Las palabras y sus matices: observaciones acerca de recientes

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Las palabras y sus matices:
observaciones acerca de recientes
aplicaciones de la noción de agencia
María Luisa Femenías*
AIEM, Facultad de Filosofía y Letras, U.B.A, U.N.L.P.
I
En Representación y realidad,[1] H. Putnam subraya las ventajas del beneficio de la
sinonimia. Uno de sus ejemplos, el de la palabra “electrón”, muestra de qué modo la
ciencia maneja como sinónimos términos cuya referencia, entendida en sentido estricto,
ha cambiado: el electrón de Bohr, tal como lo concibió en 1900, describe trayectorias
alrededor del núcleo como los planetas alrededor del sol. En cambio, en su versión de
1934, Bohr insiste en que los electrones nunca describen trayectorias. Las teorías, en
efecto, difieren, no son la misma. Pero mantienen un vocabulario técnico más o menos
estable (sinónimo), porque la referencia se preserva de manera intacta[2] y las
investigaciones subsiguientes se consideran extensiones de las más tempranas, con
reconocidos beneficios para estudiosos y especialistas. El significado de la noción en
cuestión es, entonces, en parte normativo.
Ahora bien, no parece suceder lo mismo con todas las palabras cuya definición estricta
se ha modificado a lo largo del tiempo. En otros ámbitos, el del espacio social, por
ejemplo, algunas palabras han cambiado significativamente de sentido y describen
fenómenos que divergen de modo filosóficamente relevante. Forma parte de la mejor
comprensión de algunas cuestiones el desvelar los matices que un uso acrítico genera.
Tal es, a mi juicio, el caso de la noción de “agencia”. En efecto, la noción de “agencia”
no parece beneficiarse con la propuesta de Putnam.
Al menos en dos publicaciones recientes ─altamente disimiles─ el tipo de sinonimia
mencionado no parece benéfica. En las páginas que siguen, intentaré sostener que, a los
fines del feminismo, debido al carácter socio-político del referente y las consecuencias
sociales que conlleva, es siempre preferible dejar en claro las diferencias de matices que
algunos términos tienden a encubrir.
II
Los debates feministas recientes han revisado, en buena medida, la pertinencia de la
noción de “sujeto”. Voces, en diferentes claves, se han oído tanto defendiéndola como
criticándola.[3] Se afirma que donde las discusiones tradicionales ubicaban al sujeto en
el contexto de la autonomía, los derechos, la libertad, la igualdad y la racionalidad, en
los últimos años las feministas lo examinan en conjunción con la fantasía, las relaciones
personales y sociales o las responsabilidades. Donde solía hablarse de cerebro y de
agentes racionales, actuando según sus creencias y deseos, se habla de agentes que se
mueven desde sus historias personales, con relaciones fantasiosas con los otros, con
sentimientos,[4] y cuya inscripción está dada por sus propios cuerpos en los distintos
contextos que subrayan su posicionalidad. Aún así, de las lecturas realizadas cabe
concluir que, se entienda al sujeto como se quiera, la “agencia” que éste supone es
conservada y valorada positivamente.
Recientemente, incluso, se ha utilizado la noción de “agencia” en ciertas obras que
examinan problemas éticos de algún período de la historia de la filosofía a la luz de
problemáticas contemporáneas.[5]
Podría decirse, entonces -a mi juicio-, que, en algunas menciones, se hace un uso
extendido de la noción de “agencia” o de “agente” como (i) sinónimo de “sujeto” y que
este sentido contrasta con el de las autoras que exigen “agencia” a la par que (ii)
“destrucción” del sujeto. Un buen ejemplo del primer caso es el uso que hace Julia
Annas de la noción de “agencia” en su reciente obra sobre la ética antigua. Ejemplo del
segundo es, al menos, un artículo de Butler acerca de la vinculación sexo/género y
deseo.[6]
Considero que urge, pues, precisar la diversidad de aplicaciones de “agencia” y
establecer similitudes y diferencias. En efecto, sólo descartando paralelos apresurados,
que podrían parecer intentos de arropar con preocupaciones modernas otras etapas de la
historia de la filosofía, se llegará a una mejor comprensión de las diferencias
subyacentes, que se opacan bajo un mismo término. La noción de “agente” -término de
por sí amplio y no exento de cierto grado de ambigüedad- encubre, para los casos que
he mencionado, diferencias significativas en lo que denominaré los espacios políticos
reales en los que se ejerce la agencia.
