Fray Nelson Génesis de nuestros sentimientos y

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Génesis de nuestros sentimientos y emociones
Les invito a continuar nuestra reflexión sobre los sentimientos. Cualquier
acontecimiento puede ser ocasión de emociones, por ejemplo, la vista de un
relámpago, de un paisaje maravilloso, una fiera suelta, oír el rugido de una
tempestad, de un león, los insultos de un adversario; experimentar la
muerte de un ser querido, una enfermedad, un fracaso, el recuerdo vivo de
una humillación. Todo lo anterior puede dar pie al temor, a la ira, a la
tristeza, al dolor, al gozo. Del mismo modo, la presencia de una persona
querida, sus palabras de aliento, sus regalos serán ocasión de amor, de
alegría, de seguridad.
Las imágenes o ideas especulativas interesan solo al entendimiento; las
decisiones, a la voluntad. Pero hay experiencias, ideas y recuerdos con carga
afectiva de temor o esperanza, de alegría o de tristeza, de odio, ira, amor,
etc., que afectan a todo el ser; y parecen incrustarse en nuestro cuerpo y
tienden a continuar en nuestra alma, influenciando nuestra personalidad.
Son los sentimientos y emociones en los que vibran nuestros nervios y todo
nuestro ser ante la felicidad o su ausencia: emociones positivas ante la dicha
real o imaginaria; emociones negativas ante la desdicha.
Dios creó a la persona con sus sentimientos
La Escritura nos muestra a Dios como un alfarero que modela la arcilla de
la naturaleza humana: “como el barro en manos del alfarero, así son ustedes
en mi mano, casa de Israel” (Jer 18,5-6). El Padre es un alfarero que da
forma al hombre con sus sentimientos, que da forma al entusiasmo, al
miedo, a la atracción, a la envidia, a la nostalgia, al despertar de la
excitación sexual, a la soledad, la felicidad, la tristeza, a todas esas
experiencias que identificamos como emociones y sentimientos. Y si Dios nos
creó con los sentimientos es para que los usáramos en nuestras relaciones
personales y fuéramos perfectos con ellos.
Nuestro Dios es el Dios de la ternura, de la misericordia; el Dios de las
sorpresas; el Dios que sufre el desaire de las malas acciones y de los métodos
egoístas; el Dios que creó al hombre y a la mujer con poderosos deseos
mutuos de atracción sexual y afectiva; un Dios de proyectos entusiastas, de
jornadas agotadoras, de reuniones agitadas y de muertes llenas de lágrimas;
un Dios de amor, que envió a Jesús para mostrarnos su amor entregando su
vida por nosotros.
Desarrollo normal
Sin el suficiente amor, seguridad y alegría, el niño crece defectuoso y
anormal. Así como una infancia desnutrida produce un candidato a
tuberculosis, de la misma manera, cuando en la infancia ha faltado el
alimento emocional, afectivo aparecerá más tarde una joven o un joven
inadaptado social, con frialdad e insatisfacción afectiva, con exagerada
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tendencia al odio o a la tristeza, a la amargura o bien tímido, apocado o
indeciso, pesimista y frustrado.
Por otro lado, el exceso en intensidad y en duración de emociones negativas,
tales como ira, temor, tristeza, puede dejar el psiquismo muy condicionado o
inclinado al disgusto, a la inseguridad, o a la frustración, máxime cuando
esas emociones se han tenido que sufrir en la infancia con un cuerpo y un
alma mal preparados para sobrellevar esa lucha. Es importante conocer su
influjo en el cansancio mental, en las perturbaciones psíquicas, en los
disturbios psicosomáticos que constituyen el 65% de las enfermedades de la
humanidad. ¡Cuántas personas se quitan la vida ante su incapacidad de
superar una depresión!
El sentimiento, nuestro camino hacia Dios
Hoy encontramos individuos que intentan, como “buenos cristianos”,
superar sus sentimientos y emociones. Cuando experimentan un impulso de
ira o de tristeza inmediatamente intentan moderar su intensidad. A veces lo
consiguen con la oración. El intento de espiritualizar en demasía la vida
emocional conduce, a la larga, a una pena profunda, resentimientos, iras,
deseos sexuales, miedo y toda una serie de sentimientos bloqueados. A
veces, ofrecer a Dios un sentimiento, que nos inquieta, no es oración sino
una represión psicológica. En efecto, no podemos ofrecer a Dios lo que aún
no hemos reivindicado como nuestro. No podemos dar a Dios lo que no
hemos recibido plenamente.
