toda la parte alta de la isla. Lo que habia creido cubierto de verdes y

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Masferrer.—RECUERDOS
BOTÁNICOS DE TENERIEE.
su
toda la parte alta de la isla. Lo que habia creido cubierto de
verdes y frondosos bosques basta el borde mismo del mar, con
abundantes arroyos y una lozana flora nemoral, presentábaseme en forma de escuetos peñones, áridos y secos, que se
levantaban rápidamente á gran altura en escarpadas pendientes y partidos en profundos barrancos, dando al conjunto
un singular é imponente aspecto. Lo inesperado de aquel
sublime espectáculo hizo que fuera mucho más profunda la
impresión que en mi ánimo produjo; y ala grata emoción que
siempre causa el divisar tierra firme después de algunos dias
de navegación, unióse, en este caso, un sentimiento especial,
mezcla de alegría y de tristeza, expansivo y deprimente á la
vez y de todo punto inefable.
Otras mejor cortadas plumas han trasladado y a al papel la
descripción del panorama, que sucesivamente se v a presentando á la vista del navegante, desde que se acerca á la
punta N. E. de Tenerife hasta que su barco fondea en la bahía
de Santa Cruz; por lo que yo sólo añadiré, que, si es aquél
siempre sublime, crece su grandiosidad de punto cuando se
contempla en el momento en que las sombras de la noche van
invadiendo el paisaje, aumentando las dimensiones de aquellos escarpados montes y exagerando la profundidad de los
barrancos que los separan. En estas circunstancias precisamente entró él África, en el dia referido, por la punta de Anaga
hacia la bahía de Santa Cruz; de modo que al fondear, no m u y
lejos de la ciudad, sólo veíamos de ésta el faro del muelle,
algunas luces de sus calles y el campanario de la iglesia
parroquial de la Concepción, que se hallaba profusamente
iluminado en sus ventanas y cornisas, y agitaba todas sus
campanas, lanzando al aire inarmónicos y penetrantes sones,
en señal de regocijada fiesta.
El hallarme con un país de tan diferente aspecto de los
hasta entonces vistos y de un carácter tan severo y grandioso,
acrecentó en mí el deseo de estudiar aquella isla, llamada Nimria por los antiguos, y que yo habia imaginado con una
naturaleza tan diversa, de la que, al primer golpe de vista, me
presentaba. A l recorrer, en los primeros dias después de mi
llegada, los campos y montes inmediatos á la capital y los
huertos y jardines de ésta, llamóme inmediatamente la atención, tanto como las formas vegetales para mí desconocidas, el
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