III
Ahora bien, en primer lugar, ¿qué implica la noción de “agente”? Tradicionalmente, al
menos,[7] suelen llamarse “agentes” a los miembros de las siguientes clases: (i) agentes
empíricos, contingentes y perecederos y (ii) agentes supra-empíricos, eternos y
necesarios. El primer grupo -de interés para este trabajo- puede subdividirse en (a)
agentes impersonales, personas legales o jurídicas, y (b) agentes personales. Estos
últimos pueden dividirse, a su vez, en (I) colectivos e (II) individuales. Un “agente”
personal, además, está en la especial posición de saber lo que está haciendo, puede
identificar y explicar conductas que, a su vez, se estructuran -afirman algunos filósofosbajo la noción de intencionalidad.[8]
No parecen quedar dudas de que tanto el interés de Annas como el de Butler se centra
en (II), es decir, en agentes personales, colectivos o individuales, conscientes de sus
actos. En lo que sigue intentaré exhibir las marcas que diferencian a los agentes de
Annas de los de Butler. La brecha entre ambos usos se vincula con las condiciones de
posibilidad de un agente para ejercer su agencia en los espacios políticos reales.
¿A qué me refiero cuando digo espacios políticos reales de los agentes? Los dos
ejemplos mencionados más arriba me ayudarán a explicar mejor la cuestión.
a) Caso I: Annas y la sociedad antigua
En los últimos tiempos ha resurgido, en el ámbito de los estudios éticos, el interés por la
noción de virtud y, con ella, por la concepción de “vida del agente como un todo” y,
consecuentemente, por la felicidad como fin de la vida. Se hizo, pues, indispensable
para una estudiosa del mundo clásico como Julia Annas revisar algunas concepciones,
que vertebran la ética antigua, a la luz de este interés. Así, la estudiosa, en su reciente
libro The morality of Happiness, obra de notable envergadura y sumamente interesante,
sitúa la concepción ética clásica en el marco de los debates del último siglo. Razón y
virtud, y razón y ética están, a su juicio, en la base de cualesquiera de las concepciones
éticas de la antigüedad y Annas desarrolla con agudeza y claridad argumentativa este
punto.
De manera que su interpretación, acerca de cómo lleva a cabo el agente (que identifica
como “she”) su “plan de vida”, qué virtudes prioriza, cuáles relaciones entabla entre las
diversas virtudes y sentimientos, descansa sobre la base de un sujeto racional, agente de
sus actos, donde aun los sentimientos están controlados por la virtud y guiados por la
razón.
Annas no diferencia entre una noción clásica de sujeto y otra moderna. Subraya la
relación razón-virtud y considera que los individuos son tan virtuosos como se hayan
hecho a sí mismos, porque la virtud implica una disposición estable o estado del alma
del agente y es, en definitiva, el resultado de la actividad del agente respecto de sí
mismo. La voluntad, entonces, no está para domeñar las pasiones sino, en cambio, para
moldearlas según cómo queramos ser, en una especie de ingeniería del sujeto, según la
cual cada agente contribuiría a su propia formación. Y esto sería así tanto para libres
como para esclavos; para mujeres tanto como para varones. Desde este punto de vista,
Annas puede agregar que la modernidad no “inventó” al sujeto sino que desconoció que
ya existía.[9]
Se trata, sin duda, de una interesante revalorización del sujeto en la antigüedad pero, a
mi modo de ver, el énfasis de Annas en la noción de “sujeto agente” opaca un aspecto
muy significativo de la ética antigua: la mayoritaria creencia en la desigualdad
constitutiva de los seres humanos,[10] con el peso socio-político consiguiente que esto
tuvo. En otros términos, cuando Annas denomina “agentes” a las mujeres invisibiliza,
en buena medida, las condiciones fácticas (socio-políticas) de esa agencia a la vez que
pone del lado de los sujetos toda la responsabilidad de su propio construirse. Digo esto
sin intención de negar responsabilidades individuales pero también sin interés en
desconocer tramas y condicionamientos político-sociales ─dicho en sentido amplio─
que cooptan, dificultan o favorecen ciertas acciones o modos de construirse de los
agentes.
En efecto, en la sociedad antigua, algunas de las condiciones dadas, a partir de las
cuales las mujeres construían sus vidas, en tanto que “agentes”, son las siguientes:
1.