Como Jesús junto al sepulcro de Lázaro, no podemos conmovernos
profundamente hasta que no nos hayamos dejado impactar por la realidad.
No podemos elevarnos a lo trascendente saltando por encima de lo humano,
sino más bien, conociéndolo en plenitud. No conoceremos la alegría de la
resurrección si no hemos gemido por la muerte.
Como cristianos debemos dejarnos mover por la compasión, llenarnos de
ternura. Debemos agitarnos de ira, batallar con la impaciencia y cultivar la
alegría. Debemos anhelar y desear, sentir dolor y llorar. Debemos saber lo
que es amar.
No debemos convertir al Dios-hombre, que conoció el sentimiento humano,
en un Salvador estoico. No debemos minimizar los relatos de sus
expresiones emocionales buscando excusas para nuestra evasión emocional.
Expresión de sentimientos y salud mental
La facultad de conocer y expresar nuestros sentimientos correctamente es
indicio de salud mental. No siempre hemos sabido enseñar a la gente a
expresar sus sentimientos. A los hombres se les ha animado a controlarlos,
perdiendo así una de sus más ricas fuentes de intimidad. En el pasado, se
les permitía a las mujeres ser emotivas, pero se les disuadía de expresar
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verbalmente
sus
emociones.
Podemos
ser
emotivos
llorando,
enfurruñándose, gritando, golpeando las puertas de los armarios, pero eso
no significa que hayan sido encaminados adecuada y eficazmente los
sentimientos.
Para expresar los sentimientos, de modo que promuevan las buenas
relaciones y profundicen la intimidad, deben ser poseídos, reconocidos como
propios y clarificados verbalmente ante los demás. Este proceso elimina la
oscuridad y confusión en las relaciones.
Cuando no somos conscientes de nuestros sentimientos más profundos,
podemos comportarnos, sin darnos cuenta, de modo destructivo. El sarcasmo
puede proceder de la cólera reprimida; la murmuración, de unos celos
disfrazados; cuando estamos inseguros, podemos inconscientemente
manipular. Estos comportamientos tienen lugar generalmente, porque no
hemos sido conscientes de nuestros sentimientos y hemos actuado por
instinto. Pocas personas se sientan a pensar sobre sus reacciones íntimas, a
identificar, por ejemplo, la presencia de la envidia en vez de decir que solo es
murmuración. Podemos elegir nuestra conducta en la medida en que seamos
conscientes de nuestros sentimientos. Si somos inconscientes, nuestra
conducta puede ser un juguete de nuestros sentimientos inconscientes.
Respuesta del cuerpo
La energía de un sentimiento oculto, represado, puede ser muy fuerte y
permanecer atrapada en el estómago, en el pecho, en el cuello. Podemos
intentar calmar el malestar con aspirinas o tranquilizantes; pero la energía
y los compuestos químicos de las reacciones emocionales ahogadas
permanecen vivas y claman por su liberación. Tarde o temprano los
sentimientos desagradables se convierten en síntomas desagradables, en
enfermedades físicas relacionadas emocionalmente con los sentimientos
guardados.
Hay una cantidad de historias penosas: un marido que piensa que no es
necesario decir a su esposa cuánto la quiere y la necesita; una esposa que no
sabe cómo decirle a su marido su sentimiento de rabia; una joven que no
sabe si su marido, después de cinco años de matrimonio, la sigue queriendo;
un hombre que no sabe cómo interpretar los frecuentes períodos de hostil
silencio de su esposa; un religioso/a que no puede entender porqué su más
íntimo amigo/a lo/la abandonó sin decir porqué ni adiós; un sacerdote que ha
pasado años distanciándose de todo y de todos, sin darse cuenta de ello; unos
padres que nunca supieron los nombres de sus sentimientos; una mujer
disgustada; un hombre asustado que no quiere hablar de su malestar con
nadie.
Ayudar a clarificar este proceso hoy es una necesidad para la salud de la
persona. Sentimientos y emociones, ira y exaltación, no son simplemente
una realidad psicológica, sin significado en el reino del espíritu, con que
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deben contar los cristianos. Ponérsele a uno los pelos de punta o tener las
manos húmedas no son solo reacciones inevitables del cuerpo; el despertar
de la excitación sexual y el placer en la región pélvica no son signos
vergonzosos de débil autocontrol, legalizados por el sacramento del
matrimonio. Todos los sentimientos, su variedad de manifestaciones físicas
y su poder darnos placer o pena han sido creados por Dios.
Fray Nelson OD
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