TRABAJO SOBRE INMANUEL KANT. −EL ENTORNO HISTÓRICO DEL PENSAMIENTO KANTIANO.

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TRABAJO SOBRE INMANUEL KANT.
−EL ENTORNO HISTÓRICO DEL PENSAMIENTO KANTIANO.
La vida de Kant transcurre en un momento histórico de excepcional importancia, en el que acontecimientos
decisivos (independencia de las colonias americanas, desarrollo de las bases de la economía y sociedad
modernas, revolución francesa, etc.) coinciden con una profunda crisis de los principios espirituales e
intelectuales del mundo europeo.
Kant pertenece a la última generación en que todavía fue posible mantener el ideal cognoscitivo de que un
mismo individuo pudiese abarcar en sus coordenadas fundamentales la totalidad del saber humano. Hasta él,
era frecuente que los filósofos fueran simultáneamente distinguidos matemáticos, expertos investigadores de
la naturaleza, profundos conocedores de la teología, e incluso se permitieran estar perfectamente informados y
mantener un pensamiento propio sobre medicina, geografía, política o estrategia militar...
Un hecho capital se produjo en el tiempo que Kant vivió: el espíritu erudito e investigador de la Ilustración
multiplicó los conocimientos hasta tal punto, que ya nadie pudo pretender en adelante enfrentarse a semejante
cúmulo de datos.
En definitiva, Kant es una de las figuras más representativas del tránsito de los tiempos modernos a los
actuales, y acaso la que de una forma más lúcida supo hacerse cargo de la problemática de su época; la que
afrontó con mayor decisión la tarea de encontrar para ella una respuesta global y sistemática. Para que ello
fuera posible concurrieron en Kant muchos factores. En primer lugar; ya lo hemos dicho, la coincidencia de
los fines y medios escogidos con las necesidades y apetencias del momento histórico, en un instante en que
todos los caminos del pensamiento parecían cerrarse. En este sentido, para muchos Kant fue el único que
consiguió encontrar una senda practicable para poder entrar en una nueva época, porque solo él supo y quiso
contestar a todas las preguntas del hombre del XVIII sin caer en el escepticismo. Este fue su mérito, que no
queda disminuido por reconocer que sus logros fueron posibles en parte gracias a los estímulos de la
atmósfera intelectual y espiritual que respiró.
En la filosofía alemana del XVIII, alejada tal vez del brillo superficial de las últimas novedades, reinaba sin
embargo una preocupación, más seria y profunda que en otros ambientes, por los problemas epistemológicos
y gnoseológicos derivados de la crisis de la filosofía especulativa y el problema de la integración de los
estudios empírico−matemáticos de la naturaleza en el marco de una deseada y esperada reconstrucción de la
filosofía. Gran número de pensadores germanos, desde Wolff a Euler, pasando por Baumgarten, Crusius,
Mendelssohn o Lambert, ensayan por esta época, aislada o mancomunadamente, sus propios proyectos de
solución, en un intento cada vez más desesperado por asegurar teóricamente la unidad y la armonía de los
conocimientos, por lo menos en el nivel epistemológico de la comunidad científica, toda vez que, para los
individuos, la fragmentación de aquellos se ha hecho inevitable, simplemente por la imposibilidad material de
abarcarlos. El joven Kant tuvo que experimentar insistentemente en su espíritu la tensión de esta casi
defraudada espectación de sus maestros y colegas.
Kant, antes de teorizar sobre problemas gnoseológicos o metafísicos, siente la necesidad de adquirir una cierta
imagen experiencial del mundo que, a falta de vivencias directas, trata de formar a base de erudición y
reconstrucción imaginativa. En esta fase de su formación Kant nota, consciente o inconscientemente, que debe
dirigir sus energías a erigir dentro de su espíritu, como primer paso y supuesto básico de su filosofía, una
reconstrucción global del mundo y sus determinaciones. Los elementos de esta reconstrucción son, además de
la imagen sensitiva aludida, los aportados por la cosmovisión de la filosofía de su tiempo. El conocimiento de
la tradición del pensamiento occidental y de las corrientes poco difundidas en el medio en que se desenvolvió
nunca fue muy buena. En cambio, no fue descuidada la información sobre los problemas candentes. Sus
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conocimientos y opiniones metafísicas, en un primer momento, fueron bastante convencionales, porque en sus
comienzos se interesó preferentemente en el conocimiento de la naturaleza. Pero de la física pasó pronto a la
filosofía natural, y de ésta, a los principios metafísicos subyacentes. En este punto encontró serias dificultades
teóricas para mantener la concepción racionalista wolffiana, y fue entonces cuando se produjo la primera
crisis que conoce su especulación, en la que entraron en conflicto influencias newtonianas, leibno−wolffianas
y empiristas, mezcladas con múltiples ecos de pensadores ilustrados y antiilustrados. La grandeza de Kant
comienza precisamente cuando se propone elaborar un sistema sin desdeñar ninguno de estos elementos.
−LOS PRIMEROS ESTUDIOS SOBRE FÍSICA Y COSMOLOGÍA.
A) EL TRABAJO SOBRE LA ESTIMACIÓN DE LAS FUERZAS VIVAS Y LA EPISTEMOLOGÍA DE
LA CIENCIA NATURAL.
El objetivo principal perseguido por Kant con la Estimación de la fuerzas vivas consiste en tratar de zanjar
una larga controversia que durante bastantes años llenó las páginas de las revistas eruditas y animó las
sesiones de las asociaciones científicas. Su origen estriba en las discrepancias del pensamiento mecánico de
Leibniz y Descartes en lo referente al significado y ponderación del concepto de fuerza, que dieron pie a una
ruidosa confrontación entre sus epígonos. En ella, cada parte impugnaba con vehemencia la posición
metodológica y la concepción cosmológica del otro partido de un modo injustificado y gratuito, ya que todas
las disputas descansaban en la falta de comprensión recíproca e incluso en una buena dosis de confusión y
obscuridad en las posiciones mantenidas por cada cual. Los dos grandes inspiradores de las escuelas en litigio
habían vinculado la mecánica a la metafísica de la naturaleza, de modo que interpretaban y formulaban las
leyes y principios físicos a la vista de implicaciones que sobrepasaban ampliamente el nivel de una mera
unificación racional de los fenómenos. Su actitud fue recogida y desarrollada por discípulos que con
frecuencia carecieron de la necesaria flexibilidad y claridad de juicio, cayendo progresivamente en estériles e
interminables discusiones, cada vez más apartadas de la línea seguida por la corriente científico−natural
genuinamente renovadora, de modo que, cometiendo todo tipo de yerros e incurriendo en las mayores
contradicciones e incoherencias, fueron cavando poco a poco la fosa en que habría de yacer durante largo
tiempo la filosofía de la naturaleza.