Si hacer algo o actuar es originar, dar existencia o causar un estado previamente
inexistente en nosotros, en otra persona o en algún cuerpo, las mujeres efectivamente
actuaron. Pero, curiosamente, no eran responsables legales de muchas de sus acciones
o, al menos, de las más significativas. Esta situación legal llevó, por ejemplo, a
Aristóteles a defenderlas bajo el modelo de la protección al débil, encubriendo de ese
modo una discriminación real.[11]
2.
No gozaban, en consecuencia, de la ciudadanía que, en definitiva, se resuelve en
el propio ejercicio de la ciudadanía, entendida, por cierto, como el ejercicio de su
actividad más específica: el acceso rotativo a los cuerpos colectivos de gobierno de la
pólis. El único beneficio que recibían a cambio era el de la seguridad/protección que les
brindaba ser menores de edad de por vida debido a su condición de ákyros.[12]
3.
Esta incapacidad de acceso al ámbito legal de la pális, (que define el espacio
público como diferente del privado), eximía también a las mujeres de su participación
─como diría Bodèüs[13]─ del lógos del Estado a la vez que las recluía en el ámbito
privado de la arbitrariedad y de la pasión, cuyo ejemplo paradigmático -según se repitees Medea, capaz hasta de asesinar a sus hijos.
4.
Si ─como quiere Annas─ la educación es primariamente formación del carácter
(éthos) y si, como sabemos, la educación de las niñas quedaba en manos de las otras
mujeres de la familia, excluidas también del marco legal como persona de pleno
derecho, la situación gana en circularidad.
Ahora bien, las acciones de las mujeres, mayoritariamente, ¿no se resuelven en un modo
pasivo de permiso de acción por la mera pasión? o, en términos de Pateman,[14] en
“una relación de subordinación civil”. Intentar una agencia diferente hubiera requerido
de cada mujer una heroína visionaria que reclamara la expansión de los límites de su
agencia a fin de construirse en un sujeto-agente político, legal y racional pleno, lo que
parece imposible. Y si, como sostienen algunas filósofas,[15] existe una estrecha
vinculación entre el conocimiento político del sujeto y su constitución ontológica en
tanto aquél, es posible entrever severas consecuencias, sobre las que no puedo
extenderme aquí.
Las observaciones que acabo de hacer muestran los matices que, a mi juicio, separan al
“sujeto-agente” moderno del uso generoso de agencia con que Annas inviste a las
mujeres antiguas.
Pasemos ahora al segundo ejemplo.
b) Caso II: Del sujeto cartesiano a la destrucción del sujeto
Muchas han sido las críticas al monolítico sujeto cartesiano de razón.[16] Tomaré en
cuenta solamente las de Butler porque propone, además, la radical destrucción del
sujeto.
En primer término, Butler, al reconsiderar el estatus del “sujeto mujer” se opone a los
resabios ontologizantes del sujeto cartesiano tal como se encuentran, incluso, en
pioneras del feminismo como S. de Beauvoir, a quien critica severamente siguiendo a
Monique Wittig.[17] Además ─continúa─ el “sujeto mujer”, objeto de los reclamos del
feminismo, se inscribe dentro de la más férrea tradición falocéntrica y obedece a la
categoría de sexo, entendido como sexo hegemónico del varón. “Sujeto” y “varón”
─podría decirse─ son sinónimos; “sujeto mujer”, por el contrario, supone una
contradicción, y depende por entero de la noción de sujeto/varón. En consecuencia,
como sólo los varones son “personas” y “sujetos”, Butler sugiere la destrucción del
“sujeto” que se erige en parte y todo.
El “género”, en cambio, pertenece ─subraya─ a las mujeres, es su marca, y se define
por oposición (e imposición) al sexo del varón. Es preciso, pues, ─afirma, siguiendo
nuevamente a Wittig─ destruir esta lógica binaria, normativa de los ideales humanistas,
basada en una metafísica de la sustancia,[18] que no solo jerarquiza a varones y mujeres
sino que, también, impone compulsivamente la matriz heterosexual.[19]
Mientras que, tomando un punto de partida similar, de Lauretis reclama un sujeto
nominal, excéntrico, no monolítico, no coherente, donde la identidad sea el lugar de las
posiciones múltiples y variables que están disponibles en el campo social a través del
proceso histórico[20] Butler, por su parte, exige la destrucción del “sujeto” (= varón) sin
pérdida de la “agencia”.[21] Si el sujeto nominal excéntrico de de Lauretis debe ser
agente consciente constituido en un proceso de lucha por la re-interpretación, la reescritura del yo y la re-comprensión de la comunidad, la historia y la cultura[22] la
destrucción del “sujeto” ─tal como Butler propone─ debe dar lugar a un
replanteamiento del “discurso del género”.
