimos escuchándolo
como el que oye llover, sin que se compunja nuestro corazón y nos acerquemos a Él, mala
cosa. Si el amor de Cristo no nos hace mella, mal lo tenemos. Y eso significa que, al menos en
este momento, estamos en una condición espiritual perdida.
Y no vale decir yo voy a la iglesia, oro de vez en cuando, soy más honrado que la mayoría, o
mis doctrinas son mejores. Nada de eso sirve. Sino que, como le pasaba al hermano mayor,
eso lo que hace es engañarnos, darnos unas falsas esperanzas y nos deja fuera de la fiesta,
fuera del Padre.
Si por el contrario nos vemos con la desnudez y pobreza espiritual que realmente tenemos, y
clamamos a Él, podremos percibir su inmenso amor por nosotros. Y ese amor nos irá
transformando y nos hará descubrir y disfrutar las abundantes riquezas en Cristo.
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