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«Pensar al Perú es una muy buena forma de
quererlo»
MARCIAL RUBIO
Quehacer fue y es uno de los intentos de pensar al Perú. Difícil
tarea esta de ponerse a reflexionar en una patria cambiante y en
medio de tanto drama, tantas piedras, falta de reflexión, prejuicios,
discriminaciones y pobrezas.
No es el Perú un país muy pensado que digamos por su
gente. Hubo, y creo que nadie lo sustituyó hasta hoy con igual
calidad, un grupo de peruanos que pensó al Perú durante los
primeros treinta años del siglo XX. Realizaron interpretaciones
audaces y modernas para su época, de distintas tendencias, pero
iluminadoras del trayecto que había que seguir, y eso es todo lo
que tenemos hoy en día. El Perú sobre el que dibujaron sus ideas
y proyectos principalmente Víctor Andrés Belaunde, Víctor Raúl
Haya de la Torre, José Carlos Mariátegui y José de la Riva Agüero
(mencionados en orden alfabético para evitar suspicacias) ya no
existe: cambió al calor de la migración, de la modernización, de la
alfabetización, de la urbanización, de la informalidad y, también,
del
conservadurismo
pernicioso,
del
autoritarismo,
de
discriminación y de la violencia.

Abogado constitucionalista. Fue presidente de desco, Ministro de Educación
durante el gobierno de Valentín Paniagua. Actualmente es Vicerrector
académico de la PUCP.
la
Los 25 años de Quehacer fueron testigos de una profunda
mutación del Perú, de la rápida orfandad en materia de ideas, de
la sustitución del proyecto nacional por la administración nacional
al dictado de los organismos internacionales y los acuerdos de los
poderosos. La pescó muy temprano (1982) la eclosión del
problema de la deuda externa, irresuelto desde entonces, y la
caducidad del sistema de partidos que había sostenido nuestra
vida política desde mediados de los cincuenta hasta fines de los
ochenta. Con excepción del Apra, que tiene raíces en la década
de 1920 pero que acompañó a un líder octogenario y a uno
segundo ahora en sus cincuentas, los demás partidos políticos
solo duraron una generación de tres décadas.
Y como si fuera poco, Quehacer no había cumplido su
primer año cuando se produjo el ILA (Inicio de la Lucha Armada)
de Sendero Luminoso en mayo de 1980. Quehacer se volvió una
especialista en violencia para buscar la paz.. La revista se puso en
ese difícil punto medio entre las dos violencias y las criticó por
igual. Por eso fue considerada criptosenderista por algún
funcionario muy pegado a la letra y el léxico de los manuales
contrasubversivos de la época, y también fue considerada
enemiga por Sendero el que, principalmente en el verano de 1992,
arreció sus críticas explícitas a la revista desde sus órganos de
expresión. El golpe de Estado del 5 de abril de 1992 hizo que los
cañones de Sendero apuntaran hacia objetivos militares. ¿Fue
también el que evitó un operativo mayor contra la revista o contra
Desco?
Quehacer pensó al Perú, siempre, a partir de un punto de
observación ubicado desde el centro hacia la izquierda. Dentro de
ese espacio, en sus primeros años bien pudo ser considerada una
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‘menchevique’, adjetivo acuñado a propósito de las posiciones
intermedias de aquellos rusos en el proceso que condujo a la
Revolución Bolchevique de 1917. No fue fácil durante estos 25
años ser un ‘menchevique’ al principio, un órgano de expresión
enfrentado a Sendero Luminoso luego, y una revista de izquierda
en el rápido colapso del socialismo mundial. En 1982, en
Quehacer se escribió que la crisis del sistema polaco por la
presencia de la oposición no significaba en absoluto la crisis del
sistema socialista de Europa oriental. Era muy temprano para
darse cuenta de lo que estaba ocurriendo, pero eso mismo
muestra la dimensión de la crisis por la que se hubo de pasar
cuando ocurrió el rápido hundimiento de todo ello.
Quehacer no pensó al país solo desde la dimensión política.
La presencia de Juan Cancho Larco y la de Abelardo Balo
Sánchez León desde su primer número, le dio también una
dimensión cultural muy intensa: tanto de la antropológica (la
cultura social) como de la humanística en la que se englobó la
preocupación por dar a conocer las artes plásticas pero también el
ensayo y la poesía. Es una particularidad muy importante de
Quehacer en la forma de pensar al Perú.
Henry Pease García fue el inventor de Quehacer. Dado a la
política, imprimió en la revista la preferencia por este ámbito de la
vida nacional, tanto en el comentario de la coyuntura bimestral
como en la preocupación más teórica sobre los grandes
problemas de fondo, del largo plazo. Siempre fuimos una revista
que trató de encontrar (¿lo habrá encontrado?) el difícil equilibrio
entre coyuntura y estructura.