En efecto, Butler se pregunta, si no es que “lo femenino” se resiste, efectivamente, a su
representación en (dentro de) los límites del lenguaje; si “el femenino” no es, acaso, el
único sexo representado en el lenguaje; si, entonces, el binarismo compulsivo no
produce la construcción “ficcional” del sexo, del género y del deseo. Del mismo modo
se pregunta cómo destruido el sujeto (identificación masculina) es posible la
configuración (unidad/identidad) de las mujeres; además, insiste, cómo es posible
definir la categoría de “mujeres” sin desconocer la multiplicidad social, cultural y
política.
Estos, y otros, interrogantes llevan a Butler, por un lado, a la conclusión de que es
necesario prescindir de la noción de “sujeto”, pues sólo refiere al masculino, y, por otro,
a la supresión de “mujeres” pues se trata de una categoría construida en oposición a
“varón” según lo que reconoce como “binarismo heterosexual compulsivo”.
Tras la destrucción del sujeto (= masculino), los/las agentes emergen, a juicio de la
estudiosa, con una nueva identidad y una nueva afirmación en sí mismos: articulan sus
acciones, definen sus estrategias, configuran los significados, se responsabilizan de sus
actos, etc.[23] La propuesta es, pues, una agencia sin sujeto.
IV
¿Qué aprendemos del examen de las páginas anteriores?
En principio, es posible identificar, al menos, tres momentos en la noción de
sujeto/agente. El primero ─en la versión de Annas─ se refiere a una concepción de
“sujeto agente mujer” pre-cartesiano. Desde un punto de vista socio-histórico, rige el
criterio de los diferentes políticos y ontológicos. La mujer, junto con los esclavos, sólo
puede ejercer lícitamente su agencia en el mundo privado. Todo desborde es
sancionable. De modo que el uso que hace Annas de “agente” y de “agencia” en
referencia a las mujeres (y a los esclavos) tiende a disimular o invisibilizar las grandes
diferencias que separan a los agentes antiguos entre sí y que, a su vez, los diferencian de
los modernos.
El segundo momento está representado por el sujeto de razón cartesiano, el sujeto
moderno (ilustrado): un sujeto varón que se instituye en parte y universal, que
presupone el bimorfismo sexual y norma en consecuencia.[24] Este sujeto es el
referente de las discusiones actuales sobre la construcción/destrucción del sujeto. Contra
él se alza la crítica de Butler: destruir el sujeto es, entonces, destruir el binarismo, el
paradigma masculino de la subjetividad que la mujer, por definición, no puede
homologar, quedándose afuera del discurso del sujeto. Si la razón ilustrada, en un
principio, se presentó como una promesa virtual de liberación para las mujeres, se
trastocó, más tarde, en su opuesto, justificando y consumando la sujeción de las mujeres
al definirlas como naturaleza, que es precisamente donde la dominación se puede
ejercer.[25] La noción de “agente” y “agencia” que esgrime Butler, y que pretende ser
aritifundacionalista, se opone tanto al sujeto antiguo cuanto al ilustrado. De modo que
si las mujeres de Annas están más acá del sujeto cartesiano, las de Butler deberían
constituirse más allá.
Ahora bien, Helen Elam[26] señaló que las condiciones de posibilidad de la “búsqueda
del sujeto en los intersticios” o, incluso, su “destrucción” están dadas por el
reconocimiento formal de las mujeres como sujetos políticos iguales (a los varones) y
de pleno derecho ante la ley (condición del sujeto moderno, al que la mujer
formalmente, al menos, parece haber accedido). Es, precisamente, esta igualdad formal
y, en buena medida, legal (por lo menos en el lugar de origen de los escritos que estoy
examinando), la condición de posibilidad que permite reclamar la cesación del sujeto, la
retención de la agencia y la exploración de formas nuevas de ejercicio pleno,
responsable, legal y jurídico de las “unidades”, para usar un término que Butler acuña
en oposición al binarismo.