Los autores que supieron seguir la inspiración de Newton y permanecieron fieles a su postura, lograron
apartarse de la enojosa polémica, debido a que se negaban a tomar en consideración problemas tales como la
esencia de las sustancias materiales o las causas últimas del movimiento. En cambio, para los protagonistas de
la controversia, el punto debatido no podía tratarse independientemente de consideraciones que afectaban a las
raíces más hondas de los entes corpóreos. A partir de este supuesto, el debate llegó a cobrar tal envergadura,
que se convirtió en lo que Kant valora como una de las mayores discrepancias que existen en la actualidad
entre los geómetras europeos.
Toda la dificultad residía en que se usaba la palabra fuerza con diversas acepciones que los físicos posteriores
distinguen utilizando términos diferentes ( como fuerza, cantidad de movimiento, impulso, energía cinética o
energía potencial). La insuficiente especificación de estos usos semánticos, debida a la conciencia poco clara
de los mismos, es el motivo principal de que llegara a complicarse inextricablemente un problema que hoy
podemos resumir con gran sencillez: los cuerpos, al ser movidos por una fuerza motriz, acumulan el impulso
que ésta les comunica adquiriendo una fuerza viva o energía mecánica del movimiento, que luego se
manifiesta en la capacidad de vencer obstáculos y resistencias a la prosecución de su marcha, aun cuando la
fuerza motriz originaria deje de actuar. La incógnita que hay que despejar se reduce a caracterizar la
naturaleza de esa fuerza y hallar la ley que la gobierna. Esta posición, propia de la física moderna, es en
esencia la que mantuvieron entonces los seguidores de Newton.
Tanto los cartesianos como los leibnicianos sostenían, sin embargo, que la mecánica no puede entenderse
separadamente de la filosofía natural y la metafísica: la estimación de las fuerzas que mueven los cuerpos
incumbe, en estas condiciones, tanto a la razón como a la experiencia. Por lo demás, aquí acababa su acuerdo:
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para los cartesianos los cuerpos se reducen a la extensionalidad, y desde esta reducción debe entenderse su
comportamiento cinético; sus adversarios, en cambio, rechazan esta concepción y sostienen una idea más
compleja de las sustancias materiales.
Kant aborda todos estos temas en el curso de la Estimación de las fuerzas vivas. Su opinión, en el fondo, está
más cerca de Leibniz que de las otras posturas, aunque no puede ser asimilada a ninguna de las que hasta
entonces se habían mantenido: si este trabajo no le hace acreedor al mérito de haber desvelado la verdadera
solución del enigma, al menos le da derecho a ostentar una posición propia y original. Presenta su
intervención en la polémica como una mediación que trata de salvaguardar la parte de verdad correspondiente
a cada partido, para forjar a partir de ella una síntesis que pueda aspirar a ser la solución definitiva. La
concepción geométrica de la realidad física, preconizada por Descartes, determina para las fuerzas de impulso
un valor proporcional a la velocidad del móvil. Kant afirma que la estimación cartesiana responde a un cálculo
correcto si adoptamos un punto de vista estrictamente matemático y concebimos los cuerpos desde su
exterioridad extensional, lo cual nos fuerza a postular que toda la fuerza de los cuerpos proviene del objeto
que es la causa extrínseca de su movimiento.
En realidad, según Kant, este postulado constituye una hipótesis metafísica no demostrada y errónea.
Descartes se equivoca porque su razonamiento es coherente pero no isomorfo con la realidad: el hecho de que
a partir de las matemáticas no sea posible demostrar la existencia de fuerzas vivas, no significa que éstas no
existan, sino tan solo que para llegar a ellas es necesario apelar a una consideración específicamente
metafísica. Para mostrar cuál es ésta, entra en diálogo con Leibniz y sus seguidores, diálogo que ocupa la
parte principal de la disertación, y que nos traslada a una atmósfera intelectual diferente de la que rodeó el
debate sobre las fuerzas vivas propiamente dicho: es el ambiente de la filosofía natural alemana de la primera
mitad del siglo XVIII, cuajado de interferencias teológicas y metafísicas de todo tipo, y condicionado por la
lucha de las escuelas.
En este contexto, la discusión de las fuerzas vivas es un pretexto para la confrontación de concepciones
metodológicas opuestas. En palabras del propio Kant, no se disputa la cosa misma, sino sobre el modum
cognoscendi. Kant está de acuerdo con la impugnación leibniciana de la mecánica de Descartes: las sustancias
físicas poseen una interioridad metafísica no espacial; la espacialidad queda relegada a una dimensión
fenoménica, mientras que la dinamicidad continúa formando parte de la naturaleza íntima de las sustancias.
Esta quiebra de la imagen extensional de los cuerpos se transparenta en la estimación de las fuerzas vivas en
que no se establece linealmente (mv), sino proporcionalmente al cuadrado de la velocidad (mv ). Hasta aquí el
joven filósofo sigue al partido leibniciano; su desacuerdo se refiere a la pretensión de demostrar
matemáticamente estos extremos: para poder entrar dentro de las sustancias, allí donde se encuentra el
principio de estos dinamismos, hemos de abandonar la geometría y operar con una filosofía edificada sobre
sus propios módulos epistemológicos.
La intervención de Kant en la querella de las fuerzas vivas se produjo en un momento en que aquella había
llegado a un punto muerto definitivo, porque todo su sentido había sido ya superado por la evolución de la
ciencia natural empírico−matemática. Ingenuamente Kant vuelve a caer en los mismos errores de
planteamiento de todos sus predecesores: también él piensa que la respuesta final de la cuestión pasa por un
esclarecimiento metafísico de los supuestos del problema. En términos generales se inclina hacia el
dinamismo leibniciano, discrepando de él en algunos puntos importantes, y malinterpretándolo en otros. En
general, aprovecha las ambigüedades que cree descubrir en la cosmología de Leibniz para introducir sus
propias correcciones, que se inspiran en los conceptos físicos newtonianos y en las tesis filosóficas de Crusius.
Podemos llegar a una peculiar concepción dinámica: no son los efectos cinéticos los que definen el concepto
de fuerza; por el contrario, es en el estado de reposo cuando al fuerza se ejercita realmente, pues no es otra
cosa que un vínculo orgánico de la comunicación entre sustancias. Por eso, cuando un cuerpo no obra, es
decir, cuando no puede ejercer una acción efectiva sobre los demás cuerpos, a pesar de estar capacitado para
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ello por poseer una fuerza, entonces se esfuerza por obrar; y el resultado es el movimiento. Paradójicamente,
lo que explica el movimiento no es la presencia de una fuerza operante, sino la ausencia de un punto de apoyo
extrínseco en el que el móvil pueda aplicar su fuerza, con lo que resulta ser un proceso que nace del interior de
las cosas y tiene como fin la creación de conexiones con otras sustancias.