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En Quehacer hubo siempre discrepancias sabiamente
salvadas. La ventaja de los ‘mencheviques’ es que, al final de
cuentas, están dispuestos a negociar (aunque ese haya sido
también, según otros, su gran defecto en la historia). Pero hubo
dos batallas memorables que terminaron con una torcedura de
brazo. La primera fue liderada, que yo me acuerde, por José María
Salcedo, Abelardo Sánchez León y Mario Zolezzi (también en
estricto orden alfabético) y consistió en publicar un homenaje a
John Lennon cuando murió. La verdad es que por aquella época
Henry y otros entre los que también me contaba yo, no habíamos
superado aún el vals, el bolero y el tango, pero perdimos en toda
la línea. La simpatía de la gente de Desco para con los Beatles se
manifestó espontánea y como un ciclón: hubo que ceder.
La otra terrible discrepancia (y aquí sí, en estricto honor a la
verdad, dejo a Henry solo en su cancha) fue introducida por
Abelardo Sánchez León que, ya en los años en que empezaba a
dejar la grande de grass por la más razonable del fulbito, pretendió
introducir un artículo sobre nada menos que… ¡fútbol, uno de los
opios del pueblo! Ardió Troya pero, no nos olvidemos, era la época
imborrable de Cubillas y Sotil (también en orden alfabético). La
selección obtuvo aún más apoyo que los Beatles, y el deporte
ingresó a Quehacer. El sesgo sociologista con que el tema
deportivo era tratado, propio de la idiosincrasia de la revista, no
fue obstáculo para que un día, ocupándose del vóley, el equipo de
entrevistadores regresara platónicamente enamorado (y creo que
para siempre) de Cecilia Tait … con foto y todo: en aquella época,
en Desco esto fue considerado como una claudicación inaceptable
de grupo tan académico.
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No puedo dejar de mencionar en este recuento la puntillosa
dedicación de Juan Larco a Quehacer, desde el mismo primer
número. Diseñó cada edición conversando (muchas veces hasta
más de la cuenta) con todos nosotros. Corrigió letra por letra
artículos casi indescifrables y puso calidad idiomática donde
predominaba, largamente, la terrible jerga sociológica de los
setenta. Recuerdo que algunos de los primeros números los
diseñábamos en mi casa (recién me había mudado a La Molina y
tenía la inmensa ventaja de carecer de teléfono, por lo que nadie
podía interrumpirnos). Éramos cinco o seis personas. Llegábamos
a medio día y todo comenzaba con un pisco sour que Cancho
invariablemente evitaba «porque no me deja trabajar en la tarde».
Había una cierta distancia de edad entre él y todos los demás y
eso era materia de punzantes ironías. Debo confesar que me
arrepiento de corazón de todo aquello porque hace ya mucho que
tampoco puedo trabajar en la tarde con un pisco sour de medio
día.
Y José María Chema Salcedo puso sangre en las venas de
Quehacer,
una
revista
demasiado
zurda,
demasiado
intelectualizada, demasiado politizada, demasiado un montón de
cosas más. José María tuvo y tiene calidad periodística, un
inmenso fondo de cultura, una personalidad extraordinaria que
impidió que se enojara en cualquiera de los miles de momentos en
los que ello debió ocurrir, y una imaginación que siempre envidié.
Se vistió de loco unos días en el Larco Herrera y, también, visitó el
pabellón de Sendero en Lurigancho para entrevistarse con altos
dirigentes que, poco después, murieron en la masacre de 1986.
Todo ello obra en reportajes destacados. Conozco a José María
desde los primeros años de colegio y puedo dar fe de su total
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integridad moral. Puesto esto por delante contaré que muchas
veces zanjó una discrepancia de fondo con Cancho Larco
diciéndole: «¡Ya, muy bien Canchito! ¿Cuántas carillas? ¿A favor o
en contra?». Era la única forma de lograr que Larco, otro tipo
envidiablemente
ético
pero
incorregiblemente
pertinaz,
emprendiera la retirada.
Originalmente, Quehacer fue destinada a los estudiantes
universitarios, a los profesores, a los políticos, a los sindicalistas.
Era una revista hecha por treintones (salvo Cancho Larco). Todos
estábamos cerca de todos esos ‘grupos objetivo’ y especialmente
de los estudiantes. Pero Quehacer envejeció con nosotros y hubo
que pensar en rehacerla. No fue fácil porque teníamos que
renunciar
a
nosotros
mismos.
En
encargado
de
esta
transformación fue Balo Sánchez León y lo hizo en la época en la
que ya no jugaba ni en la de fulbito. Bueno, y ahí está el Quehacer
de hoy, con mayor flexibilidad y unas carátulas que ninguno de
nosotros hubiéramos soñado hacia 1979, cuando todo esto
comenzó.
La historia, que es caprichosa, dirá si Quehacer entrará o
no en ella. Veinticinco años puntualmente ininterrumpidos son, por
lo pronto, un argumento formal importante. Indudablemente,
pensamos algunas cosas bien y otras mal (esto es una verdad
puramente estadística y fundada, también, en el viejo axioma de
que solo Dios y los idiotas no se equivocan). Sin embargo, cuando
miro hacia atrás y leo lo que escribimos, encuentro una
continuidad, una forma de ser peruano, de querer al Perú. Porque,
pensar al Perú, es una muy buena forma de quererlo y, tal vez, ya
solo eso justifique las 15 mil páginas que, más o menos, forman el
Quehacer que hicimos durante el cuarto de siglo pasado.
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desco / Revista Quehacer Nro. 150 / Set. – Oct. 2004
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