Ahora bien, mientras que en el primer caso no había reconocimiento de la mujer como
“sujeto” político igual, lo que limitaba su agencia al ámbito privado, en el segundo caso,
en cambio, la noción de agencia presupone el reconocimiento formal del sujeto,
adquiriendo, de este modo, un sentido diferente del que -como vimos- es posible
identificar en las/los sujetos que Annas describe. En efecto, las mujeres acceden, en
mayor o en menor medida, al ámbito público gracias a la adquisición de los derechos
formales. Pero, la igualdad formal ─como se ha repetido hasta el cansancio─ no es
suficiente.[27]
Ahora bien, ni agentes carentes de inserción y reconocimiento político y legal como en
la antigüedad, ni la coherencia y la unicidad modernas son ─a juicio de Butler─
necesarias para la acción política efectiva de los sujetos/agentes/mujeres[28]. Su
agencia en el campo social, vislumbrado como campo de fuerzas donde interactuar, se
resuelve a posteriori de las acciones. Así, se configurarían perfiles, identidades y
prospecciones transitorias, no normativas, no cerradas, organizadas en estructuras
dialógicas consensuadas coyunturales y dependientes de las prácticas concretas en una
agencia sin sujeto.
Si el ejercicio de la agencia se circunscribe al límite de las acciones posibles tal como
los impondría el sentido común de los sujetos, en virtud de su viabilidad efectiva, dado
un determinado ámbito político real, el espacio político real del ejercicio de la “agencia”
debe entenderse, para el primer caso, en un sentido mucho más restringido que para el
segundo, aunque los límites de las acciones de los agentes -y las mujeres no escapan a
ello- están siempre señalados y, a la vez, posibilitados por el dispositivo legal que
enmarca cada caso.
Ahora bien, el desconocimiento de sujetos hegemónicos (sujetos agentes
paradigmáticos, corno el sujeto abstracto de Descartes o el sujeto trascendental de
Kant)[29] conlleva un efecto democratizante, supuestamente fundante de una cultura
común, más mítica que real, pero que filosóficamente devalúa el sujeto/agente (en
sentido fuerte) que alguna vez el feminismo aspiró alcanzar. ¿Es que cuando el sujetoagente se devalúa las mujeres logran acceder a él?
No tengo aún respuesta para el desafío que implica la destrucción del sujeto. Sólo ─casi
pensando en voz alta─ recordaría que negar un sujeto con las marcas del sujeto
cartesiano, no implica a mi modo de ver destruir el sujeto ni, necesariamente, disolverlo
en agencia sin agente, a primera vista de carácter contradictorio.
***
Como acabamos de ver, fue necesario examinar muchas peculiaridades de la palabra
“agencia”. En la aplicación de Annas, la sobre-generalización induce a suponer que las
mujeres son “agentes” en un pie de igualdad con los varones libres. Por su parte, los
usos de Butler no sugieren, a primera vista, ni la destrucción del sujeto ni las
dificultades que conlleva mantener la “agencia” de un sujeto destruido. De modo que las
ventajas del beneficio de la sinonimia ─como quiere Putnam─ no convienen al
feminismo porque al normativizar el significado de un término, lejos de hacerle ganar
en claridad y operatividad, se legitima el encubrimiento de las desigualdades y las
diferencias, generando, en verdad, un espacio vacío de referente.
*
Este trabajo se ha visto beneficiado con los agudos comentarios de Ana María
Bach y Nora Stigol, a las que mucho agradezco la gentileza de haber discutido conmigo
una versión preliminar.
[1]
p. 12.
Putnam, H., Representation and reality, Cambridge, The M.I.T. Press, 1988,
[2]
Putnam, ob.cit, p. 13. El subrayado es mío.
[3]
Entre las posiciones críticas a la noción de sujeto, las más relevantes son las
de Judith Butler y Teresa de Lauretis. Contrariamente, Seyla Benhabib y Nancy Fraser
defienden su pertinencia para la causa de las mujeres. Cf. a modo de ejemplo: Butler, J.
Gender Trouble, N.Y. Routledge, 1990 (en el prefacio hay un interesante resumen de
los términos del debate); de Lauretis, T., “Sujetos excéntricos: la teoría feminista y la
conciencia histórica”, en Cangiano, M.C. y DuBois, L. (ed.), De mujer a género,
Buenos Aires, CEAL, 1993, pp 73-113; Benhabib, S. y Cornell, D., Teoría
Feminista/Teoría Crítica, Valencia, Alfons el Magnanim, 1990.