Desarrollando un tipo de argumentación contrapuntística, Kant deduce una teoría dinámica en la que el influjo
físico no es ya una tesis difícilmente justificable, sino una consecuencia inmediata de los mismos principios
que hacen inteligibles las nociones de espacio, tiempo y Universo. No es extraño que la acción a distancia
encuentre fácil acomodo en este cuadro teórico, llegando incluso a ser la pieza clave para completar la
determinación de la forma del espacio físico, que solo había podido ser deducido parcialmente de las tesis
metafísicas anteriormente expuestas. Es conveniente subrayar esta primera aparición de Newton en la obra
kantiana, indicando la presencia de un influjo que pronto llegará a ser decisivo.
Mas toda la aparente consistencia de estas primeras reflexiones se viene abajo en cuanto pretende acercarse un
poco a la realidad inmediata y extraer las consecuencias que se derivan de su fundamentación metafísica de la
dinámica. Al dejar la elevación de las nociones generales y pasar a explicar con detalle la secuencia de los
fenómenos, su discurso se transforma en una larga y penosa especulación físico−filosófica. El análisis
culmina con la distinción, científicamente inaceptable, no solo hoy, sino incluso en aquel momento, entre
fuerzas vivas y muertas, cuya evaluación, que intenta demostrar racionalmente, recoge y reconcilia las
medidas propuestas por Descartes y Leibniz.
En verdad Kant se deja llevar en este aspecto por la exhuberancia especulativa y la superficialidad de juicio
que él mismo reprocha en otros párrafos a la mayoría de los filósofos.
Independientemente de lo que afirmamos arriba, un aspecto importante que cabe destacar en la figura de Kant
en la Estimación de las fuerzas vivas, es que la investigación concreta de las fuerzas depende tanto del estudio
racional de las implicaciones ontológicas de las distintas hipótesis, como del testimonio de la experiencia
sensible. Kant, en esta primera obra, es un resuelto partidario de la unidad del conocimiento, y ello desde una
óptica epistemológica racionalista.
Kant se muestra bastante escéptico en otros pasajes sobre las perspectivas de obtener pronto un sistema
unitario y orgánico del saber humano. El cuerpo de las ciencias carece, en su opinión, de la necesaria y justa
armonía entre sus partes. Tanto es así, que ampara sus pretensiones de mantener una posición propia
proclamando la supremacía del especialista frente al arquetipo del sabio universal. Es indudable que esta
postura responde a una situación de desconcierto epistemológico que traduce la poca fe que en esta obra
inspira a Kant la metafísica, en cuanto ciencia a la que por naturaleza le corresponde la culminación de todas
las demás. La desconfianza surge, en este caso, como respuesta al desacuerdo profundo reinante entre los
filósofos, que rebasa las dimensiones de las lógicas discrepancias de matices o principios intermedios, para
extenderse a las bases mismas del sentido, el fundamento y el método de la actividad teórica más eminente. Es
curioso comprobar que la inquietud por la desunión de las escuelas filosóficas y por la ausencia de una base
metódica común, que pueda servir de plataforma para iniciar una línea de progresos contínuos e irreversibles,
rasgo que constituye una constante reconocida de todo el pensamiento kantiano y que finalmente le llevará a
revolucionar los principios del conocimiento de la razón, se encuentra ya explícitamente formulada en su
primer trabajo.
No obstante la heterogeneidad de los materiales que incorpora, y de la multitud de confusiones en que aún se
ve envuelta su mente, no es difícil vislumbrar en este joven Kant que por primera vez pisa la arena de la
investigación filosófica, toda la fuerza de una vocación intelectual lúcida próxima a alcanzar la difícil meta de
su propia identidad.
−LA TEORÍA COSMOLÓGICA: ESPECULACIÓN Y OBSERVACIÓN EMPÍRICA.
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Kant en una etapa de su vida que se vió obligado a ejercer de profesor particular, precedente al inicio de su
carrera académica, tiene gran importancia pues él aprovechó este periodo para ampliar y profundizar sus
conocimientos. Estuvo nueve años haciendo trabajos los cuales se materializaron en la Historia general de la
naturaleza, obra dedicada al estudio de la formación y constitución del Universo.
Este nuevo libro presenta grandes diferencias con la Estimación de las fuerzas vivas, tanto en lo que respecta a
la materia tratada como al modo de hacerlo, mejorando sensiblemente la consistencia del enfoque y el acierto
de las tesis propuestas de tal modo que ha supuesto para Kant un puesto en la historia de la ciencia. Fue el
primer golpe indirecto dirigido contra la metafísica y un antecedente implícito quizá, que más tarde
desarrollará en su conocida admonición de la Crítica de la razón pura, motivo por el cual se comprende que
no es siempre fácil trazar una tajante linea divisoria entre el Kant de antes y después de la Disertación de
1770.
A grandes rasgos, el esquema de la argumentación kantiana es el siguiente: El magnífico orden que predomina
en el Universo, apreciado desde siempre por todos y puesto hoy todavía más de manifiesto por el avance de la
astrofísica, no puede deberse a la casualidad, ya que el azar resulta a todas luces insuficiente para explicarlo.
En consecuencia, no puede ser atribuido sino a una cualidad intrínseca al Universo mismo, o a la acción de un
Agente que trasciende al Mundo. Hay muchos que creen que la explicación de la armonía del Cosmos a base
de las leyes generales de la naturaleza supondría usurpar a Dios el gobierno de la creación y eliminar su
Providencia. Contra eso, hay que considerar que el responsable último de la existencia de las leyes
naturales es, al fin y al cabo, Dios mismo. Además, si se afirma que el Universo abandonado a sí mismo está
irremediablemente condenado al caos, hay que convertir la excepción en norma y la naturaleza, en milagro.
En todo caso, un Mundo que precisa contínuas correcciones para funcionar adecuadamente es un Mundo que
dice muy poco de la perfección de su Creador. Sin duda es preferible modificar el supuesto anterior, pues así
el descubrimiento de los principios que explican la conservación de la armoniosa configuración del Universo
constituirá el más profundo testimonio de la grandeza de Dios y de la perfección de su obra. Esta es, por otra
parte, la única forma de que los avances en el conocimiento de la naturaleza redunden en exaltación de la
religión y detrimento de los incrédulos. Hay que saber renunciar a una visión antropomórfica de la
intervención de Dios en el Mundo, porque de lo contrario lo único que se consigue es enfrentar a la Voluntad
omnisciente del Ser supremo, la indocilidad de una materia absolutamente extraña a sus designios. Por este
camino puede que el orden del Universo nos lleve hasta un demiurgo, pero nunca hasta el Dios creador.