[4]
Griffiths, M & Whitford, M., Feminist Perspectives in Philosophy, Indiana,
Indiana University Press, 1988. Cf. Introducción, p. 11.
[5]
Por ejemplo, Annas, J., The morality of Happiness, New York-Oxford,
Oxford University Press, 1993, de la que me ocuparé más adelante.
[6]
Butler, J. “Subjects of Sex/Gender/Desire” En Butler, J., ob.cit., pp. 1-34.
[7]
Cf. von Wright, Norma y Acción, Madrid, Tecnos, 1979, p. 55
[8]
Searle, J., Mentes, cerebros y ciencia, Madrid, Cátedra, 1990, pp. 67 y 69.
Actualmente, como se sabe, tanto la noción de “intencionalidad” como la de “agente”
promueven importantes controversias.
[9]
Annas, ob.cit. Especialmente Parte 1, pp. 27-46.
[10]
Esta desigualdad, considerada natural, era reconocida por la mayoría de los
filósofos, especialmente Aristóteles, a quien Annas gusta tomar como punto de partida
de sus análisis y citar reiteradamente.
[11]
Assiter afirma que todo sistema paternalista (y podría considerarse, por
sobradas razones, que el modelo aristotélico lo es) comete una suerte de violación a la
autonomía de la persona que denomina “esclavitud moral”. Cf. “Autonomy and
Pornography”, en Griffiths, M & Whitford, M., ob.cit, p. 59.
[12]
Sobre las consecuencias políticas de que las mujeres sean ákyros y la
presunta petición de principio en que Aristóteles incurre, cf. Mas, S. y Perona, A. J.,
“Observaciones entre la relación entre ciudadanía y patriarcado en Aristóteles”, en
Pérez-Sedeño, E., Conceptualización de lo femenino en la filosofía antigua, Madrid,
Siglo XXI, 1994, pp. 9-9.
[13]
Bodèüs, R., La Philosophie et la cité: Recherches sur les rapports entre
morale et politique dans la pensée d’Aristote, Paris, Les Belles Lettres, 1982, p. 126 y
ss.
[14]
Pateman, C., The sexual contract, Standford, Standford University Press,
1988. Cf. mi reseña de esta obra en Cuadernos de Filosofía XXII, 36, 1991, p. 87.
[15]
Cf. Amorós, C., “Espacio de las iguales, espacio de las idénticas. Notas
sobre poder y principio de individuación”, Arbor, CXXVIII, 1987, pp. 113-127.
[16]
Un buen examen de la cuestión se encuentra en el artículo de J. Hodge,
“Subject, Body and the Exciusion of Women from Philosophy”, en Griffiths &
Whitford, ob.cit., pp. 152-168.
[17]
Butler, J., art.cit. Cf. especialmente § v.
[18]
Butler, art.cit, p. 20.
[19]
Butler, art.cit, p. 27. En esta última afirmación parece hacerse eco de la
posición de Adrienne Rich. Cf. “Compulsory heterosexuality and Lesbian existence”, en
Abel, E & Abel, E. K. (eds.). The Signs Reader, Chicago University Press, 1983.
[20]
Cf. de Lauretis, art.cit., pp. 97-98.
[21]
Butler, art.cit, p. 19, examinando a Wittig.
[22]
De Lauretis, ídem, p. 105.
[23]
Butler, art.cit, p. 15.
[24]
Cf. por ejemplo, Amorós, C., “Cartesianismo y feminismo”, en Poder y
Libertad, IX. 2, 1988; Bordo, S., “The cartesian masculinization of thought”, en Journal
of Women in Culture and Society, University of Chicago, III.11, 1986.
[25]
Molina, C., “El feminismo en la crisis del proyecto ilustrado”, Sistema, 99,
1990, p. 137.
[26]
Helen Elam (Albany University) en su curso: “Ultimas tendencias de la
teoría crítica estadounidense”, F.F. y L. (UBA), 1991.
[27]
Sobre la noción de igualdad véase, por ejemplo, Santa Cruz, M. L, “Sobre
el concepto de igualdad: algunas observaciones”, en Isegoría, 6, 1992 y Rubio Castro,
A., “El feminismo de la diferencia: los argumentos de una igualdad compleja”, en
Revista de Estudios Políticos, 70, 1990, quien sigue de cerca la posición de María Luisa
Boccia.
[28]
Buttler, ob.cit, pp. 15-16.
[29]
Molina, art.cit, p. 137.
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