Como consecuencia de todo lo expuesto, hay que concluir que la excelencia de Dios pide que el Mundo por Él
creado tenga la capacidad de alcanzar por sí mismo el estado más perfecto que se pueda concebir, partiendo
de la situación más primitiva que quepa imaginar. Aceptando esto, no habrá dificultades teológicas para
concebir la evolución del Universo como un proceso de naturaleza mecánica. No obstante, aunque se admita
la conveniencia de este tipo de explicación, queda aún por establecer la posibilidad de que sea por un lado
verdadera y por otro accesible al entendimiento humano. Pues bien, estudiar la disposición y el origen del
Cosmos a partir de los principios generales de la mecánica es en sí mismo plausible y congruente además con
las posibilidades de nuestra inteligencia: para demostrar esto, basta con reconocer la sencillez de los
movimientos sidérios, la similitud de los problemas de la astrofísica y la mecánica elemental, la unidad formal
que existe en la estructura del Universo y que sugiere una unidad genética...Son precisamente éstas las
cuestiones cuya resolución está más al alcance de las fuerzas de un intelecto finito.
El progreso de la astronomía ha permitido construir un modelo de la constitución del sistema solar, modelo
que Newton ha conseguido deducir de los principios universales de la mecánica.
Hoy es posible esbozar una imagen global del estado actual del Universo, ya que hay datos suficientes para
concluir la universalidad de la teoría gravitacional; y si las fuerzas que rigen la dinámica de la materia
permanecen constantes en todo tiempo y lugar, el Universo es isomorfo, mantiene una homogeneidad espacial
y temporal.
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Para conseguir llegar más lejos en la comprensión del Cosmos, habría que descubrir las leyes según las cuales
ha llegado a tener la forma que ahora posee. Es posible que esas leyes sean las mismas que han servido para
unificar la cosmología. Newton no logró concebir la idea de que el Universo tenga una historia, porque
consideró que, al estar el espacio interplanetario prácticamente vacío, no existía un sustrato que pudiera servir
de causa material para la formación de los astros. Sin embargo, que no se pueda encontrar actualmente ese
substracto no quiere decir que no lo haya habido en algún otro momento, como por ejemplo, antes de que
nacieran los astros hoy visibles. Hay que reconsiderar, por lo tanto, la viabilidad de una cosmogonía
mecanicista, para lo cual es preciso partir de la hipótesis de que el Universo fue creado en un estado
completamente amorfo, aunque desde el principio obedeciera a las leyes mecánicas que han presidido su
evolución. En este estado inicial la materia se encontraba dispersa en todo el espacio, no tenía una forma o un
movimiento definidos, si bien ya entonces era en sí misma heterogénea, ya que no todos sus elementos tenían
la misma densidad.
Esta masa informe que constituye el caos primigenio comienza a organizarse impulsada por dos tipos de
fuerzas: de atracción y repulsión. El proceso comienza cuando en la nebulosa inicial se producen
condensaciones que empiezan a atraer a los materiales de su entorno, que acaban por engrosar un núcleo
central o por encontrar un equilibrio dinámico girando alrededor de él. Poco a poco van naciendo de esta
manera todos los cuerpos que vemos brillar en el firmamento. En particular, no es difícil entender así la
formación del sistema solar, y dar una razón genética de muchas características antes inexplicables: la
diferente densidad de los planetas y la relación que hay entre sus masas; la excentricidad de las órbitas
planetarias y el origen de los cometas, la formación de la Luna y la causa del movimiento de los astros
alrededor de su eje; las propiedades anómalas de Saturno; la luz zodiacal; por último, la naturaleza íntima del
Sol, de las manchas solares, etc.
Estos son algunos de los resultados que se pueden obtener de una historia del Universo elaborada sobre los
principios de la mecánica celeste, doctrina que demuestra de esta forma su conformidad con los datos de la
observación, y su validez. Por otro lado, la teoría sirve de plataforma para considerar las magnitudes infinitas
de la naturaleza, tanto en el espacio como en el tiempo, y entrever el rumbo señalado por la evolución de sus
transformaciones. Más aún, desde los conocimientos que permite adquirir, podemos avanzar especulaciones
incluso sobre las cualidades morales de los habitantes de otros planetas lejanos. Pero no es preciso llegar tan
lejos, y sobre todo no hay que confundir lo esencial de la teoría con las partes que contienen disquisiciones
meramente probables. Finalmente, las perspectivas que se abren dan pie para reexaminar la prueba
cosmológica de la existencia de Dios, y comprobar que la cosmología mecanicista se adapta sin violencia a la
explicación teleológica y providencialista de la naturaleza, siempre que demos a estos conceptos un sentido
más radical y abstracto.
Hemos recogido ya las ideas que se vierten en la Historia general de la naturaleza, ahora tenemos que tener
en cuenta que aunque trate de un tema físico y parta de conceptos físicos, ni la finalidad ni el tono general del
escrito quieren permanecer dentro de la física.
El rasgo esencial que distingue la Historia general de la naturaleza estriba en que, si bien Kant trata de
situarse en línea de continuidad con las investigaciones de la escuela newtoniana, se aplica a estudiar un tema,
la evolución de la materia a lo largo del tiempo, en el que predomina la dimensión histórica, mientras que los
asuntos tratados hasta entonces por los filósofos naturales eran fundamentalmente ahistóricos, en el sentido de
que nunca se les consideraba afectados por el tiempo en cuanto proceso único e irreversible. Con ello
introduce Kant una novedad digna de atención, y el mayor valor que su trabajo entraña para la ciencia
empírica consiste precisamente en este intento de ampliar las virtualidades de las ciencias de la naturaleza. No
es extraño en estas condiciones, que el nombre de Kant haya sido incluido entre los precursores de la teoría de
la evolución, ni tampoco es sorprendente que muchos hayan querido descubrir en este libro un importante
paso hacia la reducción de la historia del mundo orgánico y humano a los principios de la ciencia natural.
Por otro lado, con respecto a la influencia de Newton en esta obra, Vuillemin ha estudiado este tema y llega a
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la conclusión de que la mayor parte de los elementos de la teoría kantiana proceden del inglés. La idea de la
nebulosa que gira arremolinada puede hacer pensar en Descartes pero los "torbellinos" de Kant tienen un
sentido estrictamente newtoniano. Aparte de algunas aportaciones de menor cuantía la diferencia esencial
que separa el punto de vista kantiano del de Newton es que el de éste es puramente descriptivo,
mientras que el de aquel es genético.
Precisamente de la última divergencia señalada surge la problematicidad del carácter de la obra, pues por
aquel entonces la cosmogonía era más bien de la competencia del filósofo puro y aún del teólogo, y para
realizar su propósito Kant tuvo que llevar a cabo una tarea mixta: por un lado, aducir razonamientos
filosóficos para justificar la legitimidad de una cosmogonía mecanicista y demostrar que no es incompatible
con las tesis que la ontología y la teodicea sustentan sobre el Universo; por otro, ampliar el alcance de los
principios teórico−empíricos de la cosmología para poder aplicarlos en este nuevo campo.
El interés fundamental que se adivina detrás de la Historia general de la naturaleza no es el deseo de formular
una sistematización más comprensiva de nuestra experiencia del Cosmos, sino el de dotar de mayor
consistencia epistemológica a la ciencia natural y fecundar con ella la cosmología filosófica. La convicción
que en el fondo mueve a Kant es que los principios newtonianos, a pesar de haber sido ideados con el fin
exclusivo de explicar la experiencia, poseen la certeza de un conocimiento riguroso, universal y necesario, y
por eso mismo reclaman un fundamento gnoseológico más sólido que el contingente respaldo de la percepción
sensible. Así, frente a la timidez de Newton, que no se atreve a generalizar su método por carecer de la
necesaria base experimental y prefiere responsabilizar directamente a Dios del orden del Universo, Kant
afirma con vigor la unidad de método en el conocimiento de la naturaleza: sostiene que para resolver el
problema cosmológico hay que aplicar un criterio único, y no trasmutar en un momento dado la causalidad
empírica en causalidad metafísica. La experiencia, entendida como un conjunto de contenidos concretos
percibidos, no constituye un límite más allá del cual nada puede decir la filosofía de la naturaleza, entre otros
motivos porque, según Kant, ya han sido establecidas leyes naturales que no dependen de las experiencias
individuales más que como punto de partida.
Los historiadores de la ciencia reconocen a Kant el mérito de haberse adelantado en decenios a la astrofísica
de su tiempo, y el haber tenido intuiciones sorprendentemente exactas en muchos puntos, pero critican la
abundancia de hipótesis infundadas y la falta de rigor de las pruebas. El trabajo posterior de Laplace, cuyas
principales tesis están muy próximas a las de Kant, goza de mayor consideración entre los críticos, para
quienes la bondad de una teoría científica depende más de la sistematicidad de su desarrollo y la limpieza
metodológica de sus pruebas, que de la originalidad de la inspiración.
Por un motivo u otro, hay que reconocer que para la moderna epistemología de la ciencia empírica la mayor
parte de las ideas de Kant resultan inaceptables.
Ahora bien, lo que tenemos que tener claro es que a Kant no le interesa una ciencia concreta en función de sí
misma; en estos momentos, el supuesto gnoseológico radical de su pensamiento, que procede sin duda de su
formación racionalista, es que el conocimiento humano, en sentido auténtico y pleno, es riguroso, universal,
necesario y unitario.
Esta concepción del conocimiento, con la que Kant trabajaba consciente o inconscientemente, no estaba muy
en consonancia con la situación real de la época; antes bien, se encontraba gravísimamente amenazada por la
falta de acuerdo de las escuelas filosóficas, que hacía cada vez más problemática la metafísica como ciencia
suprema, dejándola indefensa frente a las tendencias autonomistas de los filósofos naturales.
Kant no puede sentirse satisfecho con semejante estado de cosas, y trabaja por restablecer el equilibrio
amenazado. Sin embargo su inconformismo no le lleva a romper con los progresos de la ciencia de su tiempo,
sino que trata de recogerlos, para lo que se aplica a asimilar opiniones de las más variadas procedencias,
tanteando posibles soluciones. En este libro ensaya una que en años sucesivos tratará de perfeccionar: el
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empleo de la ciencia de la naturaleza para restablecer la unidad del conocimiento que ella misma parece haber
puesto en peligro. Kant espera mantener así el postulado de la prioridad gnoseológica de la metafísica. Y
puede que en teoría lo consiga, pero en la práctica lo único que logra es invertir el planteamiento anterior,
porque a partir de ahora va a ser la física el modelo pragmático de la unificación del conocimiento mientras
que la metafísica va a pagar anteriores fracasos pasando de rectora a subordinada. La inversión es por el
momento sólo metodológica: los principios de la metafísica siguen siendo los que determinan a los de la
física; pero solo podemos llegar a conocer aquellos a través de éstos. Todo ello deriva de un proceso mental
bastante sencillo: Kant parte del hecho de que la metafísica no ha progresado mientras que la física sí. Puesto
que el conocimiento racional es uno, ambas ciencias tienen que estar relacionadas, y el método que la física ha
empleado con éxito, tiene que poder ser aplicado con provecho en la metafísica. Se insinúa así el fisicismo
kantiano, que aparecerá formulado expresamente en 1763.
Volviendo a la creencia en la infabilidad de la física de Newton en Kant, ésta envuelve una paradoja que va a
tener gran importancia, y que nace de la comparación con la inseguridad y división que reinan en la
metafísica: Kant se encuentra con una ciencia que para él es segura, aunque carece de una fundamentación
gnoseológica clara, y frente a ella otra que, a pesar de que pretende proceder de modo perfectamente fundado,
no puede ofrecer resultados ciertos ni unánimes. La razón profunda de su interés hacia la ciencia natural no es
el conocimiento que en sí misma brinda, sino el deseo de averiguar de dónde procede su evidencia, para poder
extenderla a otras ramas del saber.
En realidad se puede decir que a pesar de sus declaraciones, Kant solo permanece adicto a Newton en los
motivos temáticos, y se aleja muy sensiblemente del planteamiento epistemológico y metodológico del físico
inglés. Pronto deja atrás la circunspección y el empirismo tan característicos de Newton, para seguir de hecho
unas pautas metodológicas más cercanas al apriorismo dogmático de la física mecanicista cartesiana. Incluso
sustituye rápidamente el riguroso fisicismo matematicista de aquél por el burdo mecanicismo de éste.
Es preciso hacer constar, sin embargo, que Kant no presta el mismo asentamiento a todas sus apreciaciones, y
que implícitamente reconoce que su propia teoría no satisface todas las exigencias indispensables para recibir
una confirmación definitiva.
Independientemente de si su teoría satisface o no dichas exigencias tenemos que tener claro que la idea central
de la obra. Si bien el planteamiento tradicional está en conflicto con cualquier cosmogonía mecanicista, tal
oposición es en realidad aparente.
La ciencia de la naturaleza, al descubrir principios de gran simplicidad tras la impresionante riqueza y
variedad del Universo, pone de manifiesto en lo más íntimo de su ser la infinita sabiduría de Dios. Dios está
en lo más profundo, en el principio de todo. Kant busca al Ser supremo en el punto más alejado de nosotros,
en el acto mismo en que crea la indiferenciada materia primordial, que sale de sus manos dotada de ese don de
la más alta sabiduría que son las leyes naturales. Pero, ¿por qué razón ha tenido Kant que ir tan lejos?.
Precisamente por la misma que hay detrás de toda esta obra, por la convicción de que gracias a la continuidad
del conocimiento, la ciencia natural puede hacer de prólogo y cimiento de la metafísica; debiendo ésta
permanecer callada mientras aquella tenga posibilidad de decir algo. Es inútil comenzar a filosofar en el
terreno que pertenece a la física; no debemos buscar decisiones directas de la divinidad en los fenómenos de
los que cabe dar una interpretación natural. Cuando las ciencias de la naturaleza hayan terminado su trabajo,
resuelto todos sus problemas y agotado todas sus virtualidades, ellas mismas cederán el puesto a la metafísica,
o mejor, se evidenciará su conexión con la metafísica, y las más profundas cuestiones se resolverán con la
misma facilidad que un problema de física elemental. ( Kant no hace otra cosa sino repetir el pensamiento
central de la filosofía leibniciana según el cual la ordenación causal absoluta del universo mismo constituye la
prueba más alta y más completa de su "armonía" interior y de sus "fines" morales e intelectuales).
La consecuencia última de este nuevo modo de plantear la teología, es el olvido del hombre y de sus
exigencias. No es ya sólo que entre éste y Dios se haya interpuesto la distancia enorme de toda la historia
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mecánica de la Naturaleza, o que el calor personal y directo de la Providencia se haya transformado en la
legalidad ciega y anónima de los principios de la mecánica, que únicamente muestran la sabiduría divina si se
consideran en abstracto; más que todo eso, lo verdaderamente peligroso es que, en un desarrollo lógico de los
supuestos propuestos no puede haber ningún lugar para una realidad espontánea y personal.
−INVESTIGACIÓN CIENTÍFICO−NATURAL EN LA ETAPA PRECRÍTICA. Trabajos menores
sobre temas físicos, biológicos y geográficos.
La Historia general de la Naturaleza señala, dentro de la evolución kantiana, la toma de contacto con la
problemática filosófica y, más específicamente, gnoseológica que envuelve la investigación de las leyes de la
naturaleza. Por eso tras esta obra, que todavía se ocupa de un problema relativamente concreto, los intereses
de Kant se van encauzando hacia la filosofía de la naturaleza propiamente dicha; es decir, hacia el análisis de
los conceptos fundamentales de la física, de su significación real y lógica, y de la conexión que tienen con
otros principios más generales del conocimiento, esto es, los principios metafísicos.
Sin embargo, el curso natural de la evolución intelectual de Kant se vió interferida por las incidencias de sus
obligaciones profesionales. La vuelta, esta vez definitiva, a la Universidad de Königsberg con su promoción
como Privatdozent, marca el comienzo de una dedicación intensiva a las tareas docentes, actividad que
dificulta la realización del trabajo de investigación en los años siguientes.
La primera tesis de habilitación, una disertación en latín titulada De igne, se centra en un campo que Kant va a
seguir cultivando con asiduidad durante algunos años: el estudio de problemas de alcance bien definido y
temática diversa dentro de lo que podemos llamar investigación natural ( geología, física aplicada, geografía,
medicina, etc.). Suele abordar estos trabajos sin mayor amplitud que la que su propia índole pide, es decir,
evitando digresiones que incidan en dimensiones filosóficas más o menos emparentadas con el problema
examinado. Dentro de este grupo de escritos podemos mencionar, además de la disertación sobre el fuego,
algunos artículos compuestos para el Noticiero semanal de indagaciones y anuncios de Königsberg, y algunas
otras obritas de mayor entidad, como las Nuevas observaciones sobre la teoría de los vientos (1756), o el
Ensayo sobre las enfermedades de la cabeza (1764). Posteriormente, Kant se irá distrayendo cada vez con
menos frecuencia de sus preocupaciones principales, y este tipo de escritos se irán espaciando hasta
desaparecer. A pesar del innegable interés científico atribuible a alguno de estos ensayos, como es el caso de
los que versan sobre geografía física, no puede buscarse en ellos mayor trascendencia epistemológica que la
de brindar una muestra de la amplitud espiritual del joven Kant, y una prueba de la magnitud de su curiosidad
investigadora, son , en otras palabras, parte de un intento de abarcar diversos órdenes de la realidad para
recrear en su espíritu una imagen global del Universo, tal vez como punto de partida para una reflexión más
profunda.
También en ellos se transparenta una tendencia de Kant que ya hemos tenido ocasión de estudiar con algún
detalle: su incapacidad para someter las reflexiones propias a las rígidas prescripciones que conlleva una
cuidadosa observancia de la normativa newtoniana, su inclinación a extender los principios inducidos de la
experiencia más allá de los límites que señalan el término de la subordinación a aquella.
Si bien es cierto que en algunos casos las especulaciones kantianas producen interesantes anticipaciones
redescubiertas más tarde por las ciencias empíricas, estos hallazgos aparecen en un contexto diferente del que
luego tendrán cuando sean revalorizados: en Kant no surgen como término de una cauta y laboriosa búsqueda,
sino que son ideas formuladas despreocupadamente, junto con muchas otras que la evolución posterior del
conocimiento ha hecho que tengan que considerarse erróneas y, a veces, disparatadas.
−GEOMETRÍA, METAFÍSICA Y FILOSOFÍA NATURAL.
A) La Monadología física.
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La Monadología física (1756) posee el valor de asumir con más claridad las ideas que encontrábamos
solamente apuntadas en los escritos anteriores. En estos pensamientos se combinan las tesis de Newton y
Leibniz con un propósito que ya nos ha tocado conocer: la metafísica debe acudir en ayuda de la geometría
para dar un carácter necesario y universal a los conocimientos alcanzados por vía experimental. Kant no
discute la primacía de la metafísica en el orden del conocimiento; pero insiste en mantener que la perfección
alcanzada por la física con Newton hace que la ciencia natural se haya adelantado en el plano heurístico,
gracias a una maduración metodológica más evolucionada; por lo que la metafísica, en vez de imponer sus
principios a la ciencia natural, debe limitarse a justificarla y apoyar sus conclusiones desde el nivel que le es
propio.
Se insinúa un parentesco íntimo entre geometría (matemáticas) y ciencia de la naturaleza, que, unidas,
presentarían un frente común a la filosofía trascendental. La geometría sería el medio indispensable para
edificar la filosofía natural, sin hacer una referencia expresa a la experiencia. Dentro del ensayo, no se trata
ciertamente de disminuir en principio la importancia de ésta última; pero en la práctica esto es lo que ocurre,
pues, en contra de la posición tomada en la Estimación de las fuerzas vivas, la distinción entre la realidad
física y los conceptos matemáticos se acorta sustancialmente. Lo cierto es que la experiencia no encuentra en
el desarrollo de la obra el lugar que en el proemio se promete; hecho que no sorprende si se tiene en cuenta
que el conocimiento que proporciona es contingente y la Monadología es la más especulativa de las
publicaciones de Kant sobre filosofía natural.
B) Teoría de la mónada.
La primera sección de la Monadología trata de demostrar cómo la existencia de mónadas físicas se puede
hacer compatible con la geometría. Comienza definiendo la mónada como una sustancia simple, y
patentizando que los cuerpos se componen de mónadas.
Kant da a conocer un teorema según el cual lo que es infinitamente divisible no puede estar constituido por
partes simples porque, en un compuesto semejante, la composición de las partes no es una propiedad
accidental en ellas. Esto nos lleva ante las graves dificultades que se oponen a la admisión de una concepción
corpuscular de la materia, dificultades que se solventan con la tesis de que el espacio no tiene sustancialidad,
sino que es un aspecto fenoménico de la interconexión de las mónadas. Nada se opone, pues, a que todo
cuerpo esté formado por una cantidad discreta de elementos sustanciales simples.
A pesar de esta simplicidad, las mónadas están en el espacio y lo llenan. La división del espacio que ocupan
no acarrea mayores trastornos, ya que no es lo mismo la división geométrica que la separación física. Una
fragmentación del entorno que ocupa la mónada no la afecta en absoluto, si suponemos que llena ese espacio
por medio de una esfera de actividad dinámica, en vez de por distensión de partes constitutivas: la mónada es
un elemento físico capaz de estar presente operativamente en un determinado entorno, por estar dotado de una
fuerza repulsiva. Ella misma es inextensa, pero no el ámbito donde es capaz de actuar. El espacio es un
fenómeno de la relación externa de las mónadas; las determinaciones internas de éstas no están presentes en el
espacio, sino solo las que propician su acoplamiento con otras mónadas. Su presencia dentro del radio de
acción que le corresponde, es semejante a la omnipresencia de Dios en todos los lugares. De este modo, sin
perjuicio de su simplicidad, la mónada puede llegar a poseer una magnitud extensiva. La fuerza por la que se
manifiesta su presencia ocupando un recinto, se denomina impenetrabilidad.
C) La fuerza y las propiedades de la materia.
La segunda sección de la Monadología desarrolla la teoría monadológica pasando de los principios a las
afecciones generales de los elementos, en tanto que sirven para comprender la naturaleza de los cuerpos; así,
por ejemplo, el contacto se define como la aplicación recíproca de las fuerzas de impenetrabilidad de las
mónadas que chocan.
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Antes de proseguir vamos a hacer una observación. El concepto de fuerza tradicionalmente usado en la
mecánica denota una acción, es decir, una relación entre un agente y un paciente. Estos dos elementos se
tienen que distinguir en principio de la acción dinámica propiamente dicha, en cuanto que son los términos
que la definen. No obstante Kant, aunque conserva la exterioridad del agente, puesto que el principio
originario de la fuerza es la mónada, altera profundamente el significado del elemento receptor de la acción
dinámica, porque el punto de aplicación de la fuerza no es ya la otra mónada, sino la fuerza que nace de ella,
con lo que el sujeto paciente resulta ser, en primera instancia, otra fuerza, y solo indirectamente la sustancia
monádica que la origina. Según esto, la teoría kantiana no se identifica ni con la concepción mecánica de la
fuerza, que requiere para que ésta se trasmita la contigüidad espacial de las sustancias afectadas, ni con la
teoría de la acción a distancia, ya que no se admite que la fuerza conecte sin mediaciones ambas sustancias.
Está claro que resultaría muy difícil obtener una caracterización ontológica medianamente satisfactoria de este
nuevo concepto de fuerza; en todo caso se trataría de un tipo muy peculiar de relación. A nivel físico se le
confiere un cierto grado de materialización, que resulta indispensable para que las mónadas físicas no sean
esencialmente extensas. Por otra parte, el campo de acción de este tipo de fuerza no puede ser circunscrito; se
extiende a todo el espacio, en el sentido de que el efecto de su aplicación es un alejamiento, al que no cabe
poner límites, de las sustancias productoras de las fuerzas en contacto. Para evitar que las mónadas alcancen
unas dimensiones desproporcionadas, el campo de las fuerzas repulsivas debe ser compensado por otro de
fuerzas atractivas, precisamente el que origina la gravitación newtoniana.
El límite espacial de cada mónada lo forma el lugar geométrico de los puntos en que ambas fuerzas se
equilibran.
Con respecto a la importancia del descubrimiento de las leyes que gobiernan la variación de esas fuerzas, Kant
aventura una estimación concluyendo que el valor de la fuerza de atracción disminuye proporcionalmente al
cuadrado de la distancia de aplicación y el de la fuerza de repulsióbn, con arreglo al cubo de la distancia. La
segunda mengua con mayor rapidez que la primera, pero como en un principio su magnitud es superior,
dentro del volumen de la mónada el efecto resultante es repulsivo, y, fuera de él, atractivo. El volumen de las
diferentes mónadas es siempre el mismo, cualquiera que sea su clase, porque las fuerzas guardan entre sí una
relación que hace que la distancia de equilibrio sea siempre la misma, lo cual no impide que se presenten
diferencias de unas a otras, debidas a variaciones en el valor de la fuerza de inercia, o sea, de las masas, y, por
tanto de las densidades. Los cuerpos físicos acusan, por supuesto, todas estas desigualdades.
Por último, muestra la Monadología que la dinámica intrínseca de las mónadas les presta una elasticidad
perfecta: pueden ceder parte de su volumen ante un presión externa, pero, como la fuerza de repulsión
aumenta indefinidamente a medida que se penetra en el interior del ámbito ocupado por la mónada, nunca
pueden llegar a ser completamente excluidas del espacio.
La Monadología señala en el conjunto de la evolución kantiana, el momento en que le racionalismo
dogmático alcanza la cota más alta. A partir de él, el papel de la experiencia va a ir ganando terreno poco a
poco, al tiempo que la razón analítica va a ir siendo relegada por su esterilidad, en beneficio de la búsqueda de
una fuente de saber apriórico más prometedora.
−REPLANTEAMIENTO DE LA FILOSOFÍA NATURAL: LA NUEVA CONCEPCIÓN DEL
MOVIMIENTO Y DEL REPOSO.
A) La relativización del movimiento.
La Nueva concepción del movimiento y del reposo se inicia con una declaración en pro de la autonomía
investigadora de la razón que renueva la que abría el primer libro de Kant. Aquí se examina los modos
concretos de reconocer el movimiento de los cuerpos y muestra que para ello se emplean siempre referencias
a otros objetos. Esto le da pie para concluir la relatividad absoluta del movimiento, punto en el que sobrepasa
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los límites del principio de relatividad de Galileo−Newton, sin tener en cuenta que las aceleraciones producen
en nuestro entorno físico unas modificaciones inerciales que pueden detectarse sin referencias externas
directas, ya que es, en todo caso, un efecto dinámico de la acción de las grandes masas estelares del Universo.
Por este motivo Euler, más en la linea del científico positivo, afirmó la realidad absoluta del movimiento.
Kant en cambio pasa por alto un análisis detallado de la mecánica newtoniana, lo cual indica que su
positivismo no responde a una posición metodológica nueva, sino a un criterio más concreto y pasajero.
Kant define el movimiento de un modo distinto para cada caso de choque, pues mantiene que, al no ser
posible definirlo de manera absoluta como cambio de lugar, es legítimo introducir una definición
convencional. Sin embargo, la que él propone no pretende ser convencional, sino real, pretensión que basa en
el principio de la conservación de cantidad de movimiento de los cuerpos que chocan, principio que postula a
su vez sin mayor justificación. De nuevo tenemos a Kant alejado del empirismo. Da la impresión de que el
empirismo ha sido ahora, como antes lo fue Crusius, un aliado eventual del que Kant se ha servido para
eliminar una imagen del movimiento que exige la aceptación del principio de inercia; pero al que después
abandona para substituirla por otra que no se diferencia gnoseológicamente en nada de la primera. Salvado el
primer escollo, llega sin más problemas a los siguientes colorarios:
1) Cada cuerpo, en relación al cual otro se mueve, está también en movimiento en relación a aquél, y es
imposible que un cuerpo pueda ir al encuentro de otro que esté en absoluto reposo.
2) La acción y la reacción son siempre iguales en el choque de los cuerpos.
B) El concepto de inercia y el principio de continuidad.
Dedica más adelante un párrafo a refutar directamente el concepto de fuerza de inercia. Hay un fragmento que
confirma la interpretación propuesta, revelando las dificultades que tiene Kant para admitir la existencia de un
principio dinámico inherente a los cuerpos en reposo, que no se haga patente en todo momento en el espacio
mediante un movimiento o tensión:
"Quizá nadie habría pretendido nunca que un cuerpo que, en tanto que otro cuerpo que va contra él no lo toca,
está completamente en reposo o, si se quiere, en un equilibrio de fuerzas, debe sin embargo recibir
repentinamente en el instante del choque un movimiento contra el que le choca, o ponerse en un estado de
superioridad para anular en él la fuerza opuesta, si la experiencia no nos aclarase que en un estado, que
cualquiera tiene por estado de reposo, el cuerpo se opone a una acción contraria con el mismo grado."
Finalmente, hay otro párrafo dedicado a la ley de continuidad en tanto que inseparable del concepto de fuerza
de inercia. La ley de continuidad puede ser tomada, según Kant, en dos sentidos: uno lógico y otro físico. En
la significación lógica encuentra un empleo correcto y justo; pero en cuanto principio físico que afirma que la
comunicación de las fuerzas no es súbita, sino que atraviesa sucesivamente una infinidad de grados
intermedios, constituye una hipótesis refutable. Esta refutación ejemplifica la racionalización inadecuada de la
interpretación geométrica de la naturaleza:
"Cuando alego que un cuerpo no podría obrar nunca sobre otro con un grado de fuerza de una vez, sin pasar
antes por todos los grados intermedios posibles, digo que no podría obrar en absoluto. Pues todo lo
infinitamente pequeño que se quiera que sea el momento en el que obra instantáneamente y lo que en una
pequeña parte determinada de tiempo da lugar a una velocidad determinada, este momento es siempre una
acción repentina, que según la ley de continuidad primero debería y también podría pasar por todos los
infinitos grados de momentos más pequeños; pues se puede siempre desde un momento determinado pensar
otro más pequeño, cuya suma producirá aquel."
De la Nueva concepción del movimiento y el reposo no podía en ningún caso esperarse un arreglo definitivo
de las diferencias del sistema filosófico−natural de la Monadología. La solución que aporta debe ser entendida
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como una medida provisional de urgencia para conservar la unión de la metafísica racionalista y la ciencia
natural; como la última y desesperada tentativa para mantenerse en una línea cuyo saldo negativo de renuncias
e interrogantes se acrecienta cada vez que se intenta avanzar un poco más. Kant no va a ir más lejos por esta
línea: ésta va a ser la única vez que rechace el principio de continuidad, que enseguida retomará para no
abandonarlo ya nunca más. Pronto echará marcha atrás, desdiciéndose de la mayor parte de las tesis de este
escrito, que si algún valor tiene, es el de probar su flexibilidad para dar la vuelta a los planteamientos propios.
La década de 1760 presenciará la prosecución de la búsqueda de las bases de la ciencia, pero de ahora en
adelante nunca más se intentará encontrarla en la metafísica, más necesitada de redención que cualquier otra
ciencia; sino que se recalcará siempre la especificidad pragmática del tipo de conocimiento que representa la
investigación de las leyes de la naturaleza a través de la experiencia y las matemáticas.
−EXPERIENCIA COMO SISTEMA: UNA INVESTIGACIÓN SOBRE EL OPUS POSTUMUM DE
KANT.
Según Félix Duque Pajuelo, el estudio de la obra póstuma de Inmanuel Kant ( llamada Opus postumum)
supone una tarea particularmente ardua. En un primer momento, se tiene la impresión de estar ante un
gigantesco amasijo de datos dispersos, de doctrinas dispares, mezcladas con anotaciones personales y con
apuntes sin sentido para nosotros.
Sin embargo, una lectura cuidadosa y exhaustiva del manuscrito, efectuada de forma cronológica, es decir,
siguiendo el mismo orden temporal en que fueron escritos los textos, va entregando paulatinamente un cuerpo
de doctrina que sorprende por su carácter unitario, centrado en torno a un punto clave de todo el criticismo
kantiano: la construcción de la experiencia como un sistema.
La obra póstuma se va así configurando como un todo unitario, desarrollado en una gradación de problemas
que separan con suficiente nitidez cada una de las partes del manuscrito. Estos problemas se presentan en
forma de preguntas, que se conectan entre sí de un modo inteligentemente constructivo.
Podríamos señalar, según esto, un lineamiento general de la obra:
1) ¿Qué es, y por qué es necesaria, una transición de los principios metafísicos de la ciencia natural a la
física?. Esta pregunta implica: ¿cómo puede ser una ley empírica, ley y a la vez empírica?. Dicho de otra
forma: a la base de la pregunta con la que Kant inicia su nueva obra se encuentra el viejo y espinoso problema
del fundamento de la inducción.
2) ¿Qué es, y por qué es necesario, el éter?. Esto es, ¿por qué debe postularse necesariamente una realidad de
base que se configure como principio estructural del todo de la experiencia?.
3) ¿Qué es y por qué es necesario, un fenómeno del fenómeno?. Esto es, ¿cómo es posible anticipar
problemáticamente un constructo, de forma matemática, pero de contenido material, que sirva de principio
regulador en la experimentación científica?. De la contestación a esta pregunta depende la dilucidación de otra
más general: ¿cuál es el sentido de la ciencia física?.
4) ¿Qué significado tienen el espacio y el tiempo como productos de la autoposición del sujeto?. Esta pregunta
remite, a su vez, a la concepción básica y quizá más fecunda del pensamiento kantiano: la finitud del hombre.
5) ¿Qué es la Filosofía Trascendental, entendida como sistema?. Esto es, ¿en qué consiste el quehacer del
hombre como habitante del mundo y a la vez ser mortal?.
Como puede apreciarse se presentan problemas que en el pensamiento actual no se han resuelto
satisfactoriamente y, sin embargo, constituyen un desafío para el hombre de nuestros días, considerando tanto
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en cuanto científico como en cuanto persona. Todas estas preguntas se centran, pues, en una cuestión
primordial: el sentido, alcance y validez objetiva de la experiencia humana, en general, y de la
experimentación científica, en particular.
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